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MASCULINIDAD — FEMINIDAD
= Al.: Mánnlichkeit - Weiblichkeit. — Fr./ masculinité - féminité. — Ing.: masculinity-feminity. — It.: mascolinita - femminilita. — Por.: masculinidade - feminidade.
Oposición recogida por el psicoanálisis y de la que éste ha mostrado que, en realidad, es mucho más compleja de lo que generalmente se cree: el modo de situarse el sujeto humano en relación con su sexo biológico constituye el término aleatorio de un proceso conflictual.
Freud subrayó la diversidad de significaciones inherentes a los términos «masculino» y «femenino»: significación biológica, que remite al sujeto a los caracteres sexuales primarios y secundarios; en este campo los conceptos tienen un sentido muy preciso, pero el psicoanálisis ha puesto de manifiesto que estos datos biológicos no bastan para explicar el comportamiento psicosexual. Significación sociológica, variable según las funciones reales y simbólicas atribuidas al hombre y a la mujer en la civilización que se considere. Finalmente, significación psicosexual, necesariamente imbricada con las anteriores, especialmente con la significación social. Todo esto equivale a señalar que estas nociones son problemáticas y con cuánta prudencia deben ser consideradas; así, una mujer que ejerza una actividad profesional que requiera cualidades de autonomía, carácter, iniciativa, etc., no será necesariamente más masculina que otra. De un modo general puede decirse que lo decisivo, en la apreciación de una conducta con respecto al par masculinidad-feminidad, son las fantasías subyacentes, que sólo pueden descubrirse mediante la investigación psicoanalítica.
El concepto de bisexualidad*, tanto si se intenta basarlo en un substrato biológico como si es interpretado en términos de identificaciones y de posiciones edípicas, implica en todo ser humano una síntesis, más
o menos armónica y mejor o peor aceptada, de rasgos masculinos y
femeninos. Finalmente, desde el punto de vista del desarrollo del individuo, el
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1." Se tiene la tendencia a designar con el término «masoquismo erógeno» la perversión sexual masoquista (1 fo). Si bien puede parecer legítima esta denominación (por cuanto el perverso masoquista busca la excitación erótica en el dolor), no corresponde a lo que Freud parecía querer designar con ella: para él no se trata de una forma clínicamente delimitable del masoquismo, sino de una condición que se halla en la base de la perversión masoquista y que se encuentra también en el masoquismo moral: la ligazón del placer sexual al dolor.
2." El término «masoquismo femenino» hace pensar ante todo en el «masoquismo de la mujer». Es cierto que Freud designó con dicho término la «expresión de la esencia femenina», pero, dentro de la teoría de la bisexualidad, el masoquismo femenino representa una posibilidad inmanente en todo ser humano. Es más, con esta denominación describe Freud, en el hombre, lo que constituye la esencia misma de la perversión masoquista: «Si se tiene ocasión de estudiar casos en los que los fantasmas masoquistas se hayan elaborado de forma especialmente rica, fácilmente se descubre que colocan al sujeto en una situación característica de la feminidad [...]» (2).
Otros dos conceptos clásicos son los de masoquismo primario y masoquismo secundario.
Freud entiende por masoquismo primario un estado en el que la pulsión de muerte todavía se dirige sobre el propio sujeto, aunque ligada por la libido y unida a ésta. Este masoquismo se denomina «primario» porque no sigue a una fase en que la agresividad se dirigiría hacia un objeto exterior, y también para diferenciarlo de un masoquismo secundario, consistente en una vuelta del sadismo hacia la propia persona, que se añade al masoquismo primario.
La idea de un masoquismo irreductible a una vuelta del sadismo hacia la propia persona sólo fue admitida por Freud una vez establecida la hipótesis de la pulsión de muerte"''.
MATERIAL (s. m.)
= AL: Material. — Fr.: materiel. — ¡ng.: material. — It.: materiale. — Por.: material.
Término utilizado corrientemente en psicoanálisis para designar el conjunto de palabras y comportamientos del paciente, en cuanto constituyen una especie de materia prima que se ofrece para las interpretaciones y construcciones.
El término «material» es complementario de los de interpretación* y construcción", que designan una elaboración de los datos en bruto proporcionados por el paciente.
Freud comparó a menudo el trabajo analítico con el del arqueólogo que, a partir de los fragmentos descubiertos en las excavaciones, reconstruye un edificio desaparecido. También se hace alusión a la imagen de los estratos cuando se habla de material más o menos «profundo», segiin criterios genéticos y estructurales.
En ocasiones, como por ejemplo en Las construcciones en análisis {Konstruktionen der Analyse, 1937), Freud se vio inducido a diferenciar claramente, dentro del trabajo analítico, el aporte del material y la elaboración de éste. Esta distinción es evidentemente esquemática:
1) Resulta imposible distinguir, en la historia de la cura, dos tiem
pos sucesivos: aporte de material y elaboración del mismo. Lo que se
comprueba es una interacción constante. Así, por ejemplo, se reconoce
que una interpretación hace que aparezca un nuevo material (recuerdos,
fantasías).
2) Tampoco resulta posible definir el aporte de material y la elabo
ración del mismo como dos funciones atribuidas respectivamente, una
al analizado, y la otra al analista. En efecto, el analizado puede tomar
parte activa en la interpretación del material, debe integrar las inter
pretaciones {véase: Trabajo elaborativo), etc.
Con las reservas citadas, la noción de material subraya un aspecto esencial de las producciones de origen inconsciente, a saber: su alteridad con respecto al sujeto consciente, ya sea porque el analizado las considere, desde un principio, como relativamente extrañas a su personalidad y constituyendo, por este mismo hecho, un material, ya sea porque, como uno de los primeros efectos del trabajo analítico y de la aplicación de la regla fundamental*, se dé cuenta del aspecto sintomático, incoercible, de un determinado comportamiento y lo considere entonces como irreductible a sus motivaciones conscientes, como un material a analizar.
El término, aparte de su empleo corriente con un sentido relativamente atenuado, adquiere su sentido pleno al relacionarlo con el realismo freudiano del inconsciente: para Freud existen «contenidos» inconscientes, un material patógeno inconsciente (1).
MATERNALIZACIÓN
= Al.: Bemuttern o mütterliches Betreuen. — Fr.: matemage. — Ing.: mothering. — It.: maternage. —Por.: matemagem.
Técnica de psicoterapia de las psicosis, especialmente de la esquizofrenia, que tiende a establecer, entre el terapeuta y el paciente, de un modo tanto simbólico como real, una relación análoga a la que existiría entre una «buena madre» y su iiijo.
La técnica de la maternalización se basa en una concepción etiológica de la psicosis que relaciona esta enfermedad con las frustraciones precoces, sobre todo orales, sufridas por el sujeto durante su primera infancia de parte de la madre.
En sentido amplio, se ha hablado de maternalización para designar «el conjunto de cuidados prodigados al infans dentro del clima de ternura activa, oblativa, atenta y continuada que caracteriza el sentimiento maternal» (1 a); pero la mayoría de las veces dicho término sirve para calificar únicamente la técnica psicoterápica.
Ésta es, sobre todo, reparadora. Pero, si bien tiende a proporcionar al paciente las satisfacciones reales en las que se vio frustrado en su relación con la madre, representa ante todo una comprensión de las necesidades fundamentales. Como indica Racamier (1 b), conviene reconocer las necesidades subyacentes a las defensas psicóticas, determinar cuáles son las que precisan ser electivamente satisfechas («necesidades básicas») y, sobre todo, responder a éstas en forma distinta a la interpretación analítica clásica.
En cuando a la naturaleza de esta respuesta, cada uno de los autores que han trabajado en esta técnica durante los últimos veinte años (entre otros, G. Schwing, J. N. Rosen, M.-A. Séchehaye) tiene su propia concepción. No podemos describir aquí las diversas técnicas (e intuiciones) que pueden incluirse bajo la denominación general de maternalización. Indiquemos únicamente:
1." Que no se trata de reconstruir en toda su realidad una relación lactante-madre.
2.'" Que la maternalización, según insisten todos los autores, exige del terapeuta, más que una actitud maternal, un verdadero compromiso afectivo:«La relación de maternalización nace del encuentro entre un paciente profunda y vitalmente ávido de ser pasivamente colmado de satisfacciones, y un terapeuta que no sólo sea capaz de comprenderlo, sino que además sienta el deseo de ir hacia él corno una madre hacia un lactante abandonado» (le).
Por último, una teoría de la maternalización debería tener en cuenta la parte respectiva que, en la acción psicoterápica, corresponde a la satisfacción real, al don simbólico y a la interpretación.
MECANISMOS DE DEFENSA
= Al.: Abvíehrmechanismen. — Fr.: mécanismes de defense. — Ing.: mechanisms of defence, — It.: meccainismi di difesa. — Por.: mecanismos de defesa.
Diferentes tipos de operaciones en las cuales puede especificarse la defensa. Los mecanismos preponderantes varían según el tipo de afección que se considere, según la etapa genética, segiín el grado de elaboración del conflicto defensivo, etc.
Existe acuerdo en afirmar que los mecanismos de defensa son utilizados por el yo, pero permanece sin resolver el problema teórico de saber si su puesta en marcha presupone siempre la existencia de un yo organizado que sea el soporte de los mismos.
El término «mecanismo» fue utilizado desde un principio por Freud para indicar el hecho de que los fenómenos psíquicos muestran una disposición susceptible de observación y de análisis científico; mencionemos únicamente el título de la Comunicación preliminar (Vorlaufige Mitteilung, 1893) de Breuer y Freud: El mecanismo psíquico de los fenómenos histéricos (Über den psychischen Mechanismus hysterischer Phdnomenej.
En la misma época en que establece el concepto de defensa y lo sitúa en el origen de los fenómenos histéricos {véase: Histeria de defensa).
Freud intenta especificar otras afecciones psiconeuróticas por el modo particular en que actúa en ellas la defensa: «[...] diferentes afecciones neuróticas provienen de los distintos procedimientos que utiliza el "yo" para liberarse de [su] incompatibilidad [con una representación]» (1).
Así, en las Nuevas observaciones sobre las psiconeurosis de defensa (Weitere Beberkungen über die Abwehr-Neuropsychosen, 1896), distingue los mecanismos de la conversión histérica, de la substitución obsesiva, de la proyección paranoica.
El término «mecanismo» sigue apareciendo esporádicamente a todo lo largo de la obra de Freud. El de «mecanismo de defensa» figura, por ejemplo, en los escritos metapsicológicos de 1915, en dos acepciones algo distintas: ya sea para designar el conjunto del proceso defensivo característico de una determinada neurosis (2), ya sea para indicar la utilización defensiva de tal o cual «destino pulsional»; represión, vuelta hacia la propia persona, transformación en lo contrario (3).
En Inhibición, síntoma y angustia {Hemmung, Symptom und Angst, 1926), Freud justifica lo que él llama su «restauración del antiguo concepto dedefensa» (4 a) invocando la necesidad de poseer un concepto global que incluya, además de la represión, otros «métodos de defensa», subrayando la posibilidad de establecer «una íntima conexión entre formas particulares de defensa y determinadas afecciones», y emitiendo por último la hipótesis de que «[...] el aparato psíquico, antes de que exista una neta separación entre el yo y el ello, antes de la formación de un superyó, utiliza métodos de defensa distintos de los que emplea una vez alcanzados estos estadios de organización» (4 b).
Aun cuando Freud parece subestimar aquí el hecho de que estas ideas han estado constantemente presentes en su obra, lo cierto es que, a partir de 1926, el estudio de los mecanismos de defensa se convirtió en un tema importante de la investigación psicoanalítica, sobre todo con la obra que Anna Freud consagró a los mismos. Basándose en ejemplos concretos, esta autora se dedica a describir la variedad, complejidad y extensión de los mecanismos de defensa, mostrando en especial cómo el fin defensivo puede utilizar las más variadas actividades (fantasía, actividad intelectual), y cómo la defensa puede afectar no sólo a las exigencias pulsionales, sino también a todo aquello que puede suscitar un desarrollo de angustia; emociones, situaciones, exigencias del superyó, etc. Se observará que Anna Freud no pretende efectuar una exposición exhaustiva ni sistemática, especialmente en la enumeración que hace, de pasada, de los mecanismos de defensa: represión*, regresión*, formación reactiva*, aislamiento*, anulación retroactiva*, proyección*, introyección*, vuelta hacia la propia persona*, transformación en lo contrario*, sublimación*.
Hubieran podido describirse otros muchos procedimientos defensivos. La misma Anna Freud alude, dentro de este tema, a la negación por la fantasía, la idealización*, la identificación con el agresor», etc. Melanie Klein describe lo que ella considera como defensas muy primarias: escisión del objeto*, identificación proyectiva*, negación de la realidad psíquica, control omnipotente del objeto, etc.
El empleo generalizado del concepto de mecanismo de defensa suscita algunas preguntas: al referir a una función única operaciones tan dispares como, por ejemplo, la racionalización*, en la que intervienen mecanismos intelectuales complejos, y la vuelta hacia la propia persona*, que es un «destino» del fin pulsional, y al designar con la misma palabra de defensa operaciones verdaderamente compulsivas, como la anulación retroactiva, y la biisqueda de una vía de «desprendimiento», como son ciertas sublimaciones (véase: Mecanismos de desprendimiento), ¿se utiliza un concepto verdaderamente operacional?
No son pocos los autores que, al hablar de «mecanismos de defensa del yo», reconocen la existencia Ce diferencias: «Junto a técnicas como el aislamiento y la anulación retroactiva, encontramos verdaderos procesos instintivos como la regresión, la transformación en lo contrario, la vuelta hacia la propia persona» (5 a). Es necesario entonces mostrar cómo un mismo proceso puede funcionar a varios niveles: así, por ejemplo, la introyección, que es ante todo un modo de relación de la pulsión con su objeto y que tiene su prototipo corporal en la incorporación, puede ser utilizada secundariamente como defensa por el yo (especialmente, defensa maníaca).
Tampoco puede omitirse otra distinción teórica fundamental: la que especifica la represión de todos los demás mecanismos defensivos, especificidad que Freud siempre mantu\o, incluso después de haber dicho que la represión era un caso particular de defensa (6); no tanto por el hecho de que, como indica Anna Freud, se caracterizaría esencialmente por una contracatexis permanente y sería a la vez «el más eficaz y el más peligroso» de los mecanismos de defensa, como por ser constitutiva del inconsciente como tal (véase: Represión).
Por último, al centrar la teoría sobre el concepto de defensa del yo, con facilidad se tiende a contraponer a ésta la reivindicación pulsional pura, la cual, por principio, sería totalmente ajena a toda dialéctica: «Si las exigencias del yo o las de las fuerzas exteriores representadas por el yo no ejercieran una presión, la pulsión no tendría más que un único destino: el de la satisfacción» (5 b).
Se consideraría entonces la pulsión como un término totalmente positivo, que no estaría marcado por ninguna prohibición. Ahora bien, losmecarismos del proceso primario mismo (desplazamiento, condensación, etcétera), con lo que implican de estructuración del juego pulsional, ¿no se hallan en contradicción con dicha concepción?
MECANISMOS DE DESPRENDIMIENTO
= AL: Abarbeitungsmechanismen. — Fr.: mécanismes de dégagement. — Ing: work
ing-off mechanisms. — It.: meccanismi di disimpegno. — Por.: mecanismos de
desimpedimento.
Concepto introducido por Edward Bibring (1943) y recogido por Daniel Lagache (19S6), en su elaboración de la teoría psicoanalitica del yo, para explicar la resolución del conflicto defensivo, especialmente en la cura. D. Lagache opone los mecanismos de desprendimiento a los mecanismos de defensa: así como éstos sólo
tienen por finalidad la reducción urgente de las tensiones internas, según el principio de displacer-placer, aquéllos tienden a la realización de las posibilidades, aunque sea a costa de un aumento de tensión. Esta oposición se basa en que los mecanismos de defensa (o compulsiones defensivas) son automáticos e inconscientes, permanecen bajo el dominio del proceso primario y tienden a la identidad de percepción, mientras que los mecanismos de desprendimiento ol>edecen al principio de la identidad de los pensamientos y permiten al sujeto liberarse progresivamente de la repetición y de sus identificaciones alienantes.
E. Bibring propuso describir como working-off mechanisms ciertos mecanismos del yo que convendría diferenciar de los mecanismos de defensa, y ello en relación con su concepción de la compulsión a la repetición*. En efecto, según este autor, la repetición de las experiencias penosas bajo el control del yo permitiría lograr una reducción o asimilación progresiva de las tensiones: «Los mecanismos de desprendimiento del yo no tienen por finalidad provocar la descarga (abreacción) ni hacer que la tensión deje de ser peligrosa (mecanismos de defensa); su función consiste en disolver progresivamente la tensión modificando las condiciones internas que la originan» (1). Bibring describe diferentes métodos de desprendimiento, como el desprendimiento de la libido (trabajo del duelo*), la familiarización con la situación ansiógena, etc.
Dentro de la misma línea de pensamiento, Daniel Lagache ha subrayado la extensión abusiva del concepto de mecanismo de defensa, que es invocado tanto para explicar las compulsiones automáticas e inconscientes que el psicoanálisis intenta eliminar, como para designar, con el nombre de «defensa exitosa», operaciones que tienen por objeto precisamente la abolición de estas compulsiones.
Daniel Lagache sitúa la noción de mecanismo de desprendimiento dentro del marco de una oposición entre la conciencia y el Yo: la conciencia (Yo-sujeto) puede identificarse con el Yo-objeto, alienarse en éste (narcisismo) o, por el contrario, objetivar el yo y de este modo desprenderse de él (2).
El concepto es recogido y desarrollado en la elaboración de conjunto que D. Lagache ha dado de la estructura de la personalidad; en ella especifica las modalidades del desprendimiento refiriéndose a la experiencia de la cura: «[...] el paso de la repetición en acto a la rememoración pensada y hablada [...]; el paso de la identificación, en virtud de la cual el sujeto se confunde con lo vivido por él, a la objetivación, mediante la cual toma distancia con respecto a lo vivido; el paso de la disociación a la integración; la separación del objeto imaginario, completado por el cambio de objeto; la familiarización con las situaciones fóbicas, que reemplaza la expectación ansiosa de la situación traumática y fantaseada; la substitución de la inhibición por el control, de la obediencia por la experiencia. En todos estos ejemplos, la operación defensiva sólo es neutralizada en la medida en que una operación de desprendimiento viene a substituirla» (3a).
Así, pues, distinguiremos una actividad defensiva del Yo con respecto a las pulsiones del Ello, y una actividad de desprendimiento del Yo con respecto a sus propias operaciones defensivas. Si, a pesar de todo, es posible atribuir al Yo funciones tan antinómicas, es debido a que todas ellas tienen en común la capacidad de elección y de rechazo (3 b).
METAPSICOLOGIA
= Al.: Metapsychologie. — Fr.: métapsychologie. — Ing.: metapsychology. — It.: metapsicologia. — Por.: metapsicologia.
Término creado por Freud para designar la psicología por él fundada, considerada en su dimensión más teórica. La metapsicologia elabora un conjunto de modelos conceptuales más o menos distantes de la experiencia, tales como la ficción de un aparato psÍQuico dividido en instancias, la teoría de las pulsiones, el proceso de la represión, etc.
La metapsicologia considera tres puntos de vista: dinámico, tópico y económico.
El término «metapsicologia» se encuentra episódicamente en las cartas de Freud a Fliess. Es utilizado por Freud para definir la originalidad de su propia tentativa de edificar una psicología «[...] que conduzca al otro lado de la conciencia», con respecto a las psicologías clásicas de la conciencia (1a). Se apreciará la analogía existente entre los términos «metapsicologia» y «metafísica», analogía que probablemente fue intencional por parte de Freud, puesto que se sabe, por su propio testimonio, hasta qué punto era mtensa su vocación filosófica: «Espero que querrás prestar atención a algunas cuestiones metapsicológicas [•..]. Durante mi juventud, sólo aspiraba al conocimiento filosófico, y ahora estoy a punto de realizar este deseo, al pasar de la medicina a la psicología» (1 b).
Pero la reflexión de Freud acerca de las relaciones entre la metafísica y la metapsicologia va más allá de esta simple comparación; en un pasaje significativo, define la metapsicologia como una tentativa científica de rectificar las construcciones «metafísicas»; éstas, como las creencias supersticiosas o ciertos delirios paranoicos, proyectan hacia fuerzas exteriores lo que es en realidad propio del inconsciente: «[...] gran parte de la concepción mitológica del mundo, que se extiende hasta las religiones más modernas, no es otra cosa que psicología proyectada hacia el mundo exterior.El oscuro conocimiento (podríamos decir la percepción endopsíquica) de los factores psíquicos y de lo que acaece en el inconsciente, se refleja [...] en la construcción de una realidad suprasensible que la ciencia debe transformar en psicología del inconsciente [...]. Cabría en lo posible dedicarse [...] a convertir la metafísica en meta-psicología» (2).
Freud volverá a utilizar, mucho después, el término «metapsicologia», para dar de él una definición precisa: «Propongo que se hable de exposición[Darstellung] metapsicológica cuando se pasa a describir un proceso psíquico en sus relaciones dinámicas, tópicas y económicas» (3) (a). ¿Deben considerarse como metapsicológicos todos los estudios teóricos que hacen intervenir conceptos e hipótesis inherentes a estos tres registros, o sería preferible designar así los textos que, de un modo más fundamental, elaboran o explican las hipótesis subyacentes a la psicología psicoanalítica: «principios» (Prinzipien), «conceptos fundamentales» (Grundbegriffe), «modelos» teóricos (Darstellungen, Fiktionen, Vorbilder)? Así, un cierto número de textos más propiamente metapsicológicos jalonan la obra de Freud, especialmente el Proyecto de psicología científica {Entwurf einer Psychologie,1895), el capítulo Vil de La inter
pret ación de los sueños {Die Traumdeutung, 1900), Formulaciones sobre los dos principios del funcionamiento psíquico {Formutierungen über die zwei Prinzipen des psychischen Geschehens, 1911), Más allá del principio de placer (Jenseits des Lustprinzips, 1920), El yo y el ello {Das Ich und das Es, 1923),Esquema del psicoanálisis {Abriss der Psychoanalyse, 1938). Por último, en 1915, Freud concibió y realizó parcialmente el proyecto de escribir unosElementos para una metapsicología (Zur Vorbereitung einer Metapsychologie) con la intención «[...] de esclarecer y dar profundidad a las hipótesis teóricas que pueden servir de fundamento a un sistema psicoanalítico» (4) (3).
(«) A los puntos de vista tópico, dinámico y económico, distinguidos por Freud, Hartmann, Kris y Loewenstein lian propuesto añadir el punto de vistagenético {véase: Fase). David Rapaport ha añadido un punto de vista de adaptación.
{0) Se publicaron cinco de los artículos previstos, y otros siete habrían sido escritos y destruidos.
MOCIÓN PULSIONAL
= Al.: Triebregung. — Fr.: motion pulsionelle. — ¡ng.: instinctual impulse. — It.: moto pulsionale o instintivo. — Por.: mo<;áo impulsora o pulsional.
Término utilizado por Freud para designar la pulsión bajo su aspecto dinámico, es decir, en tanto que se actualiza y se especifica en una determinada estimulación interna.
El término Triebregung aparece por vez primera en Las pulsiones y Sus destinos (Triebe und Triebschicksale, 1915), pero la idea que expresa es muy antigua en Freud. Así, en el Proyecto de psicología científica (Entwurf einer Psychologic, 1895), habla de estímulos endógenos (endogene Reize) para designar exactamente la misma cosa.
Existe muy poca diferencia entre Triebregung y Trieb (pulsión): con frecuencia Freud emplea un término por otro. Con todo, si resulta posible efectuar una distinción tras la lectura del conjunto de los textos freudianos, sería la siguiente: la moción pulsional es la pulsión en acto, considerada en el momento en que una modificación orgánica la pone en movimiento.
Así, pues, según Freud, la moción pulsional se sitúa al mismo nivel que la pulsión; cuando la pulsión se concibe como una modificación biológica y, por consiguiente, estrictamente hablando, más acá de la distinción consciente-inconsciente, esto mismo es válido para la moción pulsional: «Cuando hablamos de una moción pulsional inconsciente o de una moción pulsional reprimida, se trata de un modo de hablar inexacto, aunque sin importancia. En realidad, sólo podemos referirnos a una moción pulsional cuyo representante representativo es inconsciente y, en efecto, no puede tratarse de otra cosa» (1).
A nuestro juicio no conviene traducir Triebregung, como a menudo se hace, por «emoción pulsional», término perteneciente al registro de los afectos, lo que no sucede con el término alemán ni con el equivalente adoptado en inglés de instinctual impulse. Proponemos volver a utilizar el antiguo término «moción», tomado de la psicología moral, que nos parece más próximo al término Regung, substantivo derivado del verbo regen, «mover», y a sus empleos freudianos. Observemos que motion pulsionnelle se inscribe en la serie de términos psicológicos usuales motivo, móvil, motivación, todos los cuales hacen intervenir la noción de movimiento.
Añadamos que Regung se encuentra también en Freud aparte de la expresión Triebregung, por ejemplo en Wunschregung, Affektregung, con el mismo matiz de movimiento interno.
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NARCISISMO
= Ai.: Narzissmus. — Fr.: narcissisme. — Ing.: narcissism. — It.: narcisismo. — Por.: narcisismo.
En alusión al mito de Narciso, amor a la imagen de sí mismo.
1. La noción de narcisismo (a) aparece por vez primera en Freud en 1910, para explicar la elección de objeto en los homosexuales; éstos «[...] se toman a sí mismos como objeto sexual; parten del narcisismo y buscan jóvenes que se les parezcan para poder amarlos como su madre los amó a ellos» (la).
El descubrimiento del narcisismo condujo a Freud a establecer (en el Caso Schreber, 1911) la existencia de una fase de la evolución sexual intermedia entre el autoerotismo y el amor objetal. «El sujeto comienza tomándose a sí mismo, a su propio cuerpo, como objeto de amor» (2), lo que permite una primera unificación de las pulsiones sexuales. Estos mismos puntos de vista se expresan en Tótem y tabú {Totem und Tabu, 1913).
2. Vemos, pues, que Freud ya utilizaba el concepto de narcisismo antes de «introducirlo» mediante un estudio especial {Introducción al narcisismo [Zur Einführung des Narzissmus, 1914]). Pero, en este trabajo, introduce el concepto en el conjunto de la teoría psicoanalítica, considerando especialmente las catexis libidinales. En efecto, la psicosis («reurosis narcisista»*) pone en evidencia la posibilidad de la libido de recargar el yo retirando la catexis del objeto; esto implica que «[...] fundamentalmente, la catexis del yo persiste y se comporta, respecto a las catexis de objeto, como el cuerpo de un anima! unicelular respecto a los seudópodos que emite» (3 a). Aludiendo a una especie de principio de conservación de la energía libidinal, Freud establece la existencia de un equilibrio entre la «libido del yo» (catectizada en el yo) y la «libido de objeto »; «cuanto mas aumenta una, más se empobrece la otra» (3 b). «El yo debe considerarse como un gran reservorio de libido de donde ésta es enviada hacia los objetos, y que se halla siempre dispuesto a absorber la libido que retorna a partir de los objetos» (4). Dentro de una concepción energética que reconoce la permanencia de una catexis libidinal del yo, nos vemos conducidos a una definición estructural del narcisismo: éste ya no aparece como una fase evolutiva, sino como un estancamiento de la libido, que ninguna catexis de objeto permite sobrepasar completamente.
3. Este proceso de retiro de la catexis del objeto y retorno sobre el sujeto había sido ya destacado por K. Abraham en 1908 basándose en el ejemplo de la demencia precoz: «La característica psicosexual de la demencia precoz es el retorno del paciente al autoerotismo [...]. El enfermo menta! transfiere sobre sí, como único objeto sexual, la totalidad de la libido que la persona normal orienta sobre todos los objetos animados
o inanimados de su ambiente» (5). Freud hizo suyas estas concepciones de Abraham: «[...] ellas se han mantenido en el psicoanálisis y se han convertido en la base de nuestra actitud hacia las psicosis» (6). Pero añadió la idea (que permite diferenciar el narcisismo del autoerotismo*) de que el yo no existe desde un principio como unidad y que exige, para constituirse, «una nueva acción psíquica» (3 c).
Si deseamos conservar la distinción entre un estado en el que las pulsiones sexuales se satisfacen en forma anárquica, independientemente unas de otras, y el narcisismo, en el cual es el yo en su totalidad lo que se toma como objeto de amor, nos veremos inducidos a hacer coincidir el predominio del narcisismo infantil con los momentos formadores del yo.
Acerca de este punto, la teoría psicoanalítica no es unívoca. Desde un punto de vista genético, puede concebirse la constitución del yo como unidad psíquica correlativamente a la constitución del esquema corporal. Así, puede pensarse que tal unidad viene precipitada por una cierta imagen que el sujeto adquiere de si mismo basándose en el modelo de otro y que es precisamente el yo. El narcisismo sería la captación amorosa del sujeto por esta imagen. J. Lacan ha relacionado este primer momento de la formación del yo con la experiencia narcisista fundamental que designa con el nombre de fase del espejo* (7). Desde este punto de vista, según el cual el yo se define por una identificación con la imagen de otro, el narcisismo (incluso el «primario») no es un estado en el que faltaría toda relación intersubjetiva, sino la interiorización de una relación. Esta misma concepción es la que se desprende de un texto como Duelo y melancolía (Trauer und Melancholie, 1916), en el que Freud parece no ver en el narcisismo nada más que una «identificación narcisista» con el objeto (8).
Pero, con la elaboración de la segunda teoría del aparato psíquico, tal concepción se esfuma. Freud contrapone globalmente un estado narcisista primario (anobjetal) a las relaciones de objeto. Este estado primitivo, que entonces llama narcisismo primario, se caracterizaría por la ausencia de total relación con el ambiente, por una indiferenciación entre el yo y el ello, y su prototipo lo constituiría la vida intrauterina, de la cual el sueño representaría una reproducción más o menos perfecta (9).
Con todo, no se abandona la idea de un narcisismo simultáneo a la formación del yo por identificación con otro, pero éste se denomina entonces «narcisismo secundario» y no «narcisismo primario»: «La libido que afluye al yo por las identificaciones [...] representa su "narcisismo secundario"» (10 a). «El narcisismo del yo es un narcisismo secundario, retirado a los objetos» (10 b).
Esta profunda modificación de los puntos de vista de Freud es paralela a la introducción del concepto de ello* como instancia separada, de la que emanan las otras instancias por diferenciación, de una evolución del concepto de yo*, que hace recaer el acento, no sólo sobre las identificaciones que lo originan, sino sobre su función adaptatriz como aparato diferenciado, y, finalmente, de la desaparición de la distinción entre autoerotismo* y narcisismo. Tomada literalmente, tal concepción ofrece un doble peligro: el de contradecir la experiencia, afirmando que el recién nacido carecería de una apertura perceptiva hacia el mundo exterior, y el de renovar, por lo demás en términos ingenuos, la aporía idealista, agravada aquí por una formulación «biológica»: ¿cómo pasar de una mónada cerrada sobre sí misma al reconocimiento progresivo del objeto?
(") En las primeras líneas de Introducción al narcisismo (Zur Einführung des Narzissmus, 1914), Freud afirma haber tomado este término de P. Nácke (1899), que lo utilizó para describir una perversión. En una nota añadida en 1920 a los Tres ensayos sobre la teoría sexual (Drei Abhandlungen zur Sexualtheorie), modifica esta afirmación: el creador del término sería H. Ellis (1 b). En realidad, Nácke creó la palabra Narzissmus, si bien lo hizo para comentar los puntos de vista de H. Ellis, que, en 1898 (Autoerotism, a psychological Study), fue el primero en describir una conducta perversa en relación con el mito de Narciso.
NARCISISMO PRIMARIO, NARCISISMO SECUNDARIO
= Al.: primárer Narzissmus, sekundárer Narzissmus. — Fr.: narcissisme primaire, narcissisme secondaire. — Ing.: primary narcissism, secondary narcissism. — //..' narcisismo primario, narcisismo secondario. — Por.: narcisismo primario, narcisismo secundario.
El narcisismo primario designa un estado precoz en el que el niño catectiza toda su libido sobre sí mismo. El narcisismo secundario designa una vuelta sobre el yo de la libido, retirada de sus catexis objétales.
Estos términos tienen, en la literatura psicoanalítica, e incluso en la misma obra de Freud, acepciones muy diversas, lo que impide dar una definición unívoca más precisa que la que proponemos.
1." La expresión «narcisismo secundario» ofrece menos dificultad que la de narcisismo primario. Freud la utiliza, desde Introducción al narcisismo {Zur Einführung des Narzissmus, 1914), para designar estados tales como el narcisismo esquizofrénico: «[...] nos vemos inducidos, por consiguiente, a considerar este narcisismo, que ha aparecido haciendo refluir de nuevo las catexis de objeto, como un estado secundario construido sobre la base de un narcisismo primario que ha sido empañado
por múltiples influencias» (1). Para Freud, el narcisismo secundario no designa únicamente ciertos estados extremos de regresión; constituye tamSién una estructura permanente del sujeto: a) En el plano económico, las catexis de objeto no suprimen las catexis del yo, sino que existe un verdadero equilibrio energético entre estos dos tipos de catexis; b) En el plano tópico, el ideal del yo representa una formación narcisista que jamás es abandonada.
2." El concepto de narcisismo primario experimenta variaciones extremas de uno a otro autor. Se trata aquí de definir una fase hipotética de la libido infantil, y las divergencias existentes se refieren, de un modo complejo, a la descripción de dicho estado, a su situación cronológica y, para algunos autores, incluso a su existencia.
Para Freud, el narcisismo primario designa, de un modo general, el primer narcisismo, el del niño que se toma a sí mismo como objeto de amor antes de elegir objetos exteriores. Tal estado correspondería a la creencia del niño en la omnipotencia de sus pensamientos (2),
Si se intenta precisar el momento de la constitución de tal estado, se encuentran, ya en Freud, algunas variaciones. En los textos del período 1910-1915 (3), esta fase se localiza entre la del autoerotismo primitivo y la del amor de objeto, y parece ser coetánea a la aparición de una primera unificación del sujeto, de un yo. Más tarde, con la elaboración de la segunda tópica, Freud designa con la noción de narcisismo primario un primer estado de la vida, anterior incluso a la constitución de un yo, y cuyo arquetipo sería la vida intrauterina (4). Desaparece entonces la distinción entre el autoerotismo* y el narcisismo. Desde el punto de vista tópico, resulta difícil comprender qué es lo que se catectiza en el narcisismo primario así entendido.
Esta última acepción del narcisismo primario es la que prevalece corrientemente en nuestros días en el pensamiento psicoanalítico, lo que conduce a limitar la significación y el alcance de la discusión: se acepte
o no el concepto, con él se designa siempre un estado rigurosamente «anobjetal» o, por lo menos, «indiferenciado», sin escisión entre un sujeto y un mundo exterior.
Dos tipos de objeciones pueden oponerse a esta concepción del narcisismo:
- —
- Desde el punto de vista terminológico, esta acepción prescinde de la referencia a una imagen de sí mismo, a una relación especular, como la que etimológicamente presupone el término «narcisismo». A nuestro juicio, pues, el término «narcisismo primario» es inadecuado para designar una fase descrita como anobjetal.
- —
- Desde el punto de vista de los hechos: la existencia de esta fase es muy problemática, y algunos autores estiman que, en el lactante, existen desde un principio relaciones de objeto, un «amor objetal primario» (5), de forma que rechazan como mítica la noción de un narcisismo primario, entendido como una primera fase anobjetal de la vida extrauterina. Según Melanie Klein, no puede hablarse de fase narcisista, puesto que, desde el origen, se instituyen relaciones objétales, pero sólo
de «estados» narcisistas caracterizados por un retorno de la libido hacia
objetos interiorizados.
Partiendo de estas críticas, parece posible devolver su sentido a lo
que fue la intención de Freud cuando, recogiendo la noción de narcisis
mo introducida en patología por H. Ellis, la amplía hasta hacer de ella
una fase necesaria en la evolución que conduce desde el funcionamiento
anárquico, autoerótico, de las pulsiones parciales, hasta la elección de
objeto. Nada parece oponerse a que se designe con el término «narci
sismo primario» una fase precoz o ciertos momentos fundamentadores,
caracterizados por la aparición simultánea de un primer esbozo de yo*
y su catexis por la libido, lo que no implica que este primer narcisismo
sea el primer estado del ser humano, ni que, desde el punto de vista
económico, este predominio del amor a sí mismo excluya toda catexis
objetal (véase: Narcisismo).
NECESIDAD DE CASTIGO
= Al.: Strafbedürfnis. — Fr.: besoin de punition. — Ing.: need for punishment. — It.: bisogno di punizione, — Por.: necessidade de castigo o de puni^áo.
Exigencia interna que, según Freud, se hallaría en el origen del comportamiento de ciertos sujetos en los que la investigación psicoanalítica pone de manifiesto que buscan situaciones penosas o humillantes y se complacen en ellas (masoquismo moral). Lo que hay de irreductible en tales comportamientos debería relacionarse, en último análisis, con la pulsión de muerte.
La existencia de fenómenos que implican un autocastigo pronto despertó el interés de Freud: sueños de castigo, que son como un tributo pagado a la censura por la realización de un deseo (1), y sobre todo los síntomas de la neurosis obsesiva. Desde sus primeros estudios sobre esta enfermedad, Freud describió los autorreproches; más tarde, en Observaciones sobre un caso de neurosis obsesiva {Bemerkungen über einen Fall van Zwangsneurose, 1909), los comportamientos autopunitivos; generalmente es el conjunto de la sintomatología, con el sufrimiento que implica, lo que hace del obsesivo su propio verdugo.
La clínica de la tnelancolia pone de relieve la violencia de una compulsión al autocastigo que puede llegar al suicidio. Pero es también una aportación de Freud y del psicoanálisis el atribuir a una motivación autopunitiva ciertos comportamientos en los que el castigo parece ser solamente una consecuencia no deseada de ciertas acciones agresivas y delictivas (2). En este sentido puede hablarse de «criminales por auto-castigo», sin que deba verse en este proceso la motivación única de un fenómeno siempre complejo.
Finalmente, en la cura, Freud se vio inducido a conceder una atención creciente a lo que él llamó reacción terapéutica negativa'"'; el analista tiene la impresión, escribe Freud, «[...] de una fuerza que se defiende por todos los medios contra la curación y que no quiere en absoluto desprenderse de la enfermedad y del sufrimiento» (3 a).
La profundización, dentro de la segunda teoría del aparato psíquico, en los problemas metapsicológicos planteados por estos fenómenos, los progresos de la reflexión sobre el sadismo-masoquismo, y finalmente la introducción de la pulsión de muerte, conducirían a Freud a perfilar y diferenciar mejor los comportamientos autopunitivos.
1.° El piopio Freud opuso ciertos reparos a la expresión sentimiento de culpabilidad* inconsciente, pareciéndole, en este sentido, más apropiado el término «necesidad de castigo» (4 a).
2° Desde un punto de vista tópico, Freud explica las conductas auto-punitivas por la tensión entre un superyó singularmente exigente y el yo.
3.° Pero el empleo del término «necesidad de castigo» pone de relieve lo que puede haber de irreductible en la fuerza que impulsa a ciertos individuos a sufrir, al mismo tiempo que la paradoja de la satisfacción que encuentran en su sufrimiento. Freud distingue dos casos; ciertas personas dan la impresión «[...] de hallarse bajo el dominio de una conciencia moral singularmente intensa, aun cuando una tal supermoral no sea en ellas consciente. Una investigación más profunda nos muestra de modo claro la diferencia existente entre tal prolongación inconsciente de la moral y el masoquismo moral. En el primer caso, el acento recae sobre el sadismo reforzado del superyó, al cual se somete el yo; en el segundo caso, en cambio, recae en el masoquismo del yo, que reclama el castigo, tanto si éste viene del superyó como de los poderes parentales externos» (4 b). Así, pues, el sadismo del superyó y el masoquismo del yo no pueden considerarse simplemente como las dos vertientes simétricas de una misma tensión.
4." En esta línea de pensamiento, Freud, en Análisis terminable e interminable {Die endliche und die unendliche Analyse, 1937), llegó a establecer la hipótesis de que no era posible explicar íntegramente la necesidad de castigo, como expresión de la pulsión de muerte, por la relación conflictual entre el superyó y el yo. Si bien una parte de la pulsión de muerte se halla ciertamente «ligada psíquicamente por el superyó», otras pueden «[...] actuar, no se sabe dónde, en forma libre o ligada» (3 b).
NEGACIÓN
= Al.: Verneinung. — Vr.: (dé)négation. — Ing.: negation. — It.: negazione. — Por.: negafáo.
Procedimiento en virtud del cual el sujeto, a pesar de formular uno de sus deseos, pensamientos o sentimientos hasta entonces reprimidos, sigue defendiéndose negando que le pertenezca.
Esta palabra requiere ante todo algunas obser\'aciones de orden terminológico.
1) En la conciencia lingüística común, no siempre existen en todos los idiomas claras distinciones entre los términos que significan la acción de negar, y menos aún existen correspondencias bi-unívocas entre los distintos términos de una lengua a otra.
En alemán, Verneinung designa la negation en el sentido lógico o gramatical del término (no existe un verbo neinen o beneinen), pero también 1^denegation en sentido psicológico (rechazo de una afirmación que yo he enunciado o que se me atribuye; por ejemplo: no, yo no he dicho esto; yo no he pensado esto). Verleugnen (o leugnen) tiene un sentido que se aproxima al de verneinen en esta última acepción: renegar, desdecir, desmentir.
En francés, puede distinguirse, por una parte, la negación (negation) en sentido gramatical o lógico, y por otra parte la denegación (denegation, déni),que implica oposición o repulsa.
2) En el empleo que hace Freud: al parecer podemos distinguir dos usos diferentes de verneinen y verleugnen. En efecto, la palabra verleugnen tiende a reservarla Freud, hacia el ñn de su obra, para designar el rechazo de la percepción de un hecho que se impone en el mundo exterior; en inglés, los editores de la Standard Edition, que han reconocido el sentido específico que adquiere en Freud la palabra Verleugnung, han decidido traducirla pordisavowal (1). Nosotros proponemos en francés traducirla por «déni» (renegación) (véase esta palabra).
En cuanto al empleo que hace Freud de la palabra Verneinung, resulta inevitable para el lector francés la ambigüedad negation-denegation. Posiblemente esta misma ambigüedad sea uno de los ejes de la riqueza del artículo que Freud dedicó a la Verneinung. Al traductor le resulta imposible en cada pasaje elegir entre «negation» o «denegation»; como solución nosotros proponemos transcribir la Verneinung por «(dé)négation». En castellano utilizaremos negación.
Observemos que también se encuentra algunas veces en las obras de Freud la palabra alemana de origen latino Negation (2).
Estas distinciones terminológicas y conceptuales que proponemos no siempre se han efectuado hasta ahora en la literatura psicoanalítica y en las traducciones. Así, el traductor francés de El Yo y los mecanismos de defensa (Das Ich und die Abwehrmechanismen, 1936) de Anna Freud transcribe por «negación» (negation) el término Verleugnung, que esta autora utiliza en un sentido similar al que le dio S. Freud.
Freud puso en evidencia el procedimiento de negación en la experiencia de la cura. Muy pronto encontró en las histéricas que trataba una forma especial de resistencia; «[...] cuanto más se profundiza, más difícilmente se aceptan los recuerdos que surgen, hasta el momento en que, en las proximidades del núcleo, nos hallamos con que el paciente niega incluso su reactualización» (3). El Análisis de un caso de neurosis obsesiva proporciona un buen ejemplo de negación: el paciente, siendo niño, había pensado que conseguiría el amor de una niña a condición de que le ocurriera una desgracia; «[...] se le impuso la idea de que esta desgracia podría ser la muerte de su padre. Rechazó inmediatamente tal idea con toda energía; todavía hoy se defiende contra la posibilidad de haber experimentado semejante "deseo". Según él, había sido una simple "asociación de ideas". —Yo le objeto; si no fue un deseo, ¿por qué se rebela contra él? —Simplemente por el contenido de esta representación, de que mi padre pudiera morir» (4 a).La prosecución del análisis vino a demostrar que existía ciertamente un deseo hostil hacia su padre: «[...] al primer "no" de rechazo se sumó pronto una confirmación, al principio indirecta» (4 b).
La idea de que la toma de conciencia de lo reprimido se manifiesta a menudo, durante la cura, por la negación, constituye el punto de partida del artículo que Freud consagra a ésta en 1925. «No hay mejor prueba de que se ha logrado descubrir el inconsciente, que el hecho de ver cómo el analizado reacciona con estas palabras: "Yo no he pensado esto" o bien "jamás he pensado en esto"» (5 a).
La negación posee el mismo valor de confirmación cuando se opone a la interpretación del analista. De ahí nace una objeción de principio que no escapó a Freud, que se pregunta —en Las construcciones en análisis {Konstruktionen in der Analyse, 1937)—: ¿tal hipótesis no ofrece el peligro de asegurar siempre el triunfo del analista? «[...] cuando el analizado asiente, tiene razón, pero cuando nos contradice, esto es un signo de su resistencia y también nos da la razón» (6 a).
El propio Freud dio una respuesta matizada a tales críticas, incitando al analista a buscar la confirmación en el contexto y en la evolución de la cura (6 b). A pesar de todo, la negación sigue poseyendo para Freud el vilor de un indicador que señala el momento en que empiezan a resurgir una idea o un deseo inconscientes, y esto tanto en la cura como fuera de ella.
En La negación (Die Verneinung, 1925), Freud dio de este fenómeno una explicación metapsicológica muy precisa, que desarrolla tres afirmaciones estrechamente solidarias entre sí:
1) «la negación constituye un medio de adquirir conocimiento de lo reprimido [...];
2) »[...] lo que se elimina es sólo una de las consecuencias del proceso de represión, a saber, el hecho de que el contenido representativo no llegue a la conciencia. Como resultado, tiene lugar una especie de aceptación intelectual de lo reprimido, mientras que persiste lo fundamental de la represión;
3) »mediante el símbolo de la negación, el pensamiento se libera de las limitaciones de la represión [...]» (5 b).
Esta última proposición muestra que, para Freud, la negación en sentido psicoanalítico y la negación en sentido lógico y lingüístico (el «símbolo de la negación») tienen el mismo origen, lo cual constituye la tesis principal de su trabajo.
NEURASTENIA
= Al.: Neurasthenie. — Fr.: neurasthénie. — íng.: neurasthenia. — It.: nevrastenia. — Por.: neurastenia.
Afección descrita por el médico americano George Beard (1839-1883), cuyo cuadro clínico gira en tomo a una fatiga física de origen «nervioso» y que comprende síntomas de los más diversos registros.
Freud fue uno de los primeros en señalar la excesiva extensión adquirida por este síndrome, que, en parte, debe ser dividido en otras entidades clínicas. No obstante, sigue manteniendo la neurastenia como una neurosis autónoma; la define por la impresión de fatiga física, las cefaleas, la dispepsia, la constipación, las parestesias espinales, el empobrecimiento de la actividad sexual. La incluye en el grupo de las neurosis actuales, junto a la neurosis de angustia, y busca su etiología en su funcionamiento sexual incapaz de resolver en forma adecuada la tensión Ubidinal (masturbación).
G. Beard creó el término «neurastenia» (etimológicamente, debilidad nerviosa). En lo que respecta ai cuadro clínico así designado, remitimos al lector a los trabajos de dicho autor (1).
Freud se interesó en especial por la neurastenia al principio de su obra, lo que le condujo a delimitar y subdividir el grupo de las neurosis actuales(véase este término) (2, 3). Pero, también ulteriormente, siguió sosteniendo la especificidad de esta neurosis (4).
NEUROSIS
= AL: Neurose. — Fr.: névrose. — Ing.: neurosis. — ¡t.: nevrosi. — Por.: neurose.
Afección psicógena cuyos síntomas son la expresión simbólica de un conflicto psíquico que tiene sus raíces en la historia infantil del sujeto y constituyen compromisos entre el deseo y la defensa.
La extensión del concepto de neurosis lia variado; actualmente el término, cuando se utiliza solo, tiende a reservarse a aquellas formas clínicas que pueden relacionarse con la neurosis obsesiva, la histeria y la neurosis fóbica. Asi, la nosografía distingue neurosis, psicosis, perversiones y afecciones psicosomáticas, mientras que se discute la posición nosográfica de las denomiadas «neurosis actuales», «neurosis traumáticas» y «neurosis de carácter».
Al parecer, el término <fneurosis» fue introducido por William CuUen (médico escocés) en un tratado de medicina aparecido en 1777 (First Lines of the Practice of Physics). La segunda parte de su obra se titula Neurosis or Nervous Diseases y trata no solamente de las enfermedades mentales o «vesanias», sino también de la dispepsia, las palpitaciones cardíacas, el cólico, la hipocondría y la histeria.
Durante el siglo xix se incluirán, por lo general, bajo la denominación de neurosis toda una serie de afecciones que se podrían caracterizar como sigue:
a) se les reconoce una localización orgánica precisa (de donde los nombres de «neurosis digestiva», «neurosis cardíaca», «neurosis gástrica», etc.) o se les supone una tal localización en e! caso de la histeria (útero, tubo digestivo) y de la hipocondría;
b) se trata de afecciones funcionales, es decir, «sin inflamación ni lesión estructural» (1) del órgano interesado; c) se consideran como enfermedades del sistema nervioso.
Al parecer, la noción de neurosis en el siglo xix debe relacionarse, desde un punto de vista de la comprensión, con los conceptos modernos de afección psicosomática y de neurosis de órgano. Pero, desde el punto de vista de la extensión nosográfica, el término incluiría afecciones que hoy en día se reparten en los tres campos de la neurosis (por ejemplo, histeria), de lo psicosomático (neurastenia, afecciones digestivas) y de la neurología (epilepsia, enfermedad de Parkinson).
El análisis de la transformación que experimentó el concepto de neurosis a finales del siglo xix exigiría una extensa investigación histórica, tanto más cuanto que esta evolución difiere de un país a otro. Digamos únicamente, para fijar las ideas, que en dicho período la mayoría de los autores se percataron del carácter heterogéneo de las afecciones clasificadas bajo la denominación de «neurosis» (a).
De esta amalgama se desprenden progresivamente afecciones en las cuales se supone con fundamento la existencia de una lesión del sistema nervioso (epilepsia, enfermedad de Parkinson, corea)...
Por otro lado, en la frontera móvil que lo separa de las enfermedades mentales, el grupo de las neurosis tiende a anexionarse cuadros clínicos (obsesiones, fobias) que algunos autores todavía clasificaban entre las «psicosis», las «demencias» o los «delirios».
La posición de Pierre Janet atestigua el resultado de esta evolución en Francia a finales del siglo pasado; Janet distingue fundamentalmente dos grandes tipos de neurosis: la histeria y la psicastenia (esta última concuerda en gran parte con lo que Freud designa como neurosis obsesiva).
¿Cuál es la posición de Freud en esta época (1895-1900)? Al parecer, encuentra, en la cultura psiquiátrica de lengua alemana, una distinción relativamente bien establecida, desde el punto de vista clínico, entre psicosis* y neurosis. Exceptuando algunas raras ambigüedades en su terminología, con estos dos términos designa afecciones que todavía hoy se clasifican bajo los mismos nombres.
Pero la principal preocupación de Freud no consistía entonces en delimitar la neurosis de la psicosis, sino en poner en evidencia el mecanismo psicógeno en toda una serie de afecciones. De ello resulta que el eje de su clasificación pasa entre las neurosis actuales*, cuya etiología se busca en una disfunción somática de la sexualidad, y las psiconeurosis*, en las cuales el factor determinante es el conflicto psíquico. Este grupo, llamado de las «psiconeurosis de defensa»*, incluye neurosis, como la histeria, y psicosis que en ocasiones se designan con el término «psicosis de defensa», como la paranoia (2, 3).
A continuación, dentro de la misma perspectiva, Freud intentará imponer el término «psiconeurosis (o neurosis) narcisista»* para designar lo que en psiquiatría, en la misma época, se denominaban psicosis. Finalmente, vuelve a la clasificación psiquiátrica usual y reserva la noción de neurosis narcisista para designar la psicosis maníaco-depresiva (4). Recordemos, finalmente, que Freud diferenció muy pronto, y de modo claro, el campo de las neurosis del de las perversiones*.
En resumen, en el siguiente cuadro podríamos esquematizar la evolución, en extensión, del concepto de neurosis en la nosografía psicoanalítica.
1915 | Neurosis actuales | Psiconeurosis de transferencia narcisistas | ||
---|---|---|---|---|
1924 | Neurosis actuales | Neurosis | Neurosis narcisistas | Psicosis |
Psicosis Afecciones Clasificación psico-Neurosis actual
somáticas maniaco- paranoia depresiva I esquizofrenia
Aun cuando las subdivisiones, dentro del grupo de las neurosis, varían según los autores (así, la fobia puede incluirse en la histeria o considerarse como una afección específica), actualmente se constata una gran unanimidad respecto de la delimitación clínica del conjunto de síndromes considerados como neuróticos. El reconocimiento, por la clínica contemporánea, de los «casos-límite»* indica que, por lo menos teóricamente, el campo de la neurosis se considera como bien definido. Puede decirse que el pensamiento psicoanalítico se halla en gran parte de acuerdo con la delimitación clínica adoptada por la inmensa mayoría de escuelas psiquiátricas.
En cuanto a una definición en «comprensión» del concepto de neurosis, aquélla puede concebirse teóricamente, ya a nivel de la sintomatología, como la agrupación de cierto número de características que permitirían distinguir los síntomas neuróticos de los psicóticos o perversos, ya a nivel de la estructura.
De hecho, la mayoría de las tentativas de definición propuestas en psiquiatría oscilan entre estos dos niveles, siempre y cuando no se limiten a establecer una simple distinción de grado entre perturbaciones «más graves» y perturbaciones «menos graves». A título de ejemplo, citaremos el siguiente ensayo de definición, tomado de un manual reciente: «La fisonomía clínica de las neurosis se caracteriza:
»á) Por los síntomas neuróticos. Se trata de trastornos de la conducta, de los sentimientos o de las ideas que manifiestan una defensa contra la angustia y constituyen, en relación con este conflicto interno, una transacción de la cual el sujeto obtiene, en su posición neurótica, cierto beneficio (beneficio secundario de la neurosis).
»b) Por el carácter neurótico del Yo. Éste no encuentra, en la identificación con su propio personaje, buenas relaciones con los demás y un equilibrio interior satisfactorio» (5).
Si se intenta establecer, con vistas a la comprensión del concepto, la especificidad de la neurosis tal como la establece la clínica, la tarea tiende a confundirse con la propia teoría psicoanalítica, en la medida en que ésta se ha constituido fundamentalmente como una teoría del conflicto' neurótico y de sus modalidades.
Difícilmente se puede considerar como perfecta la diferenciación en' tre las estructuras psicóticas, perversas y neuróticas. Es por ello qu^ nuestra definición corre el inevitable peligro de resultar demasiado eX' tensa, por cuanto puede aplicarse también, al menos parcialmente, a la^ perversiones y a las psicosis.
(a) Véase, por ejemplo, A. Axelfeid: «Todo el grupo de las neurosis se ha fuii' dado sobre una concepción negativa; surgió de la época en que la anatomía pato' lógica, encargada de explicar las enfermedades por las alteraciones de los órganos^ se encontró frente a cierto número de estados morbosos cuya causa se le esc3' paba» (7).
NEUROSIS DE ABANDONO
= Al.: Verlassenheitsneurose. — Fr.: névrose d'abandon. — Ing.: neurosis of abarJ' donment. — It.: nevrosi d'abbandono. — Por.: neurose de abandono.
Término introducido por psicoanalistas suizos (Charles Odier, Germaine Guex) para designar un cuadro clínico en el que predominan la angustia del abandono i la necesidad de seguridad. Se trata de una neurosis cuya etiología sería preedípica-No correspondería necesarieimente a un abandono sufrido en la infancia. Los Indi' vlduos que presentan esta neurosis sé denominan «abandónicos».
En su obra La névrose d'abandon (1), Germaine Guex considera nece' sario aislar este tipo de neurosis, que no entraría en ninguno de loS cuadros clásicos de la nosografía (a).
La sintomatología del abandónlco no presenta a primera vista nada rigurosamente específico: angustia, agresividad, masoquismo, sentimieP' to de minusvalía; de hecho, estos síntomas no se relacionarían con los conflictos habitualmente evidenciados por el psicoanálisis (especialmente con los conflictos edípicos), sino con una inseguridad afectiva fundamental.
La necesidad ilimitada de amor, que se manifiesta de un modo poli
morfo que a menudo la hace difícil de reconocer, significaría una bús
queda de la seguridad perdida, cuyo prototipo sería una fusión primi
tiva del niño con la madre. No correspondería necesariamente a uO
abandono real por la madre, abandono cuyas consecuencias fueron es
tudiadas por Spitz {véase: Hospitalismo; Depresión anaclítica), sino esen
cialmente a una actitud afectiva de la madre, que es sentida como que le
rehusa el amor (por ejemplo, «falsa presencia» de la madre). Finalmen
te, según Germaine Guex, debería invocarse un factor constitucional
psico-orgánico («glotonería» afectiva, intolerancia a las frustraciones,
desequilibrio neurovegetativo).
Germaine Guex estima que el abandónico ha permanecido más acá
del Edipo, el cual constituía peira él una amenaza excesiva a su segu
ridad; la neurosis de abandono debería relacionarse con una «perturba
ción del yo» que a menudo sólo se pone de manifiesto durante la cura
psicoanalítica.
Observemos que el término «abandónico» se utiliza, en forma descriptiva, incluso por autores que no han adoptado, ni desde un punto de vista nosográfico, ni desde un punto de vista etiológico, las concepciones (aquí muy resumidas) de Germaine Guex.
(a) En una comunicación personal, G. Guex nos indicó que sería preferible hablar de síndrome que de neurosis de abandono.
NEUROSIS ACTUAL
= Al.: Aktualneurose. — Fr.: névrose actuelle. — Ing.: actual neurosis. — It.: nevrosi attuale. — Por.: neurose atual.
Tipo de neurosis que Freud distingue de las psiconeurosls:
a) el origen de las neurosis actuales no debe buscarse en los conflictos infantiles, sino en el presente; b) los síntomas no constituyen una expresión simbólica y sobredetenninada, sino que resultan directamente de la falta o inadecuación de la satisfacción sexual.
Primeramente Freud incluyó en las neurosis actuales la neurosis de angustia y la neurastenia, y más tarde propuso añadir la hipocondría.
El término «neurosis actual» aparece en 1898 en la obra de Freud para designar la neurosis de angustia y la neurastenia (la), pero el concepto de una especificidad de estas afecciones con respecto a las restantes neurosis fue elaborado ya antes de sus investigaciones sobre la etiología de las neurosis, tanto en la correspondencia con Fliess (2) como en las publicaciones de los años 1894-1896 (3),
1. La diferenciación entre neurosis actuales y psiconeurosls es fundamentalmente de tipo etiológico y patogenético: la causa es sexual en ambos tipos de neurosis, pero, en el caso de las neurosis actuales, debe buscarse en «desórdenes de la vida sexual actual» y no en «acontecimientos importantes de la vida pasada» (4). La palabra «actual» debe interpretarse, por tanto, sobre todo en el sentido de una «actualidad» en el tiempo (1 b). Por otra parte, esta etiología es somática y no psíquica: «La fuente de excitación, el factor desencadenante del trastorno, se halla en la esfera somática, mientras que, en la histeria y la neurosis obsesiva, se encuentra en la esfera psíquica» (5). Este factor sería, en la neurosis de angustia, la falta de descarga de la excitación sexual, y, en la neurastenia, un alivio inadecuado de ésta (por ejemplo, masturbación).
Por último, el mecanismo de formación de los síntomas sería somático (por ejemplo, transformación directa de la excitación en angustia) y no simbólico. El término «actual» viene a significar aquí la ausencia de esta mediación que se encuentra en la formación de los síntomas psiconeuróticos (desplazamiento, condensación, etc.).
Desde el punto de vista terapéutico, estos puntos de vista conducen a la idea de que las neurosis actuales no surgen del psicoanálisis, puesto que en ellas los síntomas no proceden de una significación susceptible de ser aclarada (6).
Freud no abandonó jamás estos puntos de vista acerca de la especificidad de las neurosis actuales. Los expresó de nuevo en distintas ocasiones, indicando que el mecanismo de formación de los síntomas debería buscarse en el campo de la química (intoxicación por productos del metabolismo de las substancias sexuales) (7).
2. Entre psiconeurosis y neurosis actuales no existe solamente una oposición global; en varias ocasiones Freud intentó establecer correspondencias individuales entre, por una parte, la neurastenia y la neurosis de angustia y, por otra, las diversas neurosis de transferencia. Cuando, más tarde, introduce la hipocondría como tercera neurosis actual (8), la hace corresponder a las parafrenias o psiconeurosis narcisistas (esquizofrenia y paranoia). Estas correspondencias vienen justificadas, no sólo por analogías estructurales, sino también por el hecho de que «[...] el síntoma de la neurosis actual es, a menudo, el núcleo y la fase precursora del síntoma psiconeurótico» (9). La idea de que la psiconeurosis es desencadenada por una frustración que conduce a un estancamiento de la libido viene de nuevo a poner en evidencia este elemento actual (10).
Actualmente tiende a desaparecer de la nosografía la noción de neurosis actual, en la medida en que, sea cual fuere el valor desencadenante que posean los factores actuales, se encuentra siempre en los síntomas la expresión simbólica de conflictos más antiguos. Con esta salvedad, la idea de conflicto y de síntomas actuales conserva su valor y reclama las siguientes observaciones:
I.'' la distinción entre conflictos de origen infantil, reactualizados, y conflictos determinados en su mayor parte por la situación actual se impone en la práctica psicoanalítica: así, la existencia de un conflicto actual agudo constituye a menudo un obstáculo al curso de la cura psicoanalítica;
2.-' en toda psiconeurosis, junto a los síntomas cuya significación puede ser aclarada, existe un cortejo más o menos importante de síntomas del tipo de los descritos por Freud dentro del marco de las neurosis actuales: fatigas no justificadas, dolores vagos, etc. Dado que el conflicto defensivo impide la realización del deseo inconsciente, se concibe que esta libido no satisfecha se encuentre en el origen de cierto número de síntomas inespecíficos;
3.^ en la misma dirección se observará que, en las concepciones de Freud, los síntomas «actuales» son ante todo de tipo somático, y que la antigua noción de neurosis actual conduce directamente a las concepciones modernas sobre las afecciones psicosomáticas;
4.^ por último, se observará que Freud sólo considera, en su teoría, la no-satisfacción de las pulsiones sexuales. Se debería tener en cuenta igualmente, en la génesis de síntomas neuróticos actuales y psicosomáticos, la supresión de la agresividad.
NEUROSIS DE ANGUSTIA
= Al.: Angstneurose. — Fr.: névrose d'angoisse. — Ing.: anxiety neurosis. — It.: nevrosi d'angoscia. — Por.: neurose de angustia.
Tipo de enfermedad que Freud aisló y diferenció:
a) desde el punto de vista sintomatológico, de la neurastenia, por el predominio de la angustia (expectación ansiosa, ataques de angustia o equivalentes somáticos de ésta);
b) desde el punto de vista etiológico, de la histeria: la neurosis de angustia es una neurosis actual caracterizada específicamente por la acumulación de excitación sexual que se transformaría directamente en síntoma sin mediación psíquica.
El problema del origen de la angustia y de sus relaciones con la excitación sexual y la libido preocupó a Freud desde 1893, como pone de manifiesto su correspondencia con Fliess. Este problema lo trata sistemáticamente en su artículo Sobre la justificación de separar de la neurastenia cierto complejo de síntomas a título de «neurosis de angustiáis (Über die Berechtigung, van der Neurasthenie einen bestimmten Symptomenkmplex ais «Angstneurose» abzutrennen, 1895).
Desde el punto de vista nosográfico, aisla del síndrome clásicamente descrito como neurastenia una afección centrada en tomo al síntoma fundamental de la angustia. Sobre un fondo de «excitabilidad general» destacan diferentes formas de angustia: angustia crónica o expectación ansiosa, susceptible de ligarse a todo contenido representativo capaz de ofrecerle un soporte; ataque de angustia pura (por ejemplo: pavor nocturnus), acompañado de o reemplazado por diversos equivalentes somáticos (vértigo, disnea, trastornos cardíacos, sudoración, etc.); síntomas fóbicos, en los que el afecto de angustia se halla ligado a una representación, pero sin que pueda reconocerse en ésta un substitutivo simbólico en una representación reprimida.
Freud relaciona la neurosis de angustia con etiologías específicas, cuyos factores más corrientes son:
a) acumulación de tensión sexual;
b) ausencia o insuficiencia de «elaboración psíquica» de la excitación sexual somática, la cual no puede transformarse en «libido psíquica» {véase: Libido) más que entrando en conexión con grupos preestablecidos de representaciones sexuales. Cuando la excitación sexual no es controlada de este modo, se deriva directamente hacia el plano somático en forma de angustia (a).
Freud considera como condiciones para esta insuficiente elaboración psíquica, ya «[...] un desarrollo insuficiente de la sexualidad psíquica, ya una tentativa de supresión de ésta, ya su degradación, ya, por último, la instauración de una separación, que se ha vuelto habitual, entre la sexualidad psíquica y la sexualidad física» (1 a).
Freud intentó poner de manifiesto cómo intervienen estos mecanismos en las diferentes formas etiológicas que enumera: angustia de las vírgenes, angustia de la abstinencia sexual, angustia provocada por el
coitus interruptus, etc.
Señaló los puntos de contacto que ofrecen las sintomatologías y, hasta cierto punto, los mecanismos de la neurosis de angustia y de la histeria: en ambos casos «[...] se produce una especie de "conversión" [.,.], Con todo, en la histeria, es una excitación psíquica la que toma una falsa vía exclusivamente hacia lo somático, mientras que aquí (en la neurosis de angustia) se trata de una tensión física que no puede pasar a lo psíquico y permanece entonces en una vía física. Ambos procesos se asocian con gran frecuencia» (1 b).
Aunque, como puede verse, Freud indicase lo que puede haber de psíquico en las condiciones de aparición de la neurosis de angustia, subrayando la afinidad de ésta con la histeria y su posible asociación en forma de «neurosis mixta», no por ello dejó de sostener siempre la especificidad de la neurosis de angustia como neurosis actual.
En la actualidad, los psicoanalistas no aceptan sin reservas la noción de neurosis actual*; sin embargo, el cuadro clínico de la neurosis de angustia (acerca de la cual se olvida a menudo que fue Freud quien la separó de la neurastenia) sigue conservando su valor nosografico en clínica; neurosis en la que predomina una angustia masiva, sin objeto claramente manifiesto, y en la que es patente el papel desempeñado por los factores actuales.
En este sentido, se diferencia claramente de la histeria de angustia*
o neurosis fóbica, en la cual la angustia se ha fijado sobre un objeto substitutivo.
(") Conviene hacer observar que no son éstas las primeras concepciones de Freud acerca de la angustia. Él mismo indica que su concepción de un mecanismoactual, somático, de la angustia vino a limitar su teoría, en un principio puramente psicógena, de la histeria. Véase una nota a propósito del Caso Emmy en losEstudios sobre la histeria (Studien über Hysteric, 1895): «En aquel entonces [o sea, en 1889], yo tendía a admitir la existencia de un origen psíquico de todos los síntomas de una histeria. En la actualidad [o sea, en 1895] consideraría neurótica [neurótica se toma aquí en su primer sentido de perturbación en el funcionamiento del sistema nervioso] la tendencia a la angustia que presentaba esta mujer, la cual vivía en abstinencia (neurosis de angustia)» (2).
NEUROSIS DE CARÁCTER
= AL: Charakterneurose. — Fr.: névrose de caractére. — Ing.: character neurosis. — It.: nevrosi del carattere. — Por.: neurose de caráter.
Tipo de neurosis en la cual el conflicto defensivo no se traduce por la formación de síntomas claramente alslables, sino por rasgos de carácter, formas de comportamiento o incluso una organización patológica del conjunto de la personalidad.
El término «neurosis de carácter» se ha convertido en una expresión de empleo corriente en el psicoanálisis contemporáneo, sin que, no obstante, posea un sentido muy preciso.
Si este concepto sigue estando mal delimitado, ello es debido, sin duda, a que plantea no sólo problemas nosográficos (¿es posible la diferenciación de una neurosis de carácter?) sino también psicológicos
(origen, fundamento, función de lo que la psicología llama carácter) y
técnicos (¿qué lugar debe darse al análisis de las defensas llamadas «de
carácter»?).
En efecto, esta noción tiene sus antecedentes en trabajos psicoana
líticos de inspiración diversa:
1) estudios sobre la génesis de ciertos rasgos o de ciertos tipos de
carácter, especialmente en relación con la evolución libidinal (1);
2) las concepciones teóricas y técnicas de W. Reich sobre la «coraza
caracterológica» y la necesidad, especialmente en los casos rebeldes al
análisis clásico, de poner de manifiesto e interpretar las actitudes de
fensivas que se repiten, sea cual fuere el contenido verbalizado (2).
Si nos atenemos a una orientación nosográfica, que necesariamente evoca el mismo término «neurosis de carácter», aparece en seguida la confusión y multiplicidad de sentidos posibles:
1) La expresión se utiliza a :nenac'o en forma poco rigurosa para de
signar todo cuadro neurótico qi ° en un primer examen, no revela sín
tomas, sino únicamente formas de comportamiento que implican difi
cultades repetidas o constantes en la relación con el ambiente.
2) Una caracterología de inspiración psicoanalítica relaciona diferen
tes tipos de carácter, ya con las grandes enfermedades psiconeuróücas
(caracteres obsesivo, fóbice, paranoico, etc.), ya con las diversas fases
de la evolución libidinal (caracteres oral, anal, uretral, fálico-narcisista,
genital, reagrupados a veces en la gran oposición carácter genital — ca
rácter pregenital). Desde este punto de vista, puede hablarse de neurosis
de carácter para designar toda neurosis aparentemente asintomática, en
la cual lo que revela la organización patológica es el tipo de carácter.
Pero, si vamos más lejos y recurrimos, como se hace, cada vez más, actualmente, al concepto de estructura, tenderemos a superar la oposición entre neurosis con o sin síntomas y haremos recaer el acento, más que en las expresiones manifiestas del conflicto (síntomas, rasgos de carácter), en el modo de organización del deseo y de la defensa (a).
3) Los mecanismos más a menudo invocados para explicar la formación del carácter son la sublimación* y la formación reactiva*. Las formaciones reactivas «evitan las represiones secundarias realizando, de una vez por todas, una modificación definitiva de la personalidad» (3). En la medida en que predominen las formaciones reactivas, el carácter mismo puede aparecer como una formación esencialmente defensiva, destinada a proteger al individuo no sólo contra la amenaza pulsional, sino también contra la aparición de síntomas.
Desde un punto de vista descriptivo, la defensa caracterológica se diferencia del síntoma, sobre todo, por su relativa integración en el yo: desconocimiento del aspecto patológico del rasgo de carácter, racionalización, generalización, en un esquema de comportamiento, de una defensa originariamente dirigida contra un peligro específico. En estos mecanismos específicos pueden reconocerse otros tantos rasgos caracterís
ticos de la estructura obsesiva (4). En este sentido, la neurosis de ca
rácter indicaría, ante todo, una forma particularmente frecuente de
neurosis obsesiva en la que prevalece el mecanismo de la formación
reactiva, mientras que los síntomas (obsesiones, compulsiones) son dis
cretos o esporádicos.
4) Por último, en oposición al polimorfismo de los «caracteres neuró
ticos», se ha intentado designar como neurosis de carácter una estruc
tura psicopatológica original. Así, Henri Sauguet reserva «[...] el término
"neurosis de carácter" para los casos en los que la infiltración del yo es
tan importante que determina una organización que recuerda la de la
estructura prepsicótica» (5).
Esta concepción puede considerarse enlazada con una serie de traba
jos psicoanalíticos (Alexander, Ferenczi, Glover) que intentan situar las
anomalías del carácter entre los síntomas neuróticos y las afecciones
psicóticas (6).
(a) Dentro de una concepción estructural del aparato psíquico, resulta interesante distinguir claramente los conceptos «estructura» y «carácter». Este último, según una fórmula de D. Lagache, podría definirse como la proyección sobre el sistema del yo de las relaciones entre los diversos sistemas y en el interior de los sistemas: dentro de esta perspectiva, se tenderá a descubrir, en un determinado rasgo de carácter que aparece como una disposición inherente a la persona, el predominio de cierta instancia (por ejemplo, yo-ideal).
NEUROSIS DE DESTINO
= AL: Schicksalsneurose. — Fr.: névrose de destinée. — Ing.: fate neurosis, — It.: nevrosi di destino. — Por.: neurose de destino.
Designa una forma de existencia caracterizada por el retomo periódico de las mismas concatenaciones de acontecimientos, generalmente desgraciados, concatenaciones a las cuales parece Iiallarse sometido el sujeto como a una fatalidad exterior, mientras que, según el psicoanálisis, se deben buscar los factores de este fenómeno en el inconsciente y, específicamente, en la compulsión a la repetición.
Al final del capítulo III de Más allá del principio del placer {Jenseits des Lustprinzips, 1920) (1) Freud menciona, como ejemplo de repetición, el caso de las personas que «[...] dan la impresión de un destino que las persigue, de una orientación demoníaca de su existencia» (bienhechores pagados con ingratitud, amigos traicionados, etc.). Señalemos, por lo demás, que, a propósito de estos casos, habla de compulsión de destino (Schicksalzwang), no de neurosis de destino. Con todo, esta última denominación ha prevalecido, sin duda con motivo de la extensión del psicoanálisis a las neurosis llamadas asintomáticas (neurosis de carácter*, de fracaso*, etc.). Sea como fuere, la denominación no posee valor nosográfico, sino descriptivo.
La idea de neurosis de destino fácilmente puede tomarse en un sentido muy amplio: el curso de toda existencia seria «[...] trazado de antemano por el sujeto». Pero, al generalizarlo, el concepto peligra de perder incluso su valor descriptivo. Designaría todo aquello que la conducta de un individuo ofrece de recurrente, de constante.
Permaneciendo fiel a lo que indica Fraud en el pasaje citado, parece posible dar al término «neurosis de destino» un sentido más preciso, que la diferencia especialmente de la neurosis de carácter. En efecto, los ejemplos dados por Freud indican que sólo recurre al concepto «compulsión de destino» para explicar experiencias relativamente específicas:
a) se repiten a pesar de su carácter displacentero;
b) se desarrollan según un guión inmutable, constituyendo una se
cuencia de acontecimientos que puede exigir un largo desarrollo tem
poral;
c) aparecen como una fatalidad extema de la que el individuo, apa
rentemente con razón, se siente víctima (ejemplo de una mujer que, ca
sada tres veces consecutivas, vio a sus maridos caer enfermos poco des
pués de la boda y hubo de cuidarlos hasta sú muerte).
La repetición se advierte aquí en un ciclo aislable de acontecimientos. Como indicación, podría decirse que, en el caso de la neurosis de destino, el sujeto no tiene acceso a un deseo inconsciente que le vuelve a él desde el exterior (de ahí el aspecto «demoníaco» subrayado por Freud), mientras que, en la neurosis de carácter, lo que interviene y se descubre en el mantenimiento rígido de una forma (rasgos de carácter) es la repetición compulsiva de los mecanismos de defensa y de los esquemas de comportamiento.
NEUROSIS FAMILIAR
= Al.: Familienneurose. — Fr.: névrose familiale. — Ing.: family neurosis. — It.: nevrosi familiare. — Por.: neurose familial.
Término utilizado para designar el hecho de que, en una determinada familia, las neurosis individuales se complementan, se condicionan recíprocamente, y para poner en evidencia la influencia patógena que puede ejercer sobre los niños la estructura familiar, principalmente la de la pareja parental.
La noción de neurosis ha sido utilizada, sobre todo, por los psicoanalistas de lengua francesa, siguiendo a Rene Laforgue (1). Según manifiestan los mismos autores que utilizan esta expresión, la neurosis familiar no constituye una entidad nosológica.
Este término reúne en forma casi gráfica cierto número de adquisiciones fundamentales del psicoanálisis: el papel central que, en la constitución del sujeto, desempeña la identificación con los padres; el complejo de Edipo como complejo nuclear de la neurosis; la importancia que posee, en la formación del Edipo, la relación de los padres entre sí, etcétera. Rene Laforgue insiste especialmente en la influencia patógena que posee una pareja parental constituida en función de una cierta complementariedad neurótica (por ejemplo, pareja sadomasoquista).
Pero al hablar de neurosis familiar equivale a subrayar, no tanto la importancia del ambiente, como el papel desempeñado por cada miembro de la familia dentro de una red de interrelaciones inconscientes (lo que a menudo se denomina la «constelación» familiar). El término adquiere valor sobre todo en el abordaje psicoterápico de los niños, que desde un principio se hallan situados dentro de esta «constelación». Desde el punto de vista práctico, esto puede conducir al psicoterapeuta, no sólo a intentar actuar directamente sobre el ambiente, sino incluso a relacionar la neurosis familiar con la petición, formulada por los padres, de que su hijo sea tratado (el niño considerado como «síntoma» de los padres).
Según R. Laforgue, el concepto de neurosis familiar derivaría de la concepción freudiana del superyó, tal como se expresa en las siguientes líneas: «El superyó del niño no se forma a imagen de los padres, sino a imagen del superyó de éstos; se llena del mismo contenido, se con vierte en el representante de la tradición, de todos los juicios de valor, que de este modo perduran a través de las generaciones» (2).
El término «neurosis familiar» apenas se utiliza ya en psicoanálisis; aunque ofrece el interés de llamar la atención sobre las funciones complementarias de los diversos sujetos dentro de un campo inconsciente, no debe inducirnos a minimizar el papel de las fantasías propias de cada sujeto, a expensas de una manipulación de la situación real considerada como factor determinante de la neurosis.
NEUROSIS FOBICA
Al.: Phobische Neurose. — Fr.: névrose phobique. — Ing.: phobic neurosis, — It.: nevrosi fobica. — Por.: neurose íóbica.
Véase: Histeria de angustia.
NEUROSIS DE FRACASO
= Al: Misserfolgsneurose. — Fr.: revrose (o syndrome) d'échec. — Ing.: failureneurosis. — /(.; nevrosi di scacco. — Por.: neurose de fracasso.
Término introducido por Rene Laforgue y cuya acepción es muy amplia: designa la estructura psicológica de toda una gama de individuos, desde los que, de un modo general, parecen ser los artífices de su propia desgracia, hasta aquellos que no pueden soportar el conseguir precisamente lo que parecen desear ardientemente.
Al hablar de neurosis de fracaso, los psicoanalistas piensan en el fracaso como consecuencia del desequilibrio neurótico y no como factor desencadenante (trastorno reactivo al fracaso real).
El concepto de neurosis de fracaso va asociado al nombre de Rene Laforgue, que ha consagrado numerosos trabajos a estudiar la función del superyó, los mecanismos de autocastigo y la psicopatología del fracaso (1). Este autor ha agrupado todos los síndromes de fracaso que pueden observarse en la vida afectiva y social, en el individuo y en un grupo social (familia, clase, grupo étnico), y ha buscado el factor común a todos ellos en la acción del superyó.
En psicoanálisis, la noción de neurosis de fracaso se utiliza más en un sentido descriptivo que nosográfico.
De un modo general, el fracaso es el precio pagado por toda neurosis en la medida que el síntoma implica una limitación de las posibilidades del sujeto, un bloqueo parcial de su energía. Pero sólo se hablará de neurosis de fracaso en los casos en que el fracaso no es el producto de añadidura del síntoma (como en el fóbico, que ve disminuir sus posibilidades de desplazamiento a causa de sus medidas de protección), sino que constituye el síntoma mismo y exige una explicación específica.
En Varios tipos de carácter descubiertos en la labor psicoanalítica (Einige Charaktertypen aus der Psychoanalytischen Arbeit, 1916), Freud había llamado la atención acerca de este tipo especial de individuos que «[...] fracasan ante el éxito»; el problema del fracaso por autocastigo se examina allí en un sentido más restringido que en los trabajos de Rene Laforgue:
a) se trata de individuos que no soportan la satisfacción en un punto preciso, evidentemente ligado a su deseo inconsciente;
b) el caso de estos individuos pone de manifiesto la siguiente paradoja: mientras la frustración* externa no era patógena, la posibilidad ofrecida por la realidad de satisfacer el deseo resulta intolerable y desencadena la «frustración interna»: el sujeto se priva a sí mismo la satisfacción (2);
c) este mecanismo no constituye para Freud una neurosis ni tampoco un síndrome, sino una forma de desencadenamiento de la neurosis y el primer síntoma de la enfermedad.
En Más allá del principio del placer (Jenseits des Lustprinzips, 1920), Freud relaciona algunos tipos de fracaso neurótico con la compulsión a la repetición, especialmente lo que él llama compulsiones de destino {véase: Neurosis de destino).
NEUROSIS MIXTA
= AL: Gemischte Neurose. — Fr.: névrose mixte. — Ing.: mixed neurosis. — It.: nevrosi mista. — Por.: neurose mista.
Forma de neurosis caracterizada por la coexistencia de síntomas que provendrían, según Freud, de neurosis etiológicamente distintas.
En Freud, el término «neurosis mixta» se encuentra sobre todo en sus primeros escritos (1), donde lo utiliza para explicar el hecho de que los síntomas psiconeuróticos se asocian a menudo a síntomas actuales, o también que los síntomas de una determinada psiconeurosis se asocian a los de otra distinta.
El término no se limita a designar un cuadro clínico complejo. Para Freud, en los casos de neurosis mixta, es posible, por lo menos idealmente, relacionar cada tipo de síntoma existente con un mecanismo específico: «Cada vez que nos hallamos en presencia de una neurosis mixta.
se puede mostrar la existencia de una mezcla de varias etiologías específicas» (2).
Las neurosis rara vez se presentan en estado puro: este hecho ha sido ampliamente reconocido por la clínica psicoanalítica. Así, por ejemplo, se insiste en la existencia de rasgos histéricos en la raíz de toda neurosis obsesiva (3) y de un núcleo actual en toda psiconeurosis (véase: Neurosis actual). Los llamados, desde Freud, casos-límites, como afecciones en las que intervienen simultáneamente componentes neuróticos y psicóticos, atestiguan también la imbricación de las estructuras psicopatológicas.
Pero la noción de neurosis mixta no debe inducir a rechazar toda clasificación nosográfica (4). Por el contrario, implica la posibilidad, en un caso clínico complejo, de determinar la parte que corresponde a una cierta estructura o mecanismo.
NEUROSIS NARCISISTA
= Al.: Narzisstische Neurose. — Fr.: névrose narcissique. — Ing.: narcissistic neurosis. — It.: nevrosi narcisistica. — Por.: neurose narcísica.
Término que actualmente tiende a desaparecer del lenguaje psiquiátrico y psicoanalítico, pero que se encuentra en los escritos de Freud para designar una enfermedad mental caracterizada por el retiro de la libido sobre el yo. De este modo se contrapone a las neurosis de transferencia*.
Desde el punto de vista nosográfico, el grupo de las neurosis narcisistas abarca el conjunto de las psicosis funcionales (cuyos síntomas no son los efectos de una lesión somática).
La puesta en evidencia del narcisismo, a la que Freud se vio conducido especialmente por la aplicación de las concepciones psicoanalíticas a las psicosis, se halla en el origen del término «neurosis narcisista» (1). Freud recurre a él casi siempre para contraponerlo al de neurosis de transferencia.
Esta oposición es a la vez de orden técnico (dificultad o imposibilidad de transferencia libidinal) y teórico (retiro de la libido sobre el yo). En otras palabras, se trata de estructuras en las que prevalece la relación narcisista. En este sentido, Freud considera equivalentes las neurosis narcisistas y las psicosis, que él todavía llama parafrenias*.
Más tarde, especialmente en el artículo Neurosis y psicosis (Neurose und Psychose, 1924), limitará el empleo del término «neurosis narcisista» a las afecciones de tipo melancólico, diferenciándolas así tanto de las neurosis de transferencia como de las psicosis (2).
En la actualidad el término tiende a desaparecer.
NEUROSIS OBSESIVA
= AL: Zwangsneurose. — Fr.: névrose obsessionnelle. — Ing.: obsessional neurosis. — It.: nevrosi ossessiva. — Por.: neurose obsessiva.
Clase de neurosis que fue aislada por Freud y constituye uno de los grandes cuadros de la clínica psicoanalítica.
En su forma más típica, el conflicto psíquico se expresa por los síntomas llamados compulsivos*: ideas obsesivas, compulsión a realizar actos indeseables, lucha contra estos pensamientos y tendencias, ceremoniales conjuratorios, etc., y por un tipo de pensamiento caracterizado especialmente por la rumiación mental, la duda, los escrúpulos, y que conduce a inhibiciones del pensamiento y de la acción.
Freud aisló sucesivamente la especificidad etiopatogénlca de la neurosis obsesiva desde el punto de vista de los mecanismos (desplazamiento* del afecto hacia representaciones más o menos alejadas del conflicto original, aislamiento*, anulación retroactiva*), desde el punto de vista de la vida pulslonal (ambivalencia*, fijación a la fase anal* y regresión*) y, por último, desde el punto de vista tópico (relación sadomasoquista interiorizada en forma de tensión entre el yo y un superyó singularmente cruel). Esta puesta en evidencia de la dinámica subyacente a la neurosis obsesiva y, por otra parte, la descripción del carácter anal y de las formaciones reactivas* que lo constituyen, permiten relacionar con la neurosis obsesiva ciertos cuadros clínicos en los que los síntomas obsesivos, propiamente dichos, no son evidentes a primera vista.
Ante todo conviene subrayar que la neurosis obsesiva, que hoy día constituye una entidad nosográfica universalmente admitida, fue aislada por Freud en los años 1894-1895: «He debido comenzar mi trabajo por una innovación nosográfica. Al lado de la histeria, he hallado razones para situar la neurosis obsesiva[Zwangsneurose] como afección autónoma e independíente, aunque la mayor parte de autores clasifican las obsesiones entre los síndromes de la degeneración mental o los confunden con la neurastenia» (la). Freud comenzó por analizar el mecanismo psicológico de las obsesiones (Zwangsvorstellungen) (2), y luego reunió (3, 1 b), en una afección psiconeurótica, síntomas descritos desde hacía mucho tiempo (sentimientos, ideas, conductas compulsivas, etc.), pero relacionados con cuadros nosográficos muy distintos («degeneración» de Magnan, «constitución emotiva» de Dypré, «neurastenia» de Beard, etc.). Poco después de Freud, Janet describió, con el nombre de psicastenia, una neurosis parecida a la que Freud designa como neurosis obsesiva, pero centrando su descripción en tomo a una concepción etiológica distinta: lo que para Janet es fundamental y condiciona la misma
lucha obsesiva es un estado deficitario, la debilidad de la síntesis mental, una astenia psíquica, mientras que, para Freud, las dudas e inhibiciones son consecuencias de un conflicto que moviliza y bloquea las energías del sujeto (4).
En lo sucesivo se fue afirmando cada vez más, en la teoría psicoanalítica, la especificidad de la neurosis obsesiva.
Las adquisiciones del psicoanálisis han hecho recaer el acento preferentemente sobre la estructura obsesiva (más que sobre los síntomas), lo que, desde el punto de vista terminológico, invita a preguntarse acerca del valor descriptivo del término neurosis obsesiva.
Señalemos ante todo que este término no es un equivalente exacto del alemán Zwangsneurose, puesto que Zwang no sólo designa las compulsiones del pensamiento u obsesiones (Zwangsvorstellungen), sino también los actos (Zwangshandlungen) y afectos compulsivos (Zwangsaffekte) (véase: Compulsión) (a). Por otra parte, el término neurosis obsesiva orienta la atención hacia un síntoma, bien importante, más que hacia la estructura. Ahora bien, con frecuencia se habla de estructura, de carácter, de enfermos obsesivos en ausencia de obsesiones típicas. En este sentido se constata, por lo demás, una tendencia, en el uso terminológico actual, a reservar el término «obsesivo» al enfermo que presenta obsesiones características.
(«) El propio Freud tradujo Zwangsneurose por «névrose des obsessions» (1 c)
o «d'obsessions» (1 d).
NEUROSIS DE TRANSFERENCIA
= A!.: Übertragungsneurose. — Fr.: névrose de transferí. — Ing.: transference neurosis. — It.: nevrosi di transferí. — Por.: neurose de transferencia.
A) En sentido nosográlico, tipo de neurosis (histeria de angustia*, iiisteria de
conversión*, neurosis obsesiva*) que Freud diferencia de las neurosis narcisistas*
dentro del grupo de las pslconeurosls*. Se diferencian de las neurosis narcisistas
por el hecho de que la libido está siempre desplazada sobre objetos reales o ima
ginarios, en lugar de estar retirada de éstos sobre el yo. De ello resulta que son más
accesibles al tratamiento psicoanalítico, ya que se prestan a la constitución, durante
la cura, de una neurosis de transferencia en el sentido B.
B) Dentro de la teoría de la cura psicoanalítica, neurosis artificial en la cual
tienden a organizarse las manifestaciones de transferencia. Se constituye en tomo
a la relación con el analista; representa una nueva edición de la neurosis clínica;
su esclarecimiento conduce al descubrimiento de la neurosis infantil.
A) En el sentido A, el término «neurosis de transferencia» fue introducido por Jung, en oposición al de «psicosis» (1). En esta última, la libido se encuentra «introvertida» (Jung) o catectizada sobre el yo (Abraham [2]; Freud [3]), lo que reduce la capacidad de los pacientes para transferir su libido sobre objetos y, en consecuencia, los hace poco accesibles a una cura cuyo resorte fundamental es la transferencia. Es por ello que las neurosis que constituyeron el primer objeto de la cura psicoanalítica se definen como trastornos en los que existe esta capacidad de transferencia, y se designan con el término neurosis de transferencia».
Freud establece (por ejemplo, en las Lecciones de introducción al psicoanálisis [Vorlesungen zur Einführung in die Psychoanalyse, 1916-1917]) una clasificación que puede resumirse así: las neurosis de transferencia y las neurosis narcisistas forman dos categorías opuestas entre sí, dentro del grupo de las pslconeurosls. Por otra parte, éstas, en la medida en que sus síntomas son la expresión simbólica de un conflicto psíquico, se contraponen al grupo de las neurosis actuales*, cuyo mecanismo sería fundamentalmente somático.
Señalemos que, si bien sigue siendo válida la distinción de las dos clases de psiconeurosis, ya no se admite que puedan distinguirse entre sí por la simple presencia o ausencia de transferencia. En efecto, actualmente se admite que, en las psiconeurosis, la ausencia aparente de transferencia, la mayoría de las veces, no es otra cosa que uno de los aspectos del modo de transferencia (que puede ser muy intensa) propio de los psicóticos.
B) En Recuerdo, repetición y trabajo elaborativo (Erinnern, Wiederholen und Durcharbeiten, 1914) Freud introduce la noción de neurosis de transferencia (en el sentido B) en relación con la idea de que el pa
cíente repite en la transferencia sus conflictos infantiles. «Supuesto que
el paciente respete las condiciones de existencia del tratamiento, llega
mos generalmente a conceder a todos los síntomas de la enfermedad una
nueva significación transferencial, a reemplazar su neurosis corriente por
una neurosis de transferencia, de la cual puede ser curado por la labor
terapéutica» (4 a).
Según este pasaje, parece que la diferencia entre las reacciones de
transferencia y la neurosis de transferencia propiamente dicha puede
concebirse como sigue: en la neurosis de transferencia, todo el compor
tamiento patológico del paciente viene a centrarse ahora en la relación
con su analista. De la neurosis de transferencia puede decirse que, por
una parte, coordina las reacciones de transferencia, al principio difusas
(«transferencia flotante» según Glover) y, por otra, permite al conjunto
de los síntomas y de las conductas patológicas del paciente adoptar una
nueva función al referirse a la situación analítica. Según Freud, la ins
tauración de la neurosis de transferencia constituye un elemento posi
tivo en la dinámica de la cura: «El nuevo estado ha adquirido todas las
características de la enfermedad, pero representa una enfermedad arti
ficial que es plenamente accesible a nuestro control» (4 b).
Dentro de esta perspectiva, la secuencia siguiente puede considerar
se como el modelo ideal de la cura: la neurosis clínica se transforma en
neurosis de transferencia, cuyo esclarecimiento conduce al descubrimien
to de la neurosis infantil (a).
Con todo, es preciso indicar que, más tarde, Freud, cuando acentúa el alcance de la compulsión a la repetición, da una concepción menos unilateral de la neurosis de transferencia, subrayando el peligro que ofrece el dejarla desarrollarse. «El médico se esfuerza en limitar todo lo posible el ámbito de esta neurosis de transferencia, en impulsar el máximo posible de contenido hacia la vía del recuerdo y abandonar lo menos posible a la repetición [...]. Por lo general el médico no puede ahorrar al analizado esta fase de la cura. Se ve forzado a permitirle revivir cierto fragmento de su vida olvidada, pero debe velar para que el paciente conserve una cierta capacidad de dominar la situación, que le permita, pese a todo, reconocer, en lo que aparece como una realidad, el reflejo renovado de un pasado olvidado» (5).
(«) Señalemos que S. Rado, en su comunicación al Congreso de Salzburgo (1924) sobre la teoría de la cura, El principio económico en la técnica psicoanalítica (The Economic Principle in Psychoanalytic Technique) (6), describió la «neurosis terapéutica» en las técnicas preanalíticas (hipnosis y catarsis) y la diferenció de la que aparece en la cura psicoanalítica; sólo en ésta puede ser analizada y disuelta la neurosis de transferencia.
NEUROSIS TRAUMATICA
= Al.: Traumatische Neurose. — Fr.: névrose traumatique. — Ing.: traumatic neurosis. — It.: nevrose traumatica. — Por.: neurose traumática.
Tipo de neurosis en la que los síntomas aparecen consecutivamente a un choque emotivo, generalmente ligado a una situación en la que el sujeto ha sentido atnenazada su vida. Se manifiesta, en el momento del choque, por una crisis de ansiedad paroxística, que puede provocar estados de agitación, estupor o confusión mental. Su evolución ulterior, casi siempre después de un intervalo libre, permitiría distinguir esquemáticamente dos casos:
a) el trauma actúa como elemento desencadenante, revelador de una estructura neurótica preexistente;
b) el trauma posee una parte determinante en el contenido mismo del síntoma (repetición mental del acontecimiento traumático, pesadillas repetitivas, trastornos del sueño, etc.), que aparece como un intento reiterado de «ligar» y descargar por abreacción el trauma; tal «fijación al trauma» se acompaña de una inhibición, más
o menos generalizada, de la actividad del sujeto.
Generalmente la denominación de neurosis traumática es reservada por Freud y los psicoanalistas para designar este último cuadro.
El término «neurosis traumática» es anterior al psicoanálisis (a) y sigut; utilizándose en psiquiatría en forma variable, en virtud de las ambigüedades del concepto de traumatismo y de la diversidad de opciones teóricas que permiten tales ambigüedades.
El concepto de traumatismo es ante todo somático; designa entonces «[...] las lesiones producidas accidentalmente, de forma instantánea, por agentes mecánicos cuya acción vulnerante es superior a la resistencia de los tejidos u órganos sobre los que actúan» (1); los traumatismos se dividen en heridas y contusiones (o traumatismos cerrados), según que exista o no efracción del revestimiento cutáneo.
En neuropsiquiatría se habla de traumatismo con dos acepciones muy distintas:
1) se aplica al caso particular del sistema nervioso central el concepto quirúrgico de traumatismo, cuyas consecuencias pueden abarcar desde las lesiones evidentes de la substancia nerviosa hasta las supuestas lesiones microscópicas (por ejemplo, noción de «conmoción»);
2) se transpone metafóricamente al plano psíquico el concepto de traumatismo, el cual, entonces, designa todo acontecimiento que hace efracción bruscamente en la organización psíquica del individuo. La mayor parte de las situaciones generadoras de neurosis traumáticas (accidentes, batallas, explosiones, etc.) plantean a los psiquiatras, en la práctica, un problema de diagnóstico (¿existe o no lesión neurológica?) y, desde un punto de vista teórico, permiten una gran libertad para estimar, según las preferencias de cada uno, la causa última del trastorno. En una posición extrema, algunos autores llegan a clasificar el cuadro clínico de las neurosis traumáticas dentro del grupo de los «traumatismos cráneo-cerebrales» (2) (véase: Trauma psíquico).
Si nos limitamos al campo del traumatismo tal como se entiende en psicoanálisis, el término «neurosis traumática» puede tomarse bajo dos perspectivas bastante distintas.
I. En relación con lo que Freud denomina una «serie complementaria»* en el desencadenamiento de la neurosis, deben tomarse en consideración factores que varían en razón inversa entre sí: predisposición y traumatismo. En este sentido, se encuentra toda una gama entre los casos en que un acontecimiento mínimo adquiere valor desencadenante, debido a la débil tolerancia del sujeto frente a toda excitación o frente a una determinada excitación especial, y los casos en que un acontecimiento de una intensidad objetivamente excepcional viene a perturbar bruscamente el equilibrio del sujeto.
A este respecto deben efectuarse varias observaciones:
1) el concepto de trauma se vuelve puramente relativo; 2) el problema trauma-predisposición tiende a confundirse con el de los papeles respectivos de los factores actuales y del conflicto preexistente (véase: Neurosis actual); 3) en los casos en que se comprueba con evidencia la existencia de un traumatismo importante en el origen de los síntomas, los psicoanalistas se dedicarán a investigar, en la historia del sujeto, los conflictos neuróticos que el acontecimiento no habría hecho más que precipitar. En favor de este punto de vista conviene señalar que, con frecuencia, los trastornos desencadenados por un trauma (guerra, accidente, etc.) se asemejan a los hallados en las neurosis de transferencia clásicas; 4) singularmente interesantes, desde esta perspectiva, son los casos en los que un acontecimiento exterior viene a realizar un deseo reprimido del sujeto, a poner en escena una fantasía inconsciente. En estos casos, la neurosis que se desencadena se caracteriza por rasgos que la asemejan a las neurosis traumáticas: repetición mental, sueños reiterativos, etc. (3); 5) dentro de la misma línea de pensamiento, se ha intentado relacionar la ocurrencia misma del acontecimiento traumático con una predisposición neurótica especial. Algunos individuos parecen buscar inconscientemente la situación traumatizante, aunque la temen; según Fenichel, de este modo repetirían un trauma infantil con la finalidad de descargarlo por abreacción: «[..] el Yo desea la repetición para resolver una tensión penosa pero la repetición es en sí misma penosa [...]. El enfermo ha entrado en un círculo vicioso. No logra jamás controlar el traumatismo por medio de sus repeticiones, ya que cada tentativa aporta una nueva experiencia traumática» (4 a). En estos individuos, descritos como «traumatófilos», Fenichel ve un caso típico de «asociación de neurosis traumáticas y de psiconeurosis» (4 b). Por lo demás, se observará a este respecto que K. Abraham, que introdujo el término «traumatofilia», relacionaba incluso los traumas sexuales de la infancia con una predisposición traumatofílica preexistente (5).
II. Vemos, pues, cómo la investigación psicoanalítica conduce a poner en tela de juicio la noción de neurosis traumática: pone en duda el papel determinante del acontecimiento traumático, por una parte al subrayar la relatividad del mismo con respecto a la tolerancia del sujeto, y por otra parte insertando la experiencia traumática en la historia y la organización particulares del individuo. Desde este punto de vista, el concepto de neurosis traumática sería sólo una primera aproximación.
puramente descriptiva, que no resistiría a un análisis profundo de los factores que intervienen.
¿No es necesario, sin embargo, conservar un puesto aparte, desde el punto de vista nosográfico y etiológico, para aquellas neurosis en las que un traumatismo, por su misma naturaleza e intensidad, sería con mucho el factor predominante en su desencadenamiento, y en las cuales los mecanismos que intervienen y la sintomatología serían relativamente específicos con respecto a los de las psiconeurosis?
Tal parece ser la posición de Freud, según se desprende principalmente de su obra Más allá del principio del placer (Jenseits des Lustprinzips, 1920): «El cuadro sintomatológico de la neurosis traumática se acerca al de la histeria por su riqueza en síntomas motores similares; pero, por regla general, lo sobrepasa por sus signos, muy acentuados, de sufrimiento subjetivo (que recuerdan la hipocondría o la melancolía) y por las manifestaciones de una debilitación y perturbación mucho más generales de las funciones psíquicas» (6 a). Cuando Freud habla de neurosis traumática, insiste en el carácter a la vez somático («conmoción»[Erschiitterung] del organismo, que provoca una afluencia de excitación) y psíquico (Schreck: susto) del trauma (7). Según Freud, es este susto, «[...] estado que sobreviene cuando uno entra en una situación peligrosa sin estar preparado para ella» (6 b), el factor determinante de la neurosis traumática.
Frente a la afluencia de excitación, que irrumpe y pone en peligro su integridad, el sujeto no puede reaccionar mediante una descarga adecuada ni por medio de una elaboración psíquica. Desbordado en sus funciones de ligazón, repetirá de forma compulsiva, especialmente en los sueños (¡B), la situación traumatizante, a fin de intentar ligarla (véase: Compulsión a la repetición; Ligazón).
Con todo, Freud no dejó de señalar la posible existencia de conexiones entre las neurosis traumáticas y las neurosis de transferencia (8). Deja sin contestar la pregunta de la especificidad de las neurosis traumáticas, como lo atestiguan las siguientes líneas del Esquema del psicoanálisis (Abriss der Psychoanalyse, 1938): «Es posible que lo que llamamos neurosis traumáticas (desencadenadas por un susto demasiado intenso o choques somáticos graves, tales como choques de trenes, desprendimientos, etc.), constituyan una excepción; pero, hasta ahora, sus relaciones con el factor infantil han escapado a nuestras investigaciones» (9).
(") Habría sido introducido por Oppenheim (según la Encyclopedic médicochirurgicale: Psychiatric, 37520 C 10, pág. 6).
(P) «La vida onírica de las neurosis traumáticas se caracteriza por devolver constantemente al paciente a la situación de su accidente, situación de la que despierta con un nuevo susto» (6 c).
NEUTRALIDAD
= AL: Neutralitat. — Fr.: neutralité. — ¡ng.: neutrality. — It.: neutralitá. — Por.: neutralidade.
Una de las cualidades que definen la actitud del analista durante la cura. El analista debe ser neutral en cuanto a los valores religiosos, morales y sociales, es decir, no dirigir la cura en función de un ideal cualquiera, y abstenerse de todo consejo; neutra! con respecto a las manifestaciones transferenciales, lo que habitualmente se expresa por la fórmula «no entrar en el juego del paciente»; por lUtimo, neutral en cuanto al discurso del analizado, es decir, no conceder a priori tma importancia preferente, en virtud de prejuicios teóricos, a un determinado fragmento o a un determinado tipo de significaciones.
En la misma medida en que la técnica psicoanalítica se desprendió
de los métodos de sugestión, que implican una influencia deliberada del
terapeuta sobre su paciente, se vio abocada a la idea de neutralidad. En
los Estudios sobre la histeria (Studien über Hysteria, 1895) se encuen
tran vestigios de una parte de esta evolución. Observemos que, hacia el
final de esta obra, Freud escribe, refiriéndose a la acción del terapeuta:
«Actuamos, en la medida de lo posible, como aclaradores (Aufklarer),
cuando una ignorancia ha engendrado un temor, como maestros repre
sentantes de una concepción del mundo más libre y más elevada, como
confesores que, con la perduración de su simpatía y de su estima des
pués de la confesión, ofrecen al enfermo una especie de absolución» (1).
En sus Consejos ai médico en el tratamiento psicoanalítica (Ratschlage für den Arzt bei der psychoanalytischen Behandlung, 1912) es donde Freud da la idea más precisa de lo que puede entenderse por neutralidad. En este trabajo denuncia «el orgullo terapéutico» y «el orgullo educativo»; considera «contraindicado dar al paciente instrucciones tales como la de reunir sus recuerdos, pensar en un determinado período de su vida, etc.» (2 d). El analista, al igual que el cirujano, no debe tener más objetivo que «[...] llevar a buen término, tan hábilmente como le sea posible, su operación» {Ib).
En La iniciación del tratamiento (Zur Einleitung der Behandlung, 1913) Freud sostiene que el establecimiento de una transferencia segura depende de la neutralidad analítica: «Este primer resultado puede malograrse adoptando una actitud distinta a la de la simpatía comprensiva, por ejemplo una actitud moralizadora, o comportándose como el representante o mandatario de un tercero [...]» (3). La idea de neutralidad se expresa también con gran fuerza en el siguiente pasaje de Los caminos de la terapia psicoanalítica (Wege der psychoanalytischen Therapie,
1918), que apunta a la escuela de Jung: «Hemos rehusado categóricamente considerar como un bien propio al paciente que pide nuestra ayuda y se pone en nuestras manos. Ño intentamos formar su destino ni inculcarle nuestros ideales, ni modelarlo a nuestra imagen con el orgullo de un creador» (4).
Se observará que la expresión «neutralidad benevolente», tomada sin duda del lenguaje diplomático y que se ha vuelto tradicional para definir la actitud del analista, no se encuentra en Freud. Debe añadirse que la exigencia de neutralidad es estrictamente relativa a la cura: constituye una recomendación técnica. No implica ni garantiza una «objetividad» suprema de quien ejerce la profesión de psicoanalista (5). La neutralidad no alude a la persona real del analista, sino a su función: el que da las interpretaciones y soporta la transferencia debería ser neutral, es decir, no intervenir como individualidad psicosocial; se trata, evidentemente, de una exigencia límite.
El conjunto de recomendaciones relativas a la neutralidad, aunque no siempre se siga, no suele ser discutido por los analistas. Con todo, incluso los psicoanalistas más clásicos pueden sentirse inducidos a no considerar deseable o posible una neutralidad absoluta en determinados casos (especialmente en la angustia de los niños, en las psicosis y en ciertas perversiones).
NOVELA FAMILIAR
= Al.: Familienroman. — Fr.: román familial. — Ing.: family romance. — It.: romanzo familiare. — Por.: romance familial.
Expresión creada por Freud para designar fantasías mediante las que el sujeto modifica Imaginariamente sus lazos con sus padres (imaginando, por ejemplo, que es un niño encontrado). Tales fantasías tienen su fundamento en el complejo de Edipo.
Antes de dedicarles un artículo, en 1909 (a), Freud ya había estable
cido, en varias ocasiones, la existencia de fantasías mediante las cuales
el sujeto se crea una familia, inventa con tal motivo una especie de no
vela (1). Tales fantasías se observan de un modo muy manifiesto en los
delirios paranoicos; pronto Freud las encontró también, con distintas
variantes, en los neuróticos: el niño imagina que nació, no de sus ver
daderos padres, sino de padres importantes, o bien de un padre impor
tante, y atribuye entonces a su madre aventuras amorosas secretas; otras
veces él es ciertamente hijo legítimo, pero sus hermanos y hermanas son
bastardos.
Tales fantasías se atribuyen a la situación edípica; surgen por la pre
sión que ejerce el complejo de Edipo*. Sus motivaciones precisas son
numerosas y mixtas: deseo de rebajar a los padres en un aspecto y
ensalzarlos en otro, deseo de grandeza, intento de soslayar la barrera
contra el incesto, expresión de la rivalidad fraterna, etc.
(a) Primeramente integrado en la obra de Otto Rank, El mito del nacimiento del héroe (Der Mythus von der Geburt des Helden, 1909).
o
OBJETO
= Al: Objekt. — Fr.: objet. — Ing.: object. — It.: oggetto. — Por.: objeto.
La noción de objeto se considera en psicoanálisis bajo tres aspectos principales:
A) Como correlato de la pulsión: es aquello en lo cual y mediante lo cual la pulsión busca alcanzar su fin, es decir, cierto tipo de satisfacción. Puede tratarse de una persona o de un objeto parcial, de un objeto real o de un objeto fantaseado.
B) Como correlato del amor (o del odio): se trata entonces de la relación de la persona total, o de la instancia del yo, con un objeto al que se apunta como totalidad (persona, entidad, ideal, etc.), (el adjetivo correspondiente sería «objeta!»).
C) En el sentido tradicional de la filosofía y de la psicología del conocLmiento, como correlato del sujeto que percibe y conoce: es lo que se ofrece con caracteres fijos y permanentes, reconocibles por la universalidad de los sujetos, con independencia de los deseos y de las opiniones de los individuos (el adjetivo correspondiente sería «objetivo»).
En los escritos psicoanalíticos, la palabra objeto tanto se encuentra sola como en numerosas expresiones, tales como elección de objeto*, amor de objeto*, pérdida del objeto*, relación de objeto*, etc., que pueden desorientar al lector no especialista. Objeto se toma en un sentido comparable al que le atribuía el lenguaje clásico («objeto de mi pasión, de mi resentimiento, objeto amado», etc.). No debe evocar la idea de «cosa», de objeto inanimado y manipulable, tal como corrientemente se contrapone a las ideas de ser vivo o de persona.
I. Estas diferentes utilizaciones de la palabra objeto en psicoanálisis tienen su origen en la concepción freudiana de la pulsión. Freud, al analizar la noción de pulsión, distinguió entre el objeto y el fin*: «Introducimos dos términos: llamamos objeto sexual a la persona que ejerce la atracción sexual, y fin sexual a la acción empujada por la pulsión» (1). A lo largo de toda su obra conserva esta distinción y la reafirma especialmente en la definición más completa que dio de la pulsión: «[...] el objeto de la pulsión es aquello en lo cual y mediante lo cual la pulsión
puede alcanzar su fin» (2 a); al mismo tiempo, el objeto se define como medio contingente de la satisfacción: «Es el elemento más variable en la pulsión, no se halla originariamente ligado a ésta, sino que se adapta a ella en función de su aptitud para permitir la satisfacción» (2 fe). Esta tesis fundamental y constante de Freud, la de Ja contingencia del objeto, no significa que cualquier objeto pueda satisfacer la pulsión, sino que el objeto pulsional, a menudo muy definido por rasgos singulares, viene determinado por la historia (principalmente la historia infantil) de cada individuo. El objeto es lo que, en la pulsión, se halla menos constitucionalmente determinado.
Esta concepción no ha dejado de despertar objeciones. El planteamiento del problema podría resumirse refiriéndose a la distinción efectuada por Fairbaim (3): ¿va la libido a la búsqueda del placer (pleasureseeking) o del objeto (object-seeking)? Para Freud, es indudable que la libido, aunque muy pronto experimente la impronta de un determinado objeto (véase: Experiencia de satisfacción), en su origen se halla totalmente orientada hacia la satisfacción, la resolución de la tensión por las vías más cortas según las modalidades apropiadas a la actividad de cada zona erógena. Con todo, no es ajena al pensamiento de Freud la idea, subrayada por la noción de relación de objeto, de que existe una íntima relación entre la naturaleza y los «destinos» del fin y del objeto (para la discusión de este punto, véase: Relación de objeto).
Por otra parte, la concepción freudiana del objeto pulsional se constituyó en los Tres ensayos sobre la teoría sexual (Drei Abhandlungen zur Sexualtheorie, 1905) a partir del análisis de las pulsiones sexuales. ¿Cuál es el objeto de las otras pulsiones, y especialmente, dentro del marco del primer dualismo freudiano, el de las pulsiones de autoconservación*? En lo que respecta a estas últimas, el objeto (por ejemplo, el alimento) se halla claramente más especificado, por las exigencias de las necesidades vitales.
Sin embargo, la distinción entre pulsiones sexuales y pulsiones de autoconservación no debe conducir a establecer una oposición demasiado rígida en cuanto a las características de sus objetos respectivos: contingente en un caso, rigurosamente determinado y especificado biológicamente en el otro. El propio Freud mostró que las pulsiones sexuales funcionaban apoyándose en las pulsiones de autoconservación, lo que significa especialmente que éstas señalan a las primeras el camino hacia el objeto.
El recurrir a esta noción de apoyo* permite aclarar el complejo problema del objeto pulsional. Refiriéndonos, por ejemplo, a la fase oral, el objeto es, en el lenguaje de la pulsión de autoconservación, lo que alimenta; en el de la pulsión oral, lo que se incorpora, con toda la dimensión fantasmática que comporta la incorporación. El análisis de los fantasmas orales muestra que esta actividad de incorporación puede referirse a objetos completamente distintos de los de la alimentación, caracterizando entonces la «relación de objeto oral».
II. La noción de objeto en psicoanálisis no debe entenderse únicamente en relación con la pulsión —en la medida en que es posible captar el funcionamiento de ésta en estado puro—. Designa también lo que constituye para el sujeto objeto de atracción, objeto de amor, casi siempre una persona. Sólo la investigación analítica permite descubrir, más allá de esta relación global del yo con sus objetos de amor, el funcionamiento propio de las pulsiones en su polimorfismo, sus variaciones, sus correlatos fantaseados. En los primeros tiempos en que Freud analiza los conceptos de sexualidad y de pulsión, no se halla explícitamente presente el problema de articular entre sí el objeto de la pulsión y el objeto de amor, y es lógico que así sea; en efecto, los Tres, ensayos, en su primera edición (1905) giran en tomo a la gran oposición que existiría entre el funcionamiento de la sexualidad infantil y el de la sexualidad postpuberal. La primera se define como esencialmente autoerótica*, y, en esta etapa del pensamiento de Freud, no se insiste en el problema de su relación con un objeto distinto del propio cuerpo, aunque fuera fantaseado. La pulsión, en el niño, se define como parcial, y ello más en razón de su modo de satisfacción (placer en el propio lugar de origen, placer de órgano*) que en función del tipo de objeto al cual tendería. Solamente en la pubertad interviene una elección de objeto, cuyos «modelos» o «bosquejos» pueden encontrarse ciertamente en la infancia, lo que permite a la vida sexual, al tiempo que se unifica, orientarse definitivamente hacia otro individuo.
Ya es sabido que, entre 1905 y 1924, se fue atenuando progresivamente la oposición entre autoerotismo infantil y elección objetal puberal. Se describen una serie de fases pregenitales de la libido, todas las cuales implican un tipo original de «relaciones de objeto». El equívoco que podía implicar el concepto de autoerotismo (el cual podía entenderse como implicando que el sujeto ignoraría al principio todo objeto exterior, real o incluso fantaseado) se disipa. Las pulsiones parciales, cuyo funcionamiento caracteriza el autoerotismo, se denominan parciales en la medida que su satisfacción va ligada, no sólo a una zona erógena determinada, sino a lo que la teoría psicoanalítica llamará objetos parciales*. Entre estos objetos se establecen equivalencias simbólicas, evidenciadas por Freud en Sobre las transposiciones de las pulsiones y especialmente del erotismo anal (Über Triebumsetzungen, insbesondere der Analerotik, 1917), intercambios que hacen pasar la vida pulsional por una serie de avatares. La problemática de los objetos parciales da lugar a un desmantelamiento de lo que tenía de global la noción, relativamente indiferenciada, de objeto sexual en los comienzos del pensamiento freudiano. En efecto, nos vemos inducidos entonces a separar un objeto propiamente pulsional y un objeto de amor. El primero se define esencialmente como capaz de procurar la satisfacción a la pulsión de que se trate. Puede tratarse de una persona, pero no es indispensable que sea así, ya que la satisfacción puede ser especialmente proporcionada por una parte del cuerpo. El acento recae entonces sobre la contingencia del objeto, en tanto que éste está subordinado a la satisfacción. En cuanto a la relación con el objeto de amor, hace intervenir, al igual que el odio, otro par de términos: «[..] los términos "amor" y "odio" no deben utilizarse para las relaciones de las pulsiones con sus objetos, sino reservarse para designar las relaciones del yo total con los objetos» (2 c).
A este respecto se observará, desde un punto de vista terminológico, que Freud, al tiempo que puso en evidencia las relaciones con el objeto parcial, reservó la expresión de elección de objeto para designar la relación de la persona con sus objetos de amor, que son esencialmente, en sí mismo, personas totales.
De esta oposición entre objeto parcial (objeto pulsional y, esencialmente, objeto pregenital) y objeto total (objeto de amor y, esencialmente, objeto genital), podría deducirse, dentro de un enfoque genético del desarrollo psicosexual, que el sujeto pasaría de uno a otro mediante una integración progresiva de sus pulsiones parciales dentro de la organización genital, siendo ésta correlativa de una consideración creciente del objeto en la diversidad y riqueza de sus cualidades, en su independencia. El objeto de amor ya no es sólo el correlato de la pulsión, destinado a consumarse.
La distinción entre el objeto pulsional parcial y el objeto de amor,
cualquiera que sea su indiscutible alcance, no implica necesariamente
tal concepción. Por una parte, el objeto parcial puede considerarse como
uno de los polos irreductibles, irrebasales, de la pulsión sexual. Por otra
parte, la investigación analítica muestra que el objeto total, lejos de
aparecer como un perfeccionamiento final, nunca carece de implicacio
nes narcisistas; en el origen de su constitución interviene más una espe
cie de precipitación, en una forma modelada sobre el yo (a), de los
distintos objetos parciales, que una feliz síntesis de éstos.
Entre el objeto de la elección anaclítica*, en el que la sexualidad se
esfuma en beneficio de las funciones de autoconservación, y el objeto de
la elección narcisista*, especie de duplicado del yo, entre «la madre que
alimenta, el padre que protege» y «lo que se es, lo que se ha sido o lo
que se quisiera ser», un texto como Introducción al narcisismo (Zur
Einführung des Narzissmus, 1914) hace difícil establecer la posición es
pecífica del objeto de amor.
III. Por último, la teoría psicoanalítica alude también a la noción de objeto en su sentido filosófico tradicional, es decir, asociada a un sujeto que percibe y conoce. Es evidente que se plantea el problema de la articulación entre el objeto así concebido y el objeto sexual. Si se concibe una evolución del objeto pulsional, y a fortiori si se considera que ésta desemboca en la constitución de un objeto de amor genital, definido por su riqueza, su autonomía, su carácter de totalidad, necesariamente se relacionará con la edificación progresiva del objeto de la percepción: la «objetalidad» y la objetividad no carecen de relaciones. Más de un autor se ha impuesto la tarea de armonizar las concepciones psicoanalíticas acerca de la evolución de las relaciones de objeto con los datos de una psicología genética del conocimiento, e incluso de esbozar una «teoría psicoanalítica del conocimiento». {Acerca de las indicaciones dadas por Freud, véase: Yo-placer — yo-realidad; Pnaeba de realidad.)
(o) En el narcisismo, el mismo yo se define como objeto de amor; incluso puede considerarse como el prototipo del objeto de amor, según ilustra especialmente la elección narcisista. Sin embargo, en el mismo texto en que Freud enuncia esta teoría, introduce la distinción, que se ha heclio clásica: libido del yo - libido de objeto*; objeto, en esta expresión, se toma en el sentido limitativo de objeto exterior.
OBJETO «BUENO», OBJETO «MALO»
= Al: «gutes» Objekt, «boses» Objekt. — Fr.: «bon» objet, «mauvais» objet. — [ng.: «good» object, «bad» object. — It.: oggetto «buono», oggetto «cattivo». — Por.: objeto «bom», objeto «mau».
Términos Introducidos por Melanie Klein para designar los primeros objetos pul
sionales, parciales o totales, tal como aparecen en la vida de fantasía del niño. Las
cualidades de «bueno» y de «malo» se les atribuyen, no solamente por su carácter
gratiflcador o frustrante, sino sobre todo porque sobre ellos se proyectan las pul
siones libldlnales o destructores del sujeto. Según M. Klein, el objeto parcial (pecho,
pene) se halla escindido en un objeto «bueno» y un objeto «míalo», constituyendo
esta escisión el primer modo de defensa contra la angustia. El objeto total será
igualmente escindido (imadre «buena» y madre «mala», etc.).
Los objetos «buenos» y «malos» se hallan sometidos a los procesos de intro
yección* y de proyección*.
La dialéctica de los objetos «buenos» y «malos» ocupa un lugar cen
tral en la teoría psicoanalítica de M. Klein, deducida del análisis de las
fantasías más arcaicas.
No pretendemos exponer aquí toda esta complicada dialéctica; nos
limitaremos a señalar algunas características principales de los concep
tos objeto «bueno» y «malo» y a aclarar ciertas ambigüedades,
1) Las comillas que a menudo se encuentran en los trabajos de
M. Klein tienen por objeto subrayar el carácter fantaseado de las cualidades del objeto «bueno» y objeto «malo».
Se trata, en efecto, de «imagos» o «[...] imágenes, deformadas por la fantasía, de los objetos reales en los cuales se basan» (1). Esta deformación resulta de dos factores: por una parte, la gratificación por el pecho hace de éste un pecho «bueno», y a la inversa, la imagen de un pecho «malo» se forma correlativamente a la retirada o al rechazo del pecho. Por otra parte, el niño proyecta su amor sobre el pecho gratiflcador y, especialmente, su agresividad sobre el pecho malo. Aunque estos dos factores constituyen un círculo vicioso («el pecho me odia y me priva porque yo lo odio, y recíprocamente») (2), M. Klein insiste sobre todo en el factor proyectivo.
2) En el origen de la dialéctica entre objetos buenos y malos se hallaría la dualidad de las pulsiones de vida* y de muerte*, tal como Melanie Klein la ve actuar en su carácter irreductible desde el origen de la existencia del individuo. Según M. Klein, es precisamente al principio de la vida cuando el sadismo se halla en su «cénit», y el equilibrio entre libido y destructividad estaría entonces más bien desviado a favor de esta última.
3) En la medida que, desde el origen, se hallan presentes los dos tipos de pulsiones y se dirigen sobre un mismo objeto real (el pecho), puede hablarse de ambivalencia*. Pero la ambivalencia, que es ansiógena para el niño, es contrarrestada desde un principio por el meca
nismo de escisión del objeto* y de los afectos relativos al mismo.
4) El carácter fantaseado de estos objetos no debe hacer perder de
vista el hecho de que son tratados como si ofrecieran una consistencia
real (en el sentido en que habla Freud de realidad psíquica). M. Klein
los describe como contenidos en el «interior» de la madre; define su
introyección y su proyección como operaciones que actúan, no sobre
las cualidades buenas o malas, sino sobre los objetos, que implican de
modo inseparable esas cualidades. Es más, el objeto, bueno o malo, se
halla dotado, en la fantasía, de poderes similares a los de una persona
(«pecho malo perseguidor», «pecho bueno protector», ataque del cuerpo
materno por los objetos malos, lucha entre los objetos buenos y malos
dentro del cuerpo, etc.).
El pecho es el primer objeto así escindido. Todos los objetos parcia
les experimentan una escisión análoga (pene, heces, niño, etc.). Del mis
mo modo los objetos totales, cuando el niño es capaz de aprehenderlos.
«El pecho bueno (extemo e interno) se convierte en el prototipo de
todos los objetos protectores y gratificadores, y el pecho malo en el
de todos los objetos perseguidores extemos e internos» (3).
Observemos finalmente que la concepción kleiniana de la escisión del
objeto en «bueno» y «malo» debe relacionarse con algunas indicaciones
dadas por Freud, especialmente en Las pulsiones y sus destinos (1915)
y La negación (1925). (Véase: Yo-placer, yo-realidad.)
OBJETO PARCIAL
= Al.: Partialobjekt. — Fr.: objet partial. — Ing.: part-object. — It.: oggetto parziale. — Por.: objeto parcial.
Tipo de objetos a los que apuntan las pulsiones parciales, sin que esto implique que se tome como objeto de amor a una persona en su conjunto. Se trata principalmente de partes del cuerpo, reales o fantasmáticas (pecho, heces, pene) y de sus equivalentes simbólicos. Incluso una persona puede identificarse o ser identificada con un objeto parcial.
Los psicoanalistas kleinianos han introducido este término atribuyéndole un papel primordial en la teoría psicoanalítica de la relación de objeto.
Pero la idea de que el objeto de la pulsión no es necesariamente la persona total ya se encuentra, de modo explícito, presente en Freud. Sin duda, cuando Freud habla de elección de objeto, de amor de objeto, se refiere por lo general a una persona total, pero cuando estudia el objeto al que apuntan las pulsiones parciales, se trata ciertamente de un objeto parcial (pecho, alimento, heces, etc.) (1). Es más, Freud puso en evidencia las equivalencias y las relaciones que se establecen entre diversos objetos parciales (niño = pene = heces = dinero = regalo), especialmente en el artículo Sobre las transposiciones de las pulsiones y especialmente del erotismo anal (Über Triebumsetzungen, insbesondere der Analerotik, 1917). Asimismo indica cómo la mujer pasa del deseo del pene al deseo del hombre, con la posibilidad de una «regresión pasajera
del hombre al pene, como objeto de su deseo» (2). Finalmente, en el
terreno de la sintomatología, el fetichismo atestigua la posible fijación
de la pulsión sexual a un objeto parcial: ya es sabido que Freud define
el fetiche como un substitutivo del pene de la madre (3).
En cuanto a la idea, ya clásica, de la identificación de una persona
total con un objeto parcial, especialmente con el falo (4, 5), la encon
tramos episódicamente indicada por Freud (véase: Falo).
Con Karl Abraham pasa a primer plano, en la evolución de las rela
ciones de objeto, la oposición parcial-total. Dentro de la perspectiva,
fundamentalmente genética, de este autor, existe una correspondencia
entre la evolución del objeto y la de los fines libidinales que caracterizan
las diferentes fases psicosexuales (6). El amor parcial de objeto consti
tuye una de las etapas del «desarrollo del amor de objeto».
Los trabajos de Melanie Klein se sitúan en el camino abierto por
Abraham. La noción de objeto parcial se halla en el centro de la recons
trucción que ella efectúa del mundo fantaseado del niño. Sin pretender
resumir aquí esta teoría, indicaremos simplemente los pares antitéticos
entre los cuales se establece la dialéctica de las fantasías: objeto* bueno
objeto malo; introyección*-proyección*; parcial-total (véanse estos tér
minos, así como: Posición paranoide y Posición depresiva).
De todos modos, se observará que, para Abraham, la evolución de la relación de objeto no debe interpretarse únicamente en el sentido de un progreso de lo parcial a lo total; dicho autor la concibe de un modo mucho más complejo. Así, por ejemplo, la misma fase de amor parcial va precedida por un tipo de relaciones que implican una incorporación total del objeto.
El objeto parcial (aunque este término parece no figurar en los escritos de Abraham) es sobre todo lo que se somete al proceso de incorporación.
Con Melanie Klein, en la expresión «objeto parcial», el término objeto adquiere todo el valor que le ha otorgado el psiconaálisis; aunque parcial, el objeto (pecho u otra parte del cuerpo) posee en la fantasía caracteres similares a los de una persona (por ejemplo, persecutorio, asegurador, benévolo, etc.).
Señalemos, por último, que, para los kleinianos, la relación con los objetos parciales no califica únicamente una fase de la evolución psicosexual (posición paranoide), sino que sigue desempeñando un importante papel cuando ya se ha establecido la relación con los objetos totales. Jacques Lacan insiste igualmente sobre este punto. Pero, en este autor, el aspecto propiamente genético del objeto parcial pasa a segundo plano. Lacan ha intentado dar al objeto un lugar privilegiado en una tópica del deseo (7).
OBJETO TRANSICIONAL
= Al.: Übergangsobjekt. — Fr.: objet transitionnel. — Ing.: transitional object. It.: oggetto transizionale. — Por.: objeto transicional.
Término introducido por D. W. Winnicott para designar un objeto material que posee un valor electivo para el lactante y el niño pequeño, especialmente en el momento de dormirse (por ejemplo, tm ángulo del cubrecama, una toalla que chupetea).
El recurrir a objetos de este tipo constituye, según el autor, un fenómeno normal que permite al niño efectuar la transición entre la primera relación oral con la madre y la «verdadera relación de objetos.
Lo esencial de las ideas de Winnicott acerca del objeto transicional se encuentra en un artículo titulado Objetos transicionales y fenómenos transicionales {Transitional Objects and Transitional Phenomena, 1953).
1.° En el piano de la descripción clínica, el autor pone de manifiesto un comportamiento frecuentemente observado en el niño y lo denomina relación con el objeto transicional.
Es frecuente ver al niño, entre los cuatro y doce meses, aficionarse a un objeto particular, como un pedazo de lana, el ángulo de un cubrecama o de un edredón, etc., que chupa, aprieta contra sí mismo y se muestra indispensable sobre todo en el momento de dormirse. Este «objeto transicional» conserva su valor durante mucho tiempo, antes de perderlo progresivamente; también puede reaparecer más tarde, sobre todo cuando se aproxima una fase de depresión.
Winnicott clasifica dentro de este grupo ciertos gestos y diversas actividades bucales (por ejemplo, gorjeos) que denomina fenómenos transicionales.
2° Desde el punto de vista genético, el objeto transicional se sitiia «entre el pulgar y el oso felpudo» (1 a). En efecto, si bien constituye «una parte casi inseparable del niño» (1 b], diferenciándose así del futuro juguete, es también la primera «posesión de algo que es no yo» (not-mepossession).
Desde el punto de vista libidinal, la actividad sigue siendo de tipo oral. Lo que varía es la posición del objeto. En la primera actividad oral (relación con el pecho) existe lo que Winnicott denomina una «creatividad primaria»: «Este pecho es constantemente recreado por el niño en virtud de su capacidad de amor o, por así decirlo, en virtud de su necesidad [...]. La madre sitúa el pecho real en el lugar mismo en que el niño está dispuesto a crearlo y en el momento adecuado» (1 c). Más tarde funcionará la prueba de realidad*. Entre estos dos tiempos se sitúa la relación con el objeto transicional, que se halla a mitad de camino entre lo subjetivo y lo objetivo; «Desde nuestro punto de vista, el objeto viene del exterior: pero el niño no lo concibe así. Tampoco viene del interior: no es una alucinación» (1 d).
3.° El objeto transicional, si bien constituye un momento de paso hacia la percepción de un objeto netamente diferenciado del sujeto y hacia una «relación de objeto propiamente dicha», no ve, sin embargo, su función totalmente abolida al continuar el desarrollo del individuo. «El objeto transicional y el fenómeno transicional proporcionan, desde un principio, a todo ser humano algo que seguirá siendo siempre importante para él, a saber, un campo neutro de experiencia que no será puesto en duda» (1 e). Pertenecen, según Winnicott, al terreno de la ilusión: «Este campo intermedio de experiencia, del cual no necesita justificar la pertenencia a la realidad interior ni a la realidad exterior (y compartida), constituye la parte más importante de la experiencia del niño. Se prolongará, a lo largo de toda la vida, en la experiencia intensa que corresponde a la esfera de las artes, de la religión, de la vida imaginativa, de la creación científica» (1/).
ORGANIZACIÓN DE LA LIBIDO
= Al.: Organisation der Libido. — Fr.: organisation de la libido. — Ing.: organization of the libido. — It.: organizzazione della libido. — Por.: organizagáo da libido.
Coordinación relativa de las pulsiones parciales, caracterizadas por la primacía de una zona erógena y un modo específico de relación de objeto. Consideradas en una sucesión temporal, las organizaciones de la libido definen fases de la evolución pslcosexual infantil.
La evolución de los puntos de vista de Freud acerca de la organización de la libido puede concebirse del siguiente modo: en la primera edición de los Tres ensayos sobre la teoría sexual (Drei Abhandlungen zur Sexualtheorie, 1905), se describen las actividades orales o anales como actividades sexuales precoces, pero sin mencionar a este respecto una organización; el niño no sale de la anarquía de las pulsiones parciales hasta haber conseguido la primacía de la zona genital. Si bien la idea central de los Tres ensayos es ciertamente la de señalar la existencia de una función sexual más amplia que la función genital, ésta posee el privilegio de ser la única capaz de organizar aquélla. Esquematizando las modificaciones aportadas por la pubertad, Freud escribe en 1905: «La pulsión sexual ha sido hasta aquí predominantemente autoerótica; ahora encuentra el objeto sexual. Hasta este momento su actividad provenía de cierto número de pulsiones y de zonas erógenas separadas, que, independientemente unas de otras, buscaban un placer determinado como único fin sexual. Ahora aparece un nuevo fin sexual, y todas las pulsiones parciales actúan en conjunto para alcanzarlo, mientras que las zonas erógenas se subordinan a la primacía de la zona genital» (la). Se observará que, en aquellas fechas, Freud no hablaba de organización pregenital y que, en definitiva, lo que permite la coordinación de las pulsiones es el descubrimiento del objeto.
También por parte del objeto Freud descubre a continuación un modo de organización de la sexualidad que él intercala entre el estado desorganizado de las pulsiones (autoerotismo) y la plena elección de objeto: el narcisismo*. El objeto es entonces el yo* como unidad.
En 1913, en el artículo sobre La predisposición a la neurosis obsesiva (Die Disposition zur Zwangsneurose), Freud introduce el concepto de organización pregenital: aquí la unificación de las pulsiones se encuentra en el predominio de una actividad sexual ligada a una zona erógena determinada. Describe primeramente la organización anal (1913, artículo citado), luego la oral (edición de 1915 de los Tres ensayos) (1 b) y finalmente, la fáíica (en 1922, en La organización genital infantil [Die infantile Genitalorganisation]). Señalemos, no obstante, que, tras haber descrito estas tres organizaciones, Freud reafirmará que «[...] la plena organización no se alcanza hasta la pubertad, en una cuarta fase, la fase genital» (2).
Al intentar definir los modos de organización pregenitales de la sexualidad, Freud siguió dos caminos entre los cuales no puede establecerse una rigurosa correspondencia. Según uno de estos caminos, la función de organizador la cumple el objeto: los distintos modos de organización se suceden entonces según una serie que va desde el autoerotismo al objeto heterosexual, pasando por el narcisismo y la elección objetal homosexual; según el otro camino, cada organización se centra sobre un modo específico de actividad sexual que depende de una zona erógena determinada.
Desde esta segunda perspectiva, ¿cómo comprender esta primacía de una zona erógena y de la actividad correspondiente a ella?
A nivel de la organización oral, la primacía de la actividad (oral) puede entenderse en el sentido de una relación casi exclusiva con el medio ambiente. Pero ¿ocurre lo mismo en cuanto a las organizaciones ulteriores, que no suprimen el funcionamiento de las actividades no predominantes? ¿Qué significa, por ejemplo, hablar de una primacía de la analidad? Ésta no puede entenderse como una suspensión, ni siquiera como el paso a segundo plano, de toda la sexualidad oral; de hecho, ésta se ecuentra integrada a la organización anal, y los intercambios orales se impregnan de las significaciones ligadas a la actividad anal.