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lunes, 13 de enero de 2014

Volumen XV - Conferencias de introducción al psicoanálisis (Partes I y II) (1915-1916) CONFERENCIAS 9-13

9ª conferencia. La censura onírica

Señoras y señores: Merced al estudio de los sueños de niños hemos llegado a conocer la génesis, la esencia y la función del sueño. Los sueños son eliminaciones de estímulos (psíquicos) perturbadores del dormir ' por la vía de la satisfacción alucinada. En cuanto a los sueños de adultos, sólo hemos podido esclarecer un grupo, el que designamos como sueños de tipo infantil. No sabemos aún qué ocurre con los otros, y tampoco los comprendemos. Provisionalmente llegamos a un resultado cuya importancia no queremos menospreciar. Toda vez que un sueño nos resulta plenamente comprensible, revela ser el cumplimiento alucinado de un deseo. Esta coincidencia no puede ser contingente ni indiferente.
Respecto de los sueños de otro tipo, supusimos, basados en diversas consideraciones y por analogía con la concepción de las operaciones fallidas, que eran sustitutos desfigurados de un contenido desconocido y tenían que reconducirse primero a este. La indagación, la comprensión de esta desfiguración onírica, es ahora nuestra tarea inmediata.
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La desfiguración onírica es aquello que nos hace aparecer ajeno e incomprensible el sueño. Queremos saber varias cosas de ella: en primer lugar, de dónde proviene, su dinamismo; en segundo lugar, lo que hace, y por último, cómo lo hace. Podemos decir también que la desfiguración onírica es la Ara del trabajo del sueño. Queremos describir el trabajo del sueño y reconducirlo a las fuerzas que en él operan (ver nota(114)).
Escuchen ustedes, entonces, este sueño. Fue registrado por una dama de nuestro círculo(115), y según nos informa proviene de una señora mayor, muy estimada, muy fina y culta. No se emprendió ningún análisis de este sueño. Nuestra informante señala que para un psicoanalista no requeriría de interpretación. La soñante misma tampoco lo interpretó, pero lo ha juzgado y condenado como si supiera interpretarlo. En efecto, dijo sobre él: «¡Y chismes tan abominables y tan estúpidos sueña una mujer de 50 años, que de día y de noche no piensa en otra cosa que en su hijo! » (ver nota(116)).
Y ahora el sueño de los «servicios de amor(117)». Ella va al hospital militar n° 1 y dice en la guardia de la entrada que le es preciso hablar con el médico jefe ... (menciona un nombre desconocido para ella) porque quiere prestar servicio en el hospital. Al decirlo acentúa la palabra «servicio» de tal modo que el suboficial cae enseguida en la cuenta de que se trata de un «servicio de amor». Como es una mujer de edad, tras alguna vacilación la deja pasar. Pero en vez de llegar hasta el médico jefe, se ve dentro de una sala espaciosa y sombría en que muchos oficiales y médicos militares están de pie o sentados a una larga mesa. Se dirige con su propuesta a un capitán médico, quien, tras pocas palabras, ya comprende. El texto de su dicho en el sueño es: «Yo y muchas otras mujeres y muchachas jóvenes de Viena estamos dispuestas a ... », aquí sigue en el sueño un murmullo, « ... los soldados, tropa y ofíciales sin distinción». Que eso mismo fue comprendido rectamente por todos los presentes, se lo muestran los gestos en parte turbados y en parte maliciosos de los oficiales. La dama prosigue: «Yo sé que nuestra decisión suena sorprendente, pero es de lo más seria. Nadie pregunta al soldado en el campo de batalla si quiere o no morir». Sigue un penoso silencio de varios minutos. El capitán médico le rodea la cintura con su brazo y dice: «Noble señora, suponga usted el caso, de hecho se llegaría a ... » (murmullo). Ella se desprende de su brazo pensando: Es igual que los otros, y replica: «Mi Dios, yo soy una mujer anciana y quizá nunca he de llegar a esa situación. Además, tendría que respetarse una condición: considerar la edad; no sea que una mujer mayor ... (murmullo) con un mozo jovencito; sería terrible». El capitán médico: «Comprendo perfectamente». Algunos ofíciales, entre ellos uno que en años mozos la había cortejado, estallan en carcajadas, y la dama desea ser llevada ante el médico jefe, conocido de ella, para que todo se ponga en claro. En eso se da cuenta, para su máxima consternación, de que no conoce el nombre de él. No obstante, el capitán médico, muy cortés y respetuosamente, le indica que se dirija al segundo piso por una escalera de caracol, de hierro, estrechísima, que la lleva directamente desde la sala hasta el piso superior. Mientras asciende oye decir a un oficial: «Es una decisión colosal, no importa que sea una joven o una vieja; ¡mis respetos!». Con el sentimiento de cumplir simplemente su deber, ella trepa por una escalera interminable.
Este sueño se repitió dos veces en el lapso de unas pocas semanas, con variantes -según observa la dama- «mínimas que no alteraban su sentido» (ver nota(118)).
El sueño concuerda, por su discurrir continuado, con una fantasía diurna; presenta sólo unas pocas rupturas, y muchas particularidades de su contenido habrían podido aclararse por averiguación, lo cual, como dijimos, no se hizo. Pero lo llamativo e interesante para nosotros es que el sueño muestra varias lagunas, no del recuerdo, sino del contenido. En tres lugares el contenido está como borrado; los dichos en que se insertan estas lagunas son interrumpidos por un murmullo. Puesto que no hemos emprendido ningún análisis, en rigor no tenemos derecho a manifestar nada sobre el sentido del sueño. Sólo que se dan indicaciones de las que algo puede inferirse, por ejemplo, en la expresión «servicios de amor»; y sobre todo, los fragmentos de dichos que proceden inmediatamente al murmullo compelen a completamientos que no pueden menos que saltar a la vista como unívocos. Si los remplazamos en esos lugares, obtenemos una fantasía del siguiente contenido: la soñante está dispuesta, en cumplimiento de un deber patriótico, a ofrecer su persona para la satisfacción de las necesidades de amor del personal militar, tanto de los oficiales como de la tropa. Esto es, por cierto, en extremo chocante, un modelo de desvergonzada fantasía libidinosa, pero ... ni siquiera en el sueño ocurre. Precisamente ahí donde la trama exigiría esta confesión, en el sueño manifiesto hallamos un murmullo no nítido, algo se ha perdido o fue sofocado.
Espero que reconozcan ustedes como evidente que fue el carácter chocante de estos pasajes el motivo de su sofocación. Ahora bien, ¿dónde encuentran un paralelo con este suceso? En nuestros días no hace falta que busquen mucho. Tomen cualquier periódico político y hallarán que en ciertos lugares el texto ha sido suprimido y en su remplazo resplandece la blancura del papel. Ustedes saben que es obra de la censura de prensa. En esos lugares que quedaron vacíos había algo desagradable para el alto comité de censura, y por eso se lo extirpó. Ustedes opinan que es una lástima, habrá sido sin duda lo más interesante, era «el mejor pasaje».
Otras veces la censura no opera sobre las frases ya listas.
El autor ha previsto los pasajes en que cabía esperar la objeción de la censura y por eso preventivamente atemperó, modificó apenas o se conformó con aproximaciones y alusiones a lo que genuinamente querría escribir. En tal caso la hoja no presenta lugares vacíos, pero por ciertos circunloquios y oscuridades de la expresión puede colegirse que de antemano se tuvo en cuenta a la censura.
Bien; nos atendremos a ese paralelo. Decimos que también los dichos oníricos omitidos, encubiertos por un murmullo, se sacrificaron a una censura. Hablamos directamente de una censura onírica, a la que ha de atribuirse una cuota de participación en la desfiguración onírica. Dondequiera que haya lagunas dentro del sueño manifiesto, la censura onírica es la culpable. Tendríamos que dar un paso más y reconocer una manifestación de la censura toda vez que un elemento onírico es recordado de manera particularmente débil, imprecisa y dudosa, entre otros perfilados con mayor nitidez. Pero sólo en raras oportunidades se manifiesta la censura tan desembozada, tan ingenua podría decirse, como en el ejemplo del sueño de los «servicios de amor». Con frecuencia mucho mayor la censura alcanza su cometido siguiendo el segundo tipo: la producción de atenuaciones, aproximaciones, alusiones, en lugar de lo genuino.
Respecto de un tercer modo de operación de la censura onírica, no conozco paralelo alguno en el ejercicio de la censura de prensa; no obstante, puedo exhibirlo justamente en el único ejemplo de sueño analizado hasta ahora. Recuerdan ustedes el sueño de las «tres malas localidades de
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teatro por 1 florín y 50 kreuzer». En los pensamientos latentes de este sueño estaba en el primer plano el elemento « apresuradamente, demasiado temprano». Quería decir: Fue un disparate casarse tan temprano -también fue un disparate procurarse tan temprano entradas para el teatro-, y fue ridículo que la cuñada seapurase tanto a deshacerse de su dinero para comprarse una joya a cambio. De este elemento central de los pensamientos oníricos nada se ha traspasado al sueño manifiesto; aquí se han puesto en el centro el ir al teatro y el conseguir entrada. Por medio de este desplazamiento del acento, de este reagrupamiento de los elementos del contenido, el sueño manifiesto se vuelve tan desemejante a los pensamientos oníricos latentes que nadie adivinaría a estos detrás de aquel. Este desplazamiento del acento es uno de los recursos principales de la desfiguración onírica y presta al sueño aquella ajenidad en virtud de la cual el soñante mismo no querría reconocerlo como algo producido por él.
Omisión, modificación, reagrupamiento del material son, por tanto, los efectos de la censura onírica y los medios de la desfiguración del sueño. La censura onírica misma es la causante o uno de los causantes de la desfiguración del sueño, cuyo estudio nos ocupa ahora. A la modificación y el reordenamiento solemos también reunirlos bajo el título de «desplazamiento».
Tras estas observaciones sobre los efectos de la censura onírica, nos volvemos ahora a su dinamismo. Espero que no tomen ustedes la expresión de manera demasiado antropomórfica y no se representen el censor del sueño como un hombrecillo riguroso o un espíritu que moraría en una celda del cerebro y desplegaría allí su oficio; pero tampoco de manera demasiado localizadora, de suerte que pensaran en un «centro cerebral» del que partiría una influencia censuradora de esa índole, que cesaría con el deterioro o la ablación de ese centro. Provisionalmente, no es más que un término cómodo para designar una relación dinámica. Esta advertencia no nos impide preguntar por las tendencias que ejercen esa influencia, y por aquellas sobre las cuales lo hacen; tampoco nos sorprenderá enterarnos de que ya antes, en una ocasión, tropezamos con la censura onírica, quizá sin reconocerla.
En efecto, ello ocurrió realmente. Recuerden que hicimos una sorprendente experiencia cuando empezamos a emplear nuestra técnica de la asociación libre. Hubimos de sentir que nuestros esfuerzos por alcanzar desde el elemento onírico el elemento inconciente, cuyo sustituto es aquel, chocaban con una resistencia. Esta resistencia, dijimos, puede ser de diversa cuantía, unas veces enorme, y otras directamente desdeñable. En el último caso nos hacía falta recorrer sólo unos pocos eslabones intermedios en nuestro trabajo interpretativo; pero cuando ella es grande, tenemos que seguir paso a paso largas cadenas de asociación a partir del elemento, somos llevados muy lejos de él y a lo largo de ese camino nos es forzoso vencer todas las dificultades que se presentan como objeciones críticas contra la ocurrencia. A eso que en el trabajo de interpretación nos sale al paso como resistencia, tenemos que apuntarlo ahora dentro del trabajo del sueño como censura onírica. La resistencia a la interpretación es sólo la objetivación(119) de la censura onírica. Nos prueba también que la fuerza de la censura no quedó agotada cuando produjo la desfiguración del sueño, disipándose a partir de ese momento, sino que esta censura sigue persistiendo como institución permanente con el propósito de mantener la desfiguración. Además, así como es variable la intensidad de la resistencia frente a la interpretación de cada elemento, también resulta de cuantía diversa la desfiguración provocada por la censura en cada uno de los elementos de un mismo sueño. Si comparamos sueño manifiesto y sueño latente, vemos que algunos elementos han sido eliminados por completo, otros se recogieron en el contenido del sueño manifiesto modificados en mayor o menor medida, y otros entraron en él inalterados y quizá reforzados.
Pero queríamos indagar qué tendencias ejercen la censura, y contra cuáles se ejercen. Ahora bien, esta pregunta, fundamental para comprender el sueño, y aun quizá para comprender la vida humana, es de fácil respuesta sí abarcamos con la mirada la serie de los sueños que se ha conseguido interpretar. Las tendencias que ejercen la censura son las que el soñante admite despierto en su actividad indicativa y con las cuales se siente consustanciado. Si ustedes deciden rechazar la interpretación correctamente realizada de un sueño propio, tengan la seguridad de que lo hacen por los mismos motivos por los cuales se ejerció la censura onírica, se produjo la desfiguración del sueño y se hizo necesaria la interpretación. Piensen en el sueño de nuestra dama de 50 años. Sin haber interpretado su sueño, lo encuentra abominable, y se habría indignado aún más si la doctora Von Hug-Hellmuth le hubiera comunicado algo de la obligada interpretación. Por causa de esta condena {Verurteilung}, justamente, los pasajes más chocantes se sustituyeron en su sueño por un murmullo.
En cuanto a las tendencias contra las cuales se dirige la censura onírica, es preciso describirlas primero desde el punto de vista de esta instancia misma. Entonces sólo puede decirse que son de naturaleza enteramente repudiable, chocantes en el aspecto ético, estético o social, cosas en las que ni siquiera se osa pensar o en que se piensa con repugnancia. Sobre todo, estos deseos censurados y que en el sueño han alcanzado una expresión desfigurada son exteriorizaciones de un egoísmo sin límites ni miramientos. Y, en verdad, el yo propio aparece en todo sueño, y en todo sueño desempeña el papel principal, aunque sepa ocultarse muy bien en lo que hace al contenido manifiesto. Este «sacro egoísmo» del sueño no deja por cierto de relacionarse con la actitud que se adopta para dormir, que consiste en el retiro del interés respecto de todo el mundo exterior (ver nota(120)).
Ese yo desembarazado de todo freno ético sabe también avenirse a todos los requerimientos del anhelo sexual, aquellos que mucho tiempo ha merecieron el juicio adverso {verurteilen} de nuestra educación estética, y aquellos que contradicen todas las restric ciones éticas. El ansia de placer -la libido, como nosotros decimos- escoge sus objetos sin inhibición, y por cierto da preferencia a los prohibidos. No sólo la mujer del prójimo, sino sobre todo objetos incestuosos, sacralizados por la convención: la madre y la hermana en el hombre, el padre y el hermano en la mujer. (También el sueño de nuestra dama de 50 años es incestuoso: inequívocamente su libido está dirigida al hijo. Apetitos que creemos lejos de la naturaleza humana demuestran fuerza suficiente para excitar sueños. También el odio se incuba sin frenos. Deseos de venganza y de muerte contra personas allegadas, las más amadas en la vida, los padres, hermanos, el cónyuge, los propios hijos, no son nada inhabitual. Estos deseos censurados parecen subir de un verdadero infierno; tras la interpretación, en la vigilia, ninguna censura nos parece suficientemente dura contra ellos.
Pero no hagan ustedes reproche alguno al sueño por este contenido malo. No olviden que él tiene la función inofensiva, y aun útil, de preservar de perturbación al dormir. Esa perversidad no reside en la esencia del sueño. Saben ustedes, además, que ciertos sueños pueden reconocerse como satisfacción de deseos legítimos y de urgentes necesidades corporales. Estos no tienen, es verdad, ninguna desfiguración onírica; tampoco la necesitan, pues pueden desempeñar su función sin ofender las tendencias éticas y estéticas del yo. Tengan presente también que la desfiguración onírica es proporcional a dos factores. Por una parte, se vuelve
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tanto mayor cuanto peores sean los deseos que han de censurarse, pero, por la otra, cuanto mayor sea la rigidez con que se presenten las exigencias de la censura en ese momento. Una muchacha joven, educada con severidad y melindrosa, desfigurará con inflexible censura mociones oníricas que, por ejemplo, nosotros los médicos nos veríamos obligados a admitir como unos deseos permitidos, inofensivamente libidinosos, y que la propia soñante, un decenio después, juzgará también así.
Por lo demás, no hemos avanzado lo suficiente como para que nos sea lícito indignarnos por este resultado de nuestro trabajo interpretativo. Creo que todavía no lo comprendemos rectamente; pero, sobre todo, nos aguarda la tarea de asegurarlo contra ciertas impugnaciones. No es difícil, en modo alguno, hallarle contras. Nuestras interpretaciones de sueños se han efectuado bajo las premisas que antes declaramos, a saber, que el sueño en general tiene un sentido, que es lícito trasferir del estado hipnótico al normal la existencia de procesos anímicos inconcientes por el momento, y que todas las ocurrencias están sujetas a un determinismo. Si sobre la base de esas premisas hubiéramos obtenido resultados verosímiles en la interpretación del sueño, con derecho habríamos inferido que ellas eran correctas. Pero, ¿qué ocurre si esos resultados tienen el aspecto que acabo de pintar? Entonces parece más indicado decir: Son resultados imposibles, disparatados, o al menos muy improbables, y por tanto había algo falso en las premisas. 0 bien el sueño no es un fenómeno psíquico, o bien no hay nada inconciente en el estado normal, o bien nuestra técnica hace agua por algún lado. ¿No es más simple y satisfactorio suponer esto, en vez de todas las atrocidades que presuntamente hemos descubierto sobre la base de nuestras premisas?
¡Las dos cosas! Es más simple y es más satisfactorio, pero no por ello necesariamente más correcto, Tomémonos tiempo, la cosa todavía no está madura para un veredicto final. Ante todo, podemos reforzar más aún la crítica a nuestras interpretaciones de sueños. Quizá no pese tanto en la balanza que sus resultados sean tan poco agradables y atractivos; un argumento más fuerte es que los soñantes a quienes, por la interpretación de sus sueños, imputamos tales tendencias de deseo las rechazan de sí de la manera más enérgica y con buenas razones. «¿Qué? -dice uno-. ¿Quiere usted demostrarme por el sueño que me afligen las sumas que he gastado en la dote de mí hermana y en la educación de mi hermano? Pero eso no puede ser; trabajo exclusivamente para mis hermanos, no tengo otro interés en la vida que cumplir mis deberes para con ellos, tal cual lo prometí, como hermano mayor, a nuestra difunta madre». 0 dice una soñante: «¿Que yo deseo la muerte a mi marido? ¡Es un disparate indignante! No sólo vivimos el más dichoso matrimonio -eso usted probablemente no lo creerá-, sino que con su muerte terminaría para mí todo lo que tengo en el mundo». 0 bien, otro nos replicará: «¿Acaso tengo deseos sensuales hacia mi hermana? Es ridículo; ella no me importa un ardite; estamos en malas relaciones y hace años que no cruzamos una palabra». Quizá para nosotros sería más fácil si estos soñantes no corroboraran ni desmintieran las tendencias que se les imputan; podríamos decir que son justamente cosas que ellos no saben de sí mismos. Pero en definitiva tiene que dejarnos perplejos que sientan dentro de sí exactamente lo contrario del deseo que se les apuntó, y puedan demostrar por su conducta en la vida el predominio de eso contrario. ¿No sería ya tiempo de arrojar a un lado todo el trabajo de la interpretación de sueños como algo que es llevado ad absurdum por sus resultados?
No; todavía no. También este argumento más fuerte sucumbe si lo abordamos críticamente. Suponiendo que dentro de la vida anímica existan tendencias inconcientes, carece de fuerza probatoria demostrar que en la vida conciente gobiernan sus opuestas. Quizá dentro de la vida del alma hay lugar también para tendencias opuestas, para contradicciones que subsisten unas al lado de las otras; y aun posiblemente el predominio de una de las mociones sea condición para que su opuesta permanezca inconciente. No obstante, de las objeciones planteadas en primer término, quedan en pie estas: los resultados de la interpretación del sueño no son simples, y son desagradables. A lo primero cabe replicar que ustedes, con todo ese fanatismo por lo simple, no podrían solucionar ni uno solo de los problemas del sueño; tienen que avenirse entonces a suponer condiciones más complejas. Y a lo segundo, que evidentemente no tienen derecho a usar el agrado o la repugnancia que puedan sentir como motivo para formular un juicio científico. ¿Conque los resultados de la interpretación del sueño les parecen desagradables, y aun humillantes y asquerosos? «Ça n'empêche pas d'exister(121)», oí decir en un caso parecido, siendo yo un joven médico, a mi maestro Charcot. Hay que ser humilde y dejar de lado buenamente las propias simpatías y antipatías cuando se pretende averiguar lo que en este mundo es real. Si un físico pudiera demostrarles que la vida orgánica de este planeta tiene que sufrir a corto plazo una parálisis total, ¿se atreverían ustedes a oponerle: «Eso no puede ser; esa perspectiva es demasiado desagradable»? Yo creo que ustedes callarán hasta que venga otro físico y le demuestre al primero que cometió una falla en sus premisas o en sus cálculos. Si ustedes arrojan de sí lo que les resulta desagradable, más bien repiten el mecanismo de la formación del sueño, en vez de comprenderlo y vencerlo.
Ahora ustedes acaso prometan prescindir del carácter chocante de los deseos oníricos censurados, y se retiren a este otro argumento: de todos modos es improbable que deba concederse al mal un espacio tan grande en la constitución del hombre. Pero, ¿las propias experiencias de ustedes los autorizan a decir eso? No quiero hablar del modo en que les gustaría verse a sí mismos, pero, ¿han hallado tanta benevolencia entre sus jefes y competidores, una conducta tan caballeresca en sus enemigos y tan poca envidia en quienes los rodean, que deban sentirse comprometidos a salir de fiadores de que no hay en la naturaleza humana una parte de maldad egoísta? ¿No saben bien, acaso, cuán desenfrenados y turbulentos son, en promedio, los hombres en todos los asuntos de la vida sexual? ¿O ignoran que todos esos atentados y trasgresiones con que soñamos por las noches son cometidos realmente todos los días por hombres despiertos, como crímenes? ¿Qué hace aquí el psicoanálisis sino corroborar el viejo dicho de Platón, que los buenos son los que se conforman con soñar aquello que los otros, los malos, hacen realmente? (Ver nota(122)).
Y ahora aparten la mirada de lo individual y contemplen la gran guerra que sigue asolando a Europa, piensen en la brutalidad, la crueldad y la mendacidad de que es pasto el mundo civilizado. ¿Creen realmente que un puñado de ambiciosos y farsantes inmorales habrían logrado desencadenar todos esos malos espíritus si los millones de seguidores no fueran sus cómplices? ¿Osan en estas circunstancias romper lanzas para sustentar la ausencia de maldad en la constitución anímica del hombre? (Vernota(123)).
Me reprocharán que yo juzgo unilateralmente la guerra; ella ha sacado a la luz también lo más hermoso y lo más noble del hombre, su espíritu heroico, su autosacrificio, su sentimiento social. Sin duda; pero no incurran también ustedes en !la injusticia que tan a menudo se comete contra el psicoanálisis cuando se le reprocha descreer de lo uno porque asevera lo otro. No es nuestro propósito poner en entredicho las aspiraciones nobles de la naturaleza humana, ni hemos hecho nada para despreciar su valor. Al contrarío; no sólo les muestro los deseos oníricos
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malos, censurados, sino también la censura que los sofoca y los hace irreconocibles. Nos detenemos con mayor insistencia en la maldad del hombre sólo porque los otros pretenden desmentirla, con lo cual la vida anímica del hombre no se vuelve mejor, sino incomprensible. Por lo tanto, si abandonamos la valoración ética unilateral, podremos hallar sin duda la fórmula más correcta en cuanto a la proporción del mal y el bien en la naturaleza humana.
Así pues, eso queda en pie. No nos hace falta renunciar a los resultados de nuestro trabajo en la interpretación del sueño, aunque no podamos menos que hallarlos sorprendentes. Quizá más adelante, por otros caminos, nos aproximemos a su comprensión. Provisionalmente establezcamos: La desfiguración onírica es una consecuencia de la censura ejercida por tendencias admitidas del yo en contra de mociones de deseo cualesquiera, chocantes, que se agitan en nosotros por las noches, mientras dormimos. En cuanto a por qué precisamente por las noches, y a la proveniencia de estos deseos reprobables, mucho queda ahí todavía por preguntar y por investigar.
Pero haríamos mal si omitiéramos destacar ahora debidamente otro resultado de estas indagaciones. Los deseos oníricos que quieren perturbarnos mientras dormimos nos son desconocidos, únicamente por la interpretación del sueño nos enteramos de ellos; es preciso definirlos, por tanto, como inconcientes por el momento, en el sentido ya dicho. Pero tenemos que decirnos que son inconcientes más que por el momento. El soñante desmiente su realidad, según lo hemos experimentado tantas veces, después de haber llegado a conocerlos por la interpretación del sueño. Así se repite el caso con que tropezamos por primera vez, en la interpretación del trastrabarse «eructar», cuando el que hizo el discurso del brindis aseguraba, indignado, que ni entonces ni antes de entonces había tenido conciencia de un conato irreverente hacia su jefe. Ya en esa ocasión habíamos puesto en duda el valor de un aseguramiento así, y lo habíamos sustituido por el supuesto de que el orador permanentemente no sabe nada de esta moción presente en él. Lo mismo se repite ahora a raíz de la interpretación de todo sueño fuertemente desfigurado, y cobra entonces importancia para nuestra concepción. Ahora estamos preparados para suponer que en la vida anímica existen procesos, tendencias, de los que uno no sabe absolutamente nada, no sabe nada desde hace mucho tiempo y aun quizá nunca ha sabido nada. Así lo inconciente adquiere para nosotros un nuevo sentido; el «por el momento» o «temporariamente» se esfuma de su esencia: puede significar permanentemente inconciente, y no sólo «latente por el momento». Desde luego, tendremos que hablar de nuevo sobre esto.

10ª conferencia. El simbolismo en el sueño

(Ver nota(124))
Señoras y señores: Hemos hallado que la desfiguración onírica que nos estorba la comprensión del sueño es consecuencia de una actividad censuradora dirigida contra las mociones de deseo inconcientes, desagradables. Pero, desde luego, no hemos aseverado que la censura sea el único factor responsable de la desfiguración onírica, y en verdad, por el posterior estudio del sueño, podremos descubrir que en este efecto participan otros factores. Esto equivale a decir que ni siquiera si se eliminase la censura onírica estaríamos todavía en condiciones de comprender los sueños, el sueño manifiesto no sería aún idéntico a los pensamientos oníricos latentes.
A este otro factor que hace impenetrable al sueño, a esta nueva contribución a la desfiguración onírica, la descubrimos si prestamos atención a una laguna de nuestra técnica. Ya les he concedido que a veces al analizado no se le ocurre realmente nada sobre elementos singulares del sueño. Es verdad que ello no sucede tan a menudo como él lo asevera; en muchos casos la ocurrencia puede arrancarse perseverando. No obstante, restan casos en que la asociación fracasa o, si se la arranca, no brinda lo que esperábamos de ella. Si esto sucede durante un tratamiento psicoanalítico, posee un significado particular que no nos interesa aquí (ver nota(125)). Pero también se presenta en la interpretación de sueños con personas normales o en la interpretación de sueños propios. Si uno se convence de que en tales casos de nada vale presionar, termina por descubrir que esa contingencia no deseada se presenta a raíz de determinados elementos oníricos, y empieza a reconocer una nueva legalidad allí donde al comienzo se creía experimentar sólo un excepcional fracaso de la técnica.
De tal manera, uno tiene la tentación de interpretar por sí mismo esos elementos oníricos «mudos», de emprender por sus propios medios una traducción de ellos. Y se le impone con evidencia que toda vez que arriesga esa sustitución obtiene un sentido satisfactorio, mientras que el sueño permanece falto de sentido y su trama interrumpida hasta que uno no se resuelve a esa intervención. La acumulación de muchos casos enteramente parecidos se encarga después de proporcionar la certeza requerida a nuestro experimento, al comienzo tímido.
Expongo todo esto de una manera un poquito esquemática, pero con fines de instrucción eso está permitido, y además, no falseo sino que meramente simplifico.
De este modo se obtienen para una serie de elementos oníricos traducciones constantes, y por ende completamente similares a las que hallamos para todas las cosas soñadas en nuestros libros populares sobre los sueños. No olviden que en nuestra técnica de la asociación nunca aparecen sustituciones constantes de los elementos oníricos.

Enseguida dirán ustedes que esta vía de interpretación les parece aún más incierta y
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cuestionable que la anterior, que hacía uso de las libres ocurrencias. Pero hay algo más. En efecto, cuando por la experiencia se ha reunido un número suficiente de esas sustituciones constantes, uno llega a decirse que su propio conocimiento le habría permitido obtener de hecho estos fragmentos de la interpretación del sueño; realmente podían comprenderse sin las ocurrencias del soñante. ¿De dónde conoceríamos su significado? Lo averiguaremos en la segunda mitad de nuestra elucidación.
Llamamos simbólica a una relación constante de esa índole entre un elemento onírico y su traducción, y al elemento onírico mismo, un símbolo del pensamiento onírico inconciente. Recuerdan ustedes que antes, a raíz de la indagación de las relaciones entre elementos oníricos y lo genuino de ellos, yo distinguí tres de tales relaciones: la de la parte al todo, la de la alusión y la de la ilustración en imágenes. En ese momento les anuncié una cuarta, pero no la nombré. Esa cuarta es la que aquí introduzco, la simbólica. Con ella se ligan discusiones muy interesantes, que consideraremos antes de exponer nuestras observaciones especiales sobre el simbolismo. El simbolismo es quizás el capítulo más asombroso de la doctrina del sueño.
Ante todo: En la medida en que los símbolos son traducciones fijas, realizan en cierto grado el ideal tanto antiguo cuanto popular de la interpretación del sueño, del cual nos habíamos alejado mucho por nuestra técnica. En ciertas circunstancias nos permiten interpretar un sueño sin indagar al soñante, quien, por lo demás, nada sabe decir sobre el símbolo. Si uno conoce los símbolos oníricos usuales y, además, la persona del soñante, las circunstancias en que vive y las impresiones tras las cuales sobrevino el sueño, a menudo está habilitado para interpretar sin más un sueño, para traducirlo, digamos, de primera intención. Un virtuosismo así lisonjea al intérprete del sueño e impresiona al soñante; contrasta agradablemente con el laborioso trabajo de indagación del soñante. Pero no se dejen ustedes seducir por eso. No es nuestra tarea crear virtuosismos. La interpretación basada en el conocimiento de los símbolos no es una técnica que pueda sustituir a la asociativa o medirse con ella. Es su complemento, y únicamente insertada dentro de ella brinda resultados utilizables. Y por lo que atañe al conocimiento de la situación psíquica del soñante, tengan en cuenta que no sólo se les ofrecerán para interpretar sueños de personas bien conocidas; que por lo general no conocerán los acontecimientos diurnos excitadores del sueño, y que las ocurrencias del analizado les aportarán precisamente el conocimiento de aquello que se llama situación psíquica.
Por otra parte, es desde todo punto de vista asombroso, aun considerando unos nexos que después mencionaremos, que también se hayan expresado las resistencias más enconadas contra la existencia de la referencia simbólica entre sueño e inconciente. Aun personas juiciosas y de prestigio, que habían acompañado al psicoanálisis durante un buen trecho de su camino, se han negado a seguirlo aquí. Ahora bien, esta conducta es tanto más asombrosa cuanto que, en primer lugar, el simbolismo no pertenece con exclusividad al sueño ni es característico de él y, en segundo lugar, el simbolismo dentro del sueño ni siquiera fue descubierto por el psicoanálisis, aunque en otros terrenos este no ha sido pobre en descubrimientos sorprendentes. Como descubridor del simbolismo en el sueño ha de mencionarse, si es que a toda costa se quiere asignarle un comienzo en los tiempos modernos, al filósofo K. A. Scherner (1861). El psicoanálisis ha corroborado el descubrimiento de Scherner, modificándolo de una manera a todas luces radical.
Ahora querrán ustedes oír algo sobre la esencia del simbolismo onírico, y ejemplos de él. De buena gana les comunicaré lo que sé, pero les confieso que nuestro conocimiento no llega a tanto como nos gustaría.
La esencia de la referencia simbólica es una comparación, pero no una cualquiera. Uno sospecha que esta comparación está sujeta a un condicionamiento particular, pero no puede decir en qué consiste. No todo lo que podemos comparar con un objeto o con un proceso emerge también en el sueño en calidad de símbolo de estos. Por otra parte, el sueño tampoco lo simboliza todo, sin importar qué, sino sólo determinados elementos de los pensamientos oníricos latentes. Por tanto, hay aquí restricciones en ambas direcciones. Debe admitirse también que el concepto de símbolo no está por ahora deslindado con nitidez, se confunde con la sustitución, la figuración, etc., y aun se aproxima a la alusión. En una serie de símbolos, la comparación subyacente es bien notoria. junto a ellos hay otros símbolos respecto de los cuales tenemos que preguntarnos dónde, pues, ha de buscarse lo común, el tertium comparationis de esta comparación presunta. Quizá lo descubramos después mediante una reflexión más detenida, o quizá se nos oculte realmente. Además, si el símbolo es una comparación, es extraño que esta última no se deje despejar por medio de la asociación, y que, no conociéndola, el soñante se sirva de ella sin saberlo. Y aún más: que el soñante no tenga ninguna gana de reconocer esta comparación una vez que le ha sido presentada. Ven ustedes, entonces, que una referencia simbólica es una comparación de tipo muy particular, cuyo fundamento no hemos aprehendido todavía claramente. Tal vez más adelante podamos hallar referencias a e so desconocido.
La gama de cosas que encuentran figuración simbólica en el sueño no es grande: el cuerpo humano como un todo, los padres, hijos, hermanos, el nacimiento, la muerte, la desnudez ... y algunas otras. La única figuración típica, o sea, regular, de la persona humana como un todo es la de la casa, según lo ha reconocido Scherner, quien hasta querría conferirle a este símbolo una importancia sobresaliente, que no le corresponde. En sueños sucede que uno, ora placenteramente, ora con angustia, se descuelga por fachadas de casas. Las que tienen paredes enteramente lisas son hombres; las provistas de salientes y balcones en los que uno puede sostenerse son mujeres. Los padres aparecen en el sueño como emperador y emperatriz, rey y reina [loc. cít.], o como otras personas encumbradas; el sueño es aquí, pues, muy piadoso. De manera menos tierna procede hacia hijos y hermanos; estos son simbolizados como animales pequeños, sabandijas. Casi por regla general, el nacimiento encuentra figuración mediante una relación con el agua; o bien uno se precipita en el agua o sale de esta, rescata a una persona del agua o es rescatado por ella, esto es, tiene con ella una relación como la de la madre y el hijo. El morir es sustituido en el sueño por el partir, el viajar en ferrocarril, y el estar muerto, por diversas alusiones oscuras y, por así decir, vacilantes; la desnudez, mediante vestidos y uniformes. Como ven ustedes, aquí se borran las fronteras entre figuración simbólica y figuración alusiva.
Por comparación con la pobreza de esta enumeración, tiene que resaltar llamativo que objetos y contenidos de otro círculo sean figurados mediante un simbolismo extraordinariamente rico. Es el círculo de la vida sexual, de los genitales, de los procesos sexuales, del comercio sexual. La inmensa mayoría de los símbolos del sueño son símbolos sexuales. Esto pone de resalto una asombrosa desproporción. Los contenidos designados son sólo unos pocos, los símbolos para ellos inconmensurablemente muchos, de suerte que cada una de estas cosas puede ser expresada por numerosos símbolos, de valor casi idéntico. El resultado, cuando se los
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interpreta, excita universal repugnancia. Las interpretaciones de símbolos son, a diferencia de la multiplicidad de las figuraciones oníricas, harto monótonas. Provocan desagrado en todas las personas que toman conocimiento de ellas; peto, ¿qué hacer en contra de eso?
Como es la primera vez que en esta conferencia se habla de contenidos de la vida sexual, les debo una explicación sobre la manera en que pienso tratar este tema. El psicoanálisis no halla motivo alguno para ocultamientos y alusiones; no juzga necesario avergonzarse por ocuparse de este importante tema; opina que es correcto y decoroso llamar a todo por su nombre verdadero y espera que ese ha de ser el mejor modo de alejar segundos pensamientos perturbadores. Y la circunstancia de hablar frente a un público mixto, formado por personas de ambos sexos, en nada puede modificar esto. Así como no hay ninguna ciencia ín usum delphini , tampoco la hay para colegialas, y las damas que veo entre ustedes, al presentarse en esta sala de conferencias, han dado a entender que quieren ser tratadas en un pie de igualdad con los hombres.
Para los genitales masculinos, entonces, el sueño cuenta con un número de figuraciones que han de llamarse simbólicas, en que lo común de la comparación es las más de las veces muy claro. Primero, para los genitales masculinos en total tiene significación simbólica el número sagrado 3. Su componente más llamativo, e interesante para ambos sexos, el miembro masculino, halla sustituto simbólico en primer lugar mediante cosas que se le parecen en la forma, y por tanto son alargadas y enhiestas, como bastones, paraguas, varas, árboles, etc. Además, mediante objetos que tienen en común con lo designado la propiedad de penetrar-en-el-cuerpo y de herir: armas aguzadas de cualquier clase, cuchillos, dagas, lanzas, sables; pero también mediante armas de fuego: fusiles, pistolas, y elrevólver, tan idóneo para ello por su forma. En los sueños de angustia de las muchachas, la persecución por un hombre con un cuchillo o un arma de fuego desempeña un gran papel. Es quizás este el caso más frecuente del simbolismo onírico, que ahora ustedes pueden traducir con facilidad. Comprensible sin irás es también la sustitución del miembro masculino por objetos de los que fluye agua: grifos, regaderas, surtidores, y por otros objetos que son susceptibles de alargarse, como lámparas colgantes, portaminas extensibles, etc. Que portaminas, estilográficas, limas de uñas, martillos y otros instrumentos sean indudables símbolos sexuales masculinos se relaciona con una concepción del órgano no demasiado remota.
La asombrosa propiedad del miembro de poder enderezarse en contra de la fuerza de la gravedad, uno de los fenómenos parciales de la erección, lleva a su figuración simbólica mediante aeróstatos, máquinas voladoras, y, según un dato recentísimo, por el dirigible Zeppelin. Pero el sueño conoce todavía otro modo, más expresivo, de simbolizar la erección. Convierte al miembro sexual en lo esencial de la persona toda, y hace volar a esta última. No se apenen ustedes por el hecho de que los sueños de vuelo, a menudo tan hermosos, que todos conocemos, tengan que ser interpretados como sueños de excitación sexual general, como sueños de erección. Entre los investigadores del psicoanálisis, P. Federn [1914] ha certificado esta interpretación fuera de toda duda; pero también el tan alabado por su sobriedad Mourly Vold [1910-12], que realizó aquellos experimentos con posiciones artificiales de brazos y piernas a los que ya aludí, y que estaba realmente bien lejos del psicoanálisis y quizá nada sabía de él, ha llegado por sus investigaciones a una conclusión idéntica. Y no esgriman ustedes como objeción el hecho de que también las mujeres pueden tener estos mismos sueños de vuelo. Mejor acuérdense de que nuestros sueños quieren ser cumplimientos de deseo, y que el deseo de ser un hombre se encuentra en la mujer con harta frecuencia, conciente o inconcientemente. Y que la mujer puede realizar este deseo mediante las mismas sensaciones que el hombre, he ahí algo que no desconcertará a nadie que conozca anatomía. La mujer posee en sus genitales también un pequeño miembro semejante al masculino, y este pequeño miembro, el clítoris, desempeña aun en la infancia y en la edad previa al comercio sexual el mismo papel que el miembro grande del hombre (ver nota(126)).
Entre los símbolos sexuales masculinos menos comprensibles se cuentan ciertos reptiles y peces, sobre todo el famoso símbolo de la serpiente. ¿Por qué elsombrero y el manto han hallado el mismo empleo? Sin duda no es fácil colegirlo, pero su significado simbólico es desde todo punto de vista indubitable. Por último, cabe preguntarse todavía si la sustitución del miembro masculino por otro miembro, el pie o la mano, puede caracterizarse como simbólica. Creo que nos vemos precisados a hacerlo por el contexto y por sus contrapartidas femeninas.
Los genitales femeninos son figurados simbólicamente por medio de todos aquellos objetos que comparten su propiedad de incluir un espacio cóncavo que puede recoger algo dentro de él. Así, por pozos, cuevas y cavidades, por vasijas y frascos, por cajas, tabaqueras, baúles, cofres, cestas, bolsos, etc. También el barcopertenece a esta serie. Muchos símbolos se relacionan más con el vientre materno que con los genitales de la mujer, como armarios, hornos y, sobre todo, lahabitación. El simbolismo de la habitación linda aquí con el simbolismo de la casa; puertas y portales pasan a ser, a su vez, símbolos de la abertura genital. Pero también ciertos materiales son símbolos de la mujer: lo madera, el papel, y objetos hechos de estos materiales, como la mesa y el libro. Entre los animales, por lo menos el caracol y los moluscos valvados han de mencionarse como indubitables símbolos femeninos; entre las partes del cuerpo, la boca como subrogación de la abertura genital y, entre los edificios, las iglesias y capillas. Como vemos, no todos los símbolos se comprenden igualmente bien.
Entre los genitales tienen que contarse los pechos, que, al igual que los hemisferios mayores del cuerpo femenino, encuentran su figuración en manzanas, melocotones y frutos en general. Al vello pubiano de ambos sexos, el sueño lo describe como bosque y matorral. La complicada topografía de las partes sexuales femeninas explica que con harta frecuencia se las figure como paisaje con roca, bosque y agua, mientras que el imponente mecanismo del aparato sexual masculino lleva a que pasen a ser símbolos de él toda clase de máquinas complejas y difíciles de describir.
Otro símbolo de los genitales femeninos digno de mención es el alhajero(127); también en el sueño, alhaja y tesoro son designaciones de la persona amada; losdulces, una frecuente figuración del goce sexual. La satisfacción con los genitales propios es aludida mediante todo tipo de juego {Spielen}, incluyendo el tocar el piano {Klavierspiel}. Refinadas figuraciones simbólicas del onanismo son el deslizarse y el resbalar, así como el arrancar una rama. Un símbolo onírico particularmente notable es la caída de un diente o la extracción de un diente. Significa primordialmente, a no dudarlo, la castración como castigo por el onanismo[loc. cit.]. Figuraciones particulares del comercio sexual se encuentran en el sueño en menor número de lo que pudiera esperarse por lo comunicado hasta aquí. Deben mencionarse actividades rítmicas como danzar, cabalgar y trepar, y también vivencias violentas como el ser aplastado. Además, ciertas actividades artesanales y, desde luego, la amenaza con armas.
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No crean ustedes que el uso y la traducción de estos símbolos son sumamente simples. Se presentan en ellos toda clase de cosas que contradicen nuestra expectativa. Por ejemplo, apenas parece creíble, pero en estas figuraciones simbólicas las diferencias entre los sexos a menudo no se mantienen bien deslindadas. Muchos símbolos significan un genital en general, sin que importe que sea masculino o femenino, por ejemplo, un niño pequeño, hijo pequeño ohija pequeña(128). Otras veces, un símbolo predominantemente masculino puede usarse para un genital femenino, o a la inversa. Esto no se comprende si antes no se obtiene un mejor entendimiento sobre el desarrollo de las representaciones sexuales en los seres humanos. En muchos casos esta ambigüedad de los símbolos puede ser sólo aparente; los símbolos más patentes, como armas, bolsos, cestas, están por cierto excluidos de este uso bisexual.
Ahora no quiero partir de lo figurado, sino del símbolo. Daré un panorama de los ámbitos de donde se toman la mayoría de las veces los símbolos sexuales, y agregaré algunaacotación con particular referencia a los símbolos en los que no se advierte el elemento común que les sirvió de base. Un símbolo oscuro de esa índole es el sombrero, y quizás en general todo lo que cubra la cabeza; habitualmente tiene significado masculino, pero también es susceptible del femenino (ver nota(129)). De igual modo, el manto significa un hombre, quizá no siempre con referencia genital. Dejo librado a ustedes el inquirir por qué (ver nota(130)). Lacorbata que pende, y que la mujer no lleva, es un símbolo nítidamente masculino. Ropa interior y ropa blanca, en general, son femeninos; vestidos, uniformes, son, como ya vimos, sustitutos de desnudez, formas del cuerpo; zapatos, pantuflas, son genitales femeninos; mesa y madera ya se mencionaron como símbolos enigmáticos, pero ciertamente femeninos. Las escalas de cuerda, las escaleras de mano o las escaleras interiores de las casas, así como el subir por ellas, son símbolos seguros del comercio sexual. Ante una reflexión más detenida, el carácter rítmico de esta subida nos saltará a la vista como el término común; quizá también el aumento de la excitación, el jadeo a medida que se trepa.
Al paisaje aludimos ya como figuración de los genitales femeninos. Monte y roca son símbolos del miembro masculino; el jardín, un símbolo habitual de los genitales femeninos. El fruto no hace las veces del hijo, sino de los pechos. Animales salvajes signif ican personas sensualmente excitadas, y además, pulsiones malas, pasiones. Florescencia y flores designan los genitales de la mujer o, en especial, la virginidad. No olviden ustedes que las flores son realmente los genitales de las plantas (ver nota(131)).
A la habitación ya la conocemos como símbolo. La figuración puede proseguirse aquí, cobrando las ventanas y las entradas y salidas de la habitación el significado de las aberturas del cuerpo. También el estar abierta o cerrada la habitación condice con este simbolismo, y la llave, que la abre, es un seguro símbolo masculino.
Sería ese, pues, un material para el simbolismo onírico. No está completo y se lo podría aumentar tanto en profundidad cuanto en extensión. Pero creo que habrá de parecerles más que suficiente, y quizá se hayan exasperado ustedes. Preguntarán: «¿Vivo yo acaso, realmente, en medio de símbolos sexuales? ¿Son todos los objetos que me rodean, todos los vestidos que me pongo, todas las cosas que tomo en la mano, siempre y repetidamente símbolos sexuales y ninguna otra cosa?». Hay en verdad sobrada ocasión para asombrados interrogantes, y el primero de ellos diría: ¿Cómo habríamos de conocer con propiedad el significado de estos símbolos oníricos para los cuales el soñante mismo no nos da información o nos la da sólo insuficientemente?
Yo respondo: partiendo de fuentes muy diversas, de los cuentos tradicionales y mitos, de los chascarrillos y chistes, del folklore (vale decir: el saber sobre las costumbres, usos, refranes y canciones de los pueblos), del lenguaje poético y del lenguaje usual. Este mismo simbolismo se presenta por doquier, y en muchos de estos lugares lo comprendemos sin más instrucción. Si estudiamos con detalle estas fuentes, encontraremos tantos paralelos con el simbolismo onírico que nos veremos llevados a dar por ciertas nuestras interpretaciones.
El cuerpo humano, dijimos, encuentra a menudo en el sueño, según Scherner, una figuración por el símbolo de la casa. Continuando esta figuración, vienen después las ventanas, puertas y portales, los ingresos en las cavidades del cuerpo; las fachadas lisas o provistas con balcones y saledizos para sostenerse. Ahora bien, este simbolismo se encuentra en nuestro lenguaje usual, cuando saludamos familiarmente a un viejo conocido como «altes Hous» (casa vieja), cuando hablamos de darle a uno «eins aufs Dachl» {una reprimenda; literalmente, «una sobre el tejado»}, o aseveramos de otro que «anda mal de la azotea». En la anatomía, las aberturas del cuerpo se llaman directamente Leibesplorten {portales del cuerpo}.
Que encontremos en el sueño a los padres como pareja de emperadores y reyes es a primera vista sorprendente, pero esto tiene su paralelo en los cuentos. ¿No empezamos a sospechar que los muchos cuentos que empiezan «Había una vez un rey y una reina» no quieren decir sino «Había una vez un padre y una madre»? En familia llamamos a los niños, en broma, príncipes, pero al mayor, príncipe heredero. El rey mismo se llama padre del país {Landesvater}. A los niños pequeños los llamamos bromeando gusanos {Würmer} y decimos, compasivamente: «Pobre gusano» {das arme Wurm}.
Volvamos al simbolismo de la casa. Cuando en el sueño aprovechamos para sostenernos los saledizos de las casas, ¿no trae esto a la memoria el conocido dicho popular sobre un busto muy desarrollado: «Ella tiene de dónde sostenerse»? En un caso así, el pueblo se expresa todavía de otro modo; dice: «Ella tiene muchamadera en el frente de la casa», como si quisiera venir en auxilio de nuestra interpretación de que la madera es un símbolo femenino, materno.
Algo más sobre la madera. No comprendemos cómo este material ha llegado a ser subrogación de lo materno, de lo femenino. Quizá nos ayude la filología comparada. Nuestra palabra alemana «HoIz» {madera} parece venir del mismo origen que la griega que significa material, materia prima. Estaríamos frente al caso, no raro, de un nombre genérico para «material» que en definitiva quedó reservado para un material particular. Ahora bien, hay en el océano una isla que lleva el nombre de Madeira. Es el que le dieron los portugueses cuando el descubrimiento, porque en esa época estaba toda cubierta por bosques. En efecto, madeirasignifica, en la lengua de los portugueses, madera. Pero ustedes saben que madeira no es otra cosa que la palabra latina, poco alterada, materia, que a su vez significa material en general. Ahora bien, materia deriva de mater, madre. El material en que algo consiste es, por así decir, su parte materna. En el uso simbólico de madera por mujer, madre, sobrevive, por tanto, esta antigua concepción.
El nacimiento es expresado en el sueño, por lo general, mediante una relación con el agua; uno se zambulle en el agua o sale de ella, vale decir, pare o es parido. Ahora bien, no olvidemos que
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este símbolo puede apelar por partida doble a una verdad de la historia evolutiva. No sólo todos los mamíferos terrícolas, incluidos los predecesores del hombre, han surgido de animales acuáticos -este sería el hecho más remoto-; también cada mamífero singular, cada hombre, ha pasado la primera fase de su existencia en el agua, a saber, ha vivido como embrión dentro del vientre de su madre en el líquido amniótico, y con el nacimiento ha salido del agua. No pretendo aseverar que el soñante lo sepa; al contrario, sostengo que no le hace falta saberlo. Es probable que sepa otra cosa distinta, la que le dijeron en su infancia; también con relación a esto aseveraré que ese saber nada le aportó para la formación del símbolo. Los encargados de su crianza le dijeron que es la cigüeña la que trae los niños, pero, ¿de dónde los toma? Del estanque, de la fuente, y entonces de nuevo del agua. Uno de mis pacientes, en ese tiempo un pequeño condesito, tras recibir esa información desapareció toda una tarde. Por último se lo halló al borde del estanque del castillo, su carita inclinada sobre el espejo de agua y espiando con ahínco para ver si podía divisar a los niñitos en el fondo.
En los mitos del nacimiento del héroe, que Otto Rank [19091 ha sometido a una investigación comparativa -el más antiguo es el del rey Sargon de Agade, alrededor de 2800 a. C.-, la exposición en el agua y el rescate del agua desempeñan un sobresaliente papel. Rank los ha reconocido como figuraciones del nacimiento, análogas a las usuales en el sueño. Si alguien en el sueño rescata a una persona del agua, es que se convierte en su madre o, lisa y llanamente, en madre; en el mito, una persona que salva a un niño del agua se confiesa como la verdadera madre del niño. Hay un conocido chiste en que le preguntan a un inteligente muchacho judío: «¿Quién fue la madre de Moisés?», y él responde sin vacilar: «La princesa». «Pero no -se le recuerda-, ella solamente lo sacó del agua». «Eso dice ella», replica el muchacho, y así demuestra haber hallado la interpretación correcta del mito (ver nota(132)).
El partir significa en el sueño morir. Es también usual en la crianza de los niños, cuando preguntan por el paradero de un muerto a quien echan de menos, decirles que se fue de viaje. De nuevo me opondría yo a la creencia de que el símbolo onírico proviene de este subterfugio a que se recurre con el niño. El dramaturgo(133) se sirve de esta misma relación simbólica cuando habla del más allá como de una tierra no descubierta, una comarca de la cual ningún viajero regresa. También en la vida cotidiana es totalmente habitual que hablemos del último viaje. Todo el que conozca los ritos antiguos sabe cuán en serio, por ejemplo en las creencias del antiguo Egipto, se tornaba la idea de un viaje al país de la muerte. Se han conservado hasta nuestros días muchos ejemplares del Libro de los muertos, que, como un Baedeker(134), se le proporcionaba a la momia para ese viaje. Desde que los enterramientos se separaron de las viviendas, el último viaje del difunto se convirtió en realidad.
El simbolismo genital es menos atribuible todavía al sueño solo. Todos ustedes habrán sido alguna vez tan descorteses como para denominar a una mujer «caja vieja» {alte Schachtell, quizá sin saber que se valían de un símbolo genital. El Nuevo Testamento dice: La mujer es una vasija frágil. Las Sagradas Escrituras de los judíos, en su estilo tan próximo al poético, rebosan de expresiones de simbolismo sexual que no siempre se han comprendido rectamente y cuya exégesis, por ejemplo en el Cantar de los Cantares(135),ha llevado a numerosos malentendidos. En la literatura hebraica posterior, la figuración de la mujer como casa, donde las puertas subrogan a la abertura genital, está muy difundida. Por ejemplo, si halla que su mujer no es virgen, el hombre se queja de que ha encontrado la puerta abierta. También el símbolo mesa para mujer es conocido en esta literatura. La mujer dice de su marido: «Yo le tendí la mesa, pero él la revolvió». Niños tullidos nacerían cuando el hombre revuelve la mesa. Tomo estos documentos de un ensayo de L. Levy, de Brno [1914 ].
Que también los barcos del sueño significan mujeres nos lo hacen creíble los expertos en etimologías, quienes aseveran que barco {Schiff} fue en su origen el nombre de una vasija de arcilla, y es la misma palabra que Schalf {palabra dialectal que significa tina}. Que el horno indica la mujer y su vientre nos lo corrobora la saga griega de Periandro de Corinto y su mujer Melisa. Según relata Herodoto, el tirano idolatraba a su esposa, pero la había matado por celos; cuando conjuró a su sombra para que le diese algún indicio de ella, la muerta se identificó diciéndole que él, Periandro, había introducido su pan en un horno frío, dándole así a entender encubiertamente un hecho que de ninguna otra persona podía ser conocido. En la publicación periódica Anthropophyteia, dirigida por F. S. Krauss, fuente insustituible para todo lo que atañe a la vida sexual de los pueblos (ver nota(136)), leemos que en cierta comarca de Alemania se dice, de una mujer que ha parido: «El horno se le partió». La preparación del fuego y todo lo relativo a este están penetrados hasta el tuétano por un simbolismo sexual. Siempre la llama es un genital masculino, y el lugar donde se enciende el fuego, el fogón, un vientre femenino.
Si les ha resultado asombrosa la frecuencia con que los paisajes se usan en el sueño para figurar los genitales femeninos, dejen ustedes que los mitólogos les enseñen el papel que la Madre Tierra ha desempeñado en las concepciones y cultos de la Antigüedad y el modo en que la concepción de la agricultura estuvo determinada por ese simbolismo. Que Zimmer {habitación} representa en el sueño Fratienzimmer {mujer}, se inclinarán ustedes a inferirlo de nuestro uso lingüístico, que remplaza Frau {mujer} por Frauenzimmer(137), vale decir, hace que la persona humana esté subrogada por el espacio destinado a ella. De manera parecida hablamos de la «Sublime Puerta(138)» y con ello entendemos al Sultán y a su gobierno; también el título del señor del antiguo Egipto, faraón, no significaba otra cosa que «gran recinto». (En el antiguo Oriente, los recintos entre las puertas dobles de la ciudad eran lugares de reunión, como en el mundo clásico lo fueron las plazas del mercado.) No obstante, opino que esta derivación es demasiado superficial. juzgo más verosímil que la habitación se haya convertido en símbolo de la mujer en cuanto es el espacio que circunda a los seres humanos. A la casa la conocemos ya en ese significado; por la mitología y por el estilo poético nos es lícito agregar ciudad, ciudadela, castillo, fortaleza, como otros tantos símbolos para la mujer, Fácil sería resolver este problema recurriendo a sueños de personas que no hablan alemán ni lo entienden. En los últimos años he tratado sobre todo a pacientes que hablan lenguas extranjeras, y creo recordar que en sus sueños la habitación significaba también mujer, aunque en sus idiomas no disponían de ningún uso análogo. Hay otros indicios de que la referencia simbólica puede rebasar los límites idiomáticos, cosa que por lo demás ya aseveró Schubert [1814], el viejo investigador de los sueños. Empero, ninguno de mis soñantes ignoraba por completo el alemán, de suerte que tengo que dejar ese discernimiento a aquellos psicoanalistas que en otros países puedan recoger experiencias en personas monolingües.
Entre las figuraciones simbólicas de los genitales masculinos, difícilmente haya una que no aparezca repetidamente en el uso lingüístico jocoso, vulgar, o en el poético, sobre todo en los dramaturgos de la Antigüedad clásica. Pero aquí no encontramos sólo los símbolos que emergen en el sueño, sino también otros nuevos, por ejemplo los instrumentos de diversos quehaceres, en primer lugar el arado. Por lo demás, con la figuración simbólica de lo masculino nos aproximamos a un ámbito muy extenso y discutido, del que nos mantendremos apartados
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por motivos de economía. Unicamente al símbolo del 3, que por así decir se sale de la serie, quiero consagrarle algunas observaciones. No entraremos a considerar si esta cifra no debe acaso su sacralidad a esa referencia simbólica. Empero, parece seguro que muchas cosas que en la naturaleza se presentan tripartitas deben a ese significado simbólico su uso en escudos de armas y en emblemas; por ejemplo, el trébol. También la llamada flor de lis francesa, y los curiosos escudos de armas de dos islas tan apartadas entre sí como lo están Sicilia y la Isla de Man, el trisquelión (tres piernas semiflexionadas que arrancan de un centro), no parecen sino estilizaciones de un genital masculino. Efigies del miembro masculino eran consideradas en la Antigüedad como los más potentes medios de defensa (Apotropaea) contra los malos influjos, y en relación con ello está el hecho de que todos los amuletos de la suerte empleados en nuestros días se reconocen fácilmente como símbolos genitales o sexuales. Consideremos una colección de ellos, por ejemplo, la que se lleva en la forma de pequeños dijes de plata: un trébol de cuatro hojas, un chancho, un hongo, una herradura, una escalera, un deshollinador de chimeneas. El trébol de cuatro hojas está en lugar del trébol de tres hojas, el verdaderamente apto para símbolo; el chancho es un antiguo símbolo de la fecundidad; el hongo es un innegable símbolo fálico -hay hongos que a su inequívoca semejanza con el miembro masculino deben su nombre taxonómico (Phallus impudicus)-; la herradura repite el esbozo de la abertura genital femenina, y el deshollinador, que lleva la escalera, calza en esta relación de comunidad, porque practica una de esas maniobras con que vulgarmente es comparado el comercio sexual (véase Anthropophyteia).
De su escalera hemos tomado noticia en el sueño como símbolo sexual; el uso lingüístico del alemán viene aquí en nuestro auxilio, mostrándonos el modo en que la palabra «Steigen» {montar, trepar) es usada en un sentido refinadamente sexual. Se dice: «den Frauen nachsteigen» {«rondar a las mujeres»; literalmente, montarlas}, y «ein alter Steiger» {«un viejo Don Juan»; literalmente, un viejo montadoril. En francés, donde «escalón» se dice marche, hallamos de manera enteramente análoga esta expresión, para un viejo calavera: «un vieux marcheur». Probablemente no sea ajeno a esta conexión el hecho de que el comercio sexual de muchos grandes animales tiene por premisa un montar, un montársele a la hembra (ver nota(139)).
El arrancar una rama como figuración simbólica del onanismo no sólo se corresponde con designaciones vulgares del acto onanista (ver nota(140)) sino que tiene también extensos paralelos mitológicos. Particularmente asombrosa, empero, es la figuración del onanismo o, mejor, de su castigo, la castración, mediante la caída o extracción de un diente, porque en la etnología le encontramos una homología que poquísimos soñantes han de conocer. No me parece dudoso que la circuncisión, practicada por tantos pueblos, sea un equivalente y un relevo de la castración. Y ahora se nos informa que en Australia ciertas tribus primitivas ejecutan la circuncisión como rito de pubertad (en la celebración de la virilidad de los jóvenes), mientras que otras, que moran en la vecindad, han estatuido en lugar de este acto la extracción de un diente.
Con estos ejemplos, doy fin a mi exposición. Son sólo ejemplos; sabemos más sobre eso, y pueden ustedes fígurarse cuánto más rica e interesante resultaría una colección así si fuera emprendida, no por diletantes como nosotros, sino por los verdaderos especialistas en la mitología, la antropología, la lingüística, el folklore.
Lo dicho nos impone algunas conclusiones que no pueden ser exhaustivas, pero nos darán mucho que pensar. En primer lugar, nos enfrentamos con el hecho de que el soñante dispone de modos de expresión simbólica que en la vigilia no conoce ni reconoce. Esto es tan asombroso como si ustedes descubrieran que la muchacha de servicio entendía el sánscrito, siendo que ustedes saben que nació en una aldea de Bohemia y nunca lo ha aprendido. No es fácil dar cuenta de este hecho con nuestras concepciones psicológicas. Sólo podemos decir que el conocimiento del simbolismo es inconciente para el soñante, pertenece a su vida mental inconciente. Pero tampoco con este supuesto nos alcanza. Hasta aquí sólo nos habíamos visto forzados a suponer aspiraciones inconcientes de tal índole que nada se sabe de ellas temporaria o permanentemente. Pero ahora se trata de algo más, precisamente de conocimientos inconcientes, de conexiones conceptuales, de comparaciones entre objetos diversos, que llevan a que pueda remplazarse de manera constante uno por el otro. Estas comparaciones no se establecen como algo nuevo cada vez, sino que ya están disponibles, están listas de una vez para siempre; es lo que resulta de su concordancia en diversas personas, concordancia esta que quizá se cumple a pesar de las diferencias de idiomas.
¿De dónde vendría el conocimiento de esas referencias simbólicas? El uso lingüístico abarca apenas una parte de ellas. Los múltiples paralelos provenientes de otros ámbitos son casi siempre desconocidos para el soñante; y aun nosotros debimos rebuscarlos con trabajo.
En segundo lugar, estas referencias simbólicas no son algo peculiar del soñante o del trabajo onírico por el cual llegan a expresarse. Sabemos ya que del mismo simbolismo se sirven los mitos y los cuentos tradicionales, el pueblo en sus proverbios y canciones, el uso lingüístico corriente y la fantasía poética. La esfera del simbolismo es enorme, el simbolismo onírico es sólo una pequeña parte de ella; y ni siquiera es conveniente abordar todo el problema partiendo del sueño. Muchos de los símbolos usuales en otros ámbitos no se presentan en el sueño o lo hacen muy raramente; muchos de los símbolos oníricos no se reencuentran en todos los otros ámbitos, sino, como hemos visto, sólo aquí o allí. Se recibe la impresión de estar frente a un modo de expresión antiguo, pero desaparecido, del que en diversos ámbitos se han conservado diferentes cosas. una sólo aquí, la otra sólo ahí, y una tercera, quizás en formas levemente alteradas, en varios de ellos. Tengo que mencionar aquí la fantasía de un interesante enfermo mental [psicótico], quien había imaginado un «lenguaje fundamental» del cual todas estas referencias simbólicas serían los relictos (ver nota(141)).
En tercer lugar, tiene que saltarles a la vista que, en los otros ámbitos mencionados, el simbolismo en modo alguno es sólo un simbolismo sexual, mientras que en el sueño los símbolos se usan casi exclusivamente para expresar objetos y referencias sexuales. Tampoco esto se explica con facilidad. ¿Acaso símbolos de significado originariamente sexual recibieron después otro uso? ¿Tal vez guarda relación con eso el debilitamiento de la figuración simbólica en otros tipos de figuración? Estas preguntas, es evidente, no pueden responderse si uno no se ha ocupado más que del simbolismo onírico. Sólo es lícito atenerse a la conjetura de que existe un vínculo particularmente íntimo entre los verdaderos símbolos y lo sexual.
Un importante indicio nos fue dado en estos últimos años. Un investigador del lenguaje, Hans Sperber [1912], de Upsala, que trabaja independientemente del psicoanálisis, ha sentado la tesis de que necesidades sexuales han tenido la máxima participación en la génesis y ulterior formación del lenguaje. Los sonidos iniciales del lenguaje servían a la comunicación y llamaban
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al compañero sexual: el posterior desarrollo de las raíces lingüísticas se adhirió a las actividades de trabajo de los hombres primordiales {Urmensch}. Estos trabajos, sostiene Sperber, se hacían en común y se acompañaban de manifestaciones lingüísticas repetidas rítmicamente. Así se habría injertado en el trabajo un interés sexual. El hombre primordial habría convertido su trabajo en algo agradable, por así decir, tratándolo como equivalente y sustituto de la actividad sexual. La palabra proferida en el trabajo en común, prosigue Sperber, tuvo así dos significados: designó tanto el acto sexual cuanto la actividad de trabajo que se le equiparaba. Con el tiempo, la palabra se desprendió del significado sexual y se fijó a ese trabajo. Generaciones después, sufrió la misma suerte una palabra nueva que hasta entonces poseía significado sexual y fue aplicada a una nueva modalidad de trabajo. De tal manera se habría formado un número de raíces lingüísticas, todas de origen sexual, pero que perdieron ese significado. Si la tesis aquí esbozada acierta, se nos abre sin duda una posibilidad de comprender el simbolismo onírico. Entenderíamos la razón por la cual en el sueño, que conserva algo de estas condiciones antiquísimas, hay en número tan extraordinario símbolos para lo sexual y, en general, armas e instrumentos hacen siempre las veces de lo masculino, y los materiales y materias trabajadas, de lo femenino, La referencia simbólica sería el relicto de la vieja identidad léxica; cosas que una vez se llamaron de igual modo que los genitales podrían ahora remplazarlos en el sueño en calidad de símbolos.
Ahora bien, merced a nuestros paralelos con el simbolismo onírico pueden ustedes formarse una idea del carácter del psicoanálisis, que lo habilita para convertirse en objeto del interés general como ni la psicología ni la psiquiatría pudieron hacerlo. A raíz del trabajo psicoanalítico se urden lazos con muchas otras ciencias del espíritu, cuyo estudio promete los más valiosos frutos; tanto con la mitología como con la lingüística, con el folklore, con la psicología de los pueblos y con la doctrina de las religiones. Así les resultará comprensible que sobre el terreno psicoanalítico haya germinado una revista que se ha propuesto como tarea exclusiva el cultivo de esos lazos; me refiero a Imago(142), fundada en 1912 y dirigida por Hariris Sachs y Otto Rank. En todas estas relaciones, el psicoanálisis es ante todo la parte que da, y pocas veces la que recibe. Obtiene, por cierto, la ventaja de que sus extraños resultados se nos hacen familiares reencontrándolos en otros ámbitos, pero en el conjunto es el psicoanálisis el que aporta los métodos técnicos y los puntos de vista cuya aplicación está destinada a probar su fecundidad en esos otros ámbitos. La vida anímica del individuo humano nos proporciona, por su indagación psicoanalítica, los esclarecimientos con los cuales podemos solucionar muchos de los enigmas que plantea la vida de las masas de hombres o, al menos, ponerlos bajo una luz verdadera.
Además, todavía no les he dicho las circunstancias en las cuales podemos obtener la intelección más profunda de aquel supuesto «lenguaje fundamental», ni el ámbito en que ha sobrevivido la mayor parte de él. Hasta que ustedes no sepan esto, no podrán apreciar la cabal importancia del asunto. Este ámbito es el de las neurosis; su material, los síntomas y otras exteriorizaciones de los neuróticos, para cuyo esclarecimiento y tratamiento fue creado, en verdad, el psicoanálisis.
Ahora bien, mi cuarto punto de vista nos hace regresar al lugar de donde partimos y nos encamina por la vía que ya se nos perfiló. Dijimos: aunque no existiera censura onírica alguna, el sueño no nos resultaría comprensible, pues entonces nos aguardaría la tarea de traducir el lenguaje simbólico del sueño al de nuestro pensamiento de vigilia. Por consiguiente, el simbolismo es, junto a la censura onírica, un segundo factor de la desfiguración del sueño, y un factor autónomo. Pero es fácil suponer que a la censura onírica le resulta cómodo servirse del simbolismo, puesto que le procura el mismo objetivo: la ajenidad y el carácter incomprensible del sueño.
Enseguida se verá si cuando avancemos en el estudio del sueño no hemos de toparnos con un nuevo factor que contribuye a la desfiguración onírica. Pero no querría abandonar el tema del simbolismo onírico sin volver a rozar el enigma de que haya podido tropezar con una resistencia tan encarnizada en las personas cultas, cuando es tan indubitable la difusión del simbolismo en el mito, la religión, el arte y el lenguaje. ¿No tendrá otra vez la culpa de ello su vínculo con la sexualidad?

11ª conferencia. El trabajo del sueño

(Ver nota(143))
Señoras y señores: Dominadas la censura onírica y la figuración simbólica, todavía no habrán vencido ustedes del todo a la desfiguración onírica, es verdad; pero estarán en condiciones de comprender la mayoría de los sueños. Para eso se servirán de las dos técnicas que se complementan entre sí: harán evocar ocurrencias al soñante hasta que hayan penetrado desde el sustituto hasta lo genuino y, basados en el conocimiento que ustedes mismos tienen, sustituirán los símbolos por su significado. Más adelante trataremos de ciertas incertezas que de ello surgen.
Ahora podemos retomar un trabajo que en su momento intentamos con insuficientes recursos, a saber, cuando estudiamos las relaciones entre los elementos oníricos y lo genuino de ellos, y establecimos cuatro de tales relaciones principales de la parte al todo, la aproximación o alusión, la referencia simbólica y, la figuración plástica de palabras. Eso mismo queremos emprender en mayor escala, comparando el contenido manifiesto del sueño, en su totalidad, con el sueño latente que hallamos mediante la interpretación.
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Espero que ustedes ya no habrán de confundirlos en lo sucesivo. Si logran esto, con probabilidad habrán avanzado más en la comprensión del sueño que la mayoría de los lectores de mi libro La interpretación de los sueños. Permitan que se los vuelva a recordar: el trabajo que traspone el sueño latente en el manifiesto se llama trabajo del sueño. Y el trabajo que progresa en la dirección contraria, el que desde el sueño manifiesto quiere alcanzar el latente, es nuestrotrabajo de interpretación. El trabajo de interpretación quiere cancelar el trabajo del sueño. Los sueños de tipo infantil, que reconocimos como evidentes cumplimientos de deseo, han sido sometidos, no obstante, a una partícula de trabajo del sueño, a saber, a la trasposición del modo desiderativo en el indicativo y, las más de las veces, también de los pensamientos en imágenes visuales. Aquí no hace falta interpretación alguna, sino sólo deshacer estas dos trasposiciones. A lo que en los otros sueños viene a sumarse todavía en calidad de trabajo del sueño lo llamaremos desfiguración onírica, y esta es la que hemos de hacer desaparecer mediante nuestro trabajo interpretativo.
La comparación de varias interpretaciones de sueños me ha habilitado para presentarles, en exposición sintética, aquello que el trabajo del sueño hace con el material de los pensamientos oníricos latentes. Ahora bien, les ruego que no pretendan apurarse demasiado a entender esto. Es una buena pieza de descripción, que debe escucharse con atención sosegada.
La primera operación del trabajo onírico es la condensación.(144) Por tal entendemos el hecho de que el sueño manifiesto tiene menos contenido que el latente y es, entonces, una suerte de traducción compendiada de este. La condensación puede eventualmente faltar alguna vez; pero por regla general está presente, y con harta frecuencia es enorme. Nunca produce el efecto contrario, es decir, no sucede que el sueño manifiesto sea más rico en su extensión y en su contenido que el latente. La condensación se produce porque: 1) ciertos elementos latentes se omiten por completo; 2) de muchos complejos del sueño latente, sólo un jirón se traspasa al manifiesto, y 3) elementos latentes que tienen algo en común se aúnan en el sueño manifiesto, son fundidos en una unidad.
Si ustedes quieren, pueden reservar con exclusividad el nombre de «condensación» para este último proceso. Sus efectos son particularmente fáciles de demostrar. Por los propios sueños de ustedes recordarán sin esfuerzo la condensación de personas diferentes en una sola. Una persona mixta de esa índole tiene, por ejemplo, el aspecto de A, pero está vestida como B, realiza unas acciones que recordamos de C y, encima, tenemos cierto saber de que es la persona D. Por medio de esta formación mixta se pone particularmente de relieve, desde luego, algo común a las cuatro personas. Lo mismo que para personas, puede establecerse una formación mixta para objetos o para lugares, toda vez que se cumpla la condición de que los objetos y lugares singulares tengan en común algo que el sueño latente destaque. Eso es como una formación conceptual nueva y fugitiva, que tiene como núcleo eso común. Mediante la superposición de los individuos condensados unos con otros nace, por regla general, una imagen no nítida, borrosa, algo parecido a varias tomas que se hicieran sobre la misma placa.(145)
Al trabajo del sueño ha de importarle mucho la 'producción de tales formaciones mixtas; puede demostrarse que si al comienzo le faltan las relaciones de comunidad requeridas para formarlas, él las crea deliberadamente; por ejemplo, escogiendo la expresión literal para un pensamiento. Ya hemos tomado conocimiento de tales condensaciones y formaciones mixtas; cumplían un papel en la génesis de muchos casos de deslices en el habla. Acuérdense ustedes del joven que pretendíabegleitdigen {acom-trajar} a una dama. Además, hay chistes cuya técnica se basa en una condensación de esta índole (ver nota(146)). Aparte de ello, empero, cabe aseverar que este proceso es del todo insólito y extraño. La formación de las personas mixtas del sueño halla sin duda homólogos en muchas creaciones de nuestra fantasía, que compone fácilmente en una unidad ingredientes que en la experiencia no se copertenecen, como, por ejemplo, en los centauros y animales fabulosos de la mitología antigua o en los cuadros de Bocklin. En verdad, la fantasía «creadora» no puede inventar cosa alguna, sino sólo componer partes ajenas entre sí. Pero lo notable en el proceder del trabajo onírico es lo siguiente: el material con que el trabajo del sueño se encuentra son pensamientos, y pensamientos de los que algunos pueden ser chocantes y desagradables, pero que están formados y expresados correctamente. Estos pensamientos son trasportados por el trabajo del sueño a otra forma, y es asombroso e incomprensible que en esta traducción, en esta como trasferencia a otra escritura o a otra lengua, hallen empleo los recursos de la fusión y la combinación. Lo propio de una traducción sería empeñarse en atender a las separaciones dadas en el texto y, en particular, en distinguir unas de otras las cosas semejantes. El trabajo del sueño se afana, todo lo contrario ` por condensar dos pensamientos diversos buscándoles, a semejanza de lo que sucede en el chiste, una palabra multívoca en que ambos puedan coincidir. No pretendamos comprender esto enseguida; pero puede cobrar importancia para nuestra aprehensión del trabajo del sueño.
Aunque la condensación hace impenetrable al sueño, no se recibe la impresión de que sea un efecto de la censura onírica. Más bien se preferiría reconducirla a factores mecánicos o económicos; pero, de cualquier modo, la censura se beneficia de ella.
Las operaciones de la condensación pueden ser completamente extraordinarias. Con su auxilio, es posible a veces unificar en un sueño manifiesto dos ilaciones enteramente diversas de pensamientos latentes, de suerte que puede obtenerse una interpretación en apariencia suficiente de un sueño, cuando en verdad se omite una sobreinterpretación posible (ver nota(147)).
En lo tocante a la relación entre el sueño latente y el manifiesto, la condensación trae también como consecuencia no dejar en pie ninguna relación simple entre los elementos de uno y de otro lado. Un elemento manifiesto corresponde simultáneamente a varios latentes y, a la inversa, un elemento latente puede participar en varios manifiestos, a la manera de un entrelazamiento. En la interpretación del sueño se muestra también que las ocurrencias sobre un elemento manifiesto singular no por fuerza acuden siguiendo la serie. A menudo es preciso aguardar hasta que todo el sueño esté interpretado.
El trabajo del sueño procura entonces una manera muy insólita de trascripción de los pensamientos oníricos; no una traducción palabra a palabra ni signo a signo, ni tampoco una selección según una determinada regla, como si se reprodujeran sólo las consonantes de una palabra y se omitieran las vocales, ni tampoco lo que podría llamarse una subrogación {Vertretung, «elección de diputados»}, a saber, que siempre se escogiera un elemento en remplazo de otros varios, sino que es algo diverso y más complicado.
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La segunda operación del trabajo onírico es el desplazamiento(148). Por suerte, ya hemos hecho una labor previa respecto de él, y sabemos que es, en un todo, obra de la censura onírica. Sus dos exteriorizaciones son: la primera, que un elemento latente no es sustituido por un componente propio, sino por algo más alejado, esto es, una alusión; y la segunda, que el acento psíquico se traspasa de un elemento importante a otro inimportante, de modo que el sueño aparece centrado diversamente y como algo extraño.
La sustitución por una alusión nos es familiar también en nuestro pensamiento de vigilia, pero hay ahí una diferencia. En el pensamiento de vigilia la alusión tiene que ser fácilmente comprensible, y el sustituto tiene que mantener una relación de contenido con lo genuino cuyas veces hace. También el chiste se sirve a menudo de la alusión, no obedece a la condición de la asociación de contenido y la sustituye por asociaciones extrínsecas(149) insólitas, como son la homofonía y la multivocidad de las palabras, entre otras. Pero retiene la condición de la comprensibilidad; el chiste no liaría efecto alguno sí no pudiera desandarse sin trabajo el camino que va de la alusión a lo genuino (ver nota(150)). Ahora bien, la alusión por desplazamiento empleada en el sueño se ha emancipado de ambas restricciones. Se entrama por medio de los lazos más extrínsecos y remotos con el elemento al que sustituye; por eso es incomprensible y, si se la deshace, su interpretación impresiona como un chiste malo o bien como una explicitación forzada, violenta, traída de los cabellos. Y justamente, la censura onírica sólo ha alcanzado su meta cuando logró hacer inhallable el camino de regreso de la alusión a lo genuino.
El desplazamiento del acento es, como recurso para expresar pensamientos, inaudito. En el pensar de vigilia lo admitimos muchas veces para alcanzar un efecto cómico.
Hace una impresión de desvarío, que tal vez pueda provocar en ustedes si les recuerdo cierta historia. En una aldea vivía un herrero que había cometido un crimen castigado con la pena de muerte. El tribunal resolvió que la culpa debía ser expiada, pero como era el único herrero de la aldea y le era indispensable a esta, y en cambio en ella había tres sastres, uno de estos fue ahorcado en su lugar (ver nota(151)).
La tercera operación del trabajo onírico es la más interesante desde el punto de vista psicológico. Consiste en la trasposición de pensamientos en imágenes visuales (ver nota(152)). Retengamos que no todo en los pensamientos oníricos experimenta esa trasposición; es mucho lo que conserva su forma y aparece también en el sueño manifiesto como pensamiento
o como saber; tampoco las imágenes visuales son la única forma en que se trasponen los pensamientos. No obstante, son lo esencial en la formación del sueño; esta pieza del trabajo del sueño, según ya sabemos, es el segundo entre sus rasgos más constantes, y para elementos oníricos singulares ya hemos tomado conocimiento de la «figuración plástica de palabras».
Es claro que esta operación no resulta fácil. Para hacerse una idea de sus dificultades, imagínense ustedes que hubieran acometido la empresa de sustituir el artículo de fondo de un periódico por una serie de ilustraciones. Así se verían retrotraídos de la escritura por signos alfabéticos a la escritura por imágenes. Lo que en ese artículo se mentara de personas y de objetos concretos, con facilidad y quizá con ventaja lo sustituirían ustedes por imágenes, pero se les presentarían dificultades en la figuración de todas las palabras abstractas y de todas las partes del discurso que señalan relaciones conceptuales, como las desinencias, conjunciones, etc. Para las palabras abstractas podrían ayudarse con toda clase de artificios. Por ejemplo, se esforzarían en trasponer el texto del artículo a otra redacción que quizá sonara insólita, pero que contuviera más componentes concretos y susceptibles de figuración. Recordarían entonces que la mayoría de las palabras abstractas son palabras concretas descoloridas, y por eso, toda vez que pudieran, volverían a echar mano de su significado concreto originario. Les causará contento, entonces, si pueden figurar el «poseer» un objeto por un real y físico «estar sentado encima(153)». Es lo que hace también el trabajo del sueño. En esas circunstancias, difícilmente puedan plantear ustedes grandes exigencias en cuanto a la exactitud de la figuración. Por eso disculparán al trabajo del sueño si, por ejemplo, a un elemento tan difícil de dominar figuralmente como es un adulterio {Ehebruch; literalmente, «fractura de matrimonio»} lo sustituye por otra fractura, la de una pierna (ver nota(154)). De tal manera,conseguirán ustedes compensar en algo las torpezas en que no puede menos que incurrir la escritura figural cuando sustituye a la alfabética.
Para la figuración de las partes del discurso que indican relaciones conceptuales, los «porque, por eso, pero», etc., no les valdrán esos recursos; así pues, estos componentes del texto se perderán al trasponerlo en imágenes. De igual modo, el trabajo del sueño resuelve el contenido de los pensamientos oníricos en su materia prima de objetos y de actividades. Tendrán que darse por contentos si se les presenta la posibilidad de indicar de alguna manera, con el modelamiento más fino de las imágenes, relaciones que en sí no son figurables. Es exactamente así como el trabajo del sueño logra expresar mucho del contenido de los pensamientos oníricos latentes: mediante propiedades formales del sueño manifiesto, mediante su claridad o su oscuridad, su partición en varios fragmentos, etc. El número de los sueños parciales en que un sueño se descompone guarda correspondencia, por regla general, con el número de los temas principales, de las series de pensamientos contenidos en el sueño latente; un breve sueño-prólogo mantiene muchas veces con el sueño principal, circunstanciado, que le sigue, la relación de un introito o una motivación (ver nota(155)); una proposición subordinada incluida en los pensamientos oníricos es sustituida por un cambio de escenas intercalado dentro del sueño manifiesto, etc. Por consiguiente, la forma de los sueños en modo alguno carece de importancia y por sí misma reclama interpretación. Múltiples sueños de una misma noche tienen a menudo idéntico significado y atestiguan el empeño por dominar cada vez mejor un estímulo de urgencia creciente. Y hasta en algún sueño un elemento particularmente difícil puede hallar figuración por medio de «dobletes(156)», múltiples símbolos.
Merced a sucesivas comparaciones de los pensamientos oníricos con los sueños manifiestos que los sustituyen nos enteramos de toda una serie de cosas para las cuales no estábamos preparados; por ejemplo, que también el disparate y la absurdidad de los sueños poseen significado. Y en este punto la oposición entre la concepción médica y la concepción psicoanalítica del sueño se exacerba hasta un grado no alcanzado en lo demás. Según la primera, el sueño es disparatado porque la actividad del alma soñante ha perdido toda facultad crítica; según la nuestra, en cambio, el sueño deviene disparatado cuando debe llevar a figuración una crítica contenida en los pensamientos oníricos: 'el juicio «eso es disparatado». El sueño de la asistencia al teatro (tres localidades por 1 florín y 50 kreuzer), que ustedes conocen, es un buen ejemplo de ello. El juicio así expresado rezaba: «Fue un disparate casarse tan temprano» (ver nota(157)).
De igual manera averiguamos, en el trabajo de interpretación, lo que corresponde a las dudas e
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incertezas, que tantas veces comunican los soñantes, sobre si cierto elemento apareció en el sueño, sobre si fue esto o acaso alguna otra cosa. A estas dudas e incertezas nada corresponde, por lo general, en los pensamientos oníricos latentes; provienen íntegramente de la acción de la censura onírica y equivalen a una expurgación intentada, no lograda del todo (ver nota(158)).
Entre los descubrimientos más asombrosos se cuenta la manera en que el trabajo del sueño trata las oposiciones del sueño latente. Sabemos ya que concordancias incluidas en el material latente son sustituidas por condensaciones dentro del sueño manifiesto. Ahora bien, las oposiciones son tratadas de igual modo que las concordancias, y expresadas con particular preferencia por idéntico elemento manifiesto. Por tanto, un elemento del sueño manifiesto susceptible de un opuesto puede significarse a sí mismo, significar a su opuesto, o a ambos al mismo tiempo; sólo el sentido puede decidir sobre la traducción que ha de escogerse. Con esto se relaciona el hecho de que en el sueño no hallamos una figuración del «no», al menos unívoca.
Una oportuna analogía con este extraño comportamiento del trabajo onírico nos la ofrece el desarrollo del lenguaje. Muchos lingüistas han formulado la tesis de que en las lenguas más antiguas opuestos como fuerte-débil, claro-oscuro, grande-pequeño se expresaban mediante la misma raíz («el sentido antitético de las palabras primordiales»). {Cf. la próxima nota.} Así, en la lengua del Egipto antiguo ken quería decir, originariamente, fuerte y débil. Las desinteligencias a que podía dar lugar el uso de palabras tan ambivalentes se prevenían, en el habla, mediante la entonación y los gestos concomitantes, y en la escritura, mediante la adjunción de uno de los llamados «determinativos», vale decir, una imagen no destinada ella misma a ser proferida. Ken-fuerte se escribía, entonces, añadiendo tras los signos alfabéticos la imagen de un hombrecillo erguido; y cuando se aludía a ken-débil, seguía la imagen de un hombre acuclillado en actitud de abandono. Sólo más tarde, y mediante leves modificaciones de la palabra primordial homófona, se obtuvieron dos designaciones para los opuestos en ella contenidos. Así, de ken fuerte-débil nacieron un ken, fuerte, y un kan, débil. No sólo las lenguas más antiguas en sus desarrollos últimos, sino otras mucho más recientes, y aun lenguas que todavía hoy se hablan, habrían conservado abundantes relictos de este viejo sentido contrario. Quiero comunicarles ahora, siguiendo a K. Abel (1884), algunos testimonios de ello (ver nota(159)).
En latín tenemos palabras de esa índole, que siguen siendo ambivalentes:altus (alto-profundo) y sacer (sagrado -maldito) .
Como ejemplos de modificaciones de la misma raíz, menciono: clamare-clamar, clam-quedo, callado, secreto; siccus-seco, succus-jugo. A esto se suma el alemánStimme {voz}, stumm {callado}.
Si se ponen en relación lenguas emparentadas se obtienen abundantes ejemplos. Inglés: lock, cerrar; alemán: Loch {agujero}, Lücke {hueco, laguna}. Inglés: cleave,escindir; alemán: kleben {pegar}.
El inglés without, en verdad mit-ohne {con-sín}, se usa hoy para significar ohne {sin}; with, además de su significado de sumación, tuvo uno de sustracción, como lo prueban las combinaciones withdraw {retirar}, withhold {retener}. Lo mismo el alemán wieder [«junto con», que se vincula a wider, «contra»].
Aun otra peculiaridad del trabajo del sueño halla su correspondiente en el desarrollo del lenguaje. En la lengua del Egipto antiguo ocurría, como en otras lenguas posteriores, que la secuencia fonética de las palabras se invertía conservándose el mismo sentido. Ejemplos de ello, entre el inglés y el alemán, son: Tolpf, pot{pote}; boat, tub {bote o barquichuelo}; hurry {prisa}, Ruhe {quietud}; Balken {viga}, Kloben {leño}, club {garrote}; wait (aguardar}, täuwen {tardar}. Entre el latín y el alemán: capere, packen {coger}; ren, Niere {riñón}.
Inversiones como estas, practicadas aquí respecto de una palabra sola, se producen de diversa manera por obra del trabajo del sueño. A la inversión del sentido, la sustitución por lo contrario, la conocemos ya. Además, en sueños se hallan inversiones de la situación de la relación entre dos personas, tal como en el «mundo, al revés». En el sueño es con harta frecuencia la liebre la que dispara sobre el cazador. Por añadidura, hay inversión en la secuencia de los hechos, de suerte que en el sueño el que precede causalmente es pospuesto al que le sigue. Ocurre entonces como en la representación de una pieza en un teatrucho de mala muerte, donde primero cae el héroe y sólo después hacen desde bambalinas el disparo que lo mata. También hay sueños en que todo el orden de los elementos está invertido, de suerte que en la interpretación es preciso tomar el último como primero y el primero como último si es que ha de conseguirse un sentido. Recuerden ustedes, además, de nuestros estudios sobre el simbolismo onírico, que entrar o caer en el agua significa lo mismo que salir de ella, a saber, parir o ser parido, y que subir por una escalera o una escala es lo mismo que descender por ella. Son notorias las ventajas que la desfiguración onírica puede extraer de esa libertad en la figuración.
A estos rasgos del trabajo del sueño se los puede llamar arcaicos. Se aplican por igual a los antiguos sistemas de expresión, tanto lenguas como escrituras, y acarrean las mismas dificultades, a las que habremos de referirnos luego en un contexto crítico (ver nota(160)).
Agreguemos algunos otros puntos de vista. En el trabajo del sueño es cuestión, evidentemente, de trasponer a imágenes sensibles, la mayoría de las veces de naturaleza visual, los pensamientos latentes vertidos en palabras. Ahora bien, nuestros pensamientos proceden de imágenes sensoriales de esa índole; su material primero y sus etapas previas fueron impresiones sensoriales, mejor dicho: las imágenes mnémicas de estas. Sólo más tarde se las conectó con palabras y estas, después, se ligaron en pensamientos. Por consiguiente, el trabajo del sueño aplica a los pensamientos un tratamiento regresivo(161), les hace revertir su evolución, y en el curso de esta regresión tiene que dejarse de lado todo lo que se sobreañadió, como conquista nueva, en el desarrollo progresivo desde las imágenes mnémicas hasta los pensamientos.
Ese sería, pues, el trabajo del sueño. Vistos los procesos de que hemos tomado conocimiento en él, el interés por el sueño manifiesto tendría que disminuir mucho. Pero consagraré todavía algunas observaciones a este último, que por cierto es el único que conocemos directamente.
Como es natural, el sueño manifiesto pierde. importancia para nosotros. No puede menos que parecernos indiferente que esté bien compuesto o se resuelva en una serie de imágenes aisladas, inconexas. Aun sí tiene una exterioridad en apariencia provista de sentido, bien
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sabemos que ella puede haber nacido por obra de la desfiguración onírica y quizá mantenga con el contenido interior del sueño tan escasa relación orgánica como la fachada de una iglesia italiana con su estructura y sus cimientos. Otras veces, hasta esta fachada del sueño tiene su significado, por cuanto reproduce, poco o nada desfigurado, un importante ingrediente de los pensamientos oníricos latentes. Pero no podemos saberlo antes de someter el sueño a la interpretación y de formarnos, por esa vía, un juicio acerca del grado de desfiguración que ha tenido lugar. Una duda semejante vale para el caso en que dos elementos parecen puestos en el sueño en íntima relación. Ello puede contener la valiosa advertencia de que es lícito entramar también lo correspondiente a estos elementos en el sueño latente, pero otras veces es posible convencerse de que lo conjugado en los pensamientos ha sido desmembrado en el sueño.
En general, es preciso abstenerse de explicar una parte del sueño manifiesto a partir de otra, como si el sueño estuviese concebido coherentemente y fuese una exposición pragmática. Más bien, casi siempre es comparable a un trozo de mármol brecha, producido con diversos fragmentos unidos por medio de una sustancia aglutinante, de suerte que los dibujos que de ahí resultan no pertenecían a las piedras originarias incluidas. De hecho, existe una pieza del trabajo del sueño, la llamada elaboración secundaria(162) a la que compete producir, a partir de los resultados más inmediatos del trabajo del sueño, algo como un todo más o menos entramado. Para ello el material es ordenado según un sentido que a menudo implica un malentendido total, y, donde parece necesario, se efectúan intercalaciones.
Por otra parte, no es lícito sobrestimar el trabajo del sueño, exagerar su poder. Con las operaciones que hemos enumerado se agota su actividad; no puede hacer más que condensar, desplazar, figurar plásticamente y someter después el todo a una elaboración secundaria (ver nota(163)). Lo que el sueño incluye en materia de formulación de juicios, crítica, asombro, razonamiento, no son operaciones del trabajo del sueño, y sólo rara vez exteriorizaciones de la reflexión sobre el sueño: casi siempre son fragmentos de los pensamientos oníricos latentes, que, más o menos modificados y adaptados a la trama, han pasado al sueño manifiesto. El trabajo del sueño tampoco puede componer dichos. Salvo unas pocas excepciones que pueden indicarse, los dichos oníricos son reproducciones y combinaciones de dichos que el soñante oyó o pronunció el día del sueño y que se incluyeron en los pensamientos latentes como material o como incitador del sueño (ver nota(164)). De igual modo, el trabajo del sueño no puede hacer cuentas; lo que hay dentro del sueño manifiesto son casi siempre combinaciones de cifras, seudocuentas, por completo disparatadas como cuentas y, de nuevo, meras copias de cuentas incluidas en los pensamientos latentes (vernota(165)). Dadas estas condiciones, no ha de maravillarnos que el interés volcado al trabajo del sueño pronto se desvíe de él y se dirija a los pensamientos oníricos latentes, que, más o menos desfigurados, se traslucen por el sueño manifiesto. No puede justificarse, empero, que en la consideración teórica ese traslado llegue tan lejos que se reemplace totalmente el sueño por los pensamientos oníricos latentes, y se diga de aquel algo que sólo puede ser válido para estos. Es extraño que los resultados del psicoanálisis pudieran usarse impropiamente para un trastrueque así. «Sueño» no puede nombrar a ninguna otra cosa que al resultado del trabajo onírico, vale decir, la forma a la cual los pensamientos latentes han sido trasmudados por el trabajo onírico.
El trabajo onírico es un proceso de índole sumamente singular, del que hasta ahora no se han llegado a conocer homólogos en la vida anímica. Tales condensaciones, desplazamientos, trasposiciones regresivas de pensamientos en imágenes, son novedades cuyo conocimiento ya recompensa con largueza los empeños psicoanalíticos. Por los paralelismos con el trabajo del sueño, ya toman nota ustedes de los nexos que se han descubierto entre los estudios psicoanalíticos y otros campos, en especial el desarrollo del lenguaje y el del pensamiento (ver nota(166)). Vislumbrarán apenas el alcance más vasto de estas intelecciones si les digo que los mecanismos de la formación del sueño son paradigmáticos respecto del modo en que se generan los síntomas neuróticos.
También sé que no podemos abarcar todavía en su integridad la conquista que estos trabajos significan para la psicología. Sólo queremos apuntar que hemos obtenido nuevas pruebas en favor de la existencia de actos anímicos inconcientes -los pensamientos oníricos latentes son eso-, y que la interpretación del sueño nos promete un acceso insospechadamente amplio al conocimiento de la vida anímica inconciente.
Ahora bien, ya es tiempo de que les presente con detalle, a partir de pequeños y diversos ejemplos de sueños, aquello para lo cual los he preparado en líneas generales.

12ª conferencia. Análisis de ejemplos de sueños

Señoras y señores: No se desilusionen ahora si les expongo de nuevo retazos de interpretaciones de sueños, en vez de invitarlos a participar en la interpretación de un buen sueño grande. Dirán ustedes que luego de tantos preparativos tendrían derecho a ello, y expresarán su convencimiento de que, tras la interpretación lograda de tantos miles de sueños, habría debido ser posible hace mucho reunir una colección de ejemplos destacados en que pudieran demostrarse todas nuestras aseveraciones sobre el trabajo del sueño y los pensamientos oníricos. Está bien; pero las dificultades que se oponen al cumplimiento del deseo de ustedes son demasiadas.
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Ante todo, debo confesarles que no hay nadie que cultive la interpretación de sueños como su ocupación principal. Es que, ¿cuándo se llega a interpretar sueños? Ocasionalmente uno puede ocuparse, sin un propósito particular, de los sueños de una persona amiga, o puede reelaborar durante un tiempo los sueños propios con miras a adiestrarse para el trabajo psicoanalítico; pero las más de las veces nos enfrentamos con los sueños de personas neuróticas que están en tratamiento analítico. Estos últimos sueños son un material excelente, y en modo alguno le van en zaga a los de personas sanas; empero, por la técnica del tratamiento nos vemos precisados a subordinar la interpretación de sueños a los propósitos terapéuticos, y a dejar estar toda una serie de sueños luego de haber sacado de ellos algo útil para el tratamiento (ver nota(167)). Muchos sueños que emergen durante las terapias se sustraen enteramente a una interpretación completa. Puesto que nacieron del conglomerado de un material psíquico que todavía desconocemos, su comprensión será posible sólo después de concluido el tratamiento. Además, la comunicación de tales sueños haría preciso revelar todos los secretos de una neurosis; y ello no nos cuadra, entonces, ya que hemos abordado el sueño justamente como preparación para el estudio de las neurosis.
Y bien; ustedes renunciarían de buena gana a este material y preferirían escuchar la elucidación de sueños de hombres sanos o de sueños propios. Pero eso no se puede, a causa del contenido de tales sueños. No es posible desnudarse a uno mismo o desnudar a otro, que ha depositado en uno su confianza, tan inmisericordiosamente como lo requeriría la interpretación en profundidad de sus sueños, que, como ustedes ya saben, atañen a lo más íntimo de la personalidad. Aparte de esta dificultad para procurarse el material, hay otra relativa a la comunicación. Ya han visto ustedes que el sueño se le aparece al soñante mismo como algo ajeno, ni qué decir a otro que no conozca a la persona del soñante. Nuestra bibliografía no es pobre en buenos y detallados análisis de sueños; yo mismo he publicado algunos en el marco de historias clínicas(168); quizás el más bello ejemplo de interpretación de un sueño es el comunicado por Otto Rank [1910a], sobre dos sueños entrelazados de una joven, que, impresos, ocupan unas dos páginas; pero su análisis abarca 76 páginas. Yo necesitaría tal vez un semestre íntegro para guiarlos a través de un trabajo así. Cuando se aborda un sueño comparativamente más largo y más desfigurado, es forzoso aportarle tantos esclarecimientos, aducir tanto material de ocurrencias y recuerdos, introducirse por tantos atajos, que una conferencia sobre él resultaría enteramente inabarcable e insatisfactoria. Debo rogarles, por eso, que se conformen con algo más accesible: la comunicación de pequeños fragmentos de sueños de personas neuróticas en que puede individualizarse, aisladamente, esto o aquello. Lo más fácil es ilustrar los símbolos oníricos y, además, ciertas peculiaridades de la figuración regresiva en los sueños. Respecto de cada uno de los que siguen les indicaré la razón por la cual los juzgué dignos de comunicarse (ver nota(169)).
1. Un sueño consta sólo de dos breves imágenes: Su tío fuma un cigarrillo, a pesar de que es sábado. Una mujer lo acaricia y lo mima [al soñante] como si fuera su hijo.
Sobre la primera imagen, el soñante (es judío) observa que su tío es un hombre piadoso, nunca ha hecho ni haría algo pecaminoso de esa naturaleza. Sobre la mujer de lasegunda imagen, no se le ocurre nada más que su madre. Estas dos imágenes o pensamientos, es evidente, han de ponerse en relación recíproca. Pero, ¿cómo? Puesto que él ha impugnado expresamente la realidad de la acción del tío, es sugerente introducir un «si». «Si mi tío, ese hombre santo, fumara un cigarrillo el sábado, entonces me sería lícito dejarme acariciar por mi madre». Esto significa, a todas luces, que el mimarse con la madre sería algo tan prohibido como el fumar en sábado para el piadoso judío. Como recuerdan ustedes, les dije que en el trabajo del sueño se dejan de lado todas las relaciones entre los pensamientos oníricos; estas son resueltas en su materia prima, y es tarea de la interpretación el reintroducir los vínculos omitidos.
2. Por mis publicaciones sobre el sueño he pasado a ser en cierto sentido un consultor público en estos asuntos, y desde hace muchos años recibo, de los más diversos lugares, cartas donde se me comunican sueños o se los somete a mi juicio. Quedo agradecido, desde luego, a todos aquellos que agregan al sueño suficiente material para posibilitar una interpretación, o la dan ellos mismos. Ahora bien, a esta categoría pertenece el siguiente sueño de un estudiante de medicina de Munich, de 1910. Lo expongo porque puede mostrarles cuán inasequible a la comprensión es, en general, un sueño antes de que el soñante nos haya dado sus referencias sobre él. En el fondo, lo sospecho, ustedes consideran que la interpretación de sueños por remplazo del significado simbólico es la ideal, y querrían dejar de lado la técnica de la asociación; me propongo sacarlos de ese pernicioso error.
«13 de julio de 1910: Hacia la mañana, sueño: Ando por las calles de Tubinga en bicicleta cuando un dachshund" de pelaje pardo se me abalanza por detrás furioso y me muerde un talón. Un poco más allá desmonto, me subo a una grada y empiezo a descargar una lluvia de golpes sobre la bestia, que no quiere soltar. (No tengo sentimientos desagradables por la mordedura ni por toda la escena.) Enfrente, están sentadas un par de damas ancianas que me miran con sorna. Entonces despierto y, como ya me ha sucedido muchas veces en ese momento del tránsito a la vigilia, el sueño íntegro me es claro».
En este caso, poco se consigue con símbolos. Pero el soñante nos informa: «En este último tiempo me he enamorado de una muchacha sólo de verla por la calle, pero no se me ha presentado la oportunidad de entablar relación con ella. La más grata para mí habría podido ser el dachshund, tanto más cuanto que soy gran amigo de los animales, y esta cualidad la he notado con simpatía también en la muchacha».
Agrega que repetidas veces, con gran habilidad y provocando a menudo el asombro de los espectadores, ha intervenido para separar perros trenzados en furiosa pelea. Nos enteramos también de que la muchacha que le gusta se dejaba ver siempre en compañía de ese perro en particular. Ahora bien, en el sueño manifiesto la muchacha fue omitida; sólo permaneció el perro, asociado con ella. Quizá las damas ancianas que lo miran con sorna ocupan el lugar de la muchacha. El resto de su comunicación no basta para esclarecer este punto. El hecho de que en el sueño ande en bicicleta es una repetición directa de la situación recordada. Siempre había encontrado a la muchacha del perro andando él en bicicleta.
3. Cuando alguien ha perdido a un deudo querido, hasta mucho tiempo después produce sueños de un tipo particular, en que el conocimiento de esa muerte y el ansia de revivir al muerto conciertan el más asombroso de los compromisos. Ora el difunto está muerto y no obstante sobrevive porque no sabe que está muerto y, si lo supiera, fenecería del todo; ora está medio muerto y medio vivo, y cada uno de estos estados tiene sus indicios particulares. Sería
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¡lícito llamar a estos sueños simplemente disparatados; en efecto, el resucitar no es para el sueño más inadmisible que, por ejemplo, para el cuento tradicional, en el que aparece como una peripecia ordinaria. Hasta donde he podido analizarlos, los sueños de esta índole son susceptibles de una solución racional, pero el piadoso deseo de revivir al muerto se las ingenia para trabajar con los más extraños medios. Les presento un sueño de estos, que suena harto extraño y disparatado y cuyo análisis les ofrecerá mucho de aquello para lo cual se han ido preparando mediante nuestras puntualizaciones teóricas. He aquí el sueño de un hombre que hacía varios años había perdido a su padre:
El padre es finado, pero lo exhumaron y se te ve mal aspecto. Desde entonces sobrevive, y el soñante lo hace todo para que él no lo note. (Después el sueño pasa a otras cosas, en apariencia muy distantes.)
El padre es finado, eso lo sabemos. Que lo exhumaron, no corresponde a la realidad, que tampoco cuenta para todo lo demás. Pero el soñante refiere: Después que estuvo de regreso del sepelio de su padre, empezó a dolerle un diente. Quiso tratar a ese diente según el precepto de la doctrina judía: «Si tu diente te fastidia, arráncalo»; y se fue a casa del dentista. Pero este dijo: «Un diente no se arranca; uno debe tenerle paciencia. Le pondré algo para matarlo; pasados tres días vuelva usted, y entonces le extraeré eso».
Ese «extraer», dice el soñante de súbito, eso es el exhumar.
¿Tendrá razón el soñante? Eso no encaja del todo, sólo aproximadamente, pues el diente mismo no se extraerá, sino algo de él, lo muerto. Pero, según indican otras experiencias, hay que creerlo al trabajo del sueño capaz de tales inexactitudes. Entonces, el soñante habría condensado al padre finado con el diente muerto y, no obstante, conservado; los habría fusionado en una unidad. Y no cabe asombrarse de que después en el sueño manifiesto aparezca algo sin sentido, pues no puede convenir al padre todo lo que se dice del diente. Pero, en definitiva, ¿dónde estaría el tertium comparationis entre diente y padre, que posibilita esa condensación?
Y tiene que ser así, sin embargo, pues el soñante prosigue diciendo que para él es muy claro: cuando uno sueña con la caída de un diente, eso significa que perderá a un miembro de la familia.
Sabemos que esta interpretación popular es errónea o, por lo menos, sólo es correcta en un sentido burlesco. Tanto más nos sorprenderá descubrir el tema así abordado tras los otros fragmentos del contenido del sueño.
Y bien, sin que medie otra exhortación, el soñante empieza a contar sobre la enfermedad y la muerte del padre, así como sobre su relación con él. El padre sufrió una larga enfermedad, el cuidado y el tratamiento del enfermo le costaron a él, el hijo, mucho dinero. Y, no obstante, nunca le molestó demasiado, nunca se impacientó, jamás tuvo el deseo de que ojalá terminara de una vez. Se gloria de una genuina piedad judía hacia el padre, de la observancia estricta de la ley judaica. ¿No nos salta a la vista ahí una contradicción dentro del pensamiento perteneciente al sueño? El había identificado diente y padre. Con el diente quería proceder de acuerdo con la ley judía, que conllevaba el veredicto de arrancarlo si deparaba dolor y fastidio. También con el padre pretendía haber procedido según el precepto de la ley, que aquí, empero, ordenaba no reparar en gastos ni en molestias, tomar sobre sí toda la carga y no dejar que emergiese ningún propósito hostil hacia el objeto que deparaba el dolor. ¿La concordancia no sería mucho más estricta si él realmente hubiera desarrollado hacia su padre enfermo sentimientos parecidos a los que tuvo hacia su diente enfermo, vale decir, hubiera deseado que una pronta muerte ojalá pusiera fin a su existencia superflua, dolorosa y costosa?
Yo no dudo de que esta fue, de hecho, su actitud hacia el padre durante la penosa enfermedad de este, y que los presuntuosos aseguramientos de su devota piedad están destinados a desviarlo de estos recuerdos. En tales condiciones, el deseo de muerte contra el progenitor suele devenir activo y encubrirse con la máscara de una consideración caritativa, tal como: «No sería sino un alivio para él». Pero observen bien ustedes que aquí hemos superado una barrera dentro mismo de los pensamientos oníricos latentes. El primer sector de ellos fue sin duda inconciente sólo de manera temporaria, es decir, durante la formación del sueño; pero las mociones hostiles hacia el padre debieron de haber sido inconcientes permanentemente (ver nota(170)); quizá provenían de épocas infantiles y, durante la enfermedad del padre, en ocasiones se colaron, tímidas y disfrazadas, en la conciencia. Con mayor certeza todavía podemos aseverar esto de otros pensamientos latentes que han prestado inequívocas contribuciones al contenido del sueño. Es que de las mociones hostiles hacia el padre nada se descubre en el sueño. Pero si pesquisamos en la vida infantil de un sujeto la raíz de esa hostilidad hacia el padre, recordamos que el miedo a él nace porque ya en años tempranos ha contrariado las prácticas sexuales del muchacho, como en general se ve forzado a hacerlo nuevamente, por motivos sociales, en el período que sigue al advenimiento de la pubertad. Esta relación con el padre se aplica también a nuestro soñante; en su amor hacia él iban mezcladas una buena cuota de respeto y de angustia, que emanaban de la fuente de la intimidación sexual temprana.
Ahora bien, por el complejo del onanismo se explican las otras frases del sueño manifiesto. Se le ve mal aspecto alude, ciertamente, a un dicho ulterior del dentista, a saber, que a uno se le ve mal aspecto cuando le falta un diente en ese lugar; pero al mismo tiempo remite a la mala apariencia por la cual, en la pubertad, el joven delata o teme delatar su desmedida actividad sexual. No sin verdadero alivio el soñante apartó de sí esa mala apariencia en el sueño manifiesto desplazándola sobre el padre, una de las inversiones del trabajo del sueño que ya ustedes conocen. Desde entonces sobrevive coincide con el deseo de resurrección, así como con la promesa que le hizo el dentista de que el diente se conservaría. En extremo refinada, empero, es la frase «el soñante lo hace todo para que él (el padre) no lo note»,enderezada a inducirnos a completarla: «que él es finado». Pero el único completamiento que posee sentido deriva, otra vez, del complejo del onanismo, donde es obvio que el joven lo hace todo para ocultar al padre su vida sexual. Recuerden, para concluir, que a los llamados sueños por estímulo dentario debemos interpretarlos siempre por referencia al onanismo y a la punición que se teme a causa de él.
Ahora ven ustedes el modo en que se produjo este sueño incomprensible: mediante el establecimiento de una condensación extraña y despistante, mediante la omisión de todos los pensamientos que constituían el centro de la ilación de pensamiento latente, y mediante la creación de formaciones sustitutivas multívocas para los más profundos y los más alejados en
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el tiempo de estos pensamientos (ver nota(171)).
4. Ya hemos intentado repetidas veces asir el secreto de esos sueños sobrios y triviales que no traen consigo nada disparatado o extraño, pero con respecto a los cuales se plantea esta pregunta: ¿Por qué se sueña con algo tan insignificante. Quiero presentarles por eso un nuevo ejemplo de este tipo: tres sueños interrelacionados, que una joven dama tuvo en una misma noche.
a. Ella cruza el vestíbulo de su casa y se golpea la cabeza contra la araña, que pende muy baja, provocándose una hemorragia.
Ninguna reminiscencia, nada que haya sucedido en la realidad. Su referencia sobre esto nos guía por caminos enteramente diversos. «Usted sabe cómo se me cae el cabello. "Hija -me dijo ayer mi madre-, si eso sigue así te quedará la cabeza como un trasero"». Por ende, la cabeza hace las veces aquí del otro remate del cuerpo. A la araña, sin auxilio alguno, podemos comprenderla simbólicamente: todos los objetos susceptibles de alargamiento son símbolos del miembro masculino. Por tanto, se trata de una hemorragia en el remate inferior del cuerpo, nacida del choque con el pene. Y esto, todavía, podría ser multívoco; sus ulteriores ocurrencias muestran que está en juego la creencia de que la hemorragia menstrual nace del comercio sexual con el hombre -una parte de la teoría sexual que goza de mucho crédito entre las muchachas inmaduras-.
b.
Ve en la viña un profundo foso, del que sabe que nació(172) por el desarraigo de un árbol. Sobre esto, su observación de que el árbol le falta ahí. Arguye que en el sueño no ha visto al árbol, pero esa misma frase, en su literalidad, sirve para la expresión de otro pensamiento, que confirma enteramente a la interpretación simbólica. El sueño remite a otra parte de las teorías -sexuales infantiles: la creencia de que las niñas tuvieron originariamente los mismos genitales que los varones, y que su conformación posterior ha nacido de la castración (desarraigo de un árbol).
c.
Está frente al cajón de su escritorio, y se lo conoce tan a fondo que enseguida sabe si alguien anduvo ahí. El cajón de! escritorio es, como todo cajón, cesta, caja, un genital femenino. Ella sabe que los indicios del comercio sexual (y según cree, también del toqueteo) pueden reconocerse en los genitales, y durante largo tiempo ha temido por el cuerpo del delito. Creo que el acento, en todos estos tres sueños, está puesto en el saber. La soñante se acuerda del tiempo de su investigación sexual infantil, de cuyos resultados estaba orgullosísima entonces (ver nota(173)).
5. De nuevo una muestrita de simbolismo. Pero esta vez tengo que anticipar, en un breve informe preliminar, la situación psíquica. Un señor que ha pasado una noche de amor con una mujer pinta a su compañera como una de aquellas naturalezas maternales en las que el deseo de tener un hijo impregna irresistiblemente el trato amatorio con* el hombre. Las circunstancias de esa cita, empero, obligaron a una precaución en virtud de la cual la eyaculación fecundante no alcanzó el regazo femenino. Esa noche, al despertar, cuenta la mujer un sueño, que es este:
Un oficial con una capa roja la persigue por la calle. Huye de él, sube volando la escalera, y él siempre atrás. Sin aliento se mete en su casa y cierra tras sí las puertas con cerrojo. El se queda ahí fuera y, lo ve a través de la mirilla, se sienta sobre un banco y llora.
Bien reconocen ustedes, en la persecución por el oficial de la capa roja y en la subida sin aliento, la figuración del acto sexual. La soñante se cuida del perseguidor: considérenlo un ejemplo de las inversiones que el sueño usa tan a menudo, pues en realidad fue el hombre el que evitó completar el acto de amor. De igual modo, ella desplaza su duelo sobre el compañero; él es quien llora en el sueño, con lo cual al mismo tiempo se alude a la eyaculación.
Sin duda habrán oído decir alguna vez que en el psicoanálisis se asevera que todos los sueños poseen significado sexual. Ahora ustedes mismos están en condiciones de formarse un juicio sobre la incorrección de este reproche. Han tomado conocimiento de los sueños de deseo, los que tratan de la satisfacción de necesidades evidentísimas, del hambre, de la sed, de la añoranza por la libertad; los sueños de comodidad y los de impaciencia, y también los de pura codicia y egoísmo. Pero que los sueños muy desfigurados expresan predominantemente -aunque no, digámoslo otra vez, de manera exclusiva- deseos sexuales, he ahí algo que pueden, empero, guardar en la memoria como resultado de la investigación psicoanalítica.
6. Tengo un motivo especial para acumular ejemplos del uso de símbolos en el sueño. En nuestra primera reunión me lamenté de lo difícil que es hacer demostración pública del psicoanálisis y, por tanto, despertar convencimiento en su enseñanza. Desde entonces, ustedes habrán convenido conmigo en ello. Ahora bien, las diversas tesis del psicoanálisis forman una trama tan apretada que el convencimiento puede extenderse con facilidad desde un punto hasta una parte mayor del todo. Podría decirse del psicoanálisis que si se le da el dedo meñique, él se toma toda la mano. Quien halló obvio el esclarecimiento de las operaciones fallidas ya no puede, en buena lógica, restar fe a todo lo demás. Un segundo punto de abordaje, igualmente asequible, se nos ofrece en el simbolismo onírico. Les presentaré el sueño, ya publicado, de una mujer de pueblo cuyo marido es policía y que, claro está, no ha oído ni hablar de simbolismo onírico y psicoanálisis. juzguen ustedes por sí mismos si su explicitación con el auxilio de símbolos sexuales puede llamarse arbitraria y forzada.
... Alguien entró con violencia en la casa y yo clamé angustiosamente por un policía. Pero este, en compañía de dos pícaros, se ha ido a una iglesia a la que se sube por varios escalones. Tras la iglesia había un monte y en lo alto un bosque espeso. El pol icía tenía casco, alzacuello y manto. Llevaba barba entera, oscura. Los dos pillastres que van amigados con el policía tenían delantales recogidos y anudados a la cintura, a modo de bolsas. De la iglesia sale un camino que lleva al monte. A los lados había pasto y había malezas que se iban espesando hasta hacerse en la cumbre del monte un bosque en serio (ver nota(174)).
Los símbolos usados los reconocen ustedes sin dificultad.
Los genitales masculinos están figurados por una trinidad de personas; los femeninos, por un paisaje con iglesia, monte y bosque. De nuevo encuentran ustedes los escalones como símbolo
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del acto sexual. Lo que en el sueño, es llamado «monte», también en anatomía se dice así, mons veneris, monte de Venus.
7. De nuevo un sueño que ha de solucionarse por remplazo de símbolos, y digno de nota y probatorio por el hecho de que el soñante mismo los ha traducido a todos, aunque en su bagaje no tenía ninguna clase de conocimientos teóricos previos para la interpretación de sueños. Esta conducta es bien insólita, y las condiciones a que responde no se conocen con precisión (ver nota(175)).
Va de paseo con su padre por un lugar que seguramente es el Prater(176), pues se ve la rotonda, y en su parte frontal un pequeño pórtico donde hay fijado un globo cautivo que, empero, parece bastante flojo. Su padre le pregunta para qué está allí todo eso; a él le asombra la pregunta, pero se lo explica. Después llegan a un patio donde hay tirada una gran plancha de hojalata. Su padre quiere sacarse un gran pedazo, pero avizora en torno para cerciorarse de que nadie lo ve. El le dice que no necesita sino decírselo al guardián, y después puede tomarse lo que quiera. Desde ese patio una escalera desciende hasta un pozo, cuyas paredes tienen un blando acolchado, como de un sillón de cuero, Al final de ese pozo hay una plataforma más extensa, y después empieza un nuevo pozo...
El propio soñante interpreta: «La rotonda son mis genitales; y el globo cautivo antepuesto es mi pene, cuya flojedad me da motivo de queja». Así, ahondando la traducción, estamos autorizados a decir que la rotonda es la cola -que el niño por regla general incluye en los genitales-, y el pequeño pórtico antepuesto, el escroto. En el sueño, el padre le pregunta qué es todo eso, vale decir, le inquiere por el fin y el funcionamiento de los genitales. Esto nos sugiere invertir la situación, de modo que sea él quien pregunta. Puesto que en la realidad nunca preguntó eso a su padre, debemos aprehender el pensamiento onírico como deseo o quizá tomarlo en sentido condicional: «Si yo hubiese pedido esclarecimiento sexual a mi padre. . .». Muy pronto encontraremos, en otro pasaje, la continuación de este pensamiento.
El patio donde está tirada la hojalata no debe entenderse en primera instancia simbólicamente, sino que proviene del local donde tiene el negocio su padre. Por discreción he remplazado por «hojalata» el verdadero material con que trafica su padre, pero sin modificar en ninguna otra cosa la literalidad del sueño. El soñante entró en el negocio de su padre y le repugnaron muchísimo las prácticas más bien deshonestas con que se granjea parte de la ganancia. Por eso la continuación del pensamiento consignado sería: «(Si yo le hubiera preguntado), me habría engañado, como engaña a sus clientes». Para el sacarse, que permite figurar la deslealtad comercial, el propio soñante proporciona la segunda explicación: significa el onanismo. Esto no sólo es claro para nosotros desde hace mucho, sino que también concuerda muy bien que el secreto del onanismo se exprese por lo contrario (se puede hacerlo en público). Y todo hacía esperar que la actividad onanista habría de atribuirse al padre, como lo fue la pregunta en la primera escena del sueño. Al pozo lo interpreta sin vacilar, teniendo en cuenta el blando acolchado de las paredes, como la vagina. Que el descender o el subir por escaleras quiere describir el coito dentro de la vagina, yo lo introduzco por mi propia cuenta.
En cuanto a los detalles de que al primer pozo le siga una plataforma más extensa y después un nuevo pozo, él mismo da una explicación biográfica. Copuló durante cierto período, luego
dejó de hacerlo a consecuencia de ciertas inhibiciones, y ahora espera volver a hacerlo con ayuda del tratamiento (ver nota(177)).
8. Los dos sueños que siguen, de un extranjero con gran disposición a la poligamia, se los comunico para documentar el aserto de que el yo propio aparece en todos los sueños, aun en aquellos casos en que se lo ha ocultado para el contenido manifiesto. En estos sueños, los baúles son símbolos de mujer.
a. El parte de viaje, su equipaje es acomodado en un coche para llevarlo a la estación, muchos baúles amontonados, entre ellos, dos grandes y negros, como baúles de muestrario. Dice consoladoramente a alguien: «Bueno, estos viajan conmigo hasta la estación, nomás».
Y en realidad, él viaja con sobrado equipaje, pero también sobradas historias de mujeres aporta al tratamiento. Los dos baúles negros {schwarz} corresponden a dos mujeres de tez oscura {schwarz} que en la actualidad desempeñan el papel principar en su vida. Una de ellas quiso emprender viaje siguiéndolo a Viena; llevándose de mi consejo, él la hizo desistir por telegrama.
b. Una escena en la aduana: Otro viajero abre su baúl en la aduana, y dice, pitando distraídamente un cigarrillo: «Ahí dentro no hay nada». El funcionario de aduana parece creerle, no obstante rebusca otra vez dentro y halla algo muy particularmente prohibido. El viajero dice entonces, resignado: «No hay nada que hacerle».
El mismo es el viajero, y yo el funcionario de aduana. Pese a ser en lo demás muy sincero en sus confesiones, se había propuesto callarme una relación que él acababa de entablar con una dama, porque tenía razones para suponer que ella no me era desconocida. La situación penosa de serle pillado el cuerpo del delito la desplaza sobre una persona extraña, de suerte que él mismo parece no estar presente en este sueño.
9. Ahora un ejemplo de un símbolo que todavía no he mencionado:
El se topa con su hermana en compañía de dos amigas, que a su vez son hermanas. Le da a las dos la mano, pero a su hermana no.
Ningún anudamiento con un evento real. Sus pensamientos lo llevan más bien a una época en que le dio que pensar la observación de que el busto de las muchachas se desarrolle tan tarde. Las dos hermanas son entonces los pechos, que él de buena gana aprisionaría con la mano, siempre que no fuera su hermana.
10. Ahora un ejemplo del simbolismo de la muerte en el sueño:
Marcha con dos personas cuyos nombres sabe, pero que al despertar ha olvidado, por una pasarela de hierro, muy alta, empinada. De pronto esos dos desaparecen y él ve a un hombre fantasmal con capa y uniforme de lienzo. Le pregunta si es el mensajero del telégrafo... No. ¿Es
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el carretero? No. Sigue avanzando entonces, y todavía en sueños tiene gran angustia y, tras despertar, prosigue el sueño con la fantasía de que el puente de hierro de pronto se rompe y él se precipita al abismo.
Personas acerca de las cuales se insiste que son desconocidas o que uno ha olvidado sus nombres son la mayoría de las veces muy allegadas. El soñante tiene dos hermanos; si acaso les hubiera deseado a ambos la muerte, bien justificado estaría que le afligiera por ello la angustia de muerte. Sobre el mensajero del telégrafo observa que esos individuos siempre anuncian desgracias. Por el uniforme también podría haber sido un farolero, quien por cierto apaga los faroles, tal como el genio de la muerte extingue las antorchas. Con el carretero asocia el poema de Uhland sobre el viaje por mar del rey Karl, y le viene a la memoria un peligroso viaje por las aguas del lago con dos camaradas, en el cual cumplió el papel que hace el rey en el poema(178).Sobre el puente de hierro, se le ocurre un accidente habido en los últimos tiempos, y el tonto giro idiomático: «La vida es un puente colgante» (ver nota(179)).
11. Como otro ejemplo de figuración de la muerte, valga el siguiente sueño:
Un señor desconocido entrega para él una tarjeta de visita festoneada de negro.
12. El siguiente sueño les interesará por múltiples aspectos, aunque tiene como una de sus premisas un estado neurótico [del soñante]
El viaja por ferrocarril. El tren se detiene en descampado. El cree que está por producirse un accidente, hay que pensar en escaparse, va por todos los vagones del tren y mata a todos los que le salen al paso, al inspector, al maquinista, etc.
Sobre esto, el recuerdo del relato de un amigo. En una línea del ferrocarril, en Italia, se trasportaba a un demente en un compartimiento, pero, por descuido, se asignó lugar junto a él a un viajero. El loco mató al compañero de viaje. El se identifica entonces con este loco y funda su reclamo a ello con la representación obsesiva que de tiempo en tiempo lo tortura: ha de «eliminar a los testigos», a todos ellos. Pero después halla una motivación aun mejor, que lleva a la ocasión del sueño. Ayer en el teatro volvió a ver a la muchacha a quien quería desposar, pero de la que se ha apartado porque le daba motivo de celos. Por la intensidad con que lo asaltaban los celos, habría sido realmente loco querer desposarla. Esto es: la juzga tan infiel que se habría visto forzado a matar por celos a todos cuantos se le cruzaran en el camino. Del marchar por una serie de habitaciones, de vagones en este caso, ya hemos tomado conocimiento como símbolo del estar casado(180) (opuesto a monogamia).
Sobre la detención del tren en descampado y el temor a un accidente, cuenta: Cierta vez, cuando en un viaje por ferrocarril aconteció una repentina parada fuera de estación, una joven dama, compañera de viaje, declaró que quizás era inminente un choque y la precaución más atinada era ponerse con las piernas para arriba. Ahora bien, este «las piernas para arriba» había jugado también un papel en los muchos paseos y escapadas al campo que él había emprendido con aquella muchacha en el dichoso tiempo del amor primero. Nuevo argumento de que tendría que estar loco para desposarla ahora. Que en él había un deseo de estar loco, por mi
conocimiento de la situación pude suponerlo con certeza.

13ª conferencia. Rasgos arcaicos e infantilismo del sueño

Señoras y señores: Déjenme ustedes retomar el hilo de nuestro resultado, a saber, que el trabajo del sueño trasporta los pensamientos latentes, bajo el influjo de la censura onírica, a otro modo de expresión. Los pensamientos latentes no son más que los pensamientos concientes, que bien conocemos, de nuestra vida de vigilia; el nuevo modo de expresión nos resulta incomprensible por muchos de sus rasgos. Tenemos dicho que él se remonta a estados de nuestro desarrollo intelectual superados ha mucho por nosotros, al lenguaje figural, a la referencia simbólica, quizás a condiciones que han existido antes de que se desarrollase nuestro lenguaje discursivo. Por eso llamamos arcaico o regresivo al modo de expresión del trabajo onírico.
De ahí pueden ustedes inferir que mediante un estudio más profundo del trabajo del sueño podrían conseguirse valiosas aclaraciones sobre los comienzos, no bien conocidos, de nuestro desarrollo intelectual. Espero que así sea, pero ese estudio no ha sido emprendido hasta hoy. La prehistoria a que el trabajo del sueño nos reconduce es doble: en primer lugar, la prehistoria individual, la infancia; y por otra parte, en la medida en que cada individuo repite abreviadamente en su infancia, de alguna manera, el desarrollo todo de la especie humana, también esta otra prehistoria, la filogenética. ¿Se logrará distinguir en los procesos anímicos latentes la parte que proviene del tiempo primordial del individuo de la que proviene del filogenético? No lo creo imposible. Así, me parece, la referencia simbólica, que el individuo en ningún caso aprendió, tiene justificado derecho a que se la considere una herencia filogenética.
No es este, empero, el único rasgo arcaico del sueño. Todos ustedes, por experiencia propia, tienen cabal noticia de la asombrosa amnesia de la infancia. Me refiero al hecho de que los
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primeros años de vida, hasta los cinco, seis u ocho años, no han dejado tras sí sus huellas en la memoria como lo que se vivenció después. Sin duda, uno se encuentra con hombres que pueden gloriarse de un recuerdo continuado desde el lejano principio hasta la fecha, pero el otro comportamiento el de las lagunas en la memoria, es incomparablemente más frecuente. Opino que este hecho no ha provocado el asombro que merece. El niño, a los dos años, puede hablar bien; pronto muestra que se desenvuelve en medio de complejas situaciones anímicas, y dice cosas que muchos años más tarde, cuando se le vuelven a contar, ha olvidado. Y eso que en años tempranos la memoria es mucho más rendidora, porque está menos sobrecargada. Claro que no hay motivo para tener a la función de la memoria como una operación anímica particularmente elevada o difícil; al contrario, podemos hallar una buena memoria aun en personas de nivel intelectual muy bajo (ver nota(181)).
Pero tengo que citar un segundo hecho asombroso, que se añade al ya mencionado: de ese vacío del recuerdo que envuelve a los primeros años de la infancia, se destacan recuerdos aislados, bien conservados, de los que se tiene casi siempre una imagen plástica y cuya conservación no puede justificarse. Nuestra memoria, en efecto, practica una selección en el material de impresiones que nos llegan en nuestra vida posterior. Retiene lo importante en cualquier sentido, y desecha lo nimio. No ocurre así con los recuerdos conservados de la infancia. Estos no responden necesariamente a vivencias importantes de los años infantiles, ni siquiera a las que habrían debido parecer tales al niño desde su punto de vista. A menudo son tan triviales y en :sí tan carentes de importancia, que nos asombra que precisamente ese detalle se sustrajera del olvido. Yo he intentado en su momento abordar, con la ayuda del análisis, el enigma de la amnesia infantil y de esos restos mnémicos que la interrumpen, y llegué a este resultado: en verdad, también en el niño ha pervivido en el recuerdo únicamente lo importante; sólo que por los procesos que ustedes ya conocen, el de la condensación y, muy particularmente, el del desplazamiento, lo importante está subrogado en el recuerdo por otra cosa que parece inimportante. Por eso he llamado a esos recuerdos de infancia «recuerdos encubridores(182)»; por medio de un análisis a fondo puede desplegarse desde ellos todo lo olvidado.
En los tratamientos psicoanalíticos se plantea con total regularidad la tarea de rellenar esas lagunas del recuerdo infantil. En la medida en que la cura obtiene algún éxito (y son la inmensa mayoría de los casos), conseguimos también traer de nuevo a la luz el contenido de aquellos años de infancia cubiertos por el olvido. Esas impresiones nunca se han olvidado realmente; sólo eran inasequibles, latentes, han pertenecido al inconciente. Pero también puede ocurrir que emerjan espontáneamente del inconciente, y esto acontece por cierto a raíz de sueños. Así se evidencia que la vida onírica sabe hallar el acceso hasta esas vivencias infantiles, latentes. En la bibliografía se apuntan bellos ejemplos de esto, y yo mismo he podido hacer una contribución de esa clase. Cierta vez soñé, dentro de un cierto contexto, con una persona que debía de haberme prestado un servicio y que yo vi con nitidez frente a mí. Era un hombre tuerto, bajo, grueso, la cabeza profundamente hundida entre los hombros. Del contexto saqué que era un médico. Por suerte pude preguntar a mí madre, aún viva, por el aspecto físico del médico de mí lugar de nacimiento, que yo había abandonado cuando tenía tres años; y me enteré por ella de que era tuerto, de escasa estatura, grueso, la cabeza profundamente hundida entre los hombros; y también me contó mi madre del accidente, olvidado por mí, a raíz del cual él me había prestado asistencia (ver nota(183)). Así pues, el tener a su disposición el material olvidado de los primeros años de la infancia es otro rasgo arcaico del sueño (ver nota(184)).
Ahora bien, esta misma pista es aplicable a otro de los enigmas con que hemos tropezado. Recuerden el asombro que nos provocó dar con la intelección de que los excitadores de los sueños eran deseos sexuales malos y disolutos que hicieron necesarias una censura y una desfiguración oníricas [págs. 130 y sigs.]. Cuando interpretamos al soñante un sueño así y, en el caso más favorable, él no ataca la interpretación, de todos modos se pregunta, por lo regular, de dónde le vino un deseo tal, pues dice que lo siente ajeno y que en verdad es conciente de lo contrario. Mas no desesperemos de pesquisar su origen. Estas malignas mociones de deseo provienen del pasado, y muchas veces de un pasado no tan remoto. Puede demostrarse que una vez se tuvo conocimiento de ellas y fueron concientes, por más que hoy ya no lo sean. La mujer cuyo sueño significa que ella querría ver muerta frente a sí a su única hija, ahora de diecisiete años, descubre bajo nuestra guía que, en efecto, alimentó en un tiempo ese deseo de muerte (ver nota(185)). Esa hija es el fruto de un matrimonio desdichado, que pronto se disolvió. Cuando todavía la llevaba en su seno, una vez, tras una violenta escena con su marido, en un ataque de furia se golpeó el vientre con los puños para matar al hijo que estaba ahí dentro. Cuántas madres que hoy aman tiernamente, y quizá con ternura excesiva, a sus hijos los recibieron empero a disgusto y desearon entonces que la vida no siguiera desarrollándose en ellos; y aun traspusieron ese deseo en acciones diversas, por suerte inocuas. El deseo de que muera la persona amada, tan enigmático después, proviene entonces del tiempo inicial del vínculo con ella.
El padre cuyo sueño permite interpretar que desea la muerte de su hijo mayor, su preferido, tiene que admitir igualmente el recuerdo de que una vez ese deseo no le fue ajeno. Cuando su hijo era todavía un lactante, muchas veces pensó ese hombre, insatisfecho con su elección matrimonial, que si ese pequeño ser, que nada le significaba, muriera, él quedaría de nuevo libre y haría de su libertad un mejor uso (ver nota(186)). Puede demostrarse que gran número de parecidas mociones de odio tienen idéntico origen; son recuerdos de algo que perteneció al pasado, fue una vez conciente y cumplió su papel en la vida anímica. De ahí inferirán ustedes que tales deseos y tales sueños no se presentarán en los casos en que no han sobrevenido mudanzas de esa naturaleza en la relación con una persona, vale decir, en que la relación mantuvo desde el comienzo el mismo sentido. Estoy dispuesto a concederles esta inferencia, con tal que se percaten de que no estamos tomando en cuenta la literalidad del sueño, sino su sentido tras la interpretación. Puede suceder que el sueño manifiesto de la muerte de una persona querida no haga sino presentar una máscara espantable, mientras que en verdad significa algo por entero diverso, o que la persona querida esté destinada a ser el engañoso sustituto de otra.
Pero esta misma concepción de las cosas les sugerirá a ustedes otra pregunta, mucho más seria. Dirán: «Muy bien, supongamos que ese deseo de muerte existió una vez, y es corroborado por el recuerdo; pero esa no es todavía una explicación: Fue vencido hace tiempo, y hoy apenas si puede persistir en el inconciente como un mero recuerdo vaciado de todo afecto, nunca como una moción potente. Nada habla en favor de esto último. ¿A raíz de qué, entonces, sería recordado por el sueño?». Esta pregunta tiene real justificación; el intento de darle respuesta nos llevaría demasiado lejos y nos forzaría a tomar partido en uno de los puntos más importantes de la doctrina del sueño. Pero me veo obligado a mantenerme dentro del marco de nuestras elucidaciones y a practicar la abstinencia. Avénganse ustedes a esta renuncia provisional (ver nota(187)). Conformémonos con la prueba fáctica de que este deseo
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superado es rastreable como excitador del sueño, y prosigamos nuestra indagación para averiguar si también otros deseos malignos admiten esa misma derivación desde el pasado.
Sigamos considerando esos deseos de eliminación, que las más de las veces podemos reconducir al egoísmo irrestricto del soñante. Un deseo así es rastreabIe con harta frecuencia como formador del sueño. Tantas veces como en la vida alguien se nos interpone en el camino (y han de ser sobradas, en vista de la complejidad de las situaciones vitales), de inmediato está el sueño dispuesto a matarlo, se trate del padre, de la madre, de un hermano, un cónyuge, etc. Nos asombró muchísimo esta perversidad de la naturaleza humana, y por cierto no nos inclinábamos a aceptar sin más la exactitud de este resultado de la interpretación del sueño. Pero cuando advertimos que el origen de esos deseos debía buscarse en el pasado, enseguida descubrimos el período del pasado individual en que ese egoísmo y esas mociones de deseo, aun hacia los más allegados, nada tienen de sorprendente. Es el niño, precisamente en aquellos primeros años que después son tapados por la amnesia, el que muestra ese egoísmo; a menudo lo exhibe de un modo extremadamente acusado, pero en todo caso siempre deja ver sus nítidos esbozos o, mejor dicho, sus relictos. Es que el niño se ama primero a sí mismo y sólo después aprende a amar a otros, a sacrificar a otro algo de su yo. Aun a las personas a quienes parece amar desde el principio, las ama ante todo porque le hacen falta, no puede prescindir de ellas; por tanto, otra vez por motivos egoístas. Sólo más tarde la moción de amor se hace independiente del egoísmo. De hecho, el niño ha aprendido a amar en el egoísmo.
En relación con esto, será instructivo comparar la actitud del niño hacia sus hermanos con la que tiene hacia sus padres. No necesariamente el niño pequeño ama a sus hermanos, y a menudo es evidente que no lo hace. Es indudable que los odia como a sus competidores, y sabemos bien que con frecuencia esta actitud se mantiene por largos años hasta la época de la madurez, y aun después puede proseguir sin interrupción. Muy comúnmente es relevada por una más tierna o, digámoslo mejor: esta se le sobreimpone, pero la actitud hostil parece ser, con mucha regularidad, la más temprana. Es posible observarla con suma facilidad en niños de dos años y medio hasta cuatro y cinco, cuando les nace un nuevo hermanito. Este es recibido casi siempre de manera muy poco amistosa. Manifestaciones como: «No me gusta; que la cigüeña se lo lleve de nuevo», son muy habituales. Después se aprovecha toda oportunidad de rebajar al recién venido, y no es nada raro que haya intentos de hacerle daño, atentados directos. Si la diferencia de edad es pequeña, el niño, en el momento en que despierta en él una actividad anímica más intensa, ya encuentra frente a sí al competidor y se las arregla para manejarse con él. Si la diferencia es algo mayor, el nuevo niño puede despertarle desde el comienzo ciertas simpatías, como un objeto interesante, como una suerte de muñeco vivo; y si la diferencia de edades es de ocho años o más, pueden va, particularmente en las niñas, entrar en juego mociones protectoras, maternales. Pero digámoslo con sinceridad; sí tras un sueño uno descubre el deseo de que muera el hermano, no hace falta hallarlo inusitado y enigmático; su modelo se rastrea sin dificultad en la primera infancia, y muchas veces aun en años posteriores de la convivencia (ver nota(188)).
Probablemente no haya cuarto de niños sin violentos conflictos entre sus moradores. Motivos: la competencia por el amor de los padres, por el patrimonio común, por el espacio dentro de la vivienda. Las mociones hostiles se dirigen tanto hacia los hermanos mayores como hacia los menores. Fue Bernard Shaw, creo, quien acuñó esta frase: «Por lo general, sólo hay una persona a quien una muchacha inglesa odia más que a su madre: su hermana mayor(189)».
En esta sentencia, empero, hay algo que nos extraña. Al odio y a competencia entre hermanos, si nos apuran, los hallamos concebibles; pero, ¿cómo podrían penetrar sentimientos de odio en la relación entre hija y madre, entre padres e hijos?
Esa relación es, sin duda, y aun desde el ángulo del niño, la más favorable. Además, es lo que nuestra expectativa reclama; hallamos más chocante que falte el amor entre padres e hijos, que no., entre hermanos. En el primer caso, por así decir, hemos sacralizado algo que en el segundo abandonarnos a lo profano. Y no obstante, la observación cotidiana puede mostrarnos que hartas veces los vínculos de afecto entre padres e hijos adultos van muy a la zaga del ideal establecido por la sociedad, y acecha ahí una hostilidad que se exteriorizaría si no la coartasen unos añadidos de piedad y de mociones tiernas. Los motivos para ello son de todos conocidos y muestran una tendencia a divorciar entre sí a los del mismo sexo, a la hija de la madre, al, padre del hijo. La hija encuentra en la madre la autoridad que cercena su voluntad y la persona a quien se ha confiado la misión de imponerle esa renuncia a la libertad sexual que la sociedad exige; en ciertos casos, también la competidora que se resiste a ser suplantada {Verdrüngung}. Esto mismo se repite, de manera todavía más llamativa entre el hijo y el padre.
Para el hijo, el padre encarna toda la coacción social, que soporta a disgusto; el padre le bloquea el acceso a la afirmación de la voluntad, al goce sexual temprano y, donde existen bienes de familia comunes, al goce de estos. La espera de la muerte del padre se acrecienta en el caso del heredero del trono hasta una altura que roza lo trágico. Menos amenazada parece la relación entre padre e hija, madre e hijo. Esta última da los ejemplos más puros de una ternura inalterable, no turbada por ninguna clase de reparo egoísta (ver nota(190)).
¿Por qué hablo de estas cosas, que son bien triviales y conocidas por todos? Porque hay una inequívoca inclinación a desmentir su importancia en la vida, y a presentar como cumplido el ideal que la sociedad exige, con mucho mayor frecuencia de lo que en realidad ocurre. Pero es mejor que el psicólogo diga la verdad, y no que abandone esta tarea al cínico. Por otra parte, esta desmentida sólo alcanza a la vida real. El arte narrativo y dramático goza de la libertad de servirse de los motivos que ofrece el incumplimiento de ese ideal.
No debe asombrarnos, pues, que el sueño descubra en gran número de personas su deseo de eliminación de los padres, en especial del de su mismo sexo. Tenemos derecho a suponer que preexistió también en la vida de vigilia, y aun muchas veces devino conciente, cuando ha sido capaz de enmascararse mediante algún otro motivo; así, en el caso de nuestro soñante del ejemplo 3, lo hizo mediante la compasión por el inútil sufrimiento del padre. Es raro que la hostilidad reine sola en esa relación; más frecuentemente se retira tras mociones tiernas por las que es sofocada, y tiene que aguardar hasta que un sueño, por así decirlo, la aísle. Lo que el sueño, a consecuencia de ese aislamiento, nos muestra magnificado vuelve a achicarse cuando, tras la interpretación, es reinsertado por nosotros en la trama de la vida (Hanns Sachs(191)). Ahora bien, hallamos este deseo onírico también ahí donde en la vida no tiene asidero alguno y donde el adulto en la vigilia jamás podría verse forzado a confesárselo. Esto tiene su fundamento en que el motivo más profundo y regular para la enemistad, en particular entre las personas del mismo sexo, ya se ha hecho valer en la primera infancia.
Aludo a la competencia de amor con nítido resalto del carácter sexual. El hijo, ya de pequeño, empieza a desarrollar una particular ternura por la madre, a quien considera como su bien
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propio, y a sentir al padre como un rival que le disputa esa posesión exclusiva; y de igual modo, la hija pequeña ve en la madre a una persona que 'le* estorba su vínculo de ternura con el padre y ocupa un lugar que ella muy bien podría llenar. Las observaciones nos fuerzan a aceptar cuán temprana es la edad a que se remontan tales actitudes, que llamamos complejo de Edipo porque esta saga realiza, apenas moderados, los dos deseos extremos que resultan de la situación del hijo varón: matar al padre y tomar por esposa a la madre. No pretendo sostener que el complejo de Edipo agote el vínculo de los hijos con los padres; este puede fácilmente ser mucho más intrincado. Además, el complejo de Edipo aparece perfilado con mayor o menor fuerza, hasta puede experimentar una inversión, pero es un factor regular y muy importante de la vida anímica infantil, y se corre más bien el peligro de menospreciar su influjo y el de los desarrollos que surgen de él, que no de sobrestimarlo. Por lo demás, los hijos reaccionan a menudo con la actitud del Edipo debido a una incitación de los padres, que con suma frecuencia se dejan guiar en su elección de amor por la diferencia sexual, de suerte que el padre prefiere a la hija, la madre al hijo o, en caso de enfriamiento en el matrimonio, lo toma por sustituto del objeto de amor desvalorizado (ver nota(192)).
No puede aseverarse que el mundo haya agradecido mucho a la investigación psicoanalítica por el descubrimiento del complejo de Edipo. Al contrarío, ha provocado la más violenta revuelta de los adultos, y personas que no se habían sumado al desconocimiento {Ableugnung) de este vínculo afectivo sobre el que recae la prohibición o el tabú, más tarde han reparado esa omisión restándole valor al complejo mediante unas reinterpretaciones (ver nota(193)). Según mi convicción inalterada, aquí nada hay que desmentir {verleugnen} ni nada que embellecer. Reconciliémonos con ese hecho que es reconocido por la propia saga griega como un hado inevitable. Interesante es, de nuevo, que a ese complejo de Edipo expulsado de la vida se lo abandone a la creación literaria, se lo ceda a esta, por así decir, para que disponga libremente de él. Otto Rank [1912c] expuso en un minucioso estudio de qué modo precisamente el complejo de Edipo ofreció ricos motivos a la creación dramática, con infinitos retoques, atenuaciones y disfraces, vale decir, con desfiguraciones que hemos reconocido ya como la obra de una censura. Por tanto, nos es lícito atribuir este complejo de Edipo aun a aquellos soñantes tan dichosos como para sustraerse en su vida posterior de todo conflicto con sus padres, e íntimamente anudado a él hallamos lo que llamamos complejo de castración:(194) la reacción frente a la intimidación sexual o al cercenamiento de la práctica sexual de la primera infancia, que se atribuyen al padre.
Por las averiguaciones que hemos hecho hasta ahora en el estudio de la vida anímica infantil, podemos alimentar también la esperanza de que se nos esclarezca, de manera similar, el origen de la otra parte de los deseos oníricos prohibidos: las mociones sexuales excesivas. Ello nos estimula a estudiar también el desarrollo de la vida sexual infantil, y de varias fuentes averiguamos esto: Es, ante todo, un error insostenible negar que el niño tenga una vida sexual y suponer que la sexualidad sólo se instalaría en la época de la pubertad, con la maduración de los genitales. Por lo contrario, desde el comienzo mismo el niño tiene una rica vida sexual que se diferencia en muchos puntos de la que más tarde se juzga normal. Lo que en la vida de los adultos llamamos «perverso» diverge de lo normal en los siguientes puntos: en primer lugar, por el traspaso de la barrera entre las especies (el abismo entre el hombre y el animal); en segundo lugar, por la trasgresión de la barrera del asco; tercero, de la barrera del incesto (la prohibición de buscar satisfacción sexual en parientes cercanos consanguíneos); cuarto, de la identidad del sexo y, quinto, por la trasferencia del papel genital a otros órganos y partes del cuerpo. Todas estas barreras no existen desde el principio, sino que se erigen poco a poco en el curso del desarrollo y de la educación. El niño pequeño está libre de ellas. No conoce todavía ningún tajante abismo entre hombre y animal; sólo más tarde se desarrolla en él la arrogancia con que aquel se aparta de este (ver nota(195)). Inicialmente no muestra asco alguno frente a lo excrementicio, sino que lo aprende poco a poco bajo el imperio de la educación; no atribuye un valor particular a la diferencia de los sexos, más bien les imputa a ambos la misma formación genital; dirige sus primeros apetitos sexuales y su curiosidad a los seres más allegados, y a quienes más ama por otras razones: padres, hermanos, personas encargadas de su crianza; por último, muestra lo que vuelve a irrumpir luego en la exaltación de un vínculo amoroso: no sólo espera placer de los órganos sexuales, sino que muchos otros lugares del cuerpo reclaman esa misma sensibilidad, procuran análogas sensaciones placenteras y, así, pueden desempeñar el papel de genitales. El niño puede ser llamado, entonces, «perverso polimorfo»; y si no advertimos más que rastros de la práctica de estas mociones en el niño, esto se debe, por una parte, a su menor intensidad por comparación a la que poseen en épocas más tardías de la vida, y, por la otra, a que la educación sofoca en el acto, con energía, todas las exteriorizaciones sexuales del niño. Esta sofocación continúa, por así decir, en la teoría, en cuanto los adultos se empeñan en no ver un sector de las exteriorizaciones sexuales infantiles y en disfrazar otro mediante una reinterpretación de su naturaleza sexual, hasta que a la postre pueden desconocer el todo. A menudo son estas mismas personas las que primero, en el cuarto de los niños, se enfurecen con todas sus malas costumbres sexuales, y luego, puestas a su mesa de escribir, son las campeonas de la pureza sexual de esos mismos niños. Cuando los niños son abandonados a su arbitrio o están bajo el influjo de la seducción, suelen dar muestras bien visibles de una práctica sexual perversa. Desde luego, los adultos tienen derecho a no tomar esto en serio, declarándolo «niñerías» o «jugueteos», pues el niño no puede ser juzgado ni ante el tribunal de las costumbres ni ante el de la ley como capaz y responsable, pero esas cosas existen sin duda alguna, tienen su importancia tanto como indicios de una constitución congénita cuanto como causas y acicates de desarrollos posteriores, y nos anotician sobre la vida sexual infantil y, así, sobre la vida sexual humana en general. Por tanto, si tras nuestros sueños desfigurados reencontramos todas estas perversas mociones de deseo, esto no significa sino que el sueño ha consumado también en este ámbito el retroceso al estado infantil.
Entre estos deseos prohibidos, merecen destacarse particularmente los incestuosos, es decir, los que apuntan al comercio sexual con progenitores y hermanos. Bien conocen ustedes el horror que en la comunidad humana se siente, o al menos se proclama, hacia un comercio semejante, y el énfasis que se pone en su prohibición. Se han hecho los más colosales esfuerzos para explicar este horror al incesto. Algunos han conjeturado que son unas precauciones de la naturaleza con miras a la reproducción las que se hacen representar {reprásentieren} en lo psíquico mediante esa prohibición, pues el aparcamiento de consanguíneos haría degenerar los caracteres de la raza; pero otros han aseverado que la convivencia desde la primera infancia hace que el apetito sexual se desvíe de las personas que participan en ella. En cualquiera de los dos casos, en verdad, la evitación del incesto estaría asegurada automáticamente, y no se comprendería la necesidad de esa estricta prohibición, que más bien apunta a la preexistencia de un poderoso anhelo. Las indagaciones psicoanalíticas han llegado a la inequívoca conclusión de que la elección incestuosa de objeto amoroso es la primera y es la regular, y sólo más tarde adviene una resistencia a ella, que en modo alguno puede tener su origen en la psicología individual (ver nota(196)).
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Resumamos lo que esta profundización en la psicología infantil nos ha aportado para la comprensión del sueño. No sólo hallamos que el material de las vivencias infantiles olvidadas es asequible al sueño; vimos también que la vida anímica de los niños, con todas sus particularidades, su egoísmo, su elección incestuosa de objeto amoroso, etc., persiste todavía para el sueño, vale decir en lo inconciente, y que todas las noches el :sueño nos retrotrae a ese estadio infantil. Esto nos ratifica que lo inconciente de la vida anímica es lo infantil. La impresión de extrañeza que nos provoca tanta malignidad ínsita en el hombre empieza a ceder. Esta horrible malignidad es simplemente lo inicial, lo primitivo, lo infantil de la vida anímica que nosotros podemos hallar operante en el niño, pero que en parte no vemos en él a causa de sus pequeñas dimensiones, en parte no tomamos en serio porque no le exigimos ninguna elevación ética. Como el sueño regresa hasta ese estadio, parece como si hubiera sacado a la luz lo maligno en nosotros. Pero no es más que una ilusión engañosa por la que nos hemos dejado espantar. No somos tan malignos como supondríamos tras la interpretación de los sueños.
Si las mociones malignas de los sueños son sólo infantilismos, un regreso a los comienzos de nuestro desarrollo ético, siendo que el sueño no hace sino volvernos niños en el pensamiento y el sentimiento, no nos hace falta, racionalmente, avergonzarnos por estos sueños malignos (ver nota(197)). Sólo que lo racional no es sino una parte de la vida anímica, y en el alma operan además muchas cosas que no son racionales; y así acontece que, en forma no racional, nos avergonzamos empero de tales sueños. Los sometemos a la censura onírica, nos avergonzamos y enfadamos cuando, por excepción, uno de estos deseos logra penetrar en la conciencia de manera tan poco desfigurada que no podemos menos que reconocerlo, y aun en ocasiones nos avergüenzan los sueños desfigurados como si en verdad los comprendiésemos. Baste recordar la indignación con que juzgó aquella digna anciana su sueño, no interpretado, de los «servicios de amor». El problema, por tanto, no está aún resuelto, y es posible que si seguimos ocupándonos de lo maligno en el sueño alcancemos un juicio diverso sobre la naturaleza humana y una diversa estimación de ella.
Como resultado de toda la indagación tomemos dos intelecciones, que no significan, sin embargo, sino el comienzo de nuevos enigmas, de nuevas dudas. En primer lugar: La regresión del trabajo onírico no es sólo formal {formal}, sino también material {materiell}. No sólo traduce nuestros pensamientos a una forma primitiva de expresión, sino que también convoca a las peculiaridades de nuestra vida anímica primitiva, la vieja prepotencia del yo, las mociones iniciales de nuestra vida sexual y aun nuestro viejo patrimonio intelectual, si es que podemos concebir de ese modo a la referencia simbólica. Y en segundo lugar: Todo esto infantil viejo, que una vez dominó y lo hizo como único señor, tenemos hoy que atribuirlo a lo inconciente; y entonces nuestras representaciones sobre lo inconciente se modifican y amplían. Inconciente ya no es más un nombre para lo latente por el momento; el inconciente es un reino anímico particular, con sus mociones de deseo propias, sus propios modos de expresión y sus mecanismos anímicos peculiares, que en ningún otro lado están en vigor. Pero los pensamientos oníricos latentes, que hemos colegido por la interpretación del sueño, no pertenecen a ese reino; son más bien tal cual habríamos podido pensarlos en la vigilia. Son, no obstante, inconcientes; ¿cómo se resuelve entonces esta contradicción? Empezamos a entrever que aquí ha de trazarse un distingo. Algo que proviene de nuestra vida conciente y comparte los caracteres de ella -lo llamamos «los restos diurnos»- se junta, para la formación del sueño, con otra cosa que viene de aquel reino del inconciente. Entre estas dos piezas se realiza el trabajo del sueño. El que los restos diurnos sean influidos por lo inconciente que se les sobreagrega encierra, sin duda, la condición para la regresión. Esta es la intelección más profunda que sobre la esencia del sueño podemos alcanzar aquí, antes de haber explorado otros ámbitos del alma. Pero pronto llegará el momento de imponer al carácter inconciente de los pensamientos oníricos latentes un nombre distinto, para diferenciarlo de lo inconciente que proviene de aquel reino de lo infantil (ver nota(198)).
Podemos también, desde luego, plantear esta pregunta: ¿Qué compele a la actividad psíquica a hacer esa regresión durante el dormir? ¿Por qué no tramita de otro modo los estímulos anímicos que perturban el dormir? Y si por motivos de la censura onírica tiene que servirse del disfraz de la vieja manera de expresión, ahora incomprensible, ¿de qué le vale la reanimación de las viejas mociones del alma, de los deseos y rasgos de carácter ahora superados? ¿De qué le vale, entonces, la regresión material, que se sobreañade a la formal? La única respuesta que nos resultaría satisfactoria sería que sólo de esa manera puede ser formado un sueño, que dinámicamente no es posible cancelar de otro modo el estímulo onírico. Pero por ahora no tenemos el derecho de dar semejante respuesta.