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jueves, 9 de enero de 2014

DICCIONARIO DE PSICOANÁLISIS Jean Laplanche y Jean-Bertrand Pontalis (F-L)

F
FACILITACIÓN
= Al.: Bahnung. — Fr.: frayage. — Ing.: facilitation. — It.: facilitatione. — Por.: facíííta?áo.
Término utilizado por Freud cuando da un modelo neurológico del funcionamiento del aparato psíquico (1895): la excitación, para pasar de una neurona a otra, debe vencer cierta resistencia; cuando este paso implica una disminución permanente de esta resistencia, se dice que hay facilitación: la excitación escogerá la vía facilitada con preferencia en la que no lo ha sido.
El concepto de facilitación ocupa un lugar central en la descripción del funcionamiento del «aparato neuronal» que dio Freud en su Proyecto de psicología científica {Entwurf einer Psychologic, 1895). Jones indica que este concepto desempeñaba un papel importante en el libro de Exner puMicado un año antes, Proyecto de una explicación fisiológica de los fenómenos psíquicos {Entwurf zu einer physiologischen Erklarung der psychischen Erscheinungen, 1894) (1). Sin haberlo abandonado, apenas lo usa en sus trabajos metapsicológicos. Sin embargo, volvemos a encontrar el concepto de facilitación cuando, en Más allá del principio del placer (Jenseits des Lustprinzips, 1920), se ve inducido a utilizar de nuevo un modelo fisiológico (2).
FALICA (MUJER O MADRE)
= Al.: phaífísche (Frau o Mutter). — Fr.: phaíííque (femme o mere). — /ng.: phallic (woman o mother). — //.; tallica (donna o madre). — Por.: fálica (mulher o máe).
Mujer fantaseadamente provista de un falo. Esta imagen puede adoptar dos formas principales, según que la mujer se encuentre representada, ya sea como portadora de un falo externo o de un atributo fállco, ya sea como conservando en su interior el falo masculino.
La imagen de mujeres provistas de un órgano sexual masculino se encuentra frecuentemente en psicoanálisis, en los sueños y en las fantasías.
Desde un punto de vista teórico, la imagen de la mujer fálica tiene su fundamento en la patentización progresiva de una «teoría sexual infantil» después de una fase libidinal propiamente dicha, en las cuales únicamente existiría para ambos sexos un solo órgano sexual, el falo {véase: Fase fálica).
Según Ruth Mack Brunswick, esta imago se formaría «[...] para asegurar la posesión del pene por la madre y, así, aparecería probablemente en el momento en que el niño comienza a dudar de que la madre lo posea efectivamente. Con anterioridad [...] parece más que probable que el órgano ejecutivo de la madre activa es el pecho; la idea del pene es luego proyectada retrospectivamente sobre la madre activa, una vez reconocida la importancia del falo» (1).
Desde un punto de vista clínico, Freud ha mostrado, por ejemplo, cómo el fetichista encontraba en su fetiche un substitutivo del falo materno cuya ausencia reniega (2).
En otra dirección, los psicoanalistas, siguiendo a F. Boehm, han puesto de manifiesto, especialmente en el análisis de los homosexuales masculinos, la fantasía ansiógena según ia cual la madre habría retenido, dentro de su cuerpo, el falo recibido durante el coito (3). Melanie Klein, con la idea de la «imago de los padres acoplados»*, ha dado mayor extensión a este fantasma.
Se observará que, en conjunto, el término «mujer fálica» designa a la mujer que posee un falo y no la imagen de la mujer o de la niña identificada con el falo (4). Señalemos, por último, que la expresión «mujer fálica» se utiliza a menudo, en sentido figurado, para calificar a una mujer que presenta rasgos de carácter supuestamente masculinos, por ejemplo una mujer autoritaria, pero esto sin que se sepa cuáles son exactamente los fantasmas subyacentes.
FALO
= Al: Phallus. — fr.; phallus. — Ing.: phallus. — It.: fallo. — Por.: falo.
En la antigüedad grecorromana, representación figurada del órgano masculino.
En psicoanálisis, el empleo de este término hace resaltar la función simbólica cumplida por el pene en la dialéctica intra- e intersubjetiva, quedando reservado el nombre «pene» para designar más bien el órgano en su realidad anatómica.
Sólo en algunas ocasiones encontramos el término «falo» en los escritos de Freud. En compensación, en su forma adjetiva, lo hallamos en diversas expresiones, principalmente la de «fase fálica»". En la literatura psicoanalítica contemporánea se constata un empleo cada vez más diferenciado de los términos «pene» y «falo», utilizándose el primero para designar el órgano masculino en su realidad corporal, mientras que el segundo hace resaltar el valor simbólico del mismo.
La organización fálica, que fue reconocida progresivamente por Freud como fase de evolución de la libido en ambos sexos, ocupa un lugar central, en la medida en que es correlativa del complejo de castración e impone el planteamiento y resolución del complejo de Edipo. La alternativa que se ofrece al sujeto en esta fase consta de estos dos términos: tener el falo o estar castrado. Se observa que aquí la oposición no es entre dos términos que designen dos realidades anatómicas, como son el pene y la vagina, sino entre la presencia o la ausencia de un solo término. Esta primacía del falo para los dos sexos es correlativa, para Freud, al hecho de que la niña ignoraría la existencia de la vagina. Aunque el complejo de castración adopte diferentes modalidades en el niño y en la niña, en ambos casos continúa centrado alrededor del único falo, el cual es concebido como separable del cuerpo. En esta perspectiva, el artículo Sobre las transposiciones de la pulsión y especialmente del erotismo anal (Über Triebumsetzungen, insbesondere der Analerotik, 1917 (1) viene a mostrar cómo el órgano masculino se inscribe en una serie de términos substituibles unos por otros en «ecuaciones simbólicas» (pene = heces = niño = regalo, etc.), términos que tienen en común la propiedad de ser separables del sujeto y susceptibles de poder circular de una persona a otra.
Para Freud, el órgano masculino no es solamente una realidad que puede encontrarse como la referencia última de toda una serie. La teoría del complejo de castración atribuye al órgano masculino un papel preponderante, esta vez como símbolo, en la medida en que su ausencia o su presencia transforma una diferencia anatómica en un criterio fundamental de clasificación de los seres humanos, y también en la medida en que, para cada sujeto, esta presencia o ausencia no es algo obvio, no es reductible a un puro y simple dato, sino que es el resultado problemático de un proceso intra- e intersubjetivo (asunción por el sujeto de su propio sexo). Es sin duda en función de este valor de símbolo que Freud y, en forma más sistemática, el psicoanálisis contemporáneo, habla de falo; se hace entonces referencia, de un modo más o menos explícito, al uso de este término en la Antigüedad, donde designaba la representación figurada, pintada, esculpida, etc., del órgano viril, objeto de veneración que desempeñaba un papel central en las ceremonias de iniciación (Misterios). «En aquella lejana época, el falo en erección simbolizaba la potencia soberana, la virilidad trascendente, mágica o sobrenatural y no la variedad puramente priápica del poder masculino, la esperanza de la resurrección y la fuerza que puede producirla, el principio luminoso que no tolera sombras ni multiplicidad y mantiene la unidad que eternamente mana del ser. Los dioses itifálicos Hermes y Osiris encarnan esta inspiración esencial» (2).
¿Qué debe entonderse aquí por «valor de símbolo»? No es posible asignar al símbolo falo una significación alegórica determinada, por muy amplia que sea (fecundidad, potencia, autoridad, etc.). Tampoco puede reducirse lo que simboliza al órgano masculino o pene, tomado en su realidad corporal. En suma, tanto o más que un símbolo (en el sentido de una representación figurada y esquemática del órgano viril), el falo se encuentra como significación, como lo que está simbolizado en las más diversas representaciones; Freud ya indicó, en su teoría del simbolismo, que se trataba de uno de los símbolos universales; creyó encontrar, como tertium comparationis entre el órgano viril y lo que lo representa, el rasgo común de ser una cosa pequeña (das Kleine) (3 a). Pero, en esta misma línea, cabe pensar que lo que caracteriza el falo y se encuentra también en sus diversas metamorfosis figuradas, es el hecho de ser un objeto separable, transformable (y, en este sentido, un objeto parcial*). El hecho, advertido por Freud desde La interpretación de los sueños (Die Traumdeutung, 1900) (3 b, 3 c) y ampliamente confirmado por la investigación analítica, de que el sujeto como persona total pueda ser identificado al falo, no invalida la idea precedente: es en aquel momento cuando una persona misma es asimilada a un objeto capaz de ser visto, exhibido, e incluso de circular, de ser dado y recibido. Freud demostró, especialmente en el caso de la sexualidad femenina, cómo el deseo de recibir el falo del padre se transforma en deseo de tener un niño de él. Por lo demás, en relación con este ejemplo, cabría preguntarse si está justificado establecer, en la terminología psicoanalítica, una distinción radical entre pene y falo. El término Penisneid (véase:Envidia del pene) encierra una ambigüedad que quizá sea fecunda y que no es posible suprimir mediante una distinción esquemática entre, por ejemplo, el deseo de gozar del pene real del hombre en el coito y el deseo de tener el falo (como símbolo de virilidad).
En Francia, J. Lacan ha intentado volver a centrar la teoría psicoanalítica en tomo a la noción de falo como «significante del deseo». El complejo de Edipo, tal como ha sido reformulado por este autor, consiste en una dialéctica en la que las principales alternativas son: ser o no ser el falo, tenerlo o no tenerlo, y cuyos tres tiempos están centrados en el lugar que ocupa el falo en el deseo de los tres protagonistas (4).
FANTASÍA
= Al.: Phantasie. — Fr.: fantasme. — Ing.: fantasy o phantasy. — It.: fantasia. — Por.: fantasia.
Guión imaginario en el que se halla presente el sujeto y que representa, en forma más o menos deformada por los procesos defensivos, la realización de un deseo y, en último término, de un deseo inconsciente.
La fantasía se presenta bajo distintas modalidades: fantasías conscientes o sueños diurnos, fantasías inconscientes que descubre el análisis como estructuras subyacentes a un contenido manifiesto, y fantasías originarias.
I. La palabra alemana Phantasie designa la imaginación. No tanto la facultad de imaginar en el sentido filosófico del término (Einbildungskraft), como el mundo imaginario, sus contenidos, la actividad creadora que lo anima (das Phantasieren). Freud recogió estos diferentes usos de la lengua alemana.
En francés, el término -fantasme ha sido utilizado de nuevo por el psicoanálisis y, en consecuencia, está más cargado de resonancias psicoanalíticas que su homólogo alemán. Por otra parte, no corresponde exactamente al término alemán, pues su extensión es menor. Designa una determinada formación imaginaria y no el mundo de las fantasías, la actividad imaginativa en general.
Daniel Lagache ha propuesto volver a utilizar en su antiguo sentido el término «fantaisie», que tiene la ventaja de designar tanto la actividad creadora como sus producciones, pero que, para la conciencia lingüística contemporánea, es muy difícil que no sugiera los matices de capricho, originalidad, falta de seriedad, etc.
II. Los términos «fantasía» «actividad fantaseadora», sugieren inevitablemente la oposición entre imaginación y realidad (percepción). Si se hace de esta oposición un eje de referencia fundamental del psicoanálisis, habrá que definir la fantasía como una producción puramente ilusoria que no resistiría a una aprehensión correctora de lo real. Algunos textos de Freud parecen justificar tal orientación. En las Formulaciones sobre los dos principios del funcionamiento psíquico {Formulierungen über die zwei Prinzipen des psychischen Geschehens, 1911), Freud contrapone al mundo interior, que tiende a la satisfacción por ilusión, un mundo exterior que impone progresivamente al sujeto, por mediación del sistema perceptivo, el principio de realidad.
En igual sentido se invoca a menudo la forma como Freud descubrió la importancia de las famasias en la etiología de las neurosis: Freud, que en un principio admitió la realidad de las escenas infantiles patógenas halladas en el curso del análisis, habría abandonado definitivamente esta primera convicción, denunciando su «error»: la realidad aparentemente material de estas escenas no era más que «realidad psíquica» (a).
Pero conviene subrayar aquí que la expresión «realidad psíquica» no es simplemente sinónima de mundo interior, campo psicológico, etc. Tomada por Freud en su sentido más fundamental, designa un núcleo, heterogéneo en este campo, resistente, el único verdaderamente «real» en comparación con la mayoría de los fenómenos psíquicos. «¿Es preciso atribuir una realidad a los deseos inconscientes? No sabría decirlo. Naturalmente, debe negárseles a todos los pensamientos de transición y de ligazón. Cuando nos encontramos ante deseos inconscientes llevados a su última y más verdadera expresión, nos vemos obligados a decir que larealidad psíquica constituye una forma de existencia particular que es imposible confundir con la realidad material» (1 a).
El esfuerzo de Freud y de toda la reflexión psicoanalítica consiste precisamente en intentar explicar la estabilidad, la eficacia y el carácter relativamente organizado de la vida de fantasía del sujeto. Dentro de esta perspectiva, Freud, desde que centró el interés sobre las fantasías, destacó modalidades típicas de guiones fantaseados, como, por ejemplo, la «novela familiar»*. Rehusa dejarse encerrar en la oposición entre una concepción que considera la fantasía como un derivado deformado del recuerdo de acontecimientos reales fortuitos, y otra que no atribuiría realidad propia a la fantasía, viendo en ella únicamente una expresión imaginaria destinada a enmascarar la realidad de la dinámica pulsional. Las fantasías típicas halladas por el psicoanálisis condujeron a Freud a postular la existencia de esquemas inconscientes que trascienden lo vivide individual y se transmitirían hereditariamente: las «fantasías originarias».
III. La palabra «fantasía» se utiliza muy extensamente en psicoanálisis. Según algunos autores, esta utilización tendría el inconveniente de no precisar la situacióntópica (consciente, preconsciente o inconsciente) de la formación que se considera.
Para comprender el concepto freudiano de Phantasie, conviene distinguir diversos niveles:
1.° Lo que Freud denomina Phantasien son ante todo los sueños diurnos*, escenas, episodios, novelas, ficciones que el sujeto forja y se narra a sí mismo en estado de vigilia. En los Estudios sobre la histeria (Studien über Hysteric, 1895), Breuer y Freud mostraron la frecuencia y la importancia de esta actividad fantaseadora en el histérico y la describieron como frecuentemente «inconsciente», es decir, produciéndose durante estados de ausencia o estados hipnoides*.
En La interpretación de los sueños (Die Traumdeutung, 1900) todavía describe Freud las fantasías basándose en el modelo de los sueños diurnos. Las analiza como formaciones de compromiso y muestra que su estructura es comparable a la del sueño. Estas fantasías o sueños diurnos son utilizados por la elaboración secundaria*, factor del trabajo del sueño* que se aproxima mucho a la actividad en vigilia.
 Freud utiliza a menudo la expresión «fantasía inconsciente», sin que implique siempre una posición metapsicológica bien establecida. Con ella parece designar a veces un ensueño subliminal, preconsciente, al cual se entrega el sujeto y del que tomará o no conciencia reflexivamente (2). En el artículo Fantasías histéricas y su relación con la bisexualidad (Hysterische Phantasien und ihre Beziehung zur Bisexualitat, 1908), las fantasías «inconscientes», consideradas precursoras de los síntomas histéricos, se describen como hallándose en íntima conexión con los sueños diurnos.
3.° Dentro de una línea de pensamiento distinta, la fantasía aparece en una relación mucho más íntima con el inconsciente. En el capítulo VII de La interpretación de los sueños, Freud sitúa a un nivel inconsciente, en el sentido tópico de esta palabra, ciertas fantasías, las ligadas al deseo inconsciente y que se hallan en el punto de partida del proceso metapsicológico de formación del sueño: la primera parte del «trayecto» que conduce al sueño «[...] va, de forma progresiva, desde las escenas o fantasías inconscientes hasta el preconsciente» (1 b).
4.° Por consiguiente, aunque Freud no lo hace explícitamente, se podrían distinguir en su obra varios niveles de la fantasía: consciente, subliminal, inconsciente (P). Pero Freud parece preocupado no tanto en establecer esta distinción, como en recalcar los lazos existentes entre estos diversos aspectos;
a) En el sueño, los ensueños diurnos utilizados por la elaboración secundaria pueden estar en conexión directa con la fantasía inconsciente que constituye el «núcleo del sueño»: «Las fantasías de deseo que el analista descubre en los sueños nocturnos muestran a menudo ser repeticiones y recomposiciones de escenas infantiles; así, en más de un sueño, su fachada nos indica inmediatamente el verdadero núcleo del sueño, que se encuentra deformado porque aparece mezclado con otro material» (3). Por consiguiente, en el trabajo del sueño, la fantasía se halla presente en los dos extremos del proceso: por una parte, está ligada al deseo inconsciente más profundo, al «capitalista» del sueño; por otra, en el otro extremo, se halla presente en la elaboración secundaria. Los dos extremos del sueño y las dos modalidades de fantasías que en él se encuentran parecen, si no juntarse, por lo menos comunicarse interiormente y simbolizarse entre sí.
b) Freud encuentra en la fantasía un punto privilegiado donde podría captarse, a lo vivo, el proceso de paso entre los diferentes sistemas psíquicos: represión o retorno de lo reprimido. Las fantasías «[..] se aproximan mucho a la conciencia y permanecen allí sin ser perturbadas mientras no posean una catexis intensa, pero cuando sobrepasan un cierto nivel de catexis son nuevamente alejadas» (4a).
c) En la definición metapsicológica más completa que dio Freud, conecta entre sí los aspectos de la fantasía aparentemente más distantes: «Ellas [las fantasías] se hallan, por una parte, altamente organizadas, no son contradictarias, han aprovechado todas las ventajas del sistema Cs, y nuestro juicio difícilmente las distinguiría de las formaciones de este sistema; por otra parte, son inconscientes e incapaces de volverse conscientes. Su origen [inconsciente] es lo decisivo para su destino. Podrían compararse a los mestizos, que en conjunto se parecen a los blancos, pero cuyo color de origen se delata por alguna señal sorprendente y que por este hecho permanecen excluidos de la sociedad y no gozan de ninguno de los privilegios reservados a los blancos» (4 b).
Parece, pues, que la problemática freudiana de la fantasía no solamente no permite efectuar una distinción de naturaleza entre fantasía inconsciente y fantasía consciente, sino que tiende más bien a señalar sus analogías, sus estrechas relaciones, los pasos entre ellas: «Las fantasías claramente conscientes de los perversos (que, en circunstancias favorables, pueden transformarse en comportamientos «organizados»), los temores delirantes de los paranoicos (que son proyectados sobre otros con un sentido hostil), las fantasías inconscientes de los histéricos (que el psicoanálisis descubre detrás de sus síntomas), todas estas formaciones coinciden en su contenido hasta en los menores detalles» (5). En formaciones imaginarias y estructuras psicopatológicas tan diversas como las que aquí cita Freud, pueden-encontrarse una misma organización, un mismo arreglo, tanto si son conscientes como inconscientes, realizadas o imaginadas, asumidas por el sujeto o proyectadas sobre otro.
Asimismo, en la cura, el psicoanalista se dedica a descubrir la fantasía subyacente, tras las producciones del inconsciente, como el sueño, el síntoma, el actuar*, las conductas repetitivas, etc. El progreso de la investigación hace aparecer incluso aspectos de la conducta muy alejados de la actividad imaginativa y, a primera vista, gobernados por las solas exigencias de la realidad, como emanaciones, «derivados» de fantasías inconscientes. Desde esta perspectiva, todo el conjunto de la vida del sujeto aparece como modelado, organizado por lo que podría denominarse, para subrayar su carácter estructurante, una actividad fantaseadora. Ésta no debe concebirse únicamente como una temática, aunque estuviera marcada para cada individuo por rasgos eminentemente singulares, sino que comporta un dinamismo propio, en virtud del cual las estructuras fantaseadas intentan expresarse, encontrar una salida hacia la conciencia y la acción, atrayendo constantemente hacia ellas un nuevo material.
IV. La fantasía guarda la más estrecha relación con el deseo; un término freudiano lo atestigua: Wunschphantasie, o fantasía de deseo (6). ¿Cómo concebir esta relación? Sabemos que, para Freud, el deseo tiene su origen y su modelo en la experiencia de satisfacción:* «El primer desear [Wünschen] parece haber sido una catexis alucinatoria del recuerdo de la satisfacción» (le). ¿Equivale esto a decir que las fantasías más primitivas son aquellas que tienden a encontrar de nuevo los objetos alucinatorios ligados a todas las primeras experiencias de aumento y resolución de la tensión interna? ¿Puede decirse que las primeras fantasías son fantasías de objeto, de los objetos fantaseados a los que tendería el deseo como la necesidad tiende a su objeto natural?
A nuestro modo de ver, la relación entre la fantasía y el deseo es más compleja. Incluso en sus formas menos elaboradas, la fantasía aparece como irreductible a una mira intencional del sujeto que desea:
1.° se trata de guiones, aunque se enuncien en una sola frase, de escenas organizadas, susceptibles de ser dramatizadas en forma casi siempre visual;
 el sujeto está siempre presente en tales escenas; incluso en la «escena originaria»*, de la que puede parecer excluido, figura de hecho, no sólo como observador, sino como participante que viene, por ejemplo, a perturbar el coito de los padres;
3.° lo representado no es un objeto al cual tiende el sujeto, sino una secuencia de la que forma parte el propio sujeto y en la cual son posibles las permutaciones de papeles y de atribución (véase especialmente el análisis que Freud hizo de la fantasía Pegan a un niño (Ein Kind wird geschlagen, 1919) y a los cambios sintácticos que experimenta esta frase; véanse también las transformaciones de la fantasía homosexual en el Caso Schreber);
4." en la medida en que el deseo se articula así en la fantasía, ésta es también asiento de operaciones defensivas; da lugar a los procesos de defensa más primitivos, como la vuelta hacia su propia persona, la transformación en lo contrario*, la negación*, la proyección*;
5.° tales defensas, a su vez, se hallan indisolublemente ligadas a la función primaria de la fantasía (la escenificación del deseo), escenificación en la que loprohibido se encuentra siempre presente en la posición misma del deseo.
(a) Repetidas veces Freud describió este giro de su pensamiento (7) en términos que acreditan este punto de vista. Pero un atento estudio de las concepciones freudianas y de su evolución entre 1895 y 1900, muestra que el testimonio del propio Freud, en su esquematismo extremo, no explica la complejidad y la riqueza de sus puntos de vista en cuanto a la naturaleza de la fantasía (para una interpretación de este período, véase Laplanche y Pontalis, Fantasme originaire, fantasmes des origines, origine du fantasme, 1964) (8).
(^) Susan Isaacs, en su artículo Naturaleza y función de la fantasía {The Nature and Function of Phantasy, 1948) (9), propone adoptar las dos grafías fantasy y phantasy para designar respectivamente «los sueños diurnos conscientes, las ficciones, etcétera», y «[...] el contenido primario de los procesos mentales inconscientes». Este autor piensa así modificar la terminología psicoanalítica, permaneciendo fiel al pensamiento de Freud. Nosotros, por el contrario, creemos que la distinción propuesta no concuerda con la complejidad de los puntos de vista de Freud. Por otra parte, en la traducción de los textos de Freud, la necesidad de elegir, en determinados pasajes, entre «plíantasme» y «/antasme», conduciría a las interpretaciones más arbitrarias.
FANTASÍAS ORIGINARIAS
= AL: Urphantasien. — Fr.: fantasmes originaires. — Ing.: primal phantasies. — It.: fantasmi (o fantasie) originari(e), primari(e). — Por.: protofantasias, o fantasías primitivas, u originarias.
Estructuras fantaseadas típicas (vida intrauterina, escena originarla, castración, seducción) que el psicoanálisis reconoce como organizadoras de la vida de la fantasía, cualesquiera que sean las experiencias personales de los individuos; según Freud, la universalidad de estas fantasías se explica por el hecho de que constituirían un patrimonio transmitido filogenéticamente.
El término Urphantasien aparece en los artículos de Freud en 1915: «Estas formaciones fantaseadas (observación de la relación sexual entre los padres, seducción, castración, etc.) las denomino fantasías originarias» (1). Las llamadas fantasías originarias se encuentran de un modo muy general en los seres humanos, sin que puedan referirse siempre a escenas vividas realmente por el individuo; reclamarían, por lo tanto, según Freud, una explicación filogenética, mediante la cual la realidad recobraría sus derechos: así, por ejemplo, la castración habría sido efectivamente practicada por el padre en el pasado arcaico de la humanidad. «Es posible que todas las fantasías que se nos cuentan actualmente en el análisis [...] hayan sido en otra época, en los tiempos primitivos de la familia humana, realidad, y que el niño, al crear fantasías, no haga más que rellenar, con la ayuda de la verdad prehistórica, las lagunas de la verdad individual» (2). En otras palabras, lo que fue realidad de hecho en la prehistoria se habría convertido en realidad psíquica*.
Lo que entiende Freud por fantasías originarias resulta difícil de comprender si se considera aisladamente; en efecto, este concepto es introducido al final de un largo debate sobre los elementos liltimos que el psicoanalálisis puede sacar a la luz en relación con el origen de la neurosis y, de un modo más general, tras la vida fantasmática de todo individuo.
Muy pronto Freud se esforzó en descubrir acontecimientos arcaicos reales, capaces de suministrar el último fundamento de los síntomas neuróticos. Denomina «escenas originarias» (Urszenen) estos acontecimientos reales, traumatizantes, cuyo recuerdo se halla en ocasiones elaborado y enmascarado por fantasías. Entre ellas, hay una que conser
vara en el lenguaje psicoanalítico el nombre de Urszene: la escena del coito parental, que habría presenciado el niño (véase: Escena originaria). Se observará que estos acontecimientos primordiales se designan con el nombre de escenas y que, desde un principio, Freud se esforzó en destacar, entre ellas, guiones típicos y en número limitado (3),
No podemos reproducir aquí la evolución que condujo a Freud desde esta concepción realista de las «escenas originarias» al concepto «fantasías originarias»; esta evolución, con toda su complejidad, corre pareja con la delimitación del concepto psicoanalítico de fantasía*. Sería demasiado esquemático creer simplemente que Freud abandonó una primera concepción que buscaba la etiología de la neurosis en los traumatismos infantiles contingentes, substituyéndola por otra que, viendo el precursor del síntoma en la fantasía, no reconocería en éste más realidad que la de expresar en forma imaginaria una vida pulsional que en sus líneas generales se hallaría determinada biológicamente. En efecto, el mundo de la fantasía aparece desde un principio en psicoanálisis como dotado de una consistencia, una organización y una eficacia que queda bien expresada por el término «realidad psíquica».
Durante los años 1907-1909, en que el tema de la fantasía suscita la realización de numerosos trabajos, reconociéndose plenamente su eficacia inconsciente, por ejemplo, como subyacente al ataque histérico que lo simboliza, Freud se dedica a sacar a la luz secuencias típicas, guiones imaginarios (novela familiar*) o construcciones teóricas (teorías sexuales infantiles) por medio de las cuales el neurótico y quizá también «todo hijo de los hombres» intenta responder a los grandes enigmas de su existencia.
Con todo, es notable que el pleno conocimiento de la fantasía como un dominio autónomo, explorable, dotado de su propia consistencia, no elimina para Freud el problema de su origen. El ejemplo más llamativo lo proporciona el análisis de Historia de una neurosis infantil: Freud intenta establecer la realidad de la escena de observación del coito parental reconstituyéndola en sus menores detalles y, cuando parece conmovido por la tesis junguiana, según la cual tal escena no sería más que una fantasía construida retroactivamente por el sujeto adulto, sigue insistiendo en que la percepción ha suministrado al niño los indicios, pero sobre todo introduce el concepto de fantasía originaria. En este concepto vienen a juntarse la exigencia de encontrar lo que podríamos llamar la «roca» del acontecimiento (y si éste, refractado y como reducido, se esfuma en la historia del individuo, nos remontaremos más allá, hasta la historia de la especie), y la preocupación por basar la estructura de la fantasía sobre algo distinto del acontecimiento. Tal preocupación puede llevar a Freud incluso a afirmar la preponderancia de la estructura presubjetiva sobre la experiencia individual: «Allí donde los acontecimientos no se adaptan al esquema hereditario, experimentan una recomposición en la fantasía [...]. Estos casos son precisamente los más apropiados para mostrarnos la existencia independiente del esquema. A menudo podemos obsei-\'ar que el esquema triunfa sobre la experiencia individual; en nuestro caso, por ejemplo [el de Historia de una neurosis infantil], el padre se convierte en castrador y en el que amenaza la sexualidad infantil, a pesar de un complejo de Edipo por lo demás invertido [...]. Las contradicciones que aparecen entre la experiencia y el esquema parecen suministrar amplio material para los conflictos infantiles» (4).
Si pasamos ahora a considerar los temas que se encuentran en las fantasías originarias (escena originaria, castración*, seducción*), nos sorprenderá un carácter común: todas ellas se refieren a los orígenes. Como los mitos colectivos, intentan aportar una representación y una «solución» a lo que para el niño aparece como un gran enigma; dramatizan como momento de emergencia, como origen de una historia, lo que se le aparece al sujeto como una realidad de tal naturaleza que exige una explicación, una «teoría». En la «escena originaria» se representa el origen del sujeto; en las fantasías de seducción, el origen o surgimiento de la sexualidad; en las fantasías de castración, el origen de la diferencia de ios sexos.
Para terminar, señalemos que el concepto de fantasía originaria posee un interés central para la experiencia y la teoría psicoanalítica. A nuestro modo de ver, las reservas que suscita la teoría de una transmisión genética hereditaria (a) no deben hacernos considerar igualmente caducada la idea de que existen, en la vida de la fantasía, estructuras irreductibles a las contingencias de lo vivido individual.
(a) En Fantasme originaire, fantasmes des origines, origine du fantasme (5), fiemos propuesto una interpretación del concepto freudiano «fantasía originaria». La universalidad de estas estructuras debe relacionarse con la que Freud reconoce en el complejo de Edipo (véase este término), complejo nuclear cuyo carácter estructurante, a priori, él subrayó con frecuencia'. «El contenido de la vida sexual infantil consiste en la actividad autoerótica de los componentes sexuales predominantes, en las trazas de amor objetal y en la formación de este complejo que podríamos llamar complejo nuclear de las neurosis [ . ]. El hecho de que generalmente formemos las mismas fantasías relativas a nuestra propia infancia, a pesar de la variabilidad de las aportaciones de la vida real, se explica por la uniformidad de este contenido y por la constancia de las influencias modificadoras ulteriores. Pertenece absolutamente al complejo nuclear de la infancia el hecho de que el padre asuma el papel del enemigo sexual, del que perturba la actividad sexual auto-erótica, y la mayoría de las veces la realidad contribuye en gran parte a que esto sea así» (6).
FASE ANAL-SADICA
= Al: sadistich-anale Stufe (o Phase). — Fr.: stade sadique-anal. — Ing.: anal-sadistic stage. — It.: fase sadico-anale. — Por.: fase anal-sádica.
Segiin Freud, segunda tase de la evolución libidinal, que puede situarse aproximadamente entre dos y cuatro años; se caracteriza por una organización de la libido bajo la primacía de la zona erógena anal; la relación de objeto está impregnada de significaciones ligadas a la función de defecación (expulsión-retención) y al valor simbólico de las heces. En ella se ve afirmarse el sadomasoquismo en relación con el desarrollo del dominio muscular.
Freud comenzó destacando los rasgos de un erotismo anal en el adulto y describiendo su funcionamiento en el niño en la defecación y la retención de las materias fecales (1).
A partir del erotismo anal surgirá la idea de una organización pregenital de la libido. En el artículo Carácter y erotismo anal (Charakter und Analerotik, 1908) (2), Freud relaciona ya ciertos rasgos de carácter que persisten en el adulto (la tríada: orden, avaricia, obstinación) con el erotismo anal del niño.
En La predisposición a la neurosis obsesiva {Die Disposition zur Zwangsneurose, 1913), aparece por vez primera el concepto de una organización pregenitalen la que predominan las pulsiones sádica y erótico-anal; al igual que en la fase genital, existe una relación con el objeto exterior. «Consideramos necesario intercalar otra fase antes de la forma final —fase en la que las pulsiones parciales ya se han reunido para la elección de objeto y éste ya es opuesto y ajeno a la propia persona, pero en la cual todavía no se ha establecido la primacía de las zonas genitales» (3).
En las reformas ulteriores de los Tres ensayos sobre la teoría sexual (Drei Abhandlungen zur Sexualtheorie, 1915, 1924), la fase anal aparece como una de las organizaciones pregenitales, situadas entre las organizaciones oral y fálica. Es la primera fase en la que se constituye una polaridad actividad-pasividad*: Freud hace coincidir la actividad con el sadismo, y la pasividad con el erotismo anal, y atribuye a cada una de las pulsiones parciales correspondientes una fuente distinta: musculatura para la pulsión de dominio* (Bemdchtigungstrieb), y mucosa anal.
En 1924, K. Abraham propuso diferenciar dos fases dentro de la fase anal-sádica, distinguiendo en cada uno de los componentes dos tipos opuestos de comportamiento en relación con el objeto (4). En la primera, el erotismo anal va ligado a la evacuación, y la pulsión sádica a la destrucción del objeto; en la segunda fase, el erotismo anal va ligado a la retención, y la pulsión sádica al control posesivo. Para Abraham, el paso de una fase a la otra constituye un progreso decisivo hacia el amor de objeto, como indicaría el hecho de que la línea de escisión entre las regresiones neuróticas y las psicóticas pasa entre estas dos fases.
¿Cómo concebir la ligazón entre el sadismo y el erotismo anal? El sadismo, por su naturaleza bipolar (puesto que apunta contradictoriamente a destruir el objeto y a conservarlo dominándolo), encontraría su principal correspondencia en el funcionamiento bifásico del esfínter anal (evacuación-retención) y el control de éste.
En la fase anal, se unen a la actividad de la defecación los valores simbólicos del don y del rechazo; dentro de esta perspectiva, Freud puso en evidencia la equivalencia simbólica: heces = regalo = dinero (5).
FASE DEL ESPEJO
= Al.: Spiegelstufe. — Fr.: stade du miroir. — Ing.: mirror's stage. — It.: stadio dello specchio. — Por.: fase do spelho.
Según J. Lacan, fase de la constitución del ser humano, situada entre los 6 y 18 primeros meses («); el niño, todavía en un estado de impotencia e incoordinación motriz, anticipa imaginariamente la aprehensión y dominio de su unidad corporal. Esta unificación imaginaria se efectúa por identificación con la imagen del
semejante como forma total; se ilustra y se actualiza por la experiencia concreta en que el niño percibe su propia imagen en un espejo. La fase del espejo constituiría la matriz y el esbozo de lo que será el yo.
La concepción de la fase del espejo constituye una de las aportaciones más antiguas de J. Lacan, quien la presentó en 1936 al Congreso Internacional de Psicoanálisis celebrado en Marienbad (la).
Esta concepción reúne y se basa en cierto número de datos experirnen tales:
1) Datos proporcionados por la psicología infantil y la psicología comparada, referentes al comportamiento del niño ante su imagen reflejada en el espejo (2). Lacan insiste en «[...] la asunción triunfal de la imagen, con la mímica gozosa que la acompaña y la complacencia lúdica en el control de la identificación especular» (3a).
2) Datos proporcionados por la etología animal y que muestran algunos efectos de maduración y de estructuración biológica producidos exclusivamente por la percepción visual del semejante (3 b).
La importancia de la fase del espejo en el ser humano debe relacionarse, según Lacan, con la prematuridad del nacimiento ((3), demostrada objetivamente por el estado anatómicamente incompleto del sistema piramidal, y por la falta de coordinación motriz de los primeros meses (y).
1.° Desde el punto de vista de la estructura del sujeto, la fase del espejo señalaría un momento genético fundamental: la constitución del primer esbozo del yo. En efecto, el niño percibe, en la imagen del semejante o en su propia imagen especular, una forma (Gestalt) en la cual anticipa (de ahí su «gozo») una unidad corporal que objetivamente le falta: se identifica con esta imagen. Esta experiencia primordial se encuentra en la base del carácter imaginario del yo, constituido en principio como «yo ideal» y «matriz de las identificaciones secundarias» (1 b). Como puede apreciarse, desde este punto de vista, el sujeto no puede reducirse al yo, instancia imaginaria en la cual tiende a alienarse.
 Según Lacan, la relación intersubjetiva, en cuanto viene marcada por los efectos de la fase del espejo, constituye una relación imaginaria, dual, consagrada a la tensión agresiva, donde el yo está constituido como un otro, y el otro como un alter ego (véase: Imaginario).
3.° Tal concepción podría relacionarse con los puntos de vista freudianos acerca del paso del autoerotismo* (anterior a la constitución de un yo) al narcisismo* propiamente dicho, correspondiendo lo que Lacan denomina fantasías de «cuerpo fragmentado» a la primera etapa, y la fase del espejo a la aparición del narcisismo primario. Pero con un matiz importante: para Lacan, sería la fase del espejo la que haría surgir retroactivamente la fantasía del cuerpo fragmentado. Tal relación dialéctica se observa en la cura psicoanalítica: en ocasiones se ve aparecer la angustia de la fragmentación por pérdida de la identificación narcisista, y a la inversa.
(o)
El término «fase» (período que vuelve) es, sin duda, más adecuado que el de estadio (etapa de una maduración psicobiológica); así lo ha indicado el propio
J.
Lacan (1957).
(/5) Ya Freud insistió sobre esta idea fundamental del estado incompleto del ser humano en el momento de su nacimiento. Véase nuestro comentario a Desamparo y especialmente el pasaje que allí citamos de Inhibición, síntoma y angustia (Henitnung, Symptom und Angst, 1926).
(V) Podríamos remitirnos a lo que los embriólogos, singularmente Louis Bolk (1866-1930), han escrito sobre la fetalización (4).
FASE FALICA
= Al.: phaüiiche Stufe (o Phase). — Fr.: stade phallique. — Ing.: phallic stage (o phase). — //..• fase tallica. — Por.: fase fálica.
Fase de organización infantil de la libido que sigue a las fases oral y anal y se caracteriza por una unificación de las pulsiones parciales bajo la primacía de los órganos genitales; pero, a diferencia de la organización genital puberal, el niño o la niña no reconocen en esta fase más que un solo órgano genital, el masculino, y la oposición de los sexos equivale a la oposición fálico-castrado. La fase fálica corresponde al momento culminante y a la declinación del complejo de Edipo; en ella predomina el complejo de castración.
El concepto de fase fálica (a) surge tardíamente en Freud, puesto que no aparece de modo explícito hasta 1923 (La organización genital infantil [Die infantile Genitalorganisation]). Viene preparado por la evolución de las ideas de Freud referentes a los modos sucesivos de organización de la libido y por sus puntos de vista acerca de la primacía del falo*: dos líneas de pensamiento que distinguiremos para mayor claridad de nuestra exposición.
1.° Acerca del primer punto, recordemos que Freud, en un principio (1905), consideró la falta de organización de la sexualidad infantil como el rasgo que la diferenciaba de la sexualidad postpuberal: el niño no sale de la anarquía de las pulsiones parciales hasta que, con la llegada de la pubertad, queda asegurada la primacía de la zona genital. La introducción de las organizaciones pregenitales anal y oral (1913, 1915) pone implícitamente en tela de juicio el privilegio, hasta entonces concedido a la zona genital, de organizar la libido; pero no se trata todavía más que de «rudimentos y fases precursoras» (1 a) de una organización* en el pleno sentido de esta palabra. «La combinación de las pulsiones parciales y su subordinación bajo la primacía de los órganos genitales no se realiza o sólo tiene lugar de forma muy incompleta» (Ib). Cuando Freud introduce el concepto de fase fálica, reconoce la existencia, desde la infancia, de una verdadera organización de la sexualidad, muy parecida a la del adulto, «[...] la cual merece ya el nombre de genital, en la que encontramos un objeto sexual y una cierta convergencia de las tendencias sexuales sobre este objeto, pero que se diferencia en un aspecto esencial de la organización definitiva que se produce con la maduración sexual; en efecto, no conoce más que una sola ciase de órgano genital, el órgano masculino» (le).
 Esta idea de una primacía del falo se insiniia ya en textos muy anteriores a 1923. A partir de los Tres ensayos sobre la teoría sexual (Drei Abhandlungen zur Sexualtheorie, 1905) encontramos dos tesis:
a) La libido es «de naturaleza masculina, tanto en la mujer como en el hombre» (1 d); b) «La zona erógena directriz en la niña se localiza en el clitoris, que es el órgano homólogo de la zona genital masculina (glande)» (1 e, 2).
El análisis del Pequeño Hans, en el cual se establece el concepto de complejo de castración, sitúa en primer plano para el niño la alternativa: poseer un falo o estar castrado. Finalmente, el artículo sobre las Teorías sexuales infantiles (Über infantile Sexualtheorien), si bien considera, al igual que los Tres ensayos, la sexualidad desde el punto de vista del niño varón, subraya el interés particular que la niña concede al pene, su envidia de éste y su sentimiento de haber sido perjudicada en comparación con el niño.
Lo más importante acerca de la concepción freudiana de la fase fálica se encuentra en tres artículos: La organización genital infantil (Die infantile Genitalorganisation, 1923); La declinación del complejo de Edipo {Der Untergangs des Odipuskomplexes, 1924); Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica de los sexos {Einige psychische Folgen des anatomischen Geschlechtsunterschieds, 1925). Esquemáticamente, la fase fálica, según Freud, puede definirse del siguiente modo:
1.° Desde el punto de vista genético, el «par antitético» actividad-pasividad*, que predomina en la fase anal, se transforma en el par fálico-castrado; sólo en la pubertad se establece la oposición masculinidad-feminidad*.
2.° En relación con el complejo de Edipo, la existencia de una fase fálica desempeña un papel esencial: en efecto, la declinación del Edipo (en el caso del niño) viene condicionada por la amenaza de castración, cuya eficacia depende, por una parte, del interés narcisista que el niño siente por su propio pene, y, por otra, del descubrimiento de la falta de pene en la niña {véase: Complejo de castración).
3.° Existe, una organización fálica en la niña. La constatación de la diferencia de los sexos suscita una envidia del pene*; ésta implica, desde el punto de vista de la relación con los padres, un resentimiento hacia la madre, que no ha dado pene a la niña, y la elección del padre como objeto de amor, en la medida en que él puede dar el pene o su equivalente simbólico, el niño. Así, pues, la evolución de la niña no es simétrica de la del niño (según Freud, la niña ignora la existencia de la vagina); la evolución de ambos se centra igualmente en el órgano fálico.
La significación de la fase fálica, especialmente en la niña, ha dado lugar a importantes discusiones en la historia del psicoanálisis. Los autores que admiten la existencia, en la niña, de sensaciones sexuales específicas desde un principio (como K. Horney, M. Klein, E. Jones), en especial un conocimiento intuitivo primario de la cavidad vaginal, se ven inducidos a considerar la fase fálica sólo como una formación secundaria de tipo defensivo.
(tt) También puede emplearse el término «posición fáiica», el cual subraya el heclio de que se trata de un momento intersubjetivo integrado en la dialéctica del Edipo, más que de un estadio propiamente dicho de la evolución libidinal.
FASE LIBIDINOSA
= Al.: Libidostufe (o -phase). — Fr.: stade libidinal. — Ing.: libidinal stage (o phase). — It.: fase libidica. — Por.: fase libidinal.
Etapa del desarrollo del niño caracterizada por una organización, más o menos marcada, de la libido bajo la primacía de una zona erógena y por el predominio de un modo de relación de objeto. En psicoanálisis se ha dado una mayor extensión a la noción de fase, al intentar definir las fases de la evolución del yo.
Cuando se habla de fase en psicoanálisis, se alude generalmente a las fases de la evolución libidinosa. Pero se observará que, ya antes de que comenzara a destacarse el concepto de organización de la libido, se manifestó la preocupación de Freud por diferenciar «edades de la vida», «épocas», «períodos del desarrollo»; ello corre parejas con el descubrimiento de que las distintas afecciones psiconeurótic^s tienen su origen en la infancia. Así, alrededor de los años 1896-1897, Freud, en su correspondencia con W. Fliess, de quien es sabido que elaboró una teoría de los períodos (1), intenta establecer una sucesión de épocas, en la infancia y la pubertad, cuyas fechas pueden fijarse con mayor o menor precisión; este intento se halla en íntima relación con el concepto de posterioridad* y con la teoría de la seducción*, que fue entonces elaborada por Freud. En efecto, algunas de las épocas consideradas («época del acontecimiento», Ereigniszetíen) son aquellas en las que se producen las «escenas sexuales», mientras que otras son «épocas de represión» (Verdrdngungszeiten). Freud relaciona la «elección de la neurosis» con esta sucesión: «Las diferentes neurosis hallan sus condiciones temporales en las escenas sexuales [...]. Las épocas de represión son indiferentes para la elección de la neurosis, las épocas del acontecimiento son decisivas» (2 a). Por último, el paso de una época a otra es puesto en relación con la diferenciación del aparato psíquico* en sistemas de «inscripciones», y el paso de una época a otra y de un sistema a otro se compara a una «traducción» que puede efectuarse con mayor o menor éxito (2 b).
Pronto surge la idea de relacionar la sucesión de estos diversos períodos con el predominio y el abandono de «zonas sexuales» o «zonas erógenas» determinadas (región anal, región bucofaríngea y, en la niña, región clitorídea); Freud lleva bastante lejos esta tentativa teórica, como lo demuestra la carta del 14-XI-1897: el proceso de la represión llamado normal se pone en estrecha relación con el abandono de una zona por otra, la «declinación» de una determinada zona sexual.
Tales concepciones anticipan en muchos puntos lo que habría de ser, en su forma más completa, la teoría de las fases libidinosas. Pero resulta sorprendente comprobar que, después de la primera exposición efectuada por Freud de la evolución de la sexualidad, desaparecen para ser redescubiertas y precisadas ulteriormente. En la edición de 1905 de los Tres ensayos sobre la teoría sexual (Drei Abhandlungen zur Sexualtheorie), la principal oposición se sitúa entre la sexualidad puberal y adulta, por una parte, organizada bajo la primacía genital, y la sexualidad infantil, por otra, cuyas metas sexuales son múltiples, al igual que las zonas erógenas que les sirven de soporte, sin que se instaure en modo alguno la primacía de una de ellas o una elección de objeto. Sin duda, Freud acentúa especialmente esta oposición, debido al carácter didáctico que ofrece la obra en cuestión y también por la originalidad de la tesis que defiende: el carácter originalmente perverso y polimorfo de la sexualidad {véase: Sexualidad; Autoerotismo).
Progresivamente, entre 1913 y 1923, esta tesis es modificada por la introducción del concepto de fases pregenitales que preceden a la instauración de la fase genital: fase oral*, anal*, fálica*.
Lo que caracteriza estas fases es un determinado modo de organización* de la vida sexual. El concepto de la primacía de una zona erógena no es suficiente para explicar lo que hay de estructurante y de normativo en el concepto de fase: ésta tiene su fundamento en un tipo de actividad, ligada ciertamente a una zona erógena, pero que puede reconocerse a diferentes niveles de la relación de objeto*. Así, la incorporación, característica de la fase oral, sería un esquema que se encontraría también en muchos fantasmas subyacentes a actividades distintas de la nutrición (por ejemplo, «comer con los ojos»).
Si el concepto de fase ha encontrado, en psicoanálisis, su modelo en el registro de la evolución de la actividad libidinal, se observará que se han bosquejado también otras varias líneas evolutivas:
1." Freud indicó una sucesión temporal en cuanto al acceso al objeto libidinal, pasando el sujeto sucesivamente por el autoerotismo*, el narcisismo*, la elección homosexual y la elección heterosexual (3);
2." otra dirección conduce a reconocer distintas etapas en la evolución que desemboca en un predominio del principio de realidad sobre el principio de placer. Un ensayo sistemático en este sentido lo efectuó Ferenczi (4);
3.'' algunos autores estiman que sólo la formación del yo* puede explicar el paso del principio de placer al principio de realidad. El yo «[...] entra en el proceso como una variable independiente» (5). El desarrollo del yo es el que permite la diferenciación entre sí mismo y el mundo exterior, el aplazamiento de la satisfacción, el control relativo sobre los estímulos pulsionales, etc.
Freud, aunque indicó el interés que tendría determinar con precisión la evolución y las fases del yo, no trabajó en esta dirección. Por lo demás, señalemos que, cuando evoca el problema, por ejemplo, en La predisposición a la neurosis obsesiva (Die Disposition zur Zwangsneurose,
1913), el concepto de yo todavía no ha sido delimitado en el sentido tópico preciso que adquirirá en El yo y el ello (Das Ich und das Es, 1923).
Freud supone que es preciso introducir «[...] en la predisposición a la neurosis obsesiva un matiz temporal en el desarrollo del yo con respecto al desarrollo de la libido»; pero indica que «[...] hasta ahora es muy poco lo que sabemos acerca de las fases del desarrollo de las pulsiones del yo» (6).
Asimismo se observará que Anna Freud, en El Yo y los mecanismos de defensa {Das Ich und die Abwehrmechanismen, 1936) (7), renuncia a establecer una sucesión temporal en la aparición de los mecanismos de defensa del yo.
¿Qué visión de conjunto se puede lograr acerca de estas distintas líneas de pensamiento? La tentativa más comprensiva de establecer una correspondencia entre estos diversos tipos de fases fue la de Abraham
{Ensayo de historia del desarrollo de la libido basada en el psicoanálisis de los trastornos psíquicos [Versuch einer Entwicklunggeschichte der Libido auf Grund der Psychoanalyse sedischer Stórungen, 1924]) (8); Robert Fliess completó el cuadro propuesto por Abraham (9).
Conviene subrayar que Freud no se ocupó de elaborar una teoría holística de las fases que agrupara, no sólo la evolución de la libido, sino también la de las defensas, del yo, etc.; una teoría de este tipo, presidida por el concepto de relación de objeto, termina por englobar, dentro de una sola línea genética, la evolución del conjunto de la personalidad. A nuestro modo de ver, no se trata aquí simplemente de que el pensamiento de Freud quedara incompleto, sino que para él, de hecho, el desfasaje y la posibilidad de una dialéctica entre estas distintas líneas evolutivas son fundamentales en el determinismo de la neurosis.
En este sentido, incluso aunque la teoría freudiana sea una de las que, en la historia de la psicología, más ha contribuido a promover el concepto de fase, al parecer no utiliza, en su inspiración fundamental, esta palabra en el sentido que le atribuye la psicología genética, al postular, en cada nivel de evolución, una estructura de conjunto de carácter integrativo (10).
FASE ORAL
= Al.: órale Stufe (o Phase). — Fr.: stade oral. — Ing.: oral Stage. — It.: fase órale. —Por.: fase oral.
Primera fase de la evolución libidinosa: el placer sexual está ligado entonces predominantemente a la excitación de la cavidad bucal y de los labios, que acompaña a la alimentación. La actividad de nutrición proporciona las significaciones electivas mediante las cuales se expresa y se organiza la relación de objeto; así, por ejemplo, la relación de amor con la madre se hallará marcada por las significaciones: comer, ser comido.
Abraham propuso subdividir esta fase atendiendo a dos actividades distintas: succión (fase oral precoz) y mordedura (fase oral sádica).
En la primera edición de los Tres ensayos sobre la teoría sexual {Dreí Abhandlungen zur Sexualtheorie, 1905), describe Freud una sexualidad oral que pone en evidencia en el adulto (actividades perversas o preliminares) y que encuentra también en el niño basándose en las obser\aclones del pediatra Lindner (significación masturbatoria de la succión del pulgar) (la). No obstante, no habla de fase, de organización oral, como tampoco habla de organización anal.
Con todo, la actividad del chupeteo adquiere, desde esta época, el valor de ejemplo, permitiendo a Freud mostrar cómo la pulsión sexual, que al principio se satisface en apoyo* sobre una función vital, adquiere una autonomía y se satisface en forma autoerótica. Por otra parte, la experiencia de satisfacción*, que proporciona el prototipo de la fijación del deseo a un determinado objeto, es una experiencia oral; por consiguiente, se puede establecer la hipótesis de que el deseo y la satisfacción quedan marcados para siempre por esta primera experiencia.
En 1915, después de haber reconocido la existencia de la organización anal, Freud describe como primera fase de la sexualidad la fase oral o canibalística. La fuente es la zona oral; el objeto se encuentra en estrecha relación con el de la alimentación, el fin es la incorporación* (1 b). Así, pues, el acento no se hace recaer solamente en una zona erógena (una excitación y un placer específicos), sino también en un modo de relación, la incorporación; el psicoanálisis muestra que ésta, en los fantasmas infantiles, no solamente es relacionada con la actividad bucal, sino que se transpone también a otras funciones (por ejemplo, respiración, visión).
Según Freud, la oposición entre actividad* y pasividad, que caracteriza la fase anal, no existe en la fase oral. Karl Abraham intentó diferenciar los tipos de relación que intervienen en el período oral, lo que le condujo a distinguir una fase precoz de succión preambivalente (que parece la más próxima a lo que Freud describió en un principio como fase oral) y una fase oral-sádica* que corresponde a la aparición de los dientes, en la cual la actividad de mordedura y devoramiento implica una destrucción del objeto; en ella se encuentra conjuntamente el fantasma de ser comido, destruido por la madre (2).
El interés concedido a las relaciones de objeto condujo a algunos psicoanalistas (especialmente Melanie Klein, Bertram Lewin) a describir en forma más compleja las significaciones connotadas en el concepto de fase oral.
FASE ORAL-SADICA
= Al.: oral-sadistische Stufe (o Phase). — Fr.: stade sadique-ora!. — Ing: oral-sadistic stage. — It.: fase sadico-orale. — Por.: fase oral-sádica.
Segundo tiempo de la fase oral, según una subdivisión introducida por K. Abraham; coincide con la aparición de los dientes y de la actividad de mordedura. Aquí la incorporación adquiere el sentido de una destrucción del objeto, lo que implica que la ambivalencia entra en juego en la relación de objeto.
En Ensayo de una historia de desarrollo de la libido basada en el psicoanálisis de los trastornos psíquicos iVersuch einer Entwicklungsgeschichíe der Libido auf Grund der Psychoanalyse seelischer Storungen,
1924), K. Abraham distingue, dentro de la fase oral, una fase precoz de succión, «preambivalente», y una fase oral-sádica que corresponde a la aparición de los dientes; la actividad de mordedura y devoramiento implica una destrucción del objeto y aparece la ambivalencia* pulsional (libido y agresividad dirigidas sobre un mismo objeto).
Con Melanie Klein se atribuye una importancia creciente al sadismo oral. En efecto, para esta autora la fase oral constituye el momento culminante del sadismo infantil. Pero, a diferencia de Abraham, hace intervenir desde un principio las tendencias sádicas: «[...] la agresividad forma parte de la relación precoz del niño con el pecho, aunque en esta fase no se exprese habitualmente por la mordedura» (1). «El deseo libidinoso de mamar se acompaña de la meta destructiva de aspirar, de vaciar, de agotar succionando» (2). Aunque M. Klein discute la distinción de Abraham entre una fase oral de succión y una fase oral de mordedura, el conjunto de la fase oral es para la autora una fase oral-sádica.
FASE U ORGANIZACIÓN GENITAL
= AL: genitale Stufe (o Genitalorganisation). — Fr.: stade (« organisation) génital(e). — Ing.: genital stage (u organization). — It.: fase (u organizzazione) genitale. — Por.: fase (H organizasáo( genital.
Fase del desarrollo psicosexual caracterizada por la organización de las pulsiones parciales bajo la primacía de las zonas genitales; comporta dos tiempos, separados por el período de latencia: la tase fálica (u organización genital infantil) y la organización genital propiamente dicha, que se instaura en la pubertad.
Algunos autores reservan el término «organización genital» para designar este último tiempo, incluyendo la fase fálica en las organizaciones pregenitales.
Según atestigua la primera edición de los Tres ensayos sobre la teoría sexual (Drei Abhandlungen ztir Sexualtheorie, 1905), para Freud no existía al principio más que una sola organización de la sexualidad, la organización genital, que se instauraba en la pubertad y se oponía a la «perversidad polimorfa» y al autoerotismo* de la sexualidad infantil. Luego, Freud modiñca progresivamente esta primera concepción:
1) describe organizaciones pregenitales (1913, 1915: véase: Organización);
2) en un capítulo añadido a los Tres ensayos, Fase de desarrollo de la organización sexual, establece la idea de que, desde la infancia, tiene lugar una elección de objeto sexual: «[...] todas las tendencias sexuales convergen hacia una sola persona y buscan en ésta su satisfacción. Se realiza así, durante los años infantiles, la forma de sexualidad que más se aproxima a la forma definitiva de la vida sexual. La diferencia [...] se reduce a que, en el niño, todavía no se ha realizado la síntesis de las pulsiones parciales, ni su sumisión completa a la primacía de la zona genital. Sólo la última fase del desarrollo sexual traerá consigo la afirmación de esta primacía» (1).
3) Vuehe a poner en tela de juicio la teoría enunciada en esta ultima frase al reconocer la existencia de una «organización genital» llamada fálica, antes del período de latencia, que sólo se diferenciaría de la organización genital postpuberal en que un solo órgano genital es el que cuenta para ambos sexos: el falo* (1923) (véase:Fase fálica).
Como puede verse, la evolución de las ideas de Fraud acerca del desarrollo psicosexual le condujo a aproximar cada vez más la sexualidad infantil a la sexualidad adulta. No desaparece, sin embargo, la primera idea, según la cual con la organización genital puberal las pulsiones parciales se unifican y jerarquizan definitivamente, y el placer inherente a las zonas erógenas no genitales se vuelve «preliminar» al orgasmo, etc.
Freud también señaló insistentemente que la organización genital infantil se caracteriza por una discrepancia entre las exigencias edípicas y el grado de desarrollo biológico (2).
FENÓMENO FUNCIONAL
= Al: funktionales Phanomen. — Fr.: phénoméne fonctionnel. — Ing.: functional phenomenon. — It.: fenómeno funzionale. — Por.: fenómeno funcional.
Fenómeno descubierto por Herbert Silberer (1909) en los estados hipnagógicos y en el sueño: se trata de la transposición en Imágenes, no del contenido del pensamiento del sujeto, sino del modo de funcionamiento actual de dicho pensamiento.
Las ideas de Silberer sobre el tema del fenómeno funcional experimentaron una evolución. Este autor partió de la observación dc los estados hipnagógicos, en los que ve una experiencia privilegiada que permite observar el nacimiento de los símbolos (o fenómeno «auto-simbólico»). Distingue tres tipos de fenómenos:material, se simboliza el objeto del pensamiento, aquello a lo que apunta; funcional, lo que se representa es el funcionamiento actual del pensamiento, su rapidez o su lentitud, su éxito o su fracaso, etc.; somático, simbolización de las impresiones corporales (1).
Silberer piensa que esta distinción es válida para toda manifestación en la que se encuentren símbolos, especialmente para el sueño. Al atribuir al «fenómeno material» únicamente la simbolización de los objetos del pensamiento y de la representación, clasifica en definitiva en el fenómeno funcional todo lo que simboliza «el estado, la actividad, la estructura de la Psiquis» (2 a). Los afectos, tendencias, intenciones, complejos, «partes del alma» (especialmente la censura) se traducen por símbolos, a menudo personificados. La «dramatización» del sueño resume este aspecto funcional. Como puede verse, Silberer generaliza al extremo la idea de una representación simbólica del estado hic et nunc de la conciencia imaginadora.
Por último, Silberer estima que, en el simbolismo, especialmente en el sueño, existe una tendencia a pasar de lo material a lo funcional, una tendencia a la generalización, en virtud de la cual se pasa «[...] de un tema particular cualquiera al conjunto de todos los temas similares por su afecto o, como también podría decirse, al tipo psíquico del acontecimiento vivido en cuestión» (2 b). Así, un objeto alargado que, en un primer tiempo, simboliza un falo podrá terminar (tras una serie de etapas intermedias cada vez más abstractas) por significar el sentimiento de potencia en general. El fenómeno simbólico se hallaría, pues, espontáneamente orientado en una dirección que la interpretación anagógica* vendrá a reforzar.
Freud reconoció en el fenómeno funcional «[...] una de las raras adiciones a la doctrina de los sueños cuyo valor es incontestable. Él [Silberer] ha demostrado la intervención de la autoobservación (en el sentido del delirio paranoico) en la formación del sueño» (3). Freud quedó convencido por el carácter experimental del descubrimiento de Silberer, pero limitó el alcance del fenómeno funcional a los estados intermedios entre la vigilia y el sueño o, en éste, a «la autopercepción del sueño o del despertar» que en ocasiones puede producirse y que atribuye al censor del sueño, al superyó.
Critica la extensión adquirida por este concepto: «[...] se ha llegado a hablar de fenómeno funcional cada vez que aparecen en el contenido de los pensamientos latentes del sueño actividades intelectuales o procesos afectivos, aun cuando este material tiene el mismo derecho que cualquier otro resto diurno a penetrar en el sueño» (4). Así, pues, aparte de casos excepcionales, lo funcional, a igual título que los estímulos corporales, se adscribe de nuevo a lo material; el camino seguido por Freud es inverso al de Silberer.
Para una crítica de la concepción ampliada de Silberer, resulta útil consultar el estudio de Jones La teoría del simbolismo {The Theory of Symbolism, 1916) (5).
FIJACIÓN
= AL: Fixierung. — Fr.: fixation. — Ing.: fixation. — It.: fissazione. — Por.: fixagáo.
La fijación liace que la libido se una fuertemente a personas o a Imagos, reproduzca un determinado modo de satisfacción, permanezca organizada segiín la estructura característica de una de sus fases evolutivas. La fijación puede ser manifiesta y actual o constituir una virtualidad prevalente que abre al sujeto el camino hacia una regresión.
El concepto de fijación forma parte, en general, de una concepción genética que implica una progresión ordenada de la libido (fijación a una fase). Pero, aparte de toda referencia genética, también se habla de fijación dentro de la teoría freudiana del inconsciente, para designar el modo de inscripción de ciertos contenidos representativos (experiencias, imagos, fantasías) que persisten en el inconsciente en forma inalterada, y a los cuales permanece ligada la pulsión.
El concepto de fijación se encuentra constantemente en la doctrina psicoanalítica, para explicar el siguiente dato manifiesto de la experiencia: el' neurótico, o de un modo más general todo sujeto humano, se halla marcado por experiencias infantiles, permanece ligado en forma más o menos disfrazada a modos de satisfacción, tipos de objeto o de relación arcaicos; la cura psicoanalítica atestigua tanto la influencia y la repetición de las experiencias pasadas como la resistencia del sujeto a desprenderse de ellas.
El concepto de fijación no contiene en sí mismo un principio explicativo; en cambio, su valor descriptivo es incontestable. Por ello, Freud lo pudo utilizar en los diversos momentos de la evolución de su pensamiento refiriéndose a lo que, en la historia del sujeto, ha constituido el origen de la neurosis. Así, Freud definió sus primeras concepciones etiológicas haciendo intervenir fundamentalmente la idea de una «fijación al trauma» (1 a, 2); con los Tres ensayos sobre la teoría sexual (Drei Abhandlungen zur Sexualtheorie, 1905), se relaciona la fijación con la teoría de la libido y se define por la persistencia, singularmente manifiesta en las perversiones, de caracteres anacrónicos de la sexualidad: el sujeto continúa practicando ciertos tipos de actividad, o bien permanece ligado a ciertas características del «objeto», de los que se puede encontrar el origen en un momento especial de la vida sexual infantil. Aunque no se niega el papel del trauma, éste inter\'iene aquí sobre la base de una sucesión de experiencias sexuales, viniendo a favorecer la fijación en un determinado punto.
Con el desarrollo de la teoría de las fases* de la libido, particularmente de las fases pregenitales*, el concepto de fijación adquiere nueva extensión: puede referirse no solamente a un fin o a un objeto* libidinal parcial, sino a toda una estructura de la actividad característica de una determinada fase {véase: Relación de objeto). Así, la fijación a la fase anal se hallaría en el origen de la neurosis obsesiva y de un determinado tipo de carácter.
En Más allá del principio del placer (Jenseits des Lustprinzips, 1920) (3), Freud se referirá de nuevo al concepto de fijación al trauma como a uno de los hechos que no se explican completamente por la persistencia de un modo de satisfacción libidinal y que obligan a postular la existencia de una compulsión a la repetición*.
La fijación libidinal desempeña un papel preponderante en la etiología de los diversos trastornos psíquicos, por lo cual se ha visto la necesidad de precisar su función en los mecanismos neuróticos:
La fijación se encuentra en el origen de la represión* y puede considerarse incluso como el primer tiempo de la represión en sentido amplio: «[...] la corriente libidinal (que ha experimentado una fijación) se comporta con respecto a las formaciones psíquicas ulteriores como una corriente perteneciente al sistema del inconsciente, como una corriente reprimida» (4 a). Esta «represión originaria»* condiciona la represión en sentido estricto, que sólo es posible por la acción conjunta, sobre los elementos a reprimir, de una repulsión por parte de una instancia superior y de una atracción por parte de lo que ya había sido anteriormente fijado (5 a).
Por otra parte, la fijación prepara las posiciones sobre las cuales se producirá la regresión* que se encuentra, bajo diversos aspectos, en las neurosis, las perversiones y las psicosis.
Las condiciones de la fijación son, según Freud, de dos tipos: por una parte viene provocada por diferentes factores históricos (influencia de la constelación familiar, trauma, etc.); por otra, es favorecida por factores constitucionales: un determinado componente pulsional parcial puede poseer mayor fuerza que otro; pero además puede existir en ciertos individuos una «viscosidad*» general de la libido (1 b) que los predispone a defender «[...] cada posición libidinal, una vez alcanzada, por miedo a salir perdiendo al abandonarla, y no encontrar en la posición siguiente un substitutivo plenamente satisfactorio» (6).
La fijación se invoca a menudo en psicoanálisis, pero su naturaleza y significación no están bien determinadas. Freud utiliza en ocasiones este concepto, como lo hace con el de regresión, de forma descriptiva. En los textos más explícitos, la fijación se relaciona generalmente con ciertos fenómenos biológicos en los que subsisten, en el organismo adulto, vestigios de la evolución ontofilogenética. Por consiguiente, desde este punto de vista genético, se trataría de una «inhibición del desarrollo», de una irregularidad genética, de un «retardo pasivo» (4 b).
Esta concepción tiene su origen y su campo de elección en el estudio de las perversiones. En efecto, una primera aproximación parece confirmar el hecho de que persisten sin variación ciertos esquemas de comportamiento que el sujeto puede volver a utilizar. Algunas perversiones que se desarrollan en forma continua desde la infancia proporcionarían incluso el ejemplo de una fijación que conduce al síntoma sin que sea necesario aducir la regresión.
Con todo, a medida que se desarrolla la teoría de las perversiones, parece dudoso que pueda reconocerse en éstas el modelo de una fijación equiparable a la simple persistencia de un vestigio genético. El hecho de que se encuentren en el origen de las perversiones conflictos y mecanismos similares a los de la neurosis pone en tela de juicio la aparente simplicidad del concepto de fijación (véase: Perversión).
La originalidad del empleo psicoanalítico del concepto de fijación, en relación con ideas como la de una persistencia de esquemas de comportamiento que se han vuelto anacrónicos, se pone de manifiesto al examinar las modalidades del uso de esta palabra por Freud. Esquemáticamente puede decirse que Freud habla unas veces de fijación de (por ejemplo, fijación de un recuerdo, de un síntoma), otras veces de fijación (de la libido) a (fijación a una fase, a un tipo de objeto, etc.). La primera acepción evoca el empleo que hace de este término la teoría psicológica de la memoria, que distingue varios tiempos: fijación, conservación, evocación, reconocimiento del recuerdo. Pero se observará que Freud entiende esta fijación en forma muy realista: se trata de una verdadera inscripción (Niederschrift) de huellas en series de sistemas mnémicos, huellas que pueden «traducirse» de un sistema al otro; en la carta a Fliess del 6-XII-1896 se encuentra ya elaborada toda una teoría de la fijación: «Cuando falta la transcripción siguiente, la excitación es liquidada según las leyes psicológicas válidas para el período psíquico anterior y según las vías que a la sazón se hallaban disponibles. Persiste así un anacronismo, en una cierta provincia se hallan todavía en vigor los fueros [antiguas leyes que siguen vigentes en ciertas ciudades o regiones de España]; de este modo encontramos "supervivencias"». Por otra parte, este concepto de una fijación de las representaciones* es correlativo con el de una fijación de la excitación a éstas. Tal idea, que se halla en la base de la concepción freudiana, encuentra su mejor expresión en la teoría más completa que Freud dio de la represión: «Tenemos razones para admitir una represión originaria, una primera fase de la represión consistente en que el representante psíquico (representante-representativo) de la pulsión ve negado el acceso a la conciencia. Con ello se produce una fijación; el representante correspondiente persiste, a partir de entonces, en forma inalterable, y la pulsión permanece ligada a él» (5 b).
Ciertamente, el sentido genético de la fijación no ha sido abandonado en esta formulación, pero halla su fundamento en la búsqueda de momentos originarios en los que se incriben de modo indisoluble en el inconsciente, ciertas representaciones electivas y en los que la pulsión misma se fija a sus representantes psíquicos, constituyéndose quizá, en virtud de este mismo proceso, como pulsión.
FIN O META PULSIONAL
= AL: Ziel (Triebziel). — Fr.: but (-pulsionnel). — Ing.: aim (instinctual aim). — //.: meta (istintuale o pulsionale). — Por.: alvo o meta impulsor(a) o pulsional.
Actividad hacia la que empuja la pulsión y que conduce a una resolución de la tensión interna; esta actividad está sostenida y orientada por fantasías.
El concepto «fin o meta pulsional» se halla ligado al análisis freudiano del concepto «pulsión» en sus distintos elementos: presión*, fuente", fin y objeto* (1 a, 2 a).
En sentido amplio, puede decirse que el fin pulsional es unívoco: en todos ¡os casos se trata de la satisfacción, es decir, según la concepción económica de Freud, una descarga no cualitativa de energía, regida por el «principio de constancia»*. No obstante, incluso cuando habla de «meta ñnal» (Endziel) de la pulsión, Freud entiende por tal una meta específica, ligada a una pulsión determinada (Ib). Esta meta final puede alcanzarse por medios, o «fines intermedios», más o menos intersubstituibles; pero desde los Tres ensayos sobre la teoría de la sexualidad [Drei Abhandlungen zur Sexualtheorie, 1905) se afirma el concepto de una especificidad del fin de cada pulsión parcial: «El fin sexual de la pulsión infantil consiste en provocar la satisfacción mediante la excitación apropiada de alguna zona erógena» (1 b). Este concepto parece tener su origen en el Proyecto de psicología científica (Entwurf einer Psychologic, 1895) bajo la forma de «la acción específica», única capaz de suprimir la tensión interna. Se reafirma más explícitamente en la edición de 1915 de los Tres ensayos: «Lo que distingue unas pulsiones de otras y las dota de propiedades específicas es su relación con sus fuentes sexuales y con sus metas» (1 c).
Estos trabajos afirman al mismo tiempo la existencia de una estrecha ligazón entre la meta y la fuente, que la mayoría de las veces está representada por una zona erógena* «[...] [en la sexualidad infantil] el fin sexual se halla bajo el dominio de una zona erógena» (Id). Y también: «[...] la meta a la que tiende cada una de [las pulsiones sexuales] es la consecución del placer de órgano* (Organlust)» (2 c). Así, la meta correspondiente a la pulsión oral será la satisfacción ligada a la
actividad de succión. Y a la inversa, el fin pulsional permite conocer la
fuente de la pulsión*, en el sentido del proceso orgánico que tiene lugar
en el órgano erógeno: «[.-.] aun cuando su origen a partir de la fuente
somática sea el factor absolutamente determinante de la pulsión, ésta
sólo podemos conocerla, en el psiquismo, por sus ñnes [...]. Con fre
cuencia, es posible deducir con certeza las fuentes de la pulsión a partir
de sus fines» (2d).
La fuente sería, pues, la ratio essendi del fin, y éste la ratio cognoscendi de la fuente. ¿Cómo conciliar esta rigurosa determinación recíproca con la existencia de aquellas «desviaciones del fin sexual» a las que Freud dedica un capítulo entero de los Tres ensayos? La intención de Freud en este texto consiste en mostrar que (contraiiamente a la opinión usual) la sexualidad abarca un territorio mucho más extenso que el acto sexual adulto considerado normal, es decir, limitado a una sola fuente (el aparato genital) y a un solo fin: «la unión sexual o, al menos, los actos que conducen a ésta» (1 e). Las «desviaciones» que señala Freud no constituyen modificaciones del fin de una misma pulsión parcial, sino las distintas variedades posibles de fines sexuales. Éstas son, ya fines ligados a las fuentes, a las zonas erogenas, distintas de la zona genitid (por ejemplo el beso, ligado a la zona oral), ya modificaciones del acto sexual que implican un desplazamiento del objeto,(.i^sí, Freud describe el fetichismo entre las «desviaciones del fin», aunque reconoce que, de hecho, se trata en esencia de una «desviación» relativa al objeto.) (1 /).
El punto de vista expuesto en Las pulsiones y sus destinos (Triebe wid Triebschicksale, 1915) es muy distinto. No se trata de efectuar un inventario de las variantes del fin sexual en general, sino de mostrar cómo puede transformarse el fin de una pulsión parcial determinada. Dentro de esta perspectiva, Freud se ve inducido a establecer una distinción entre las pulsiones autoeróticas y las pulsiones dirigidas desde un principio hacia el objeto (sadismo y «pulsión scoptofílica»). En los primeros, «[ ..] el papel de la fuente orgánica es determinante, hasta el punto de que, segtín una hipótesis seductora de P. Federn y L. Jekel, la forma y la función del órgano deciden la actividad o la pasividad del fin pulsional» (2 e). Solamente en los segundos existe esa modificación del fin que consiste en la «transformación en lo contrario» (transformación del sadismo en masoquismo y del voyeurismo en exhibicionismo); pero conviene señalar que este cambio de fin se halla de nuevo estrechamente ligado a un cambio de objeto: la «vuelta hacia la propia persona» (2 /).
En la sublimación", la modificación pulsional consiste esencialmente en un cambio de fin. Pero también aquí este cambio \'iene condicionado por una modificación de los restantes elementos de la pulsión: cambio de objeto, substitución de una pulsión por otra (reemplazamiento por una pulsion de autoconservación, con la cual la pulsión sexual tuncionaba en apoyo*) (1 g, 2 g).
Como puede verse, si nos atenemos a las categorías que hace intervenir explícitamente la concepción freudiana, el concepto de fin se encuentra como dividido entre los dos conceptos de fuente \ de objeto de la pulsión. Si lo definimos por su estrecha ligazón con la fuente orgánica, el fin pulsional queda entonces especificado de forma muy precisa, aunque bastante pobre: es la succión para la boca, la visión para el ojo, el «dominio» para la musculatura, etc. Si se considera, como invita a hacerlo la evolución de la teoría psicoanalítica, cada tipo de actividad sexual en su relación con el tipo de objeto al que se dirige, entonces el concepto de fin pulsional desaparece en beneficio del de «relación de objeto»*.
Sin duda, las dificultades inherentes al problema del fin pulsional podrían explicarse por lo que hay de equí\'oco en su concepto mismo de pulsión; en efecto, Freud sitúa en esta misma categoría la pulsión sexual y la pulsión de autoconservación, mientras que toda su teoría de la sexualidad muestra sus básicas diferencias en cuanto a su funcionamiento y, en especial, en su fin, es decir, en lo que conduce a la satisfacción de uno y de otro.
Si el fin de una pulsión de autoconservación sólo puede comprenderse como una acción específica* que da fin a un estado de tensión provocado por la necesidad, localizable en un determinado aparato somático y que exige, por supuesto, una realización efectiva (por ejemplo, aporte de alimento), el fin de la pulsión sexual es mucho más difícil de determinar. En efecto, éste (en la medida en que primeramente se confunde, en el apoyo*, con la función de autoconsei-vación, y emerge al desprenderse de ésta) halla su satisfacción en una actividad a la vez marcada por la función vital que le ha servido de soporte y desfasada, profundamente pervertida, con relación a ésta. En este desplazamiento se inserta una actividad fantaseadora que puede incluir elementos representativos a menudo muy alejados del prototipo corporal (véase: Autoerotismo; Apoyo; Pulsión; Sexualidad).
FORMACIÓN DE COMPROMISO O TRANSACCIONAL
= Al.: Kompromissbildung. — Fr.: formation de compromis. — Ing.: compromiseformation. — //..• formazíone di compromesso. — Por.: transagáo o formacáo de compromisso.
Forma que adopta lo repriinido para ser admitido en lo consciente, retornando en el síntoma, en el sueño y, de un modo más general, en toda producción del inconsciente: las representaciones reprimidas se hallan deformadas por la defensa hasta resultar irreconocibles. De este modo, en la misma formación, pueden satisfacerse (en un mismo compromiso) a la vez el deseo inconsciente y las exigencias defensivas.
Basándose en el estudio del mecanismo de la neurosis obsesiva, Freud dedujo la idea de que los síntomas llevan en sí mismos la huella del conflicto defensivo* del cual resultan. En las Nuevas observaciones sobre las psiconeurosis de defensa (Weitere Bemerkungen über die Abwehr-Neiiropsycliosen, 1896), Freud indica que el retorno del recuerdo reprimido tiene Jugar de un modo deformado en las representaciones obsesivas; éstas constituyen «[...] formaciones transaccionalesentre las representaciones reprimidas y represoras» (1).
Esta idea de trasacción o compromiso se amplió rápidamente a todo síntoma, al sueño, al conjunto de las producciones del inconsciente. Se encuentra desarrollada en el capítulo XXIII de las Lecciones de introducción al psicoanálisis (Vorlesungen zur Einführung in die Psychoanalyse, 1916-1917). Freud subraya que los síntomas neuróticos «son el resultado de un conflicto [.,.]. Las dos fuerzas separadas se encuentran de nuevo en el síntoma y se reconcilian, por así decirlo, mediante el compromiso que representa la formación de síntomas. Esto explica la resistencia del síntoma: éste es mantenido desde ambos lados» (2 a).
Toda manifestación sintomática, ¿es un compromiso? El valor de esta idea es indiscutible. Pero clínicamente se encuentran casos en los que se manifiestan de forma predominante, unas veces la defensa, otras el deseo, hasta el punto de que, por lo menos en un primer análisis, parece tratarse de defensas no contaminadas absolutamente por aquello contra lo que actúan y, a la inversa, otras veces parece tratarse de un retorno de lo reprimido en el que el deseo se expresaría sin compromiso. Tales casos constituirían los extremos de una gradación en el compromiso que debe entenderse como una serie complementaria*: «[...] los síntomas tienen por fin, ya sea una satisfacción sexual, ya sea una defensa contra ésta y, de un modo general, el carácter positivo de la realización de deseo predomina en la histeria, y el carácter negati\o, ascético, en la neurosis obsesiva» (2 b).
FORMACIÓN REACTIVA
= Al.: Reaktionsbildung. — Fr.: formation réactionnelle. — Ing.: reaction-formation. — It.: formazione reattiva. — Por.: formagáo reativa o de rea?áo.
Actitud o hábito psicológico de sentido opuesto a un deseo reprimido y que se ha constituido como reacción contra éste (por ejemplo, pudor que se opone a tendencias exhibicionistas).
En términos económicos, la formación reactiva es una contracatexis de un elemento consciente, de fuerza igual y dirección opuesta a la catexis inconsciente. Las formaciones reactivas pueden ser muy localizadas y manifestarse por un comportamiento particular, o generalizadas hasta constituir rasgos de carácter más
o menos integrados en el conjunto de la personalidad.
Desde el punto de vista clínico, las formaciones reactivas pueden adquirir valor de síntoma por lo que representan de rígido, de forzado, de compulsivo, por sus fracasos accidentales, y por el hecho de que a veces conducen directamente a un resultado opuesto al que conscientemente se busca (sn>nt}iu>n ins, nimina injuria).
Desde que efectuó las primeras descripciones de la neurosis obsesiva, Freud puso en evidencia un mecanismo psíquico particular que consiste en luchar directamente contra la representación penosa, substituyéndola por un «síntoma primario de defensa» o «contrasíntoma» consistente en rasgos de personalidad (escrupulosidad, pudor, desconfianza de sí mismo) que se hallan en contradicción con la actividad sexual infantil a la que en un principio se había entregado el sujeto durante un primer período llamado «de inmoralidad infantil». Se trata de una «defensa exitosa», en la medida en que los elementos que intervienen en el conflicto, tanto la representación sexual como el «reproche» que ésta suscita, han sido globalmente excluidos de la conciencia en favor de virtudes morales llevadas al extremo (1).
A partir de entonces, el psicoanálisis seguirá confirmando la importancia, dentro del cuadro clínico de la neurosis obsesiva, de las citadas defensas, cuyo calificativo de «reactivas» subraya el hecho de que se hallan directamente en oposición con la realización del deseo, tanto por su significación como desde el punto de vista económico-dinámico.
En la neurosis obsesiva las formaciones reactivas adquieren la forma de rasgos de carácter, de alteraciones* del yo, que constituyen dispositivos de defensa en los que desaparece la singularidad de las representaciones y de las fantasías implicadas en el conflicto: así, un determinado individuo mostrará, en general, compasión por los seres vivos, mientras que su agresividad inconsciente se dirige a algunas personas determinadas. La formación reactiva constituye una contracatexis permanente. «El sujeto que ha elaborado formaciones reactivas no desarrolla ciertos mecanismos de defensa para utilizarlos cuando amenaza un peligro pulsional; ha cambiado la estructura de su personalidad, como si este peligro se hallara siempre presente, para estar preparado en cualquier momento en que el peligro aparezca» (2). Las formaciones reactivas son especialmente manifiestas en el «carácter anal» (véase: Neurosis de carácter).
El mecanismo de la formación reactiva no es específico de la estructura obsesiva. Se encuentra también de un modo especial en la histeria, pero «[...] debe subrayarse que, a diferencia de lo que sucede en la neurosis obsesiva, estas formaciones reactivas no presentan [entonces] el aspecto general de rasgos del carácter, sino que se limitan a relaciones totalmente electivas. Así, por ejemplo, la mujer histérica que trata a sus hijos, que en el fondo odia, con excesiva ternura, no por ello se vuelve, en conjunto, más amante que otras mujeres, ni tampoco más cariñosa hacia los demás niños» (3 a).
La palabra misma, formación reactiva, invita a relacionarla con otros modos de formación de síntoma*: formación substitutiva* y formación de compromiso*. En teoría, la distinción es fácil de establecer: así como en la formación de compromiso se encuentra siempre la satisfacción del deseo reprimido conjugada con la acción de la defensa (por ejemplo, en una obsesión), en la formación reactiva sólo aparece, y de un modo singularmente manifiesto, la oposición a la pulsión (por ejemplo, actitud de extrema limpieza que oculta por completo la tendencia del erotismo anal). Pero aquí se trata más bien de modelos de mecanismo. De hecho, en una determinada formación reactiva, puede apreciarse la acción de la pulsión contra la cual se defiende el sujeto: por una parte, dicha pulsión irrumpe con brusquedad en determinados momentos o en ciertos sectores de la actividad del sujeto, y precisamente estos flagrantes fracasos, que contrastan con la rigidez de la actitud mostrada por el sujeto, permiten atribuir al correspondiente rasgo de personalidad un valor sintomático; por otra parte, en el ejercicio de la virtud que ostenta, el sujeto, impulsando sus actos hasta sus últimas consecuencias, satisface también la pulsión antagonista, que termina infiltrando todo el sistema defensivo. El ama de casa apasionada por la limpieza ¿no centra su existencia en torno al polvo y a la suciedad? El jurista que lleva al extremo y de forma escrupulosa su ansia de equidad puede mostrarse, por esto mismo, sistemáticamente indiferente a los problemas reales que le plantea la defensa de quienes recurren a él, satisfaciendo así, bajo la máscara de la virtud, sus tendencias sádicas...
Yendo más lejos, puede insistirse aún más sobre la relación existente entre la pulsión y la formación reactiva y ver en ésta una expresión casi directa del conflicto entre dos mociones pulsionales opuestas, conflicto ambivalente en su raíz: «[...] una de las dos mociones que se enfrentan, por lo general la moción amorosa, se ve enormemente reforzada, mientras que la otra desaparece» (ib). Según esto, la formación reactiva podría definirse como una utilización por el yo de la oposición inherente a la ambivalencia* pulsional.
¿Puede extenderse este concepto más allá del ámbito claramente patológico? Freud, cuando introduce el término en los Tres ensayos sobre la teoría sexual {Drei Abhandlungen zur Sexualtheorie, 1905), establece el papel que desempeñan las formaciones reactivas en el desarrollo de todo individuo humano, en cuanto se construyen durante el período de latencia: «[...] las excitaciones sexuales despiertan contrafuerzas (mociones reactivas), que, para poder reprimir eficazmente este displacer (resultante de la actividad sexual) establecen los diques psíquicos [...]; repugnancia, pudor, moralidad» (4 a). En este sentido, pues, Freud subrayó el papel que desempeña el proceso de formación reactiva, junto a la sublimación, en la edificación de las características y de las virtudes humanas (4 b). Cuando se introduzca el concepto de superyó*, una parte importante en su génesis se atribuirá al mecanismo de la formación reactiva (5).
FORMACIÓN DE SÍNTOMA
= Al.: Symtombildung. — Fr.: formation de symptome. — Ing.: symptom-formation. — It.: formazione di sintomo, — Por.: forma?ao de síntoma.
Término utilizado para designar el hecho de que el síntoma psiconeurótico es el resultado de un proceso especial, de una elaboración psíquica.
Este término, que se encuentra repetidas veces a lo largo de toda la obra de Freud, subraya el hecho de que la formación de los síntomas psiconeuróticos debe considerarse como una fase específica en la génesis de la neurosis. Al principio, Freud parece haber dudado en considerarla como fase esencialmente diferente a la de defensa, pero, final;nente, asimila la formación de síntoma al retorno de lo reprimido y la considera como un proceso distinto; siendo los factcjres que dan al síntoma su forma específica relativamente independientes de los factores que se hallan en juego en el conflicto defensixo «¿[•..] coincide el mecanismo de la formación de síntoma con el de la represión? Es más probable que sean muy diferentes y que no sea la represión en sí la que produce formaciones substitutivas y síntomas, sino que éstos sean los indicios de un retorno de lo reprimido y deban su existencia a otros procesos completamente distintos» (1) (véase: Retorno de lo reprimido; Elección de la neurosis).
En sentido amplio, la formación de síntoma comprende no sólo el retorno de lo reprimido en forma de «formaciones substitutivas»* o de, «formaciones de compromiso»*, sino también las «formaciones reactivas»* (2).
En relación con estos varios términos, hagamos observar que la palabra alemana Bildung (formación) designa, en el empleo freudiano, tanto el proceso como el resultado de éste.
FORMACIÓN SUSTITUTIVA
= Al.: Ersatzbildung. — Fr.: formation substitutive. — Ing,: substitutive formation. — It.: formazione sostitutiva. — Par.: forma^áo substitutiva.
Designa los síntomas o formaciones equivalentes, como los actos fallidos, los chistes, etc., en tanto que reemplazan los contenidos inconscientes.
Esta sustitución debe entenderse en un doble sentido: económico, por cuanto el síntoma aporta una satisfacción que reemplaza al deseo inconsciente;simbólico, al ser sustituido el contenido inconsciente por otro siguiendo ciertas líneas asociativas.
Cuando Freud, en Inhibición, sintonía y angustia {Hemmung, Symptom unci Angst, 1926) vuelve a examinar en su conjunto el problema de la formación de los síntomas neuróticos asimila éstos a formaciones sustitutivas «[...] que reemplazan el proceso pulsional que ha sufrido la acción [de la defensa]» (1). Esta idea es muy antigua en Freud; se encuentra ya en sus primeros trabajos, expresada también por el término Surrogat (sucedáneo); por ejemplo, en Las psiconeurosis de defensa {Die Abwehr-Neuropsychosen, 1894) (2).
¿En qué consiste la sustitución? Ante todo puede entenderse, dentro de la teoría económica de la libido, como sustitución de una satisfacción, ligada a una reducción de las tensiones, por otra. Pero no puede comprenderse esta sustitución dentro de un registro puramente cuantitativo; en efecto, el psicoanálisis muestra la existencia de conexiones asociativas entre el síntoma y lo que éste sustituye: Ersatz adquiere entonces el sentido de sustitución simbólica, producto del desplazamiento y de la condensación que determinan la singularidad del síntoma.
El término «formación sustitutiva» debe relacionarse con los de formación transaccional* y formación reactiva*. Todo síntoma, en cuanto es producto del conflicto defensivo, constituye una formación transaccional. En la medida en que es principalmente el deseo el que busca su satisfacción en el síntoma, éste aparece sobre todo como formación sustitutiva; por el contrario, en las formaciones reactivas lo que prevalece es el proceso defensivo.
FRUSTRACIÓN
= Al.: Versagung. — Fr.: frustration. — Ing.: frustration. — //.; frustrazione. — Por.: frustra^ao.
Condición del sujeto que ve rehusada o se rehusa la satisfacción de una demanda pulsional.
El uso, reforzado por el auge del concepto de frustración en la literatura de lengua inglesa, ha hecho que el término alemán Versagung se traduzca la mayoría de las veces por frustración. Pero esta traducción requiere algunas observaciones:
1) La psicología contemporánea, de modo especial en las investigaciones acerca del aprendizaje, tiende a asociar frustración y gratificación y a definirlas como la condición de un organismo sometido respectivamente a la ausencia o a la presencia de un estímulo agradable. Esta concepción puede relacionarse con algunos puntos de vista de Freud, especialmente aquellos en los que parece asimilar la frustración a la ausencia de un objeto externo susceptible de satisfacer la pulsión. En este sentido, en su trabajo Formulaciones sobre los dos principios del funcionamiento psíquico {Formuherungen über die zwei Prinzipen des psychischen Geschehens, 1911), contrapone las pulsiones de autoconservación, que reclaman un objeto exterior, a las pulsiones sexuales, que pueden satisfacerse durante mucho tiempo en forma autoerótica y en forma de fantasías: solamente los primeros podrían ser frustrados (1).
2) Pero la mayoría de las veces el término freudíano Versagung posee otras implicaciones: designa, no solamente un dato fáctico, sino una relación que implica el acto de rehusar (como indica la raíz sagen, que significa decir) por parte del agente y una exigencia más o menos formulada como demanda por parte del sujeto.
3) El término «frustración» parece indicar que el sujeto es frustrado pasivamente, mientras que Versagung no designa en absoluto quién rehusa. En algunos casos parece predominar el sentido reflexivo de privarse de (renunciar).
Estas reservas (a) nos parecen justificadas por los diversos textos que Freud dedicó al concepto Versagung. En Sobre los tipos de adquisición de las neurosis {über neurotische Erkrankungstypen, 1912), Freud habla de Versagung para designar todo obstáculo (externo o interno) a la satisfacción libidinal. Diferenciando entre el caso en el que la neurosis es desencadenada por una carencia en la realidad (por ejemplo, pérdida de un objeto amoroso) y aquel en que el sujeto, a consecuencia de conflictos internos o de una fijación, se rehusa a las satisfacciones que la realidad le ofrece, Freud considera que Versagung es un concepto capaz de englobarlos. Relacionando los distintos modos de formación de la neurosis, se deduciría, por consiguiente, la idea de que lo que se ha modificado es unarelación, un cierto equilibrio que dependía a la vez de las circunstancias exteriores y de las peculiaridades de la persona.
En las Lecciones de introducción al psicoanálisis (Vorlesungen zur Einfürhung in die Psychoanalyse, 1916-1917) Freud subraya que una privación externa no es por sí misma patógena, salvo cuando afecta a «la única satisfacción que el sujeto exige» (2).
Los casos paradójicos de «individuos que enferman en el momento de alcanzar el éxito» (3) patentizan el papel preponderante de la «frustración interna»; aquí se ha dado un paso más: lo que el sujeto se rehusa es la satisfacción efectiva de su deseo.
De estos textos se desprende que lo que interviene en la frustración, según Freud, no es tanto la carencia de un objeto real como la respuesta a una exigencia que implica una determinada forma de satisfacción
o que no puede recibir satisfacción de ninguna clase.
Desde un punto de vista técnico, la idea de que la neurosis viene condicionada por la Versagung constituye la base de la regla de abstinencia*; conviene rehusar al paciente las satisfacciones substitutivas que podrían apaciguar su exigencia libidinal: el analista debe mantener la frustración (4).
(«) Dada la generalidad de su empleo y la dificultad de encontrar un equiva
lente válido para todos los casos, independientemente del contexto, conservamos
el vocablo frustración como traducción de Versagung.
FUENTE DE LA PULSIÓN
= Al.: Triebquelle. — Fr.: source de la pulsion. — Ing.: source of the instinct. — It.: fonte dell'istinto o delta pulsione. — Por.: fonte do impulso o da pulsáo.
Origen interno especiñco de cada pulsión determinada, ya sea el lugar donde aparece la excitación (zona erógena, órgano, aparato), ya sea el proceso somático que se produciría en aquella parte del cuerpo y se percibiría como excitación.
El sentido de la palabra fuente se va diferenciando, dentro de la obra de Freud, a partir de su empleo metafórico corriente. En los Tres ensayos sobre la teoría sexual (Drei Abhandlungen zur Sexualtheorie, 1905), Freud enumera, bajo el epígrafe «fuentes de la sexualidad infantil», fenómenos muy distintos, pero que finalmente se clasifican en dos grupos: excitación de zonas erógenas por diversos estímulos, y «fuentes indirectas», tales como: «la excitación mecánica», «la actividad muscular», «los procesos afectivos», «el trabajo intelectual» (1). Este último tipo de fuentes no da origen a una pulsión parcial determinada, sino que contribuye a aumentar «la excitación sexual» en general.
Dado que Freud efectúa en este artículo una enumeración exhaustiva de los factores internos y externos que desencadenan la excitación sexual, parece perder validez la idea de que la pulsión corresponde a una tensión de origen interno. Esta última idea se hallaba presente desde el Proyecto de psicología científica (Entwurf einer Psychologic, 1895) (2): el añujo de excitaciones endógenas (endogene Reize) somete al organismo a una tensión de la cual no puede escapar, como escapa, por medio de la huida de las excitaciones externas.
En Las pulsiones y sus destinos {Triebe und Triebschicksale, 1915),
Freud procede a un análisis más metódico de los diversos aspectos de la pulsión parcial: fuente y empuje, ñn y objeto. Esta distinción es válida para todas las pulsiones, pero se aplica especialmente a las pulsiones sexuales.
Aquí, la fuente adquiere un sentido preciso que enlaza con los puntos de vista del primer escrito metapsicológico de 1895: es la fuente interior del organismo, la «fuente orgánica» (Organquelle), «fuente somática» (somatische Quelle) (3 a). Entonces el término «fuente» designa, en ocasiones, el órgano mismo que es asiento de la excitación. Pero, de un modo más preciso, Freud reserva este término para designar el proceso orgánico, físico-químico, que se encuentra en e! origen de esta excitación. La fuente es, por consiguiente, el momento somático, no psíquico, «[..,] cuya excitación [Reiz] está representada en la vida psíquica por la pulsión» (3 b). Este proceso somático es inaccesible a la psicología y casi siempre desconocido, pero sería específico de cada pulsión parcial* y determinaría su fin* particular.
Freud se propone asignar a cada pulsión una fuente determinada: además de las zonas erógenas*, que constituyen las fuentes de pulsiones bien definidas, la musculatura sería la fuente de la pulsión de apoderamiento*, el ojo, la fuente de la «pulsión de ver» (Schautrieb) (3 c).
Dentro de esta evolución, el concepto de fuente se fue precisando cada vez más hasta volverse unívoco: la especificidad de las pulsiones sexuales se atribuye, en último análisis, a la especificidad de un proceso orgánico. En una sistematización coherente, sería preciso asimismo atribuir cada pulsión de autoconservación a una fuente distinta. Cabe preguntarse si esta fijación de la terminología no ha zanjado al mismo tiempo en forma unilateral el problema teórico del origen de las pulsiones sexuales. Así, en los Tres ensayos, la enumeración de las «fuentes de la sexualidad infantil» conducía al concepto de que la pulsión sexual surge como efecto paralelo, como producto marginal (Nebenwirkung, Nebenprodukt) (\ b) de diversas actividades no sexuales: tal es el caso de las fuentes llamadas «indirectas», pero lo mismo sucede en el funcionamiento de las zonas erógenas (a excepción de la zona genital), en las que la pulsión sexual se apoya {véase:Apoyo) en un funcionamiento ligado a la autoconser\'ación. El carácter común a todas estas «fuentes» lo constituye, por tanto, el hecho de que no engendran la pulsión sexual como su producto natural y específico, en forma similar a como un órgano segrega su producto, sino como un efecto sobreañadido de una función vital. Es el conjunto de esta función vital (que a su vez puede comprender una fuente, un empuje, un fin y un objeto) lo que constituiría el origen, la «fuente», en sentido amplio, de la pulsión sexual.
La libido se califica de oral, anal, etc., por el modo de relación que le proporciona una determinada actividad vital (así, por ejemplo, amar, en la fase oral, se constituye en la forma comer-ser comido).
G
GENITAL (AMOR)
= Al: genitale Liebe. — Fr.: amour genital. — Ing.: genital love. — /(.; amore genitale. —Por.: amor genital.
Término frecuentemente utilizado en el lenguaje psicoanalitico contemporáneo para designar la forma de amor a la que llegaría el sujeto al completar su desarrollo psicosexual, lo que supone no solamente la entrada en la fase genital, sino también la superación del complejo de Edipo.
La expresión «amor genital» no se encuentra en los trabajos de Freud. En cambio, sí se halla la idea de una forma completa de la sexualidad e incluso de una «actitud completamente normal en el amor» (1 a), en la cual confluyen la corriente de la sensualidad y la de la «ternura» (Zartlichkeit). Su separación viene ilustrada, según Freud, por el ejemplo, trivial en clínica psicoanalítica, del hombre incapaz de desear a la mujer que ama (a la cual idealiza) ni amar a la que desea (prostituta).
La evolución de la corriente sensual, descrita en los Tres ensayos sobre la teoría sexual (Drei Abhandlungen zur Sexualtheorie, 1905) conduce a la organización genital*: con la pubertad «[..] aparece un nuevo fin sexual, a cuya realización contribuyen todas las pulsiones parciales, mientras que las zonas erógenas se subordinan a la primacía de la zona genital [...]. La pulsión sexual se pone ahora al servicio de la función de reproducción» (2).
En cuanto a la ternura, Freud hace remontar su origen a la relación primitiva del niño con la madre, a la elección de objeto primaria, en la cual la satisfacción sexual y la satisfacción de las necesidades vitales funcionaban indisolublemente en apoyo* (véase: Ternura).
M. Balint, en un artículo dedicado al amor genital (3 a), hace observar que se habla del mismo sobre todo en términos negativos, de igual modo que para la fasepost-ambivalente* de Abraham, que se define fundamentalmente por la ausencia de rasgos de las fases anteriores.
Si se intenta definir positivamente el amor genital, resulta difícil escapar a los criterios normativos e incluso a un lenguaje claramente moralizante: comprensión y respeto del otro, ofrecimiento ideal del matrimonio, etc.
El concepto de amor genital, desde el punto de vista de la teoría psicoanalítica, plantea cierto número de preguntas y observaciones:
1) La satisfacción genital (la del sujeto, del compañero o recíproca) no implica en modo alguno la existencia de amor. Y a la inversa, ¿no supone el amor un lazo que sobrevive a la satisfacción genital? (3 b).
2) Una concepción psicoanalítica del amor, aunque excluya toda referencia normativa, no debe ignorar lo que el psicoanálisis ha descubierto sobre la génesis del amor:
en cuanto a la relación de objeto: incorporación, control, unión* con el odio (4);
en cuanto a los modos de satisfacción pregenitales, con los que se halla indisolublemente mezclada la satisfacción genital;
en cuanto al objeto: el «pleno amor de objeto» del que habla Freud ¿no va siempre marcado por el narcisismo originario, tanto si se trata del tipo de elección objetal anaclítica* como del tipo de elección objetal propiamente narcisista?* No olvidemos que es «la vida amorosa del género humano» la que proporcionó a Freud un motivo para introducir el concepto de narcisismo (5).
3) La utilización actual del término «amor genital» se acompaña a menudo de la idea de una satisfacción completa de las pulsiones, e incluso de la resolución de todo conflicto (se ha llegado a escribir: «La relación genital, para decirlo de una vez, carece de historia») (6), A esta concepción se opone indiscutiblemente la teoría freudiana de la sexualidad; véanse, por ejemplo, las siguientes líneas: «Hemos de contar con la posibilidad de que exista, en la naturaleza misma de la pulsión sexual, algo desfavorable a la realización de la satisfacción completa» (1 b).
4) De un modo general, con el término «amor genital», ¿no se confunden varios planos cuya concordancia no está garantizada: el del desarrollo libidinal, que debe conducir a la síntesis de las pulsiones parciales bajo la primacía de los órganos genitales; el de la relación de objeto, que supone la superación del Edipo; y, finalmente, el del encuentro singular? Por lo demás, sorprende que los autores que invocan el amor genital no escapan a la siguiente contradicción: el objeto de amor se concibe a la vez como intercambiable (puesto que lo «genital» encuentra necesariamente un objeto amoroso) y único (dado que lo «genital» toma en consideración la singularidad del otro).
H
HISTERIA O HISTERISMO
= Al: Hysterie. — Fr.: hystérie. — Ing.: hysteria. — It.: isteria o isterismo. — Por.: histeria.
Clase de neurosis que ofrece cuadros clínicos muy variados. Las dos formas sintomatológicas mejor aisladas son la histeria de conversión, en la cual el conflicto psíquico se simboliza en los más diversos síntomas corporales, paroxísticos (ejemplo: crisis emocional con teatralidad) o duraderos (ejemplo: anestesias, parálisis histéricas, sensación de «bolo» faríngeo, etc.), y la histeria de angustia, en la cual la angustia se halla fijada de forma más o menos estable a un determinado objeto exterior (fobias).
En la medida en que Freud descubrió en la histeria de conversión rasgos etiopatogénicos fundamentales, el psicoanálisis logró relacionar con una misma estructura histérica diversos cuadros clínicos que se traducen en la organización de la personalidad y el modo de existencia, incluso en ausencia de síntomas fóbicos y de conversiones manifiestas.
La especificidad de la histeria se busca en el predominio de cierto tipo de identificación, de ciertos mecanismos (especialmente la represión, a menudo manifiesta) y en el afloramiento del conflicto edípico que se desarrolla principalmente en los registros libidinales fálico y oral.
La noción de enfermedad histérica es muy antigua, puesto que se remonta a Hipócrates. Su delimitación ha seguido los avalares de la historia de la medicina. Acerca de este punto sólo podemos remitir al lector a la abundante literatura existente sobre el tema (1, 2 a).
A finales del siglo xix, especialmente por influencia de Charcot, pasó a primer plano el problema planteado por la histeria al pensamiento médico y al método anatomoclínico imperante. De un modo muy esquemático, puede decirse que se buscó la solución en dos direcciones: por una parte, ante la ausencia de toda lesión orgánica, atribuir los síntomas histéricos a la sugestión, a la autosugestión, o incluso a la simulación (línea de pensamiento que será recogida y sistematizada por Babinski); por otra, conceder a la histeria la denominación de enfermedad como las otras, tan definida y precisa en sus síntomas como, por ejemplo, una afección neurológica (trabajos de Charcot). El camino seguido por Breuer y Freud (y, desde otro punto de vista, por Janet) les condujo a superar esta oposición. Al igual que Charcot, cuya influencia sobre Freud es bien conocida, éste considera la histeria como una enfermedad psíquica bien definida, que exige una etiología específica. Por otra parte, intentando establecer el «mecanismo psíquico», se adhiere a toda una corriente que considera la histeria como una «enfermedad por representación» (2 b). Ya es sabido que el hallazgo de la etiología psíquica de la histeria corre parejas con los principales descubrimientos del psicoanálisis (inconsciente, fantasía, conflicto defensivo y represión, identificación, transferencia, etc.).
Después de Freud, los psicoanalistas no han dejado de considerar la neurosis histérica y la neurosis obsesiva como las dos vertientes principales del campo de las neurosis (a), lo cual no implica que, como estructuras, puedan combinarse en un determinado cuadro clínico.
Freud relacionó con la estructura histérica y denominó histeria de angustia a un tipo de neurosis cuyos síntomas más destacados son las fobias (véase:Histeria de angustia).
(«) ¿Debe admitirse la existencia, como entidad específica, de una psicosis histérica, que da lugar a alucinaciones, a menudo visuales, vividas dramáticamente por el paciente? Freud, por lo menos al principio, la consideró como un cuadro independiente (3), y algunos casos de los Estudios sobre la histeria (Studien über Hysteric, 1895) plantean, para el lector, este problema nosográfico.
HISTERIA DE ANGUSTIA
= Al.: Angsthysterie. — Fr.: hystérie d'angoisse. — Ing.: anxiety hysteria. — It.: isteria d'angoscia. —Por.: histeria de angustia.
Término introducido por Freud para aislar una neurosis cuyo síntoma central es la fobia y con el fin de subrayar su similitud estructural con la histeria de conversión.
El término «histeria de angustia» fue introducido en la literatura psicoanalítica por W. Stekel en Los estados de angustia neurótica y su tratamiento (Nervose Angstzustdnde und ihre Behandlung, 1908) basándose en una indicación de Freud (1).
Esta innovación terminológica se justifica del siguiente modo:
a) Se encuentran síntomas fóbicos en diversas afecciones neuróticas y psicóticas. Se observan en la neurosis obsesiva y en la esquizofrenia; incluso en la neurosis de angustia*, según Freud, pueden encontrarse algunos síntomas de tipo fóbico.
Por ello, en El pequeño Hans, Freud indica que no es posible considerar la fobia como un «proceso patológico independiente» (2 a).
b) Existe, no obstante, una neurosis en la que la fobia constituye el síntoma central. Al principio, Freud no la aisló: en sus primeras concepciones las fobias se relacionaban, bien con la neurosis obsesiva, bien con la neurosis de angustia como neurosis actual (3). El análisis del pequeño Hans le proporcionó la ocasión para especificar la neurosis fó
bica y señalar su similitud estructural con la histeria de conversión. En efecto, tanto en uno como en el otro caso, la acción de la represión tiende esencialmente a separar el afecto de la representación. Con todo, Freud subraya una diferencia esencial: en la histeria de angustia «[...] la libido que la represión ha separado del material patógeno no es convertida [...], sino liberada en forma de angustia» (2 b). La formación de los síntomas fóbicos tiene su origen «[...] en un trabajo psíquico que se ejerce desde un principio con el fin de ligar de nuevo psíquicamente la angustia que ha quedado libre» (2 c). «La histeria de angustia se desarrolla cada vez más en el sentido de la "fobia"» (2 d).
Este texto atestigua que, en rigor, no es posible considerar como sinónimos los términos «histeria de angustia» y «neurosis fóbica». El término «histeria de angustia», menos descriptivo, orienta la atención hacia el mecanismo constitutivo de la neurosis en cuestión y pone el acento en el hecho de que el desplazamiento sobre un objeto fóbico es secundario a la aparición de una angustia libre, no ligada a un objeto.
HISTERIA DE CONVERSIÓN
= Al.: Konversionshysterie, — Fr.: hystérie de conversion. — Ing.: conversion hysteria. — It.: isteria di conversione. — Por.: histeria de conversáo.
Forma de histeria que se caracteriza por el predominio de los síntomas de conversión.
En sus primeros trabajos, Freud no utilizaba la expresión «histeria de conversión», por cuanto el mecanismo de la conversión caracterizaba entonces la histeria en general. Cuando, con motivo del análisis del Pequeño Hans, Freud relaciona con la histeria un síndrome fóbico, que denomina histeria de angustia*, aparece el término «histeria de conversión» para designar una de las formas de la histeria: «Existe una histeria pura de conversión sin angustia alguna, al igual que existe una histeria de angustia simple, que se manifiesta por sensaciones de angustia y fobias sin que se asocie la conversión» (1).
HISTERIA DE DEFENSA
= Al: Abwehrhysterie. — Fr.: hystérie de defense. — Ing.: defence hysteria. — II.: isteria da difesa. — Por.: histeria de defesa.
Forma de histeria que Freud, en los años 1894-1895, diferenció de las otras dos formas de histeria: la histeria hipnoide y la histeria de retención. Se caracteriza por la actividad de defensa que el sujeto ejerce frente a las representaciones susceptibles de provocar afectos displacenteros. Desde que Freud reconoció la intervención de la defensa en toda histeria, dejó de utilizar el término «histeria de defensa», con la distinción implícita en él.
En Las psiconeurosis de defensa (Die Abwehr-Neuropsychosen, 1894), Freud introdujo, desde un punto de vista patogenético, la distinción entre tres formas de histeria (hipnoide, de retención y de defensa) y consideró especialmente como su aportación personal la histeria de defensa, la cual convierte en el prototipo de las psiconeurosis de defensa* (1).
Se observará que, a partir de la Comunicación preliminar (Vorlaufige Mitteilung, 1893) de Breuer y Freud, la imposibilidad de abreacción* (característica de la histeria) se relaciona con dos series de condiciones: por una parte, un estado específico en el que se halla el sujeto en el momento del trauma (estado hipnoide)*, y, por otra, a condiciones ligadas a la propia naturaleza del trauma*: condiciones externas o acción intencional(absichtlich) del sujeto que se defiende frente a contenidos «penosos» (2 a). En esta primera fase de la teoría, la defensa, la retención y el estado hipnoide aparecen como factores etiológicos que contribuyen a la producción de la histeria. En la medida en que uno de ellos se considera como el más importante, se cree, por influencia de Breuer, que el estado hipnoide constituye «[...] el fenómeno fundamental de esta neurosis» (2 b).
En Las psiconeurosis de defensa Freud especifica este conjunto de condiciones hasta el punto de distinguir tres tipos de histerias; pero, de hecho, sólo se interesa por la histeria de defensa.
En una tercera fase (Estudios sobre la histeria [Studien über Hysteric, 1895]), Freud sigue conservando esta distinción, pero, al parecer, ésta le sirve sobre todo para promover, a expensas de la preponderancia del estado hipnoide, la noción de defensa. Así, Freud hace observar: «Curiosamente, en mi propia experiencia no he encontrado la verdadera histeria hipnoide; todos los casos que yo he tratado han aparecido como histeria de defensa» (2 c).Asimismo, duda de la existencia de una histeria de retención independiente y establece la hipótesis de que «[...] en la base de la histeria de retención interviene un elemento de defensa que ha transformado todo el proceso en fenómeno histérico» (2 d).
Observemos, finalmente, que el término «histeria de defensa» desaparece después de los Estudios sobre la histeria. Todo ocurrió, pues, como si sólo hubiera sido introducido para hacer prevalecer la noción de defensa sobre la de estado hipnoide. Una vez logrado este resultado (considerar la defensa como el proceso fundamental de la histeria y extender el modelo del conflicto defensivo a las otras neurosis) el término «histeria de defensa» pierde evidentemente su razón de ser.
HISTERIA HIPNOIDE
= Al.: Hypnoidhysterie. — Fr.: hystérie hypnoide, — Ing.: hypnoid hysteria. — It.: isteria ipnoida. — Por.: histeria hipnoide.
Término utilizado por Breuer y Freud en los años 1894-1895: forma de histeria que tendría su origen en los estados hipnoides; el sujeto no puede integrar en su persona y en su historia las representaciones que aparecen durante estos estados. Aquéllas forman entonces un grupo psíquico separado, inconsciente, capaz de provocar efectos patógenos.
Remitimos al lector al artículo «Estado hipnoide» donde exponemos el fundamento teórico de este término. Observemos que el término «his
teria hipnoide» no se encuentra en los textos escritos exclusivamente por Breuer; por ello parece lógico pensar que se trata de una denominación creada por Freud. En efecto, para Breuer toda histeria es «hipnoide» puesto que tiene su origen fundamental en el estado hipnoide; para Freud, en cambio, la histeria hipnoide es sólo una forma de histeria, junto a la histeria de retención* y, sobre todo, a la histeria de defensa*: distinción que le permitirá primeramente delimitar, y más tarde rechazar el papel del estado hipnoide en relación con el de la defensa.
HISTERIA DE RETENCIÓN
= AL: Retentionshysterie. — Fr.: histérie de retention. — Ing.: retention hysteria. — //„• isteria da ritenzione. — Por.: histeria de reten?áo.
Forma de histeria que Breuer y Freud diferenciaron, en los años 1894-1895, de
las otras formas: la histeria hipnoide y la histeria de defensa.
Su patogenia se caracteriza por el hecho de que los afectos no han podido ser descargados por abreacción, sobre todo en razón de circunstancias exteriores desfavorables.
En Las psiconeurosis de defensa {Die Abwehr-Neuropsychosen, 1894) Freud aisla la histeria de retención como una forma de histeria.
En la Cotnunicación preliminar (Vorlaufige Mitteilung, 1893) ya se hallaba presente, si no el término, por lo menos el concepto de retención para designar una serie de condiciones etiológicas en las que, a diferencia de lo que ocurre en el estado hipnoide, es la naturaleza del trauma lo que imposibilita la abreacción: el trauma choca, ya con condiciones sociales que impiden su abreacción, ya con una defensa del propio sujeto (1 a).
Más descriptiva que explicativa, la noción de retención había de desaparecer pronto; en efecto, cuando quiere explicar el fenómeno de la retención, Freud encuentra la defensa. Esto es lo que ilustra, en la experiencia terapéutica, una observación de Freud (el Caso Rosalia [1 b]), a la cual alude sin duda al escribir: «En un caso que yo consideraba como de histeria de retención típica, contaba con obtener un éxito fácil y seguro, pero éste no se produjo, por más que el trabajo resultara realmente fácil. Por ello supongo, con todas las reservas inherentes a la ignorancia, que en la base de la histeria de retención actiia también un elemento de defensa que ha transformado todo el proceso en fenómeno histérico» (1 c).
HISTERIA TRAUMATICA
= Al.: traumatische Hysterie. — Fr.: hysteria traumatique. — !ng.: traumatic hysteria. —It.: isteria traumatica. — Por.: histeria traumática.
Tipo de histeria descrito por Charcot: en ella los síntomas somáticos, en especial la parálisis, aparecen, a menudo, tras un período de latencia, consecutivamente a un traumatismo físico, pero sin que éste pueda explicar mecánicamente tales síntomas.
Charcot, en sus trabajos sobre la histeria, entre 1880 y 1890, estudia
ciertas parálisis histéricas consecutivas a traumatismos físicos lo bas
tante importantes para que el sujeto sienta en peligro su vida, pero sin
que lleguen a producir una pérdida de conciencia. Tales traumatismos
no explican neurológicamente la parálisis. Charcot observa también que
ésta se instaura después de un período, más o menos largo, de «incu
bación», de «elaboración»* psíquica.
Charcot tuvo la idea de reproducir experimentalmente, bajo hipnosis,
parálisis del mismo tipo utilizando un traumatismo mínimo o la sim
ple sugestión. De este modo aportó la prueba de que los síntomas en
cuestión habían sido provocados, no por el shock físico, sino por las
representaciones ligadas al mismo y que sobrevenían durante un estado
psíquico particular.
Freud señaló la continuidad existente entre esta explicación y las primeras explicaciones que Breuer y él mismo dieron de la histeria: «Existe una completa analogía entre la parálisis traumática y la histeria común, no traumática». «La única diferencia estriba en que, en el primer caso, ha actuado un traumatismo importante, mientras que en el segundo raramente puede señalarse un único acontecimiento de importancia, sino más bien una seriede impresiones afectivas [...]. Incluso en el caso del gran traumatismo mecánico de la histeria traumática, lo que produce el resultado no es el factor mecánico, sino el afecto de susto, el traumatismo psíquico» (1).
Como es sabido, el esquema de la histeria hipnoide* recoge los dos elementos ya señalados por Charcot: el traumatismo* psíquico y el estado psíquico especial (estado hipnoide*, afecto de susto*) durante el cual aquél acontece.
HOSPITALISMO
= Al.: Hospitalismus. — Fr.: hospitalisme. — lug.: hospitalism. — /;.; ospedalismo. — Por.: hospitalismo.
Término utilizado desde los trabajos de Rene Spitz para designar el conjunto de las perturbaciones somáticas y psíquicas provocadas en los niños (durante los 18 primeros meses de la vida) por la permanencia prolongada en una institución hlspttalaria, donde se encuentran completamente privados de su madre.
Remitimos al lector a los trabajos especializados sobre la materia (1), y de un modo particular a los de Spitz, que son los más representativos (2). Éstos se basan en numerosas y detenidas observaciones, así como en la comparación de diversos grupos de niños (niños criados en orfelinato, en guardería con presencia parcial de la madre, por su madre, etcétera).
Es precisamente en los niños criados en ausencia completa de su madre, en una institución donde ios cuidados les son administrados en forma anónima, sin que pueda establecerse un lazo afectivo, cuando se constatan los graves trastornos que Spitz agrupó bajo el nombre de hospitalismo:retardo del desarrollo corporal, de la habilidad manual, de la adaptación al medio ambiente, del lenguaje; disminución de la resistencia a las enfermedades; en los casQS más graves, marasmo y muerte.
Los efectos del hospitalismo tienen consecuencias duraderas o incluso irreversibles. Spitz, después de haber descrito el hospitahsmo, intentó situarlo en el conjunto de las perturbaciones provocadas por un trastorno de las relaciones madre-hijo; lo define por una carencia afectiva total diferenciándolo así de la depresión anaclítica*; ésta es consecutiva a una privación afectiva parcial en un niño que hasta entonces había disfrutado de una relación normal con su madre, y puede desapa-
HUELLA MNÉMICA
= Al.: Erinnerungsspur o Erinnerungsrest. — Fr.: trace mnésique. — Ing.: mnemictrace o memory trace. — It.: traccia mnemónica. — Por.: tra^o ovestigio mnémico.
Término utilizado por Freud, a lo largo de toda su obra, para designar la forma en que se inscriben los acontecimientos en la memoria. Las huellas mnémicas se depositan, según Freud, en diferentes sistemas; persisten de un modo permanente, pero sólo son reactivadas una vez catectizadas.
El concepto psicoñsiológico de huella mnémica, de constante empleo en los textos metapsicológicos, implica una concepción de la memoria que Freud nunca expuso de un modo global. Es por ello que se presta a interpretaciones erróneas: un término como el de huella mnémica no sería otra cosa que el heredero de un pensamiento neurofisiológico periclitado. Sin pretender exponer aquí una teoría freudiana de la memoria, recordaremos las exigencias de principio que se hallan subyacentes al hecho de que Freud tomase este término de huella mnémica: Freud se propone situar la memoria dentro de una tópica* y explicar su funcionamiento en términos económicos.
1) La necesidad de definir todo sistema psíquico por una función y hacer de la Percepción-Conciencia la función de un sistema particular {véase: Conciencia) conduce al postulado de una incompatibilidad entre la conciencia y la memoria: «No nos resulta fácil creer que persistan huellas duraderas de la excitación también en el sistema Percepción-Conciencia. Si permanecieran siempre conscientes, limitarían pronto la capacidad del sistema de recibir nuevas excitaciones; pero si, por el contrario, se volvieran inconscientes, nos hallaríamos en la obligación de explicar la existencia de procesos inconscientes en un sistema cuyo funcionamiento se acompaña, por otra parte, del fenómeno de la conciencia. Por así decirlo, nada habríamos cambiado ni ganado con nuestra hipótesis que localiza el hecho de volverse consciente en un sistema particular» (1). Es ésta una idea que se remonta a los orígenes del psicoanálisis. Breuer la expresa por vez primera en losEstudios sobre la histeria (Studien über Hysteria, 1895): «Resulta imposible que un solo y único órgano cumpla estas dos condiciones contradictorias. El espejo de un telescopio de reflexión no puede al mismo tiempo ser una placa fotográfica» (2). Freud intentó ilustrar esta concepción tópica mediante comparación con el funcionamiento de un «bloc de notas mágico» (3).
2) Freud introduce distinciones tópicas en el seno de la misma memoria. Un acontecimiento determinado es inscrito en diferentes «sistemas mnémicos». Freud propuso varios modelos, más o menos figurados, de esta estratificación de la memoria en sistemas. En los Estudios sobre la histeria, compara la organización de la memoria con complicados archivos en los que se ordenan los recuerdos según distintos modos de clasificación: orden cronológico, ligazón en cadenas asociativas, grado de accesibilidad a la conciencia (4). En la carta a W. Fliess del 6-XII-1896 y en el capítulo VII de La inetrpretación de los sueños (Die Traumdeutung, 1900), se vuelve a exponer, en una forma más doctrinal, esta concepción de una sucesión ordenada de inscripciones en sistemas mnémicos: la distinción entre preconsciente e inconsciente se asimila a una distinción entre dos sistemas mnémicos. Todos los sistemas mnémicos son inconscientes en sentido «descriptivo», pero las huellas del sistema les son incapaces de llegar como tales a la conciencia, mientras que los recuerdos preconscientes (la memoria, en el sentido usual del término) pueden actualizarse en una determinada conducta.
3) La concepción freudiana de la amnesia infantil* puede aclarar la teoría metapsicológica de las huellas mnémicas. Ya es sabido que, para Freud, si no recordamos los acontecimientos de los primeros años de la vida, ello no es debido a una falta de fijación, sino a la represión. En general, todos los recuerdos quedarían inscritos, pero su evocación dependería de la forma en que actúan sobre ellos las catexis, contracatexis y retiro de las catexis. Esta concepción se basa en la distinción, evidenciada por la clínica, entre la representación y el quantum de afecto*: «En las funciones psíquicas, está justificado diferenciar algo (quantum de afecto, suma de excitación) [...] que puede aumentar, disminuir, desplazarse, descargarse y que se extiende sobre las huellas mnémicas de las representaciones en forma comparable a como lo hace una carga eléctrica en la superficie de los cuerpos» (5).
Como puede verse, la concepción freudiana de la huella mnémica difiere claramente de una concepción empirista del engrama definido como impresión que se asemeja a la realidad. En efecto:
1.° La huella mnémica se inscribe siempre en sistemas, en relación con otras huellas. Freud intentó incluso distinguir los diferentes sistemas en los que un mismo objeto inscribe sus huellas, según los tipos de asociaciones (por simultaneidad, causalidad, etc.) (6, la). Por lo que respecta a la evocación, un recuerdo puede ser reactualizado dentro de un determinado contexto asociativo, mientras que, tomado en otro con
texto, resultará inaccesible a la conciencia (véase: Complejo).
2." Freud tiende incluso a negar a las huellas mnémicas toda cualidad sensorial: «Cuando los recuerdos vuelven a ser conscientes, no comportan cualidad sensorial, o muy poca en comparación con las percepciones» (7 b).
En el Proyecto de psicología científica (Entwurf einer Psychologic, 1895), cuya orientación neurofisiológica justificaría, en apariencia, la asimilación de la huella mnémica a la imagen «simulacro», es donde se patentizaría mejor la originalidad de la teoría freudiana de la memoria. En efecto, en dicho texto Freud intenta explicar la inscripción del recuerdo en el aparato neuronal sin recurrir a una semejanza entre las huellas y los objetos. La huella mnémica no es más que una disposición especial de facilitaciones"" que hacen que una determinada vía sea seguida con preferencia a otra. Tal funcionamiento de la memoria podría relacionarse con lo que se llama «memoria» en la teoría de las máquinas cibernéticas, construidas según el principio de oposiciones binarias, de igual modo que el aparato neurónico, según Freud, se caracteriza por bifurcaciones sucesivas.
Conviene señalar, sin embargo, que la forma en que Freud, en sus escritos ulteriores, habla de las huellas mnémicas (utilizando a menudo como sinónimo el término «imagen mnémica») muestra que se vio inducido, cuando no aludía al proceso de su formación, a hablar de ellas como de reproducciones de las cosas en el sentido de una psicología empirista.
HUIDA EN LA ENFERMEDAD
= AL: Flucht in die Krankheit. — Fr.: fuite dans la maladie. — Ing.: flight into illness. — It.: fuga nella malattia. — Por.: fuga para a doen^a o refugio na doenca.
Expresión figurada que designa el hecho de que el sujeto busca en la neurosis un medio para escapar a sus conflictos psíquicos.
Esta expresión ha encontrado gran resonancia con la difusión del psicoanálisis; actualmente se extiende no sólo al campo de las neurosis, sino también al de las enfermedades orgánicas en las que puede ponerse en evidencia un componente psicológico.
Primeramente se encuentran en Freud expresiones tales como «huida en la psicosis» (1); «huida en la enfermedad neurótica» (2); y más tarde la de «huida en la enfermedad» (3 v 4).
El concepto dinámico «huida en la enfermedad» expresa la misma idea que la noción económica beneficio de la enfermedad. Ahora bien, ¿tienen estos conceptos la misma extensión? Sobre este punto resulta difícil definirse, tanto más cuanto que la distinción, dentro del beneficio de la enfermedad, entre una parte primaria y una parte secundaria, tampoco resulta fácil de establecer {véase: Beneficio). Parece que Freud sitúa la huida en la enfermedad en el lado del beneficio primario; pero sucede que la expresión se emplea también en un sentido más amplio. Sea como fuere, ilustra el hecho de que el sujeto intenta evitar una situación conflictual generadora de tensión y lograr una reducción de ésta mediante la formación de síntomas.
IDEAL DEL YO
= AL: Ichideal. — Fr.: ideal du moi. — Ing.: ego ideal. — It.: idéale dell'io. —Por.: ideal do ego.
Término utilizado por Freud en su segunda teoría del aparato psíquico: instancia de la personalidad que resulta de la convergencia del narcisismo (idealización del yo) y de las Identiñcaciones con los padres, con sus substitutos y con los ideales colectivos. Como instancia diferenciada, el ideal del yo constituye un modelo al que el sujeto intenta adecuarse.
En Freud resulta difícil delimitar un sentido unívoco del término «ideal del yo». Las variaciones de este concepto obedecen a que se halla íntimamente ligado a la elaboración progresiva de la noción de superyó y, de un modo más general, de la segunda teoría del aparato psíquico. Así, en El yo y el Ello {Das Ich und das Es,1923) se tratan como sinónimos ideal del yo y superyó, mientras que en otros trabajos la función del ideal se atribuye a una instancia diferenciada o, por lo menos, a una subestructura particular existente dentro del superyó (véase esta palabra).
En la Introducción al narcisismo {Ziir Einführung des Narzissnms, 1914) aparece el término «ideal del yo» para designar una formación intrapsíquica relativamente autónoma que sirve de referencia al yo para apreciar sus realizaciones efectivas. Su origen es principalmente narcisista: «Lo que [el hombre] proyecta ante sí como su ideal es el substitutivo del narcisismo perdido de su infancia; en aquel entonces él mismo era su propio ideal» (1 a). Este estado narcisista, que Freud compara a un verdadero delirio de grandezas, es abandonado, especialmente a causa de la crítica que los padres ejercen acerca del niño. Se observará que ésta, interiorizada en forma de una instancia psíquica particular, instancia de censura y de autoobservación, se distingue, a lo largo de todo el texto, del ideal del yo: ella «[...] observa sin cesar al yo actual y lo compara con el ideal» (1 b).
En Psicología de las masas y análisis del yo (Massenpsychologie und Ich-Analyse, 1921) se sitúa en primer plano la función del ideal del yo. Freud ve en él una formación claramente diferenciada del yo, que permite explicar en especial la fascinación amorosa, la dependencia frente al hipnotizador y la sumisión al líder: casos todos en los que una persona ajena es colocada por el sujeto en el lugar de su ideal del yo.
Este proceso se encuentra en el origen de la constitución del grupo humano. La eficacia del ideal colectivo proviene de la convergencia de los «ideal del yo» individuales: «[...] cierto número de individuos han colocado un mismo objeto en el lugar de su ideal del yo, a consecuencia de lo cual se han identificado entre sí en su yo» (2 a); y a la inversa, aquéllos son los depositarios, en virtud de identificaciones con los padres, educadores, etc., de cierto número de ideales colectivos: «Cada individuo forma parte de varios grupos, se halla ligado desde varios lados por identificación y ha construido su ideal del yo según los modelos más diversos» (2 b).
En El yo y el ello, donde figura por vez primera el término «superyó», éste se considera como sinónimo de ideal del yo; se trata de una sola instancia, que se forma por identificación con los padres correlativamente con la declinación del Edipo y que reúne las funciones de prohibición y de ideal. «Las relaciones [del superyó] con el yo no se limitan únicamente a este precepto: "tú debes ser así" [como el padre]; incluyen también esta prohibición: "tú no tienes derecho a ser así" [como el padre], es decir, a hacer todo lo que él hace; muchas cosas le están reservadas» (3).
En las Nuevas lecciones de introducción al psicoanálisis (Neue Folge der Vorlesungen zur Einführmig in die Psychoanalyse, 1932), se efectúa una nueva distinción: el superyó aparece como una estructura global que implica tres funciones: «autoobservación, conciencia moral y función de ideal» (4). La distinción entre estas dos últimas funciones queda especialmente ilustrada en las diferencias que Freud intenta establecer entre sentimiento de culpabilidad y sentimiento de inferioridad. Estos dos sentimientos son el resultado de una tensión entre el yo y el superyó, pero el primero guarda relación con la conciencia moral, y el segundo con el ideal del yo, en tanto que es amado más que temido.
La literatura psicoanalítica atestigua que el término «superyó» no ha desplazado al de ideal del yo. La mayoría de los autores no los confunden.
Existe un relativo acuerdo en cuanto a lo que se designa por «ideal del yo»; en cambio, las concepciones difieren en cuanto a su relación con el superyó y la conciencia moral. El problema se complica aún más por el hecho de que los autores llaman superyó, como Freud en las Nuevas lecciones, tanto a una estructura de conjunto que comprende diversas subestructuras, como más específicamente a la «voz de la conciencia» en su función prohibitiva.
Así, por ejemplo, para Nunberg, el ideal del yo y la instancia prohibitiva se hallan claramente separados. Los distingue en cuanto a las motivaciones que inducen en el yo: «Mientras el yo obedece al superyó por miedo al castigo, se somete al ideal del yo por amor» (5); y también en cuanto a su origen (el ideal del yo se formaría principalmente sobre la imagen de los objetos amados, y el superyó sobre la de los personajes temidos).
Aunque tal distinción parece bien fundada desde un punto de vista descriptivo, resulta difícil de mantener en forma rigurosa desde el punto de vista metapsicológico. Muchos autores, siguiendo la indicación dada por Freud en El yo y el ello (texto citado más arriba), subrayan la imbricación de los dos aspectos del ideal y de la prohibición. Así, D. Lagache habla de un sistema superyó-ideal del yo, en cuyo interior establece una relación estructural: «[...] el superyó corresponde a la autoridad, y el ideal del yo a la manera en que el sujeto debe comportarse para responder a lo que espera la autoridad» (6).
IDEALIZACIÓN
= Al.: Idealisierung. — Fr.: idealisation. — Ing.: idealization. — It.: idealizzazione. — Por.: idealiza^áo.
Proceso psíquico en virtud del cual se llevan a la perfección las cualidades y el valor del objeto. La identificación con el objeto idealizado contribuye a la formación y al enriquecimiento de las instancias llamadas ideales de la persona (yo ideal, ideal del yo).
Al establecer el concepto de narcisismo* Freud se vio inducido a definir la idealización, cuya intervención había puesto de manifiesto, de un modo especial, en la vida amorosa (sobreestimación sexual). La diferencia de la sublimación*; ésta «[...] es un proceso que afecta a la libido objetal y consiste en que la pulsión se dirige hacia otro fin alejado de la satisfacción sexual [...]. La idealización es un proceso concerniente al objeto y, en virtud del cual, éste es engrandecido y exaltado psíquicamente sin que se cambie su naturaleza. La idealización es posible tanto en el ámbito de la libido del yo como en el de la libido objetal» (1).
La iealización, en especial la de los padres, interviene necesariamente en la constitución, dentro del sujeto, de las instancias ideales {véase: Yo ideal; Ideal del yo). Pero no es sinónimo de la formación de los ideales de la persona; en efecto, puede afectar a un objeto independiente: por ejemplo, idealización de un objeto amado. Pero se observará que, incluso en este caso, se halla siempre fuertemente marcada por el narcisismo: «Vemos que el objeto es tratado como el yo propio y que, por consiguiente, en la pasión amorosa se derrama sobre el objeto una cantidad importante de libido narcisista» (2).
El papel defensivo de la idealización ha sido subrayado por numerosos autores, especialmente por Melanie Klein. Según esta autora, la idealización del objeto constituiría, en esencia, una defensa contra las pulsiones destructoras; en este sentido iría paralela a una escisión llevada al extremo entre un objeto* «bueno» idealizado y dotado de todas las
cualidades (por ejemplo, pecho materno siempre disponible e inagotable) y un objeto malo cuyos rasgos perseguidores se llevan igualmente al paroxismo (3).
IDENTIDAD DE PERCEPCIÓN — IDENTIDAD DE PENSAMIENTO
= Al.: Wahrnehmungsidentitát - Denkidentitát. — Fr.: identité de perception -identité de pensée. — Ing.: perceptual identity - thought identity. — It.: identitá di percezione - identitá di pensiero. — Por.: identidade de percepíáo (o perceptual) - identidade de pensamento.
Términos utilizados por Freud para designar aquello hacia lo que tienden, respectivamente, el proceso primario y el proceso secundario. El proceso primario tiende a encontrar una percepción idéntica a la imagen de! objeto resultante de la experiencia de satisfacción. En el proceso secundario, la identidad buscada es la de los pensamientos entre sí.
Estos términos no aparecen hasta el capítulo VII de La interpretación de los sueños {Die Traumdeutung, 1900). Se refieren a la concepción freudiana de la experiencia de satisfacción*. El proceso primario y el proceso secundario pueden definirse en términos puramente económicos: descarga inmediata en el primer caso, inhibición, aplazamiento de la satisfacción y desvío en el segundo. La noción de identidad de percepción nos lleva fuera del registro económico: aquí se trata de equivalencias que se establecen entre representaciones.
La experiencia de satisfacción constituye el origen de la búsqueda de la identidad _de percepción. Ella liga a una descarga eminentemente satisfactoria la' representación de un objeto electivo. A partir de entonces el sujeto «repetirá la percepción ligada a la satisfacción de la necesidad» (1 a). La alucinación primitiva es la vía más corta para obtener la identidad de percepción. De un modo más general puede decirse que el proceso primario funciona según este modelo; Freud mostró en otro capítulo de La interpretación de los sueños que la relación de identidad entre dos imágenes («identificación») es, entre las relaciones lógicas, la que concuerda mejor con el funcionamiento mental propio del sueño (1 b).
La identidad de pensamiento guarda una relación doble con la identidad de percepción:
1." Constituye una modificación de ésta, en el sentido de que tiende a liberar los procesos psíquicos de la regulación exclusiva por el principio de placer: «El pensamiento debe interesarse por las vías de ligazón entre las representaciones sin dejarse confundir por su intensidad» (1 c). En este sentido, tal modificación representaría el surgimien-to de lo que la lógica llama el principio de identidad.
2." Sigue estando al servicio de la identidad de percepción: «[...] toda la actividad de pensamiento complicado que se extiende de la imagen mnémica al establecimiento de la identidad de percepción por el mundo exterior es siempre un desvío, que la experiencia ha hecho necesario, en el camino que conduce al cumplimiento de deseo» (1 d).
Si bien los términos que hemos definido aquí ya no figuran en los
demás escritos freudianos, la idea de contraponer, desde el punto de vista del pensamiento y del juicio, los procesos primario y secundario, sigue ocupando un lugar central en la teoría. Se encuentra de nuevo, entre otras, en la contraposición entre representaciones de cosa y representaciones de palabra*.
En Francia, Daniel Lagache ha subrayado en muchas ocasiones el gran interés que presenta la oposición establecida por Freud entre identidad de percepción e identidad de pensamiento: en ella ve especialmente un medio para diferenciar las compulsiones defensivas, en las que el yo sigue bajo el dominio de la identidad de percepción, y los mecanismos de desprendimiento* que hacen intervenir una conciencia atenta, discriminativa, capaz de resistir las interferencias de las ideas y de los afectos displacenteros: «[...] la identificación objetivante, que mantiene la identidad propia de cada objeto de pensamiento, debe oponerse a la identificación sincrética [...]» (2).
Observemos, además, que la distinción entre estos dos modos de «identidad» no puede reducirse a la tradicional oposición entre afectividad y razón, o incluso entre «lógica afectiva» y lógica de la razón. En efecto, ¿no va destinada toda La interpretación de los sueños a estable-, cer, en contra de los prejuicios «científicos», que el sueño sigue unas leyes que constituyen un primer modo de funcionamiento del logos?
IDENTIFICACIÓN
= Al: Identifizierung. — Fr.: identification. — Ing.: identification. — It.: identificazione. — Por.: identica^áo.
Proceso psicológico mediante el cual un sujeto asimila un aspecto, una propiedad, un atributo de otro y se transforma, total o parcialmente, sobre el modelo de éste. La personalidad se constituye y se diferencia mediante una serie de identificaciones.
1.° Dado que la palabra «identificación» forma parte tanto del lenguaje corriente como del lenguaje filosófico, conviene precisar ante todo, desde un punto de vista semántico, los límites de su utilización en el vocabulario del psicoanálisis.
El substantivo identificación puede tomarse en un sentido transitivo, correspondiente al verbo identificar, o en un sentido reflexivo, correspondiente al verboidentificarse. Esta distinción se encuentra en los dos sentidos del término que diferencia Lalande:
A) «Acción de identificar, es decir, de reconocer como idéntico; ya sea numéricamente, como por ejemplo "la identificación de un criminal", ya sea en su naturaleza, como por ejemplo cuando se reconoce un objeto como perteneciente a una determinada clase [...], o también cuando se reconoce una clase de hechos como asimilable a otra [..].»
B) «Acto en virtud del cual un individuo se vuelve idéntico a otro,
o en virtud del cual dos seres se vuelven idénticos (en pensamiento o de hecho, totalmente o secundum quid)» (1).
Estas dos acepciones se encuentran en Freud. Éste describe como típico del trabajo del sueño el proceso que traduce la relación de similitud, el «como si», por la substitución de una imagen por otra o «identificación» (2 a). Esto corresponde ciertamente al sentido A) de Lalande, pero la identificación no posee aquí un valor congnitivo: constituye un proceso activo que reemplaza una identidad parcial o una similitud latente por una identidad total.
Pero el término, en su empleo psicoanalítico, corresponde principalmente al sentido de «identificarse».
2." La identificación (en el sentido de identificarse) reúne en su empleo corriente toda una serie de conceptos psicológicos, tales como: imitación, Einfühlung(empatia), simpatía, contagio mental, proyección, etcétera.
Para aclarar las ideas, se ha propuesto distinguir en este campo, según el sentido en que se efectúa la identificación, entre una identificación heteropática (Scheler) y centrípeta (Wallon), en la cual es el sujeto quien identifica su propia persona a otra, y una identificación idiopática y centrífuga en la que el sujeto identifica al otro con la propia persona. Por último, en los casos en que coexisten ambos movimientos, nos hallaríamos en presencia de una forma de identificación más compleja, invocada en ocasiones para explicar la formación del «nosotros».
El concepto de identificación ha adquirido progresivamente en la obra de Freud el valor central que más que un mecanismo psicológico entre otros, hace de él la operación en virtud de la cual se constituye el sujeto humano. Esta evolución cursa paralelamente al hecho de situar en primer plano el complejo de Edipo en sus efectos estructurales, así como a la modificación aportada por la segunda teoría de! aparato psíquico, en la cual las instancias que se diferencian a partir del ello vienen definidas por las identificaciones de las cuales derivan.
Sin embargo, la identificación fue utilizada muy pronto por Freud, sobre todo en relación con los síntomas histéricos. Los hechos llamados de imitación, de contagio mental, se conocían ciertamente desde mucho tiempo antes, pero Freud va más lejos al explicarlos por la existencia de un elemento inconsciente común a las personas entre las que se produce el fenómeno: «[...] la identificación no es una simple imitación, sino una apropiación basada en la presunción de una etiología común; expresa un "como si" y se refiere a un elemento común que existe en el inconsciente (2 b). Este elemento común es un fantasma: así la paciente agorafóbica se identifica inconscientemente con "una mujer de la calle", y su síntoma constituye una defensa contra esta identificación y contra el deseo sexual que ella supone» (3 a). Por último, Freud observa muy pronto que pueden coexistir varias identificaciones: «[...] el hecho de la identificación autoriza quizás a un empleo literal de la expresión: pluralidad de las personas psíquicas» (3 b).
Ulteriormente la noción de identificación se enriqueció con diversas aportaciones:
 El concepto de incorporación oral fue establecido durante los años 1912-1915 (Tótem y tabú {Tótem und Tabu], Duelo y melancolía [Trauer und Melancholie]). Freud muestra especialmente su función en la melancolía, en la cual el sujeto se identifica según un modo oral con el objeto perdido, por regresión a la relación objetal típica de la fase oral (véase: Incorporación; Canibalístico).
2." Se establece el concepto de narcisismo*. En Introducción al narcisismo (Zur Einführung des Narzissmus, 1914) Freud inicia la exposición de la dialéctica que enlaza la elección objetal narcisista* (el objeto se elige sobre el modelo de la propia persona) con la identificación (el sujeto, o alguna de sus instancias, se constituyen según el modelo de sus objetos anteriores: padres, personas del ambiente).
3." Los efectos del complejo de Edipo* en la estructuración del sujeto se describen en términos de identificación: las catexis sobre los padres son abandonadas y substituidas por identificaciones (4).
Una vez establecida la fórmula generalizada del Edipo, Freud muestra que estas identificaciones forman una estructura compleja, en la medida que el padre y la madre son, cada uno de ellos, a la vez objeto de amor y de rivalidad. Por lo demás, es probable que la presencia de esta ambivalencia con respecto al objeto sea esencial para la constitución de toda identificación.
4." La elaboración de la segunda teoría del aparato psíquico viene a demostrar el enriquecimiento y la importancia creciente del concepto de identificación: las instancias de la persona ya no se describen en términos del sistema donde se inscriben imágenes, recuerdos, «contenidos» psíquicos, sino como los restos de diversos tipos de las relaciones de objeto.
Este enriquecimiento del concepto de identificación no ha conducido, ni en Freud ni en la teoría psicoanalítica, a una sistematización que ordene sus modalidades. El propio Freud se declara insatisfecho de sus formulaciones a este respecto (5a). La exposición más completa que intentó dar se encuentra en el capítulo VII dePsicología de las masas y análisis del yo (Massenpsychologie und Ich-Analyse, 1921). En este trabajo distingue finalmente tres modos de identificación:
a) como forma originaria del lazo afectivo con el objeto. Se trata aquí de una identificación preedípica, marcada por la relación canibalística, que desde un principio es ambivalente (véase: Identificación primaria);
h) como substitutivo regresivo de una elección objetal abandonada;
c) en ausencia de toda catexis sexual del otro, el sujeto puede, no obstante, identificarse a éste en la medida en que tienen un elemento en común (por ejemplo, deseo de ser amado): por desplazamiento, la identificación se producirá sobre otro punto (identificación histérica).
Freud también indica que, en ciertos casos, la identificación afecta, no al conjunto del objeto, sino a un «rasgo único» de éste (6).
Finalmente, el estudio de la hipnosis, de la pasión amorosa y de la psicología de los grupos le lleva a contraponer la identificación que constituye o enriquece una instancia de la personalidad con el proceso
inverso, en el cual es el objeto el que se «pone en lugar» de una instancia, por ejemplo en el caso del líder que viene a reemplazar el ideal del yo de los miembros de un grupo. Se observará que, en este caso, existe también una identificación recíproca de los individuos entre sí, pero ésta exige, como condición, tal «puesta en lugar de [..]». Aquí pueden encontrarse, ordenadas desde un punto de vista estructura], las distinciones que hemos establecido más arriba: identificación centrípeta, centrífuga y recíproca.
El término «identificación» debe diferenciarse de las palabras afines como incorporación*, introyección*, interiorización*.
Incorporación e introyección constituyen prototipos de la identificación o, por lo menos, de algunas de sus modalidades en las que el proceso mental es vivido y simbolizado como una operación corporal (ingerir, devorar, guardar dentro de sí, etc.).
La distinción entre identificación e interiorización es más compleja, ya que hace inten'enir opciones teóricas referentes a la naturaleza de aquello a lo cual el sujeto se asimila. Desde un punto de vista meramente conceptual, puede decirse que la identificación se efectúia con objetos: persona («asimilación del yo a un yo ajeno») (5 b), o rasgo de una persona, objetos parciales, mientras que la interiorización es la de una relación intersubjetiva. Falta saber cuál de estos dos procesos es el primero. Se observará que generalmente la identificación de un sujeto A con un sujeto B no es global, sino secundum quid, lo que remite a un determinado aspecto de la relación con él: yo no me identifico con mi jefe, sino con un determinado rasgo suyo que está ligado a mi relación sadomasoquista con él. Pero, por otra parte, la identificación permanece siempre marcada por sus prototipos primitivos: la incorporación se refiere a cosas, confundiéndose la relación con el objeto en el que se encarna; el objeto con el que el niño mantiene una relación de agresividad se convierte, como substancialmente, en el «objeto malo», el cual es entonces introyectado. Por otra parte, y éste es un hecho esencial, el conjunto de las identificaciones de un sujeto no forma un sistema relaciona! coherente; así, por ejemplo, dentro de una instancia como el super>'ó, se encuentran exigencias diversas, conñictuales, heteróclitas. Asimismo el ideal del yo se forma por identificaciones con los ideales culturales, que no siempre se hallan en armonía entre sí.
IDENTIFICACIÓN CON EL AGRESOR
= Al: Identifizierung mit dem Angreifer. — Fr.: identification a l'agresseur. — Ing.: identification witli the aggressor. — //.,• identificazione con l'aggressore. —Por.: identificagáo ao agressor.
Mecanismo de defensa aislado y descrito por Anna Freud (1936): el sujeto, enfrentado a un peligro exterior (representado típicamente por una crítica procedente de una autoridad), se identifica con su agresor, ya sea reasumiendo por su cuenta la agresión en la misma forma, ya sea imitando física o moralmente a la persona del agresor, ya sea adoptando ciertos símbolos de poder que lo designan. Según Anna Freud, este mecanismo sería el preponderante en la constitución de la fase
preliminar del superyó, permaneciendo entonces la agresión dirigida hacia el exterior y no volviéndose todavía contra el sujeto en forma de autocrítica.
La expresión «identificación con el agresor» no figura en los escritos de Freud, si bien éste ya había descrito su mecanismo, especialmente refiriéndose a ciertos juegos infantiles en el capítulo III de Á4ás allá del principio del placer (Jenseits des Lustprinzips, 1920).
Ferenczi utiliza la expresión «identificación con el agresor» en un sentido muy especial: la agresión a que se hace referencia es el atentado sexual del adulto, que vive en un mundo de pasión y de culpabilidad, sobre el niño que se supone inocente {véase: Seducción). El comportamiento descrito como el resultado del miedo es una sumisión total a la voluntad del agresor; el cambio provocado en la personalidad es «[...] la introyección del sentimiento de culpabilidad del adulto» (1).
Anna Freud ve actuar la identificación con el agresor en diversas circunstancias: agresión física, crítica, etc., pudiendo intervenir la identificación antes o después de la agresión temida. El comportamiento que se observa es el resultado de una inversión de los papeles: el agredido se convierte en agresor.
Los autores que atribuyen a este mecanismo un importante papel en el desarrollo de la persona valoran de distinto modo su alcance, especialmente en la constitución del superyó. Según Anna Freud, el sujeto pasa por una primera fase en la cual se invierte el conjunto de la relación agresiva: el agresor es introyectado, mientras que la persona atacada, criticada, culpable, es proyectada al exterior. Sólo en un segundo tiempo la agresión se volverá hacia el interior, interiorizándose el conjunto de la relación.
Daniel Lagache sitúa más bien la identificación con el agresor en el origen de la formación del yo ideal*; dentro del conflicto de demandas entre el niño y el adulto, el sujeto se identifica con el adulto dotado de omnipotencia, lo que implica el desconocimiento del otro, su sumisión, incluso su abolición (2).
Rene Spitz, en El no y el si {No and Yes, 1957), hace gran uso de la noción de identificación con el agresor. Según él, la voielta de la agresión contra el agresor es el mecanismo preponderante en la adquisición del «no», verbal y mediante gestos, que sitúa alrededor del 15.° mes.
¿Qué papel corresponde a la identificación con el agresor en el conjunto de la teoría psicoanalítica? ¿Se trata de un mecanismo muy especial o, por el contrario, comprende una parte importante de lo que usualmente se describe como identificación? Especialmente, ¿cómo se articula con lo que clásicamente se designa como identificación con el rival en la situación edípica? Al parecer, los autores que han situado en primer plano este concepto, no han formulado el problema en estos términos. Con todo, sorprende el hecho de que las observaciones presentadas sitúan generalmente este mecanismo dentro de una relación, no triangular, sino dual, cuyo fondo, como ha subrayado en repetidas ocasiones Daniel Lagache, es de naturaleza sadomasoquista.
IDENTIFICACIÓN PRIMARIA
= Al.: primare Identifizierung. — Fr.: identification primaire. — Ing.j primar^' identification. — It.: identificazione primaria. — Por.: identificasáo primaria.
Modo primitivo de constitución del sujeto sobre el modelo del otro, que no es secundario a una relación previamente establecida en la cual el objeto se presentaría desde un principio como Independiente. La identificación primaria está en intima correlación con la relación llamada incorporación oral.
El concepto de identificación primaria, aunque forma parte de la terminología analítica, tiene acepciones bastante diferentes según las reconstrucciones que efectúan los autores de los primeros tiempos de la existencia individual.
La identificación primaria se contrapone a las identificaciones secundarias, que se superpondrán a aquélla, no solamente por ser la primera cronológicamente, sino porque no se establece consecutivamente a una relación de objeto propiamente dicha, sino que es «[...] la forma más primitiva de lazo afectivo con un objeto» (1a). «Al comienzo, en la fase oral primitiva del individuo, la catexis de objeto y la identificación no pueden quizá distinguirse entre sí» (2 a).
Esta forma de ligazón del niño con otra persona se ha descrito como primera relación con la madre, antes de que se establezca sólidamente la diferenciación entre el ego y el alter ego. Esta relación vendría evidentemente marcada por el proceso de la incorporación. Con todo, conviene señalar que, en rigor, resulta difícil adscribir la identificación primaria a un estado absolutamente indiferenciado o anobjetal.
Es interesante observar que Freud, que rara vez utiliza la expresión «identificación primaria» (2 b), designa por ella misma una identificación con el padre «de la prehistoria personal» tomado por el niño como ideal o prototipo (Vorbild). Se trataría «de una identificación directa e inmediata, que se sitúa antes de toda catexis de objeto» (2 b-1 b).
IDENTIFICACIÓN PROYECTIVA
= Al: Projektionsidentifizierung. — Fr.: identification projective. ^-Ing.: projective identification. — It.: identificazione proiettiva. — Por.: identifica^áo projetiva.
Término introducido por Melanie Klein para designar un mecanismo que se traduce por fantasías en las que el sujeto introduce su propia persona (his self), en su totalidad o en parte, en el interior del objeto para dañarlo, poseerlo y controlarlo.
El término «identificación proyecti\'a» ha sido utilizado por Melanie Klein en un sentido muy especial, distinto del que sugiere a primera vista la asociación de las dos palabras, es decir, una atribución a otro de ciertos rasgos de sí mismo o de una semejanza global consigo mismo.
Melanie Klein describió, en £/ psicoanálisis de los niños {Die Psychoanalyse des Kindes, 1932), fantasías de ataque contra el interior del
cuerpo materno y de intrusión sádica dentro de éste (1). Pero sólo más tarde (1946) introdujo este término para designar «una forma particular de identificación que establece el prototipo de una relación de objeto agresiva» (2 a).
Este mecanismo, que guarda estrecha relación con la posición esquizoparanoide*, consiste en una proyección fantaseada al interior del cuerpo materno de partes escindidas de la propia persona del sujeto, o incluso de éste en su totalidad (y no solamente de objetos parciales malos) con el ñn de dañar y controlar a la madre desde su interior. Esta fantasía es fuente de angustias tales como la de hallarse aprisionado y perseguido en el interior del cuerpo materno; o también la identificación proyectiva puede acarrear, a cambio, que la introyección sea sentida «[...] como una penetración forzada desde el exterior al interior en castigo por una proyección violenta» (2 b). Otro peligro es que el yo se encuentre debilitado y empobrecido en la medida en que puede perder, en Ja identificación proyectiva, partes «buenas» de sí mismo; de este modo, una instancia como el ideal del yo podría entonces convertirse en exterior al sujeto (2 c).
M. Klein y Joan Riviere afirman que las fantasías de identificación proyectiva actúan en diversos estados patológicos, como la despersonalización y la claustrofobia.
La identificación proyectiva aparece, pues, como una modalidad de la proyección*. Si M. Klein habla aquí de identificación, lo hace en cuanto es proyectada la propia persona. La utilización kleiniana del término concuerda con el sentido estricto que tiende a reservarse en psicoanálisis al término «proyección»: expulsión al exterior de lo que el sujeto rechaza en sí, proyección de lo malo.
Tal acepción deja sin resolver el problema de saber si es posible distinguir en la identificación* ciertas modalidades en las que es el sujeto quien se asimila al otro, y algunas modalidades en las que es el otro el que es asimilado al sujeto. El agrupar estas últimas bajo el título de identificación proyectiva supone una atenuación del concepto psicoanalítico de proyección. En consecuencia, puede considerarse preferible una distinción como la de identificación centrípeta e identificación centrífuga.
IMAGINARIO (s. y adj.)
= Al.: Imaginare. — Fr.: imaginaire, — Iiig.: imagynary. — It.: immaginario. — Por.: imaginario.
En la acepción dada a este término por J. Lacan (utilizándose casi siempre como substantivo): uno de los tres registros fundamentales (lo real, lo simbólico, lo imaginario) del campo psicoanalítico. Este registro se caracteriza por el predominio de la relación con la Imagen del semejante.
La noción «imaginario» se comprende ante todo en relación con una de las primeras elaboraciones teóricas de Lacan respecto a la fase del espejo*. En la obra dedicada a ésta, el autor pone en evidencia la idea de que el yo del pequeño ser humano, debido particularmente a su prematuridad biológica, se constituye a partir de la imagen de su semejante (yo especular).
Considerando esta experiencia princeps, puede calificarse de imaginario:
a) desde el punto de vista intrasubjetivo: la relación fundamentalmente narcisista del sujeto para con su yo (1);
b) desde el punto de vista intersubjetivo: una relación llamada dual basada en (y captada por) la imagen de un semejante (atracción erótica, tensión agresiva). Para Lacan sólo existe el semejante (otro que sea yo) porque el yo es originalmente otro (2);
c) en cuanto al mundo circundante (Umwelt): una relación del tipo de las que han sido descritas en etología animal (Lorenz, Tinbergen) y que señalan la prevalencia de una determinada Gestalt en el desencadenamiento de los comportamientos;
d) en cuanto a las significaciones: un tipo de aprehensión en el que desempeñan un papel determinante factores tales como la semejanza, el homeomorfismo, lo que demuestra una especie de coalescencia entre el significante y el significado.
El uso especial que efectria Lacan de la palabra imaginario no deja, sin embargo, de hallarse en relación con el sentido usual de este término: puesto que toda conducta, toda relación imaginaria está, según Lacan, esencialmente dedicada al engaño (a).
Lacan insiste en la diferencia, ¡a oposición existente entre lo imaginario y lo simbólico, mostrando que la intersubjetividad no se reduce a este conjunto de relaciones que él agrupa bajo el término «imaginario» y que es importante no confundir ambos «registros», durante la cura anaclítica (3).
(a) Consúltese el método de los simulacros en etología (utilización de estímulos-señales artificiales como desencadenantes de ciclos instintivos) que demuestran experimentalmente lo dicho.
IMAGO
(La misma palabra latina ha sido adoptada en los diferentes idiomas).
Prototipo inconsciente de personajes que orienta electivamente la forma en que el sujeto apretiende a los demás; se elabora a partir de las primeras relaciones intersubjetivas reales y fantaseadas con el ambiente familiar.
El concepto de imago lo debemos a Jung (Metamorfosis y símbolos de la libido [Wandlungen und Symbole der Libido, 1911]), que describe la imago materna, paterna, fraterna.
La imago y el complejo son conceptos afines; ambos guardan relación con el mismo campo: las relaciones del niño con su ambiente familiar y social. Pero el complejo designa el efecto que ejerce sobre el
sujeto el conjunto de la situación interpersonal, mientras que la imago designa la pervivencia imaginaria de alguno de los participantes en aquella situación.
Con frecuencia se define la imago como una «representación inconsciente»; pero es necesario ver en ella, más que una imagen, un esquema imaginario adquirido, un clisé estático a través del cual el sujeto se enfrenta a otro. Por consiguiente, la imago puede objetivarse tanto en sentimientos y conductas como en imágenes. Añadamos que no debe entenderse como un reflejo de lo real, ni siquiera más o menos deformado; es por ello que la imago de un padre terrible puede muy bien corresponder a un padre real débil.
IMAGO DE LOS PADRES ACOPLADOS
= Al.: vereinigte Eltern, vereinigte Eltern-Imago. — Fr.: parent(s) combiné(s). — Ing.: combined parents, combined parent-figure. — It.: figura parentale combínala. —Por.: pais unificados, imago de pais unificados.
Término introducido por Melanie Klein para designar una teoría sexual infantil que se expresa en diversas fantasías que representan a los padres como unidos en una relación sexual ininterrumpida: la madre conteniendo el pene del padre o al padre en su totalidad; el padre conteniendo el pecho de la madre o a la madre en su totalidad; los padres inseparablemente confundidos en un coito.
Se trataría de fantasías muy arcaicas e intensamente ansiógenas.
La noción de «imago de los padres acoplados» es inseparable de la concepción kleiniana del complejo de Edipo (1): «Se trata de una teoría sexual constituida en una fase genética muy precoz, según la cual la madre incorporaría el pene del padre durante el coito, aunque en definitiva la mujer que posee un pene representa a los padres en coito» (2 a).
La fantasía de la «mujer provista de pene» no constituye un descubrimiento de Melanie Klein; Freud la describe ya en 1908 en Las teorías sexuales infantiles (Über infantile Sexualtheorien) (3). Pero, para Freud, esta fantasía forma parte de la teoría sexual infantil que desconope la diferencia de los sexos y la castración de la mujer. Melanie Klein, en El psicoanálisis del niño {Die Psychoanalyse des Rindes, 1932) le atribuye una génesis muy distinta; la hace derivar de fantasías muy precoces; escena originaria* fuertemente teñida de sadismo, interiorización del pene del padre, representación del cuerpo materno como receptáculo deobjetos* «buenos» y, sobre todo, «malos». «La fantasía de un pene paterno contenido en el interior de la madre determina en el niño otra fantasía, la de ia "mujer con pene". La teoría sexual de la madre fálica, provista de un pene femenino, se remonta a angustias más primitivas, modificadas por desplazamiento, e inspiradas por los peligros que presentan los penes incorporados por la madre y las relaciones sexuales entre los padres. Según mis observaciones, "la mujer con pene" representa siempre la "mujer con pene paterno"» {2b). La fantasía de la «imago de los padres acoplados» ligada al sadismo infantil arcaico, tiene un gran valor ansiógeno.
En un artículo ulterior, M. Klein relaciona la noción de «imago de los padres acoplados» con una actitud fundamental del niño: «Constituye una característica de las emociones intensas y de la actividad del niño pequeño el atribuir necesariamente a sus padres un estado de gratificación mutua de tipo oral, anal y genital» (4).
INCONSCIENTE (s. y adj.)
= Al.: Das Unbewusste, unbewusst. — Fr.: inconscient. — Ing.: unconscious. — It.: inconscio. — Por.: inconsciente.
A) El adjetivo inconsciente se utiliza en ocasiones para connotar el conjunto de los contenidos no presentes en el campo actual de la conciencia, y esto en un sentido «descriptivo» y no «tópico», es decir, sin efectuar una discriminación entre los contenidos de los sistemas preconsciente e inconsciente.
B) En sentido tópico, la palabra inconsciente designa tmo de los sistemas definidos por Freud dentro del marco de su primera teoría del aparato psíquico; está constituido por contenidos reprimidos, a los que ha sido rehusado el acceso al sistema preconsclente-consciente* por la acción de la represión* (represión originaria* y represión con posterioridad*).
Los caracteres esenciales del inconsciente como sistema (o les) pueden resumirse del siguiente modo:
a) sus «contenidos» son «representantes»* de las pulsiones; b) estos contenidos están regidos por los mecanismos específicos del proceso primarlo*, especialmente la condensación* y el desplazamiento*;
c) fuertemente catectizados de energía pulsional, buscan retomar a la conciencia y a la acción (retomo de lo reprimido*); pero sólo pueden encontrar acceso al sistema Pcs-Cs en la formación de compromiso*, después de haber sido sometidos a las deformaciones de la censura*;
d) son especialmente los deseos infantiles los que experimentan una fijación* en el inconsciente.
La abreviatura les {Vbw, del alemán Unbewusst) designa el inconsciente en su forma substantiva como sistema; ics (ubw) es la abreviatura del adjetivoinconsciente (unbewusst), en tanto que éste califica, en sentido estricto, los contenidos del citado sistema.
C) Dentro del marco de la segunda tópica freudiana, la palabra inconsciente se emplea sobre todo como adjetivo; en efecto, inconsciente no es ya lo propio de una instancia particular, puesto que califica al ello y a una parte del yo y del superyó. Pero conviene observar:
a) que los caracteres atribuidos, en la primera tópica, al sistema les, se atribuyen, de un modo general, al ello en la segunda tópica;
b) que la diferencia entre el preconsciente y el inconsciente, si bien ya no se basa en una distinción intersistémica, persiste como una distinción intrasistémlca (por ser el yo y el superyó en parte preconscientes y en parte inconscientes).
Si se hubiera de resumir en una palabra el descubrimiento freudiano, ésta sería indiscutiblemente el término «inconsciente». Por ello, no nos proponemos, dentro de los límites de la presente obra, exponer este descubrimiento en sus antecedentes prefreudianos, en su génesis y en sus elaboraciones sucesivas por el propio Freud. Nos limitaremos, en un deseo de clarificación, a subrayar algunos rasgos esenciales que, con frecuencia, la misma difusión del término ha ido borrando.
 El inconsciente freudiano es ante todo e indisolublemente una noción tópica* y dinámica*, deducida de la experiencia de la cura. Ésta ha mostrado que el psiquismo no es reductible a lo consciente y que ciertos «contenidos» sólo se vuelven accesibles a la conciencia una vez se han superado las resistencias; la cura ha revelado que la vida psíquica está «[...] saturada de pensamientos eficientes, aunque inconscientes, y que de éstos emanan los síntomas» (1); ha conducido a suponer la existencia de «grupos psíquicos separados» y, de un modo más general, a admitir la existencia del inconsciente como un «lugar psíquico» particular que es preciso representarse, no como una segunda conciencia, sino como un sistema que tiene contenidos, mecanismos y posiblemente una «energía» específica.
 ¿Cuáles son estos contenidos?
a) Freud, en su artículo sobre El inconsciente (Das Unbewusste, 1915) los denomina «representantes de la pulsión». En efecto, la pulsión, situada en el límite entre lo somático y lo psíquico, se encuentra más allá de la oposición entre consciente e inconsciente; por una parte, no puede jamás devenir objeto de conciencia, y, por otra, sólo se halla presente en el inconsciente por medio de sus representantes, esencialmente el «representante representativo»*. Añadamos que uno de los primeros modelos teóricos freudianos define el aparato psíquico como ima sucesión de inscripciones (Niederschriften) de signos (2), idea proseguida y discutida en los textos ulteriores. Las representaciones inconscientes se hallan ordenadas en forma de fantasías, guiones imaginarios a los cuales se fija la pulsión, y que pueden concebirse como verdaderas escenificaciones del deseo* {véase: Fantasía).
b) La mayor parte de los textos freudianos anteriores a la segunda tópica asimilan lo inconsciente a lo reprimido. Observemos, sin embargo, que esta asimilación no se halla exenta de restricciones; más de un texto reserva un lugar para contenidos no adquiridos por el individuo, sino de origen filogenético, que constituirían el «núcleo del inconsciente» (3 a).
Tal idea culmina en la noción de fantasías originarias* como esquemas preindividuales que vienen a informar las experiencias sexuales infantiles del sujeto (a).
c) También clásicamente se ha asimilado el inconsciente a lo infantil que hay en nosotros, pero también aquí se impone una reserva. No todas las experiencias infantiles, aunque vividas naturalmente en la forma que la fenomenología designa como conciencia irreflexiva, están destinadas a confundirse con el inconsciente del individuo. Según Freud, es la represión infantil la que da lugar a la primera escisión entre el inconsciente y el sistema Pcs-Cs. El inconsciente freudiano es algo que se constituye, incluso aunque la primera fase de la represión originaria pueda considerarse como mítica; no se trata de un vivir indiferenciado.
3." Ya es sabido que el sueño fue para Freud el «camino real» hacia el descubrimiento del inconsciente. Los mecanismos (desplazamiento, condensación, simbolismo) deducidos del sueño en La interpretación de los sueños (Die Traumdeutung, 1900) y constitutivos del proceso primario se vuelven a encontrar en otras formaciones del inconsciente (actos fallidos, equivocaciones orales, etc.), que equivalen a los síntomas por su estructura de compromiso y su función de «cumplimiento de deseo»*.
Cuando Freud intenta definir el inconsciente como sistema, resume sus caracteres específicos del siguiente modo (3 b): proceso primario (movilidad de las catexis, característica de la energía libre)*; ausencia de negación, de duda, de grado en la certidumbre; indiferencia a la realidad, y regulación por el solo principio del placer-displacer (tendiendo éste a restablecer por la vía más corta la identidad de percepción)*.
4." Finalmente, Freud intentó basar la cohesión propia del sistema les y su distinción radical respecto del sistema Pes en la noción económica de una «energía de catexis» propia de cada sistema. La energía inconsciente se aplicaría a representaciones, produciendo su catexis o retirándose de ellas, y el paso de un elemento de un sistema al otro se produciría por retiro de la catexis procedente del primero y nueva catexis por parte del segundo.
Pero esta energía inconsciente (y aquí radica una dificultad de la concepción freudiana) tan pronto aparece o bien como una fuerza de atracción ejercida sobre las representaciones y oponiéndose a la toma de conciencia (como en la teoría de la represión, según la cual la atracción por los elementos ya reprimidos colabora con la represión ejercida por el sistema superior) (4) o bien en forma de una fuerza que tiende a hacer emerger sus «derivados»* a la conciencia y que sólo resultaría contenida mediante la vigilancia de la censura (3 c).
5." Las consideraciones tópicas no deben hacer perder de vista el valor dinámico del inconsciente freudiano, tantas veces subrayado por su autor: por el contrario, es preciso ver en las distinciones tópicas un medio para explicar el conflicto, la repetición y las resistencias.
Ya es sabido que, a partir de 1920, la teoría freudiana del aparato psíquico fue profundamente modificada y se introdujeron en ellas nuevas distinciones tópicas, que ya no coinciden con las del inconsciente, preconsciente y consciente. En efecto, si bien en la instancia del ello se vuelven a encontrar las principales características del sistema les, en las otras instancias (yo y superyó) se reconocen también un origen y una
parteinconscientes(véanse:Ello; Yo; Superyó; Tópica).
(n)AunqueFreudnoestablecióunarelaciónentrelasfantasíasoriginarias
(Urphantasien)y la hipótesisde la represión originaria(Urverdrangung),nopuede
dejar de observarse que cumplen casi la misma función en cuanto al origen último del inconsciente.
INCORPORACIÓN
= A!.: Einverleibung. — Fr.: incorporation. — Ing.: incorporation. — //.; incorporazione. — Por.: incorporaijáo.
Proceso en virtud del cual el sujeto, de un modo más o menos fantasmático, introduce y guarda un objeto dentro de su cuerpo. La Incorporación constituye un fin pulsional y un modo de relación de objeto característico de la fase oral; si bien guarda una relación privilegiada con la actividad bucal y la Ingestión de alimento, también puede vivirse en relación con otras zonas erógenas y otras funciones. Constituye el prototipo corporal de la introyección y de la Identificación.
Al elaborar la noción de fase oral (1915) Freud introduce el término «incorporación» (1), que hace recaer el acento en la relación con el objeto, mientras que anteriormente, sobre todo en la primera edición de los Tres ensayos sobre la teoría sexual (Drei Abhandlungen zur Sexualtheorie, 1905), Freud describía la actividad oral bajo el aspecto relativamente limitado del placer de la succión.
En la incorporación se imbrican varios fines pulsionales. Freud, en 1915, dentro de lo que entonces era su teoría de las pulsiones (oposición entre pulsiones sexuales y pulsiones del yo o de autoconservación) subraya que las dos actividades (sexual y alimentaria) se encuentran allí íntimamente mezcladas. Dentro de la última teoría de las pulsiones (oposición entre pulsiones de vida y pulsiones de muerte) se pondrá en evidencia sobre todo la unión de la libido y la agresividad: «En la fase de organización oral de la libido, el dominio amoroso sobre el objeto coincide todavía con el aniquilamiento de éste» (2). Esta concepción será desarrollada por Abraham y ulteriormente por M, Klein (véase: Fase oral-sádica).
De hecho, en la incorporación se hallan presentes tres significaciones: darse un placer haciendo penetrar un objeto dentro de sí; destruir este objeto; asimilarse las cualidades de este objeto conservándolo dentro de sí. Este último aspecto es el que hace de la incorporación la idea matriz de la introyección y de la identificación.
La incorporación no se limita a la actividad oral propiamente dicha ni a la fase oral, aun cuando la oralidad constituye el modelo de toda incorporación. En efecto, otras zonas erógenas y otras funciones pueden ser su soporte (incorporación por la piel, la respiración, la visión, la audición). Asimismo existe una incorporación anal, en la medida que la cavidad rectal es asimilada a una boca, y una incorporación genital, manifestada especialmente en el fantasma de retención del pene dentro del cuerpo.
Abraham, y más tarde M. Klein, han señalado que el proceso de incorporación o el canibalismo* pueden ser también parciales, es decir, referirse a objetos parciales*.
INERVACIÓN
= AL: Innervation. — Fr.: innervation. — Ing.: innervation. — It.: innervazione. — Por.: inerva^áo.
Término utilizado por Freud en sus primeros trabajos para designar el hecho de que cierta energía es transportada a una determinada parte del cuerpo, produciendo allí fenómenos motores o sensitivos.
La inervación, fenómeno fisiológico, podría producirse por conversión de energía psíquica en energía nerviosa.
Este término puede presentar dificultad para el lector de Freud. En efecto, en la actualidad se utiliza, por lo general, para designar un hecho anatómico (trayecto de un nervio que va a parar a un determinado órgano), mientras que Freud designa por inervación un proceso fisiológico, la transmisión, casi siempre en sentido eferente, de la energía a lo largo de una vía nerviosa. Véase, por ejemplo, el siguiente pasaje a propósito de la histeria: «[..] el afecto arrancado [de la representación] se utiliza para una inervación somática: conversión de la excitación» (1).
INSTANCIA
= Al.: Instanz. — Fr.: instance. — Ing.: agency. — It.: istanza. — Por.: instancia.
Alguna de las diferentes subestructuras, dentro de una concepción a la vez tópica y dinámica del aparato psíquico. Ejemplos: instancia de la censura (primera tópica), instancia del superyó (segunda tópica).
En las diferentes exposiciones que dio de su concepción del aparato psíquico*, Freud utiliza la mayoría de las veces, para designar sus partes
o subestructuras, los términos «sistema» o «instancia». Más raramente se encuentran las palabras «organización» (Organisation), «formación» (Bildung) y «provincia» (Provinz).
El primer término introducido por Freud fue el de sistema (1); se refiere a un esquema esencialmente tópico* del psiquismo, concibiéndose éste como una sucesión de dispositivos atravesados por las excitaciones, al modo como la luz pasa a través de los diferentes «sistemas» de un aparato óptico. El término «instancia» fue introducido en La interpretación de los sueños {Die Traumdeutung, 1900) como sinónimo de sistema (2a). Freud lo utilizó hasta en sus últimos trabajos (3).
Aun cuando estos dos términos se emplean a menudo indistintamente, se observará que «sistema» se refiere a una concepción más exclusivamente tópica, siendo «instancia» un término de significado a la vez tópico y dinámico. Así, por ejemplo, Freud habla de sistemas mnémicos (2 b), de sistema percepción-conciencia, y no de instancia en estos casos. En cambio, habla preferentemente de instancias para referirse al superyó o a la censura, en cuanto ejercen una acción positiva y no son simplemente atravesados por las excitaciones; así, el superyó se considera como el heredero de la «instancia parental» (4). Observemos, por lo demás, que el término mismo «instancia» fue introducido por Freud en La interpretación de los sueños por comparación con los tribunales o las autoridades que juzgan acerca de lo que conviene dejar pasar (2 c).
En la medida en que es posible mantener tal diferencia, el término «sistema» correspondería mejor al espíritu de la primera tópica freudiana, y el de instancia a la segunda concepción del aparato psíquico, que es a la vez más dinámica y más estructural.
INSTINTO
= Al.: Instinkt. — Fr.: instinct. — Ing.: instinct. — It.: istinto. — Por.: instinto.
A) Clásicamente, esquema de comportamiento heredado, propio de una especie animal, que varía poco de uno a otro individuo, se desarrolla según una secuencia temporal poco susceptible de perturbarse y que parece responder a una finalidad.
B) Término utilizado por algunos autores pslcoanaliticos franceses como traducción o equivalente del término freudlano Trieb, para el cual, en una terminología coherente, conviene recurrir al término francés «pulsión»*.
La concepción freudiana del Trieb como una fuerza que empuja relativamente indeterminada, en cuanto al comportamiento que origina y al objeto que proporciona la satisfacción, difiere notablemente de las teorías del instinto, tanto en su forma clásica como en la renovación aportada por las investigaciones contemporáneas (concepto de pattern de comportamientos, de mecanismos innatos de desencadenamiento, de estímulos-señales específicos, etc.). El término «instinto» tiene implicaciones claramente definidas, que están muy alejadas del concepto freudiano de pulsión.
Por lo demás, se observará que Freud utiliza en varias ocasiones el término Instinkt en sentido clásico (véase definición A), hablando de «instinto de los animales», de «conocimiento instintivo de peligros» (1), etcétera.
Es más, cuando se pregunta «[...] si existen en el hombre formaciones psíquicas hereditarias, algo similar al instinto de los animales» (2), no ve este equivalente en la pulsión, sino en aquellos «esquemas filo-genéticos hereditarios» (3) que son las fantasías originarias (por ejemplo, escena originaria, castración) (véase:Fantasías originarias).
Vemos, pues, que Freud utiliza dos términos que pueden contraponerse claramente, incluso aunque él no hizo intervenir de forma explícita esta oposición en su teoría. En la literatura psicoanalítica, la oposición no se ha mantenido siempre, sino todo lo contrario. La elección del término instinto como equivalente de Triebno es solamente una inexactitud de traducción; además ofrece el peligro de introducir una confusión entre la teoría freudiana de las pulsiones y las concepciones psicológicas del instinto animal y de velar la originalidad de la concepción freudiana, en especial la tesis del carácter relativamente indeterminado del empuje motivante, los conceptos de contingencia del objeto* y de la variabilidad de los fines*.
INTELECTUALIZACIÓN
= Al.: Intellektualisierung. — Fr.: intellectualísation. — Ing.: intellectualization. — //.; intellettualizzazione. — Por.: intelecíualizagáo.
Proceso en virtud del cual el sujeto intenta dar una formulación discursiva a sus conflictos y a sus emociones, con el fin de controlarlos.
La mayoría de las veces, el término se toma en sentido peyorativo; designa, especialmente durante la cura, el predominio otorgado al pensamiento abstracto sobre la emergencia y el reconocimiento de los afectos y de los fantasmas.
El término «intelectualización» no se encuentra en Freud y, en el conjunto de la literatura psicoanalítica, hallamos pocos desarrollos teóricos acerca de este proceso. Uno de los textos más explícitos es el de Anna Freud, que describe la intelectualización en el adolescente como un mecanismo de defensa, pero considerándolo como la exacerbación de un proceso normal mediante el cual el «yo» intenta «controlar las pulsiones asociándolos a ideas que puede manejar conscientemente [...]»: la intelectualización constituye, según esta autora, «[...] uno de los poderes adquiridos n. generales, más antiguos y más necesarios del yo humano» (1).
Este término se emplea sobre todo para designar una forma de resistencia hallada en la cura. Puede ser más o menos patente, pero constituye siempre un medio para evitar las implicaciones de la regla fundamental.
Así, un determinado paciente sólo presenta sus problemas en términos racionales y generales (ante una elección amorosa, disertará sobre las ventajas relativas del matrimonio y del amor libre). Otro, aunque evoca bien su historia, su carácter, sus propios conflictos, los formula desde un principio en términos de una reconstrucción coherente que incluso puede tomar del lenguaje psicoanalítico (por ejemplo, hablando de su «oposición a la autoridad» en lugar de referirse a las relaciones con su padre). Un tipo más sutil de intelectualización debe relacionarse con lo que K. Abraham describió en 1919 en Una forma particular de resistencia neurótica al método psicoanalítico (Über eine besondere Form des neurotischen Widerstandes gegen die psychoanalytische Methodik): algunos pacientes parecen efectuar un «buen trabajo» analítico y aplicar la regla, comunicando recuerdos, sueños, incluso experiencias afectivas. Pero todo sucede como si hablasen según un programa e intentasen comportarse como modelo de un analizado, dando ellos mismos sus interpretaciones y evitando así toda irrupción del inconsciente o toda intervención del analista, que se perciben como intrusiones peligrosas.
El término «intelectualización» reclama algunas reservas:
1) como muestra nuestro último ejemplo, no siempre es fácil distinguir este modo de resistencia del tiempo necesario y fecundo en que el sujeto da forma y asimila los descubrimientos anteriores y las interpretaciones que se le han suministrado {véase: Trabajo elaborativo);
2) el término «intelectualización» se refiere a la oposición, heredada de la psicología de las «facultades», entre lo intelectual y lo afectivo. Ofrece el peligro, una vez denunciada la intelectualización, de conducir a una valoración excesiva de lo «vivido afectivo» en la cura analítica, la cual se confunde entonces con el método catártico. Fenichel contrapone estas dos modalidades simétricas de la resistencia: «[...] el paciente se muestra siempre razonable y rehusa pactar con la lógica particular de las emociones; [...] el paciente se halla constantemente sumergido en un mundo oscuro de emociones, sin poder liberarse de él [...]» (1).
La intelectualización debe relacionarse con otros mecanismos descritos en psicoanálisis, principalmente con la racionalización*. Una de las finalidades primordiales de la intelectualización consiste en mantener a distancia y neutralizar los afectos. A este respecto, la racionalización ocupa un lugar distinto: no implica una evitación sistemática de los afectos, pero atribuye a éstos motivaciones más plausibles que verdaderas, dándoles una justificación de tipo racional o ideal (por ejemplo, un comportamiento sádico, en tiempo de guerra, justificado por las necesidades de la lucha, el amor a la patria, etc.).
INTERÉS (DEL YO)
= Al: Interesse, Ichinteresse. — Fr.: intérét o intérét du moi. — Ing.: interest, ego interest. — It.: interesse (dell'io). — Por.: interesse (do ego).
Término utilizado por Freud en el marco de su primer dualismo pulsional: energía de las pulsiones de autoconservación, en contraposición a la libido o energía de las pulsiones sexuales.
El sentido específico del término «interés», que es el que indicamos en la definición, se establece en los escritos freudianos durante los años 1911-1914. Ya es sabido que la libido* designa la energía de catexis de las pulsiones sexuales; paralelamente existe, según Freud, una energía de catexis de las pulsiones de autoconservación.
En algunas ocasiones, la palabra interés, tomada en un sentido general parecido al usual, abarca el conjunto de estos dos tipos de catexis, como por ejemplo, en el siguiente pasaje en el que Freud introduce la expresión: el paranoico retira «[...] quizá no solamente su catexis libidinal, sino también su interés en general, y por consiguiente las catexis procedentes del yo» (1). La tesis de Jung (a), que rehusa distinguir entre libido e «interés psíquico en general» conduce a Freud a subrayar esta oposición, reservando el término «interés» exclusivamente para las catexis procedentes de las pulsiones de autoconservación o pulsiones del yo (2) (véase:Egoísmo).
Este empleo específico se encuentra, por ejemplo, en las Lecciones de introducción al psicoanálisis (Vorlesungen zur Einführung in die Psychoanalyse, 1917) (3).
(a) Según Jung, el término «interés» habría sido propuesto por Claparede, precisamente como sinónimo de libido (4).
INTERIORIZACIÓN
= AL: Verinnerlichung. — Fr.: intériorisation. — Ing.: internalization. — It.: interiorizzazione. — Por.: interiorizafáo.
A) Término utilizado a menudo como sinónimo de introyección*.
B) En un sentido más específico, proceso en virtud del cual las relaciones intersubjetivas se transforman en relaciones íntrasubjetivas (interiorización de un conflicto, de una prohibición, etc.).
El término «interiorización» es de empleo frecuente en psicoanálisis. A menudo se toma, especialmente por la escuela kleiniana, en el sentido de introyección, es decir, del paso fantaseado de un objeto «bueno» o «malo», total o parcial, al interior del sujeto.
En un sentido más específico, se habla de interiorización cuando el proceso hace referencia a relaciones. Así, por ejemplo, se dirá que la relación de autoridad entre el padre y el niño se interioriza en la relación entre superyó y yo. Este proceso supone, dentro del psiquismo, una diferenciación estructural tal que permita vivir a nivel intrapsíquico relaciones y conflictos. De este modo, la interiorización es correlativa de las concepciones tópicas de Freud, especialmente de la segunda teoría del aparato psíquico.
Con afán de precisión terminológica, hemos distinguido en nuestra definición dos sentidos, A y B. De hecho, se hallan muy ligados entre sí: cuando declina el Edipo, puede decirse que el sujeto introyecta la imago paterna e interioriza el conflicto de autoridad con el padre.
INTERPRETACIÓN
= Al.: Deutung. — Fr.: interpretation. — Ing.: interpretation. — //..• interpretazione. — Por.: interpreta^áo.
A) Deducción, por medio de la investigación analítica, del sentido latente existente en las manifestaciones verbales y de comportamiento de un sujeto. La interpretación saca a la luz las modalidades del conflicto defensivo y apunta, en último término, al deseo que se formula en toda producción del inconsciente.
B) En la cura, comunicación hecha al sujeto con miras a hacerle accesible este sentido latente, según las reglas impuestas por la dirección y la evolución de la cura.
La interpretación se halla en el núcleo de la doctrina y de la técnica freudianas. Se podría caracterizar al psicoanálisis por la interpretación, es decir, por la puesta en evidencia del sentido latente de un material.
El primer ejemplo y el modelo de la interpretación lo ha constituido la actitud freudiana con respecto al sueño. Las teorías «científicas» del sueño intentaban explicarlo, como fenómeno de la vida mental, invocando un descenso de la actividad psíquica, una relajación de las asociaciones; algunas definían ciertamente el sueño como una actividad específica, pero ninguna de estas teorías tomaba en consideración su contenido y a fortiori la relación existente entre éste y la historia personal del individuo. En contraste con ello, los métodos de interpretación del tipo «la clave de los sueños» (Antigüedad, Oriente) no descuidaban el contenido del sueño, sino que le atribuían una significación. En este sentido, Freud declara adscribirse a esta tradición. Pero él hace recaer el acento en la inserción singular del simbolismo en la persona y, en este sentido, su método se aparta de las claves de los sueños (1 a).
Para Freud, la interpretación deduce, a partir de la narración que efectúa el sujeto (contenido manifiesto*), el sentido del sueño, tal como se formula en elcontenido latente*, al cual conducen las asociaciones libres. El objetivo último de la interpretación es el deseo inconsciente y el fantasma que lo encarna.
Por supuesto, el término «interpretación» no se reserva exclusivamente para designar esta importante producción del inconsciente que es el sueño. Se aplica también a las restantes producciones del inconsciente (actos fallidos, síntomas, etc.) y, de un modo más general, a todo aquello que, dentro de las manifestaciones verbales y el comportamiento del sujeto, lleva el sello del conflicto defensivo.
Dado que la comunicación de la interpretación es por excelencia el modo de acción del analista, el término empleado aisladamente tiene asimismo el sentido técnico de interpretación comunicada al paciente.
La interpretación, en este sentido técnico, se halla presente desde los orígenes del psicoanálisis. Con todo, se observará que en la época de los Estudios sobre la histeria (Studien über Hysterie, 1895), en la medida en que el principal objetivo consistía en hacer surgir de nuevo los recuerdos patógenos inconscientes, la interpretación no se había deducido todavía como el principal modo de la acción terapéutica (por lo demás, la propia palabra no se encuentra todavía en dicho texto).
La interpretación adquiere verdadera importancia a partir del momento en que comienza a definirse la técnica psicoanalítica. La interpretación se integra entonces en la dinámica de la cura, como ilustra el artículo sobre El manejo de la interpretación de los sueños en psicoanálisis {Die Handhabung der Traumdeutung in der Psychoanalyse, 1911): «Sostengo, pues, que la interpretación de los sueños no se debe practicar, en el curso del tratamiento analítico, como un arte en sí, sino que su uso queda sometido a las reglas técnicas que rigen todo el conjunto del tratamiento» (2). La consideración de estas «reglas técnicas» debe regir el nivel (más o menos «profundo»), el tipo (interpretación de las resistencia, de la transferencia, etc.) y el orden eventual de las interpretaciones.
No pretendemos tratar aquí de los problemas que plantea la interpretación, y que han sido objeto de numerosas discusiones técnicas: criterios, forma y formulación, oportunidad, «profundidad», orden, etcétera (a). Indicaremos solamente que la interpretación no cubre el conjunto de las intervenciones del analista en la cura (como, por ejemplo, el alentar al paciente a hablar, el darle seguridad, la explicación de un mecanismo o de un símbolo, las órdenes, las construcciones*, etc.), aunque todas ellas puedan adquirir valor interpretativo dentro de la situación analítica.
Señalemos, desde el punto de vista terminológico, que la palabra interpretación no es exactamente superponible al término alemán Deutung. La interpretación hace pensar más bien en todo lo que hay de subjetivo, de forzado y arbitrario, en el sentido que se da a un acontecimiento, a una palabra. Deutung tiene un sentido más próximo a explicación, esclarecimiento, y está menos impregnado, para la conciencia lingüística común, del matiz peyorativo que puede presentar el término español (3). Freud escribe: «la Deutung de un sueño consiste en determinar su Bedeutitng, su significación» (1 b).
También es preciso señalar que Freud no dejó de indicar el parentesco existente entre la interpretación, en el sentido analítico del término, y otros procesos mentales en lo que se manifiesta una actividad interpretativa.
Así, por ejemplo, la elaboración secundaria* constituye, por parte del sujeto que sueña, una «primera interpretación» destinada a proporcionar cierta coherencia a los elementos que son el producto del trabajo del sueño: «[...] algunos sueños han experimentado hasta el fondo una elaboración realizada por una función psíquica análoga al pensamiento durante la vigilia; parecen tener un sentido, pero este sentido es lo más alejado que pueda darse de la verdadera significación (Bedeutung)del sueño [...]. Se trata de sueños que, por así decirlo, ya han sido interpretados antes de que nosotros los sometamos, en estado de vigilia, a la interpretación» (1 c). En la elaboración secundaria, el sujeto trata el contenido del sueño de igual forma que todo contenido perceptivo inédito: tendiendo a reducirlo a lo ya conocido por medio de ciertas «representaciones de espera» (Erwartungsvorstellungen) (3). Freud también señala las relaciones existentes entre la interpretación paranoica (o incluso la interpretación de los signos en la superstición) y la interpretación analítica (4 a). En efecto, para los paranoicos todo es interpretable: «[...] atribuyen la mayor significación a los pequeños detalles que ordinariamente desatendemos en el comportamiento de los demás, interpretan a fondo (ausdeuten) y extraen conclusiones de gran alcance» (4 b). En sus interpretaciones del comportamiento de otro individuo, los paranoicos demuestran, con frecuencia, una mayor penetración que el sujeto normal. Pero esta lucidez de la que el paranoico da pruebas con respecto a los demás tiene como contrapartida un profundo desconocimiento de su propio inconsciente.
(a) El lector podrá orientarse acerca de estos problemas consultando la obra de Edward Glover The technique of Psycho-Analysis (1955), y especialmente la encuesta realizada por este autor entre los psicoanalistas.
(/?) Por lo demás, se observará que la psiquiatría alemana apenas utiliza la expresión «delirio de interpretación» para designar el delirio paranoico.
INTERPRETACIÓN ANAGÓGICA
= Al.: anagogische Deutung. — Fr.: interpretation anagogique. — Ing.: anagogic interpretation. — It.: interpretazione anagogica. — Por.: interpreta^áo anagógica.
Término utilizado por Silberer: modo de interpretación de las formaciones simbólicas (mitos, sueños, etc.), que explicitaria su significación moral universal. Por consiguiente, dado que orienta el símbolo hacia «ideales elevados», se opondría a la interpretación analítica, que reduciría los símbolos a su contenido particular y sexual.
El concepto de interpretación anagógica (del griego áváyw = conducir hacia lo alto) pertenece al lenguaje teológico, donde designa la interpretación «que se eleva del sentido literal a un sentido espiritual» (Littré). Aparece como la fase más evolucionada del pensamiento de Silberer acerca del simbolismo. Ha sido desarrollado en Problemas de la mística y de su simbolismo (Probleme der Mystik und ihrer Symbolik, 1914). En las parábolas, los ritos, los mitos, etc., encuentra Silberer una doble determinación: por ejemplo, el mismo símbolo que representa en psicoanálisis la muerte del padre se interpreta anagógicamente como «muerte del viejo Adán» en nosotros (1 a). Esta oposición correspondería a la existente entre «fenómeno material» y «fenómeno funcional» (véase este término) en el sentido amplio que finalmente le confirió Silberer.
La diferencia entre «funcional» y «anagógico» estriba únicamente en que el «[..] verdadero fenómeno funcional describe el estado o el proceso psíquico actual, mientras que la imagen anagógica parece indicar un estado o un proceso que ha de vivirse [erlebt werden 5oZ/]» (1 b). La interpretación anagógica tendería, por consiguiente, hacia la formación de nuevos símbolos funcionales cada vez más universales, que vendrían a representar los grandes problemas éticos del alma humana. Por lo demás, Silberer cree constatar una tal evolución en los sueños durante el tratamiento psicoanalítico (1 c).
Freud y Jones criticaron esta concepción. Freud sólo ve en la interpretación anagógica un retorno a las ideas pre-psicoanalíticas, que toman como sentido último de los símbolos lo que en realidad deriva de éstos por formación reactiva, racionalización, etc. (2). Jones relaciona la interpretación anagógica con la significación «prospectiva» atribuida por Jung al simbolismo: «Se admite que el símbolo es la expresión de un esfuerzo con vistas a un ideal moral elevado, esfuerzo que, al no alcanzar este ideal, se detiene en el símbolo; no obstante, se supone que el ideal final se halla implícito en el símbolo y es simbolizado por éste» (3).
INTROVERSIÓN
= Al.: Introversion. — Fr.: introversion. — Ing.: introversion. — //..• introversione. — Por.: introversáo.
Término introducido por Jung para designar, de un modo general, el desprendimiento de la libido de sus objetos exteriores y su retirada iiacia el mundo interno del sujeto.
Freud recogió el término, pero limitando su utilización a una retirada de la libido que conduce a la catexis de formaciones intrapsíquicas imaginarias, lo cual se debería diferenciar de una retirada de la libido hacia el yo (narcisismo secundario).
El término «introversión» aparece por vez primera en Jung en 1910 en Sobre los conflictos del alma infantil (Über Konflikte der kindlichen Seele). Se vuelve a encontrar en muchos textos posteriores de este autor, especialmente en Metamorfosis y simbolos de la libido (Wandlungen und Symbole der Libido, 1913). Luego el concepto alcanzó gran difusión en las tipologías postjunguianas (oposición entre los tipos introvertido y extravertido).
Freud, si bien admitió el término «introversión», efectuó desde un principio algunas reservas en cuanto a la extensión que debe darse a este concepto.
Para Freud, la introversión designa la retirada de la libido hacia objetos imaginarios o fantasmas; en este sentido, la introversión constituye una fase de la formación de los síntomas neuróticos, fase consecutiva a la frustración y que puede conducir a la regresión. La libido «[...] se aparta de la realidad, que ha perdido su valor para el individuo, a consecuencia de la frustración persistente que origina, y se vuelve hacia la vida fantasmática, donde crea nuevas formaciones de deseo y reaviva las huellas de formación de deseo anteriores y olvidadas» (1).
En Intruducción al narcisismo {Zur Einführung des Narzissmus, 1914), Freud critica el uso, en su opinión demasiado extenso, que se efectúa de la palabraintroversión y que conduce a Jung a considerar la psicosis como una neurosis de introversión. Freud opone el concepto de narcisismo (secundario), como retiro de la libido hacia el yo, al de introversión comu retiro de la libido hacia las fantasías, y considera la psicosis como neurosis narcisista*.
INTROYECCIÓN
= Al.: Introjektion. — Fr.: introjection. — Ing.: introjection. — It.: introiezione. — Por.: introjeíáo.
Proceso puesto en evidencia por la investigación analítica: el sujeto liace pasar, en forma fantaseada, del «afuera» al «adentro» objetos y cualidades inherentes a estos objetos.
La introyección está próxima a la incorporación, que constituye el prototipo corporal de aquélla, pero no implica necesariamente una referencia al limite corporal (introyección en el yo, en el ideal del yo, etc.).
Guarda íntima relación con la identifícación.
El término «introyección», creado por simetría con el de proyección, fue introducido por Sandor Ferenczi. En Introyección y transferencia {Introjektion und Übertragung, 1909) escribe este autor: «Así como el paranoico expulsa de su yo las tendencias que se han vuelto displacenteras, el neurótico busca la solución haciendo entrar en su yo la mayor parte posible del mundo exterior y convirtiéndola en objeto de fantasmas inconscientes. Por consiguiente, puede darse a este proceso, en contraste con la proyección, el nombre de introyección» (la). Con todo, resulta difícil desprender, del conjunto de este artículo, una acepción precisa de la noción de introyección, ya que Ferenczi parece utilizarlo en un sentido amplio, el de una «pasión por la transferencia», que conduce al neurótico a «atenuar sus afectos libremente flotantes ampliando el círculo de sus intereses» (1 b). Llama introyección a un.tipo de comportamiento (principalmente en el histérico) que .también podría denominarse proyección.
Freud adopta el término «introyección» y lo opone claramente a la proyección. El texto más explícito a este respecto es Las pulsiones y sus destinos (Tríete und Triebschicksale, 1915), donde se considera el origen de la oposición sujeto (yo)-objeto (mundo exterior) como correlativa a la oposición placer-displacer: el «yo-placer purificado» se forma por una introyección de todo lo que es fuente de placer y por una proyección afuera de todo lo que es motivo de displacer (véase: Yo-placer — Yo-realidad). La misma oposición se vuelve a encontrar en La negación (Die Verneinung, 1925): «[...] el yo-placer originario quiere [...] introyectar todo lo bueno y expulsar de sí todo lo malo» (2a).
La introyección se caracteriza además por su relación con la incorporación oral. Por otra parte, ambos términos se utilizan a menudo como sinónimos por Freud y otros muchos autores. Freud muestra cómo la oposición introyección-proyección se actualiza primeramente en forma oral antes de generalizarse. Este proceso «[...] se expresa así en el lenguaje de las pulsiones más antiguas, orales: quiero comérmelo o quiero escupirlo; y, traducido en una expresión más general: quiero introducir esto en mí y expulsar aquello de mí» (2 b).
Conviene, pues, mantener una distinción, por lo demás sugerida por este último pasaje, entre incorporación e introyección. En psicoanálisis, el límite corporal constituye el prototipo de toda separación entre un interior y un exterior; el proceso de incorporación se relaciona explícitamente con esta envoltura corporal. La noción de introyección es más amplia: no se trata aquí sólo del interior del cuerpo, sino del interior del aparato psíquico, de una instancia, etc. Así, se habla de introyección en el yo, en el ideal del yo, etc.
La introyección fue puesta en evidencia primeramente por Freud en el análisis de la melancolía (3), y luego reconocida como un proceso más general (4). Desde este punto de vista, ha renovado la teoría freudiana de la identificación*.
En la medida en que la introyección permanece marcada por su prototipo corporal, se traduce por fantasmas referentes a objetos, sean éstos parciales o totales. Este concepto desempeña un papel muy importante en los trabajos de autores como Abraham y, sobre todo, M. Klein, que ha descrito el ir y venir fantasmático de los objetos «buenos» y «malos» (introyección, proyección, reintroyección). Estos autores hablan principalmente de objetos introyectados y parece, en efecto, que el término debería reservarse a aquellos casos en que intervienen objetos o cualidades inherentes a éstos. En rigor no podría hablarse, como hace Freud, de «introyección de la agresividad» (3); en este caso resultaría preferible la expresión «vuelta hacia la propia persona»*.
JUICIO DE CONDENACIÓN
= AL: Verurteilung o Urteilsverwerfung. — Fr.: jugement de condamnation. — Jng.: judgment of condemnation. — It.: rifiuto da parte del giudizio; condamna. — Por.: julgamento de condenacao.
Operación o actitud mediante la cual el sujeto, aim cuando toma conciencia de un deseo, se prohibe su realización, principalmente por razones morales o de oportunidad. Freud ve en ello un modo de defensa más elaborado y más adaptado que la represión. Daniel Lagache ha propuesto considerarlo como un proceso de «desprendimiento» del yo, que acttia especialmente en la cura analítica.
En varias ocasiones se encuentra, en los escritos de Freud, el término Verurteilung y el de Urteilsverwerfung, que él mismo consideró como sinónimos (la). Según Freud, el juicio de condenación se incluiría dentro de una escala de defensas, que iría desde la más elemental a la más elaborada: reflejo de defensa mediante la huida (peligro externo), represión (peligro interno), juicio de condenación (1 b). ¿Cómo puede definirse este líltimo en relación con la represión? Unas veces aparece dotado de la misma finalidad que ésta: «[...] un buen método a adoptar contra una moción pulsional» (le). Otras veces se define como una modificación afortunada de la represión: «El individuo, en el pasado, sólo lograba reprimir la pulsión perturbadora, porque él mismo era entonces débil e imperfectamente organizado. Ahora que es maduro y fuerte, quizá llegará a dominar sin perjuicios lo que le es hostil» (2).
Es este aspecto positivo del juicio de condenación el que subraya Freud en las tiltimas páginas del Análisis de una fobia en un niño de cinco años (Analyse der Phobie eines fünfjahrigen Knaben, 1909). Allí se pregunta Freud acerca de los posibles efectos de la toma de conciencia por el pequeño Hans de sus deseos edípicos, incestuosos y agresivos. Si el análisis no ha precipitado a Hans en el camino de la satisfacción inmediata de estos deseos, es porque «[•••] reemplaza el proceso de la represión, que es automático y excesivo, por un control mesurado e intencional con la ayuda de las instancias psíquicas superiores. En una palabra:reemplaza la represión por el juicio de condenación» (3).
Observemos, a este respecto, que el juicio de condenación adquiere aquí sin duda, a los ojos de Freud, tanto más valor cuanto que es correlativo, en esta etapa de la vida de Hans, de la función estructurante de la prohibición del incesto y de la entrada en el período de latencia.
Sea como fuere, el juicio de condenación sigue siendo para Freud una transformación de la negación* y continúa llevando la marca de la represión, a la que substituye: «El juicio de condenación es el substitutivo intelectual de la represión; su «no» es la marca de ésta, un certificado de origen como, por así decirlo, unMade in Germany» (4 a). En el juicio de condenación se expresa eminentemente, según Freud, la contradicción inherente a la función misma del juicio: ésta «[...] sólo se ha vuelto posible por la creación del símbolo de la negación, que confiere al pensamiento un primer grado de independencia respecto a las consecuencias de la represión, y por tanto también respecto a la compulsión del principio de placer» (4 b); pero, sobre todo cuando dice no, el juicio cumple una función esencialmente defensiva: «[...] la negación [es la] sucesora de la expulsión» (4 c).
Según Daniel Lagache, mediante la referencia al juicio de condenación, se podría aclarar la dificultad inherente a la concepción freudiana de la noción de defensa y señalar mejor la distinción entre las compulsiones defensivas y los mecanismos de desprendimiento*, dentro de los cuales puede encontrar su puesto el juicio de condenación. En el caso del pequeño Hans, la esperanza de volverse mayor, expresada desde el principio por la idea de que su pene, «con sus raíces en el cuerpo», aumentaría de tamaño, constituye uno de los mecanismos concretos mediante los cuales el yo se desprende del conflicto edípico y de la angustia de castración. De un modo más general, Daniel Lagache ve en este proceso uno de los resultados de la cura analítica: aplazamiento de la satisfacción, modificación de las metas y de los objetos, consideración de las posibilidades que ofrece la realidad al sujeto y de los diferentes valores implicados, compatibilidad con el conjunto de las exigencias del sujeto.
LATENCIA (PERÍODO DE—)
= Al: Latenzperiode o Latenzzeit, a veces Aufschubsperiode. — Fr.: période de latence. — Ing.: latence period. — 7i.: periodo di latenza. — Por.: período de laténcia.
Período comprendido entre la declinación de la sexualidad infantil (quinto o sexto año) y el comienzo de la pubertad, y que representa una etapa de detención en la evolución de la sexualidad. Durante él se observa, desde este punto de vista, una disminución de las actividades sexuales, la desexualización de las relaciones de objeto y de los sentimientos (especialmente el predominio de la ternura sobre los deseos sexuales) y la aparición de sentimientos como el pudor y el asco y de aspiraciones morales y estéticas. Según la teoría psicoanalítica, el período de latencia tiene su origen en la declinación del complejo de Edipo; corresponde a una intensificación de la represión (que provoca una amnesia que abarca los primeros años), una transformación de las catexis de objetos en identificaciones con los padres y un desarrollo de las sublimaciones.
La idea de un período de latencia sexual (a) puede comprenderse ante todo, desde im punto de vista biológico, como una etapa de detención predeterminada entre dos «empujes» de la libido (3) y que, por lo tanto, no requeriría ninguna explicación psicológica en cuanto a su génesis. En tal caso puede describirse principalmente en cuanto a sus efectos, como sucede en los Tres ensayos sobre la teoría sexual (Drei Abhandlungen zur Sexualtheorie, 1905) (1 a).
Esta concepción es la que tiene en cuenta Freud cuando articula el período de latencia con la declinación del complejo de Edipo: «[...] el complejo de Edipo debe desaparecer porque ha llegado el momento de su disolución, como cae la primera dentición cuando los dientes definitivos empujan para salir» (2 ÍJ). Pero, así como el «empuje» puberal, que señala el final del período de latencia, es incontestable, no se ve tan claro a qué predeterminación biológica correspondería la entrada en el período de latencia. Por otra parte, tampoco se debería «[..] exigir una plena concordancia entre la formación anatómica y el desarrollo psicológico» (Ib).
Así, Freud se vio inducido a invocar, para explicar la declinación del Edipo, «la imposibilidad interna» (2 b) de éste, una especie de discordancia entre la estructura edípica y la inmadurez biológica: «[...] la ausencia persistente de la satisfacción esperada, la perpetua frustración del niño que espera, obligan al pequeño enamorado a renunciar a un sentimiento sin esperanza» (2 c).
En definitiva, la entrada en el período de latencia sólo se comprendería en relación con la evolución del complejo de Edipo y las modalidades de su resolución en los dos sexos {véase: Complejo de Edipo; Complejo de castración).
Secundariamente, las formaciones sociales, uniendo su acción a la del superyó, vienen a reforzar la latencia sexual: ésta «[...] sólo puede provocar una interrupción completa de la vida sexual en las organizaciones culturales que en su programa incluyen una repression de la sexualidad infantil. No es éste el caso de la mayor parte de los pueblos primitivos» (3).
Se observará que Freud habla de periodo de latencia, no de fase*, lo cual debe interpretarse del siguiente modo: durante el período considerado, si bien pueden observarse manifestaciones sexuales, no se puede hablar en rigor de una nueva organización de la sexualidad.
(") Freud declara haber tomado este término de Wilhelm Fliess.
(/í) En una carta a Fliess (4) se encuentra una primera referencia de Freud a períodos de la vida (Lebensalter) y a épocas de transición (Übergangszeiten)«durante las cuales, en general, se produce la represión»,
LIBIDO
Energía postulada por Freud como substrato de las transformaciones de la pulsión sexual en cuanto al objeto (desplazamiento de las catexls), en cuanto al fin (por ejemplo, sublimación) y en cuanto a la fuente de la excitación sexual (diversidad de las zonas erógenas).
En Jung, el concepto «libido» se amplía hasta designar «la energía psíquica» en general, presente en todo lo que es «tendencia a», appetitus.
El término «libido» significa en latín deseo, ganas. Freud declara haberlo tomado de A. Moll (Untersuchungen über die Libido sexualis, volumen I, 1898). De hecho, se encuentra repetidas veces en las cartas y manuscritos dirigidos a Fliess, y por vez primera en el Manuscrito E (fecha probable: junio de 1894).
Resulta difícil dar una definición satisfactoria de la libido. Por una parte, la teoría de la libido ha evolucionado con las diferentes etapas de la teoría de las pulsiones; por otra, el concepto mismo dista de haber recibido una definición unívoca (a). Con todo, Freud le atribuyó siempre dos características originales:
1.^ Desde un punto de vista cualitativo, la libido no es reductible, como quería Jung, a una energía mental inespecífica. Si bien puede ser «desexualizada», especialmente en las catexis narcisistas, ello ocurre siempre secundariamente y por una renunciación a la meta específicamente sexual.
Por otra parte, la libido no incluye nunca todo el campo pulsional. En una primera concepción, se opone a las pulsiones de autoconservación*. Cuando éstas, en la última concepción de Freud, aparecen como de naturaleza libídínal, la oposición se desplaza para convertirse en la existente entre la libido y las pulsiones de muerte. Así, pues, se mantiene siempre el carácter sexual de la libido y no se acepta jamás el monismo junguiano.
2.'' La libido se considera siempre, sobre todo, como un concepto cuantitativo: «[.,.] permite medir los procesos y transformaciones en el ámbito de la excitación sexual» (1 a). «Su producción, su aumento y su disminución, su distribución y su desplazamiento deberían proporcionarnos los medios para explicar los fenómenos psicosexuales» (ib).
Estas dos características quedan subrayadas en la siguiente definición de Freud: «Libido es una expresión tomada de la teoría de la afectividad. Llamamos así la energía, considerada como una magnitud cuantitativa (aunque actualmente no pueda medirse), de las pulsiones que tienen relación con todo aquello que puede designarse con la palabra amor» (2).
Así como la pulsión sexual se sitiia en el límite somato-psíquico, la libido designa su aspecto psíquico; es «la manifestación dinámica, en la vida psíquica, de la pulsión sexual» (3). Como energía claramente diferenciada de la excitación sexual somática, es introducido el concepto de libido por Freud en sus primeros escritos sobre la neurosis de angustia* (1896): una insuficiencia de «libido psíquica» hace que la tensión se mantenga en el plano somático, donde se traduce sin elaboración psíquica en síntomas. Si «[...] faltan parcialmente ciertas condiciones psíquicas» (4), la excitación sexual endógena no es controlada, la tensión no puede ser utilizada psíquicamente, hay una escisión entre lo somático y lo psíquico y aparece la angustia.
En la primera edición de los Tres ensayos sobre la teoría sexual {Drei Abhandhmgen zur Sexualtheorie, 1905), la libido (homologa, respecto al amor, del hambre respecto al instinto de nutrición) permanece próxima al deseo sexual que busca la satisfacción y permite reconocer sus transformaciones: sólo se habla entonces de libido objetal; vemos cómo ésta se concentra sobre objetos, se fija en ellos o los abandona, substituyendo un objeto por otro.
Dado que la pulsión sexual representa una fuerza que ejerce un «empuje», Freud define la libido como la energía de esta pulsión. Este aspecto cuantitativo es el que prevalecerá en lo que será, a partir de la concepción del narcisismo y de una libido del yo, la «teoría de la libido».
En efecto, el concepto «libido del yo» implica una generalización de la economía libidinal, que engloba todo el movimiento de catexis y contracatexis y atenúa el aspecto de significaciones subjetivas que podía evocar la palabra libido; como dice el propio Freud, la teoría se vuelve aquí francamente especulativa. Cabe preguntarse si, al introducir, en Más allá del principio del placer (Jenseits des Lustprinzips, 1920), el concepto de Eros* como principio fundamental de las pulsiones de vida, tendencia de los organismos a mantener la cohesión de la substancia viva y a crear nuevas unidades, Freud no intentó encontrar también a nivel de un mito biológico la dimensión subjetiva y cualitativa inherente desde un principio a la noción de libido.
(a) Acerca de la evolución de la teoría de la libido, véase el articulo Libidotheorie, de 1922, y el cap. XXVI de las Lecciones de introducción al psicoanálisis (Vorlesungen zur Einführung in die Psychoanalyse, 1916-1917),
LIBIDO DEL YO —LIBIDO OBJETAL
= AL: Ichlibido - Objektiibido. — Fr.: libido du moi - libido d'objet. — Ing.: ego-libido - object-libido. — It.: libido dell'io - libido oggettuale. — Por.: libido do ego - libido objetal.
Términos introducidos por Freud para distinguir dos modos de catexis de la libido: ésta puede tomar como objeto la propia persona (libido del yo o narcisista)
o un objeto exterior (libido objetal). Según Freud, existe un equilibrio energético entre estos dos modos de catexis, disminuyendo la libido objetal cuando aumenta la libido del yo, y a la inversa.
Fue especialmente el estudio de las psicosis el que condujo a Freud a reconocer que el sujeto podía tomar su propia persona como objeto de amor {véase:Narcisismo), lo que, en términos energéticos, significa que la libido puede catectizarse tanto sobre el yo como sobre un objeto exterior. Aquí se encuentra el origen de la distinción entre libido del yo y libido objetal. Los problemas económicos planteados por esta distinción se abordan en Introducción al narcisismo {Zur Einführung des Narzissmus, 1914).
La libido, según Freud, comenzaría por catectizarse sobre el yo (narcisismo primario)*, antes de ser enviada, a partir del yo, hacia los objetos exteriores: «Nos representamos así una catexis libidinal primitiva del yo; más tarde, una parte es cedida a los objetos, pero fundamentalmente la catexis del yo persiste y se comporta, respecto a las catexis de objeto, como el cuerpo de un protozoo respecto a los sendópodos que ha emitido» (1 a).
La retirada de la libido objetal hacia el yo constituye el narcisismo secundario, que se observa especialmente en los estados psicóticos (hipocondría, delirio de grandezas).
Desde el punto de vista terminológico, se observará: 1) Que la palabra objeto, en la expresión libido objetal, se toma en el sentido restringido de objeto exterior y no incluye el yo, que, en un sentido más amplio, puede calificarse también de objeto de la pulsión {véase: Objeto); 2) Que la preposición de en las expresioneslibido del yo, libido de objeto, indica la relación de la libido con su punto de destino y no con su punto de partida.
Esta segunda observación nos conduce a dificultades que ya no son meramente terminológicas.
Freud sólo reconoció, en un principio, una gran dualidad pulsional; pulsiones sexuales*-pulsiones del yo* (o de autoconservación)*. La energía de los primeros se designa como libido, y la energía de los segundos
como energía de las pulsiones del yo o interés*. La nueva distinción introducida aparece ante todo como una subdivisión de las pulsiones sexuales en función de su objeto de catexis:
Pulsiones del yo (interés) pulsiones sexuales (libido)
/ \ Libido del yo Libido objetal
Con todo, si bien desde un punto de vista conceptual la distinción entre pulsiones del yo y libido del yo es clara, deja de serlo en los estados narcisistas (sueño, enfermedad somática): «Libido e interés del yo tienen aquí el mismo destino y de nuevo resulta imposible distinguirlos entre sí» (1 b). Freud no admite el monismo pulsional de Jung (a).
Una dificultad similar la plantea el empleo, frecuente en Freud, de expresiones tales como: «[...] la libido es enviada a partir del yo sobre los objetos». ¿No nos induce esto a pensar que la «libido del yo» encuentra en el yo no sólo su objeto, sino también su fuente, de forma que se borraría la distinción entre libido del yo y pulsiones del yo? El problema es tanto más difícil de resolver cuanto que Freud introduce el concepto de libido del yo en la misma época en que elabora la concepción propiamente tópica del yo. Esta ambigüedad se refleja también en las expresiones en que Freud califica el yo de «gran reservorio de la libido». La interpretación más coherente que puede proponerse del pensamiento freudiano acerca de este punto es la siguiente: la libido, como energía pulsional, tiene su fuente en las diversas zonas erógenas; el yo, como persona total, almacena esta energía libidinal, de la cual es el primer objeto; pero, a continuación, el «reservorio» se comporta, respecto a los objetos exteriores, como una fuente, puesto que de él emanan todas las catexis.
(") Esto se desprende del examen que hace Freud de las tesis de Jung en 1914 (le). En una exposición retrospectiva que efectúa Freud de la evolución de la teoría de la libido en «Psicoanálisis» y «Teoría de la libido» («Psychoanalyse» und «Libidoíheorie», 1923) (2) reinterpreta este momento de su pensamiento en el sentido de una reducción de las pulsiones del yo a la libido del yo, como si en 1914 se hubiera acercado a los puntos de vista de Jung. Observemos que en 1922 Freud ya ha elaborado una nueva teoría de las pulsiones, en la cual éstas se someten a una nueva clasificación a partir de la oposición entre pulsiones de vida y pulsiones de muerte. De ello resultaría, a nuestro modo de ver, que Freud presta menos atención entonces a las distinciones introducidas en 1914 y luego reafirmadas en 1917 en las Lecciones de introducción al psicoanálisis (Vorlesungen zur Einjührung in die Psycholysaane) (3).
LIBIDO NARCISISTA
Al.: Narzisstische Libido. — Fr.: libido narcissique. — Ing.: narcissistic libido. — It.: libido narcisistica. — Por.: libido narcisica.
Véase: Libido del yo — Libido objetal.
LIGAZÓN
= Al.: Bindung. — Fr.: liaison. — Ing.: binding. — It.: légame. — Por.: ligagao.
Término utilizado por Freud para designar, de un modo muy general y en registros relativamente distintos (tanto a nivel biológico como en el aparato psíquico), una operación que tiende a limitar el libre flujo de las excitaciones, a unir las representaciones entre sí, a constituir y mantener formas relativamente estables.
Aunque el término «ligazón» debe relacionarse con la oposición energía libre — energía ligada, su sentido no se agota en esta acepción puramente económica: más allá de su significación propiamente técnica, este término, que se encuentra en diferentes momentos de la obra de Freud, señala una exigencia constante de la conceptualización. Más que enumerar sus usos, preferimos situar su alcance en tres momentos de la metapsicología, en la que desempeña un importante papel,
I. En el Proyecto de psicología científica (Entwurf einer Psychologic, 1895), Bindung designa ante todo el hecho de que la energía del aparato neuronal pasa del estado libre al estado de energía ligada, o también que se encuentra en este último estado. Esta ligazón implica, según Freud, la existencia de una masa de neuronas bien unidas, entre las cuales existen buenas facilitaciones*, el yo; «El mismo yo es una masa de neuronas de este tipo, que mantienen su catexis, es decir, que se encuentran en el estado de ligazón, lo cual indudablemente sólo puede producirse por su acción recíproca» (1 a).
Esta misma masa ligada ejerce sobre otros procesos un efecto de inhibición o de ligazón. Así, por ejemplo, cuando Freud se pregunta por el destino de algunos recuerdos referentes a experiencias dolorosas (Schmerzerlebnisse), que, al ser evocados de nuevo, «[...] despiertan a la vez afecto y displacer», los califica de «indomados» (ungebdndigt): «Si el curso del pensamiento choca con alguna de estas imágenes mnémicas todavía indomadas, se comprueba la aparición de sus indicios de cualidad, a menudo de naturaleza sensorial, de una sensación de displacer y de tendencias a la descarga, elementos cuya combinación caracteriza un determinado afecto; el curso del pensamiento queda así roto». Para que un recuerdo de este tipo pueda ser «domado» es preciso que se establezca «[...] una relación con el yo o con las catexis del yo [...]»; es necesaria una ligazón particularmente fuerte y repetida proveniente del yo para contrarrestar la facilitación que conduce al displacer» (1 b).
Nos parece que aquí se deben subrayar dos ideas:
1." Es condición para la ligazón energética el establecimiento de relaciones, de facilitaciones, con un sistema ya catectizado y que forme un todo: se trata de una «[...] inclusión de nuevas neuronas» en el yo (1 c).
2." La Bindung tiene, a todo lo largo del Proyecto, su polo opuesto, la Entbindiing (literalmente, «desligazón»); este último término designa el proceso desencadenante, de liberación brusca de energía, por ejempío, la que se produce en los músculos o en las glándulas, cuando la magnitud cuantitativa del efecto es muy superior a la de la energía desencadenante. El término se encuentra principalmente en las formas Unlustentbindung (liberación de displacer), Lustentbindung(liberación de placer), Sexualentbindung (liberación [de excitación] sexual), Affektentbindung (liberación de afecto) y, en otros textos, Angstentbindung (liberación de angustia). En todos estos casos, lo que se designa es una brusca aparición de una energía libre que tiende en forma incoercible a la descarga.
El hecho de relacionar estos diferentes términos no deja de sorprender por la concepción económica que implican; en efecto, el utilizar el mismo término para calificar tanto la liberación de placer como la de displacer equivale en apariencia a atacar la idea fundamental de que placer y displacer son dos procesos inversos que se refieren a una misma energía (disminución de la tensión en el primer caso, aumento en el segundo), a menos de suponer, lo que no concuerda en modo alguno con la hipótesis freudiana, que placer y displacer corresponden respectivamente a dos energías cualitativamente distintas.
Para superar esta dificultad, parece singularmente útil la oposición Entbindung-Bindung. Al oponerse a la ligazón del yo, toda liberación de proceso primario, tanto en el sentido de aumento como de disminución del nivel absoluto de tensión, vulnera el nivel relativamente constante del yo. Cabe pensar que, para Freud, es sobre todo la liberación de excitación sexual la que pone en peligro de este modo la función de ligazón del yo (véase: Posterioridad; Seducción).
II. Con la obra Más allá del principio del placer (Jenseits des Lustprinzips, 1920), el problema de la ligazón no solamente pasa al primer plano de la reflexión de Freud, sino que su planteamiento se vuelve más complejo. Freud recurre de nuevo a la noción de ligazón a propósito de la repetición del traumatismo por el sujeto, que se toma como modelo de la repetición de experiencias displacenteras. Recoge la concepción ya presente desde el Proyecto, según la cual es un sistema ya fuertemente catectizado el capaz de ligar psíquicamente un aflujo de energía. Pero el caso del trauma como amplia efracción de los límites del yo permite captar esta capacidad de ligazón en el momento mismo en que se encuentra amenazada. De ello resulta una situación inesperada de la ligazón con relación al principio del placer y al proceso primario. Si bien generalmente la ligazón se concibe como una influencia del yo sobre el proceso primario, es decir, como la introducción de la inhibición característica del proceso secundario y del principio de realidad, Freud se ve inducido aquí a preguntarse si en ciertos casos el «dominio [mismo] del principio de placer» no supone la ejecución previa de la «[...] tarea [...] de controlar o ligar la excitación, tarea que prevalecería, sin duda, no en oposición con el principio de placer, sino independientemente de éste y en parte sin tenerlo en cuenta» (2).
Incluso aunque esta ligazón actúe finalmente en beneficio del yo, parece que Freud le atribuye, no obstante, una significación propia, en la medida en que ve en ella el fundamento de la compulsión a la repetíción y hace de ésta, en último análisis, la marca misma de lo pulsional. Queda, pues, sin responder la cuestión de la existencia de dos tipos de ligazón: una, reconocida desde bastante tiempo antes, que es coextensiva a la noción de yo: otra, más próxima a las leyes que regulan el deseo inconsciente y la disposición de las fantasías, leyes que son las del proceso primario: la energía libre misma, tal como se la descubre en psicoanálisis, no es una descarga masiva de excitación, sino una circulación a lo largo de cadenas de representaciones, que implican la existencia de «lazos» asociativos.
III. Finalmente, dentro de la última teoría de las pulsiones, la ligazón se convierte en la característica fundamental de las pulsiones de vida, en oposición a las pulsiones de muerte: «El fin del Eros consiste en establecer unidades cada vez mayores, y por consiguiente conservar; es la ligazón. El fin de la otra pulsión es, por el contrario, romper las relaciones, y por consiguiente destruir las cosas» (3).
En la última formulación de la teoría, la instancia del yo y la energía pulsional que tiene a su disposición quedan situadas fundamentalmente en el lado de las pulsiones de vida: «Sirviendo para instaurar este conjunto unificado que caracteriza el yo o la tendencia de éste [esta energía] se atendría siempre a la intención principal del Eros, que es unir y ligar» (4).
Creemos finalmente que la problemática psicoanalítica de la ligazón podría plantearse a partir de tres direcciones semánticas que evoca dicho término: la idea de relación entre varios términos ligados, por ejemplo, dentro de una cadena asociativa (Verbindung), la idea de un conjunto en el que se mantiene una cierta cohesión, de una forma definida por ciertos límites o fronteras (compárese con la palabra inglesa boundary, en la que se vuelve a encontrar la raíz bind), y en fin, la idea de una fijación sobre un lugar de una cierta cantidad de energía que ya no puede fluir libre