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jueves, 9 de enero de 2014

DICCIONARIO DE PSICOANÁLISIS Jean Laplanche y Jean-Bertrand Pontalis (S-Z)


SADISMO
= Al.: Sadismus. — Fr.: sadisme. — Ing.: sadism. — It.: sadismo. — Por.: sadismo.
Perversión sexual en la cual la satisfacción va ligada al sufrimiento o a la humillación infligidos a otro.
£1 psicoanálisis extiende el concepto de sadismo más allá de la perversión descrita por los sexólogos, reconoce numerosas manifestaciones del mismo, más larvadas, especialmente infantiles, y lo considera como uno de los componentes fundamentales de la vida pulslonal.
Para la descripción de las distintas formas o grados de la per\'ersión sádica, remitimos al lector a las obras de los sexólogos, en especial las de Krafft-Ebing y Havelock Ellis (a).
Desde el punto de vista terminológico, señalemos que Freud, la mayoría de las veces, reserv-a el término «sadismo» (por ejemplo, en Tres ensayos sobre la teoría sexual [Drei Abliandlungen zur Sexualtheorie,
1905]) o de «sadismo propiamente dicho» (1) para designar la asociación de la sexualidad y de la violencia ejercida sobre otro.
Con todo, de un modo más amplio, denomina a veces sadismo el mero ejercicio de esta violencia, aparte de toda satisfacción sexual (2) {véase: Pulsión de apoderamiento; Agresividad; Sadomasoquismo). Este empleo de! término, del cual el propio Freud señaló que no era absolutamente riguroso, ha adquirido gran difusión en psicoanálisis; ha conducido a convertir erróneamente la palabra sadismo en sinónimo de agresividad. Esta utilización es especialmente clara en los trabajos de Melanie Klein y su escuela.
(n) Fue Krafft-Ebing quien propuso designar esta perversión con el nombre de sadistno, por referencia a la obra del marqués de Sade.
SADISMO-MASOQUISMO, SADOMASOQUISMO
= At.: Sadismus - Masochismus, Sadomasochismus. — Fr.: sadisme - masochisme, sado-masochisme. — Ing.: sadism ~ masochism, sado-masochism. — It.:sadismo masochismo, sado-masochismo. — Por.: sadismo - masoquismo, sado-masoquismo.
Expresión que no sólo pone de relieve lo que puede haber de simétrico y complementario en las dos perversiones sádica y masoquista, sino que además designa un par antitético fundamental, tanto en la evolución como en las manifestaciones de la vida pulsional.
Dentro de esta perspectiva, el término «sadomasoquismo», utilizado en sexología para designar formas mixtas de estas dos perversiones, ha sido recogido por el psicoanálisis, especialmente en Francia por Daniel Lagache, para subrayar la interrelación de estas dos posiciones, tanto en el conflicto intersubjetivo (dominio-sumisión) como en la estructuración de la persona (autocastigo).
En los artículos Masoquismo y Sadismo encontrará el lector, sobre todo, consideraciones terminológicas; el presente artículo considera únimente el par antitético sadismo-masoquismo, desde el punto de vista de la relación que establece el psicoanálisis entre sus dos polos y de la función que le atribuye.
La idea de una conexión entre las per\-ersiones sádica y masoquista ya fue señalada por Krafft-Ebing. Freud la subraya a partir de los Tres ensayos sobre la teoría sexual (Drei Abhandlungen zur Sexualtheorie,
1905), haciendo del sadismo y del masoquismo las dos vertientes de una misma perversión, cuyas formas activa y pasiva se encuentran en proporciones variables en un mismo individuo: «Un sádico es siempre al mismo tiempo un masoquista, lo que no impide que pueda predominar el aspecto activo o el pasivo de la perversión y caracterizar la actividad sexual prevalente» (la).
En las siguientes obras de Freud y en el pensamiento psicoanalítico, se afirmarán cada vez más dos ideas:
1.^ la correlación de los dos términos del par es tan íntima que no pueden ser estudiados separadamente en su génesis ni en ninguna de sus manifestaciones;
2.=' la importancia de este par va mucho más allá del plano de las perversiones: «El sadismo y el masoquismo ocupan, entre las perversiones, un lugar especial. La actividad y la pasividad, que forman sus características fundamentales y opuestas, son constitutivas de la vida sexual en general» (1 b).
En ío que respecta a la génesis respectiva del sadismo y del masoquismo, las ideas de Freud evolucionaron paralelamente a las modificaciones aportadas a la teoría de las pulsiones. Aludiendo a la primera teoría, tal como se elabora definitivamente en Las pulsiones y sus destinos (Triebe und Triebschicksale, 1915), se dice corrientemente que el sadismo es anterior al masoquismo, que éste es un sadismo vuelto hacia la propia persona. De hecho, sadismo se toma aquí en el sentido de una agresión contra otro, en la cual el sufrimiento de éste no entra en con
sideración y que no se acompaña de ningún placer sexual. «El psicoanálisis parece mostrar que el infligir dolor no desempeña papel alguno en los fines a los que apunta originariamente la pulsión. El niño sádico no hace entrar en sus consideraciones ni en sus intenciones el hecho de infligir dolor» (2 a). Lo que Freud llama aquí sadismo es el ejercicio de la pulsión de apoderamiento*.
El masoquismo responde a una vuelta* hacia la propia persona y al mismo tiempo a una transformación* de la actividad en pasividad. Sólo en la fase masoquista la actividad pulsional adquiere una significación sexual y el hacer sufrir se convierte en un carácter inmanente de la misma: «[...] la sensación de dolor, al igual que otras sensaciones displacenteras, invaden el dominio de la excitación sexual y provocan un estado de placer, por amor al cual se puede también encontrar gusto al displacer del dolor» (2 b). Freud indica dos etapas de esta vuelta hacia la propia persona: una en la que el sujeto se hace sufrir a sí mismo, actitud singularmente clara en la neurosis obsesiva, y otra, característica del masoquismo propiamente dicho, en la cual el sujeto se hace infligir dolor por persona ajena: antes de pasar a la voz «pasiva», el verbo hacer sufrir pasa por la voz «intermedia» reflexiva (2 c). Finalmente, el sadismo en el sentido sexual del término, implica una nueva vuelta de la posición masoquista.
En estas dos vueltas sucesivas, Freud subraya el papel desempeñado por la identificación con el otro en la fantasía: en el masoquismo «[...] el yo pasivo se sitúa fantaseadamente en su lugar precedente, lugar que ahora ha sido cedido al sujeto ajeno» (2 d). Igualmente, en el sadismo «[...] al infligir [dolores] a otros, se goza masoquistamente [de ellos] en la identificación con el objeto que sufre» (2 e) (a).
Se observará que la sexualidad interviene en el proceso, correlativamente a la aparición de la dimensión intersubjetiva y de la fantasía.
Si bien Freud dijo, para caracterizar esta etapa de su pensamiento en comparación con la siguiente, que deducía el masoquismo del sadismo y que no admitía entonces la tesis de un masoquismo primario, puede verse, sin embargo, que, a condición de tomar el par masoquismo-sadismo en su sentido propio, sexual, la fase masoquista ya se considera ciertamente como la primera, la fundamental.
Con la introducción de la pulsión de muerte, Freud plantea en principio la existencia de lo que llama masoquismo primario. En una primera fase, mítica, toda la pulsión de muerte se halla vuelta hacia la propia persona, pero todavía no es esto lo que Freud llama masoquismo primario. Es inherente a la libido el derivar gran parte de la pulsión de muerte hacia el mundo exterior: «Parte de esta pulsión se pone directamente al servicio de la pulsión sexual, donde su papel es importante. Tal es el sadismo propiamente dicho. Otra parte no acompaña esta desviación hacia el exterior, sino que persiste en el organismo, donde es ligada libidinalmente con la ayuda de la excitación sexual, de la cual se acompaña [...]; reconocemos aquí el masoquismo originario, erógeno» (3 a).
Si se prescinde de cierta imprecisión terminológica que no escapó al propio Freud (3 b), puede decirse que el primer estado en el que la pulsión de muerte se dirige totalmente contra el propio individuo no corresponde más a una posición masoquista que a una posición sádica.
En un mismo movimiento, al asociarse la pulsión de muerte a la libido, se escinde en sadismo y en masoquismo erógenos. Observemos, por último, que este sadismo, a su vez, puede volverse hacia la propia persona y convertirse en un «masoquismo secundario, que se añade al masoquismo originario» (3 c).
Freud describió, en ia evolución del niño, la parte que corresponde al sadismo y al masoquismo en las diferentes organizaciones libidinales; los ve actuar, ante todo y principalmente, en la organización anal-sádica*, pero también en las otras fases {véase: Fase oral-sádica; Canibalismo; Unión-Desunión). Ya es sabido que el par actividad-pasividad*, que se realiza eminentemente en la oposición sadismo-masoquismo, se considera por Freud como una de las grandes polaridades que caracterizan la vida sexual del sujeto y que vuelve a encontrarse en los pares que suceden a aquél: fálico-castrade, masculino-femenino.
" La función intrasubjetiva del par sadismo-masoquismo fue descubierta por Freud, especialmente en la dialéctica entre superyó sádico y yo masoquista (3, 4).
Freud señaló no sólo la interrelación entre sadismo y masoquismo en las perversiones manifiestas, sino también la reversibilidad de las posiciones en el fantasma y en el conflicto intrasubjetivo. En esta misma línea de pensamiento, D. Lagache ha insistido particularmente en el concepto de sadomasoquismo (3), que considera como la dimension fundamental de la relación intersubjetiva. El conflicto psíquico, y su forma central o conflicto edípico, puede interpretarse como un conflicto de demandas (véase: Conflicto) «[...] la posición del que demanda es, virtualmente, una posición de perseguido-perseguidor, puesto que la mediación de la demanda introduce necesariamente las relaciones sadomasoquistas del tipo dominio-sumisión que implica toda interferencia del poder» (5).
(a) Acerca de la articulación entre el sadismo y el masoquismo en la estructura fantaseada, véase Pegan a un niño (Ein Kind wird gesehlagen, 1919).
(/?) Respecto del alcance que D. Lagache otorga a la noción de sadomasoquismo, véase el texto citado en (5).
SEDUCCIÓN (ESCENA DE—, TEORÍA DE LA—)
= Al.: Verführung (Verführungsszene, Verführungstheorie). — Fr.: scene de, théorie de la seduction. — Ing.: scene, theory of seduction. — It.: scena di, teoria della seduzione. — Por.: cena de, teoria da sedugáo.
  1. Escena, real o fantasmática, en la cual el sujeto (generalmente un niño) sufre pasivamente, por parte de otro (casi siempre un adulto), insinuaciones o maniobras sexuales.
  2. Teoría elaborada por Freud, entre 1895 y 1897 y abandonada después, que atribuía un papel determinante, en la etiología de las psiconeurosis, al recuerdo de escenas reales de seducción.
Antes de constituir una teoría, con la que Freud, en la época de fundación del psicoanálisis, creía poder explicar la represión de la sexualidad, la seducción fue un descubrimiento clínico; los pacientes, en el curso del tratamiento, recordaban experiencias de seducción sexual; se trataba de escenas vividas en las que la iniciativa correspondía a otra persona (generalmente un adulto) y que podían abarcar, desde simples insinuaciones en forma de palabras o gestos, hasta un atentado sexual más o menos definido, que el sujeto sufrió pasivamente con susto*.
Freud empieza a mencionar la seducción a partir de 1893; entre 1895 y 1897 le concedió un papel importante en la teoría, al mismo tiempo que, desde el punto de vista cronológico, se vio inducido a hacer retroceder cada vez más lejos en la infancia las escenas de seducción traumatizantes.
Hablar de teoría de la seducción no es sólo atribuir un papel etiológico importante a las escenas sexuales en comparación con otros traumas; de hecho, para Freud, esta preponderancia se convierte en el principio de una tentativa muy elaborada para explicar en su origen el mecanismo de la represión.
Esquemáticamente, esta teoría supone que el trauma* se produce en dos tiempos, separados entre sí por la pubertad. El primer tiempo, el de la seducción propiamente dicha, Freud lo define como un acontecimiento sexual «presexual»; el acontecimiento sexual es producido desde el exterior a un sujeto incapaz todavía de emoción sexual (ausencia de las condiciones somáticas de ¡a excitación, imposibilidad de integrar la experiencia). La escena, en el momento de producirse, no es objeto de represión. Sólo en un segundo tiempo, un nuevo acontecimiento, que no comporta necesariamente una significación sexual en sí mismo, evoca por algunos rasgos asociativos el recuerdo del primero: «Se nos ofrece aquí —señala Freud— la única posibilidad de ver cómo un recuerdo produce un efecto mucho mayor que el acontecimiento mismo» (la). El recuerdo es reprimido en virtud del aflujo de excitación endógena que desencadena.
Decir que la escena de seducción es vivida pasivamente no significa solamente que el sujeto tiene un comportamiento pasivo durante esta escena, sino también que la sufre sin que provoque en él una respuesta, sin que despierte representaciones sexuales: el estado de pasividad es correlativo con una no-preparación; la seducción produce un «susto sexual» (Sexualschreck).
Freud atribuye tanta importancia a la seducción en la génesis de la represión que intenta encontrar sistemáticamente escenas de seducción pasiva, tanto en ¡a neurosis obsesiva como en ¡a histeria, donde primeramente las descubrió. «En todos mis casos de neurosis obsesiva he encontrado, en una edad miUy precoz, años antes de la experiencia de placer, una experiencia puramente pasiva, lo cual no puede ser debido al simple azar» (Ib). Aunque Freud diferencia la neurosis obsesiva de la histeria por el hecho de que la primera se halla determinada por experiencias sexuales precoces vividas activamente con placer, busca, sin embargo, detrás de tales experiencias, escenas de seducción pasiva como las que se encuentran en la histeria.
Ya es sabido que Freud se vio inducido a dudar de la veracidad de las escenas de seducción y a abandonar la teoría correspondiente. En la carta a Fliess el 21-IX-1897 explica los motivos de este abandono. «Es necesario que te confíe inmediatamente el gran secreto que se me ha revelado lentamente durante estos últimos meses. Y-a no creo más en mi neurótica» (1 c). Freud descubre que las escenas de seducción son, en ocasiones, el producto de reconstrucciones fantasmáticas, descubrimiento que es correlativo con el develamiento progresivo de la sexualidad infantil.
Clásicamente se considera que el abandono por Freud de la teoría de la seducción (1897) constituye un paso decisivo en el advenimiento de la teoría psicoanalítica y en la preponderancia concedida a las nociones de fantasma inconsciente, de realidad psíquica de sexualidad infantil espontánea, etc. E\ propio Freud afirmó, en -varias ocasiones, \a importancia de este momento en la historia de su pensamiento: «Si bien es cierto que los histéricos refieren sus síntomas a traumas ficticios, el hecho nuevo es que fantasmatizan tales escenas; es, pues, necesario tener en cuenta, junto a la realidad práctica, una realidad psíquica. Pronto se descubrió que estos fantasmas servían para disimular la actividad autoerótica de los primeros años de la infancia, para embellecerla y llevarla a un nivel más elevado. Entonces, detrás de estos fantasmas, apareció en toda su amplitud la vida sexual del niño» (2).
Conviene, sin embargo, dentro de esta visión de conjunto, destacar algunos matices:
1.° Hasta el fin de su vida, Freud no dejó de sostener la existencia, la frecuencia y el valor patógeno de las escenas de seducción efectivamente vividas por los niños (3, 4).
En cuanto a la situación cronológica de las escenas de seducción, aportó dos precisiones que sólo aparentemente son contradictorias:
a) la seducción tiene lugar a menudo en un período relativamente tardío, siendo entonces el seductor otro niño de la misma edad o algo mayor. A continuación la seducción es referida, por una fantasía retroactiva, a un período más precoz, y atribuida a un personaje parental (5 a);
b) la descripción del lazo preedípico con la madre, especialmente en el caso de la niña, permite hablar de una verdadera seducción sexual por la madre, en forma de los cuidados corporales prestados al lactante, seducción real que sería el prototipo de los fantasmas ulteriores: «Aquí el fantasma tiene su base en la realidad, puesto que es realmente la madre la que necesariamente ha provocado y quizás incluso despertado, en los órganos genitales, las primeras sensaciones de placer, al proporcionar al niño sus cuidados corporales» (6).
2.° En el plano teórico, ¿puede decirse que el esquema explicativo de Freud, tal como lo hemos expuesto más arriba, fue simplemente abandonado por él? Parece que algunos elementos esenciales de este esquema se vuelven a encontrar transpuestos en las elaboraciones ulteriores de la teoría psicoanalítica:
a) La idea de que la represión sólo puede comprenderse haciendo intervenir en ella varios tiempos, de los cuales el tiempo ulterior confiere, con posterioridad*, su sentido traumático al primero. Esta concepción encontrará su pleno desarrollo, por ejemplo, en Historia de una neurosis infantil (Aus der Geschichte einer infantilen Nenrose, 1918).
b) La idea de que, en el segundo tiempo, el yo sufre una agresión, un aflujo de excitación endógena; en la teoría de la seducción, lo que es traumatizante es el recuerdo y no el acontecimiento mismo. En este sentido el «recuerdo» adquiere ya en esta teoría el valor de «realidad psíquica»*, de «cuerpo extraño», que más tarde se considerará inherente a la fantasía*.
c) La idea de que, a la inversa, esta realidad psíquica del recuerdo o del fantasma debe tener su fundamento último en el «terreno de la realidad». Parece que Freud jamás se decidió a considerar el fantasma como la simple eflorescencia de la vida sexual espontánea del niño. Buscará continuamente, detrás de la fantasía, lo que ha podido fundarla en su realidad: indicios percibidos de la escena originaria* (Historia de una neurosis infantil), seducción del lactante por la madre (véase más arriba 1." b) y, más radicalmente aún, la noción de que las fantasías se basan, en último análisis, en «fantasías originarias»*, restos mnémicos transmitidos por herencia de experiencias vividas en la historia de la especie humana: «[...] todo lo que nos es narrado, actualmente en el análisis, en forma de fantasía [...] ha sido en otra época, en los tiempos originarios de la familia humana, realidad [...]» (5b). Ahora bien, el prim.er esquema dado por Freud con su teoría de la seducción constituye, a nuestro modo de ver, un ejemplo excelente de esta dimensión de su pensamiento: el primer tiempo, el de la escena de seducción, ha debido forzosamente basarse en algo más real que las simples imaginaciones del sujeto.
d) Por último, Freud reconoció tardíamente que, con los fantasmas de seducción, había «[...] encontrado por vez primera el complejo de Edipo [...]» (7). En efecto, de la seducción de la niña por el padre al amor edípico de la niña hacia el padre, no había más que un paso.
Pero todo el problema estriba en saber si se debe considerar el fantasma de seducción como una simple deformación defensiva y proyectiva del componente positivo del complejo de Edipo*, o si es preciso ver en él la traducción de un dato fundamental: el hecho de que la sexualidad del niño está totalmente estructurada por algo que le viene como del exterior: la relación entre los padres, el deseo de los padres, que preexiste al deseo del sujeto y le da una forma. En este sentido, tanto la seducción realmente vivida como la fantasía de seducción no serían más que la actualización del dato mencionado.
En la misma línea de pensamiento, Ferenczi, recogiendo a su vez en 1932 (8) la teoría de la seducción, describió cómo la sexualidad adulta («el lenguaje de la pasión») hacía efracción verdaderamente en el mundo infantil («el lenguaje de la ternura»).
El peligro de tal renovación de la teoría de la seducción consistiría en enlazar con el concepto preanalítico de una inocencia sexual en el
niño, que sería pervertida por la sexualidad adulta. Freud rechaza que pueda hablarse de un mundo infantil dotado de existencia propia antes de que se produzca esta efracción, o esta perversión. Al parecer, ésta es la razón de que sitúe, en último análisis, la seducción entre «las ftntala razón de que sitúe, en último análisis, la seducción entre «las fantala humanidad. La seducción no sería esencialmente un hecho real, localizable en la historia del sujeto, sino un dato estructural, cuya transposición histórica sólo podría realizarse en forma de un mito.
SENTIMIENTO DE CULPABILIDAD
= AL: Schuidgefühl. — Fr.: sentiment de culpabilité. — Ing.: sense of guilt, guiit feeling. — //..• senso di colpa. — Por.: sentimento de culpa.
Término utilizado en psicoanálisis con una acepción muy amplia.
Puede designar un estado afectivo consecutivo a un acto que el sujeto considera reprensible, pudiendo ser la razón que para ello se invoca más o menos adecuada (remordimientos del criminal o autorreproches de apariencia absurda), o también un sentimiento difuso de indignidad personal sin relación con un acto preciso del que el sujeto pudiera acusarse.
Por lo demás, el sentimiento de culpabilidad se postula en psicoanálisis como sistema de motivaciones inconscientes que explican comportamientos de fracaso, conductas delictivas, sufrimientos que se inflige el sujeto, etc.
En este último sentido, la palabra sentimiento sólo puede utilizarse con reservas, ya que el sujeto puede no sentirse culpable a nivel de la experiencia consciente.
El sentimiento de culpabilidad fue encontrado al principio, sobre todo, en la neurosis obsesiva, en forma de autorreproches, de ideas obsesivas contra las que el sujeto lucha porque le parecen reprensibles, y por último en forma de vergüenza provocada por las mismas medidas de protección.
Ya a este nivel se puede observar que el sentimiento de culpabilidad es, en parte, inconsciente, en la medida en que la naturaleza real de los deseos que intervienen (especialmente agresivos) es ignorada por el sujeto.
El estudio psicoanalítico de la melancolía debía conducir a una teoría más elaborada del sentimiento de culpabilidad. Ya es sabido que esta afección se caracteriza especialmente por autoacusaciones, autodesprecio y tendencia al autocastigo, que puede conducir al suicidio. Freud muestra que existe aquí una verdadera escisión del yo entre acusador (superyó) y acusado, escisión que es el resultado, por un proceso de interiorización, de una relación intersubjetiva: «[...] los autorreproches son reproches contra un objeto de amor, que se invierten desde éste hacia el propio yo [...]; las quejas [del melancólico] son quejas dirigidas contra» (1 a).
Este descubrimiento de la noción de superv'ó* había de conducir a Freud a atribuir al sentimiento de culpabilidad un papel más general en el conflicto defensivo. Ya en Duelo y melancolía (Trauer und Melancholie, 1917), reconoce que «[...] la instancia crítica que aquí se ha separado del yo por escisión podría demostrar su autonomía también en
Otras circunstancias [...]» (1 b); el el capítulo V de El yo y el ello (Das Ich und das Es, 1923), dedicado a las «relaciones de dependencia del yo», distingue las diversas modalidades del sentimiento de culpabilidad desde su forma normal hasta sus expresiones en el conjunto de las estructuras psicopatológicas (2 a).
En efecto, la diferenciación del superyó, como instancia crítica y punitiva, con respecto al yo, introduce la culpabilidad como relación intersistémica dentro del aparato psíquico: «El sentimiento de culpabilidad es la percepción que, en el yo, corresponde a esta crítica [del superyó]» (2 b).
Desde este punto de vista, la expresión de «sentimiento de culpabilidad inconsciente» adquiere un sentido más radical que cuando designaba un sentimiento inconscientemente motivado: ahora es la relación entre el superyó y el yo la que puede ser inconsciente y traducirse por efectos subjetivos en los cuales, en el caso límite, puede faltar toda culpabilidad sentida. Así, en algunos delincuentes, «[...] puede mostrarse que existe un poderoso sentimiento de culpabilidad, ya antes del delito, y que, por consiguiente, no es la consecuencia de éste, sino el motivo, como si el sujeto experimentara un alivio al poder atribuir este sentimiento inconsciente de culpabilidad a algo real y actual» (2 c).
No escapó a Freud la paradoja que representa el hablar de sentimiento de culpabilidad inconsciente. En este sentido, admitió que podía parecer más adecuado el término de necesidad de castigo* (3). Pero se observará que este último término, tomado en su sentido más radical, designa una fuerza que tiende a la aniquilación del sujeto, y puede no ser reductible a una tensión intersistémica, mientras que el sentimiento de culpabilidad, sea consciente o inconsciente, se reduce siempre a una misma relación tópica: la del j'o con el superyó, la cual a su vez es un residuo del complejo de Edipo: «Podemos adelantar la hipótesis de que gran parte del sentimiento de culpabilidad debe ser normalmente inconsciente, porque la aparición de la conciencia moral se halla íntimamente ligada al complejo de Edipo, que forma parte del inconsciente» (2 d).
SENTIMIENTO DE INFERIORIDAD
= Al.: Minderwertigkeitsgeíühl. — Fr.: sentiment d'infériorité. — Ing.: sense o feeling of inferiority. — It.: sense d'inferioritá. — Por.: sentimento de inferioridade.
Para Adler, sentimiento basado en una interioridad orgánica efectiva. En el complejo de inferioridad, el individuo intenta compensar, con mayor o menor éxito, su deficiencia. Adler atribuye a este mecanismo una significación etiológica muy general, válida para el conjunto de las afecciones.
Según Freud, el sentimiento de inferioridad no guarda una relación electiva con una inferioridad orgánica. No constituye un factor etiológico último, sino que debe comprenderse e interpretarse como un síntoma.
El término «sentimiento de inferioridad» posee, en la literatura psicoanalítica, una resonancia adleriana. La teoría de Adler intenta explicar las neurosis, las enfermedades mentales y, de un modo más general, la formación de la personalidad, por reacciones frente a las inferioridades orgánicas, por pequeñas que sean, anatómicas o funcionales, aparecidas en la infancia: «Los defectos constitucionales y otros estados análogos de la infancia originan un sentimiento de inferioridad que exige una compensación en el sentido de una exaltación del sentimiento de personalidad. El sujeto se forja un fin final, puramente ficticio, caracterizado por la voluntad de poder y que [...] atrae en su camino todas las fuerzas psíquicas» (1).
Repetidas veces Freud mostró el carácter parcial, insuficiente y pobre de estas concepciones: «Tanto si un hombre es homosexual como un necrofílico, un histérico que sufre de angustia como un obsesivo encerrado en su neurosis, o un loco furioso, el partidario de la psicología individual de inspiración adleriana siempre pretenderá que el motivo de su estado es que intenta hacerse valer, sobrecompensar su inferioridad [...]» (2a).
Si esta teoría de las neurosis no es admisible desde el punto de vista de la etiología, ello no significa que el psicoanálisis rechace la importancia ni la frecuencia del sentimiento de inferioridad, ni tampoco su función en la concatenación de las motivaciones psicológicas. En cuanto a su origen, Freud, si bien no trató el problema en forma sistemática, dio algunas indicaciones: el sentimiento de inferioridad respondería a dos daños, reales o fantaseados, que el niño puede sufrir: pérdida de amor y castración: «Un niño se siente inferior si nota que no es amado, y lo mismo ocurre en el adulto. El único órgano que se considera realmente como inferior es el pene atrofiado, el clitoris de la niña» (2 b).
Estructuralmente, el sentimiento de inferioridad traduciría la tensión
existente entre el yo y el superyó que lo condena. Tal explicación sub
raya el parentesco existente entre el sentimiento de inferioridad y el
sentimiento de culpabilidad, pero dificulta su delimitación respectiva.
Después de Freud, varios autores han intentado esta delimitación.
D. Lagache hace depender más especialmente el sentimiento de culpabilidad del «sistema Supervó-Ideal del vo», v el sentimiento de inferioridad del Yo Ideal* (3).
Desde el punto de vista clínico, se ha subrayado con frecuencia la importancia de los sentimientos de culpabilidad y de inferioridad en las diferentes formas de depresión. F. Pasche ha intentado especificar una forma, según él particularmente frecuente en nuestros tiempos, de «depresión de inferioridad» (4).
SEÑ.4L DE ANGUSTIA
= AL: Angstsignal. — Fr.: signal d'angoisse. — íng.: signal of anxiety o anxiety as signal. — Ir.: segnale d'angoscia. — Por.: sinal de angiistia.
Término introducido por Freud en la reestructuración de su teoría de la angustia (1926) para designar un dispositivo puesto en acción por el yo, ante una situación de peligro, con vistas a evitar el ser desbordado por el aflujo de excitaciones, l a señal de angustia reproduce en forma atenuada la reacción de angustia vivida primitivamente en una situación traumática, lo que permite poner en marcha operaciones defensivas.
Este concepto fue introducido en Inhibición, síntoma y angustia {Hemmung, Symptom and Angst, 1926) y constituye la idea principal de lo que generalmente se denomina la segunda teoría de la angustia. No intentaremos exponer aquí esta reestructuración ni discutir su alcance y su función en la evolución de las ideas freudianas. Sin embargo, el término Angstsignal, creado por Freud, reclama, aunque sólo sea por su concisión, algunas observaciones.
1.^ Condensa lo esencial de la aportación de la nueva teoría. En la explicación económica dada al principio por Freud acerca de la angustia, ésta se considera como un resultado: es la manifestación subjetiva del hecho de que una determinada cantidad de energía no es controlada. El término «señal de angustia» pone en evidencia una nueva función de la angustia que la convierte en un motivo de defensa del yo.
2." El desencadenamiento de la señal de angustia no se halla necesariamente subordinado a factores económicos; en efecto, la señal de angustia puede funcionar como «símbolo mnémico» o «símbolo afectivo» (1) de una situación que todavía no está presente y que se trata de evitar.
3.'' La promoción de la idea de señal de angustia no excluye, sin embargo, toda explicación económica. Por una parte, el afecto, reproducido en forma de señal, debió ser experimentado pasivamente en el pasado en forma de angustia llamada automática*, al encontrarse desbordado el sujeto por el aflujo de excitaciones. Por otra parte, el desencadenamiento de la señal supone la movilización de cierta cantidad de energía.
4.^ Observemos, finalmente, que la señal de angustia la relaciona Freud con el yo. Esta función recién descubierta de la angustia es asimilable a lo que Freud describió constantemente dentro del proceso secundario, al mostrar cómo los afectos displacenteros repetidos en forma atenuada son capaces de movilizar la censura.
SERIE COMPLEMENTARIA
= Al.: Ergánzungsreihe. — Fr.: serie complémentaire. — Ing.: complemental seríes.— It.: serie complementare. — Por.: serie complementar.
Término utilizado por Freud para explicar la etiología de la neurosis y superar la alternativa que obligaría a elegir entre factores exógenos o endógenos: estos factores son, en realidad, complementarios, pudiendo cada uno de ellos ser tanto más débil cuanto más fuerte es el otro, de tal forma que el conjunto de los casos puede ser ordenado dentro de una escala en la que los dos tipos de factores varían en sentido inverso; sólo en los dos extremos de la serie se encontraría un solo factor.
La idea de la serie complementaria se afirma con máxima claridad en las Lecciones de introducción al psicoanálisis (Vorlesungen zur Einführung in die Psychoanalyse, 1916-1917). Al principio ello sucede en relación con el problema del desencadenamiento de la neurosis (la): desde el punto de vista etiológico, no se trata de elegir entre el factor endógeno, representado por la fijación, y el factor exógeno, representado por la frustración; ambos varían entre sí en razón inversa: para que se
desencadene la neurosis, puede ser suficiente un trauma mínimo en el caso de que la fijación sea intensa, y viceversa.
Por otra parte, la fijación puede a su vez dividirse en dos factores complementarios: constitución hereditaria y experiencias infantiles (Ib). El concepto de serie complementaria permitiría situar cada caso dentro de una serie, según la parte relativa que corresponda a la constitución, a la fijación infantil y a los traumatismos ulteriores.
Freud utiliza principalmente el concepto de serie complementaria para explicar la etiología de la neurosis; pero también puede aplicarse a otros sectores, en que interviene igualmente una multiplicidad de factores que varían en razón inversa entre sí.
SEXUALIDAD
= Al.: Sexualitát. --Fr.: sexualité. — Ing.: sexuality. — It.: sessualitá. — Por.: sexualidade.
En la experiencia y en la teoría psicoanalíticas, la palabra sexualidad no designa solamente las actividades y el placer dependientes del funcionamiento del aparato genital, sino toda una serie de excitaciones y de actividades, existentes desde la infancia, que producen un placer que no puede reducirse a la satisfacción de una necesidad fisiológica fundamental (respiración, hambre, función excretora, etc.) y que se encuentran también a titulo de componentes en la forma llamada normal del amor sexual.
Como es sabido, el psicoanálisis atribuye una gran importancia a la sexualidad en el desarrollo y la vida psíquica del ser humano. Pero esta tesis sólo se comprende si se tiene presente la transformación aportada al mismo tiempo al concepto de sexualidad. No pretendemos establecer aquí cuál es la función de la sexualidad en la aprehensión psicoanalítica del hombre, sino únicamente precisr.r, en cuanto a su extensión y a su comprensión, el empleo que efectúan los psicoanalistas delconcepto de sexualidad.
Si se parte del punto de vista corriente que define la sexualidad como un instinto*, es decir, como un comportamiento preformado, característico de la especie, con un objeto* (compañero del sexo opuesto) y un fin* (unión de los órganos genitales en el coito) relativamente fijos, se aprecia que sólo muy imperfectamente explica los hechos aportados tanto por la observación directa como por el análisis.
A) En extensión. J." La existencia y la frecuencia de las perversiones sexuales, cuyo inventario emprendieron algunos psicopatólogos de finales del siglo XIX (Kraft Ebbing, Havelock Ellis), muestran que existen grandes variaciones en cuanto a la elección del objeto sexual y en cuanto al modo de actividad utilizado para lograr la satisfacción.
2.° Freud establece la existencia de numerosos grados de transición entre la sexualidad perversa y la sexualidad llamada normal: aparición de perversiones temporales cuando resulta imposible la satisfacción habitual, presencia, en forma de actividades que preparan y acompañan
el coito (placer preliminar), de comportamientos que se encuentran en las perversiones, ya sea en sustitución del coito, ya sea como condición indispensable de la satisfacción.
3.° El psicoanálisis de las neurosis muestra que los síntomas constituyen realizaciones de deseos sexuales que se efectúan en forma desplazada, modificadas por compromiso con la defensa, etc. Por otra parte, detrás de un determinado síntoma se encuentran a menudo deseos sexuales perversos.
4.° Pero, sobre todo, lo que ha ampliado el campo de lo que los psicoanalistas llaman sexual, es la existencia de una sexualidad infantil, que Freud ve actuar desde el comienzo de la vida. Al hablar de sexualidad infantil se pretende reconocer, no sólo la existencia de excitaciones o de necesidades genitales precoces, sino también de actividades pertenecientes a las actividades perversas del adulto, en la medida en que hacen intervenir zonas corporales (zonas erógenas*) que no son sólo genitales, y también por el hecho de que buscan el placer (por ejemplo, succión del pulgar) independientemente del ejercicio de una función biológica (como la nutrición). En este sentido los psicoanalistas hablan de sexualidad oral, anal, etc.
B) En comprensión. Esta ampliación del campo de la sexualidad condujo inevitablemente a Freud a intentar determinar los criterios de lo que sería específicamente sexual en estas diversas actividades. Una vez señalado que lo sexual no puede reducirse a lo genital* (de igual forma como el psiquismo no es reductible a lo consciente), ¿qué es lo que permite al psicoanálisis atribuir un carácter sexual a procesos en los que falta lo genital? El problema se plantea fundamentalmente para la sexualidad infantil, ya que, en el caso de las perversiones del adulto, la excitación genital se halla generalmente presente.
Este problema fue directamente abordado por Freud, en especial en los capítulos XX y XXI de las Lecciones de introducción al psicoanálisis (Vorlesungen zur Einführung in die Psychoanalyse, 1915-1917), en los que se plantea a sí mismo la objeción siguiente: «¿Por qué os obstináis en denominar ya sexualidad estas manifestaciones infantiles que vosotros mismos consideráis como indefinibles y a partir de las cuales se constituirá más tarde lo sexual? ¿Por qué no decís, contentándoos con la simple descripción fisiológica, que se observan ya en el lactante actividades que, como el chupeteo y la retención de los excrementos, nos muestran que el niño busca el placer de órgano* [Organlust]?» (1 a).
Aunque no pretende dar una respuesta total y definitiva a estas preguntas, Freud anticipa el argumento clínico según el cual el análisis de los síntomas en el adulto nos conduce a estas actividades infantiles generadoras de placer, y ello por intermedio de un material indiscutiblemente sexual (Ib). Postular que las propias actividades infantiles son sexuales supone avanzar un paso más: para Freud, lo que se encuentra al final de un desarrollo que podemos reconstruir paso a paso debe encontrarse, por lo menos en germen, desde el principio. No obstante, reconoce finalmente que «[...] no disponemos todavía de un signo universalmente reconocido y que permita afirmar con certeza la naturaleza sexual de un proceso» (le).
Con frecuencia Freud manifiesta que tal criterio se debería encontrar en el campo de la bioquímica. En psicoanálisis, todo lo que puede decirse es que existe una energía sexual o libido, de la cual la clínica no nos da la definición, pero nos muestra su evolución y sus transformaciones.
Como puede verse, la reflexión freudiana parece apoyarse en una doble aporía, que por una parte se refiere a la esencia de la sexualidad (acerca de la cual la última palabra se deja a una hipotética definición bioquímica) y, por otra, a su génesis, contentándose Freud con postular que la sexualidad existe virtualmente desde un principio.
Esta dificultad es más manifiesta tratándose de la sexualidad infantil; pero también en ésta pueden encontrarse indicaciones en cuanto a su solución.
1." Ya a nivel de la descripción casi fisiológica del comportamiento sexual infantil, Freud mostró que la pulsión sexual se separa a partir del funcionamiento de los grandes aparatos que aseguran la conservación del organismo. En un primer tiempo, sólo se le puede apreciar como un suplemento de placer aportado marginalmente en la realización de la función (placer logrado con la succión, aparte de la satisfacción del hambre). Sólo en un segundo tiempo este placer marginal será buscado por sí mismo, aparte de toda necesidad de alimentación, independientemente de todo placer funcional, sin objeto exterior y de forma puramente local a nivel de una zona erógena.
Apoyo*, zona erógena* y autoerotismo* constituyen para Freud las tres características, íntimamente ligadas entre sí, que definen la sexualidad infantil (2). Como puede verse, cuando Freud intenta determinar el momento de aparición de la pulsión sexual, ésta adquiere el aspecto de una perversión del instinto, en la que se han perdido el objeto específico y la finalidad orgánicas.
2.=" Dentro de una perspectiva temporal bastante distinta, Freud in
sistió repetidas veces en la noción de posterioridad: experiencias preco
ces relativamente indeterminadas adquieren, en virtud de nuevas expe
riencias, una significación que no poseían originalmente. ¿Podría decir
se, en último extremo, que las experiencias infantiles, como, por ejem
plo, la de la succión, son al principio no-sexuales y que su carácter sexual
les es atribuido secundariamente, una vez ha aparecido la actividad ge
nital? Tal conclusión parece invalidar, en la medida en que subraya la
importancia de lo que hay de retroactivo en la constitución de la sexua
lidad, lo que decíamos más arriba acerca de la emergencia de ésta y
a fortiori la perspectiva genética según la cual lo sexual se encuentra ya
implícitamente presente desde el origen del desarrollo psicobiológico.
En esto estriba precisamente una de las grandes dificultades de la
teoría freudiana de la sexualidad; ésta, en la medida en que no consti
tuye un dispositivo ya estructurado previamente, sino que se va estable
ciendo a lo largo de la historia individual cambiando de aparatos y de fines, no puede comprenderse en el plano de la mera génesis biológica, pero, inversamente, los hechos indican que la sexualidad infantil no representa una ilusión retroactiva.
3.^ A nuestro modo de ver, una solución a esta dificultad podría buscarse en el concepto de fantasías originarias*, que en cierto sentido viene a equilibrar el de posterioridad. Ya es sabido que Freud, bajo el nombre de fantasías originarias, designa, apelando a la «explicación filo-genética», ciertas fantasías (escena originaria, castración, seducción) que pueden encontrarse en todo individuo y que informan la sexualidad humana. Ésta no se explicaría por la simple maduración endógena de la pulsión: se constituiría en el seno de estructuras intersubjetivas que preexisten a su emergencia en el individuo.
La fantasía de la «escena originaria» puede relacionarse electivamente, por su contenido, por las significaciones corporales que encierra, con una determinada fase libidinal (anal-sádica), pero en su misma estructura (representación y solución del enigma de la concepción), no se explica, segiin Freud, por la simple reunión de indicios proporcionados por la observación; constituye una variante de un «esquema» que está ya allí para el sujeto. En otro nivel estructural, otro tanto podría decirse del complejo de Edipo, que se define como algo que preside la relación triangular del niño con sus padres. A este respecto resulta significativo que los psicoanalistas que más se han dedicado a describir el juego de las fantasías inmanentes a la sexualidad infantil (escuela kleiniana) hayan visto intervenir muy precozmente en él la estructura edípica.
4.^ La reserva de Freud respecto a una concepción puramente genética y endógena de la sexualidad se pone de manifiesto también en el papel que sigue atribuyendo a la seducción, una vez reconocida la existencia de una sexualidad infantil {véase el desarrollo de esta idea en el comentario del articido:Seducción).
S.'' La sexualidad infantil, ligada, por lo menos en sus orígenes, a las necesidades tradicionalmente designadas como instintos, y a la vez independiente de ellas; endógena, por cuanto sigue una línea de desarrollo y pasa por diferentes etapas, y a la vez exógena, ya que irrumpe en el sujeto desde el mundo adulto (debiendo el sujeto situarse desde el comienzo en el universo fantasmático de los padres y recibiendo de éstos, en forma más o menos velada, incitaciones sexuales), la sexualidad infantil resulta difícil de captar también por el hecho de que no es susceptible de una explicación reductora que haga de ella un funcionamiento fisiológico, ni de una interpretación «elevada», según la cual lo que Freud describió con el nombre de sexualidad infantil serían los a\atares de la relación de amor. Allí donde Freud la encuentra, en psicoanálisis, es siempre en forma de deseo*: éste, a diferencia del amor, depende siempre estrechamente de un soporte corporal determinado y, a diferencia de la necesidad, hace depender la satisfacción de condiciones fantaseadas que determinan estrictamente la elección del objeto y el ordenamiento de la actividad.
SIMBÓLICO (s.)
= AL: Symbolische. — Fr.: symbolique. — Ing.: symbolic. — It.: simbólico. — Por.: simbólico.
Término introducido (en su forma de substantivo) por J. hacaxi, que distingue, en el campo psicoanalítico, tres registros esenciales: lo simbólico, lo imaginario y lo real. Lo simbólico designa el orden de fenómenos de que se ocupa el psicoanálisis en cuanto están estructurados como un lenguaje. Este término alude también a la idea de que la eficacia de la cura se explica por el carácter fundamentador de la palabra.
La palabra simbólica, utilizada como substantivo, se encuentra en Freud: así, por ejemplo, en La interpretación de los sueños (Die Traumdeutung, 1900), habla de la simbólica (die Symbolik), entendiendo por tal el conjunto de símbolos dotados de significación constante que pueden encontrarse en diversas producciones del inconsciente.
Entre la simbólica freudiana y lo simbólico de Lacan existe una diferencia manifiesta: Freud pone el acento en la relación (por complejas que puedan ser las conexiones) que une el símbolo con lo que representa, mientras que para Lacan lo primario es la estructura del sistema simbólico; la ligazón con lo simbolizado (por ejemplo, el factor de similitud, el isomorfismo) es secundaria y está impregnada de lo imaginario*.
Con todo, es posible hallar en la simbólica freudiana una exigencia que permitiría conectar ambas concepciones: Freud extrae de la particularidad de las imágenes y de los síntomas una especie de «lengua fundamental», universal, aun cuando concentra su atención más sobre lo que ella dice que sobre su disposición.
2. La idea de un orden simbólico que estructura la realidad interhumana ha sido establecida en las ciencias sociales, especialmente por Claude Lévi-Strauss basándose en el modelo de la lingüística estructural surgida de las enseñanzas de F. de Saussure. La tesis del Curso de lingüistica general (1955) es que el significante lingüístico, tomado aisladamente, no tiene un nexo interno con el significado; sólo remite a una significación por el hecho de estar integrado en un sistema significante caracterizado por oposiciones diferenciales (a).
Lévi-Strauss extiende y transpone las concepciones estructuralistas al estudio de los hechos culturales, en los que no solamente interviene la transmisión de signos, y define las estructxiras designadas con el término «sistema simbólico»: «Toda cultura puede considerarse como un conjunto de sistemas simbólicos, de entre los cuales figuran en primer plano el lenguaje, las reglas matrimoniales, las relaciones económicas, el arte, la ciencia, la religión» (2).
3. La utilización por Lacan, en psicoanálisis, de la noción de simbólico responde, a nuestro modo de ver, a dos intenciones:
a) relacionar la estructura del inconsciente con la del lenguaje y aplicarle el método que se ha mostrado fecundo en lingüística;
b) mostrar cómo el sujeto humano se inserta en un orden preestablecido, que también es de naturaleza simbófica, en el sentido de Lévi-Strauss,
Pretender encerrar el sentido del término «simbólico» dentro de límites estrictos (es decir, definirlo) equivaldría a ir contra las mismas ideas de Lacan, que rehusa asignar a un significante una ligazón fija con un significado. Nos limitaremos, pues, a hacer notar que el término es utilizado por Lacan en dos direcciones distintas y complementarias:
a) Para designar una estructura cuyos elementos discretos funcionan como significantes (modelo lingüístico) o, de un modo más general, el registro al que pertenecen tales estructuras (el orden simbólico).
b) Para designar la ley que fundamenta este orden: así, Lacan, con el término padre simbólico o Nombre-del-padre designa una instancia que no es reductible a las vicisitudes del padre real o imaginario y que promulga la ley.
(a) Nótese, desde el punto de vista terminológico, que para Saussure el término «símbolo», en la medida que implica una relación «natural» o «racional» con «simbolizado», no se admite como sinónimo de signo lingüístico (3).
SIMBOLISMO
= Al.: Symbolik. — Fr.: symbolisme. — Ing.: symbolism. — It.: simbolismo. —Por.: simbolismo.
A) En sentido amplio, modo de representación indirecta y figurada de una idea, de un conflicto, de un deseo inconscientes; en este sentido, puede considerarse en psicoanálisis como simbólica toda formación substitutiva*.
B) En sentido estricto, modo de representación caracterizado principalmente por la constancia de la relación entre el símbolo y lo simbolizado inconsciente, comprobándose dicha constancia no solamente en el mismo individuo y de un individuo a otro, sino también en los más diversos terrenos (mito, religión, folklore, lenguaje, etc.) y en las áreas culturales más alejadas entre sí.
La noción de simbolismo se halla actualmente en relación tan estrecha con el psicoanálisis, las palabras simbólico, simbolizar y simbolización se utilizan con tanta frecuencia y en sentidos tan diversos, y finalmente, los problemas concernientes al pensamiento simbólico, a la creación y manejo de los símbolos dependen de tantas disciplinas (psicología, lingíiística, epistemología, historia de las religiones, etnología, etcétera), que resulta particularmente difícil intentar delimitar un empleo propiamente psicoanalítico de estos términos y distinguir en ellos las diversas acepciones. Las observaciones siguientes constituyen simples indicaciones destinadas a orientar al lector en la literatura psicoanalítica.
L Se ha convenido en incluir los símbolos dentro de la categoría de los signos. Pero, al intentar definirlos como «evocadores, por una relación natural, de algo ausente o imposible de percibir» (1), se tropieza ya con diversas objeciones:
1.^ Cuando se habla de símbolos jnatemáticos o de símbolos lingüísticos (a), queda excluida toda referencia a una «relación natural», a una
correspondencia analógica de cualquier clase. Es más, lo que la psicología designa como conductas simbólicas son conductas que atestiguan la aptitud del sujeto para diferenciar, dentro de lo percibido, un orden de realidad irreductible a las «cosas» y que permite un manejo generalizado de éstas.
El uso terminológico demuestra, pues, la existencia de amplias variaciones en el tmpleo de la palabra símbolo. Éste no implica necesariamente la idea de una relación interna entre el símbolo y lo simbolizado (3), como lo muestra el empleo hecho por C. Lévi-Strauss, en antropología, y por J. Lacan, en psicoanálisis, del término «simbólico»*.
2.^ Decir que el símbolo evoca «algo imposible de percibir» (así, por ejemplo, el cetro es el símbolo de la realeza) no debe implicar, sin embargo, la idea de que, por medio del símbolo, se pasaría de lo abstracto a lo concreto. En efecto, lo simbolizado puede ser tan concreto como el símbolo (por ejemplo, el sol, símbolo de Luis XIV).
II. Al distinguir en el término «simbolismo» un sentido amplio y un sentido estricto, no hacemos más que repetir una distinción ya indicada por Freud y en la que se apoya Jones en su teoría del simbolismo. Sin embargo, esta distinción parece haberse disipado algo en el empleo usual del término en psicoanálisis.
Es en el sentido amplio de la palabra que se dice, por ejemplo, que el sueño o el síntoma son la expresión simbólica del deseo o del conflicto defensivo, entendiendo por tal que los expresan de un modo indirecto, figurado y más o menos difícil de descifrar (el sueño infantil se considera menos simbólico que el sueño de adulto, en la medida en que, en el primero, el deseo se expresa en una forma poco o nada disfrazada y, por consiguiente, fácil de leer).
De un modo más general, se utiliza la palabra simbólico para designar la relación que une el contenido manifiesto de un comportamiento, de una idea, de una palabra, a su sentido latente; dicho término se utilizará a fortiori en aquellos casos en que falta por completo el sentido manifiesto (como en el caso de un acto sintomático, francamente irreductible a todas las motivaciones conscientes que el sujeto pueda dar del mismo). Varios autores (Rank y Sachs, Ferenczi, Jones) sostienen que en psicoanálisis sólo se puede hablar de simbolismo en aquellos casos en que lo simbolizado es inconsciente: «No todas las comparaciones constituyen símbolos, sino solamente aquellas en las que el primer miembro se halla reprimido en el inconsciente» (2).
Obsérvese que, desde este punto de vista, el simbolismo encierra todas las formas de representación indirecta, sin discriminar de un modo más preciso entre los diversos mecanismos: desplazamiento*, condensación*, sobredeterminación*, representabilidad*. En efecto, desde el momento en que por ejemplo, se le reconocen a un comportamiento por lo menos dos significaciones, una de las cuales substituye a la otra disfrazándola y expresándola a la vez, su relación puede calificarse de shsbólica (y).
III. Con todo, encontramos en Freud (sin duda más que en los analistas contemporáneos) un sentido más restrictivo de la noción de simbolismo. Este sentido se descubrió en época bastante tardía. El propio Freud lo atestigua, invocando especialmente la influencia de W. Stekel (3).
El hecho es que, entre las adiciones efectuadas por Freud al texto original de La interpretación de los sueños {Die Traumdeutung, 1900), las más importantes son las referentes al simbolismo en los sueños. En el capítulo de la elaboración onírica, la parte dedicada a la representación por medio de símbolos data de 1914.
No obstante, una investigación atenta permite matizar el propio testimonio de Freud: la noción de simbolismo no constituye un aporte exterior.
Así, ya en los Estudios sobre la histeria {Studien über Hysteric, 1895), Freud distingue, en varios pasajes, un determinismo asociativo y un determinism©simbólico de los síntomas: así, por ejemplo, la parálisis de Elisabeth von R... (4) se halla determinada según vías asociativas por su ligazón con diversos acontecimientos traumatizantes y, por otra parte, simboliza ciertos rasgos de la situación moral de la paciente (quedando asegurada la conexión por ciertas expresiones susceptibles de ser utilizadas a la vez en un sentido moral y físico, como por ejemplo: esto no marcha, no lo puedo tragar, etc.).
Desde la primera edición (1900) de La interpretación de los sueños, se observa:
1) que Freud, si bien critica los antiguos métodos de interpretación de los sueños, que califica de simbólicos, establece una filiación entre ellos y su propio método;
2) que concede un lugar importante a las representaciones figuradas que son comprensibles sin que el sujeto que sueña proporcione asociaciones; subraya la función mediadora que desempeñan, en estos casos, las expresiones lingüísticas usuales (5 a);
3) que la existencia de «sueños típicos», en los que un determinado deseo o conflicto se expresa de forma similar, cualquiera que sea el sujeto que sueña, muestra que en el lenguaje de los sueños existen elementos independientes del discurso personal del sujeto.
Puede decirse, por lo tanto, que Freud reconoció desde un principio la existencia de los símbolos. Citemos, por ejemplo, estas líneas: «Los sueños utilizan todos los símbolos ya presentes en el pensamiento inconsciente, porque éstos se adaptan mejor a las exigencias de la construcción onírica, dada su aptitud a ser representados, y también porque, en general, escapan a la censura» (5 b). Dicho esto, es cierto que concedió una importancia progresiva a los símbolos, obligado especialmente por la publicación de numerosas variedades de sueños típicos (8), así como por los trabajos antropológicos que mostraban la presencia del simbolismo en esferas distintas a la del sueño (Rank). Añadiremos que la teoría freudiana, en la medida en que, frente a las concepciones «científicas», enlazaba con las ideas «populares» que atribuyen un sentido al sueño, debía ante todo distinguirse netamente de las claves de los sueños que admiten una simbólica universal y ofrecen el peligro de conducir a una interpretación casi automática.
Esquemáticamente, reagrupando los puntos indicados por Freud (6, 5 c, 7 a), podrían definirse los símbolos, que caracterizan en sentido estricto lo que Freud llama la simbólica (die Symbolik), por los siguientes rasgos:
1) Aparecen, en la interpretación de los sueños, como «elementos mudos» (7 b): el sujeto es incapaz de proporcionar asociaciones a propósito de ellos. Se trata, según Freud, de una cualidad que no se explica por la resistencia al tratamiento, sino que es específica del modo de expresión simbólico.
2) La esencia del simbolismo consiste en una «relación constante» entre un elemento manifiesto y su o sus traducciones. Esta constancia se encuentra, no solamente en los sueños, sino en muy diversos campos de la expresión (síntomas y otras producciones del inconsciente: mitos, folklore, religión, etc.) y en áreas culturales alejadas entre sí. Escapa relativamente, a modo de un vocabulario fijo, a la iniciativa individual; ésta puede elegir entre los diversos sentidos de un símbolo, pero no crear otros nuevos.
3) Esta relación constante se basa esencialmente en la analogía (de forma, de tamaño, de función, de ritmo, etc.). Con todo, Freud indica que ciertos símbolos guardan una relación de alusión: así, por ejemplo, la desnudez puede simbolizarse por los vestidos, siendo en este caso la relación de contigüidad y de contraste (7 c). Por otra parte, se observará que en numerosos símbolos se condensan múltiples relaciones entre lo simbolizado y el símbolo: tal sucede, por ejemplo, con Polichinela, que, según ha mostrado Jones, representa el falo bajo las más diversas circunstancias (8 a).
4) Si bien los símbolos descubiertos por el psicoanálisis son muy numerosos, el ámbito de los simbolizado es muy limitado: el cuerpo, los padres y consanguíneos, el nacimiento, la muerte, la desnudez y, sobre todo, la sexualidad (órganos sexuales, acto sexual).
5) Freud, con la extensión de la teoría del simbolismo, se vio inducido a reservar a éste un lugar aparte, tanto en la teoría de los sueños y de las producciones del inconsciente como en la práctica de la interpretación. «Incluso aunque no existiera la censura onírica, no por ello el sueño nos resultaría más inteligible [...]» (Id).El sentido de los símbolos escapa a la conciencia, pero este carácter inconsciente no puede explicarse por los mecanismos del trabajo del sueño. Freud indica que las «comparaciones [inconscientes, subyacentes al simbolismo] no se efectúan cada vez para las necesidades del momento, sino que se efectúan de una vez para siempre y se hallan constantemente dispuestas» (7 e). Se tiene, pues, la impresión de que los individuos, independientemente de la diversidad de culturas y de lenguajes, disponen, utilizando un término tomado del presidente Schreber, de una «lengua fundamental» (7/). De ello resulta que existirían dos tipos de interpretación del
sueño, una basada en las asociaciones del sujeto, otra que es independiente de éstas y que es la interpretación de los símbolos (5 d).
6) La existencia de un modo de expresión simbólico, tal como ha sido definido, plantea problemas genéticos: ¿Cómo han sido forjados los símbolos por la humanidad? ¿Cómo se los apropia el individuo? Observemos que estos problemas son los que condujeron a Jung a su teoría del «inconsciente colectivo» (8 b).Freud no se definió en absoluto sobre estas cuestiones, aunque emitió la hipótesis de una herencia filogenética (9), hipótesis que, a nuestro modo de ver, resulta ventajosamente interpretada a la luz de la noción de fantasías originarias (véase esta palabra).
(a)
Obsérvese que F. de Saussure critica el empleo de la expresión «símbolo lingüístico» (10).
(P)
Se conoce el sentido etimológico de símbolo: el aú¡x[3o>iOV era, en los griegos, un signo de reconocimiento (por ejemplo, entre miembros de una misma secta) formado por las dos mitades de un objeto roto que confrontaban. Así, en su origen, puede verse la idea de que es el nexo lo que da sentido a la palabra.
(i)
Dentro de esta acepción se sitúa la expresión símbolo mnémico*.
(f') La sección dedicada a «¡os sueños típicos» aumenta progresivamente entre 1900 y 1911; gran parte del material que contiene será trasladado en 1914 a la sección sobre «la representación por los símbolos» que aparece en esta fecha (11).
SÍMBOLO MNÉMICO
= A!.: Erinnerungssj'mbol. — Fr.: symbole mnésique. — /Kg..' mnemci symbol. — ¡t.: símbolo mnestico. — Por.: símbolo mnémico.
Término frecuentemente utilizado en los primeros escritos de Freud para caliñcar el síntoma tiistérico.
En varios textos de alrededor de 1895 (Las psiconeurosís de defensa [Die Abwehr-Neuropsychosen, 1894]; Nuevas observaciones sobre las psiconeurosís de defensa [Weitere Bemerkungen über die Abwehr-Neuropsychosen, 1896]; Estudios sobre la histeria [Studien über Hysteric, 1895~\; etc), Freud define el síntoma histérico como símbolo mnémico del trauma patógeno o del conflicto. Así, por ejemplo: «De este modo el yo logra liberarse de la contradicción; pero se ha cargado con un símbolo mnémico que ocupa un lugar en la conciencia, como una especie de parásito, ya en forma de una inervación motriz irreductible, ya de una sensación alucinatoria constantemente recurrente» (1). En otro lugar Freud compara el síntoma histérico a los monumentos construidos en conmemoración de un acontecimiento; así, los síntomas de Ana O. son los «símbolos mnémicos» de la enfermedad y muerte de su padre (2).
SISTEMA
= Al.: System. — Fr.: systéme. — Ing.: system. — It.: sistema. — Por.: sistema.
Véase: Instancia.
SOBRECATEXIS
= Al.: Überbesetzung. — Fr.: surinvestissement. — Ing.: hypercathexis. — It.: superinvestimento. — Por.: sobrecarga o superinvestimento.
Aporte de una catexis suplementaria a una representación, ima percepción, etc., ya catectizadas. Este término se aplica sobre todo al proceso de la atención, dentro de la teoría freudlana de la conciencia.
El término económico «sobrecatexis» no prejuzga el objeto ni la fuente de la catexis* suplementaria de que se trata. Así, por ejemplo, puede decirse que una representación inconsciente es sobrecatectizada en el caso de un nuevo aporte de energía pulsional; Freud habla también de sobrecatexis en el caso de la retirada narcisista de la libido en el yo, en la esquizofrenia.
Pero el término fue introducido, y así se emplea Ja mayoría de las veces, para dar un substrato económico a lo que Freud describió como «una función psíquica particular» (1), la atención, de la que ofrece una teoría muy elaborada, sobre todo en el Proyecto de psicología científica {Entwurf einer Psychologic, 1895). En este texto enuncia así la «regla biológica» a la que obedece el yo en el proceso de la atención: «Cuando aparece un indicio de realidad, la catexis de una percepción que se halla simultáneamente presente debe ser sobrecatectizada» (2) (véase: Conciencia).
Dentro de una perspectiva bastante similar a la anterior, Freud designará como sobrecatexis la preparación para el peligro que permite evitar o limitar el traumatismo: «Para el resultado de gran número de traumas, el factor decisivo sería la diferencia entre sistemas no preparados y sistemas preparados por sobrecatexis» (3).
SOBREDETERMINACIóN (O DETERMINACIÓN MULTIPLE)
= At.: Uberdeterminierung (o mehrfache Determinierung). — Fr.: surdétermination (o determination multiple). — Ing.: overdetermination. — It.:sovradeterminazione. — Por.: superdeterminagáo (o determina§áo múltipla).
Heclio consistente en que una formación del inconsciente (síntoma, sueño, etc.) remite a una pluralidad de factores determinantes. Esto puede entenderse en dos sentidos bastante distintos:
a) la formación considerada es la resultante de varias causas, mientras que una sola causa no basta para explicarla;
b) la formación remite a elementos inconscientes múltiples, que pueden organizarse en secuencias significativas diferentes, cada una de las cuales, a un cierto nivel de interpretación, posee su propia coherencia. Este segimdo sentido es el más generalmente admitido.
Por muy distintas que sean estas dos acepciones, no dejan de presentar algunos puntos de conexión.
En los Estudios sobre la histeria (Studien über Hysteric, 1895) coexisten ambas acepciones. Unas veces (1 a), el síntoma histérico se califica de sobredeterminado en la medida en que resulta a la vez de una predisposición constitucional y de una pluralidad de acontecimientos traumáticos: uno solo de estos factores no basta para producir o mantener el síntoma, por lo cual el método catártico, sin modificar la constitución histérica, logra eliminar el síntoma gracias a la rememoración y a la abreacción del trauma. Otro pasaje de Freud en la misma obra se relaciona más bien con la segunda acepción: las cadenas de asociaciones que enlazan el síntoma con el «núcleo patógeno» constituyen «un sistema de líneas ramificadas y, sobre todo, convergentes» (I b).
El estudio del sueño ilustra con la mayor claridad el fenómeno .e la sobredeterminación. En efecto, el análisis muestra que «[...] cada Uiio de los elementos del contenido manifiesto del sueño está sobredeterminado, se halla representado varias veces en los pensamientos late ites del sueño» (2 a). La sobredeterminación es el efecto del trabajo de condensación*. No sólo se manifiesta a nivel de los elementos aislados del sueño; el sueño en conjunto puede hallarse sobredeterminado: «[...] los efectos de la condensación pueden ser extraordinarios. Hace posible reunir en un sueño manifiesto dos series de ideas latentes totalmente diferentes, de forma que puede obtenerse una interpretación aparentemente satisfactoria de un sueño sin darse cuenta de la posibilidad de una interpretación de segundo grado» (3 a) {véase: Sob reinterpretación).
Conviene subrayar que la sobredeterminación no implica que el síntoma o el sueño se presten a un número ilimitado de interpretaciones. Freud compara el sueño con ciertos lenguajes arcaicos, en los que una palabra, una frase, comportan aparentemente numerosas interpretaciones (3 b); en estos lenguajes, es el contexto, la entonación o incluso los signos accesorios los que suprimen la ambigüedad. En el sueño, la indeterminación es más fundamental, pero las diferentes interpretaciones son susceptibles de verificación científica.
La sobredeterminación tampoco implica la independencia, el paralelismo de diversas significaciones de un mismo fenómeno. Las diferentes cadenas asociativas coinciden en más de un «punto nodal», según demuestran las asociaciones; el síntoma lleva la huella de la interacción de las diversas significaciones, entre las cuales realiza una transacción. Basándose en el ejemplo del síntoma histérico, Freud muestra que «[...] éste sólo puede aparecer si dos deseos opuestos, surgidos de dos sistemas psíquicos diferentes, vienen a realizarse en una misma expresión» (2 b).
Se ve aquí lo que subsiste del sentido a) de nuestra definición: el fenómeno a analizar es una resultante, la sobredeterminación es un carácter positivo y no la simple ausencia de una significación única y exhaustiva. J. Lacan ha insistido en el hecho de que la sobredeterminación constituye una característica general de las formaciones del inconsciente: «Para admitir un síntoma, sea o no neurótico, en la psicopatología psicoanalítica, Freud exige el mínimo de sobredeterminación que constituye un doble sentido, símbolo de un conflicto que terminó más allá de su función en un conflicto presente no menos simbólico [...]» (4). La razón de ello es que el síntoma (en sentido amplio) se halla «estructurado como un lenguaje», y por consiguiente constituido, por naturaleza, por deslizamientos y superposiciones de sentido; jamás es el signo unívoco de un contenido inconsciente único, de igual modo que la palabra no puede reducirse a una señal.
SOBREINTERPRETACIÓN
= Al.: (Jberdeutung. — Fr.: surinterprétation. — Ing-: over-interpretation. — It.: sovrinterpretazione. — Por.: superinterpreta?ao.
Término utilizado en varias ocasiones por Freud a propósito del sueño para designar una interpretación que se deduce secundariamente, cuando ya se ha podido proporcionar una primera interpretación coherente y aparentemente completa. La sobreinterpretación tiene su razón de ser fundamentalmente en la sobredeterminación*.
En algunos pasajes de La interpretación de los sueños (Die Traumdeutung, 1900), Freud se pregunta si la interpretación de un sueño puede jamás considerarse completa. Citemos, por ejemplo, las siguientes líneas: «Ya he tenido ocasión de indicar que, de hecho, nunca se puede estar seguro de que un sueño ha sido interpretado completamente. Incluso aunque la solución parezca satisfactoria y sin lagunas, siempre es posible que el sueño tenga, a pesar de todo, otra significación» (la).
Freud habla de sobreinterpretación en todos los casos en los que una interpretación nueva pueda venir a sumarse a una interpretación que ya tiene su coherencia y valor propios; pero Freud recurre a la idea de sobreinterpretación en contextos bastante distintos.
La sobreinterpretación se explica por la superposición de estratos de significaciones. En los textos freudianos se encuentran diferentes formas de concebir tal estructura por capas.
Así, puede hablarse de sobreinterpretación, sin duda en un sentido amplio y superficial, desde el momento en que nuevas asociaciones por parte del analizado vienen a ampliar el material y permiten así nuevos enfoques por parte del analista. En este caso la sobreinterpretación se halla en relación con el aumento del material.
En sentido más preciso, se halla en relación con la significación y es sinónimo de interpretación «más profunda». En efecto, la interpretación se dispone según diferentes niveles, desde aquel que se limita a poner en evidencia o a esclarecer las conductas y formulaciones del sujeto, hasta aquel que tiene por objeto la fantasía inconsciente.
Pero lo que fundamenta la posibilidad, o incluso la necesidad, de una sobreinterpretación de un sueño, son los mecanismos que intervienen en la formación de éste, especialmente la condensación*: una sola imagen puede remitir a toda una serie de «cadenas de pensamientos inconscientes». Sin duda es preciso ir más lejos y admitir que un solo sueño puede ser la expresión de varios deseos. «A menudo los sueños parecen tener más de una significación. No sólo [...] en un sueño pueden unirse uno junto a otro varios cumplimientos de deseo, sino que, además, una significación, un cumplimiento de deseo, pueden ocultar otros, hasta que se va a parar, en el fondo de todo, al cumplimiento de un deseo de la primera infancia» (Ib).
Cabe preguntarse si este último deseo no constituiría un término último, irrebasable, no susceptible de sobreinterpretación. Esto es quizá lo que, en un célebre pasaje de La interpretación de los sueños, evoca Freud con la imagen del ombligo del sueño: «En los sueños mejor interpretados, a menudo nos vemos obligados a dejar en la sombra un punto por obser\'ar que, durante la interpretación, aparece allí un nudo apretado de pensamientos del sueño imposible de desenredar, pero que no aporta ninguna nueva contribución al contenido del sueño. Allí se encuentra el ombligo del sueño, el punto donde éste descansa sobre lo desconocido. Los pensamientos del sueño a los que se llega durante la interpretación permanecen necesariam.ente sin desembocar en ninguna parte, y se ramiñcan por todos lados dentro de la complicada red de nuestro universo mental. En un punto más compacto de este entrelazamiento, vemos elevarse el deseo del sueño como el hongo de su micelio» (le).
SUBCONSCIENTE O SUBCONCIENCIA
= Al: Unterbewusste, Unterbewusstsein. — Fr.: subconscient, subconscience. —
Ing.: subconscious, subconsciousness. — It.: subconscio. — Por.: subconsciente,
subconsciencia.
Término utilizado en psicología para designar, ora lo que es débilmente consciente, ora lo que se llalla por debajo del umbral de la conciencia actual o es incluso inaccesible a ésta; usado por Freud en sus primeros trabajos, como sinónimo de inconsciente, el término fue rápi( imente rechazado a causa de los equívocos a que se presta.
Raros son los textos en que el «jo m Freud» utilizó el término «subconsciente», que era relativamente u- lal en psicología y psicopatología a finales del siglo pasado en especial para explicar los fenómenos llamados de «desdoblamiento de la personalidad» (a). Se encuentra en el artículo publicado en francés por Freud,Algunas consideraciones para un estudio comparativo entre las parálisis motoras orgánicas e histéricas {Quelques considerations pour une étude comparative des paralysies motrices organiques et histériques, 1893) y en un fragmento de los Estudios sobre la histeria {Studien über Hysterie, 1895) (1) (g). A juzgar por el contexto, no parece existir diferencia, en esa época, entre el empleo que Freud hace de la palabra «subconsciente» y lo que pronto él mismo denominaría inconsciente.
Rápidamente la palabra subconsciente fue abandonada, y su empleo criticado. «Debemos evitar —escribe Freud en La interpretación de los sueños {Die Traumdeutung, 1900)— la distinción entre supraconciencia y subconciencia, a la que es tan aficionada la literatura actual sobre las psiconeurosis, ya que esta distinción parece insistir precisamente en la equivalencia entre el psiquismo y la conciencia» (2).
Esta crítica se repite en varias ocasiones, siendo el texto más explícito en este sentido el siguiente pasaje de El problema del análisis profano (Die Frage der Laienanalyse, 1926); «Cuando alguien habla de subconciencia, no sé si la entiende en sentido tópico: algo que se encuentra
en el alma por debajo de la conciencia, o en sentido cualitativo: otra conciencia, subterránea por así decirlo» (3) (y).
Si Freud rechaza el término «subconsciente», es porque le parece que implica el concepto de una «segunda conciencia» que, por muy atenuada que se suponga, se hallaría en continuidad cualitativa con los fenómenos conscientes. Sólo la palabra inconsciente es capaz de indicar, segiin Freud, por la negación que contiene, la escisión tópica entre dos territorios psíquicos y la distinción cualitativa de los procesos que en él se desarrollan (S). Contra la idea de una segunda conciencia, «[...] el argumento más poderoso proviene de lo que nos enseña la investigación analítica: una parte de estos procesos latentes posee particularidades y caracteres que nos son extraños, nos parecen incluso increíbles y se oponen directamente a las propiedades bien conocidas de la conciencia» (4).
(a)
El concepto de subconsciente forma parte especialmente, como es sabido, de las nociones fundamentales del pensamiento de Pierre Janet. Las criticas formuladas por Freud respecto al termino «subconsciente», aun cuando parecen apuntar a Janet, difícilmente pueden considerarse como una refutación válida de las concepciones de este autor. La distinción entre el «subconsciente» de Janet y el inconsciente de Freud estriba menos en el criterio de su relación con la conciencia que en la naturaleza del proceso que provoca la «escisión» del psiquismo.
{!') La mayoría de las veces se debe a la pluma de Breuer.
(y)
La indeíerminación que la palabra subconsciente debe, en parte, a su prefijo se vuelve a encontrar en el Vacabulaire technique et critique de la philosophic, de Lalande: el sentido de «débilmente consciente» viene indicado paralelamente a !a idea de tma «personalidad más o menos distinta de la personalidad consciente».
íf') A este respecto se observará que algunos que se declaran adictos al psicoanálisis sólo aceptan el concepto de inconsciente bajo el nombre de subconsciente.
SUBLIMACIÓN
= Al.: Sublimierung. — Fr.: sublimation. — Ing.: sublimation, — //..' sublimazione. — Por.: sublima?áo.
Proceso postulado por Freud para explicar ciertas actividades humanas que aparentemente no guardan relación con la sexualidad, pero que hallarían su energía en la fuerza de la pulsión sexual. Freud describió como actividades de resorte principalmente la actividad artística y la investigación intelectual.
Se dice que la pulsión se sublima, en la medida en que es derivada hacia un nuevo fin, no sexual, y apunta hacia objetos socialmente valorados.
El término «sublimación», introducido en psicoanálisis por Freud, evoca a la vez la palabra sublime, utilizada especialmente en el ámbito de las bellas artes para designar una producción que sugiere grandeza, elevación, y la palabra sublimación utilizada en química para designar el proceso que hace pasar directamente un cuerpo del estado sólido al estado gaseoso.
A lo largo de toda su obra, Freud recurre al concepto de sublimación con el fin de explicar, desde un punto de vista económico y dinámico, ciertos tipos de actividades sostenidas por un deseo que no apunta, en forma manifiesta, hacia un fin sexual: por ejemplo, creación artística, investigación intelectual y, en general, actividades a las cuales una de
terminada sociedad concede gran valor. Freud busca el resorte último de estos comportamientos en una transformación de las pulsiones sexuales: «La pulsión sexual pone a disposición del trabajo cultural cantidades de fuerza extraordinariamente grandes, en virtud de la particularidad, singularmente marcada en dicha pulsión, de poder desplazar su fin sin perder en esencia intensidad. Esta capacidad de reemplazar el fin sexual originario por otro fin, que ya no es sexual pero se le halla psíquicamente emparentada, la denominamos capacidad de sublimación» (1 a).
Ya desde el punto de vista descriptivo, las formulaciones freudianas referentes a la sublimación jamás fueron llevadas muy lejos. El ámbito de las actividades sublimadas queda mal delimitado: así, por ejemplo, ¿debe incluirse entre ellas todo el trabajo del pensamiento o sólo ciertas formas de creación intelectual? El hecho de que las actividades llamadas sublimadas son objeto, en una determinada cultura, de una valoración social particular, ¿debe considerarse como una característica fundamental de la sublimación? ¿O bien ésta engloba también el conjunto de las actividades llamadas adaptativas (trabajo, ocio, etc.)? ¿El cambio que se supone que interviene en el proceso pulsional afecta solamente al fin, como sostuvo Freud durante mucho tiempo, o simultáneamente al fin y al objeto de la pulsión como dice en la Continuación de las lecciones' de introducción al psicoanálisis {Meue Folge der Vorlesungen zur Einfiihnmg in die Psychoanalyse,1932)?: «Llamamos sublimación cierto tipo de modificación del fin y de cambio del objeto, en el cual entra en consideración nuestra valoración social» (2).
Esta incertidumbre se vuelve a encontrar en el aspecto metapsicológico, como observó el propio Freud (3). Tal sucede incluso en un trabajo centrado sobre el tema de la actividad intelectual y artística, como Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci (Eine Kindheitserinnerung des Leonardo da Vinci, 1910).
No pretendemos exponer aquí una teoría de conjunto de la sublimación, que no se desprende de los elementos, relativamente poco elaborados, que proporcionan los trabajos de Freud. Nos limitaremos a indicar, sin efectuar una síntesis, algunas direcciones del pensamiento freudiano.
1) La sublimación afecta electivamente a las pulsiones parciales*, en especial aquellas que no logran integrarse en la forma definitiva de la genitalidad: «Así, las fuerzas utilizables para el trabajo cultural provienen en gran parte de la supresión de lo que denominamos elementos perversos de la excitación sexual» (1 b).
2) Desde el punto de vista del mecanismo, Freud indicó sucesivamente dos hipótesis. La primera se basa en la teoría del apoyo* de las pulsiones sexuales sobre las pulsiones de autoconservación. De igual modo que las funciones no sexuales pueden contaminarse con la sexualidad (como, por ejemplo, en los trastornos psicógenos de la alimentación, de la visión, etc.), también «[,..] las mismas vías por las cuales los trastornos sexuales repercuten sobre las otras funciones somáticas deberían servir, en el sujeto normal, para otro importante proceso. A través de estas vías debería realizarse la atracción de las fuerzas de la pulsión sexual hacia fines no sexuales, es decir, la sublimación de la sexualidad» (4). Esta hipótesis se halla subyacente en el estudio de Freud sobre Leonardo da Vinci.
Con la introducción del concepto de narcisismo* y con la última teoría del aparato psíquico, se anticipa otra idea. La transformación de una actividad sexual en una actividad sublimada (dirigiéndose ambas hacia objetos externos, independientes) requeriría un tiempo intermedio, la retirada de la libido sobre el yo, que haría posible la desexualización. En este sentido, Freud, en El yo y el ello {Das Ich und das Es, 1923), habla de la energía del yo como de una energía «desexualizada y sublimada», susceptible de ser desplazada sobre actividades no sexuales. «Si esta energía de desplazamiento es la libido desexualizada, está justificado llamarla también sublimada, puesto que, sirviendo para instituir este conjunto unificado que caracteriza el yo o la tendencia de éste, se atendría siempre a la intención fundamental del Eros, que es la de unir y ligar» (5).
Aquí podría hallarse indicada la idea de que sublimación depende íntimamente de la dimensión narcisista del yo, de forma que volvería a encontrarse, a nivel del objeto al que apuntan las actividades sublimadas, el mismo carácter de bella totalidad que Freud asigna aquí al yo. En la misma línea de pensamiento podrían situarse, al parecer, los puntos de vista de Melanie Klein, que ve en la sublimación una tendencia a reparar y a restaurar el objeto* «bueno» hecho pedazos por las pulsiones destructivas (6).
3) En la medida en que la teoría de la sublimación quedó poco elaborada en Freud, también ha permanecido en estado de simple indicación su delimitación con respecto a los procesos limítrofes (formación reactiva*, inhibición en cuanto al fin*, idealización*, represión*). Asimismo, aunque Freud consideraba esencial la capacidad de sublimación para el resultado del tratamiento, no mostró concretamente en qué forma interviene.
4) La hipótesis de la sublimación fue enunciada a propósito de las pulsiones sexuales, pero Freud sugirió también la posibilidad de una sublimación de las pulsiones agresivas (7); este problema ha sido estudiado de nuevo después de Freud.
En la literatura psicoanalítica se recurre con frecuencia al concepto de sublimación; en efecto, esta noción responde a una exigencia doctrinal y resultaría difícil prescindir de ella. La ausencia de una teoría coherente de la sublimación sigue siendo una de las lagunas del pensamiento psicoanalítico.
SUEÑO DIURNO (ENSUEÑO)
= AL: Tagtraum. — Fr.: réve diume (revene). — Ing.: day-dream. — It.: sogno diurno. — Por.: sonho diurno (devánelo).
Freud designa con este nombre un guión imaginario en estado de vigilia, subrayando así la analogía existente entre este ensueño y el sueño. Los sueños diur
nos constituyen, como el sueño nocturno, cumplimientos de deseo; sus mecanismos de formación son idénticos, con predominio de la elaboración secundaria.
Los Estudios sobre la histeria {Studien über Hysterie, 1895), en espepecial los capítulos debidos a Breuer, subrayan la importancia que poseen los sueños diurnos en la génesis del síntoma histérico: el hábito del ensueño (el «teatro particular» de Ana O...) favorecería, según Breuer, la constitución de una escisión*(Spaltung) dentro del campo de la conciencia (véase: Estado hipnoide).
Freud se interesó por los sueños diurnos (especialmente dentro de su teoría del sueño), por una parte comparando su génesis con la del sueño; por otra, estudiando el papel que desempeñan en el sueño nocturno.
Los sueños diurnos poseen en común con los sueños nocturnos algunas características esenciales: «A! igual que los sueños, son cumplimientos de deseo; al igual que los sueños, se basan en gran parte en las impresiones que dejaron los acontecimientos infantiles; al igual que los sueños, disfiutan de una cierta indulgencia de la censura para con sus creaciones. Examinando su estructura, se aprecia que el motivo de deseo que inten'iene en su producción ha mezclado el material de que están formados y ha alterado su orden para constituir un nuevo conjunto. Respecto de los recuerdos infantiles a los que hacen referencia, guardan una relación que podría compararse con la que existe entre estos palacios barrocos de Roma y las ruinas antiguas: piedra tallada y columnas han ser\'Jdo de material para construir formas modernas» (1 a).
Con todo, el sueño diurno se caracteriza pf^r el hecho de que en él desempeña un papel preponderante la elaboración secundaria*, proporcionando a los guiones mayor coherencia que a los del sueño.
Para Freud, los sueños diurnos, término que considera sinónimo, en La interpretación de los sueños {Die Traumdeutung, 1900), de fantasía (Pliantasie) o de fantasía diurna (Tagesphantasie), no son siempre conscientes: «se produce un número considerable de ellos que son inconscientes y deben permanecer inconscientes por el hecho de su contenido y por tener su origen en el material reprimido» (1 b) {véase: Fantasía).
Los sueños diurnos constituyen una parte importante del material del sueño. Pueden encontrarse entre los restos diurnos y se hallan sometidos, como estos, a todas las deformaciones; más específicamente, pueden proporcionar a la elaboración secundaria un guión ya completamente montado, «la fachada del sueño» (1 c).
SUMA DE EXCITACIÓN
= AL: Erregungssume. — Fr.: somme d'excitation. — Jng.: sum of excitation. — //..- somraa di ecciíazione. — Por.: soma de excita?áo.
Uno de los términos utilizados por Freud para designar el factor cuantitativo cuyas transformaciones constituyen el objeto de la hipótesis económica*. El término hace recaer el acento en el origen de este factor: las excitaciones externas y, sobre todo, internas (o pulsiones).
Al final de su artículo sobre Las psiconeurosis de defensa {Die Abwehr-Neuropsychosen, 1894), Freud escribe: «Existen motivos para distinguir, en las funciones psíquicas, algo (quantum de afecto, suma de excitación) que posee todas las propiedades de una cantidad (aun cuando no estemos en condiciones de medirla), algo que puede aumentar, disminuir, desplazarse, descargarse, y se distribuye sobre las huellas mnémicas de las representaciones en forma comparable a como lo hace una carga eléctrica en la superficie de los cuerpos» (1).
Como puede verse, en este texto, el término «suma de excitación» se considera sinónimo del de quantum de afecto*; sin embargo, cada uno de estos términos acentúa un aspecto diferente del factor cuantitativo. El término «suma de excitación» subraya dos ideas:
  1. El origen de la cantidad. La energía psíquica se concibe como proveniente de estímulos, principalmente internos, que ejercen una acción continua y de los cuales no se puede escapar huyendo.
  2. El aparato psíquico se halla sometido a estimulaciones que incesantemente ponen en peligro su finalidad, es decir, el principio de constancia.
El término debe relacionarse con el de sumación (Summation) de excitación, utilizado por Freud en su Proyecto de psicología científica {Entwurf einer Psychologic, 1895) y tomado del fisiólogo Sigmund Exner (2): las excitaciones psíquicas sólo circulan dentro del aparato cuando se ha producido una acumulación o sumación que les permite franquear el umbral de permeabilidad (3).
SUPERYÓ
= Al: Über-Ich. — Fr.: surmoi (o sur-mol). — Ing.: super-ego. — It.: super-io. — Por.: superego.
Una de las instancias de la personalidad, descrita por Freud en su segunda teoría del aparato psíquico: su funcicSn es comparable a la de un juez o censor con respecto al yo. Freud considera la conciencia moral, la autoobservación, la formación de ideales, como funciones del superyó.
Clásicamente el superyó se define como el lieredero del complejo de Edipo; se forma por interiorización de las exigencias y prohibiciones parentales.
Algunos psicoanalistas hacen remontarse la formación del superyó a una época más precoz", y ven actuar esta instancia desde las fases preedípicas (Melanie Klein),
o por lo menos buscan comportaniientos y mecanismos psicológicos muy precoces que constituirían precursores del Superyó (por ejemplo. Glover, Spitz).
El término «Über-Ich» fue introducido por Freud en El yo y el ello {Das Ich und das Es, 1923) (a). Hace resaltar que la función crítica así designada constituye una instancia que se ha separado del yo y parece dominar a éste, como muestran los estados de duelo patológico o de melancolía, en los que el sujeto se critica y menosprecia: «Vemos cómo una parte del yo se opone a la otra, la juzga en forma crítica y, por así decirlo, la toma como objeto» (1).
La noción de superyó forma parte de la segunda tópica freudiana. Pero, ya antes de designarla y de diferenciarla así, la clínica y la teoría psicoanalítica habían reconocido la parte desempeñada en el conflicto psíquico por la función que tiende a prohibir la realización y la toma de conciencia de los deseos: por ejemplo, censura* del sueño. Es más, Freud reconoció que esta censura podía actuar en forma inconsciente (lo cual diferenció desde un principio su concepción de las opiniones clásicas acerca de la conciencia moral). Asimismo observó que los autorreproches en la neurosis obsesiva no son necesariamente conscientes: «[...] el sujeto que sufre de compulsiones y de prohibiciones se comporta como si estuviese dominado por un sentimiento de culpabilidad que, sin embargo, ignora por completo, de forma que podemos denominarlo sentimiento de culpabilidad inconsciente, a pesar de la aparente contradicción de estos términos» (2).
Pero fue la consideración de los delirios de autoobservación, de la melancolía y del duelo patológico lo que condujo a Freud a diferenciar, dentro de la personalidad, como una parte del yo erigida contra otra, un superyó que adquiere para el sujeto valor de modelo y función de juez. Esta instancia la distingue Freud primeramente, en los años 1914-1915, como un sistema que comprende a su vez dos estructuras parciales: el ideal del yo propiamente dicho y una instancia crítica (véase: Ideal del yo).
Si se toma el concepto de superyó en un sentido amplio y poco diferenciado, como en El yo y el ello (donde, recordémoslo, el término figura por vez primera), comprende las funciones de prohibición y de ideal. Si se mantiene, por lo menos como subestrucíura particular, el ideal del yo, entonces el superyó aparece principalmente como una instancia que encarna una ley y prohibe su transgresión.
Según Freud, la formación del superyó es correlativa de la declinación del complejo de Edipo*: el niño, renvmciando a la satisfacción de sus deseos edípicos marcados por la prohibición, transforma su catexis sobre los padres en identificación con los padres, interioriza la prohibición.
Freud indicó la diferencia existente, a este respecto, entre la evolución del niño y la de la niña: en el niño, el complejo de Edipo choca inevitablemente con la amenaza de castración: «[...] un superyó riguroso le sucede» (3 a). En la niña, por el contrario, «[...] el complejo de castración, en lugar de destruir el complejo de Edipo, prepara su aparición [...]. La niña permanece en este complejo durante un tiempo indeterminado y sólo lo supera tardíamente y en forma incompleta. El superyó, cuya formación, en estas condiciones, se halla comprometida, no puede alcanzar la potencia ni la independencia que, desde un punto de vista cultural, le son necesarias [...]» (3 b).
La renuncia a los deseos edípicos amorosos y hostiles se encuentra en el origen de la formación del superyó, el cual se enriquece, según Freud, por las aportaciones ulteriores de las exigencias sociales y culturales (educación, religión, moralidad). Y a la inversa, se ha sostenido la existencia, antes del momento clásico de formación del superyó, ora
de un superyó precoz, ora de fases precursoras del superyó. Así, varios autores insisten en el hecho de que la interiorización de las prohibiciones es muy anterior a la declinación del Edipo: los preceptos educacionales se adoptan muy pronto, especialmente, como hizo observar Ferenczi en 1925, los relativos a la educación de esfínteres (Psicoanálisis de los hábitos sexuales [Psychoanalyse von Sexualgewohnheiíenl). Según la escuela de Melania Klein, existiría, desde la fase oral, un superyó que se formaría por introyección de objetos «buenos» y «malos» y que el sadismo infantil, que entonces se encuentra en su acmé, haría particularmente cruel (4). Otros autores, sin querer hablar de superyó preedípico, muestran cómo la formación del superyó es un proceso que se inicia muy precozmente. Así, por ejemplo, R. Spitz reconoce tres primordia del superyó en las acciones físicas impuestas, la tentativa de controlar por la identificación con los gestos, o la identificación con el agresor, siendo esíe último mecanismo el que desempeña el papel más importante (5).
Resulta difícil entre las identificaciones, determinar cuáles son las que intervendrían específicamente en la constitución del superyó, del ideal del yo*, del yo ideal* e incluso del yo*.
«El establecimiento del superyó puede considerarse como un caso de identificación, lograda con éxito, con la instancia parental», escribe Freud en la Continuación de las lecciones de introducción al psicoanálisis {Neue Folge der Vorlesungen zur Einführung in die Psychoanalyse, 1932) (3 c). La expresión «instancia parental» indica por sí sola que la identificación constitutiva del superyó no debe interpretarse como una identificación con personas. En un pasaje singularmente explícito, Freud precisa esta idea: «El superyó del niño no se forma a imagen de los padres, sino más bien a imagen del superyó de éstos; se llena del mismo contenido, se convierte en el representante de la tradición, de todos los juicios de valor, que de este modo persisten a través de las generaciones» {3d).
El antropomorfismo de los conceptos de la segunda tópica freudiana
ha sido denunciado casi siempre a propósito del superyó. Pero, como ha
indicado D. Lagache, es ciertamente una aportación del psicoanálisis el
haber puesto en evidencia la presencia del antropomorfismo en el fun
cionamiento y la génesis del aparato psíquico y de haber descubierto en
él «inclusiones animistas» (6). También la clínica psicoanalítica muestra
que el superyó funciona de un modo «realista» y como una instancia
«autónoma» («objeto malo» interno, «voz potente» [¡3], etc.); varios au
tores han subrayado, después de Freud, que el superyó distaba mucho
de las prohibiciones y preceptos realmente pronunciados por los padres
y los educadores, hasta el punto de que la «severidad» del superyó puede
ser inversa a la de ellos.
(a) El término francés adoptado es surmoi o sur-moi. En ocasiones se encuentra el término «Superego», especialmente en R. Laforgue en sus numerosos trabajos sobre el tema.
(/3) Freud insistió en la idea de que el superyó comporta esencialmente representaciones de palabras, y que sus contenidos provienen de las percepciones auditivas, de los preceptos, de la lectura.
SUPRESIÓN
= AL: Unterdrückung. — Fr.: repression. — Ing.: suppression. — It.: repressione. — Por.: supressáo.
A) En sentido amplio: operación psíquica que tiende a hacer desaparecer de la conciencia un contenido displacentero o inoportimo: idea, afecto, etc. En este sentido, ia represión sería un tipo especial de supresión.
B) En sentido más estricto, designa ciertas operaciones del sentido A distintas de la represión:
a) ya sea por el carácter consciente de la operación y por el hecho de que el contenido suprimido se convierte simplemente en preconsciente y no en inconsciente;
b) ya sea, en el caso de la supresión de un afecto, porque éste no es transpuesto al inconsciente, sino inhibido, abolido.
C) En algunos textos traducidos del inglés, equivalente erróneo de Verdrangung (represión).
El término «supresión» se utiliza frecuentemente en psicoanálisis, pero su empleo está mal codificado.
Ante todo conviene eliminar de un empleo coherente el sentido C. Los traductores ingleses de Freud traducen generalmente Verdrangung por repression,utilizando entonces para Unterdrückung el término suppression. Pero la traducción de la palabra inglesa repression por la francesa repression no está justificada, puesto que el término refoulement está consagrado y es satisfactorio, mientras que el término francés repression tiene ya un empleo corriente que corresponde muy bien al alemán Unterdrückung. Incluso convendría, en las traducciones francesas de textos ingleses, substituir repression por refoulement.
En sentido A se encuentra en ocasiones, por ejemplo, en Freud, en
Tres ensayos sobre la teoría sexual (Drei Abhandlungen zur Sexualtheorie, 1905) (1), pero en conjunto es poco corriente. Conviene señalar que esta acepción no comprende todos los «mecanismos de defensa», puesto que algunos de ellos no implican la exclusión de un contenido fuera del campo de conciencia (por ejemplo, la anulación retroactiva*).
La acepción más frecuente, existente desde La interpretación de los sueños (Die Traumdeutung, 1900) (2), es la B, especialmente la fi a). Aquí la supresión se contrapone, sobre todo desde el punto de vista tópico, a la represión. En esta última, tanto la instancia represora (el yo) como la operación misma y su resultado son inconscientes. La supresión sería, por el contrario, un mecanismo consciente que tendría lugar a nivel de la «segunda censura» que Freud sitúa entre el consciente y el preconsciente; se trataría de una exclusión fuera del campo de conciencia actual y no del paso de un sistema (preconsciente-consciente) a otro (inconsciente). Desde el punto de vista dinámico, en ¡a supresión desempeñan una función primordial las motivaciones morales.
También debemos distinguir la supresión del juicio de condenación* (Verurteilung), que puede motivar, aunque no forzosamente, una expulsión fuera de la conciencia.
Observemos finalmente que el sentido B b) se encuentra, sobre todo, en la teoría freudiana de la represión para designar el destino del afecto. Para Freud, sólo el representante-representativo de la pulsión es, estrictamente hablando, reprimido, mientras que el afecto no puede volverse inconsciente: o bien se transforma en otro afecto, o bien es suprimido, «[...] de tal forma que ya no queda nada de él» (3), o de modo que «[...] sólo le corresponde [en el sistema inconsciente] un rudimento que no ha llegado a desarrollarse» (4).
SUSTITUTO
= Al: Ersatz. — Fr.: substituí. — Ing.: substitute. — It.: sostituto, surrogato. — Por.: substituto.
Véase: Formación sustltutlva.
SUSTO
= Al.: Schreck. — Fr.: effroi. — /t!g..' fright. — ¡í.: spavento. — Por.: susto o pavor.
Reacción trente a una situación de peligro o a estimulaciones extemas muy Intensas, que sorprenden al sujeto en un estado de no-preparación, por lo que no puede protegerse de ellas o dominarlas.
En Más allá del principio del placer {Jenseits des Lustprinzips, 1920) Freud propone la siguiente distinción: «Susto [Sc/irecfc], miedo \_Furcht'\ y angustia [Awgsr] son términos que erróneamente se utilizan a veces como sinónimos; su relación con el peligro permite diferenciarlos. El término angustia designa un estado caracterizado por la espera del peligro y la preparación para éste, aunque sea desconocido. La palabra miedo supone un objeto definido, del cual se tiene miedo. En cuanto a la palabra susto, designa el estado que sobreviene cuando se entra en una situación de peligro sin estar preparado; hace recaer el acento sobre el factor sorpresa» (1 a).
Entre el susto y la angustia, la diferencia estriba en que el primero se caracteriza por la no-preparación frente al peligro, mientras que «[...] en la angustia hay algo que protege contra el susto» (1 h). En este sentido, Freud ve en el susto una condición determinante de la neurosis traumática, que en ocasiones se denomina incluso neurosis de susto; Schreckneurose (véase: Trauma; Neurosis traumática).
Por lo tanto, no debe sorprender que se conceda un papel importante al concepto de susto desde el período en que surgió la concepción traumática de la neurosis. En las primeras elaboraciones teóricas de Breuer y Freud, el afecto de susto es caracterizado como una condición que paraliza la vida psíquica, impide la abreacción y favorece la formación de un «grupo psíquico separado» (la, 2b). Cuando Freud, en los años 1895-1897, intenta formular una primera teoría del trauma y de la represión sexual, la noción de la no-preparación del sujeto es esencial.
tanto en la «escena de seducción» ocurrida antes de la pubertad, como en la evocación de esta escena en un segundo tiempo (véase: Posterioridad; Seducción). El «susto sexual» (Sexualschreck) indica la irrupción de la sexualidad en la vida del sujeto.
Puede decirse que, en conjunto, la significación de la palabra susto no ha variado en Freud. Se observará solamente que a partir de Más allá del principio del placer, se tiende a utilizar menos esta palabra. La oposición que Freud intentó establecer entre las dos palabras angustia y susto volverá a aparecer, pero en forma de diferenciaciones dentro del concepto de angustia, sobre todo en la oposición entre vma angustia que sobreviene «automáticamente» en una situación traumática, y la señal de angustia*, que implica una actitud de espera activa (Erwartung) y protege contra el desarrollo de la angustia: «La angustia, reacción originaria frente al desamparo en el trauma, se reproduce en lo sucesivo en la situación de peligro como señal de alarma» (3).
TANATOS
= Al.: Thanatos. — Fr.: Thanatos. — Ing.: Thanatos. — It.: Thanatos. — Por.: Tana tos.
Palabra griega (la Muerte) utilizada en ocasiones para designar las pulsiones de muerte, por simetría con el término de Eros; su empleo subraya el carácter radical del dualismo pulsional, confiriéndole una significación casi mítica.
El término «Tánatos» no se encuentra en los escritos freudianos, pero, según Jones, lo utilizó en la conversación. Federn lo habría introducido en la literatura psicoanalítica (1).
Ya es sabido que Freud empleó el término «Eros»* dentro de su teoría de las pulsiones de vida* y de las pulsiones de muerte*. Se refiere entonces a la metafísica y a los mitos antiguos para situar sus especulaciones psicológicas y biológicas dentro de una concepción dualista de mayor alcance.
Remitimos al lector principalmente al capítulo VI de Más allá del principio del placer (Jenseits des Lustprinzips, 1920) (2) y a la VII sección de Análisis terminable e interminable (Die endliche und die unend liche Analyse, 1937), en los que Freud hace converger su propia teoría con la oposición establecida por Empédocles entre cpiXía (amor) y ^zi-/pQ (discordia): «Los dos principios fundamentales de Empédocles, cpiXía y VSÍXOÍ;', son, tanto por su nombre como por su función, los equivalentes de nuestras pulsiones originarias, Eros y destrucción» (3).
El empleo del término «Tánatos» realza el carácter de principios universales que adquieren, en la última concepción freudiana, las dos grandes clases de pulsiones.
TÉCNICA ACTIVA
= Al.: aktive Technik. — Fr.: technique active. — Ing.: active technique. — It.: técnica attiva. — Por.: técnica ativa.
Conjunto de procedimientos técnicos recomendados por Ferenczi: el analista no se Umita a dar interpretaciones, sino que formula órdenes y prohibiciones referentes a ciertos comportamientos repetitivos del analizado durante la cura y fuera de ella, cuando éstos procuran al sujeto satisfacciones tales que impiden la rememoración y el progreso de la cura.
La idea y el término «técnica activa» van asociados, en la historia del psicoanálisis, al nombre de Sandor Ferenczi. Los menciona por vez primera en relación con formas larvadas de masturbación, halladas en el análisis de casos de histeria, y que convendría prohibir; en efecto, el paciente «[...] corre el peligro de relacionar con ellas sus fantasmas patógenos y de hacer un cortocircuito constante descargándolos en forma motriz en lugar de llevarlos a la conciencia» (1 a). Ferenczi subraya que el recurrir a tales prohibiciones va únicamente destinado a facilitar la superación de los puntos muertos del trabajo analítico; por otra parte, se refiere al ejemplo de Freud, que ordenaba a los fóbicos, en cierto momento de su análisis, afrontar la situación fobógena (1 b, 2).
En el Congreso de La Haya, en 1920, Ferenczi, alentado por la aprobación de Freud, que, en el Congreso de Budapest, en 1919, había formulado la regla de abstinencia*, efectúa una descripción de conjunto de su terapia activa. Ésta implica dos fases, que deben permitir la activación y el control de las tendencias eróticas, incluso aunque hayan sido sublimadas. La primera fase está constituida por órdenes destinadas a transformar las mociones pulsionales reprimidas en una satisfacción manifiesta y a convertirlas en formaciones plenamente conscientes. La segunda está constituida por prohibiciones referentes a estas mismas formaciones; el analista puede entonces poner en relación las actividades y los afectos, evidenciados por la primera fase, con situaciones infantiles.
Teóricamente, el recurrir a medidas activas, se justificaría del siguiente modo: a la inversa del método catártico*, en el cual el surgimiento de un recuerdo provoca una reacción emocional, el método activo, provocando el actuar* y la manifestación del afecto*, facilita el retomo de lo reprimido. «Es posible que ciertos contenidos infantiles precoces [...] no puedan ser rememorados, sino solamente revividos» (3).
Desde el punto de vista técnico, Ferenczi considera que sólo se debe recurrir a las medidas activas en casos excepcionales y durante un tiempo muy limitado, cuando la transferencia se ha convertido en una compulsión y, fundamentalmente, al final del tratamiento. Por último, subraya que no pretende modificar la regla fundamental; los «artificios» que propone están destinados a facilitar su observancia.
A continuación, Ferenczi ampliaría considerablemente el campo de
aplicación de las medidas activas (4). En una pequeña obra escrita en colaboración con Otto Rank {Los fines de desarrollo del Psicoanálisis [Entwicklungsziele der Psychoanalyse'^, 1924), da una interpretación tal del proceso de la cura en términos libidinales que, especialmente en la última fase («destete de la libido»), hace necesario el recurrir a medidas activas (fijación de un término al tratamiento).
En una última etapa de su evolución, Ferenczi corregiría este punto de vista. Las medidas activas aumentan considerablemente las resistencias del paciente; al formular órdenes y prohibiciones, el analista desempeña el papel de un superyó parental, o incluso de un maestro de escuela; en cuanto a la fijación de un término al tratamiento, los fracasos observados muestran que raramente conviene recurrir a esta medida y, caso de hacerlo, debe ser, al igual que con toda otra medida activa eventual, de acuerdo con el paciente y con la posibilidad de renunciar a ella (5). Finalmente Ferenczi se vio inducido a abandonar las medidas activas; «[...] debemos contentarnos con interpretar las tendencias ocultas del paciente a actuar y sostenerlo en los débiles esfuerzos que efectúa para superar las inhibiciones neuróticas de las que hasta entonces ha sufrido, pero esto sin obligarle a adoptar medidas violentas ni incluso aconsejárselas. Si tenemos suficiente paciencia, el enfermo abordará por sí mismo el problema de efectuar tal esfuerzo, por ejemplo, afrontar una situación fóbica [...]. Corresponde al propio enfermo el decidir el momento de la actividad o, por lo menos, proporcionar indicaciones evidentes de que tal momento ha llegado» (6).
A menudo se opone la técnica activa a la actitud puramente «expectante», pasiva, que exigiría el método analítico. En realidad, esta oposición es forzada; por una parte, porque Ferenczi siempre consideró las medidas por él preconizadas como un auxiliar y no una variante del método analítico; por otra, porque éste no excluye una cierta actividad por parte del analista (preguntas, espaciamiento de las sesiones, etc.), siendo la propia interpretación activa en la medida en que modifica necesariamente el curso de las asociaciones. Lo característico de la técnica activa sería el acento que pone en la repetición*, en tanto que opuesta por Freud a la rememoración; para superar esta compulsión a la repetición y hacer posible finalmente la rememoración o, por lo menos, el progreso del trabajo analítico, Ferenczi consideró necesario, no sólo permitir, sino alentar la repetición. Tal es el móvil de la técnica activa (a).
(n) Para una discusión más amplia acerca de este tema, puede consultarse el libro de Glover, Técnica del psicoanálisis {The technique of Psychoanalysis, 1955) (7), que muestra que las preguntas planteadas por la técnica activa siguen sin responder.
TEORÍA CLOACAL
= AL: Kloakentheorie. — Fr.: théorie cloacale. — Ing.: cloacal (o cloaca) theory. — It.: teoría cloacale. — Por.: teoría cloacal.
Teoría sexual del niño, que ignora la distinción entre la vagina y el ano: la mujer sólo poseería una cavidad y un orifício, que se contunde con el ano, a través del cual nacerían los niños y se practicaría el coito.
En su artículo sobre Teorías sexuales infantiles (Über infantile Sexualtheorien, 1908) Freud describió, como teoría típica en el niño, la que denomina teoría cloacal, que él relaciona con la ignorancia de la vagina por parte de los niños de ambos sexos. Esta ignorancia implica la convicción de que «[...] el bebé debe ser expulsado como un excremento, como una deposición [...]• La teoría cloacal, que, después de todo, se cumple en muchos animales, es la única que puede parecer verosímil al niño» (1). La idea de que existe un solo orificio implica también una representación «cloacal» del coito (2).
Tal «teoría» es, según Freud, muy precoz. Obsérvese que corresponde a ciertos datos descubiertos por el psicoanálisis, especialmente en la evolución de la sexualidad femenina: «La clara separación que se exigirá entre las funciones anal y genital se halla en contradicción con las estrechas relaciones y analogías existentes entre ellas, tanto anatómica como funcionalmente. El aparato genital permanece en la inmediata vecindad de la cloaca; "[• ] en la mujer existe incluso una dependencia"» (3) (a). Según Freud, es a partir de esta especie de indiferenciación que «[...] la vagina, derivada de la cloaca, debe ser llevada al rango de zona erógena dominante» (4).
(o) Las últimas palabras entrecomilladas han sido tomadas del artículo de Leu Andreas Salomé; «Ana!» y •íSe.xuíúyt («Anal» una «Sexual», 1916).
TERAPIA CATÁRTICA O MÉTODO CATÁRTICO
= AL: kathartisches Heüverfahren o kathartische Methode, — Fr.: méthode cathartique. — Ing.: cathartic therapy o cathartic method. — It.: método catártico. —Por.: terapéutica o terapia catártica, método catártico.
Método de psicoterapia en el que el efecto terapéutico buscado consiste en una «purga» (catarsis), una descarga adecuada de los afectos patógenos. La cura permite al sujeto evocar e Incluso revivir los acontecimientos traumáticos a los que se hallan ligados dichos afectos y lograr la abreacclón de éstos.
Históricamente el «método catártico» pertenece al período (1880-1895) en que se va creando progresivamente la terapéutica psicoanalitica a partir de tos tratamientos efectuados bajo hipnosis.
La palabra catarsis procede del griego y significa purificación, purga. Fue utilizada por Aristóteles para designar el efecto producido por la tragedia en el espectador: «La tragedia es la imitación de una acción virtuosa y perfecta que, por medio del temor y de la compasión, suscita la purificación de tales pasiones» (1).
Breuer y más tarde Freud recogieron este término, que para ellos connota el efecto que se espera obtener de una abreacción* adecuada del trauma (2). En efecto, ya es sabido que, según la teoría desarrollada en los Estudios sobre la histeria (Studien über Hysteric, 1895), los afectos que no han logrado encontrar la vía hacia la descarga permanecen «arrinconados» (eingeklemmt), ejerciendo entonces efectos patógenos. Más tarde, resumiendo la teoría de la catarsis, Freud escribe: «Se suponía que el síntoma histérico se originaba cuando la energía de un proceso psíquico no podía llegar a la elaboración consciente y se dirigía hacia la inervación corporal (conversión) [...]. La curación se obtenía por la liberación del afecto desviado y su descarga por las vías normales (abreacción)» (3).
En sus comienzos, el método catártico se hallaba íntimamente ligado a la hipnosis. Pero Freud pronto dejó de utilizar la hipnosis como un método destinado a provocar directamente la supresión del síntoma sugiriendo al enfermo que éste no existe: le sirve para inducir la rememoración, reintroduciendo en el campo de la conciencia las experiencias subyacentes a los síntomas, pero olvidadas, «reprimidas» por el sujeto (a). Estos recuerdos reevocados, o incluso revividos con intensidad dramática, proporcionan al sujeto ocasión para expresar, descargar los afectos que, originalmente ligados a la experiencia traumática, en seguida habían sido suprimidos.
Rápidamente Freud renuncia a la hipnosis propiamente dicha, substituyéndola per la simple sugestión (ayudada por un artificio técnico: la presión de la mano sobre la frente del paciente) destinada a convencer al enfermo de que encontrará el recuerdo patógeno. Finalmente, Freud ya no recurrirá a la sugestión, fiándose simplemente de las asociaciones libres* del paciente. En apariencia, la finalidad de la cura (librar al enfermo de sus síntomas restableciendo la vía normal de descarga de los afectos) sigue siendo la misma en el curso de esta evolución de los procedimientos técnicos. Pero de hecho, como lo atestigua el capítulo de Freud sobre la Psicoterapia de la histeria (Estudios sobre la histeria), esta evolución técnica va acompañada de un cambio de perspectiva en la teoría de la cura: se toman en consideración las resistencias*, la transferencia*, se hace especial hincapié sobre la eficacia de la elaboración psíquica y del trabajo elaborativo*. De acuerdo con ese enfoque, el efecto catártico ligado a la abreacción deja de constituir el principal recurso del tratamiento.
Pero no por ello la catarsis deja de ser una de las dimensiones de toda psicoterapia analítica. Por una parte, y en forma variable según las estructuras psicopatológicas, se produce en muchas curas una intensa reviviscencia de ciertos recuerdos, que va acompañada de una descarga emocional más o menos tempestuosa; por otra parte, es fácil mostrar que el efecto catártico vuelve a encontrarse en las distintas modalidades de la repetición en el curso de la cura, y especialmente en la actualización transferencial. Asimismo, el trabajo elaborativo y la simbolización por el lenguaje se hallaban ya prefigurados en el valor catártico que Breuer y Freud atribuyeron a la expresión verbal: «[...] en el lenguaje el hombre encuentra un substitutivo de la acción, substitutivo mediante el cual el afecto puede ser derivado por abreacción casi en igual forma. En otros casos, la propia palabra constituye el reflejo adecuado, en forma de lamento o como expresión de un secreto atormentador (confesión)» (2 b).
Aparte de los efectos catárticos que se encuentran también en todo psicoanálisis, conviene señalar que existen algunos tipos de psicoterapia que persiguen ante todo la catarsis: el narcoanálisis, utilizado principalmente en los casos de neurosis traumática, provoca, mediante la admi
nistración de fármacos, efectos parecidos a los que Breuer y Freud obtenían mediante la hipnosis. El psicodrama, según Moreno, se define como una liberación de los conflictos internos mediante la representación dramática,
(a) Acerca de esta evolución en la utilización de la hipnosis por Freud, consúltese, por ejemplo. Un caso de curación por la hipnosis {Ein Fall von hypnotischer Heilung, 1892-1893).
TERNURA
= Al.: Zártlichkeit. — Fr.: tendresse. — Ing.: tenderness. — It.: tenerezza. — Por.: ternura.
En el empleo específico que le da Freud, este término designa, en contraposición al de «sensualidad» (Sinnlichkeit), una actitud hacia otro que perpetúa o reproduce el primer modo de relación amorosa del niño, en el cual el placer sexual no se da independientemente, sino siempre apoyándose en la satisfacción de las pulsiones de autoconservación.
Analizando un tipo especial de comportamiento amoroso (Sobre una degradación general de la vida erótica [Über die allgemeinste Erniedrigung des Liebeslehens, 1912]), Freud se vio inducido, en la medida en que estos dos elementos se hallaban separados en clínica, a distinguir una «corriente sensual» 3' una «corriente de ternura» (véase: Amor genital).
Freud se dedica, más que a describir las manifestaciones de la ternura, a buscar su origen. Lo encuentra en la elección objetal primaria del niño, el amor hacia la persona que lo cuida y lo alimenta. Desde el comienzo, este amor incluye componentes eróticos, pero éstos, en un primer tiempo, son inseparables de la satisfacción hallada en la alimentación y los cuidados corporales (véase: Apoyo).
En contraposición, la corriente «sensual» o, hablando propiamente, sexual, se podría definir, en la infancia, por el hecho de que el placer erótico se desvía pronto del camino hacia el objeto que le viene indicado por las necesidades vitales y se vuelve autoerótico (véase: Sexuahdad).
Durante el período de latencia*, los fines sexuales experimentan, por efecto de la represión, una especie de mitigación, lo que refuerza la corriente de la ternura. Con el empuje pulsional de la pubertad, «[...] la potente corriente sensual vuelve a dirigirse hacia sus fines». Pero sólo paulatinamente los objetos sexuales podrán «[...] atraer hacia sí la ternura dirigida hacia los objetos anteriores» (1).
TÓPICA
= AI.: Topik, topisch. — Fr.: topique (s. f. y adj.). — Ing.: topography, topographical. — It.: punto di vista tópico. ~ Por.: tópica, tópico.
Teoría o punto de vista que supone una diferenciación del aparato psíquico en cierto número de sistemas dotados de características o funciones diferentes y dispuestos en un determinado orden entre sí, lo que permite considerarlos metafó
ricamente como lugares psíquicos de los que es posible dar una representación espacial figurada.
Corrientemente se habla de dos tópicas freudianas, la primera en la que se establece una distinción fundamental entre inconsciente, preconsclente y consciente, y la segunda que distingue tres instancias: el ello, el yo, el superyó.
El término «tópico», que significa teoría de los lugares (del griego TOTtoO. forma parte, desde la Antigüedad griega, del lenguaje filosófico. Para los antiguos, especialmente para Aristóteles, los lugares constituyen categorías, de valor lógico o retórico, de las cuales se extraen las premisas de la argumentación. Resulta interesante señalar que, en la filosofía alemana, Kant utilizó el término «tópica». Entiende por tópica trascendental «[...] la determinación por el juicio del lugar que corresponde a cada concepto [...]; ella distinguiría siempre a qué facultad de conocimiento pertenecen propiamente los conceptos» (1) (a).
I. La hipótesis freudiana de una tópica psíquica surge dentro de un contexto científico (neurología, psicofisiología, psicopatología), del cual nos limitaremos a indicar los elementos más inmediatamente determinantes.
1.° La teoría anatomo-fisiológica de las localizaciones cerebrales, que predomina durante la segunda mitad del siglo xix, tiende a hacer depender de soportes neurológicos rigurosamente localizados, funciones muy especializadas o tipos específicos de representaciones o de imágenes, que estarían como almacenadas en una determinada parte del cortex cerebral. En la pequeña obra que Freud dedicó, en 1891, al tema, que a la sazón era de gran actualidad, de la afasia, critica dicha teoría, que califica de tópica; muestra los límites y contradicciones inherentes a los complicados esquemas anatómicos que entonces propusieron autores como Wernicke y Lichtheim, y sostiene que la consideración de los datos tópicos de la localización debe completarse con una explicación de tipo funcional.
 En el campo de la psicología patológica, toda una serie de observaciones induce a relacionar con grupos psíquicos diferentes, de un modo casi realista, comportamientos, representaciones y recuerdos que no se hallan constantemente y en conjunto a disposición del sujeto, pero que, a pesar de ello, pueden mostrar su eficacia: fenómenos hipnóticos, casos de «doble personalidad», etc. (véase: Escisión del yo).
Si bien sobre este terreno surge el descubrimiento freudiano del inconsciente, éste no se limita a reconocer la existencia de lugares psíquicos diferentes, sino que asigna a cada uno de ellos una naturaleza y un modo de funcionamiento distintos. Desde los Estudios sobre la histeria (Studien über Hysterie, 1895), la concepción del inconsciente implica una diferenciación tópica del aparato psíquico: el propio inconsciente comporta una organización en estratos, y la investigación analítica se efectúa necesariamente por ciertas vías que suponen la existencia de un determinado orden entre los grupos de representaciones. La organización de los recuerdos, dispuestos en forma de verdaderos «archivos» en torno a un «núcleo patógeno», no es sólo cronológica; tiene también un sentido lógico, efectuándose de diversos modos las asociaciones entre las diversas representaciones. Por otra parte, la toma de conciencia, la reintegración de los recuerdos inconscientes en el yo, se describe sobre un modelo espacialmente representado definiéndose la conciencia como un «desfiladero» que no deja pasar más de un recuerdo a la vez al «espacio del yo» (2).
3.° Se sabe que Freud siempre atribuyó a Breuer el mérito de haber establecido una hipótesis que es esencial para una teoría tópica del psiquismo: en la medida en que el aparato psíquico está formado por sistemas diferentes, esta diferenciación debe poseer una significación funcional. Especialmente es por esta razón que una misma parte del apa-lato no puede desempeñar las dos funciones contradictorias que son la recepción de las excitaciones y la conservación de sus huellas (3).
 Finalmente, el estudio del sueño, reforzando la idea de un territorio inconsciente con sus propias leyes de funcionamiento, fortifica la hipótesis de una separación entre los sistemas psíquicos. Acerca de este punto, Freud señaló el valor de la intuición de Fechner, cuando éste reconoció que la escena de acción de los sueños no constituía la prolongación atenuada de la actividad representativa vigil, sino verdaderamente «otra escena» (4 a).
II. La primera concepción tópica del aparato psíquico se presenta en el capítulo VII de La interpretación de los sueños (Die Traumdeutung, 1900), pero puede seguirse su evolución a partir del Proyecto de psicología científica {Entwurf einer Psychologic, 1895), donde es expuesta todavía dentro del marco neurológico de un aparato neuronal, y a continuación a través de las cartas a Fliess, especialmente las del 1-1-1896 y del 6-XII-1896 (P). Ya es sabido que esta primera tópica (que será desarrollada todavía en los textos metapsicológicos de 1915) distingue tres sistemas, inconsciente*, preconsciente* y consciente*, cada uno de los cuales posee su función, su tipo de proceso, su energía de catexis, especificándose por contenidos representativos. Entre estos sistemas Freud sitúa las censuras*, que inhiben y controlan el paso del uno al otro. El término «censura», al igual que otras imágenes de Freud («antesala», «fronteras» entre sistemas) indica el aspecto espacial de la teoría del aparato psíquico.
Pero el punto de vista tópico va más allá de esta diferenciación fundamental. Por una parte, Freud, en los esquemas del capítulo VII de La interpretación de los sueños, así como en la carta del 6-XII-1896, postula la existencia de una sucesión de sistemas mnémicos constituidos por grupos de representaciones caracterizados por leyes de asociación distintas. Por otra parte, la diferencia entre los sistemas es correlativa de una cierta ordenación, de tal forma que el paso de la energía de uno a otro punto debe seguir un orden de sucesión determinado: los sistemas pueden ser recorridos en una dirección normal, «progresiva», o en un sentido regresivo; lo que Freud designa con el término «regresión tópica» viene ilustrado por el fenómeno del sueño, en el que los pensamientos pueden adquirir un carácter visual que llegue hasta la alucina
ción, regresando así a los tipos de imágenes más próximos a la percepción, situada en el origen del recorrido de la excitación.
¿Cómo debe entenderse el concepto de lugares psíquicos, que implica la teoría freudiana? Como insistió Freud, sería un error ver en ello una nueva tentativa de localización anatómica de las funciones: «Dejaré de lado totalmente el hecho de que el aparato psíquico, del que aquí nos ocupamos, nos es conocido igualmente en forma de preparación anatómica, y evitaremos cuidadosamente la tentación de determinar anatómicamente en alguna forma los lugares psíquicos» (4 b). Con todo, se observará que, de hecho, la referencia a la anatomía dista de estar ausente; en La interpretación de los sueños todo el proceso psíquico se sitúa entre una extremidad perceptiva y una extremidad motriz del aparato: el esquema del arco reflejo, al cual recurre Freud aquí, al mismo tiempo que posee función de «modelo», conserva todo su valor facial (7). En lo sucesivo, en más de una ocasión, Freud continuará buscando, si no correspondencias precisas, por lo menos analogíaSj o quizá metáforas, en la estructura espacial del sistema nervioso. Así, por ejemplo, sostiene que existe una relación entre la situación periférica del cortex cerebral y el hecho de que el sistema Percepción-Conciencia recibe las excitaciones extremas.
No obstante, Freud se muestra firmemente aferrado a lo que él considera como la originalidad de su tentativa: «[...] hacer comprensible la complicación del funcionamiento psíquico descomponiendo este funcionamiento y asignando cada función particular a las diversas partes del aparato» (4 c). El concepto de «lugares psíquicos» implica, como es obvio, que cada parte es exterior a las demás y posee una especialización propia. Además, ofrece la posibilidad de fijar un determinado orden de sucesión a un proceso que se desarrolla en el tiempo (8).
Por último, la comparación que Freud establece entre el aparato psíquico y un aparato óptico (por ejemplo, un microscopio compuesto) aclara lo que él entiende por lugar psíquico: los sistemas psíquicos corresponderían a los puntos virtuales del aparato, situados entre dos lentes, más que a sus piezas mateiiales (4 d).
III. La tesis principal de una distinción entre sistemas, y especialmente de la separación entre Inconsciente y Preconsciente-Consciente (e), es inseparable de la concepción dinámica, igualmente importante en psicoanálisis, según la cual los sistemas se hallan en conflicto entre sí (véase: Dinámico; Conflicto psíquico). La articulación entre estos dos puntos de vista plantea el problema del origen de la distinción tópica. De un modo muy esquemático, hallaríamos en la obra de Freud dos clases muy distintas de respuesta: una, de matiz genético, que será reforzada por la segunda teoría del aparato psíquico (véase especiaimeníe: Ello), consiste en suponer la aparición y diferenciación progresiva de las instancias a partir de un sistema inconsciente, cuyas raíces se hunden en lo biológico («todo lo que es consciente ha sido primeramente inconsciente»); la otra intenta explicar la constitución de un inconsciente por e¡ proceso de la represión, solución que conduce a Freud a postular, en un primer tiempo, una represión originaria*.
IV. A partir de 1920, Freud elaboró otra concepción de la personalidad (que a menudo se designa abreviadamente con el término «segunda tópica»). El principal motivo que clásicamente se invoca para explicar este cambio es la consideración creciente de las defensas inconscientes, lo que impide hacer coincidir los polos del conflicto defensivo con los sistemas anteriormente establecidos: lo reprimido con el Inconsciente, y el yo con el sistema Preconsciente-Consciente.
De hecho, el sentido del cambio a que nos referimos no puede limitarse a esta idea, que por lo demás se hallaba presente en Freud, en forma más o menos explícita, desde hacía mucho tiempo (véase: Yo). Uno de los principales descubrimientos que lo hizo necesario fue el del papel desempeñado por las diversas identificaciones en la constitución de la persona y de las formaciones permanentes que aquéllas depositan en el seno de ésta (ideales, instancias críticas, imágenes de sí mismo). En su forma esquemática, esta segunda teoría hace intervenir tres «instancias»: el ello, polo pulsiona! de la personalidad; el yo, instancia que se erige en representante de los intereses de la totalidad de la persona y, como tal, es catectizada con libido narcisista, y por liltimo el superyó, instancia que juzga y critica, constituida por la interiorización de las exigencias y prohibiciones parentales. Esta concepción no se limita a hacer intervenir las relaciones entre las tres instancias citadas, sino que, por una parte, diferencia en ellas formaciones más específicas (por ejemplo, yo ideal, ideal* del yo*) y, por consiguiente, considera, además de las relaciones «intersistémicas», relaciones «intrasistémicas»; por otra parte, lleva a atribuir singular importancia a las «relaciones de dependencia» existentes entre los diversos sistemas, y de un modo especial a encontrar en el yo, incluso en sus actividades llamadas adaptativas, la satisfacción de reivindicaciones pulsionales.
¿Qué sentido posee, dentro de esta nueva «tópica», la idea de lugares psíquicos? Ya en la elección de los términos que designan las instancias se aprecia que aquí el modelo no se ha tomado de las ciencias físicas, sino que es antropomórfico: el campo intrasubjetivo tiende a concebirse según el modelo de las relaciones intersubjetivas y los sistemas se representan como personas relativamente autónomas dentro de la persona (así, por ejemplo, se dice que el superyó se comporta sádicamente con respecto al yo). En la misma medida, la teoría científica del aparato psíquico tiende a acercarse a la forma fantasmática en que el sujeto se concibe a sí mismo y quizá incluso se constituye.
Freud no renunció a armoiúzar sus dos tópicas. En varios lugares de su obra da una representación sobre un modelo espacialmente representado del conjunto del aparato psíquico, en la cual coexisten las divisiones yo-ello-super\"ó y las divisiones inconsciente-preconsciente-consciente (5, 6). La exposición más precisa de esta tentativa se encuentra en el capítulo IV del Esquema del psicoanálisis (Abriss der Psychoanalyse, 1938).
(o) El empleo kantiano de la noción de tópica podría intentar situarse entre una concepción lógica o retórica, que es la de los antiguos, y la concepción de los lugares psíquicos, que será la de Freud. Para Kant, el buen uso lógico de los con
ceptos depende de nuestra capacidad de relacionar correctamente las representaciones de cosas con una u otra de nuestras facultades (sensibilidad y entendimiento).
(P)
En esta última carta, en el preciso momento en que Freud elabora la teoría del aparato psíquico que será la de La interpretación de los sueños, la palabratópica está tan cargada de significaciones anatómicas que Freud precisa que la distinción de los sistemas psíquicos no es «[...] necesariamente tópica».
(7)
Es preciso subrayar además que este pretendido esquema del arco reflejo, que devuelve en forma motriz la misma energía que ha recibido en la extremidad sensitiva, no tiene en cuenta algunos datos establecidos ya en aquella época por la fisiología nerviosa, y que Freud, neurólogo consumado, conocía perfectamente. Tal «negligencia» quizá proceda del hecho de que Freud intenta explicar, por medio de un esquema único, la circulación de la energía pulsional, calificada de «excitación interna», y la de las «excitaciones externas». Desde este punto de vista, el modelo propuesto debería entenderse fundamentalmente como un modelo del deseo, que Freud generalizaría convirtiéndolo en modelo global del sistema psicofisiológico, pretendiendo que en el sistema circularía la energía misma de las excitaciones externas. Pero probablemente existe una verdad más profunda en esta seudoñsioiogía y en ías metáforas que iieva consigo, en la medida en que conduce a representarse el deseo como un «cuerpo extraño» que, desde dentro, ataca al sujeto.
("5) Este carácter extenso del aparato psíquico constituye un dato tan fundamental para Freud que éste llega a invertir la perspectiva kantiana, considerando que dicho carácter es el origen de la forma a priori del espacio: «Quizá la espacialidad sea la proyección del carácter extenso del aparato psíquico. No es vefosímil ninguna otra deducción. En contraposición a Kant, serían condiciones a priori de nuestro aparato psíquico. La psique es extensa, sin saberlo» (7).
(E) Recordemos que Freud une generalmente !a conciencia a! Preconsciente con el nombre de sistema Preconsciente-Consciente (véase: Conciencia).
TRABAJO DEL DUELO
= Al: Trauerarbeit. — Fr.: travail du deuil. — Ing.: work of mourning. — It.: lavoro del lutto (o del cordoglio). — Por.: trabalho o labor do luto.
Proceso intrapsíquico, consecutivo a la pérdida de un objeto de fijación, y por medio del cual el sujeto logra desprenderse progresivamente de diclio objeto.
La expresión, que se ha vuelto clásica, «trabajo del duelo», fue introducida por Freud en Duelo y melancolía (Trauer und Melancholie, 1915). Señala por sí sola la renovación que aporta la perspectiva psicoanalítica a la comprensión de un fenómeno psíquico en el que tradicionalmente sólo se veía una atenuación progresiva y espontánea del dolor que provoca la muerte de un ser querido. Para Freud, este resultado final es la última etapa de todo un proceso interior que implica una actividad del sujeto, actividad que, por lo demás, puede fracasar, como muestra la clínica de los duelos patológicos.
El concepto de trabajo del duelo debe relacionarse con el concepto, más general, de elaboración psíquica*, concebida como una necesidad del aparato psíquico de ligar las impresiones traumatizantes. Desde los E.stndios sobre la histeria (Studien über Hysterie, 1895) Freud había señalado la forma especial que adopta esta elaboración en el caso del duelo: «Poco después de la muerte del enfermo, comienza en ella [una histérica observada por Freud] el trabajo de reproducción que le trae de nuevo ante sus ojos las escenas de la enfermedad y de la muerte. Cada día pasa de nuevo por cada una de sus impresiones, llora por ellas, se consuela, por así decirlo, a satisfacción» (1).
La existencia de un trabajo intrapsíquico de duelo viene atestiguada, según Freud, por la falta de interés por el mundo exterior que aparece con la pérdida del objeto: toda la energía del sujeto parece acaparada por su dolor y sus recuerdos, hasta que «[...] el yo, obligado, por así decirlo, a decidir si quiere compartir este destino [del objeto perdido], al considerar el conjunto de las satisfacciones narcisistas que comporta el permanecer con vida, se determina a romper su lazo con el objeto desaparecido» (2 a). Para que tenga lugar este desprendimiento, que hará finalmente posibles nuevas catexis, es necesaria una tarea psíquica: «Cada uno de los recuerdos, cada una de las esperanzas mediante las cuales la libido se hallaba ligada al objeto, son presentiñcadas, sobrecatectizadas, y sobre cada una de ellas se realiza el desprendimiento de la libido» (2 b). En este sentido se ha dicho que el trabajo del duelo consistía en «matar al muerto» (3a).
Freud mostró la gradación existente entre el duelo normal, los duelos patológicos (el sujeto se considera culpable de la muerte ocurrida, la niega, se cree influido o poseído por el difunto, cree padecer la misma enfermedad que produjo la muerte de éste, etc.) y la melancolía. De un modo muy esquemático podría decirse que, segiín Freud, en el duelo patológico pasa a primer plano el conflicto ambivalente; en la melancolía se pasa a una etapa suplementaria: el yo se identifica con el objeto perdido.
Después de Freud, los psicoanalistas han intentado explicar el fenómeno del duelo normal a partir de sus formas patológicas, depresiva y melancólica, pero también maníaca, insistiendo especialmente en el papel desempeñado por la ambivalencia* y la función de la agresividad hacia el muerto, en la medida en que aquélla permitiría el desprendimiento con respecto a éste.
Estos datos psicopatológicos se han relacionado fructíferamente con los datos proporcionados por la antropología cultural acerca del duelo en algunas sociedades primitivas, las creencias colectivas y los ritos que lo acompañan.
TRABAJO ELABORATIVO
= AL: Durcharbeitung o Durcharbeiten. — Fr.: perlaboration. — Ing.: workingthrough. — it.: elaborazione. — Por.: perlabora^áo.
Proceso en virtud del cual el analizado integra una interpretación y supera las resistencias que ésta suscita. Se trataría de una especie de trabajo psíquico que permite al sujeto aceptar ciertos elementos reprimidos y librarse del dominio de los mecanismos repetitivos. El trabajo elaborativo es constante en la cura, pero actúa especialmente en ciertas fases en que el tratamiento parece estancado y en las que una resistencia, aunque interpretada, persiste.
Correlativamente, desde el punto de vista técnico, el trabajo elaborativo resulta favorecido por interpretaciones del analista consistentes especialmente en mostrar cómo las significaciones de que se trata se vuelven a encontrar en diferentes contextos.
El verbo substantivado durcharbeiten ha hallado un equivalente satisfactorio en el término inglés working-through, al que recurren a menudo los autores franceses. En efecto, el idioma corriente no permite una traducción exacta. Esto obliga, ya sea a admitir términos como «elaboración interpretativa», que constituyen un comentario del concepto, ya sea a proponer neologismos: esta es la solución que adoptan los autores con perlaboration. En cuanto al término elaboration, que se encuentra en algunos traductores, lo consideramos inadecuado; en efecto, corresponde mejor a los términos alemanes bearbeiten overarbeiten, que se encuentran también en los textos freudianos; por otra parte, implica un matiz de «dar forma», que ofrece el peligro de alterar el sentido dedurcharbeiten {véase: Elaboración psíquica).
¿No guarda relación esta dificultad terminológica con la imprecisión del concepto?
Desde los Estudios sobre la histeria (Studien über Hysteric, 1895), se encuentra expuesta la idea de que el analizado realiza durante la cura cierto trabajo; los propios términos durcharbeiten y Durcharbeitung los utiliza Freud sin conferirles una significación bien específica (1).
Esta significación sólo la adquirirán en el artículo Recuerdo, repetición y elaboración (1914), cuyo título induce a pensar que el trabajo elaborativo constituye un recurso de la cura comparable a la evocación de los recuerdos reprimidos y a la repetición en la transferencia. De hecho, el sentido que Fraud le atribuye permanece bastante oscuro. Resaltan en este texto los siguientes rasgos:
a) el trabajo elaborativo actúa sobre las resistencias;
b) generalmente sigue a la interpretación de una resistencia, que parece no producir efecto; en este sentido, un período de relativo estancamiento puede ocultar este trabajo eminentemente positivo, que Freud considera como el principal factor de la eficacia terapéutica;
c) permite pasar del rechazo o de la aceptación puramente intelectuales a una convicción basada en la experiencia vivida (Erleben) de las pulsiones reprimidas que «alimentan la resistencia» (2 a). En este sentido, el sujeto realiza el trabajo elaborativo «internándose en la resistencia» (2 b).
Freud apenas articula el concepto de trabajo elaborativo con los de rememoración y de repetición. Ccn todo, parece tratarse, en su opinión, de un tercer término en los que vendrían a juntarse los otros dos; en efecto, el trabajo elaborativo es ciertamente una repetición, pero modificada por la interpretación y, por ello, susceptible de favorecer el trabajo elaborativo del sujeto frente a sus mecanismos repetitivos. Freud, sin duda porque considera el carácter vivido y resolutivo del trabajo elaborativo, ve en él un homólogo de lo que representaba la abreaccion en el tratamiento hipnótico.
La distinción tópica que introduce Freud en Inhibición, síntoma y angustia (Hemmung, Symptom una Angst, 1926) entre resistencia del ello y resistencia del yo le permite disipar ciertas ambigüedades del texto anterior: la represión no desaparece una vez superada la resistencia del yo; hace falta además «[...] vencer la fuerza de la compulsión a la repetición, la atracción que ejercen los prototipos inconscientes sobre el proceso pulsional reprimido» (3); en esto basa la necesidad del trabajo elaborativo. Éste podría definirse, desde este punto de vista, como el proceso capaz de suprimir la insistencia repetitiva propia de las formaciones inconscientes, poniéndolas en relación con el conjunto de la personalidad del sujeto.
En los citados textos de Freud, el trabajo elaborativo se describe indiscutiblemente como un trabajo efectuado por el analizado. Los autores que, después de Freud, han insistido sobre la necesidad del trabajo elaborativo, no han dejado de subrayar la parte que en él cumple siempre el analista. Citemos, a título de ejemplo, las siguientes líneas de Melante Klein: «Nuestra experiencia cotidiana confirma sin cesar la necesidad del trabajo elaborativo: así, vemos pacientes que, en una cierta fase, han adquirido insight, negar este mismo insight en las sesiones siguientes; en ocasiones parecen incluso haber olvidado que alguna vez lo habían hecho suyo. Sólo extrayendo nuestras conclusiones del material, tal como reaparece en diferentes contextos, e interpretándolo gradualmente, ayudamos de un modo progresivo al paciente a adquirir el insight en forma más duradera» (4).
TRABAJO DEL SUEÑO
= Ai: Traumarbeit. — Fr.: travail du réve. — Ing.: dream-work. — It.: iavoro del sogno. — Por.: trabalho o labor do sonho.
Conjunto de las operaciones que transforman los materiales del sueño (estímulos corporales, restos diurnos*, pensamientos del sueño*) en un producto: el sueño manifiesto. El efecto de este trabajo es la deformación*.
Al final del capítulo IV de La interpretación de los sueños (Die Traumdeutiiug, 1900) Freud escribe: «El trabajo psíquico en la formación del sueño se divide en dos operaciones: la producción de los pensamientos del sueño y su transformación en contenido [manifiesto] del sueño» (1 a). Esta segunda operación es la que, en sentido estricto, constituye el trabajo del sueño, cuyos cuatro mecanismos analiza Freud: Verdictung (condensación*), Verschiebung (desplazamiento*),Rücksicht auf Darstellbarkeit (consideración de la representabilidad) y sekundare Bearbcitwig (elaboración secundaria*).
En cuanto a la naturaleza de este trabajo, Freud sostiene dos proposiciones complementarias:
1) no es un trabajo creador, sino que se contenta con transformar los materiales; 2) sin embargo, es este trabajo, y no el contenido latente, lo que constituye laesencia del sueño.
La tesis del carácter no creativo del sueño implica, por ejemplo, que «[...] toda lo que se encuentra en los sueños como actividad aparente de la junción del juicio [cálculos, razonamiento] debe considerarse, no
como una operación intelectual del trabajo del sueño, sino como perteneciente al material de los pensamientos del sueño» (1 b). Éstos se ofrecen como material al trabajo del sueño, el cual obedece a «[...] una especie de necesidad imperiosa de combinar en una sola unidad todas las fuentes que han actuado como estímulos del sueño» (le).
En cuanto al segundo punto (el sueño es esencialmente el trabajo que en él se realiza), Freud insiste en él en sus Observaciones sobre la teoría y la práctica de la interpretación de los sueños (Bemerkungen zur Theorie und Praxis der Traumdeutung, 1923) (2), donde previene a los analistas contra un respeto excesivo hacia un «misterioso inconsciente». La misma idea se patentiza en diversas notas añadidas a La interpretación de los sueños y que constituyen una especie de llamada al orden. Por ejemplo: «Durante mucho tiempo se han confundido los sueños con su contenido manifiesto. Es preciso no confundirlos ahora con los pensamientos latentes» (Id).
TRANSFERENCIA
= Al.: t)bertragung. — Fr.: transfert. — Ing.: transference. — It.: traslazione o transferí. — Por.: transferencia.
Designa, en psicoanálisis, el proceso en virtud del cual los deseos inconscientes se actualizan sobre ciertos objetos, dentro de un determinado tipo de relación establecida con ellos y, de un modo especial, dentro de la relación analítica.
Se trata de una repetición de prototipos infantiles, vivida con un marcado sentimiento de actualidad. Casi siempre lo que los psicoanalistas denominan transferencia, sin otro calificativo, es la transferencia en la cura.
La transferencia se reconoce clásicamente como el terreno en el que se desarrolla la problemática de una cura psicoanalítica, caracterizándose ésta por la instauración, modalidades, interpretación y resolución de la transferencia.
La palabra transferencia no pertenece exclusivamente al vocabulario psicoanalítico. En efecto, posee un sentido muy general, parecido al de transporte, pero que implica un desplazamiento de valores, de derechos, de entidades, más que un desplazamiento material de objetos (ejemplos: transferencia de fondos, transferencia de propiedad, etc.). En psicología, se utiliza en varias acepciones: transferencia sensorial (traducción de una percepción de un campo sensorial a otro); transferencia de sentimientos (1); y, sobre todo, en la psicología experimental moderna, transferencia de aprendizaje y de hábitos (los progresos obtenidos en el aprendizaje de una determinada forma de actividad implican una mejora en el ejercicio de una actividad distinta). Esta transferencia de aprendizaje se denomina, en ocasiones, positiva, y se contrapone a una transferencia llamada negativa, que designa la interferencia negativa de un primer aprendizaje sobre un segundo aprendizaje (a).
Si se encuentra una especial dificultad en proponer una definición de transferencia, se debe a que este término ha adquirido, para muchos autores, una extensión muy amplia, llegando a designar el conjunto de
los fenómenos que constituyen la relación del paciente con el psicoanalista, por lo cual comporta, mucho más que cualquier otro término, el conjunto de las concepciones de cada analista acerca de la cura, su objeto, su dinámica, su táctica, sus metas, etc. Así, en este concepto se hallan implicados una serie de problemas que son objeto de clásicas discusiones:
a) Referentes a la especificidad de la transferencia en la cura: ¿la situación analítica no haría más que proporcionar, merced al rigor y a la constancia de sus coordenadas, una ocasión privilegiada de manifestación y observación de fenómenos que se encuentran también en otras circunstancias?
b) Referentes a la relación entre la transferencia y la realidad: ¿qué apoyo puede encontrarse en una noción tan problemática como la de «arrea!» o tan difícil de determinar como la de realidad de la situación analítica, para apreciar el carácter adaptado o no adaptado a esta realidad, transferencia! o no, de una determinada manifestación aparecida durante la cura?
c) Respecto de la función de la transferencia en la cura: ¿cuál es el valor terapéutico respectivo del recurso y de la repetición vivida?
d) Respecto de la naturaleza de lo que se transfiere: ¿se trata de pautas de comportamiento, tipos de relación de objeto, sentimientos positivos o negativos, afectos, carga libidinal, fantasmas, conjunto de una imago o rasgo particular de ésta, o incluso instancia en el sentido de la última teoría del aparato psíquico?
El hallazgo de las manifestaciones de transferencia en psicoanálisis, fenómeno acerca del cual Freud nunca dejó de subrayar hasta qué punto su aparición resultaba extraña (2), permitió reconocer en otras situaciones la acción de la transferencia, ya sea porque ésta se encuentre en el fundamento mismo de la relación en juego (hipnosis, sugestión), ya sea porque desempeñe, dentro de ciertos límites a valorar, un papel importante (médico-enfermo, y también maestro-alumno, director espiritual-penitente, etc.). Asimismo, en los antecedentes inmediatos del análisis, la transferencia mostró la amplitud de sus efectos, en el Caso Ana O... tratado por Breuer según el «método catártico», mucho antes de que el terapeuta supiera identificarla como tal y, sobre todo, utilizarla ((5). También en la historia del concepto, en Freud, existe una separación cronológica entre las concepciones explícitas y la experiencia efectiva, separación que comprobó a sus expensas, como él mismo observó en el Caso Dora. De ello se deduce que, si se intenta seguir la evolución de la transferencia en el pensamiento de Freud, se debe ir más allá de sus enunciados y descubrir su intervención en las curas cuya descripción ha llegado hasta nosotros.
Cuando Freud, refiriéndose al sueño, habla de «transferencia», de «pensamientos de transferencia», designa con estos términos un tipo de desplazamiento* en el que el deseo inconsciente se expresa y se disfraza a través del material proporcionado por los restos preconscientes de la vigilia (3 a). Pero sería erróneo ver aquí un mecanismo distinto del invocado para explicar lo que Freud encontró en la cura: «[...] la representación inconsciente es, como tal, incapaz de penetrar en el preconsciente, y sólo puede ejercer su efecto entrando en conexión con una representación anodina que pertenezca ya al preconsciente, transfiriendo su intensidad sobre ella y ocultándose en ella. Tal es el hecho de la transferencia, que explica tantos fenómenos sorprendentes de la vida mental de los neuróticos» (3b). De igual forma, en los Estudios sobre la histeria (Studien über Hysterie, 1895), Freud explicaba los casos en que una determinada paciente transfería sobre la persona del médico las representaciones inconscientes: «El contenido del deseo aparecía primeramente en la conciencia de la enferma sin ningún recuerdo de las circunstancias ambientales que hubieran hecho referirlo al pasado. Entonces el deseo presente, en función de la compulsión a asociar que dominaba en la conciencia, se ligaba a una persona que ocupaba legítimamente los pensamientos de la enferma; y, como resultado de esta unión inadecuada que yo denomino falsa conexión, se despertaba el mismo afecto que en otra época había impulsado a la paciente a rechazar este deseo prohibido» (4 a).
En un principio, la transferencia, para Freud, por lo menos desde un punto de vista teórico, no es más que un caso particular de desplazamiento del afecto de una representación a otra. Si es elegida preferentemente la representación del analista, ello se debe a la vez a que constituye una especie de «resto diurno» siempre a disposición del sujeto, y a que este tipo de transferencia favorece la resistencia, por cuanto la declaración del deseo reprimido se vuelve particularmente difícil cuando debe hacerse a la misma persona a la que apunta (4 b, 5 a). También puede apreciarse que, en aquella época, la transferencia se consideraba como un fenómeno muy localizado. Cada transferencia se debía tratar como cualquier otro síntoma (4 c), a fin de mantener o restablecer una relación terapéutica basada en una cooperación confiada, en la que Freud hace intervenir, entre otros factores, la influencia personal del médico (4 d), sin relacionarla para nada con la transferencia.
Parece, pues, que en un principio Freud consideró que la transferencia no formaba parte de la esencia de la relación terapéutica. Esta idea vuelve a encontrarse incluso en el Caso Dora, en el cual, sin embargo, el papel de la transferencia aparece como fundamental, hasta el punto de que Freud, en el comentario crítico que añade al relato del caso, atribuye la interrupción prematura de la cura a un defecto de interpretación de la transferencia. Numerosas expresiones ponen de manifiesto que Freud no asimila el conjunto de la cura, en su estructura y dinámica, a una relación de transferencia: «¿Qué son las transferencias! Son reimpresiones, reproducciones de las mociones y de los fantasmas, que deben ser develados y hechos conscientes a medida que progresa el análisis; lo característico de ellas es la substitución de una persona anteriormente conocida por la persona del médico» (6). Acerca de estas transferencias (obsérvese el plural) Freud indica que no son diferentes por naturaleza, tanto si se dirigen al analista como a alguna otra persona, y, por Otra parte, sólo pueden convertirse en aliados de la cura a condición de ser explicadas y «destruidas» una por una.
La integración progresiva del descubrimiento del complejo de Edipo no podía dejar de repercutir en la forma en que entiende Freud la transferencia. Ferenczi había mostrado, desde 1909 (7), cómo en el análisis, pero también en las técnicas de sugestión y de hipnosis, el paciente hacía inconscientemente desempeñar al médico el papel de las figuras parentales amadas o temidas. Freud, en la primera exposición de conjunto dedicada a la transferencia (1912), subraya que ésta va ligada a «prototipos», imagos* (principalmente la imago del padre, pero también la de la madre, del hermano, etc.): «[...] el médico será insertado en una de las "series" psíquicas que el paciente tiene ya formadas» (5 b).
Freud descubre que lo que se revive en la transferencia es la relación del sujeto con las figuras parentales, y especialmente la ambivalencia* pulsional que caracteriza dicha relación: «Era necesario que [el paciente de Análisis de un caso de neurosis obsesiva] se convenciese, por el doloroso camino de la transferencia, de que su relación con el padre implicaba realmente este complemento inconsciente» (8). En este sentido, Freud distingue dos transferencias: una positiva, otra negativa, una transferencia de sentimientos de ternura y otra de sentimientos hostiles (y). Se observará la similitud entre estos términos y los de componentes positivo y negativo del complejo de Edipo.
Esta extensión del concepto de transferencia, que hace de ésta un proceso que estructura el conjunto de la cura según el prototipo de los conflictos infantiles, conduce a Freud a establecer una noción nueva, la de neurosis de transferencia*: «[...] constantemente llegamos a atribuir a todos los síntomas de la enfermedad una nueva significación transferencia!, a reemplazar la neurosis corriente por una neurosis de transferencia, de la cual [el enfermo] puede ser curado mediante el trabajo terapéutico» (9).
Desde el punto de vista de su función en la cura, Freud primeramente clasifica la transferencia, de forma más o menos explícita, entre los «obstáculos» fundamentales que se oponen al recuerdo del material reprimido (4 e). Pero, también desde un principio, señala su aparición como frecuente o incluso general: «[...] podemos estar seguros de encontrarla en todo análisis relativamente serio» (4/). Asimismo, en este momento de su pensamiento, Freud constata que el mecanismo de la transferencia sobre la persona del médico se desencadena en el mismo momento en que están a punto de ser develados algunos contenidos reprimidos especialmente importantes. En este sentido, la transferencia aparece como una forma de resistencia* y señala al mismo tiempo la proximidad del conflicto inconsciente. Así, Freud descubre desde un principio lo que produce la contradicción misma de la transferencia y explica las formulaciones tan dispares que se han dado acerca de su función: en im sentido es, en comparación con el recuerdo verbalizado, «resistencia de transferencia» (Übertragungswiderstand): en otro sentido, en la medida en que constituye, tanto para el sujeto como para el analista, un modo privilegiado de captar «en caliente» e in statu nascendi los elementos del conflicto infantil, es el terreno en el que se realiza.
dentro de una actualidad irrecusable, la problemática singular del paciente, donde éste se ve confrontado a la existencia, a la permanencia, a la fuerza de sus deseos y fantasmas inconscientes: «Es el terreno en el que debe obtenerse la victoria [...]. Es innegable que la tarea de domar los fenómenos de transferencia plantea al psicoanalista las máximas dificultades; pero no debe olvidarse que tales fenómenos son precisamente los que nos proporcionan el inestimable servicio de actualizar y manifestar las mociones amorosas, ocultas y olvidadas; ya que, a fin de cuentas, no es posible dar muerte a algo in absentia o in effigie» (5 c).
Sin duda, esta segunda dimensión adquiere una importancia progresivamente creciente a los ojos de Freud: «La transferencia, tanto en su forma positiva como negativa, se pone al servicio de la resistencia; pero, en manos del médico, se convierte en el más potente de los instrumentos terapéuticos y desempeña un papel difícil de sobrevalorar en la dinámica del proceso de curación» (10).
Pero también se apreciará, a la inversa, que, incluso cuando Freud va más lejos en reconocer el carácter privilegiado de la repetición en la transferencia («el enfermo no puede acordarse de todo lo que está reprimido en él y quizá precisamente no puede recordar lo esencial [...]. Más bien se ve obligado a repetir lo reprimido, como experiencia vivida en el presente» [lia]), no deja de subrayar inmediatamente la necesidad que tiene el analista «[...] de limitar al máximo el ámbito de esta neurosis de transferencia, de presionar la mayor cantidad posible de contenido hacia el camino del recuerdo y abandonar lo menos posible a la repetición» (11 b).
Freud sostuvo siempre que el ideal de la cura era el recuerdo completo y, cuando éste se muestra imposible, se confía a las «construcciones»* para llenar las lagunas del pasado infantil. En contrapartida, no valora jamás por sí misma la relación transferencial, ni desde la perspectiva de una abreacción* de las experiencias infantiles, ni desde la de una corrección de un modo «arreal» de relación de objeto.
Refiriéndose a las manifestaciones de la transferencia, en los Estudios sobre la histeria, Freud escribe: «[...] este nuevo síntoma que ha aparecido sobre el antiguo modelo [debe ser tratado] de igual modo que los anteriores síntomas» (4/). Asimismo, más tarde, cuando describe la neurosis de transferencia como una «enfermedad artificial» que ha venido a substituir a la neurosis clínica, ¿no admite una equivalencia, tanto económica como estructural, entre las reacciones transferenciales y los síntomas propiamente dichos?
En efecto, en ocasiones Freud explica la aparición de la transferencia como un «[...] compromiso entre las exigencias [de la resistencia] y las del trabajo de investigación» (5 d). Pero desde un principio reconoce que las manifestaciones transferenciales son tanto más imperiosas cuanto más próximo se encuentra el «complejo patógeno», y cuando las relaciona con una compulsión a la repetición* indica que esta compulsión no puede manifestarse en la transferencia «[...] antes de que el trabajo de la cura haya venido a su encuentro relajando la represión» (11 c). Desde el Caso Dora, en el que compara las transferencias a verdaderas «reimpresiones» que a menudo no implican deformación alguna respecto a las fantasías inconscientes, hasta Más allá del principio del placer (Jenseits des Lustprinzips, 1920), donde dice que la reproducción en la transferencia «[...] se presenta con una fidelidad no deseada [y que] tiene siempre como contenido un fragmento de la vida sexual infantil, y por tanto del complejo de Edipo y sus ramificaciones [...]» (lid), cada vez se destacará más la idea de que en la transferencia se actualiza lo esencial del conflicto infantil.
Ya es sabido que, en Más allá del principio del placer, la repetición en la transferencia constituye uno de los datos invocados por Freud para justificar el hecho de situar en primer plano la compulsión a la repetición: en la cura se repiten situaciones y emociones, en las que finalmente se expresa la indestructibilidad de la fantasía inconsciente.
Cabe preguntarse entonces qué sentido debe darse a lo que Freud denomina resistencia de transferencia. En Inhibición, síntoma y angustia (Hemmung, Symptom und Angst, 1926), la relaciona con las resistencias del yo, en la medida en que, oponiéndose al recuerdo, renueva en lo actual la acción de la represión. Pero conviene observar que, en el mismo texto, la compulsión a la repetición se califica, en el fondo, de resistencia del ello {véase: Compulsión a la repetición).
Por último, cuando Freud habla de repetición, en la transferencia, de las experiencias del pasado, de las actitudes hacia los padres, etc., esta repetición no debe tomarse en un sentido realista que limitaría la actualización a relaciones efectivamente vividas; por una parte, lo que se transfiere es, en esencia, la realidad psíquica*, es decir, en el fondo, el deseo inconsciente y las fantasías con él relacionadas; por otra parte, las manifestaciones transferenciales no son repeticiones literales, sino equivalentes simbólicos, de lo que es transferido.
Una de las críticas que clásicamente se ha dirigido contra el autoanálisis*, en cuanto a su eficacia terapéutica, es el hecho de que suprime, por definición, la existencia y la intervención de una relación interpersonal.
Freud había indicado ya el carácter limitado del autoanálisis; además subrayó el hecho de que, a meudo, la interpretación sólo es aceptada en la medida en que la transferencia, actuando como sugestión, confiere al analista una autoridad privilegiada. Pero puede decirse que fueron los sucesores de Freud los que hicieron resaltar plenamente el papel del analista como otro en la cura, y esto en varios sentidos:
1.° En la prolongación de la segunda teoría freudiana del aparato psíquico, la cura psicoanalítica puede entenderse como el lugar en que los conflictos intrasubjetivos, ellos mismos secuelas de las relaciones intersubjetivas de la infancia, reales o fantasmáticas, van a manifestarse de nuevo en una relación abierta a la comunicación. Como el propio Freud hizo notar, el analista puede encontrarse, por ejemplo, en la posición del superyó; de un modo más general puede decirse que todo el juego de identificaciones* tendrá ocasión de desplegarse y de «desatarse».
2.° En la línea de pensamiento que ha conducido a valorar el concepto de relación de objeto*, los autores se han dedicado a ver intervenir, en la relación de transferencia (8), las modalidades privilegiadas de las relaciones del sujeto con sus diferentes tipos de objetos (parciales
o totales). Como ha hecho observar M. Balint, se llega entonces a «[...] interpretar cada detalle de la transferencia del paciente en términos de relación objetal» (12). Este enfoque puede conducir incluso a intentar hallar en la evolución de la cura la sucesión genética de las fases.
3.° Desde otra perspectiva, se puede hacer hincapié en el singular valor que adquiere la palabra en la cura, y por consiguiente en la relación transferencia!. Esta dimensión se encuentra ya presente en los mismos orígenes del psicoanálisis, ya que, en la catarsis, se resaltaba tanto o más la verbalización de los recuerdos reprimidos (talking cure) que la abreacción de los afectos. Sin embargo, cuando Freud describe las manifestaciones más irrecusables de transferencia, sorprende ver que las clasifica bajo el epígrafe del «actuar»* (Agieren), y opone al recuerdo la repetición como experiencia vivida. Cabe preguntarse si tal oposición es verdaderamente esclarecedora para reconocer la transferencia en su doble dimensión de actualización del pasado y de desplazamiento sobre la persona del analista.
En efecto, no se ve por qué el analista se hallaría menos implicado cuando el sujeto le refiere un determinado acontecimiento de su pasado
o le narra un determinado sueño (E), que cuando lo involucra en una conducta.
Al igual que el «actuar», el decir del paciente es una forma de relación que puede tener por finalidad, por ejemplo, complacer al analista, mantenerlo a distancia, etc.; al igual que el decir, el actuar es una forma de vehiculizar una comunicación (por ejemplo, acto fallido).
4." Por último, como reacción frente a una tesis extrema que consideraría la transferencia como un fenómeno puramente espontáneo, una proyección sobre la pantalla constituida por el analista, algunos autores han intentado completar la teoría según la cual la transferencia dependería, fundamentalmente, de un elemento propio del sujeto, la disposición a la transferencia, señalando lo que, en la situación analítica, favorecería la aparición de aquélla.
Se ha insistido, ora, como lo ha hecho Ida Macalpine (13), sobre los factores reales del ambiente analítico (constancia de las condiciones, frustración, posición infantil del paciente), ora sobre la relación de demanda que el análisis instaura desde un principio y por medio de la cual «[...] todo el pasado se entreabre, hasta el fondo de la primera infancia. Demandar, es lo único que el sujeto ha hecho siempre, sólo por ello ha podido vivir, y nosotros acogemos la continuación de esta demanda [...]. La regresión muestra únicamente el retorno al presente de significantes usados en demandas para las cuales hay prescripción» (14).
No escapó a Freud la existencia de una correlación entre la situación analítica como tal y la transferencia. Indicó incluso que, si bien podían encontrarse diversos tipos de transferencia, materna, fraterna, etc.
«[...] las relaciones reales con los médicos hacen que sea la imago del padre [...] la determinante [...]» (5 e).
(a) Se observará que los psicólogos de lengua inglesa disponen de dos términos: transfer y transference, y al parecer han reservado el segundo para designar la transferencia en sentido psicoanalítico (véase English y English, artículos «Transfer» y «Transference»).
(/i) Acerca de las consecuencias de este episodio, véase Jones E., La vida y obra de Sigmund Freud {Sigmund Freud, Life and work, 1953-1955-1957) (t. I).
(y)
Se advierte que las palabras positivo y negativo califican aquí la naturaleza de los afectos transferidos y no la repercusión, favorable o desfavorable, de la transferencia sobre la cura. Según Daniel Lagache: «[...] ¡os términos "efectos positivos" y "negativos" de la transferencia resultarían más comprensivos y más exactos. Ya es sabido que la transferencia de sentimientos positivos puede tener efectos negativos; y a la inversa, la expresión de sentimientos negativos puede constituir un progreso decisivo [...]» (15),
(S)
Se observará la presencia de este término en Freud (16).
(E)
Por ejemplo los llamados «sueños de complacencia», entendiendo por tales los sueños cuyo análisis muestra que en ellos se realiza un deseo de satisfacer al analista, de confirmar sus interpretaciones, etc.
TRANSFORMACIÓN (DE UNA PULSIÓN) EN LO CONTRARIO
= Al: Verkehrung ins Gegenteil. — Fr.: renversement dans le contraire. — Ing.: reversal into the oposite. — It.: conversione nell'opposto. — Por.: interversáo do impulso o da pulsáo.
Proceso en virtud del cual el fin de una pulsión se transforma en su contrario, al pasar de la actividad a la pasividad.
En Las pulsiones y sus destinos (Triebe und Triebschicksale, 1915), Freud, considerando los «destinos pulsionales», incluye entre ellos, además de la represión y la sublimación, la transformación en lo contrario y la vuelta* hacia la propia persona. Inmediatamente indica que estos dos procesos (el primero de los cuales afecta al fin, el segundo al objeto) se hallan, en realidad, tan íntimamente ligados entre sí (como se observa en los dos principales ejemplos, el del sadismo-masoquismo y el del voyeurismo-exhibicionisrno) que resulta imposible describirlos por separado.
La vuelta del sadismo en masoquismo implica, a la vez, el paso de la actividad a la pasividad y una inversión de papeles entre el que inflige los sufrimientos y el que los soporta. Este proceso puede detenerse en una fase intermedia, en la cual existe ciertamente una vuelta hacia la propia persona (cambio de objeto), pero el ñn no se ha vuelto pasivo sino simplemente reflexivo (hacerse sufrir a sí mismo). En su forma completa, en la que se ha realizado el paso a la pasividad, el masoquismo implica «[...] que se busca a una persona ajena como nuevo objeto que, en virtud de la transformación del ñn, debe asumir el papel del sujeto» (1 a).Tal transformación no puede concebirse sin hacer intervenir una ordenación fantaseada, en el cual el otro individuo se convierte imaginariamente en el sujeto al cual se atribuye la actividad pulsional.
Los dos procesos pueden evidentemente funcionar en el sentido opuesto: transformación de la pasividad en actividad, vuelta desde la propia persona hacia otro: «[...] que la pulsión se vuelva desde el objeto hacia el yo o que se vuelva desde el yo hacia el objeto [...] esto no es, en principio, diferente» (2).
Cabe preguntarse si el retorno de la libido, a partir de un objeto exterior, sobre el yo (libido del yo* o narcisista) no podría designarse también como «vuelta hacia la propia persona». Se observará que, en este caso, Freud prefirió utilizar expresiones como la de «retirada de la libido sobre o en el yo».
Además de la transformación de la actividad en pasividad, que afecta al modo, a la «forma» de la actividad, Freud considera una transformación «del contenido», o transformación «material»: el del amor en odio. Pero hablar aquí de transformación sólo le pareció válido en un plano puramente descriptivo; en efecto, amor y odio no pueden comprenderse como destinos de una misma pulsión. Tanto en la primera (1 b) como en la segunda (3) teoría de las pulsiones, Freud les atribuye un origen diferente.
Anna Freud clasificó entre los mecanismos de defensa la transformación en lo contrario y la vuelta hacia la propia persona, y se preguntó si no debían considerarse como los procesos defensivos más primitivos (4). (Véase: Identificación con el agresor). Algunos pasajes de Freud hablan en igual sentido (le).
TRAUMA, TRAUMATISMO (PSÍQUICO)
=• Al.: Trauma. — Fr.: trauma o traumatisme. — Ing.: trauma. — It.: trauma. — Por.: tiauma, traumatismo.
Acontecimiento de la vida del sujeto caracterizado por su intensidad, la incapacidad del sujeto de responder a él adecuadamente y el trastorno y los efectos patógenos duraderos que provoca en la organización psíquica.
En términos económicos, el traumatismo se caracteriza por un aflujo de excitaciones excesivo, en relación con la tolerancia del sujeto y su capacidad de controlar y elaborar psíquicamente dichas excitaciones.
Trauma y traumatismo son términos utilizados ya antiguamente, en medicina y cirugía. Trauma, que viene del griego Tpau[j,a = herida, y deriva de TiTpcóa/.w = perforar, designa una herida con efracción; traumatismo se reservaría más bien para designar las consecuencias sobre el conjunto del organismo de una lesión resultante de una violencia externa. Pero no siempre se halla implícita la noción de efracción del revestimiento cutáneo; así, por ejemplo, se habla de «traumatismos cráneo-cerebrales cerrados». Se observa también que en medicina los dos términos «trauma» y «traumatismo» tienden a utilizarse como sinónimos.
El psicoanálisis ha recogido estos términos (en Freud sólo se encuentra Trauma) transponiendo al plano psíquico las tres significaciones inherentes a ios mismos: ía de un choque violento, la de una efracción y la de consecuencias sobre el conjunto de la organización.
El concepto de traumatismo remite, ante todo, como el propio Freud indicó, a una concepción económica*: «Llamamos así a una experiencia vivida que aporta, en poco tiempo, un aumento tan grande de excitación a la vida psíquica, que fracasa su liquidación o su elaboración por los medios normales y habituales, lo que inevitablemente da lugar a trastornos duraderos en el funcionamiento energético» (la). El aflujo de excitaciones es excesivo en relación a la tolerancia del aparato psíquico, tanto si se trata de un único acontecimiento muy violento (emoción intensa) como de una acumulación de excitaciones, cada una de las cuales, tomada aisladamente, sería tolerable; falla ante todo el principio de constancia*, al ser incapaz el aparato de descargar la excitación.
Freud dio, en Más allá del principio del placer (Jenseits des Lustprinzips, 1920), una representación figurada de este estado de cosas, considerándolo al nivel de una relación elemental entre un organismo y su medio ambiente: la «vesícula viva» se mantiene resguardada de las excitaciones externas por medio de una capa protectora o protector contra las excitaciones*, que sólo deja pasar cantidades de excitación tolerables. Cuando esta capa experimenta una efracción extensa, nos hallamos ante el trauma: la tarea del aparato consiste entonces en movilizar todas las fuerzas disponibles, a fin de establecer contracatexis*, fijar sobre e) terreno las cantidades de excitación aferentes y restablecer así las condiciones de funcionamiento deJ principio de placer.
Es clásico definir los comienzos del psicoanálisis (entre 1890 y 1897) del siguiente modo: en el terreno teórico, la etiología de la neurosis se atribuye a experiencias traumáticas pasadas, haciendo retroceder cada vez más la época de estas experiencias, a medida que profundizan las investigaciones analíticas, desde la edad adulta a la infancia; en cuanto a la técnica, la eficacia de la cura se busca en la abreacción* y la elaboración psíquica* de las experiencias traumáticas. Asimismo es clásico señalar que tal concepción pasó paulatinamente a segundo plano.
Durante este período de creación del psicoanálisis, el trauma designa, ante todo, un acontecimiento personal de la historia del sujeto, cuya fecha puede establecerse con exactitud, y que resulta subjetivamente importante por los afectos penosos que puede desencadenar. No puede hablarse de acontecimientos traumáticos de un modo absoluto, sin tener en cuenta la «susceptibilidad» (Empfanglichkeit) propia del sujeto. Para que exista trauma en sentido estricto, es decir, falta de abreacción de la experiencia, la cual persiste en el psiquismo a modo de un «cuerpo extraño», deben darse determinadas condiciones objetivas. Ciertamente, el acontecimiento, por su «misma naturaleza;), puede excluir la posibilidad de una abreacción completa (por ejemplo, «pérdida de un ser querido y aparentemente insubstituible»); pero, aparte de este caso extremo, lo que confiere al acontecimiento su valor traumático son determinadas circunstancias específicas: condiciones psicológicas en las que se encuentra el sujeto en- el momento del acontecimiento («estado hipnoide»* de Breuer), situación efectiva (circunstancias sociales, exigencias de la tarea que se está efectuando) que dificulta o impide una reacción adecuada («retención») y finalmente, sobre todo, según Freud, el conflicto psíquico que impide al sujeto integrar en su personalidad consciente la experiencia que le ha sobrevenido (defensa). Además, Breuer y Freud observan que una serie de acontecimientos, cada uno de los cuales no actuaría como trauma, pueden sumar sus efectos («sumación») (2 a).
Se aprecia que, bajo la diversidad de condiciones establecidas en los Estudios sobre la histeria {Síudien über Hysterie, 1895), existe un denominador común, el factor económico, siendo las consecuencias del trauma la incapacidad del aparato psíquico de liquidar las excitaciones según el principio de constancia. Asimismo se concibe la posibilidad de establecer una serie que se extendería desde el acontecimiento cuya eficacia patógena se debe a su violencia y a lo inopinado de su aparición (por ejemplo, un accidente), hasta el acontecimiento cuyo poder patógeno obedece a su inserción en una organización psíquica que comporta ya sus puntos de ruptura muy particulares.
El valor concedido por Freud al conflicto defensivo en la génesis de Ja Jiisteria y, en general, de las «psiconeurosis de defensa», no disminuye la función del traumatismo, aunque complica la teoría del mismo. Señalemos, ante todo, que, durante los años 1895-1897, se afirma cada vez más la tesis según la cual el trauma es esencialmente sexual y que, durante el mismo período, el traumatismo originario se descubre en la vida prepuberal.
No es éste el lugar adecuado para presentar en forma sistemática la concepción de Freud en aquella época acerca de la articulación entre el trauma y la defensa, tanto más cuanto que sus puntos de vista acerca de la etiología de las psiconeurosis se hallaban en constante evolución. Con todo, varios textos del citado período (3, 4) exponen o suponen una tesis muy precisa, que tiende a explicar cómo el acontecimiento traumático desencadena, por parte del yo, en lugar de las defensas normales habitualmente utilizadas frente a un acontecimiento penoso (por ejemplo, desviación de la atención), una «defensa patológica» (cuyo modelo es, entonces, para Freud la represión), la cual acúa según el proceso primario.
La acción del trauma se descompone en varios elementos y supone siempre la existencia de, por lo menos, dos acontecimientos: en una primera escena, llamada de seducción, el niño sufre una tentativa sexual por parte de un adulto, sin que ésta despierte en él excitación sexual; una segunda escena, a menudo de apariencia anodina, y ocurrida después de la pubertad, evoca, por algún rasgo asociativo, la primera. Es el recuerdo de la primera el que desencadena un aflujo de excitaciones sexuales que desbordan las defensas del yo. Si bien Freud denomina traumática la primera escena, se obsei-va que, desde un punto de vista estrictamente económico, este carácter sólo le es conferido con posterioridad*; o incluso: solamente como recuerdo la primera escena se vuelve posteriormente patógena, en la medida en que provoca un aflujo de excitación interna. Esta teoría otorga su pleno sentido a la célebre fórmula de los Estudios sobre la histeria:«[...] los histéricos sufren sobre todo de reminiscencias» (der Hysterische leide[t] grósstenteils an Reminiszenzen) (2 b).
Al mismo tiempo, vemos modificarse la apreciación del papel desempeñado por el acontecimiento exterior. La idea del traumatismo psíquico
deja de ser una copia del traumatismo físico, por cuanto la segunda escena no actúa por su propia energía, sino solamente en la medida en que despierta una excitación de origen endógeno. En este sentido, la concepción de Freud, que resumimos aquí, prepara ya el camino hacia la idea según la cual la eficacia de los acontecimientos externos proviene de las fantasías* que activan, y del aflujo de excitación pulsional que desencadenan. Pero, por otra parte, se aprecia que Freud no se contenta, en aquella época, con describir el trauma como el despertar de una excitación interna por efecto de un acontecimiento exterior que es solamente su causa desencadenante; siente la necesidad de relacionar a su vez este acontecimiento con un acontecimiento anterior que sitúa en el origen de todo el proceso(véase: Seducción).
En los años siguientes, el alcance etiológico del trauma fue disminuyendo en favor de la vida fantasmática y de las fijaciones a las diversas fases libidinales. El «punto de vista traumático», aun cuando no resulta «abandonado», como subraya el propio Freud (1 b), se integra en una concepción que hace intervenir otros factores, como la constitución y la historia infantil. El traumatismo, que desencadena la neurosis en el adulto, constituye una serie complementaria* junto con la predisposición que a su vez incluye dos factores complementarios, endógeno y exógeno:
«Etiología de la neurosis = Disposición por fijación + Acontecimiento accidental de la libido (traumático)
Constitución sexual Acontecimiento infantil» (acontecimiento prehistórico)
Se observará que, en este cuadro dado por Freud en las Lecciones de introducción al psicoanálisis (Vorlestmgen zur Einführung in die Psychoanalyse, 1915-1917) (1 c), el término «traumatismo» designa un acontecimiento que sobreviene en un segundo tiempo y no las experiencias infantiles que se hallan en el origen de las fijaciones. El alcance del trauma se reduce y su originalidad disminuye: en efecto, se tiende a asimilar, en el desencadenamiento de la neurosis, a lo que Freud, en otras formulaciones, denominó Versagung (frustración*).
Pero, mientras la teoría traumática de la neurosis adquiere una importancia más relativa, la existencia de las neurosis de accidente y, sobre todo, de las neurosis de guerra, vuelve a situar en el primer plano de las preocupaciones de Freud el problema del trauma, bajo la forma clínica de las neurosis traumáticas*.
Este interés lo atestigua, desde un punto de vista teórico, el trabajo Más allá del principio del placer. Se vuelve a utilÍ7.ar la definición económica del trauma como efracción, lo cual conduce a Freud a hacer la hipótesis de que un aflujo excesivo de excitación anula inmediatamente el principio de placer*, obligando al aparato psíquico a realizar una tarea más urgente «más allá del principio del placer», tarea que consiste en ligar las excitaciones de tal forma que se posibilite su descarga ulterior.
La repetición de los sueños en los que el sujeto revive intensamente el accidente y se coloca de nuevo en la situación traumática, como para controlarla, es atribuida a una compulsión a la repetición*. De un modo más general, puede decirse que el conjunto de fenómenos clínicos en los que Freud ve actuar esta compulsión, pone en evidencia que el principio de placer, para poder funcionar, exige que se cumplan determinadas condiciones, que son abolidas por la acción del traumatismo, en la medida en que éste no es una simple perturbación de la economía libidinal, sino que viene a amenazar más radicalmente la integridad del sujeto(véase: Ligazón).
Por último, en la teoría de la angustia, renovada en Inhibición, síntoma y angustia (Hemmung, Symptom und Angst, 1926), y, de un modo más general, en la segunda tópica, el concepto de trauma adquirirá un valor creciente, aparte de toda referencia a la neurosis traumática propiamente dicha. El yo, al desencadenar la señal de angustia*, intenta evitar ser desbordado por la aparición de la angustia automática que caracteriza la situación traumática, en la cual el yo se halla indefenso {véase: Desamparo). Esta concepción lleva a establecer una especie de simetría entre el peligro externo y el peligro interno: el yo es atacado desde dentro, es decir, por las excitaciones pulsionales, como lo es desde fuera. El modelo simplificado de la vesícula viva, tal como Freud lo presentó en Más allá del principio del placer (véase supra), deja de ser válido.
Finalmente se observará que, buscando el núcleo del peligro, Freud lo encuentra en un aumento, más allá de lo tolerable, de la tensión resultante de un aflujo de excitaciones internas que exigen ser liquidadas. Esto es lo que, en último término, explicaría, según Freud, el «traumatismo del nacimiento».
u
UNION — DESUNIÓN (DE LAS PULSIONES)
= Al: Triebmischung - Triebentmischung. — Fr.: union - desunión (des pulsions). — Ing.: fusion - defusion (of instincts). — It.: fusione - defusione (dalle puisioni). — Por.: fusáo - defusáo (dos impulsos o das pulsoes).
Términos utilizados por Freud, dentro de su ultima teoría de las pulsiones, para describir las relaciones entre las pulsiones de vida y las pulsiones de muerte, tal como se traducen en una determinada manifestación concreta.
La unión de las pulsiones constituye una verdadera mezcla, en la que cada uno de los dos componentes puede entrar en proporciones variables; la desunión designa un proceso que, en el caso extremo, conduciría a un funcionamiento independiente de las dos clases de pulsiones, persiguiendo cada una por separado su propio fin.
La última teoría de las pulsiones, con su oposición radical entre pulsiones de vida* o pulsiones de muerte* hace que se plantee la pregunta: ¿Cuáles son, en un determinado comportamiento, en un determinado síntoma, la parte respectiva y el modo de asociación de los dos grandes tipos de pulsiones? ¿Cuál es su interacción, su dialéctica, a través de las etapas evolutivas del sujeto?
Se comprende que este nuevo dualismo pulsional indujera a Freud a considerar las relaciones de fuerza entre las pulsiones antagónicas (a).
En efecto, en lo sucesivo se reconocerá a las fuerzas destructivas el mismo poder que a la sexualidad; se enfrentan en el mismo terreno y se encuentran en comportamientos (sadomasoquismo), instancias (superyó), tipos de relación de objeto, que se ofrecen a la investigación psicoanalítica.
Con todo, se observará que el problema de la unión de las dos grandes pulsiones no fue abordada por Freud en forma simétrica en cuanto a los dos términos presentes. Cuando Freud habla de desunión, intenta designar, explícita o implícitamente, el hecho de que la agresividad* habría logrado romper todo nexo con la sexualidad*.
¿Cómo concebir la unión de las dos pulsiones? Freud no se mostró muy preocupado por precisarla. Entre las diferentes nociones que entran en la definición de la pulsión, hace intervenir sobre todo las de objeto* y ñn*. Pero la convergencia de las dos pulsiones, aisladas en su dinámica, sobre un solo y mismo objeto, no parece por sí sola poder definir la intrincación; en efecto, la ambivalencia*, que corresponde a esta definición, es para Freud el ejemplo más llamativo de una desunión
o de una «unión que no se ha realizado» (la). Además de una armonización de los fines, es necesaria una especie de síntesis cuyo matiz específico corresponde a la sexualidad: «Creemos que el sadismo y el masoquismo nos ofrecen dos ejemplos excelentes de la unión de dos clases de pulsiones, Eros y agresividad, y establecemos la hipótesis de que esta relación constituye un prototipo, que todas las mociones pulsionales que podemos estudiar son también uniones o alianzas similares de las dos clases de pulsiones; uniones, naturalmente, en las que las proporciones son muy diversas. Las pulsiones eróticas son las que, en la desunión, introducirían la diversidad de sus fines sexuales, mientras que, para el otro tipo de pulsiones, sólo existirían atenuaciones y grados decrecientes dentro de su tendencia, que es siempre la misma» (2). En la misma línea de pensamiento, Freud, al describir la evolución de la sexualidad, muestra cómo en ella la agresividad entra al servicio de la pulsión sexual (3).
Al ser la unión de las pulsiones una mezcla, Freud insiste, en varias ocasiones, en que pueden darse todas las proporciones imaginables entre Eros y agresividad, pudiendo decirse que existe aquí una especie de serie complementaria*: «Las modificaciones en la proporción de las pulsiones que están unidas pueden tener las mayores consecuencias. Un exceso de agresividad sexual hace de un enamorado un sádico asesino, una gran disminución del factor agresivo le vuelve tímido o impotente» (4 a).
La desunión, por el contrario, podría definirse como el resultado de un proceso que otorgaría a cada una de las pulsiones la autonomía de su fin. Postulada por Freud en los orígenes míticos del ser vivo, esta autonomía de las dos grandes clases de pulsiones sólo puede concebirse como un estado límite, del cual la experiencia clínica sólo puede proporcionar aproximaciones, concibiéndose éstas, en general, como regresiones en relación con un movimiento ideal que integraría cada vez más la agresividad a la función sexual. Uno de los mejores ejemplos de desunión de las pulsiones lo constituye, según Freud, la ambivalencia de la neurosis obsesiva (1 b).
Así, pues, in abstracto, podría concebirse la existencia de dos series complementarias: una, cuantitativa, dependería de la proporción de libido y de agresividad, unidas entre sí, en cada caso; en la otra, variaría el estado de unión o desunión relativa de las dos pulsiones entre sí. De hecho, se trata aquí, según Freud, de dos formas, poco coherentes entre sí, de expresar el mismo pensamiento. En efecto, libido y agresividad no deben concebirse como dos ingredientes simétricos. La libido, como es sabido, constituye para Freud factor de ligazón (Bindung), de unión; por el contrario, la agresividad tiende por sí misma a «disolver las reíaclones» (4 b). Esto equivale a decir que, cuanto más predomine la agresividad, más tenderá a desintegrarse la unión pulsional; y a la inversa, cuanto más prevalezca la libido, más se realizará la unión: «[...] la esencia de una regresión de la libido, por ejemplo, de la fase genital a la fase anal-sádica, estriba en una desunión de las pulsiones, mientras que, a la inversa, el progreso de la fase anterior a la fase genital definitiva presupone la adición de componentes eróticos» (1 c).
Para explicar la idea según la cual las pulsiones de muerte y pulsiones de vida se combinan entre sí, Freud utilizó distintos términos: Verschmelzung, «fusión» (3b); Legierung, «alianza» (5); sich kombinieren, «combinarse» (4 c). Pero el par que él adoptó y entró a formar parte de la terminología psicoanalítica fueMischung (o Vermischung) — Entmischung. Mischung significa mezcla (por ejemplo, de dos líquidos en tal
o cual proporción); Entmischung = separación de los elementos de la mezcla.
En francés los equivalentes más generalmente admitidos, siguiendo la propuesta efectuada por la Comisión lingüística de la Sociedad psicoanalítica de París (24 de julio de 1927), fueron: intrication-désintrication. Si bien estos términos tienen la ventaja de patentizar la complementariedad de los dos procesos inversos, presentan, a nuestro modo de ver, varios inconvenientes:
 intriguer viene del latín intricare: «intrincar, enredar», que a su vez deriva de la palabra griega Ops^: «cabello», y sugiere un enmarañamiento de elementos accidentalmente «inextricables», pero que persisten por naturaleza distintos;
 se presta mal a la idea, que es esencial en el concepto freudiano, de una mezcla íntima que puede producirse en proporciones variables;
3." en el par intrication-désintrication, el primer término es el que implica el matiz desfavorable de un estado de complicación, mientras que désintricationsugiere, por el contrario, la idea de que se ha logrado desenredar una madeja enmarañada. En este sentido, ¿no podría compararse el proceso de la cura analítica a una désintrication?
En inglés ha sido generalmente adoptado el par fusion-defusion. Traducido al francés, presentaría el inconveniente de prestarse a equívocos, dada la pluralidad de significados de la palabra «fusión» («fusión» en física significa no solamente mezcla, sino también el paso del estado sólido al estado líquido; metafóricamente se habla de ótat fusionnel, etc.) y el carácter poco evocador del neologismo défusion.
En ausencia de un término simétrico al de mezcla, nos hemos decidido por el par unión-desunión.
(n) Hagamos obsen-ar que, desde que apareció en psicoanálisis la hipótesis de una pulsión agresiva independiente, se dejó sentir la necesidad de un concepto que indicara su alianza con la pulsión sexual: Adler habla de entrelazamiento pulsional (Triebverschrdnkung) para designar el hecho de que «el mismo objeto sirve simultáneamente para satisfacer varias pulsiones» (6).
VISCOSIDAD DE LA LIBIDO
= Ai: Klebrigkeit der Libido. — Fr.: viscosité de la libido. — Ing.: adhesiveness of the libido. — It.: vischiositá della libido. — Por.: viscosidade da libido.
Cualidad postulada por Freud para explicar la mayor o menor capacidad de la libido para fijarse a un objeto o a una fase y su mayor o menor dificultad en cambiar sus catexis una vez éstas se han producido. La viscosidad variaría según los individuos.
En los textos de Freud se encontrarán varios términos afines para designar esta cualidad de la libido: Haftbarkeit (adherencia) o Fahigkeit zur Fixierung(fijabilkiad o capzicidad de fijación), Zahigkeit (tenacidad), Klebrigkeit (viscosidad), Tragheit (inercia).
Estos dos últimos términos fon los que Freud utiliza de preferencia. Observemos que el término «viscosidad» evoca la representación freudiana de la libido como una corriente líquida. Cuando Freud, en los Tres ensayos sobre la teoría (Drei Abhandlungen zur Sexualtheorie, 1905), introduce el concepto de fijación* de la libido, supone la existencia de un factor que, junto con lo vivido accidental, explicaría la intensidad de la fijación {véase: Serie complementaria): «[...] factor psíquico de origen desconocido [...] una adherejicía o una fijabilidad elevada de estos acontecimientos de la vida sexual» (1).
Esta concepción la mantedrá Freud a todo lo largo de su obra. Insiste en ella especialmente en dos contextos:
a) A nivel teórico, cuando trata de reconstruir la evolución de la sexualidad infantil y sus fijaciones, especialmente en Historia de una neurosis infantil (Aus der Geschichte einer infantilen Neurose, 1918): «[El paciente] defendía cada posición libidinosa, una vez alcanzada, por la angustia de salir perdiendo al abandonarla, y por temor a no encontrar, en la posición siguiente, un substitutivo plenamente satisfactorio. Se trata de una particularidad psicológica importante y fundamenta], que
describí en los Tres ensayos sobre la teoría sexual, designándola como capacidad de fijación» (2a).
h) En la teoría de la cura, para indicar uno de los límites de la acción terapéutica. En algunos individuos, «[...] los procesos provocados por la cura se desarrollan mucho más lentamente que en otros, porque, según parece [estos pacientes] no pueden decidirse a desprender de un objeto las catexis libidinales y a desplazarlas hacia un nuevo objeto, aun cuando no podamos descubrir la razón específica de tal fidelidad de catexis» (3).
Por lo demás, Freud hace observar que una movilidad excesiva de la libido puede constituir un obstáculo inverso, ya que los resultados del análisis son entonces extremadamente frágiles.
¿Cómo concibe Freud, en último análisis, esta viscosidad, esta fijabilidad, que puede constituir un gran obstáculo terapéutico? Ve en ella algo de irreductible, «un número primo» (2 b), elemento no analizable e imposible de modificar, que define, la mayoría de las veces, como un factor constitucional que se acentúa con el envejecimiento.
La viscosidad de la libido parece testimoniar una especie de inercia psíquica comparable a la entropía en un sistema físico: en las transformaciones de energía psíquica, jamás habría medio de movilizar toda la cantidad de energía que se ha fijado en un determinado momento. En este sentido Freud utiliza a veces la expresión junguiana inercia psíquica, a pesar de las reservas que formula en contra del valor explicativo, demasiado amplio, que Jung concede a esta noción en la etiología de las neurosis.
VUELTA HACIA LA PROPIA PERSONA
= Al.: Wendung gegen die eigene Person. — Fr.: retournement sur la personne propre. — Ing.: turning round upon the subject's own self. — It.: riflessione sulla propria persona. — Por.: volta contra si mesmo.
Proceso mediante el cual la pulsión reemplaza un objeto independiente por la propia persona.
Véase: Transformación en lo contrario.
YO
= Al.: Ich. — Fr.: moi. — Ing.: ego. — It.: io. — Por.: ego.
Instancia que Freud distingue del ello y del superyó en su segunda teoría del aparato psíquico.
Desde el punto de vista tópico, el yo se encuentra en una relación de dependencia, tanto respecto a las reivindicaciones del ello como a los imperativos del superyó y a las exigencias de la realidad. Aunque se presenta como mediador, encargado de los intereses de la totalidad de la persona, su autonomía es puramente relativa.
Desde el punto de vista dinámico, el yo representa eminentemente, en el conflicto neurótico, el polo defensivo de la personalidad; pone en marcha una serie de mecanismos de defensa, motivados por la percepción de un afecto displacentero (señal de angustia).
Desde el punto de vista económico, el yo aparece como un factor de ligazón de los procesos psíquicos; pero, en las operaciones defensivas, las tentativas de ligar la energía pulsional se contaminan de los caracteres que defínen el proceso primarlo: adquieren un matiz compulsivo, repetitivo, arreal.
La teoría psicoanalítica intenta explicar la génesis del yo dentro de dos registros relativamente heterogéneos, ya sea considerándolo como un aparato adaptativo diferenciado a partir del ello en virtud del contacto con la realidad exterior, ya sea definiéndolo como el resultado de identificaciones que conducen a la formación, dentro de la persona, de un objeto de amor catectizado por el ello.
En relación con la primera teoría del aparato psíquico, el yo es más extenso que el sistema preconsciente-consciente, dado que sus operaciones defensivas son en gran parte inconscientes.
Desde un punto de vista histórico, el concepto tópico del yo es el resultado de una noción que se halla constantemente presente en Freud desde los orígenes de su pensamiento.
En la medida en que existen en Freud dos teorías tópicas del aparato psíquico, la primera de las cuales hace intervenir los sistemas inconsciente, preconsciente-consciente, y la segunda las tres instancias ello, yo y superyó, es corriente en psicoanálisis admitir que el concepto de yo no adquiere un sentido estrictamente psicoanalítico, técnico, hasta despues de lo que se ha llamado la «vuelta» de 1920. Por lo demás, este profundo cambio de la teoría habría correspondido, en la práctica, a una nueva orientación, dirigida hacia el análisis del yo y de sus mecanismos de defensa, más que a sacar a luz los contenidos inconscientes. Ciertamente, nadie ignora que Freud hablaba de «yo» (ích) desde sus primeros escritos, pero generalmente lo haría, según se sostiene, de forma poco especificada (a), designando entonces este término la personalidad en conjunto. Las concepciones más detalladas en las cuales se atribuyen al yo funciones bien determinadas dentro del aparato psíquico (por ejemplo, en el Proyecto de psicología científica [Entwurf einer Psychologie, 1895]), se considera que prefiguran de un modo aislado los conceptos de la segunda tópica. De hecho, como veremos, la historia del pensamiento freudiano es mucho más compleja: por una parte, el estudio del conjunto de textos freudianos no permite localizar dos acepciones del yo correspondientes a dos períodos distintos: la noción de yo siempre ha estado presente, aun cuando se haya renovado por aportaciones sucesivas (narcisismo, establecimiento del concepto de identificación, etc.). Por otra parte, la «vuelta» de 1920 no puede limitarse a la definición del yo como instancia central de la personalidad: como es sabido, implica otras muchas aportaciones esenciales que modifican la estructura de conjunto de la teoría y sólo pueden ser debidamente apreciadas en sus correlaciones. Por último, no creemos deseable intentar establecer desde un principio una neta distinción entre el yo como persona y el yo como instancia, puesto que la articulación de estas dos acepciones forma precisamente el núcleo de la problemática del yo. En Freud este problema se halla implícitamente presente muy pronto y persiste incluso después de 1920. La ambigüedad terminológica que se pretendería denunciar y eliminar oculta un problema de fondo.
Independientemente de las preocupaciones relativas a la historia del pensamiento freudiano, algunos autores, llevados de un deseo de clarificación, han intentado señalar una diferencia conceptual entre el yo como instancia, como subestructura de la personalidad, y el yo en tanto que se presenta como objeto de amor para el propio individuo — el yo del amor propio según La Rochefoucauld, el yo catectizado de libido narcisista según Freud—. Así, por ejemplo, Hartmann ha propuesto disipar el equívoco que existiría en el concepto de narcisismo y en un término como el de catexis del yo (Ich-Besetzung, ego-cathexis): «Cuando se utiliza el término narcisismo, a menudo parecen confundirse dos pares antitéticos: el primero se refiere al sí mismo [self], la propia persona en oposición al objeto; el segundo alude al yo (como sistema psíquico) en oposición a las otras subestructuras de la personalidad. Sin embargo, lo contrario de catexis del objeto no es catexis del yo [ego-cathexis], sino catexis de la propia persona, es decir, catexis de sí mismo [self-cathexis]; cuando hablamos de catexis de sí mismo, ello no presupone que la catexis esté situada en el ello, en el yo o en el superyó [...]. Por consiguiente, se aclararían las cosas definiendo el narcisismo como la catexis libidinal, no del yo, sino del sí mismo» (1).
A nuestro juicio, esta posición anticipa, en virtud de una distinción meramente conceptual, la respuesta a algunos problemas esenciales. De un modo general, lo que aporta el psicoanálisis con su concepción del yo corre el peligro de pasar parcialmente ignorado si se yuxtapone simplemente una acepción del término considerada como específicamente psicoanalítica a otras acepciones juzgadas tradicionales y, a fortiori, si se intenta desde un principio representar diferentes sentidos por medio de otros tantos vocablos distintos. Freud no solamente encuentra y utiliza las acepciones clásicas, oponiendo, por ejemplo, el organismo al ambiente, el sujeto al objeto, el interior al exterior, sino que utiliza el propio término de Ich a estos distintos niveles, e incluso aprovecha la ambigüedad de este empleo, lo que indica que no excluye de su campo ninguna de las significaciones adscritas al término yo (moi et je) (Ich) (¡3).
I. El concepto de yo Freud lo utiliza desde sus primeros trabajos, y resulta interesante ver cómo se desprenden de los textos del período 1894-1900 cierto número de temas y de problemas que se volverán a encontrar más tarde.
Lo que condujo a Freud a transformar radicalmente la concepción tradicional del yo fue la experiencia clínica de las neurosis. La psicología y, sobre todo, la psicopatología de las proximidades de 1880 conducen, en virtud del estudio de las «alteraciones y desdoblamientos de la personalidad», de los «estados segundos», etc., a desmantelar la noción de un yo que es uno y permanente. Es más, un autor como P. Janet pone en evidencia la existencia, en la histeria, de un desdoblamiento simultáneo de la personalidad: tiene lugar la «[...] formación, en el espíritu, de dos grupos de fenómenos: uno que constituye la personalidad ordinaria; el otro, que por lo demás es susceptible de subdividirse, forma una personalidad anormal distinta de la primera y completamente ignorada por ella» (2). En este desdoblamiento de la personalidad Janet ve una consecuencia del «estrechamiento del campo de la conciencia», de una «debilidad de la síntesis psicológica», que produce en el histérico una «autotomía». «La personalidad no puede percibir todos los fenómenos, y sacrifica definitivamente algunos de ellos; es una especie de autotomía, y estos fenómenos abandonados se desarrollan aisladamente, sin que el sujeto tenga conocimiento de su actividad» (3). Ya es sabido que la aportación de Freud en la interpretación de tales fenómenos consiste en ver en ellos la expresión de un conflicto psíquico: ciertas representaciones son el objeto de una defensa, debido a que son inconciliables (wivertragUch) con el yo.
En el período 1895-1900 la palabra yo es utilizada a menudo por Freud en diversos contextos. Puede resultar cómodo ver cómo opera esta noción según el registro en que es utilizada: teoría de la cura, modelo del conflicto defensivo, inetapsicología del aparato psíquico.
\.° En el capítulo de los Estudios sobre la histeria titulado «Psicoterapia de la histeria», Freud describe cómo el material patógeno inconsciente, cuyo carácter altamente organizado subraya, sólo puede ser conquistado de un modo paulatino. La conciencia o «conciencia del yo» es considerada como un desfiladero que no deja pasar más de un recuerdo patógeno a la vez y que puede ser bloqueado mientras el trabajo elaborativo (Durcharbeitung) no haya vencido las resistencias: «Uno de los recuerdos que se halla en vías de surgir en la conciencia permanece allí ante el enfermo hasta que éste lo ha recibido en el espacio del yo» (4 a). Se señala aquí la íntima conexión existente entre la conciencia y el yo (atestiguada por el término: conciencia del yo), y también la idea de que el yo es más extenso que la conciencia actual; aquél es un verdadero dominio (que Freud pronto asimilará al «Preconsciente»).
Las resistencias manifestadas por el paciente se describen en un primer análisis, en los Estudios sobre la histeria, como viniendo del yo «que encuentra placer en la defensa». Si una determinada técnica permite burlar momentáneamente su viligancia, «en todas las ocasiones realmente serias, se recupera, vuelve a encontrar sus fines y prosigue su resistencia» (4 b). Pero, por otra parte, el yo está infiltrado por el «núcleo patógeno» inconsciente, de forma que el límite entre ambos aparece en ocasiones como puramente convencional. Es más, «de esta misma infiltración emanaría la resistencia» (4 c). Aquí se encuentra ya bosquejado el problema de una resistencia propiamente inconsciente, problema que, más tarde, suscitará dos distintas respuestas en Freud: el recurrir a la noción de un yo inconsciente, y también la noción de una resistencia propia del ello.
 La noción de yo se halla constantemente presente en las primeras elaboraciones que propone Freud del conflicto neurótico. Se dedica a especificar la defensa en distintos «modos», «mecanismos», «procedimientos», «dispositivos» correspondientes a las diversas psiconeurosis: histeria, neurosis obsesiva, paranoia, confusión alucinatoria, etc. En el origen de estas diversas modalidades del conflicto se sitúa la incompatibilidad de una representación con el yo.
Así, por ejemplo, en la histeria el yo interviene como instancia defensiva, pero de un modo complejo. El decir que el yo se defiende no se halla exento de ambigüedad. Esta fórmula puede comprenderse del siguiente modo: el yo, como campo de conciencia, situado ante una situación conflictiva (conflicto de intereses, de deseos, o incluso de deseos y prohibiciones) e incapaz de dominarla, se defiende evitándola, no queriendo saber nada de ella; en este sentido, el yo sería el campo que debe ser preservado del conflicto por la actividad defensiva. Pero el conflicto psíquico que Freud ve actuar presenta otra dimensión: es el yo como «masa dominante de representaciones» lo que se ve amenazado por una representación considerada como inconciliable con él: tiene lugar una represión por el yo. El Caso Lucy R..., uno de los primeros en que Freud establece la noción de conflicto y la parte que en él desempeña el yo, ilustra de un modo especial esta ambigüedad: Freud no se satisface con la sola explicación según la cual el yo, por carecer del «valor moral» necesario, no quiere saber nada del «conflicto de afectos» que le perturba; la cura sólo progresa en la medida en que se ocupa de esclarecer «símbolos mnémicos» sucesivos, símbolos de escenas en las que aparece un deseo inconsciente bien preciso, en lo que ofrece de inconciliable con la imagen de sí misma que la paciente intenta mantener.
Precisamente porque el yo toma parte en el conflicto, el motivo de la acción defensiva o, como dice a veces Freud a partir de esta época, su señal, es el sentimiento de displacer que le afecta y que, para Freud, se halla directamente ligado a esta inconciliabilidad (4 d).
Por último, si bien la operación defensiva de la histeria se atribuye al yo, esto no implica que se conciba únicamente como consciente y voluntaria. En el Proyecto de psicología científica, en el que Freud da un esquema de la defensa histérica, uno de los puntos importantes que intenta explicar es «[...] por qué un proceso del yo se acompaña de efectos que habitualmente sólo encontramos en los procesos primarios» (5a): en la formación del «símbolo mnémico» que es el síntoma histérico, todo el quantum de afecto, toda la significación, se hallan desplazados de lo simbolizado al símbolo, lo que no ocurre en el pensamiento normal. Esta utilización del proceso primario por el yo sólo interviene cuando éste se ve incapaz de hacer funcionar sus defensas normales (por ejemplo, atención, evitación). En el caso del recuerdo de un trauma sexual (véase: Posterioridad; Seducción), el yo se ve sorprendido por un ataque interno y no puede hacer más que «dejar que intervenga un proceso primario» (5 b). La situación de la «defensa patológica» con respecto al yo no se halla, pues, determinada en forma unívoca: en un sentido, el yo es ciertamente el agente de la defensa, pero, en la medida en que sólo puede defenderse separándose de lo que le amenaza, abandona la representación inconciliable a un tipo de proceso que escapa a su control.
3.° En la primera elaboración metapsicológica dada por Freud del funcionamiento psíquico, se atribuye a la noción de yo un papel de primer orden. En elProyecto de psicología científica, la función del yo es fundamentalmente inhibidora. En lo que Freud describe como «experiencia de satisfacción» (véase este término), el yo interviene para impedir que la catexis de la imagen mnémica del primer objeto satisfactorio adquiera una fuerza tal que desencadene un «indicio de realidad» a igual título que la percepción de un objeto real. Para que el indicio de realidad adquiera valor de criterio para el sujeto, es decir, para que se evite la alucinación y para evitar que la descarga se produzca tanto en la ausencia como en la presencia del objeto real, es necesario que se inhiba el proceso primario, que consiste en una libre propagación de la excitación hasta la imagen. Se ve, pues, que, si bien el yo es lo que permite al sujeto no confundir sus procesos internos con la realidad, no es debido a que posea un acceso privilegiado a lo real, un patrón con el cual compararía las representaciones. Este acceso directo a la realidad Freud lo reserva a un sistema autónomo llamado «sistema percepción» (designado por las letras W o M), muy distinto del sistema i// del cual forma parte el yo que funciona de un modo totalmente diferente.
Freud describe el yo como una «organización» de neuronas (o, traducido al lenguaje menos «fisiológico» utilizado por Freud en otros textos, una organización de representaciones) caracterizada por varios rasgos: facilitación de las vías asociativas interiores de este grupo de neuronas, catexis constante por una energía de origen endógeno, es decir, pulsional, distinción entre una parte permanente y una parte variable. La permanencia en él de un nivel de catexis es lo que permite al yo inhibir los procesos primarios, no sólo los que conducen a la alucinación, sino también aquellos capaces de provocar displacer («defensa pri
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la de La interpretación de los sueños. El sistema Pes es el lugar mismo del funcionamiento del proceso secundario, mientras que el yo, en e] Proyecto, era lo que inducía el proceso secundario, en función de su propia organización;
3.° el yo como organización libidinalmente catectizada se encuentra explícitamente como portador del deseo de dormir, en el que Fraud ve el motivo de la formación del sueño (6) (8).
III. El período 1900-1915 puede definirse como un período de tanteos en lo que respecta a la noción de yo. Esquemáticamente puede decirse que la investigación freudiana opera en cuatro direcciones:
1.^ En los trabajos más teóricos de Freud acerca del funcionamiento deí aparato psíquico, aiude ai modeJo estabJecído en 1900 basándose en el ejemplo del sueño, llevándolo hasta sus últimas consecuencias, sin hacer intervenir el concepto de yo en las diferenciaciones tópicas ni el de pulsiones del yo* en las consideraciones energéticas (7).
2.^ Respecto a las relaciones entre el yo y la realidad, no puede hablarse de un verdadero cambio en la solución del problema sino de un desplazamiento del acento. La referencia fundamental sigue siendo la de la experiencia de satisfacción y de la alucinación primitiva:
á) se valoriza el papel de «la experiencia de la vida»: «Solamente la falta persistente de la satisfacción esperada, la decepción, es lo que ha dado lugar al abandono de esta tentativa de satisfacción por medio de la alucinación. En su lugar, el aparato psíquico hubo de decidirse a representar el estado real del mundo exterior y a intentar una modificación real» (8 a);
b) el establecimiento de dos grandes principios del funcionamiento psíquico añade algo a la distinción entre proceso primario y proceso secundario. El principio de realidad* aparece como una ley que viene a imponer desde el exterior sus exigencias al aparato psíquico, el cual tiende progresivamente a hacerlas suyas;
c) Freud concede a las exigencias del principio de realidad un soporte privilegiado. Se trata de las pulsiones de autoconservación*, que abandonan más rápidamente el funcionamiento según el principio de placer y que, susceptibles de ser educados más aprisa por la realidad, proporcionan el substrato energético de un «yo-realidad» que «[...] no tiene que hacer más que tender hacia lo útil y asegurarse contra los daños» (8 b). Bajo esta perspectiva, el acceso del yo a la realidad escaparía a toda problemática: la forma como el yo pone fin a la satisfacción alucinatoria del deseo cambia de sentido; el yo efectúa la prueba de la realidad por intermedio de las pulsiones de autoconservación e intenta a continuación imponer las normas de la realidad a las pulsiones sexuales (para la discusión de esta concepción, véase: Prueba de realidad y Yo-placer, Yo-realidad);
d) la relación del yo con el sistema Preconsciente-Consciencia, y especialmente con la percepción y la motilidad, se vuelve muy estrecha.
3.^ En la descripción del conflicto defensivo, y más especialmente en la clínica de la neurosis obsesiva, el yo se afirma como la instancia que se opone al deseo. Oposición que viene señalada por el afecto displacen-tero y que adquiere desde un principio la forma de una lucha entre dos fuerzas en las que se reconoce igualmente la marca de la pulsión; al querer poner en evidencia la existencia de una neurosis infantil «completa» en Análisis de un caso de neurosis obsesiva,Freud descubre: «una pulsión erótica y una rebeldía contra la misma, un deseo (aun no compulsivo) y un temor (ya compulsivo) que lucha contra él, un afecto penoso y un impulso a realizar acciones defensivas» (9). Preocupado por dar al yo, simétricamente a la sexualidad, un soporte pulsional, Freud se ve inducido a describir el conflicto como la oposición entre las pulsiones sexuales y las pulsiones del yo*.
En el mismo orden de ideas, Freud se pregunta sobre el desarrollo de las pulsiones del yo, desarrollo que debería tomarse en consideración a igual título que el desarrollo libidinal, y sugiere que, en el caso de la neurosis obsesiva, el desarrollo de las pulsiones del yo podría ir adelantado sobre el desarrollo libidinal (10).
4.^ Durante este período aparece una nueva concepción, la del yo como objeto de amor, basada especialmente en los ejemplos de la homosexualidad y de las psicosis; esta concepción predominará en cierto número de textos de los años 1914-1915, que marcan un verdadero giro del pensamiento freudiano.
IV. En este período de cambio (1914-1915) se elaboran tres nociones íntimamente ligadas entre sí: el narcisismo*, la identificación* como constitutiva del yo, y la diferenciación, dentro del yo, de ciertos componentes «ideales».
1.° Lo que la introducción del narcisismo implica en cuanto a la definición del yo puede resumirse del siguiente modo:
a) el yo no existe desde un principio ni tampoco aparece como el resultado de una diferenciación progresiva. Para constituirse requiere «una nueva acción psíquica» (11 a);
b) se define como unidad en relación con el funcionamiento anárquico y fragmentado de la sexualidad que caracteriza al autoerotismo*;
c) se ofrece como objeto de amor a la sexualidad, a igual título que un objeto exterior. Bajo la perspectiva de una génesis de la elección objetal, Freud se ve inducido incluso a establecer la secuencia: auto-erotismo, narcisismo, elección objetal homosexual, elección objetal heterosexual;
d) esta definición del yo como objeto impide que sea confundido con el conjunto del mundo interior del sujeto. Así, Freud tiende a mantener, en contraposición a Jung, una distinción entre la introversión* de la libido sobre las fantasías y una «vuelta de aquélla sobre el yo» (11 b);
e) desde el punto de vista económico, «el yo debe considerarse como un gran reservorio de libido, de donde ésta es enviada hacia los objetos y que se halla siempre dispuesto a absorber la libido que refluye a partir de los objetos» (12). Esta imagen del reservorio implica que el yo no es simplemente un lugar de paso para la energía de catexis, sino el lugar de un estancamiento permanente de ésta, e incluso que es constituido como forma por esta carga energética. De ahí la imagen de un organismo, de un «pequeño animal protoplasmático» (11c) que se emplea para caracterizarlo;
/) por último, Freud describe como típica una «elección objetal narcisista»*, en la que el objeto de amor viene definido por su semejanza con el propio yo del individuo. Pero, aparte de un tipo particular de elección objetal, que viene ilustrada, por ejemplo, por ciertos casos de homosexualidad masculina, lo que Freud se ve inducido a modificar para situar el yo del sujeto es el conjunto de la noción de elección objetal, incluido el tipo denominado apoyo*.
 Durante el mismo período se enriquece considerablemente el concepto de identificación: junto a aquellas formas, reconocidas desde un principio en la histeria, en las que la identificación aparece como transitoria, como una forma de significar, en un auténtico síntoma, una similitud inconsciente entre la persona y otro, Freud distingue otras formas fundamentales de identificación; ésta ya no es sólo la expresión de una relación entre yo y otra persona: el yo puede experimentar una profunda modificación por la identificación, convirtiéndose en el residuo intrasubjetivo de una relación intersubjetiva. Así, en la homosexualidad masculina, «el joven no abandona a su madre, sino que se identifica con ella y se transforma en ella [...]. Lo que sorprende es el alcance de tal identificación: modifica el yo en una de sus partes más importantes, el carácter sexual, según el prototipo de lo que anteriormente era objeto» (13).
3.° Como resultado del anáfisis de la melancolía y de los procesos que ésta pone de manifiesto, se transforma profundamente la noción de yo.
á) la identificación con el objeto perdido, manifiesta en el melancólico, se interpreta como vma regresión a una identificación más arcaica, concebida como una fase preliminar de la elección objetal «[...] en la cual el yo quiere incorporarse este objeto» (14 a). Esta idea prepara el camino para una concepción de un yo que no sólo sería remodelado por identificaciones secundarias, sino que desde el principio se constituiría por una identificación que tendría como prototipo la incorporación* oral;
b) el objeto introyectado en el yo es descrito por Freud en términos antropomórficos; es sometido a los peores tratos, sufre, el suicida aspira a matarlo, etc. (14 b);
c) con la introyección del objeto, de hecho es toda una relación la que puede interiorizarse al mismo tiempo. En la melancolía, el conflicto ambivalente hacia el objeto será transpuesto a la relación con el yo;
d) el yo no es concebido ya como la única instancia personificada dentro del psiquismo. Algunas partes pueden separarse por escisión, especialmente la instancia crítica o conciencia moral: una parte del yo se sitúa frente a otra, la juzga críticamente, la toma, por así decirlo, como objeto.
Se afirma así la idea, que ya se encuentra en Introducción al narcisismo, según la cual la gran oposición existente entre la libido del yo y la libido de objeto no basta para explicar todas las modalidades del retiro narcisista de la libido. La libido «narcisista» puede tener como objetos toda una serie de instancias que forman un sistema complejo y cuya pertenencia al sistema del yo es connotada, por lo demás, por los nombres con que Freud las designa: yo ideal*, ideal del yo*, superyó*.
V. La «vuelta» de 1920: como puede verse, esta fórmula sólo puede aceptarse con reservas, por lo menos en lo que respecta a la introducción de la noción de yo. Con todo, no es posible negar el propio testimonio de Freud sobre el cambio esencial que entonces se produjo. Parece que, si la segunda teoría tópica hace del yo un sistema o una instancia, ello se debería ante todo a que tiende a amoldarse a las modalidades del conflicto psíquico mejor que la primera teoría, de la cual puede decirse esquemáticamente que tomaba como eje principal los diversos tipos de funcionamiento mental (proceso primario y proceso secundario). Ahora se elevan a la categoría de instancias del aparato psíquico las partes que intervienen en el conflicto, el yo como agente de la defensa, el superyó como sistema de prohibiciones, el ello como polo pulsional. El paso de la primera tópica a la segunda no implica que las nuevas «provincias» invaliden las delimitaciones anteriores entre Inconsciente, Preconsciente y Consciente. Pero, en la instancia del yo, vienen a agruparse funciones y procesos que, cientro del marco de la primera tópica, se hallaban repartidos entre varios sistemas:
1.° La conciencia, en el primer modelo metapsicológico, constituía un auténtico sistema autónomo (sistema m del Proyecto de psicología científica), para inmediatamente ser asociada por Freud, en forma no exenta de dificultades, al sistema Pes {véase: Conciencia); ahora se precisa su situación tópica: ella es el «núcleo del yo»;
2.° las funciones reconocidas al sistema Preconsciente se incluyen, en su mayor parte, en el yo;
3.° eí yo, y e'ste es el punto sobre eí que insiste especialmente Freud, es en gran parte inconsciente. Así lo demuestra la clínica y, sobre todo, las resistencias inconscientes halladas en la cura: «Hemos encontrado en el propio yo algo que también es inconsciente, que se comporta exactamente igual que lo reprimido, es decii-, que produce poderosos efectos sin volverse consciente y que, para ser hecho consciente, exige un trabajo particular» (15 a). Con esto Freud abría un camino que fue ampliamente explorado por sus sucesores: se han descrito técnicas defensivas del yo que no sólo son inconscientes en el sentido de que el sujeto ignora sus motivos y el mecanismo, sino además porque presentan un matiz compulsivo, repetitivo, «arreal», que las asemeja a lo reprimido, contra lo cual luchan.
Esta ampliación del concepto de yo implica que se atribuye a éste, en la segunda tópica, las más diversas funciones: control de la motilidad y de la percepción, prueba de la realidad, anticipación, ordenación temporal de los procesos mentales, pensamiento racional, etc., pero también desconocimiento, racionalización, defensa compulsiva contra las exigencias pulsionales. Como se ha señalado, estas funciones pueden agruparse en pares antinómicos (oposición a las pulsiones y satisfacción de las pulsiones, insight y racionalización, conocimiento objetivo y deformación sistemática, resistencia y levantamiento de resistencias, etc.), antinomias que no hacen más que reflejar la situación asignada al yo en relación con las otras dos instancias y la realidad (e). Según el punto de vista en que se sitúa, Freud resalta, unas veces la heteronomía del yo, otras sus posibilidades de una relativa autonomía. El yo aparece esencialmente como un mediador que se esfuerza en atender exigencias contradictorias; «[...] se halla sometido a una triple servidumbre, por lo cual se encuentra amenazado por tres tipos de peligros: el proveniente del mundo exterior, el de la libido del ello y el de la severidad del superyó [...]. Como ser-limítrofe, el yo intenta actuar de intermediario entre el mundo y el ello, hacer que el ello obedezca al mundo y hacer que el mundo, gracias a la acción muscular, se adapte al deseo del ello» (15 fe).
VI. La extensión adquirida por la noción de yo en la teoría psicoanalítica lo demuestra tanto la atención que le han prestado numerosos autores como la diversidad de sus modos de abordaje. Así, toda una escuela se ha propuesto como objetivo relacionar las adquisiciones psicoanalíticas con las de otras disciplinas: psicofisiología, psicología del aprendizaje, psicología infantil, psicología social, con vistas a constituir una verdadera psicología general del yo (O- Un intento de este tipo hace intervenir nociones como la de energía desexualizada y neutralizada a disposición del yo, la de función llamada «sintética» y la de una esfera no conflictual del yo. El yo se concibe, ante todo, como un aparato de regulación y de adaptación a la realidad, y cuya génesis se intenta explicar por medio de procesos de maduración y de aprendizaje, a partir de la dotación sensorio-motriz del lactante. Incluso aunque puedan encontrarse, en el origen de estos conceptos, algunos puntos de apoyo en el pensamiento freudiano, parece más difícil admitir que la última teoría del aparato psíquico encuentre allí su expresión más adecuada. Ciertamente no se trata de oponer a esta orientación de la ego psychology una exposición de lo que sería la «verdadera» teoría freudiana del yo: más bien sorprende la dificultad de situar en una misma línea de pensamiento el conjunto de las aportaciones psicoanalíticas al concepto de yo. Esquemáticamente puede intentarse agrupar las concepciones freudianas en dos orientaciones, considerando los tres grandes problemas que plantean la génesis del yo, su situación tópica (principalmente su relación con el ello) y, por último, lo que se entiende por energía del yo desde un punto de vista dinámico y económico.
A) En una primera perspectiva, el yo aparece como el resultado de una diferenciación progresiva del ello por influencia de la realidad exterior; esta diferenciación parte del sistema Percepción-Conciencia, que se compara con la capa cortical de una vesícula de substancia viva: el yo «[...] se ha desarrollado a partir de la capa cortical del ello, que, dispuesta para recibir y apartar las excitaciones, se halla en contacto directo con el exterior (la realidad). Tomando como punto de partida la percepción consciente, el yo somete a su influencia territorios progresivamente más amplios, capas cada vez más profundas del ello» (16).
El yo puede entonces definirse como un verdadero órgano que, cualesquiera que sean los fracasos efectivos que sufra, está destinado por principio, como representante de la realidad, a asegurar un control progresivo de las pulsiones: «Se esfuerza en lograr que impere la influencia del mundo exterior sobre el ello y sus tendencias, intenta reemplazar el principio de placer, que reina sin restricción en el ello, por el principio de realidad. La percepción cumple, respecto al yo, una función análoga a la que posee la pulsión dentro del ello» (15 c). Como el propio Freud indica, la distinción entre el yo y el ello reasume entonces la oposición entre la razón y las pasiones (15 d).
En esta concepción, el problema de la energía de que dispondría el yo no deja de plantear dificultades. En efecto, en la medida en que el yo es el producto directo de la acción del mundo exterior, ¿cómo podría tomar de éste una energía capaz de actuar dentro de un aparato psíquico que funciona, por definición, con su propia energía? En ocasiones Freud se ve inducido a hacer intervenir la realidad, ya no solamente como un dato exterior que el individuo ha de tener en cuenta para regular su funcionamiento, sino con todo el peso de una verdadera instancia (a igual título que las instancias de la personalidad psíquica que son el yo y el superv'ó) actuando en la dinámica del conflicto (17). Pero, si la única energía de la que dispone el aparato psíquico es la energía interna procedente de las pulsiones, la que se encuentra a disposición del yo sólo puede ser secundaria, derivada del ello. Esta solución, que es la que por lo general suele admitir Freud, tenía forzosamente que conducir a la hipótesis de una «desexualización» de la libido, hipótesis de la que cabe pensar que no hace más que localizar en una noción, a su vez problemática, una dificultad doctrinal {r¡).
La concepción que acabamos de recordar aquí plantea, en conjunto, dos grandes problemas: por una parte, ¿cómo comprender la tesis, en la que se basa, de una diferenciación del yo dentro de una entidad psíquica cuyas características se hallan mal definidas?, y, por otra, ¿no resulta difícil integrar en esta génesis casi ideal del aparato psíquico toda una serie de aportaciones fundamentales y propiamente psicoanalíticas a la noción de yo?
La idea de una génesis del yo está cargada de ambigüedades, que, por lo demás, fueron mantenidas por Freud a todo lo largo de su obra y que no hacen más que agravarse con el modelo propuesto en Más allá del principio del placer {Jenseits des Lustprinzips, 1920). En efecto, la evolución de la «vesícula viva» invocada en este texto puede concebirse a distintos niveles: filogenia de la especie humana, o incluso de la vida en general, evolución del organismo humano, y también diferenciación del aparato psíquico a partir de un estado indiferenciado. Así, pues, ¿qué valor debe concederse a esta hipótesis de un organismo simplificado que construiría sus propios límites, su aparato receptor y su protector
contra las excitaciones* bajo el impacto de las excitaciones externas? ¿Se trata de una simple comparación que ilustra mediante una imagen, tomada, más o menos válidamente, de la biología (el protozoo), la relación del individuo psíquico con lo que es exterior al mismo? En tal caso, el cuerpo debería, en rigor, considerarse como formando parte del «exterior» en relación con lo que sería una vesícula psíquica, pero esta idea sería contraria al pensaniiento de Freud: éi jamás consideró equivalentes las excitaciones externas y las internas, o pulsiones, que atacan constantemente, desde dentro, al aparato psíquico e incluso al yo, sin posibilidad de huida. Nos vemos, pues, inducidos a buscar una relación más íntima entre esta representación biológica y su transposición psíquica. En ocasiones Freud se apoya en una analogía real existente, por ejemplo, entre las funciones del yo y los aparatos perceptivos y protectores del organismo: de igual modo que el tegumento constituye la superficie del cuerpo, el sistema Percepción-Conciencia se halla en la «superficie» del psiquismo. Un enfoque de este tipo induce a concebir el aparato psíquico como el resultado de una especialización de las funciones corporales, y el yo como el producto final de una larga evolución del aparato de adaptación.
Por último, a otro nivel, cabe preguntarse si la insistencia de.Freud en utilizar esta imagen de una forma viviente caracterizada por su diferencia de nivel energético con respecto al exterior, poseyendo un límite sometido a efracciones, que constantemente debe defenderse y reconstituirse, no se basa en una relación real entre la génesis del yo y la imagen del organismo, relación que Freud sólo en raras ocasiones formuló explícitamente: «El yo es, ante todo, un yo corporal, no es solamente un ser de superficie, sino que él mismo es la proyección de una superficie» (15 e). «El yo deriva, en último término, de sensaciones corporales, principalmente de las que se originan en la superficie del cuerpo. Puede así considerarse como una proyección mental de la superficie del cuerpo, junto al hecho [...] de que representa la superficie del aparato mental» (d). Esta indicación invita a definir la instancia del yo como basada en una operación psíquica real consistente en una «proyección» del organismo en el psiquismo.
B) Esta última observación invitaría, por sí sola, a agrupar toda una serie de ideas, centrales en psicoanálisis, que permiten definir otra perspectiva. Ésta no elude el problema de la génesis del yo; busca la solución, no recurriendo a la id2a de una diferenciación funcional, sino haciendo intervenir operaciones psíquicas particulares, verdaderas precipitaciones en el psiquismo de rasgos, imágenes, formas tomadas del otro humano (véase especialmente: Identificación; Introyección; Narcisismo: Fase del espejo; Objeto «bueno», objeto «malo»). Los psicoanalistas se han dedicado a investigar los momentos electivos y las etapas de estas identificaciones, y a definir las que son específicas a las di\ersas insiancias: yo, yo ideal, ideal del yo, superyó. Se observará que, entonces, la relación del yo con la percepción y con el mundo exterior adquiere un nuevo sentido, sin quedar suprimida: el yo no es tanto un aparato que se desarrollaría a partir del sistema Percepción-Conciencia como una formación interna que tendría su origen en ciertas percepcio-ies privilegiadas, provenientes, no del mundo exterior en general, sino del mundo interhumano.
Desde el punto de vista tópico, el yo se define entonces, más que como una emanación del ello, como un objeto al que apunta éste: la teoría del narcisismo y el concepto correlativo de una libido orientada hacia el yo o hacia un objeto exterior, según un verdadero equilibrio energético, lejos de ser abandonada por Freud con el advenimiento de la segunda tópica, será reafirmada hasta en sus últimos trabajos. La clínica psicoanalítica, especialmente la de las psicosis, habla también en favor de esta concepción: menosprecio y odio del yo en el melancólico, ampliación del yo hasta fusionarlo con el yo ideal en el maníaco, pérdida de los «límites» del yo, por retiro de la catexis de éstas en los estados de despersonalización (como ha hecho resaltar P. Fedem), etc.
Finalmente, el difícil problema del soporte energético que sería preciso atribuir a las actividades del yo se presta a ser mejor examinado cuando se relaciona con el concepto de catexis narcisista. Entonces el problema estriba menos en saber lo que significa el hipotético cambio cualitativo denominado desexualización o neutralización, que en comprender cómo el yo, objeto libidinal, puede constituir no sólo un «reservorio», sino también el sujeto de las catexis libidinales que de él emanan.
Esta segunda línea de pensamiento, de la que hemos dado aquí algunos elementos, se nos aparece, en la medida en que permanece más próxima a la experiencia y a los descubrimientos analíticos, como menos sintética que la primera; deja pendiente, sobre todo, la necesaria tarea de articular a una teoría propiam.ente psicoanalítica del aparato psíquico, toda una serie de operaciones y de actividades que, con la preocupación de edificar una psicología general, una escuela psicoanalítica ha clasificado, como cosa obvia, entre las funciones del yo.
(a)
Sin embargo, en los pasajes de los Estudios sobre la histeria (Studien über Hysteric, 1895) que tratan del yo, Freud no deja de utilizar otros términos específicos para designar das Individuum, die Person.
(0)
Según atestiguaría por sí sola la célebre fórmula Wo Es war, soil Ich werden, literalmente: «donde ello era, yo debo advenir», con la que termina una larga exposición sobre el yo, el ello y el superyó.
(i)
Cierto ntimero de caracteres del yo permiten comparar el yo del Proyecto de psicología científica con lo que el pensamiento contemporáneo ha denominado una Gestalt, una forma: límites relativamente fijos, con, no obstante, posibilidad de ciertas fluctuaciones, que no alteran el equilibrio de la forma, el cual queda asegurado por la persistencia del núcleo (Ichkern); constancia de un nivel energético en comparación con el resto del psiquismo; buena circulación de energía en el interior del yo, que contrasta con la barrera que constituye su periferia; efecto de atracción y de organización (descrito por Freud con el nombre de catexis lateral: Nebenbesetzimg). ejercido por el yo sobre los procesos que se desarrollan al exterior de sus propios límites. Asimismo, una Gestalt polariza y organiza el campo en el cual ella se destaca, estructura su fondo. Lejos de ser el yo el lugar, o incluso el sujeto, del pensamiento, y en general de los procesos secundarios, éstos pueden comprenderse como el efecto de su poder regulador.
(fi) Podría establecerse entonces la siguiente hipótesis: si la función defensiva y la instancia misma del yo se atenúan en la metapsicología de La interpretación de los sueños, ¿no se debe a que el yo, en el sueño, se encuentra en una posición to
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insinuarse, emerger, como una formación irreductible al Ideal del yo» (2 b). Según D. Lagache, la formación del yo ideal tiene implicaciones sadomasoquistas, especialmente la negación del otro correlativa de la afirmación de sí mismo (véase: Identificación con el agresor). Para
J. Lacan, el yo ideal constituye también una formación esencialmente narcisista, que tiene su origen en la fase del espejo* y que pertenece al registro de lo imaginario* (3).
Aparte de las divergencias de perspectivas, estos diferentes autores coinciden, tanto en la afirmación de que interesa especificar, en la teoría psicoanalítica, la formación inconsciente del yo ideal, como en el hecho de subrayar el carácter narcisista de esta formación. Por lo demás, se observará que el texto en que Freud introduce dicho término sitúa, en el origen de la formación de las instancias ideales de la personalidad, el proceso de idealización, en virtud del cual el sujeto se propone como fin reconquistar el estado llamado de omnipotencia del narcisismo infantil.
YO-PLACER — YO-REALIDAD
= Ai.: Lust-Ich - Real-Ich. — Fr.: moi-plaisir - moi-réalité. — Ing.: pleasure-ego - reality-ego. — It.: io-piacere - io-realtá, — Por.: ego-prazer - ego-realidade.
Términos utilizados por Freud aludiendo a una génesis de la relación del sujeto con el mundo exterior y del acceso a la realidad. Ambos términos se oponen siempre entre sí, pero con acepciones demasiado distintas para que se pueda proponer una definición unívoca de ellos, y con significaciones que se Imbrican demasiado para ser fijadas en múltiples definiciones.
La oposición entre yo-placer y yo-realidad fue adelantada por Freud principalmente en: Formulaciones sobre los dos principios del funcionamiento psíquico (Formulierungen über die zwei Prinzipien des psichischen Geschehens, 1911), Las pulsiones y sus destinos (Triebe und Triebschicksale, 1915), y La negación (Die Verneinung, 1925). Señalemos, ante todo, que estos trabajos, que corresponden a distintos momentos del pensamiento de Freud, muestran, sin embargo, una continuidad entre sí y no tienen absolutamente en cuenta las modificaciones aportadas a la definición del yo con motivo del paso de la primera a la segunda tópica.
1.° En las Formulaciones sobre los dos principios del funcionamiento psíquico, la oposición entre yo-placer y yo-realidad se pone en relación con la existente entre principio de placer* y principio de realidad*. Freud utiliza aquí los términos de Lust-Ich y Real-Ich para designar la evolución de las pulsiones del yo*. Las pulsiones, que, en un principio, funcionan según el principio de placer, se someten progresivamente al principio de realidad, pero esta evolución es menos rápida y menos completa para las pulsiones sexuales, más difíciles de «educar» que las pulsiones del yo. «Al igual que el yo-plácer no puede hacer otra cosa que desear, trabajar para conseguir el placer y evitar el displacer, el yo-realidad no tiene más misión que tender hacia lo útil y asegurarse contra los daños» (1). Señalemos que el yo se considera aquí esencialmente desde el punto de vista de las pulsiones que, según se cree, le proporcionan un soporte energético; yo-placer y yo-realidad no son dos formas radicalmente distintas del yo, sino que definen dos modos de funcionamiento de las pulsiones del yo, según el principio de placer y según el principio de realidad.
2." En Las pulsiones y sus destinos, el punto de vista es también genético, pero lo que se considera no es la articulación de un principio con el otro ni la evolución de las pulsiones del yo, sino la génesis de la oposición sujeto (yo)-objeto (mundo exterior), en cuanto es correlativa de la oposición placer-displacer.
Dentro de esta perspectiva, Freud distingue dos etapas: en la primera, el sujeto «[...] coincide con lo que es placentero, y el mundo exterior con lo que es indiferente» (2 a); en la segunda, el sujeto y el mundo exterior se oponen como lo que es placentero a lo que es displacentero. El sujeto, en la primera etapa, es calificado de yo-realidad; en la segunda, de yo-placer; como puede verse, la sucesión de los términos es inversa a la del texto anterior, pero estos términos, y especialmente el de yo-realidad, se toman en un sentido distinto: la oposición entre yo-realidad y yo-placer se sitúa aquí previamente a la introducción del principio de realidad; el paso del yo-realidad al yo-placer «[...] se realiza bajo la supremacía del principio de placer» (2 fc).
Este «yo-realidad del principio» es calificado así por Freud debido a «[...] que distingue interior y exterior según un buen criterio objetivo» (2 c), afirmación que podría entenderse del siguiente modo: constituye una posición inicial objetiva la de relacionar con el sujeto las sensaciones de placer y de displacer, sin hacer de ellas cualidades del mundo exterior que en sí es indiferente.
¿Cómo se constituye el yo-placer? El sujeto, al igual que el mundo exterior, se halla escindido en una parte placentera y una parte displacentera; de ello resulta una nueva repartición, de forma que el sujeto coincide con todo lo placentero y el mundo con todo lo displacentero; esta repartición se efectúa mediante una introyección* de la parte de los objetos del mundo exterior que es fuente de placer, y una proyección* al exterior de lo que, en el interior, es ocasión de displacer. Esta nueva posición del sujeto permite definirlo como «yo-placer purificado», estando todo lo displacentero fuera.
Vemos, pues, que en Las pulsiones y sus destinos el término «yo-placer» no significa ya solamente un yo regido por el principio de displacer-placer, sino un yo identificado con lo placentero en contraposición a lo displacentero. Dentro de esta nueva acepción, lo que se contrapone siguen siendo dos etapas del yo, pero esta vez definidas por una modificación de su límite y de sus contenidos.
3." En La negación, Freud continúa utilizando la distinción entre yo-placer y yo-realidad, y ello dentro de la misma perspectiva que en el texto anterior: ¿cómo se constituye la oposición sujeto-mundo exterior? La expresión de «yo-realidad del principio» no es recogida literalmente; sin embargo, no parece que Freud haya renunciado a esta idea, puesto que añrma que, desde un principio, el sujeto dispone de un acceso objetivo a la realidad: «En el origen, la existencia de la representación es una garantía de la realidad de lo representado» (3 a).
El segundo tiempo, el del «yo-placer», se describe en los mismos términos que en Las pulsiones y sus destinos: «El yo-placer originario [...] desea introyectarse todo lo que es bueno y expulsar de sí todo lo que es malo. Para él, lo malo, lo extraño al yo, lo que está fuera, son al principio idénticos» (3 b).
El «yo-realidad definitivo» correspondería a un tercer tiempo, aquel en que el sujeto intenta encontrar en el exterior un objeto real que corresponda a la representación del objeto primitivamente satisfactorio y perdido [véase: Experiencia de satisfacción): esto corresponde a la prueba de realidad*.
Este paso del yo-placer al yo-realidad depende, como en las Formulaciones sobre las das principios del funcionamiento psíquico, de la instauración del principio de realidad.
La oposición entre yo-placer y yo-realidad jamás fue integrada por Freud en el conjunto de sus concepciones metapsicológicas, y especialmente en su teoría del yo como instancia del aparato psíquico. Siíi embargo, es evidente el interés de establecer tal articulación; este enfoque facilitaría la solución de cierto número de dificultades de la teoría psicoanalítica del yo:
1.» los puntos de vista frendíanos sobre la evolución del yo-placer - yo-
realidad constituyen una tentativa de establecer una mediación, una gé
nesis, aunque sea mítica, entre el individuo biopsicológico (que, a nues
tro modo de ver, puede asimilarse el «yo-realidad del principio» esta
blecido por Freud) y el yo corno instancia;
2.^ atribuyen dicfia genesis a operaciones psíquicas primitivas de in
troyección y de proyección, mediante las cuales se constituye el límite
de un yo que comporta un interior y un exterior;
S."" tienen el mérito de disipar el equívoco (que no ha cesado de gra
vitar sobre la teoría psicoanalitica) inherente a términos como el de
narcisismo primario*, en la medida en que a menudo se entiende por tal
un hipotético estado originario durante el cual el individuo no tendría
acceso alguno, ni siquiera rudimentario, al mundo exterior.
z
ZONA ERÓGENA
= Al.: erogene Zone. — Fr.: zone érogéne. — Ing.: erotogenic zone. — It.: zona erogena. — Por.: zona erógena.
Toda región del revestimiento cutáneo-mucoso susceptible de ser asiento de una excitación de tipo sexual. De un modo más específico, ciertas regiones que son funcionalmente el asiento de tal excitación: zona oral, anal, uretro-genital, pezón.
La teoría de las zonas erógenas, bosquejada por Freud en las cartas a W. Fliess del 6-Xir-1896 y del 14-XI-I897, apenas ha variado desde su publicación en losTres ensayos sobre la teoría sexual {Drei Abhandlungen zur Sexualtheorie, 1905) (1 a). Toda región del revestimiento cutáneo-mucoso puede funcionar como zona erógena, y Freud extiende incluso la propiedad llamada erogeneidad* a todos los órganos internos (2): «Hablando con propiedad, todo el cuerpo es una zona erógena» (3). Pero algunas zonas parecen «predestinadas» a esta función. Así, en el ejemplo de la actividad de succión, la zona oral se halla fisiológicamente determinada a su función erógena; en la succión del pulgar, este último participa en la excitación sexual como «una segunda zona erógena, aunque sea de menor valor» (1 b). Las zonas erógenas son fuentes* de diferentes pulsiones parciales (autoerotismo*). Determinan, con mayor o menor especificidad, cierto tipo de fin* sexual.
Si bien la existencia y el predominio de ciertas zonas corporales en la sexualidad humana siguen siendo un dato fundamental de la experiencia psicoanalítica, no basta para explicarlo una interpretación puramente anatomo-ñsiológica. Conviene considerar que las zonas erógenas constituyen, en el origen del desarrollo psicosexual, los puntos de elección de los intercambios con el ambiente, al mismo tiempo que solicitan, por parte de la madre, la máxima atención, cuidados y, por consiguiente, excitaciones (4).
ZONA HISTERÓGENA
= AL: hysterogene Zone. — Fr.: zone hystérogéne. — Ing.: hysterogenic zone. — It.: zona isterogena. — Por.: zona histerógena.
Aquella reglón del cuerpo de la cual Charcot, y más tarde Freud, mostraron que era, en ciertos casos de histeria de conversión, el asiento de fenómenos sensitivos especiales; calificada por el enfermo de dolorosa, esta región aparece al examen como libldlnalmente catectizada, y su excitación provoca reacciones parecidas a las que acompañan al placer sexual y que pueden llegar hasta el ataque histérico.
Charcot llamaba zonas histerógenas «[...] aquellas regiones del cuerpo, más o menos circunscritas, a nivel de las cuales la presión o la simple fricción determina, más o menos rápidamente, el fenómeno del aura, al cual sigue alguna vez, si se insiste, el ataque histérico. Estos puntos o, mejor, estas zonas, tienen además la propiedad de constituir el asiento de una sensibilidad permanente [...]. Una vez desarrollado el ataque, puede ser a menudo interrumpido mediante una presión enérgica ejercida sobre estos mismos puntos» (1).
Freud toma el término «zona histerógena» de Charcot y enriquece su significación en los Estudios sobre la histeria {Studien über Hysteria, 1895): «[...] algunas zonas las designa el enfermo como dolorosas; pero cuando el médico, durante la exploración, las comprime o pellizca, provoca reacciones [...] parecidas a las que suscita un cosquilleo voluptuoso» (2 a). Freud relaciona estas reacciones con el ataque histérico, el cual sería un «equivalente del coito» (3).
Así, pues, la zona histerógena es una región del cuerpo que se ha vuelto erógena. Freud, en los Tres ensayos sobre la teoría sexual (Drei Abhandlungen zur Sexualtheorie, 1905), subrayó el hecho de que «zonas erógenas y zonas histerógenas presentan los mismos caracteres» (4). En efecto, mostró (véase: Zona erógena) que cualquier región del cuerpo se podía convertir a su vez en erógena, por desplazamiento a partir de las zonas funcionalmente predispuestas para procurar el placer sexual. Este proceso de erogeneización actúa especialmente en el histérico.
Las condiciones para tai despiazamiento se encuentran en la historia del sujeto. Así, por ejemplo, el Caso de Elisabeth von R..., de los Estudios sobre la histeria,muestra cómiO se constituye una zona histerógena: «La enferma comenzó sorprendiéndome al anunciarme que ella sabía ahora por qué razón los dolores comenzaban siempre por un punto determinado del muslo derecho y alcanzaban allí la máxima intensidad. Era precisamente allí donde, cada mañana, su padre apoyaba su pierna hinchada, cuando ella le cambiaba los vendajes. Esto le había ocurrido por lo menos un centenar de veces y, cosa notable, hasta este momento no había pensado en tal relación; de este modo la paciente me ofreció la explicación de la formación de una zona histerógena
atípica» (2 b).
Como puede apreciarse, el concepto de zona histerógena se modifica al pasar de Charcot a Freud: 1) Éste considera la zona histerógena como asiento de excitaciones sexuales; 2) No admite la topografía fija que intentó establecer Charcot, sino que afirma que cualquier región del cuerpo puede volverse histerógena.