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lunes, 13 de enero de 2014

Volumen XVI - Conferencias de introducción al psicoanálisis Conferencias 27-28

27ª conferencia. La trasferencia

(Ver nota(195))
Señoras y señores: Ahora que nos acercamos al término de nuestros coloquios, nacerá en ustedes una cierta expectativa razonable. Piensan, y piensan bien, que no los he conducido a campo traviesa por el material psicoanalítico para abandonarlos al final sin decirles palabra sobre la terapia, en la cual, sin duda, reside toda la posibilidad de cultivar el psicoanálisis. Y a mí me resulta imposible escamotearles este tema, pues en él podrán ustedes tomar conocimiento, por la observación, de un hecho nuevo sin cuya comprensión los procesos patológicos que hemos estudiado quedarían sensiblemente incompletos.
Sé que no esperan que los guíe en la técnica con que debe ejercerse el análisis a los fines terapéuticos. Sólo quieren saber de la manera más general cuáles son los caminos por los que opera la terapia psicoanalítica y qué resultados, aproximadamente, produce. Y tienen un incontrastable derecho a saberlo. Pero yo no se los quiero comunicar; prefiero que lo colijan ustedes mismos.
¡Reflexionen! Han tomado conocimiento de todo lo esencial acerca de las condiciones de la contracción de la neurosis, así como de todos los factores que se hacen valer en la persona enferma. ¿Dónde hay espacio para una intervención terapéutica? Tenemos, en primer lugar, la disposición hereditaria; no solemos hablar mucho sobre ella, pues es enérgicamente destacada por otros, y nosotros no tenemos nada nuevo que decir al respecto. Pero no crean que la menospreciamos; justamente en calidad de terapeutas sentimos su poder con suficiente claridad. En todo caso, nada podemos cambiar en ella; sigue siendo también para nosotros algo dado, algo que pone límites a nuestro empeño. Después, la influencia de las vivencias infantiles tempranas, que solemos poner en primer plano en el análisis; pertenecen al pasado, no podemos hacer que no ocurrieran. Además, todo lo que hemos sintetizado bajo el título de «frustración real», las desventuras de la vida de donde nacen la falta de amor, la pobreza, las querellas familiares, el infortunio en la elección matrimonial, las condiciones sociales desfavorables y los rigurosos reclamos éticos bajo cuya presión se encuentra una persona. Bastaría sin duda con esos asideros para conseguir una terapia muy eficaz, pero sería como aquella que la leyenda popular atribuye al emperador José(196): la intervención benéfica de un poderoso ante cuya voluntad los hombres se inclinan y las dificultades desaparecen. Ahora bien, ¿quiénes somos nosotros, que podríamos adoptar esa beneficencia como recurso de nuestra terapia? Unos hombres pobres e impotentes en el campo social, forzados a ganarnos el sustento con nuestra actividad médica; ni siquiera estamos en condiciones de dedicar nuestros esfuerzos a los indigentes, como pueden hacerlo otros médicos que aplican métodos de tratamiento diferentes. Nos lo impide el hecho de que nuestra terapia insume demasiado tiempo y es demasiado lenta. Pero quizás ustedes se aferren a uno de los factores mencionados, y crean haber encontrado ahí el punto de abordaje para nuestra influencia. Si la restricción moral exigida por la sociedad participa en las privaciones impuestas al enfermo, sin duda alguna el tratamiento puede infundirle la osadía de trasgredir esas barreras, o directamente prescribírselo; puede procurarle satisfacción y restablecimiento por renuncia al cumplimiento de un ideal que la sociedad tiene en mucho, aunque no se lo respete tanto. Entonces, uno se curaría si «gozara de la vida» sexualmente. Y en verdad, sobre el tratamiento analítico cae la sombra de una sospecha: no estaría al servicio de la moralidad general. Lo que otorga al individuo, lo ha restado de la comunidad.
Pero, señoras y señores, ¿quién les ha informado tan falsamente? Ni por asomo el consejo de gozar de la vida sexualmente cumple un papel en la terapia analítica -aunque más no fuera, por el mero hecho de que proclamamos que en el enfermo se libra un obstinado conflicto entre la moción libidinosa y la represión sexual, entre la orientación sensual y la ascética; y ese conflicto no se cancela por más que se ayude a una de esas orientaciones para que triunfe sobre su contraria-. Y aun vemos que en el neurótico ha prevalecido el ascetismo, como consecuencia de lo cual, justamente, la aspiración sexual sofocada se abre paso en los síntomas. Si ahora, por el contrario, procurásemos el triunfo de la sensualidad, la represión sexual arrojada a un lado se sustituiría por síntomas. Ninguna de ambas decisiones puede poner término al conflicto interior; en cualquier caso, una parte quedaría insatisfecha. Son muy pocos los casos en que el conflicto es tan lábil que pueda decidirlo un factor como la toma de partido por parte del médico; y esos casos, en verdad, no necesitan de tratamiento analítico. Las personas sobre las cuales el médico puede ejercer una influencia tal habrían hallado aun sin él ese mismo camino. Bien lo saben ustedes: cuando un joven abstinente se decide a un comercio sexual ilegítimo, o una
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mujer insatisfecha busca resarcimiento con otro hombre, por lo general no han aguardado el permiso de un médico ni del analista.
Con respecto a esta situación suele omitirse un punto esencial: el conflicto patógeno de los neuróticos no puede confundirse con una lucha normal entre mociones del alma situadas en un mismo terreno psicológico. Es una disputa entre poderes de los cuales uno alcanzó el estadio de lo preconciente y conciente, mientras que el otro fue contenido en el estadio de lo inconciente. Por eso no puede lograrse acuerdo; los querellantes son tan incapaces de ello como el oso polar y la ballena en el famoso apólogo. Una decisión efectiva sólo puede producirse si los dos se encuentran en el mismo terreno. Pienso que la única tarea de la terapia consiste en posibilitar esto.
Además, puedo asegurarles que están mal informados si suponen que consejo y guía en los asuntos de la vida sería una parte integrante de la influencia analítica. Al contrarío, evitamos dentro de lo posible semejante papel de mentores; lo que más ansiamos es que el enfermo adopte sus decisiones de manera autónoma. Con este propósito le pedimos también que suspenda todas sus decisiones vitales acerca de elección profesional, empresas económicas, matrimonio o divorcio mientras dure el tratamiento, y sólo las lleve a cabo después de terminado este. Y bien; confiesen que todo esto difiere de lo que habían imaginado. Sólo en ciertas personas muy jóvenes o totalmente inermes e inestables podemos no respetar esa voluntaria restricción. En ellas nos vemos obligados a combinar la función del médico con la del educador, pero entonces tenemos plena conciencia de nuestra responsabilidad, y nos comportamos con la necesaria cautela (ver nota(197)).
Del celo con que yo me defiendo del reproche de que en la cura analítica se alentaría a los neuróticos a gozar de la vida, no pueden ustedes lícitamente inferir que los influimos en el sentido de la moralidad social. Estamos tan lejos de esto como de aquello. No somos, por cierto, reformadores, sino meramente observadores, pero no podemos dejar de mirar con ojos críticos, y nos ha sido imposible tomar partido en favor de la moral sexual convencional o tener en alta estima la manera en que la sociedad procura ordenar en la práctica los problemas de la vida sexual. Podemos imputar redondamente a la sociedad que lo que ella, llama su moral cuesta más sacrificios de los que vale, y que su procedimiento no se basa en la sinceridad ni testimonia sabiduría. Y no dejamos de comunicar esta crítica a nuestros pacientes; los acostumbramos a apreciar sin prejuicios los asuntos sexuales al igual que todos los otros, y si ellos, una vez completada su cura y vueltos autónomos, deciden por su cuenta adoptar alguna posición intermedia entre el pleno gozar de la vida y el ascetismo incondicional, no sentimos sobre nuestra conciencia el peso de ninguno de esos desenlaces. Quien consigue educarse para autoconfesarse la verdad, nos decimos, queda duraderamente protegido del peligro de la inmoralidad, por más que su patrón de moral se desvíe de algún modo del usual en la sociedad. Por lo demás, guardémonos de sobrestimar la importancia que pueda tener el problema de la abstinencia en cuanto a la posibilidad de influir sobre las neurosis. Sólo en una minoría de los casos el tipo de comercio sexual que se logra con poco esfuerzo puede poner término a la situación patógena de la frustración y a la estasis libidinal que es su consecuencia.
Por consiguiente, no pueden ustedes explicar el efecto terapéutico del psicoanálisis refiriéndose al permiso que este daría para gozar sexualmente de la vida. Pero busquen en torno otra cosa. Creo que mientras desautorizaba esa suposición les hice notar algo que debió de ponerlos sobre la pista correcta. Aquello de lo cual nos valemos no puede ser sino la sustitución de lo inconciente por lo conciente, la traducción de lo inconciente a lo conciente. justo, eso es. Al hacer que lo inconciente prosiga hasta lo conciente, cancelamos las represiones, eliminamos las condiciones para la formación de síntoma y mudamos el conflicto patógeno en un conflicto normal que tiene que hallar de alguna manera su solución. No otra cosa que esta trasformación psíquica provocamos en el enfermo: hasta donde ella alcanza, hasta ahí llega nuestro auxilio. Donde no hay ninguna represión ni otro proceso psíquico análogo que pueda ser deshecho, tampoco nuestra terapia tiene nada que buscar.
Podemos expresar la meta de nuestro empeño con diversas fórmulas: Hacer conciente lo inconciente, cancelación de las represiones, llenado de las lagunas amnésicas; todo viene a decir lo mismo. Pero quizá queden ustedes insatisfechos con esta declaración. Habían imaginado de otra manera la curación de un neurótico: él devendría otro hombre tras haberse sometido al arduo trabajo de un psicoanálisis; y ahora el resultado total sería apenas que tiene en el interior de sí algo menos de inconciente y algo más de conciente que antes. Pues bien; probablemente subestiman la importancia de una alteración interior de esa índole. El neurótico curado ha devenido en realidad otro hombre, aunque en el fondo, desde luego, siga siendo el mismo: ha devenido lo que en el mejor de los casos y bajo las condiciones más favorables podía devenir. Pero esto es mucho. Cuando sepan todo lo que es preciso hacer y el esfuerzo que se requiere para implantar esa alteración en apariencia tan ínfima de su vida anímica, advertirán la importancia que posee esa diferencia de nivel psíquico.
Hago ahora una pequeña digresión para preguntarles: ¿Saben a qué se llama una terapia causal? Se llama así a un procedimiento que no toma como punto de abordaje las manifestaciones patológicas, sino que se propone eliminar sus causas. ¿Es nuestra terapia psicoanalítica causal o no? La respuesta no es simple, pero quizá nos dé la oportunidad de convencernos de la futilidad de un planteo semejante. En la medida en que no se propone como tarea inmediata la eliminación de los síntomas, la terapia analítica se comporta como causal. Pero en otro respecto pueden decir que no lo es. En efecto, hemos rastreado el encadenamiento causal a lo largo de las represiones hasta llegar a las disposiciones pulsionales, a las intensidades relativas que presentan dentro de la constitución y a las desviaciones producidas en el curso de su desarrollo. Ahora supongan que nos fuese posible, acaso por medios químicos, intervenir en esta fábrica, elevar o disminuir la cantidad de la libido preexistente en cada caso o fortalecer a una pulsión a costa de otra; en tales condiciones nuestra terapia sería causal en sentido estricto, y para ella nuestro análisis habría prestado el indispensable trabajo preparatorio del reconocimiento. Pero, como ustedes saben, ni hablar por ahora de semejante influencia sobre los procesos libidinales; con nuestra 'terapia psíquica hincamos en otro lugar de la trabazón, no justo allí donde creeríamos discernir las raíces de los fenómenos, pero sí bastante lejos de los síntomas: en un lugar que unas circunstancias muy asombrosas nos han hecho asequible.
¿Qué debemos hacer, entonces, para sustituir en nuestro paciente lo inconciente por lo conciente? Antaño creíamos que era muy simple, nos bastaba con colegir eso inconciente y enunciárselo. Pero ya sabemos que era un error por estrechez de miras. Nuestro saber sobre lo inconciente no equivale al saber de él; cuando le comunicamos nuestro saber, él no lo tiene en lugar de su inconciente, sino junto a eso, y es muy poco lo que ha cambiado. Más bien debemos representarnos a eso inconciente tópicamente; debemos rebuscar en su recuerdo el
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lugar en que eso se produjo por obra de una represión. Si esta represión se elimina, la sustitución de lo inconciente por lo conciente puede consumarse sin dificultad. Ahora bien, ¿cómo cancelar una represión así? Nuestra tarea entra aquí en una segunda fase. Primero la rebusca de la represión, después la eliminación de la resistencia que la mantiene en pie.
¿Cómo se remueve la resistencia? De la misma manera: coligiéndola y presentándosela al paciente. La resistencia, en efecto, brota de una represión; de la misma que procuramos solucionar, o de una anterior. La resistencia es producida por la contrainvestidura que se erigió para reprimir la moción chocante. Por tanto, ahora hacemos lo mismo que ya al comienzo quisimos hacer: interpretar, colegir y comunicarlo; pero ahora lo hacemos en el lugar correcto. La contrainvestidura, o resistencia, no pertenece al inconciente,. sino al yo, que es nuestro colaborador, y esto es así por más que aquella no esté destinada a ser conciente. Sabemos que aquí está en juego el doble sentido de la palabra «inconciente»: por un lado como fenómeno, por el otro como sistema. Esto parece muy difícil y oscuro. Pero, ¿no es verdad que nos repetimos? (ver nota(198)) Hace tiempo que estamos preparados para saberlo. Esperamos que esta resistencia habrá de resignarse, y recogerse la contrainvestidura, tan pronto posibilitemos al yo el conocimiento de ella por medio de nuestra interpretación. ¿Con qué fuerzas pulsionales trabajamos en un caso así? En primer lugar, con la aspiración del paciente a sanar, que lo movió a avenirse al trabajo en común con nosotros; y en segundo lugar, con la ayuda de su inteligencia, que reforzamos mediante nuestra interpretación. No hay ninguna duda de que si le hemos dado las representaciones-expectativa correspondientes, a la inteligencia del enfermo le resulta más fácil individualizar la resistencia y hallar la traducción que corresponde a lo reprimido. Si yo les digo: «Miren al cielo, se ve un aeróstato», ustedes lo descubrirán mucho más fácilmente que si me limito a exhortarlos a que busquen con la mirada para ver si hallan alguna cosa. También el estudiante que mira por primera vez con el microscopio es instruido por el profesor acerca de lo que debe ver; de lo contrario no ve nada, aunque eso esté visible ahí.
Y ahora, al hecho (ver nota(199)). En toda una serie de formas de neurosis, en las histerias, estados de angustia, neurosis obsesivas, nuestra premisa se verifica. Mediante esa rebusca de la represión, el descubrimiento de las resistencias, la indicación de lo reprimido, realmente se logra resolver la tarea, vale decir, superar las resistencias, cancelar la represión y mudar lo inconciente en conciente. Así obtenemos la más clara imagen de la encarnizada lucha que se libra en el alma del paciente en torno de la superación de cada resistencia: es una lucha anímica normal, empeñada en un mismo terreno psicológico, entre los motivos que quieren mantener la contrainvestidura y los que están prestos a resignarla. Los primeros son los motivos viejos, los que en su tiempo impusieron la represión; entre los segundos se encuentran los nuevos que han venido a agregarse, y que confiamos decidirán el conflicto en favor nuestro. Hemos logrado renovar el viejo conflicto de la represión, hacer que se revise el proceso tramitado entonces. Como material nuevo aportamos, en primer lugar, la advertencia de que la decisión primera ha llevado a la enfermedad, y la promesa de que otra facilitará el camino hacia la curación; en segundo lugar, el enorme cambio sobrevenido en todas las condiciones desde el momento temporal en que se produjo aquel primer rechazo. En aquella época el yo era débil, infantil, y quizá tenía fundamento para ver en el reclamo libidinal un peligro. Hoy es fuerte y experimentado, y además tiene en el médico un auxiliar. Nos está permitido esperar, entonces, que el conflicto renovado pueda guiarse hacia un desenlace más favorable que el de la represión.
Y así es: hemos dicho que en las histerias, las neurosis de angustia y las neurosis obsesivas el éxito nos da en principio la razón. Pero existen otras formas de enfermedad en las que, no obstante ser idénticas las condiciones, nuestro procedimiento terapéutico nunca alcanza éxito. También en ellas estuvo en juego un conflicto originario entre el yo y la libido, que llevó a la represión -por más que esta deba caracterizarse tópicamente de otro modo-; también aquí es posible pesquisar los lugares en los cuales se produjeron las represiones en la vida del enfermo: aplicamos el mismo procedimiento, estamos dispuestos a hacer idénticas promesas, brindamos el mismo auxilio comunicando representaciones-expectativa y, nuevamente, la diferencia temporal entre el presente y aquellas represiones favorece otro desenlace para el conflicto. Y a pesar de todo ello, no logramos cancelar una sola resistencia ni eliminar una sola represión. Estos pacientes, los paranoicos, los melancólicos, los aquejados de dementia praecox, permanecen totalmente incólumes e inmunes a la terapia psicoanalítica. ¿A qué puede deberse esto? No a falta de inteligencia; desde luego, se requiere que nuestros pacientes tengan cierto grado de capacidad intelectual, pero ella con seguridad no falta en los que sufren paranoia combinatoria, tan sagaces. Y no echamos de menos ninguna de las otras fuerzas impulsoras. Los melancólicos, por ejemplo, tienen en gran medida la conciencia de estar enfermos y de que por eso sufren tanto (conciencia que falta en los paranoicos), pero ello no los hace más asequibles. Estamos ante un hecho que nos desconcierta y que nos impone esta duda: ¿Hemos comprendido realmente todas las condiciones que determinan el éxito posible en las otras neurosis?
Sí seguimos ocupándonos de nuestros histéricos y neuróticos obsesivos, pronto nos sale al paso un segundo hecho para el cual no estábamos de ninguna manera preparados. Pasado un tiempo, en efecto, no podemos dejar de notar que estos enfermos se comportan hacia nosotros de una manera muy particular. Creíamos haber computado todas las fuerzas impulsoras que intervienen en la cura y racionalizado la situación que se crea entre nosotros y el paciente, de suerte que la dominaríamos como si se tratase de un problema aritmético; y hete aquí que parece haberse filtrado algo que no se había evaluado en ese cálculo. Esto nuevo inesperado es a su vez muy proteico; describiré en primer término sus formas de manifestación más frecuentes y más fácilmente comprensibles.
Notamos que el paciente, al que no le interesaría sino encontrar una salida para sus conflictos patológicos, desarrolla un interés particular hacia la persona del médico. Todo lo que tiene que ver con esta persona le parece mucho más importante que sus propios asuntos, y lo distrae de su condición de enfermo. Por eso el trato con el paciente resulta durante un tiempo muy agradable; es particularmente obsequioso, procura mostrarse agradecido en cuanta ocasión se le presenta, exhibe finezas y rasgos meritorios de su carácter que quizá no habríamos esperado hallar en él. También el médico se forma una opinión favorable acerca del paciente y agradece a la suerte haberle permitido prestar ayuda, justamente, a una personalidad tan valiosa. Si el médico tiene oportunidad de hablar con familiares de su paciente, se entera con beneplácito de que ese agrado es recíproco. En su casa, el paciente no cesa de alabar al médico, de ponderarle nuevos y nuevos méritos. «Está entusiasmado con usted, confía en usted ciegamente; todo lo que usted dice es para él como una revelación», cuentan los parientes. Aquí y allí una voz de este coro se hace más estridente: «Ya cansa; no habla de otra cosa y siempre tiene el nombre de usted en la boca».
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Esperemos que el médico sea lo bastante modesto como para atribuir este aprecio de su personalidad por parte del paciente a las esperanzas que él puede darle y a la ampliación de su horizonte intelectual gracias a las sorprendentes y liberadoras revelaciones que la cura trae consigo. Por otro lado, en estas condiciones el análisis hace brillantes progresos; el paciente comprende lo que se le apunta, profundiza en las tareas que la cura le plantea, el material de recuerdos y ocurrencias afluye en abundancia, sorprende al médico por la seguridad y el acierto de las interpretaciones que hace, y este no puede menos que comprobar complacido cuán prestamente asimila el enfermo todas las novedades psicológicas que ahí fuera, en el mundo, suelen despertar la más enconada oposición entre los sanos. Al buen entendimiento durante el trabajo analítico corresponde también una mejoría objetiva del estado patológico, por todos reconocida.
Pero un tiempo tan bueno no puede durar siempre. Un buen día se estropea. Aparecen dificultades en el tratamiento; el paciente asevera que nada más se le ocurre. Se tiene la definida impresión de que ya no se interesa en el trabajo y de que pasa por alto, a la ligera, la prescripción que se le dio: la de decir todo cuanto se le pase por la cabeza y abstenerse de toda crítica. Se comporta como lo hace fuera de la cura, como si nunca hubiera establecido aquel pacto con el médico; es evidente que le preocupa algo, pero quiere reservárselo. He ahí una peligrosa situación para el tratamiento. Se está frente a una violenta resistencia, a no dudarlo. Pero, ¿qué ha ocurrido?
Si uno es capaz de aclarar de nuevo la situación, reconocerá como la causa de la perturbación el hecho de que el paciente ha trasferido sobre el médico intensos sentimientos de ternura que ni la conducta de este ni la relación nacida de la cura justifican. La forma en que esta ternura se exteriorice y las metas a que aspire dependerán, desde luego, de las circunstancias personales de los dos participantes. Si se trata de una muchacha y de un hombre jóvenes, recibiremos la impresión de un enamoramiento normal; hallaremos comprensible que una muchacha se enamore de un hombre con quien pasa mucho tiempo a solas y puede conversar de cosas íntimas, y que además se le presenta en la ventajosa posición de un auxiliar superior a ella. Así, probablemente descuidemos el hecho de que en la muchacha neurótica se prevería más bien una perturbación de la capacidad de amar. Y por otra parte, en la medida en que las relaciones personales entre médico y paciente se alejan de este caso que supusimos, tanto más nos extrañará que, pese a ello, vemos establecerse una y otra vez el mismo vínculo afectivo. Todavía se concibe que en una mujer joven, desdichada en su matrimonio, nazca una seria pasión por su médico aún soltero, que esté dispuesta a llevar adelante su divorcio para pertenecerle o, en caso de impedimentos sociales, no formule reparos a iniciar con él una relación amorosa secreta. Cosas así suceden, de todos modos, fuera del psicoanálisis. Pero en estas circunstancias uno oye con asombro, de mujeres casadas y solteras, manifestaciones que atestiguan la definida posición que han adoptado frente al problema terapéutico: siempre habrían sabido que sólo por el amor podían sanar, y desde el comienzo del tratamiento esperaron que ese lazo les deparase como regalo lo que la vida hasta entonces les había negado. Sólo sostenidas por esta esperanza se habrían empeñado tanto en la cura y superado todas las dificultades de la comunicación. Añadiríamos por nuestra cuenta: y creído tan fácilmente todo lo que de otro modo es tan difícil de creer. Ahora bien, semejante confesión nos toma por sorpresa; se diría que echa por tierra nuestros cálculos. ¿Puede ser que hayamos omitido en nuestro planteo los pasos más importantes?
Y de hecho, a medida que nos adentramos en la experiencia, menos podemos negarnos a esta enmienda vergonzosa para nuestro rigor científico. Las primeras veces pudo pensarse, acaso, que la cura analítica había chocado con un escollo debido a un suceso contingente, es decir, que no estaba en sus propósitos ni fue provocado por ella. Pero si ese vínculo tierno del paciente con el médico se repite de manera regular con cada nuevo caso; si una y otra vez se presenta, en las condiciones más desfavorables y originando malentendidos directamente grotescos ' aun en la mujer ya anciana y respecto del hombre encanecido, aun allí donde a nuestro juicio ya no hay nada seductor; si tal ocurre, tenemos que abandonar sin duda la idea de una contingencia perturbadora y reconocer que se trata de un fenómeno que está en la más íntima relación con la naturaleza de la enfermedad misma.
Llamamos trasferencia a este nuevo hecho que tan a regañadientes admitimos. Creemos que se trata de una trasferencia de sentimientos sobre la persona del médico, pues no nos parece que la situación de la cura avale el nacimiento de estos últimos. Más bien conjeturamos que toda esa proclividad del afecto viene de otra parte, estaba ya preparada en la enferma y con oportunidad del tratamiento analítico se transfirió sobre la persona del médico, La trasferencia puede presentarse como un tormentoso reclamo de amor o en formas más atenuadas; en lugar del deseo de ser amada, puede emerger en la muchacha joven el deseo de que el hombre anciano la acepte como hija predilecta, y la aspiración libidinosa puede atemperarse en la propuesta de una amistad indisoluble, pero ideal y no sensual. Muchas mujeres se las arreglan para sublimar la trasferencia y modelarla hasta que cobra una suerte de viabilidad; otras no pueden menos que expresarla en su forma cruda, originaria, imposible la mayoría de las veces. Pero en el fondo siempre se trata de lo mismo y siempre es inequívoca su proveniencia de la misma fuente.
Antes de preguntarnos dónde hemos de colocar este nuevo hecho de la trasferencia, perfeccionemos su descripción. ¿Qué ocurre con los pacientes masculinos? Tendríamos derecho a esperar que en este caso nos sustraeríamos de los enfadosos efectos de la diferencia de sexos y la atracción sexual. Pero no; nuestra respuesta es que no ocurre nada muy diverso que en el caso de las mujeres. El mismo vínculo con el médico, la misma sobrestimación de sus cualidades, el mismo abandono al interés de él y los mismos celos hacia todo cuanto lo rodea en la vida. Las formas sublimadas de la trasferencia son más frecuentes entre hombre y hombre, y más rara la demanda sexual directa, en la misma medida en que la homosexualidad manifiesta cede el paso a los otros usos de este componente libidinal. En los pacientes masculinos, el médico observa más a menudo que en el caso de las mujeres una forma de manifestación de la trasferencia que, a primera vista, parece contradecir todo lo descrito basta aquí: la trasferencia hostil o negativa.
Aclarémonos, primero, que la trasferencia surge en el paciente desde el comienzo del tratamiento y durante un tiempo constituye el más poderoso resorte impulsor del trabajo.
Nada se registra de ella, y tampoco hace falta tomarla en cuenta, mientras opera en favor del análisis emprendido en común. Pero si después se muda en resistencia, es preciso prestarle atención y reconocer que modifica su relación con la cura bajo dos condiciones diferentes y contrapuestas: en primer lugar, cuando en calidad de inclinación tierna se ha hecho tan fuerte, ha dejado ver tan claramente los signos de su procedencia de la necesidad sexual, que no puede menos que suscitar una resistencia interior contra ella; y en segundo lugar, cuando
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consiste en mociones hostiles en vez de mociones tiernas. Por regla general, los sentimientos hostiles salen a la luz más tarde que los tiernos, y detrás de ellos; en su simultánea presencia resultan un buen reflejo de la ambivalencia de sentimientos que rige en la mayoría de nuestros vínculos íntimos con otros seres humanos. Los sentimientos hostiles importan un vínculo afectivo a igual título que los tiernos, así como el desacato implica la misma dependencia que el acatamiento, aunque de signo contrario. Y en cuanto a que los sentimientos hostiles hacia el médico merezcan el nombre de «trasferencia», no hay duda de ello, puesto que, a todas luces, la situación de la cura no les da ocasión suficiente; la necesidad de concebir así la trasferencia negativa nos asegura que no hemos errado en nuestro juicio sobre la positiva o tierna.
¿De dónde viene la trasferencia, qué dificultades nos depara, cómo la superamos y qué utilidad extraemos en definitiva de ella? He ahí asuntos dignos de ser tratados con detalle en una instrucción técnica para el análisis, y que hoy sólo rozaré. Queda excluido ceder a las demandas del paciente derivadas de su trasferencia, y sería absurdo rechazarlas inamistosamente o con indignación; superamos la trasferencia cuando demostramos al enfermo que sus sentimientos no provienen de la situación presente y no valen para la persona del médico, sino que repiten lo que a él le ocurrió una vez, con anterioridad (ver nota(200)). De tal manera lo forzamos a mudar su repetición en recuerdo. Y entonces la trasferencia, que, tierna u hostil, en cualquier caso parecía significar la más poderosa amenaza para la cura, se convierte en el mejor instrumento de ella, con cuya ayuda pueden desplegarse los más cerrados abanicos de la vida anímica.
Pero aún me gustaría decirles algunas palabras para disipar la extrañeza que les ha provocado la emergencia de este inesperado fenómeno. No olvidemos, en efecto, que la enfermedad del paciente a quien tomamos bajo análisis no es algo terminado, congelado, sino que sigue creciendo, y su desarrollo prosigue como el de un ser viviente. La iniciación del tratamiento no pone fin a ese desarrollo, pero, cuando la cura se ha apoderado del enfermo, sucede que toda la producción nueva de la enfermedad se concentra en un único lugar, a saber, la relación con el médico. La trasferencia es comparable así a la capa de crecimiento celular situada entre la corteza y la pulpa de un árbol, de la que surgen la nueva formación de tejidos y el espesamiento del tronco. Pero cuando la trasferencia ha cobrado vuelo hasta esta significación, el trabajo con los recuerdos del enfermo queda muy relegado. No es entonces incorrecto decir que ya no se está tratando con la enfermedad anterior del paciente, sino con una neurosis recién creada y recreada, que sustituye a la primera. A esta versión nueva de la afección antigua se la ha seguido desde el comienzo, se la ha visto nacer y crecer, y uno se encuentra en su interior en posición particularmente ventajosa, porque es uno mismo el que, en calidad de objeto, está situado en su centro. Todos los síntomas del enfermo han abandonado su significado originario y se han incorporado a un sentido nuevo, que consiste en un vínculo con la trasferencia. 0 de esos síntomas subsistieron sólo algunos, que admitieron esa remodelación. Ahora bien, el domeñamiento de esta nueva neurosis artificial coincide con la finiquitación de la enfermedad que se trajo a la cura, con la solución de nuestra tarea terapéutica. El hombre que en la relación con el médico ha pasado a ser normal y libre del efecto de unas mociones pulsionales reprimidas, sigue siéndolo también en su vida propia, cuando el médico se ha hecho a un lado (ver nota(201)).
La trasferencia tiene esta importancia extraordinaria, lisa y llanamente central para la cura, en las histerias, las histerias de angustia y las neurosis obsesivas, que por eso se reúnen con justo
título bajo el nombre de «neurosis de trasferencia». Quien ha recogido en el trabajo analítico la impresión cabal del hecho de la trasferencia ya no puede dudar acerca de la índole de las mociones sofocadas que se procuran expresión en los síntomas de estas neurosis, ni pide pruebas más concluyentes acerca de su naturaleza libidinosa. Podemos decir que nuestra convicción acerca del significado de los síntomas en cuanto satisfacciones libidinosas sustitutivas sólo se afianzó definitivamente cuando incluimos en la cuenta a la trasferencia.
Ahora tenemos todos los elementos para mejorar nuestra anterior concepción dinámica del proceso de la cura y ponerla en consonancia con la nueva intelección. Si el enfermo tiene que librar, batalla por batalla, el conflicto normal con las resistencias que le hemos revelado en el análisis, necesita de una impulsión poderosa que influya sobre la decisión en el sentido deseado por nosotros, el que lleva al restablecimiento. De lo contrario podría suceder que resolviera repetir el desenlace anterior y dejara caer de nuevo en la represión lo que se había elevado hasta la conciencia. Lo que decide el resultado de esta lucha no es su penetración intelectual -que no es lo bastante intensa ni libre para semejante logro-, sino únicamente su relación con el médico. En la medida en que su trasferencia es de signo positivo reviste al médico de autoridad y presta creencia a sus comunicaciones y concepciones. Sin esa trasferencia, o si ella es negativa, ni siquiera prestaría oídos al médico o a sus argumentos. La creencia repite entonces su propia historia genética; es un retoño del amor y al comienzo no necesitó de argumentos. Sólo más tarde admitió examinarlos siempre que le fueran presentados por una persona amada. Argumentos sin semejante apoyo nunca valieron, y en la vida de la mayoría de los hombres nunca valen. Por tanto, en general, un ser humano es accesible también desde su costado intelectual únicamente en la medida en que es capaz de investir libidinosamente objetos; y tenemos buenas razones para reconocer y temer en la magnitud de su narcisismo una barrera contra la posibilidad de influirlo, aun mediante Id mejor técnica analítica.
Y bien; es preciso atribuir a todos los hombres normales la capacidad de dirigir investiduras libidinosas de objeto sobre personas. La inclinación a la trasferencia en el llamado neurótico no es sino un extraordinario acrecentamiento de esta propiedad universal. Sería bien extraño que nunca se hubiese notado ni apreciado un rasgo de carácter del hombre tan difundido e importante. No obstante, es lo que ha ocurrido. Bernheim, con certera agudeza, fundó la doctrina de los fenómenos hipnóticos en el principio de que todos los hombres pueden ser sugestionados de algún modo, son «sugestionables». Su sugestionabilidad no es más que la inclinación a la trasferencia, concebida de manera demasiado estrecha, de suerte que ahí no cabe la trasferencia negativa. Pero Bernheim nunca pudo decir qué era en verdad la sugestión y cómo se producía. Para él constituía un hecho básico, acerca de cuyo origen no podía aclarar nada. No advirtió que la «suggestibilité» provenía de la sexualidad, de la actividad de la libido. Y ahora echamos de ver que hemos abandonado la hipnosis en nuestra técnica sólo para redescubrir la sugestión bajo la forma de la trasferencia.
Pero he de detenerme y cederles la palabra. Noto en ustedes una objeción que levanta su cresta con tanta fuerza que los privaría de la capacidad para escuchar si no la dejásemos expresarse: «Conque ha admitido finalmente que usted trabaja con el poder auxiliar de la sugestión como los hipnotizadores. Hace ya tiempo que lo sospechábamos. Pero entonces, ¿para qué todo el rodeo por los recuerdos del pasado, el descubrimiento del inconciente, la interpretación y retraducción de las desfiguraciones, el enorme gasto de esfuerzo, de tiempo y de dinero si lo único eficaz sigue siendo la sugestión? ¿Por qué no aplica usted la sugestión
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directa contra los síntomas, como lo hacen otros, los hipnotizadores honestos? Y además, en caso de que quiera disculparse por el rodeo que dio invocando los numerosos e importantes descubrimientos psicológicos que así ha logrado y que se ocultan cuando se recurre a la sugestión directa, ¿quién garantiza ahora la certeza de esos descubrimientos? ¿Acaso no son también un resultado de la sugestión, o sea, de la no deliberada? ¿No puede ocurrir que imponga al enfermo, también en este campo, lo que usted quiere y le parece correcto?».
Esta objeción de ustedes es de enorme interés y exige una respuesta. Pero hoy ya no puedo, me falta el tiempo. La próxima vez, entonces. Verán que puedo replicarles. Por hoy remataré lo que había iniciado. Les prometí hacerles comprensible, con el auxilio del hecho de la trasferencia, la razón por la cual nuestro empeño terapéutico no tiene resultado alguno en las neurosis narcisistas.
Puedo hacerlo con pocas palabras, y ustedes verán cuán simplemente se soluciona el enigma y todo se compagina. La observación permite conocer que los que adolecen de neurosis narcisistas no tienen ninguna capacidad de trasferencia o sólo unos restos insuficientes de ella. Rechazan al médico, no con hostilidad, sino con indiferencia. Por eso este no puede influirlos; lo que dice los deja fríos, no les causa ninguna impresión, y entonces no puede establecerse en ellos el mecanismo de curación que implantamos en los otros, a saber, la renovación del conflicto patógeno y la superación de la resistencia de la represión. Permanecen tal cual son. A menudo ya han emprendido intentos de curación por cuenta propia, los que han llevado a resultados patológicos; nada podemos modificar ahí.
Sobre la base de impresiones obtenidas en la clínica habíamos aseverado que en estos enfermos debía de haberse resignado la investidura de objeto, trasponiéndose la libido de objeto en libido yoica. Por este rasgo los habíamos separado del primer grupo de neuróticos (histeria, neurosis de angustia y neurosis obsesiva). Y bien; su conducta frente al intento terapéutico confirma aquella conjetura. No muestran trasferencia alguna y por eso son inaccesibles para nuestro empeño; no podemos curarlos.

28ª conferencia. La terapia analítica

(Ver nota(202))
Señoras y señores: Ya conocen nuestro tema de hoy. Me han preguntado por qué en la terapia psicoanalítica no nos servimos de la sugestión directa, ya que admitimos que nuestra influencia se basa esencialmente en la trasferencia, vale decir, en la sugestión; y a esto enlazaron la duda que sobre la objetividad de nuestros descubrimientos psicológicos podía echar semejante preponderancia de la sugestión. Les he prometido darles una respuesta circunstanciada.
La sugestión directa es una sugestión dirigida contra la exteriorización de los síntomas, una lucha entre la autoridad de ustedes y los motivos de la enfermedad. Al practicarla, ustedes no hacen caso de estos motivos; sólo exigen al enfermo que sofoque su exteriorización en síntomas. El hecho de que hipnoticen o no al enfermo no constituye ninguna diferencia de principio. Fue Bernheim quien aseveró, con su característica perspicacia, que la sugestión es lo esencial en las manifestaciones del hipnotismo, pero la hipnosis misma es ya un resultado de la sugestión, un estado sugerido (ver nota(203)); y practicó preferentemente la sugestión en estado de vigilia, con la que se puede lograr lo mismo que con la sugestión en la hipnosis.
Ahora bien, ¿qué quieren ustedes escuchar primero sobre este asunto? ¿La formulación de la experiencia o unas reflexiones teóricas?
Empecemos por la primera. Yo fui alumno de Bernheim, a quien visité en Nancy, en 1889, y cuyo libro sobre la sugestión traduje al alemán(204). Durante años practiqué el tratamiento hipnótico, primero con sugestión prohibidora y después combinándolo con el método de Breuer de exploración del paciente. Me asiste buen derecho, portanto, para hablar sobre los resultados de la terapia hipnótica o de sugestión. Si, según un viejo aforismo médico, una terapia ideal debe ser rápida, confiable y no desagradable para el enfermo [«cito, tuteo, jucunde»]el método de Bernheim llenaba en todo caso dos de estos requisitos. Se lo podía ejecutar más rápido, infinitamente más rápido, que la terapia analítica, y no ocasionaba fatiga al enfermo ni le resultaba gravosa. Para el médico, a la larga se volvía ... monótona: prohibir en todos los casos, de idéntica manera y con el mismo ceremonial, la existencia a los más variados síntomas, sin poder aprehender nada de su sentido y su significado. Era un trabajo de practicón, no una actividad científica, y recordaba a la magia, el encantamiento y el arte de la prestidigitación. Claro que no iba en contra del interés del enfermo. Le faltaba, en cambio, el tercer requisito: el procedimiento no era confiable en ningún sentido. En algunos pacientes se podía aplicar, en otros no; en uno se lograba mucho, en otro muy poco, y no se sabía el porqué. Más enfadosa aún que esta caprichosidad del procedimiento era la falta de perduración de los resultados. Pasado algún tiempo, cuando se volvía a tener noticias del enfermo, la vieja dolencia estaba otra vez ahí o había sido sustituida por una nueva. Era posible hipnotizarlo de nuevo. En el trasfondo estaba la advertencia, expresada por personas experimentadas, de no repetir demasiado la hipnosis, pues se corría el riesgo de quebrantar la autonomía del enfermo y habituarlo a esa terapia como a un narcótico. Concedamos que muchas veces las cosas salían a pedir de boca: tras pocos esfuerzos se lograba un éxito pleno y duradero(205). Pero las condiciones de un desenlace tan favorable se ignoraban. Una vez me sucedió que un estado grave, que yo había eliminado por completo mediante un breve tratamiento hipnótico, reapareció tal cual después que la enferma, sin tener yo parte en ello, se enfadó conmigo; lograda la reconciliación, pude hacer que ese estado desapareciera de nuevo y de manera más radical, pero volvió a presentarse cuando ella por segunda vez se distanció de mí. En otra ocasión, una enferma a
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quien repetidas veces yo había curado de estados neuróticos mediante hipnosis, mientras la trataba por una contingencia particularmente pertinaz me echó de pronto los brazos al cuello (ver nota(206)). Esto lo obligaba a uno, quisiéralo o no, a ocuparse de la naturaleza y el origen de su autoridad sugestiva.
Hasta aquí las experiencias. Nos muestran que renunciando a la sugestión directa no hemos abandonado nada indispensable. Permítanme que hilvane ahora algunas reflexiones. La práctica de la terapia hipnótica impone a paciente y médico un trabajo ínfimo. Es ta terapia se encuentra en la más plena armonía con una valoración de las neurosis que es profesada aún por la mayoría de los médicos. El médico dice al neurótico: «Usted no tiene nada, sólo está nervioso; por eso puedo hacerle desaparecer su trastorno en pocos minutos». Pero va en contra de nuestro pensamiento energetista el que con un mínimo esfuerzo pueda moverse un gran peso abordándolo directamente y sin la ayuda externa de los dispositivos apropiados. Hasta donde las circunstancias son comparables, también en este caso la experiencia nos muestra que ese artificio no produce resultados en las neurosis. Pero sé que este argumento no es inatacable; también existen «Efectos de desencadenamiento ».
A la luz del conocimiento que hemos obtenido del psicoanálisis, podemos describir del siguiente modo la diferencia entre la sugestión hipnótica y la psicoanalítica: La terapia hipnótica busca encubrir y tapar algo en la vida anímica; la analítica, sacar a luz y remover algo (ver nota(207)). La primera trabaja como una cosmética, la segunda como una cirugía. La primera utiliza la sugestión para prohibir los síntomas, refuerza las represiones, pero deja intactos todos los procesos que han llevado a la formación de síntomas. La terapia analítica hinca más hacia la raíz, llega hasta los conflictos de los que han nacido los síntomas y se sirve de la sugestión para modificar el desenlace de esos conflictos. La terapia hipnótica deja a los pacientes inactivos e inmodificados, y por eso, igualmente, sin capacidad de resistir cualquier nueva ocasión de enfermar. La cura analítica impone a médico y enfermo un difícil trabajo que es preciso realizar para cancelar unas resistencias internas. Mediante la superación de estas, la vida anímica del enfermo se modifica duraderamente, se eleva a un estadio más alto del desarrollo y permanece protegida frente a nuevas posibilidades de enfermarEste trabajo de superación constituye el logro esencial de la cura analítica; el enfermo tiene que consumarlo, y el médico se lo posibilita mediante el auxilio de la sugestión, que opera en el sentido de una educación. Por eso se ha dicho con acierto que el tratamiento psicoanalítico es una suerte de pos-educación.
Ahora espero haberles aclarado aquello en lo cual nuestra manera de aplicar terapéuticamente la sugestión se diferencia de la única posible para la terapia hipnótica. Además, después que hemos reconducido la sugestión a la trasferencia, ustedes comprenden a qué se debe esa sorprendente caprichosidad de la terapia hipnótica, mientras que la analítica es calculable dentro de sus límites. En la aplicación de la hipnosis dependemos del estado en que se encuentra la capacidad de trasferencia del enfermo, sin que podamos ejercer influencia alguna sobre esta última. Ya sea negativa o, como ocurre casi siempre, ambivalente la trasferencia de la persona por hipnotizar, puede haberse protegido de ella por actitudes particulares; pero nada de eso podemos saber. En el psicoanálisis trabajamos con la trasferencia misma, resolvemos lo que se le contrapone, aprontamos el instrumento con el que queremos intervenir. Así se nos hace posible sacar muy diverso provecho del poder de la sugestión; está en nuestras manos: no es el enfermo el que por sí solo se sugiere lo que le viene en gana, sino que guiamos su sugestión hasta el punto mismo en que él es asequible a su influencia.
Ahora me dirán ustedes que, se llame trasferencia o sugestión la fuerza impulsora de nuestro análisis, persiste de todos modos el peligro de que la influencia ejercida sobre el paciente vuelva dudosa la certeza objetiva de nuestros descubrimientos. Lo que favorece a la terapia es perjudicial para la investigación. Es la objeción que con mayor frecuencia se hace al psicoanálisis, y es preciso confesar que, aun siendo errónea, no es posible desautorizarla por irracional. Pero si fuera correcta, el psicoanálisis no pasaría a ser sino un tratamiento de sugestión muy bien disfrazado y particularmente eficaz, y tendríamos derecho a tomar a la ligera todas sus aseveraciones sobre las influencias de la vida, la dinámica psíquica, el inconciente. Es lo que opinan los oponentes; en particular, todo lo que se refiere a la importancia de las vivencias sexuales, si no estas mismas, se lo hemos «instilado» a los enfermos después que esas combinaciones se formaron en nuestra corrompida fantasía. Tales imputaciones se refutan más fácilmente invocando la experiencia que con ayuda de la teoría. El que ha realizado psicoanálisis La podido convencerse incontables veces de que es imposible sugerir al enfermo de esa manera. Desde luego, no hay ninguna dificultad en hacerlo partidario de una determinada teoría y hasta en hacerlo participar en un posible error del médico. En esto él se comporta como otro cualquiera, como un alumno, pero por ese medio sólo se ha influido sobre su inteligencia, no sobre su enfermedad. La solución de sus conflictos y la superación de sus resistencias sólo se logra si se le han dado las representaciones-expectativa que coinciden con su realidad interior. Las conjeturas desacertadas del médico desentonan de nuevo en el curso del análisis (ver nota(208)); es preciso retirarlas y sustituirlas por algo más correcto. Mediante una técnica cuidadosa se procuran evitar los éxitos de sugestión provisionales; pero por más que sobrevengan, son inofensivos, pues uno no se contenta con el primer éxito. No se considera terminado el análisis si no se han esclarecido las oscuridades del caso, llenado las lagunas del recuerdo y descubierto las oportunidades en que se produjeron las represiones. En éxitos demasiado prematuros se disciernen más bien obstáculos que avances del trabajo analítico, y los destruimos resolviendo de continuo la trasferencia en que se fundaban. En el fondo, es este último rasgo el que separa el tratamiento analítico del basado puramente 9n la sugestión, y el que libra a los resultados analíticos de la sos pecha de ser éxitos de sugestión. En cualquier otro tratamiento sugestivo, la trasferencia es respetada cuidadosamente: se la deja intacta; en el analítico, ella misma es objeto del tratamiento y es descompuesta en cada una de sus formas de manifestación. Para la finalización de una cura analítica, la trasferencia misma tiene que ser desmontada; y si entonces sobreviene o se mantiene el éxito, no se basa en la sugestión, sino en la superación de resistencias ejecutada con su ayuda y en la trasformación interior promovida en el enfermo.
Además, el hecho de que durante la cura tenemos que luchar incesantemente contra resistencias que saben mudarse en trasferencias negativas (hostiles) opera en sentido contrario a la producción de sugestiones singulares. Tampoco dejaremos de mencionar que un gran número. de resultados singulares del análisis, que de otro modo caerían bajo la sospecha de ser productos de la sugestión, nos son corroborados desde otra fuente inobjetable. Nuestros testigos son en este caso los dementes y los paranoicos, insospechables, desde luego, de recibir una influencia sugestiva. Lo que estos enfermos nos cuentan de sus traducciones simbólicas y sus fantasías, que en ellos han penetrado hasta la conciencia, coincide punto por punto con los resultados de nuestras indagaciones sobre el inconciente de los que sufren neurosis de trasferencia, y así confirma la corrección objetiva de nuestras interpretaciones, tan
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a menudo puestas en tela de juicio. Creo que no se equivocarán ustedes si en estos puntos confían en el análisis.
Completemos ahora nuestra exposición del mecanismo de la curación presentándolo con las fórmulas de la teoría de la libido. El neurótico es incapaz de gozar y de producir {rendir}; de lo primero, porque su libido no está dirigida a ningún objeto real, y de lo segundo, porque tiene que gastar una gran proporción de su energía restante en mantener a la libido en el estado de represión {desalojo} y defenderse de su asedio. Sanaría si el conflicto entre su yo y su libido tocase a su fin, y su yo pudiera disponer de nuevo de su libido. La tarea terapéutica consiste, entonces, en desasir la libido de sus provisionales ligaduras sustraídas al yo, para ponerla de nuevo al servicio de este. Ahora bien, ¿dónde está la libido del neurótico? Fácil es averiguarlo; está ligada a los síntomas, que le procuran la satisfacción sustitutiva, la única posible por el momento. Por tanto, es preciso apoderarse de los síntomas, resolverlos; es justamente lo que el enfermo nos pide. Para solucionar los síntomas es preciso remontarse hasta su génesis, hasta el conflicto del cual nacieron; es preciso renovar este conflicto y llevarlo a otro desenlace con el auxilio de fuerzas impulsoras que en su momento no estaban disponibles. Esta revisión del proceso represivo(209) sólo en parte puede consumarse en las huellas mnémicas de los :sucesos que originaron la represión. La pieza decisiva del trabajo se ejecuta cuando en la relación con el médico, en la «trasferencia», se crean versiones nuevas de aquel viejo conflicto, versiones en las que el enfermo querría comportarse como lo hizo en su tiempo, mientras que uno, reuniendo todas las fuerzas anímicas disponibles [del paciente], lo obliga a tomar otra decisión. La trasferencia se convierte entonces en el campo de batalla en el que están destinadas a encontrarse todas las fuerzas que se combaten entre sí.
Toda la libido, así como toda resistencia contra ella, converge en una única relación, la relación con el médico; es inevitable entonces que los síntomas queden despojados de libido. En lugar de la enfermedad propia del paciente, aparece la de la trasferencia, producida artificialmente: la enfermedad de la trasferencia; en lugar de los diversos tipos de objetos libidinales irreales, aparece un único objeto, también fantaseado: la persona del médico. Pero la nueva lucha en torno de este objeto es elevada, con el auxilio de la sugestión médica, al estadio psíquico más alto; trascurre como conflicto anímico normal. Por la evitación de una represión nueva, la enajenación entre yo y libido toca a su fin, y se restablece la unidad anímica de la persona. Cuando la libido vuelve a ser desasida de ese objeto provisional que es la persona del médico, ya no puede volver atrás a sus objetos primeros, sino que queda a disposición del yo. Los poderes contra los cuales se libró batalla en el curso de este trabajo terapéutico son, por un lado, la repugnancia del yo hacia ciertas orientaciones de la libido, repugnancia que se exteriorizó como inclinación a reprimir, y, por el otro, la pertinacia o viscosidad de la libido, que no quiere abandonar los objetos que una vez invistió.
El trabajo terapéutico se descompone, pues, en dos fases; en la primera, toda la libido es esforzada a pasar de los síntomas a la trasferencia y concentrada ahí, y en la segunda se libra batalla en torno de este nuevo objeto, y otra vez se libera de él a la libido. El cambio decisivo para el buen desenlace consiste en que se elimine el circuito de la represión en este conflicto así renovado, de suerte que la libido no pueda sustraerse nuevamente al yo mediante la huida al inconciente. Ese cambio es posibilitado por un cambio en el yo, que se consuma bajo la influencia de la sugestión médica. Mediante el trabajo de interpretación, que traspone lo inconciente en conciente, el yo es engrosado a expensas de eso inconciente; por obra de la enseñanza, se reconcilia con la libido y se inclina a concederle alguna satisfacción, y su horror ante los reclamos de la libido se reduce por la posibilidad de neutralizar un monto parcial de ella mediante sublimación. Mientras más coincidan los procesos del tratamiento con esta descripción ideal, tanto mayor será el éxito de la terapia psicoanalítica. Ella encuentra sus límites en la falta de movilidad de la libido, que puede mostrarse remisa a abandonar sus objetos, y en la rigidez del narcisismo, que no permite que la trasferencia sobre objetos sobrepase cierta frontera. Quizás arrojemos más luz sobre la dinámica del proceso de curación anotando que capturamos el total de la libido sustraída del gobierno del yo en la medida en que atraemos sobre nosotros, mediante la trasferencia, una parte de ella.
No está de más el aviso de que las distribuciones de la libido que se establecen en el curso del tratamiento y por obra de él no permiten extraer una inferencia directa acerca de las colocaciones de la libido en el curso de la enfermedad. Suponiendo que logremos finiquitar con felicidad el caso mediante el establecimiento y el desasimiento de una fuerte trasferencia paterna sobre el médico, sería erróneo inferir que el enfermo padeció antes a raíz de una ligazón inconciente de su libido con el padre. La trasferencia paterna no es más que el campo de batalla en el cual nos apoderamos de la libido; la libido del enfermo ha sido guiada hasta ahí desde otras posiciones. Ese campo de batalla no ha de coincidir por fuerza con uno de los bastiones importantes del enemigo. La capital enemiga no ha de defenderse necesariamente a sus puertas. Sólo después de desasir de nuevo la trasferencia es posible reconstruir en el pensamiento la distribución libidinal que había prevalecido en el curso de la enfermedad.
Desde el punto de vista de la teoría de la libido, podemos decir todavía unas últimas palabras sobre el sueño. Los sueños de los neuróticos nos sirven, como sus operaciones fallidas y sus ocurrencias libres, para colegir el sentido de los síntomas y descubrir la colocación de la libido. Nos muestran, en la forma del cumplimiento de deseo, los deseos que cayeron bajo la represión y los objetos a los cuales quedó aferrada la libido sustraída al yo. Por eso la interpretación de los sueños desempeña un destacado papel en el tratamiento psicoanalítico y en muchos casos es, durante largas épocas, el instrumento de trabajo más importante. Ya sabemos que el estado del dormir, por sí solo, provoca cierto receso de las represiones. Este atemperamiento de la presión que gravita sobre la moción reprimida hace posible que ella se procure en el sueño una expresión mucho más clara que la que durante el día puede otorgarle el síntoma. Así, el estudio del sueño se convierte en la vía de acceso más cómoda para el conocimiento de lo inconciente reprimido, a lo cual pertenece la libido sustraída al yo.
Ahora bien, en ningún punto esencial los sueños de los neuróticos se diferencian de los sueños de las personas normales; y quizá ni siquiera sean diferenciables. Sería absurdo dar razón de los :sueños de los neuróticos de una manera que no valiera también para los sueños de los normales. Tenemos que decir, entonces, que la diferencia entre neurosis y salud vale sólo para el día; no se continúa en la vida onírica. Nos vemos precisados a trasladar también a los hombres sanos una cantidad de supuestos que en el neurótico se obtienen a raíz de la trabazón entre sus sueños y sus síntomas. No podemos poner en entredicho que también la persona sana posee en su vida anímica lo único que posibilita tanto la formación del sueño como la del síntoma: debemos inferir que también ella ha realizado represiones y hace un cierto gasto para mantenerlas, que su sistema del inconciente oculta mociones reprimidas, aunque investidas de energía, y que una parte de su libido ya no está disponible para su yo. Por tanto, también la persona sana es virtualmente neurótica, pero el sueño parece ser el único síntoma
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que ella es capaz de formar. Y en verdad, si sometemos a un examen más preciso su vida de vigilia, descubrimos -lo cual refuta aquella apariencia- que esta vida supuestamente sana está surcada por innumerables formaciones de síntoma, aunque mínimas y carentes de importancia práctica.
La diferencia entre salud nerviosa y neurosis se circunscribe, pues, a lo práctico, y se define por el resultado, a saber, si le ha quedado a la persona en medida suficiente la capacidad de gozar y de producir. Probablemente se reconduzca a la proporción relativa entre los montos de energía que han quedado libres y los ligados por represión, y es de índole cuantitativa, no cualitativa. No me hace falta advertirles que esta intelección es el fundamento teórico de la convicción de que las neurosis son curables en principio, a pesar de su arraigo en la disposición constitucional.
Hasta ahí llega lo que podemos discernir, en cuanto a la caracterización de la salud, a partir del hecho señalado: la identidad de los sueños en los sanos y en los neuróticos. Pero en cuanto al sueño mismo se sigue esta otra conclusión: no podemos desasirlo de sus vínculos con los síntomas neuróticos; no debemos creer que la fórmula según la cual es una trasposición de pensamientos en una forma arcaica de expresión agota su naturaleza, y tenemos que suponer que realmente nos muestra colocaciones libidinales e investiduras de objeto preexistentes (ver nota(210)).
Nos acercamos al final. Quizás estén ustedes desilusionados por el hecho de que sobre el tema de la terapia psicoanalítica sólo les he contado cosas teóricas, y nada acerca de las condiciones bajo las cuales se emprende la cura, ni de los resultados que obtiene. Pero omito ambas cosas. La primera, porque no me propuse darles ninguna guía práctica para el ejercicio del psicoanálisis, y la segunda, porque múltiples motivos me hacen abstenerme de ello. Al comienzo de nuestros coloquios [de este año], destaqué que en circunstancias favorables alcanzamos éxitos terapéuticos que no les van en zaga a los mejores que se obtienen en el campo de la medicina interna; y aun puedo agregar que no se los conseguiría con ningún otro procedimiento. Pero si dijera más, recaería sobre mí la sospecha de que pretendo acallar con un pregón publicitario las voces que se alzan para expresar su menosprecio. Repetidas veces «colegas» médicos han formulado en contra de los psicoanalistas, incluso en congresos públicos, la amenaza de que mediante una recopilación de los fracasos y los resultados dañinos del análisis abrirían los ojos a las personas que sufren acerca de la falsedad de este método de tratamiento. Pero, prescindiendo de lo odioso de esa denuncia, semejante recopilación ni siquiera permitiría formarse un juicio correcto sobre la eficacia terapéutica del análisis. Como ustedes saben, la terapia analítica es joven; se requirió largo tiempo hasta que pudiera establecerse su técnica, y ello sólo pudo hacerse en el trabajo mismo y merced a una experiencia creciente. A causa de las dificultades que ofrece la instrucción, el médico que se inicia en el psicoanálisis está librado, en mayor medida que otro especialista, a su propia capacidad en cuanto a su ulterior formación, y los resultados que obtenga en sus primeros años nunca permitirán juzgar la productividad de la terapia analítica.
Muchos intentos de tratamiento fracasaron en la época inicial del análisis porque se emprendieron en casos para los que en modo alguno resulta apto este procedimiento, y que hoy excluimos de nuestro registro de indicaciones. Pero estas indicaciones sólo pudieron obtenerse mediante el ensayo. No se sabía de antemano, en aquel tiempo, que la paranoia y la dementia praecox en sus formas acusadas son inaccesibles, y se tenía el derecho a probar el método en toda clase de afecciones. Empero, la mayoría de los fracasos de aquellos primeros años no se produjeron por culpa del médico ni por una inapropiada elección del paciente, sino por el carácter desfavorable de las condiciones externas. Sólo nos hemos referido a las resistencias internas, las del paciente, que son necesarias y superables. Las resistencias externas que ofrecen al análisis las condiciones de vida del enfermo, su ambiente, tienen escaso interés teórico, pero la máxima importancia práctica. El tratamiento psicoanalítico ha de equipararse a una intervención quirúrgica y, como esta, exige realizarse dentro del marco más favorable para lograr éxito. Ustedes conocen los preparativos que suele pedir el cirujano: un lugar adecuado, buena luz, ayudantes, alejamiento de los parientes, etc. Ahora pregúntense cuántas de estas operaciones saldrían bien si tuvieran que realizarse en presencia de todos los miembros de la familia, que meterían su nariz en la mesa de operaciones y a cada corte de bisturí prorrumpirían en gritos. En los tratamientos psicoanalíticos, la intromisión de los parientes es directamente un peligro, y de tal índole que no se sabe cómo remediarlo. Tenemos armas contra las resistencias internas de los pacientes, cuyo carácter necesario reconocemos, pero, ¿cómo nos defenderíamos contra aquellas resistencias externas? Ningún esclarecimiento puede ganarles el flanco a los parientes; no es posible moverlos a que se mantengan apartados de todo el asunto, y jamás se puede hacer causa común con ellos, pues se correría el peligro de perder la confianza del enfermo, quien pide -con razón, por lo demás- que el hombre en quien ha depositado su fe abrace también su partido. Quien conozca las profundas desavenencias que pueden dividir a una familia no se sorprenderá, como analista, si encuentra que los allegados del enfermo revelan a veces más interés en que él siga como hasta ahora, y ~o que sane. Y toda vez que la neurosis se entrama con conflictos entre los miembros de la familia, como es tan frecuente, el miembro sano no vacila mucho entre su interés y el del restablecimiento del enfermo. No es de maravillar entonces que el marido no vea con buenos ojos un tratamiento en el cual, según acertadamente puede suponer, se desplegará su registro de pecados; tampoco nosotros nos maravillamos, pero no podemos reprocharnos nada si nuestro empeño resulta infructuoso y se interrumpe antes de tiempo porque la resistencia del marido vino a sumarse a la de la mujer enferma. Es que habríamos emprendido algo que era irrealizable en las condiciones existentes.
Les contaré sólo un caso, entre muchos que podría, en que por miramientos médicos me vi condenado al papel de víctima. Hace muchos años tomé bajo tratamiento analítico a una muchacha joven; a causa de su angustia, desde hacía largo tiempo no podía andar por la calle ni permanecer sola en su casa. Poco a poco se le fue escapando la confesión de que su fantasía había sido capturada por unas observaciones casuales del tierno vínculo entre su madre y un adinerado amigo de la casa. Pero fue tan torpe -o tan refinada- como para dar a la madre indicios sobre lo que se hablaba en las sesiones de análisis; alteró su comportamiento para con ella, empeñándose en que nadie más que la madre podía protegerla del terror de estar sola, e interponiéndosele en la puerta, presa de angustia, cuando pretendía abandonar la casa. También la madre había estado antes muy enferma de los nervios, pero se había curado, hacía años, en un instituto hidropático. 0 mejor digan ustedes que en ese instituto había conocido al hombre con quien pudo entablar una relación satisfactoria en todo sentido. Alertada por las tormentosas demandas de la muchacha, la madre comprendió de pronto el significado de la angustia de su hija. Esta enfermaba para retener prisionera a la madre y quitarle la libertad de movimientos que le era indispensable para la relación con el amado. La madre tomó rápidamente su decisión: puso fin al dañino tratamiento. La muchacha fue internada en un
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instituto para enfermos mentales y durante largos años la exhibieron como una «pobre víctima del psicoanálisis». Y en todo ese tiempo se proyectó sobre mí la mala fama por el pésimo desenlace de ese tratamiento. Yo me mantuve callado, pues me creía ligado por el deber de la discreción médica. Mucho después me enteré, por un colega que había visitado aquel instituto y visto allí a la muchacha agorafóbica, de que la relación entre su madre y el acaudalado amigo de la familia era notoria en la ciudad y probablemente tenía el consentimiento del esposo y padre. A ese «secreto» se había sacrificado entonces el tratamiento.
En los años que precedieron a la guerra, cuando una clientela oriunda de muchos países extranjeros me independizó del favor o disfavor que se me dispensaba en mi propia ciudad, me impuse la regla de no tomar en tratamiento a enfermos que no fueran sui juris, vale decir, independientes de otros en los asuntos esenciales de su vida. No a todo psicoanalista le está permitido hacerlo. Quizás ustedes, por mi advertencia acerca de los parientes, infieran que a los fines del psicoanálisis es preciso aislar a los enfermos de su familia, y por tanto esta terapia se circunscribiría a los internados en los institutos de enfermos mentales. Pero yo no podría coincidir con esto; es mucho más ventajoso que los enfermos -en la medida en que no estén en una fase de grave agotamiento- se encuentren durante el tratamiento en medio de aquellas relaciones con las que tienen que bregar para cumplir las tareas que se les plantean. Sólo que los parientes no deberían eliminar esa ventaja con su conducta y, en general, adoptar una actitud hostil frente al empeño médico. ¿Pero cómo puede pretenderse influir de ese modo en factores inasequibles para nosotros? Desde luego, también colegirán ustedes cuánto dependen las perspectivas de un tratamiento del medio social y del estado cultural de una familia.
Todo esto pinta con tintes sombríos la perspectiva del psicoanálisis como terapia eficaz, ¿no es cierto? Y ello por más que la abrumadora mayoría de nuestros fracasos pueda imputarse a esos factores perturbadores y explicarse por ellos. Amigos del análisis nos han aconsejado por eso salir al paso de una recopilación de fracasos con una estadística de éxitos, que nosotros estableceríamos. Tampoco en esto concuerdo. Sostengo que una estadística carece de valor cuando las unidades incluidas en sus series presentan tan escasa homogeneidad, y los casos de neurosis que se tomaron en tratamiento no fueron realmente, en los más diversos aspectos, equivalentes. Además, el lapso que podría abarcarse es demasiado breve para juzgar sobre la persistencia de las curaciones (ver nota(211)), y muchos casos ni siquiera podrían comunicarse. Correspondieron a personas que habían mantenido en secreto tanto su enfermedad como su tratamiento, y cuya curación debía callarse igualmente. Pero el más fuerte disuasivo reside en la comprensión de que en materia de terapia los seres humanos se comportan de la manera más irracional, de suerte que no hay perspectivas de lograr nada con ellos por medios racionales. Una innovación terapéutica es, o bien recibida con un entusiasmo delirante, como ocurrió cuando Koch dio a publicidad su primera tuberculina contra la tuberculosis,(212) o bien tratada con radical desconfianza, como la vacuna de Jenner, realmente benéfica, que todavía hoy tiene sus irreconciliables enemigos. Contra el psicoanálisis hubo, es evidente, un prejuicio. Cuando se resolvía un caso difícil, se podía oír: «Eso no es una prueba, se habría curado solo en ese lapso». Y si una enferma que ya había pasado por cuatro ciclos de depresión y manía iniciaba tratamiento conmigo durante una pausa tras la melancolía y tres semanas después se encontraba de nuevo al comienzo de una manía, todos los miembros de la familia, pero también la alta autoridad médica llamada a consulta, quedaban convencidos de que el reciente ataque no era sino la consecuencia del análisis ensayado con ella. Nada puede hacerse contra los prejuicios; miren ustedes, si no, los prejuicios que un grupo de pueblos en guerra han engendrado unos contra otros. Lo más racional es esperar y confiar en el tiempo, que los desgasta. Un día los mismos hombres pensarán de otro modo que hasta entonces acerca de las mismas cosas; por qué razón no pensaron así desde antes, he ahí un oscuro misterio.
Posiblemente, el prejuicio contra la terapia analítica ya ha empezado a decrecer. La constante difusión de las doctrinas analíticas, el mayor número de médicos que aplican el análisis en muchos países, parecen garantizarlo. Cuando yo era un médico joven, me encontré en medio de una similar tormenta de indignación de los médicos contra el tratamiento de la sugestión hipnótica, que hoy es opuesto al psicoanálisis por los «moderados» (ver nota(213)). Empero, el hipnotismo no ha cumplido como agente terapéutico lo que al comienzo prometió; nosotros, los psicoanalistas, tenemos derecho a proclamarnos sus legítimos herederos, y no olvidamos todo el estímulo y todo el esclarecimiento teórico que le debemos. Los daños que se atribuyen al psicoanálisis se reducen, en lo esencial, a transitorias manifestaciones de agudización de conflictos cuando el análisis se hace torpemente o cuando se lo interrumpe por la mitad. Ustedes ya tienen información acerca de lo que hacemos con los enfermos, y pueden formarse un juicio propio sobre si nuestros empeños son aptos para provocar un perjuicio duradero. Un abuso del análisis es posible en diversos sentidos; sobre todo, la trasferencia es un instrumento peligroso en manos de un médico inescrupuloso. Pero ningún instrumento o procedimiento médico está a salvo de abusos; si un cuchillo no corta, tampoco puede servir para curar.
He llegado al final, señoras y señores. Les confieso, y es algo más que una fórmula convencional, que soy muy sensible a los muchos defectos de las conferencias que les he dado. Sobre todo me pesa haberles prometido tan a menudo volver más adelante sobre un tema rozado al pasar, y que después la trama de mi exposición no me dejara cumplir esa promesa. Me he propuesto informarles sobre una materia todavía inacabada, en pleno desarrollo, y mi propio resumen sintético ha resultado incompleto. En muchos pasajes apronté el material para una conclusión que después no extraje. Pero no podía pretender convertirlos a ustedes en expertos; sólo quise aportarles esclarecimiento y estímulo.
Notas finales 1 (Ventana-emergente - Popup)
[Freud tenía alrededor de 60 años a la sazón.]
2 (Ventana-emergente - Popup)
[La polémica giró en torno de las primeras teorías de Freud sobre la angustia. Su segundo trabajo sobre ese tema (1895f) estuvo enteramente consagrado a las críticas de Löwenfeld. Aunque este nunca adhirió a las opiniones de Freud, tuvo más adelante una actitud más favorable hacia ellas. Cf. mi «Nota introductoria> a dicho trabajo, AE, 3, pág. 119.]
3 (Ventana-emergente - Popup)
[Hay aquí una alusión a las controversias, mucho más recientes, que mantuvo Freud con Adler y Jung, especialmente en su «Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico» (1914d).]
4 (Ventana-emergente - Popup)
[El cambio fundamental que habían experimentado las concepciones de Freud hasta el momento de esta conferencia fue, tal vez, su abandono de la noción de una causación puramente traumática de las neurosis y su insistencia, en lugar de ello, en la importancia de las mociones pulsionales innatas y en el gran papel desempeñado por las fantasías. Véase, al respecto, su trabajo sobre la sexualidad en la etiología de las neurosis (1906a), AE, 7, págs. 165-9. Más tarde, sus puntos de vista sufrieron, por supuesto, otros cambios importantes; por ejemplo, en lo tocante a la naturaleza de la angustia (cf. Inhibición, síntoma y angustia (1926d), AE, 20 págs. 147 y sigs.) y al desarrollo sexual de la mujer (cf. mi «Nota introductoria» a «Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos» (1925j), AE, 19, págs. 261 y sigs.). Pero lo decisivo en años posteriores fue la revisión de la teoría de las pulsiones en Más allá del principio de placer (1920g) y el nuevo cuadro estructural de la psique trazado en El yoy el ello (1923b). Todas estas modificaciones serían examinadas quince años más tarde, en las Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis (1933a).]{En lanota precedente y en todas las que siguen hemos traducido «pulsión» cuando Strachey emplea«instinct».}
5 (Ventana-emergente -Popup)
[Se refiere a las colas que, en la época de la guerra, se formaban en Austria en esa conocida cadena de almacenes.]
6 (Ventana-emergente - Popup)
[Esta oración no aparece con la misma claridad en algunas de las primeras ediciones alemanas.]
7 (Ventana-emergente - Popup)
Véase mi libro Tótem y tabú (1912-13) [«Ensayo I», AE, 13, págs. 21 y sigs.]
8 (Ventana-emergente - Popup)
[La última de las conferencias de esta serie (la 28ª) tiene por tema el psicoanálisis como método de psicoterapia.]
9 (Ventana-emergente - Popup)
[François Leuret (1797-1851). Véase Leuret (1834, pág. 131).]
10 (Ventana-emergente - Popup)
[Véase, por ejemplo, Janet (1888).]
11 (Ventana-emergente - Popup)
[Esto aparece, en lo esencial, en Janet (1913, pág. 39).]
12 (Ventana-emergente - Popup)
E.Toulouse, Emite Zola: enquête médico-psychologique, París, 1896.
13 (Ventana-emergente - Popup)
[Desde el comienzo y hasta el final de su carrera, Freud se refirió a las neurosis obsesivas con más frecuencia que a cualquier otro trastorno psíquico. Se hallará una lista con las referencias más importantes en un «Apéndice» a su «A
66
propósito de un caso de neurosis obsesiva» (1909d), AE, 10, págs. 250-1.]
14 (Ventana-emergente - Popup)
[En inglés existe análogamente la frase«bed and board» {«cama y comida»}, proveniente a su vez de una frase del bajo latín que designaba la separación de los cónyuges: «separatio a mensa et toro».]
15 (Ventana-emergente - Popup)
[Freud había descrito este caso más sintéticamente, aunque con inclusión de otros detal les, en su trabajo sobre «Acciones obsesivas y prácticas religiosas» (1907b), AE, 9, págs. 104-5.]
16 (Ventana-emergente - Popup)
[En otros lugares de habla alemana se impuso la palabra francesa duvet.] {En rigor, el duvet es el tipo de pluma con que se rellena el edredón.}
17 (Ventana-emergente - Popup)
[En el análisis del «Hombre de las Ratas» (1909d), AE, 10, pág. 181, se menciona otra de las razones por las cuales a los neuróticos obsesivos les molestan los relojes.]
18 (Ventana-emergente - Popup)
[Freud había establecido una comparación similar en «Un caso de paranoia que contradice la teoría psicoanalítica» (19151), AE, 14, pág. 270.]
19 (Ventana-emergente - Popup)
[Se hallará una referencia al «matrimonio por grupos» en Tótem y tabú (1912-13), AE, 13, pág. 17; el tema es examinado en «El tabú de la virginidad» (1918a),AE, 11, págs. 190-2 y n. 12.]
20 (Ventana-emergente - Popup)
[En el trabajo que dedicó Freud al tema (1916c) se incluye una breve referencia a este caso; cf. AE, 14, págs. 346-7.]
21 (Ventana-emergente - Popup)
[Mucho tiempo atrás, en su segundo trabajo sobre las neuropsicosis de defensa (1896b), AE, 3, pág. 173n., Freud había informado acerca de un ceremonial del dormir casi tan minucioso como este.]
22 (Ventana-emergente - Popup)
[El de Anna O., incluido en Estudios sobre la histeria (1895d), AE, Z, págs. 47 y sigs.]
23 (Ventana-emergente - Popup)
(Vale decir, l a claustrofobia)
24 (Ventana-emergente - Popup)
[Véase la sección sobre los sueños típicos en La interpretación los sueños (1900a), AE, 4, págs. 252 y sigs.]
25 (Ventana-emergente - Popup)
(Freud describió y explicó con más detalle el síntoma en otro informe sobre este caso (1907b), AE, 9, pág. 104.)
26 (Ventana-emergente - Popup)
[Anna O. no contrajo matrimonio. Cf. Jones (1953, págs. 247-8).]
27 (Ventana-emergente - Popup)
[En la 24ª conferencia vuelve a hacerse referencia a las neurosis traumáticas. Freud pudo luego esclarecer mejor las neurosis de guerra (1919d).]
28 (Ventana-emergente - Popup)
[Este punto, en particular, fue retomado por Freud en su primer estudio sobre la «compulsión de repetición», pocos años después. Véase Más allá del principio de placer (1920g), AE, 18, págs. 13 y 22-3.]
29 (Ventana-emergente - Popup)
[Esto ya había sido reconocido en la sección IV de Breuer y Freud, «Sobre el mecanismo psíquico de fenómenos histéricos: comunicación preliminar» (1893a), AE, 2, pág. 40.]
30 (Ventana-emergente - Popup)
[Véaseibid., en especial los dos últimos párrafos de la sección II, AE, 2, pág. 37.]
31 (Ventana-emergente - Popup)
[Este tema es retomado en la22ª conferencia.]
32 (Ventana-emergente - Popup)
[Véase sobre esto el trabajo metapsicológico «Duelo y melancolía» (1917e), que se publicó luego de haber pronunciado la presente conferencia pero había sido escrito dos años antes. Una breve alusión a la melancolía aparece en la 26° conferencia.]
33 (Ventana-emergente - Popup)
[Freud describió con mucho más detalle este episodio, al que asistió personalmente, en su último trabajo, inconcluso, «Algunas lecciones elementales sobre psicoanálisis» (1940b).]
34 (Ventana-emergente - Popup)
[Breuer describe cómo aconteció el hecho al reseñar el caso de Anna O., en Estudios sobre la histeria (1895), AE, 2, págs. 58-9.]
35 (Ventana-emergente - Popup)
[Le médecin malgré lui, acto I, escena 5.]
36 (Ventana-emergente - Popup)
[Se vuelve sobre esta cuestión en la 27° conferencia, pág. 397.]
37 (Ventana-emergente - Popup)
[O sea, el hecho de que su padre y su madre durmieran juntos.]
38 (Ventana-emergente - Popup)
[Freud se había explayado, sobre este punto en «Una dificultad del. psicoanálisis» (1917a), AE, 17, págs. 131 y sigs.]
39 (Ventana-emergente - Popup)
[Lo esencial de la concepción de Freud sobre la represión aparece ya en su contribución a los Estudios sobre la histeria (1895d), AE 2, págs. 275-6. Refirió sus hallazgos en forma similar en la «Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico» (1914d), AE, 14, págs. 15-6Hago un resumen de la evolución de su teoría al respecto en mi «Nota introductoria» a «La represión» (1915d), AE, 14, págs. 138 y sigs.; en ese trabajo, así como en la sección IV de «Lo inconciente» (1915e), AE, 14, págs. 177 y sigs., están contenidas sus más profundas reflexiones sobre el tema.]
40 (Ventana-emergente - Popup)
[El concepto de resistencia había sido introducido en la 7ª conferencia.]
41 (Ventana-emergente - Popup)
[Freud ya había establecido esta regla, en conexión con la interpretación de los sueños, en la 7ª conferencia, 15, pág.
105. Su primera formulación de la misma aparece en el capítulo II de La interpretación de los sueños (1900a), AE, 4, págs. 122-4, y posteriormente en su contribución a un libro de Löwenfeld (Freud, 1904a, AE, 7, págs. 238-9). La expresión «regla fundamental» fue acuñada en «Sobre la dinámica de la trasferencia» (1912b), AE, 12, pág. 104, donde agrego algunas otras referencias anteriores en una nota al pie. Su descripción más completa es, quizá, la incluida en otro trabajo técnico, «Sobre la iniciación del tratamiento» (1913c), AE, 12, págs. 135-7. Entre las menciones posteriores cabe citar un pasaje de la Presentación autobiográfica (1925d), AE, 20, págs. 38-9; hay asimismo una interesante alusión a las razones profundas que impiden obedecerla en Inhibición, síntoma y angustia (1926d), AE, 20, pág. 116. En este último pasaje, al discutir el papel que cumple el proceso defensivo del «aislamiento» en el pensamiento corriente orientado a un propósito, Freud menciona especialmente las dificultades que tienen al respecto los neuróticos obsesivos.]
42 (Ventana-emergente - Popup)
[En la 17ª conferencia, pág. 237, ya se aludió al papel de la duda en los casos de neurosis obsesiva. Freud mencionó
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la necesidad de emplear técnicas especiales al tratar dichos casos en el trabajo que presentó en el Congreso de Budapest (1919a), AE, 17, pág. 161.]
43 (Ventana-emergente - Popup)
[La 27ª conferencia, págs. 392 y sigs., está dedicada a una amplia discusión de este fenómeno.]
44 (Ventana-emergente - Popup)
[Un párrafo del trabajo leído por Freud en el Congreso de Nuremberg (1910d), AE, 11 , pág. 136, demuestra que esta fue una comprobación comparativamente tardía en la técnica analítica.]
45 (Ventana-emergente - Popup)
[Esta es la más completa de las descripciones que hiciera Freud sobre las formas que adopta, en general, la resistencia, aunque el caso particular de la resistencia a la trasferencia se examina con más detalle en «Sobre la dinámica de la trasferencia» (1912b).]
46 (Ventana-emergente - Popup)
[Véase la18ª conferencia.]
47 (Ventana-emergente - Popup)
[Se hallarán fechas bastante precisas en cuanto al uso de la hipnosis por parte de Freud en una nota al pie que agregué al caso de Lucy R., en Estudios sobre la histeria (1895d), AE, 2, págs. 127-8.]
48 (Ventana-emergente - Popup)
[Freud declaró haber advertido por primera vez la importancia de la resistencia durante el análisis de Elisabeth von R.; en esa época estaba utilizando la técnica de la «sugestión», sin hipnosis. Cf. Estudios sobre la histeria (1895d), AE, 2, págs. 168-9.]
49 (Ventana-emergente - Popup)
[Freud expresó esto mismo, con palabras muy semejantes, en su «Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico» (1914d), AE, 14, pág. 15. Con anterioridad a ello, no se mostró inclinado a trazar una línea demarcatoria tan neta (cf. ibid., págs. 7-8).]
50 (Ventana-emergente - Popup)
{Vorstellungen; no se olvide que la «representación» tiene origen sensorial. Una traducción más libre sería, quizá, «las ilustraciones o imágenes teóricas que permitieron dar carnadura al concepto abstracto de represión».}
51 (Ventana-emergente - Popup)
[Cf. 15, pág. 208n. La analogía espacial para la resistencia y la represión que Freud procede a trazar a continuación es similar a. la que empleó en la segunda de susCinco conferencias sobre psicoanálisis(1910a), AE, 11, págs. 22-3.]
52 (Ventana-emergente - Popup)
[Aparentemente se olvidó de mencionar luego esta excepción, aunque sin duda debe tratarse de la percepción exterior.]
53 (Ventana-emergente - Popup)
[«Bewusstseinsunfábig», término acuñado por Breuer tomando como modelo«hoflabig» («admisible en la Corte», «que tiene acceso a la Corte»). Véase al respectoEstudios sobre la histeria (1895), AE, 2, pág. 235n.]
54 (Ventana-emergente - Popup)
{Nótese: «sichvordrängen», «abrirse paso»; «zurücUrángen», «refrenar», y «verdringen», «reprimir»; derivados de «drängen», «esforzar, empujar, urgir».}
55 (Ventana-emergente - Popup)
[No se advierte con claridad qué quiso decir aquí Freud.]
56 (Ventana-emergente - Popup)
[A,-M. Ampère (1775-1836), uno de los creadores del electromagnetismo, había empleado en uno de sus primeros experimentos, tendiente a establecer la relación entre el magnetismo y la electricidad, un maniquí de metal.]
57 (Ventana-emergente - Popup)
[A,-M. Ampère (1775-1836), uno de los creadores del electromagnetismo, había empleado en uno de sus primeros experimentos, tendiente a establecer la relación entre el magnetismo y la electricidad, un maniquí de metal.]
58 (Ventana-emergente - Popup)
[Freud explica su objeción al término «subconciente» en el trabajo ¿Pueden los legos ejercer el análisis? (1926e), AE, 20, págs. 184-5. Véase asimismo mi nota al pie en «Lo inconciente» (19150, AE, 14, pág. 167, n. 4.]
59 (Ventana-emergente - Popup)
[Véanse los tramos finales de las conferencias 13ª y 14ª.]
60 (Ventana-emergente - Popup)
[Esta expresión es explicada en la 27ª conferencia]
61 (Ventana-emergente - Popup)
[Véase el examen del narcisismo en la 26ª conferencia.]
62 (Ventana-emergente - Popup)
[Esto se examina con más detalle en la 22ª conferencia.]
63 (Ventana-emergente - Popup)
[Por ejemplo, en la 11ª conferencia.]
64 (Ventana-emergente - Popup)
[Se hallarán ejemplos y un examen de este punto en el caso del «Hombre de las Ratas» (1909d), AE, 10, págs. 150-2 y
n.29.]
65 (Ventana-emergente - Popup)
[La obra principal de Freud sobre este tema es, desde luego, Tres ensayos de teoría sexual (1905d), a la cual hizo gran número de agregados y enmiendas en las ediciones sucesivas durante los veinte años posteriores a su publicación. En un «Apéndice» a dicha obra dimos una lista de sus otras contribuciones importantes al respecto; cf. AE, 7, págs. 223-4. El material de esta conferencia y de la siguiente fue extraído básicamente de los Tres ensayos.]
66 (Ventana-emergente - Popup)
Überdeckungsfehler»; véase Silberer (1914). Lo que parece querer decir Silberer es que en ciertas ocasiones una persona piensa erróneamente que está observando una sola cosa cuando en verdad está observando dos cosas superpuestas.]
67 (Ventana-emergente - Popup)
[Flaubert, La tentation de Saint Antoine, parte V de la versión final (1874).]
68 (Ventana-emergente - Popup)
[Un examen más amplio de la paranoia se hallará en la 26ª conferencia.]
69 (Ventana-emergente - Popup)
[Este punto se discute con más detalle en «La perturbación psicógena de la visión según el psicoanálisis» (1910i), AE, 11, págs. 213 y sigs.]
70 (Ventana-emergente - Popup)
[El mecanismo de desarrollo de las acciones obsesivas se describe más minuciosamente en «Acciones obsesivas y prácticas religiosas» (1907b), AE, 9, págs. 106 y sigs,]
71 (Ventana-emergente - Popup)
[Esta analogía de un flujo colateral a través de vasos comunicantes se explica con más claridad en el primero de los Tres ensayos (1905d), AE, 7, pág. 155. Cf. también infra, pág. 314.]
72 (Ventana-emergente - Popup)
68
[Esto último es examinado detenidamente por Freud en «La moral sexual "cultural" y la nerviosidad moderna» 84 (Ventana-emergente - Popup)
(1908d), 9, esp. págs. 178-9.]
73 (Ventana-emergente - Popup)
[La primera había sido el destacado papel que cumple la perversión sexual en las neurosis. Lo que sigue fue abordado de modo más somero en la 13ª conferencia, 15, págs. 190 y sigs.]
74 (Ventana-emergente - Popup)
[Las primeras de estas observaciones directas fueron las del caso del pequeño Hans (1909b).]
75 (Ventana-emergente - Popup)
{Freud emplea aquí dos términos coloquiales de difícil traducción, «lutschen» y «ludeln»; Strachey los tradujo al inglés por la expresión «sensual sucking», que literalmente sería tanto «mamada sensual» como «chupada sensual» (to suck es «marnar» y «chupar»), diferenciándola de «nutritive sucking»o «marnada» para procurarse alimento. En nuestra traducción, debe entenderse que el «chupeteo» incluye siempre el componente erótico.}
76 (Ventana-emergente - Popup)
[La relación entre las heces y el dinero fue examinada por Freud en un trabajo titulado «Carácter y erotismo anal» (1908b) y en otro posterior, casi contemporáneo de la presente conferencia: «Sobre las trasposiciones de la pulsíón, en particular del erotismo anal» (1917c). El nexo entre la micción y el orgullo fue señalado por él en el análisis de un sueño en La interpretación de los sueños (1900a), AE, 5, págs. 466-7.]
77 (Ventana-emergente - Popup)
[«Notonanie»; literalmente, «masturbación por necesidad», o sea, impuesta al individuo por las circunstancias {biológicas y socíales}.]
78 (Ventana-emergente - Popup)
[Los comentarios más extensos de Freud sobre este tema se encuentran en «Contribuciones para un debate sobre el onanismo» (1912f), AE, 12, págs. 249 y sigs., donde doy mayores referencias en una «Nota introductoria».]
79 (Ventana-emergente - Popup)
[Cf. «Sobre las teorías sexuales infantiles» (1908c).]
80 (Ventana-emergente - Popup)
[Esta afirmación, así como la que figura al comienzo del siguiente párrafo, fue corregida más adelante por Freud en «Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos» (1925j), AE, 19, pág. 271, n. 8. Estableció allí que el problema de la distinción de los sexos es cronológicamente anterior al del origen de los niños, al menos para la niña.]
81 (Ventana-emergente - Popup)
[Esto ya había sido mencionado en la 13ª conferencia y vuelve a aparecer más adelante. La primera publicación que contiene las concepciones de Freud sobre el complejo de castración es el caso del pequeño Hans (1909b), aunque había aludido a ellas en su trabajo «Sobre las teorías sexuales infantiles» (1908c), AE, 9, pág. 193. El vínculo del complejo de castración con el complejo de Edipo fue examinado en detalle en anos posteriores, particularmente en los trabajos «El sepultamiento del complejo de Edipo» (1924d) y «Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos» (1925j.)]
82 (Ventana-emergente - Popup)
[Esta afirmación, así como la que figura al comienzo del siguiente párrafo, fue corregida más adelante por Freud en «Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos» (1925j), AE, 19, pág. 271, n. 8. Estableció allí que el problema de la distinción de los sexos es cronológicamente anterior al del origen de los niños, al menos para la niña.]
83 (Ventana-emergente - Popup)
[El autor de la parodia es Johann Nestroy; cf. pág. 321n] [«Organlust», término que Freud parece haber utilizado por primera vez en «Pulsiones y destinos de pulsión» (1915c), AE, 14, pag. 121, y que volvió a emplear en las Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis (1933a), AE, 22, pág. 91Por supuesto, el correspondienteconcepto ya le era familiar desde la época de los Tres ensayos (1905d); véase, por ejemplo, AE, 7, pág. 179.]
85 (Ventana-emergente - Popup)
[Luego Freud agregó una fase «fálica» entre la sádico-anal y la genital (1923e).]
86 (Ventana-emergente - Popup)
[En la conferencia siguiente.]
87 (Ventana-emergente - Popup)
[Esto es desarrollado en la 26ª conferencia.]
88 (Ventana-emergente -Popup)
[Cf. 15, pág. 189. La primera mención del complejo de Edipo en una publicación de Freud fue la que figura en La interpretación de los sueños (1900a), AE, 4, págs. 269-74, aunque ya lo había expuesto antes en una carta a Fliess del 15 de octubre de 1897 (1950a, Carta 71). En realidad, la expresión «complejo de Edipo» fue introducida mucho después, en «Sobre un tipo particular de elección de objeto en el hombre» (1910h), AE, 11, pág. 164.]
89 (Ventana-emergente - Popup)
[Esta expresión aparece repetidas veces en la 26ª conferencia, donde incluyo algunos comentarios sobre ella (pág. 377n.).]
90 (Ventana-emergente - Popup)
[No fue sino muchos años después que Freud adquirió cabal conciencia de la asimetría en las relaciones edípicas de los dos sexos; ella se esbozó en «Algunas consecuencias psíquicas de la diferenciaanatómica entre los sexos» (1925j),y fuedesarrollada en «Sobrela sexualidad femenina»(1931b). Retomó la cuestión en la33ª de las Nuevas conferencias (1933a) y, finalmente, en el capítulo VII de su obra póstuma, Esquema del psicoanálisis (1940a).]
91 (Ventana-emergente - Popup)
[Cf. Tótem y tabú (1912-13).]
92 (Ventana-emergente - Popup)
[El primer comentario impreso de Freud sobre Hamlet (y sobre Edipo rey)es el que figura en La interpretación de los sueños (1900a), AE, 4, págs. 270-4.]
93 (Ventana-emergente - Popup)
[Véase el final de la 23ª conferencia.]
94 (Ventana-emergente - Popup)
[«Besetu», «cargados de energía». El concepto de «Besetzungen» o investiduras psíquicas {que Strachey traduce «cathexes»}es fundamental en las teorías de Freud. Véanse mis comentarios al respecto en el «Apéndice» a «Las neuropsicosis de defensa» (1894a), AE, 3, págs. 62-4. El término aparece a menudo en las páginas que siguen.]
95 (Ventana-emergente - Popup)
[Esto había sido sostenido por Freud con frecuencia en el curso de los años anteriores. Ya aparece en una nota del caso del «Hombre de las Ratas» (1909d), AE, 10, pág. 163n.]
96 (Ventana-emergente - Popup)
[El lugar en que Freud se ocupa más cabalmente de esto último es el capítulo III de El yo y el ello (1923b), AE, 19, págs. 33 y sigs.]
97 (Ventana-emergente - Popup)
{«Si el pequeño salvaje fuera abandonado a sí mismo, conservara toda su imbecilidad y sumara a la escasa razón del
69
niño en la cuna la violencia de las pasiones del hombre de treinta años, retorcería el cuello a su padre y se acostaría con su madre».}
98 (Ventana-emergente - Popup)
[Freud volvió a citar este pasaje (en la versión alemana de Goethe) en «El dictamen de la Facultad en el proceso Halsmann» (1931d) y (en francés) en suEsquema del psicoanálisis (1940a), AE, 23, pág. 192.]
99 (Ventana-emergente - Popup)
[El amocetes, larva de la lamprea de río.]
100 (Ventana-emergente - Popup)
[Freud resume aquí los hallazgos de sus dos primeros trabajos (1877a y 1878a)Una síntesis anterior (1897b, N° II y III) se incluye en AE, 3, págs. 223-5.]
101 (Ventana-emergente -Popup)
[Se las examina en la 26ª conferencia.]
102 (Ventana-emergente - Popup)
{No se refiere, naturalmente, a la semejanza verbal entre ambas; esta se da en nuestro idioma (también en inglés: regression y repression) pero no en alemán, donde los términos respectivos son Regression y Verdrängung.}
103 (Ventana-emergente - Popup)
[Las abreviaturas aquí empleadas corresponden a los sistemas preconciente e inconciente, y fueron utilizadas por primera vez en La interpretación de los sueños(1900a), AE, 5, págs. 534 y sigs. {En ese lugar explicarnos también (pág. 533, n. 9) los motivos que nos llevaron a adoptar en castellano las abreviaturas Cc, Prcc, Icc, etc.}]
104 (Ventana-emergente - Popup)
[Este es aparentemente uno de los puntos sobre los que no tuvo ocasión de volver, mencionados por Freud al final de estas conferencias.]
105 (Ventana-emergente - Popup)
[Las doctrinas de Adler y Jung fueron discutidas con cierta extensión por Freud en la sección III de su «Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico» (1914d), AE, 14, págs. 41 y sigs.]
106 (Ventana-emergente - Popup)
[Parece ser esta la primera oportunidad en que Freud empleó la frase «series complementarias». El concepto era de antigua data. Se lo encuentra, sí bien en una forma algo diferente, como «ecuación etiológica», en el segundo de sus trabajos sobre la neurosis de angustia(1895f)en la «Nota introductoria» de ese trabajo hemos trazado en parte la historia del concepto (AE, 3, págs. 120-1). En estas Conferencias, la expresión recurre en tres ocasiones (págs.330, 332 y 338), y vuelve a aparecer en las Nuevas conferencias (1933a), AE, 22, pág. 117, y en Moisés y la religión monoteísta (1939a), AE, 23, pág;, 70-1.]
107 (Ventana-emergente - Popup)
[Este factor, bajo diversos nombres, fue examinado por Freud en época muy temprana; ya se lo menciona en la primera edición de los Tres ensayos (1905d), AE, 7, pág. 221.Doy referencias en una nota al pie de «Un caso de paranoia que contradice la teoría psicoanalítica» (19151), AE, 14, pág. 272n.]
108 (Ventana-emergente - Popup)
[Dos o tres años antes Freud había leído en la Sociedad Psicoanalítica de Viena un trabajo que se ocupaba de un caso semejante -posiblemente el mismo-. Dicho trabajo no fue publicado hasta la fecha; Ernest Jones lo resume en el segundo volumen de su biografía de Freud (1955, págs. 342-3). En mi «Nota introductoria» al trabajo sobre «Fetichismo» (1927e), AE, 21, págs. 143 y sigs., doy cuenta de los numerosos análisis del tema hechos por Freud.]
109 (Ventana-emergente - Popup)
[En la conferencia siguiente.]
110 (Ventana-emergente - Popup)
[La frustración como causa de neurosis fue ampliamente examinada por Freud en «Sobre los tipos de contracción de neurosis» (1912c)]
111 (Ventana-emergente - Popup)
[Se hallará un comentario sobre el uso de esta expresión en mi «Nota introductoria» a «Pulsiones y destinos de pulsión» (1915c), AE 14, págs. 110 y sigs.]
112 (Ventana-emergente - Popup)
[Examinadas en la 26ª conferencia.]
113 (Ventana-emergente - Popup)
[Johann Nestroy (1801-1862), célebre en Viena por sus comedias y farsas.]
114 (Ventana-emergente - Popup)
[Resuena en estas palabras de Freud un dístico del Fausto de Goethe, que era una de sus citas preferidas. Véase, por ejemplo, Tótem y tabú (1912-13), AE, 13, pág. 159, y las frases finales de su inconcluso Esquema del psicoanálisis (1940a).]
115 (Ventana-emergente - Popup)
[«Reale Not», o sea las exigencias impuestas por la realidad. Para lo que sigue, véase el párrafo 3 de «Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico» (1911b), AE, 12, pág. 227.]
116 (Ventana-emergente - Popup)
{Más adelante Freud emplea la expresión «Erregungsmenge» (volúmenes de excitación) relacionándola con «Reizmassen» (masas de estímulo); cf. pág. 342.}
117 (Ventana-emergente - Popup)
[Esto es llamado a veces «principio de constancia»; véase mi comentario sobre este principio y el «principio de placer» en el «Apéndice» al primer trabajo de Freud sobre «Las neuropsicosis de defensa» (1894a), AE, 3, pág. 65. Cf. también infra, pág. 342n.]
118 (Ventana-emergente - Popup)
[Esta expresión aparece por primera vez en «Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico» (1911b), AE, 12, pág. 225, donde en una «Nota introductoria» reseño el origen del concepto.]
119 (Ventana-emergente - Popup)
[Se hallarán algunos comentarios sobre la evolución de las opiniones de Freud respecto de la regresión y sus diversos usos del término en un «Apéndice» que agregué al final de la parte I del «Proyecto de psicología» (1950a), AE, 1, págs. 390-3.]
120 (Ventana-emergente - Popup)
{« ... Dem Traum ( ... ) entgegenkommt»: podría entenderse, más simplemente, «al sueño genuino le sale al paso un fragmento ... ». Hemos traducido la palabra«Entgegenkommung» por «transacción» o, en otras oportunidades, por «solicitación», como por ejemplo en «somatisches Entgegenkommung», «solicitación somática».}
121 (Ventana-emergente - Popup)
[«Vertretung», vale decir, el representante {representative en inglés} psíquico de la libido considerado como algo somático. Se encontrará un análisis más amplío de esta noción en mi «Nota introductoria» a «Pulsiones y destinos de pulsión» (1915c), AE, 14, pág. 108.]
122 (Ventana-emergente - Popup)
[O sea una fuerza que actúa en sentido contrario a la energía pulsional primaria. Véase la sección IV de «Lo inconciente» (1915e), AE, 14, pág. 178.]
123 (Ventana-emergente - Popup)
[Wilhelm Roux (1850-1924), uno de los fundadores de la embriología experimental.]
70
124 (Ventana-emergente - Popup) 135 (Ventana-emergente - Popup)
{En este esquema, Freud emplea «Erlebniss» = «vivenciar», y no «Erlebniss» = «vivencia»; además, utiliza «Anlage» (disposición) para designar lo heredado, innato, y «Disposition» (predisposición) para lo adquirido en la primera infancia.}
125 (Ventana-emergente - Popup)
[Tal vez los lectores encuentren más sencillo seguir este esquema si se le da la forma de un árbol genealógico:
Constitución sexual + Vivenciar infantil
(Vivenciar prehistórico)
Predisposición por +Vivenciar accidental
fijación libidinal(traumático) [del adulto]
Neurosis
126 (Ventana-emergente - Popup)
[Cf. 15, 8ª conferencia. Sin duda, Freud estaba pensando aquí en su análisis del «Hombre de los Lobos», que ya tenía terminado pero aún no había publicado (1918b).]
127 (Ventana-emergente - Popup)
[Véase el caso del pequeño Hans (1909b).]
128 (Ventana-emergente - Popup)
[Freud se explayó sobre este problema en la34ª de las Nuevas conferencias (1933a), AE, 22, pág. 138.]
129 (Ventana-emergente - Popup)
[Véase, por ejemplo, el comienzo de la 18ª conferencia, pág. 250.]
130 (Ventana-emergente - P opup)
[Véase una referencia posterior a esto, con una explicación más amplia, en el trabajo «Sobre la sexualidad femenina» (1931b), AE, 21, págs. 239-40. Hemos hecho una reseña completa de las opiniones de Freud sobre este tema en una nota al pie de las Nuevas conferencias (1933a), AE, 22, pág. 112.]
131 (Ventana-emergente - Popup)
[Este examen de las «fantasías primordiales» y de la posibilidad de que fuesen heredadas se basó, en considerable medida, en los descubrimientos que hizo Freud durante su análisis del «Hombre de los Lobos» (1918b), que había concluido dos o tres años antes. Cuando lo publicó (al año siguiente de pronunciar esta conferencia), añadió al manuscrito original dos largos pasajes que remiten al presente texto. Cf. AE, 17, págs. 54-7 y 87-9.]
132 (Ventana-emergente - Popup)
[Los dos trabajos principales en que Freud se había ocupado anteriormente de la fantasía son «El creador literario y el fantaseo» (1908e) y «Las fantasías histéricas y su relación con la bisexualidad» (1908a).]
133 (Ventana-emergente - Popup)
[O sea, el proceso de juzgar si una cosa es o no real; sus implicaciones más profundas se examinan en el «Complemento metapsicológico a la doctrina de los sueños» (1917d), AE, 14, págs. 229-33; se hallarán referencias completas en mí «Nota introductoria» a dicho trabajo, ibid., págs. 218-9.]
134 (Ventana-emergente - Popup)
[En su novelaEffi Briest (1895) . Freud volvió a citar esto, en un contexto semejante, en El malestar en la cultura (1930a), AE, 21, pág. 75.]
[Véase la larga nota al pie añadida por Freud en 1920 al tercero de sus Tres ensayos de teoría sexual (1905d), AE, 7, pág. 206.]
136 (Ventana-emergente - Popup)
[Este punto ya había sido debatido por Freud antes, en una nota al pie de «Sobre la dinámica de la trasferencia» (1912b), AE,12, pág. 99, n. 5, donde afirmaba que Jung parecía aplicar el término «introversión» exclusivamente a la dementia praecox. Consúltese esa nota para mayores referencias.]
137 (Ventana-emergente - Popup)
[O sea, el hecho de investir con una cantidad adicional de energía psíquica. Este es el sentido más general en que Freud usó el término; por ejemplo, en «Lo inconciente» (1915e), AE, 14, pág. 194; en Más allá del principio de placer (1920g), AE, 18, pág. 31, y en «El humor» (1927d), AE, 21, pág. 161Por otro lado, a veces lo aplicó para referirse, más específicamente, a la distinción entre las representaciones inconcientes y preconcientes: en «Lo inconciente»,AE, 14, págs. 191 y 198-9, y en el Esquema del psicoanálisis (1940a), AE, 23, págs. 161-2.Cf. también el «Proyecto de psicología» (1950a), AE, 1, págs. 376 y 408-20.]
138 (Ventana-emergente - Popup)
[Aquí Freud parece equiparar el «principio de placer» al «principio de constancia», si bien en un pasaje anterior (págs. 324-5), al tocar este tema, insinuaba una vacilación al respecto. En años posteriores trazó un claro distingo entre ambos; cf. «El problema económico del masoquismo» (1924c), AE, 19, págs. 165-7. En una nota al pie de «Pulsiones y destinos de pulsión» (1915c), AE, 14, pág. 116, exponemos ampliamente el desarrollo de sus concepciones sobre este punto.]
139 (Ventana-emergente - Popup)
[Véase «El creador literario y el fantaseo» (1908e), AE, 9, pág. 135; Cinco conferencias sobre psicoanálisis (1910a), AE, 11, pág. 46; «Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico» (1911b), AE, 12, pág. 229, y «El interés por el psicoanálisis» (1913j), AE, 13, págs. 189-90.]
140 (Ventana-emergente - Popup)
[Uno de los primeros trabajos de Adler se tituló Über den nervösen Charakter (1912); su traducción al inglés fue titulada The Neurotic Constitution.]
141 (Ventana-emergente - Popup)
[Freud se ocupa más extensamente de este punto en la 26ª conferencia.]
142 (Ventana-emergente - Popup)
[Véanse los estudios de Freud sobre las neurosis de guerra (1919d y 1955c), AE, 17, págs. 205 y sigs.]
143 (Ventana-emergente - Popup)
[Esta frase apareció por primera vez en «Apreciaciones generales sobre el ataque histérico» (1909a), AE, 9, pág. 209, donde se encontrarán mayores referencias.]
144 (Ventana-emergente - Popup)
[La distinción entre los dos tipos de ganancia de la enfermedad había sido mencionada por Freud en una carta a Fliess del 18 de noviembre de 1897 (Freud, 1950a, Carta 76), aunque la hizo explícita por primera vez en el trabajo citado en la nota anterior (1909a). Ya había examinado la cuestión con cierto detenimiento en el caso "Dora" (1905e), AE, 7, págs. 39-40, donde también habla del mendigo inválido y de la esposa maltratada. Pero más tarde consideró incorrecta la interpretación dada en esa oportunidad, añadiendo en 1923 una larga nota al pie(ibid., pág. 39), donde se encuentra la explicación tal vez más clara de este punto.]
145 (Ventana-emergente - Popup)
[«Aktualneurosen»; se aplica el adjetivo «actual» a este grupo de neurosis porque sus causas son exclusivamente contemporáneas y no tienen su origen, como en el caso de las psiconeurosis, en el pasado del paciente.]
71
146 (Ventana-emergente - Popup) 157 (Ventana-emergente - Popup)
[Este pasaje fue tomado por Freud de su contribución al volumen de Löwenfeld, sobre el papel de la sexualidad en la etiología de las neurosis (1906a), AE, 7, pág. 265;pero ya habíaalcanzado esas conclusiones más de diez años atrás, y las expresó, casi con las mismas palabras, en sus dos trabajos sobre la neurosis de angustia(1895b y 1895f), donde se incluye gran parte de lo que sigue aquí.]
147 (Ventana-emergente - Popup)
[Véase un ejemplo en uno de los primeros trabajos de Freud (1898a), AE, 3, págs. 266-7.]
148 (Ventana-emergente - Popup)
[Alude sin duda al narcisismo, que se examina en la 26ª conferencia.]
149 (Ventana-emergente - Popup)
[En otros lugares, por ejemplo en las Nuevas conferencias (1933a), AE, Z2, pág. 122, Freud rechaza rotundamente esta idea.]
150 (Ventana-emergente - Popup)
[En «Introducción del narcisismo» (1914c), AE, 14, págs. 80 y sigs., se hallará un examen de la hipocondría como tercera neurosis actual.]
151 (Ventana-emergente - Popup)
[Por lo que dice Freud en esta conferencia resultará claro que la etiología de las neurosis actuales y su diferencia respecto de las psiconeurosis fueron establecidas por él en fecha muy temprana. Usó la expresión «neurosis actual» por primera vez en «La sexualidad en la etiología de las neurosis» (1898a), aunque sus ideas al respecto datan de 1895 (cf. supra, pág. 351, n. 9). Una lista completa de referencias se hallará en una nota al pie que agregué a «Sobre el psicoanálisis "silvestre"» (1910k), AE, 11, pág. 224.]
152 (Ventana-emergente - Popup)
[El problema de la angustia lo ocupó a Freud durante toda su vida, y sus puntos de vista al respecto sufrieron unos cuantos cambios. Su primer examen importante de la cuestión se hallaen sus dos trabajos iniciales sobre la neurosis de angustia (1895b y 1895f); el último, en Inhibición, síntoma y angustia (1926d), donde en mi «Introducción» doy cuenta en alguna medida de la evolución de sus ideas (AE, 20, págs. 73 y sigs.). Debe tenersepresente que lo que Freud sostiene en esta conferencia fue sometido más adelante a revisiones importantes -y en un caso, fundamentales-; estas modificaciones fueron sintetizadas por él en su «Anexo A» a Inhibición, síntoma y angustia, AE, 20, págs. 147-54. En fecha aún posterior, en la 321 de las Nuevas conferencias (1933a), reformuló su posición definitiva con particular claridad. Recordemos sin embargo que, como el propio Freud indica en su «Prólogo» a estas conferencias (cf. 15, pág. 9), lo que sigue es el tratamiento más exhaustivo que había hecho del tema a la sazón]
153 (Ventana-emergente - Popup)
[«Allgemeine» en el original. En la conferencia anterior había utilizado la palabra «gemeine» («común»).]
154 (Ventana-emergente - Popup)
[«Angst». En inglés se ha adoptado anxiety como traducción técnica, en un sentido muy distinto del coloquial, pero a menudo nos ha sido preciso emplear expresiones como «temor», «miedo», «terror», etc.] {En la presente versión hemos traducido unívocamente Angst por «angustia», Furcht por «temor» y Schreck por «terror».}
155 (Ventana-emergente - Popup)
[Cuando Freud tenía alrededor de treinta años trabajó durante dos años en la histología del bulbo raquídeo, publicando tres artículos sobre el particular (1885d, 1886b y 1886c); los resúmenes que él mismo hiciera de estos artículos se incluyen en Freud (1897b), AE, 3, págs. 228 y 230-2.]
156 (Ventana-emergente - Popup)
{Rationell y zweckmässig; una traducción más explicitante sería «acorde a la ratio» (el cálculo medios-fines) y conforme a fines.}
[Esta noción de la angustia como señal cumpliría un papel decisivo en los estudios posteriores de Freud sobre la angustia; cf. Inhibición, síntoma y angustia (1926d) y las Nuevas conferencias (1933a), AE=, pág. 79. La idea es retomada infra, pág. 369.]
158 (Ventana-emergente - Popup)
[Otros exámenes semejantes del tema se encontrarán en Más allá del principio de placer (1920g), AE, 18, págs. 12-3, y en Inhibición, síntoma y angustia(1926d), AE, 20, págs. 154-5.]
159 (Ventana-emergente - Popup)
[Esta descripción de los ataques histéricos había sido propuesta por Freud muchos años atrás (1909a), AE, 9, págs. 209-10La concepción aquí expresada de los afectos en general posiblemente se base en Darwin, quien los explicó como relictos de acciones originalmente provistas de un significado (Darwin, 1872) -explicación que Freud había citado en un trabajo previo (1895d), AE, 2, pág. 193-Freud repite la presente argumentación en Inhibición, síntoma y angustia (1926d), AE, 20, págs. 80, 89 y 126.]
160 (Ventana-emergente - Popup)
[O sea que tanto Angst comoEnge derivan de la misma raíz latina.]
161 (Ventana-emergente - Popup)
{Macbeth, acto V, escena 7}
162 (Ventana-emergente - Popup)
[El episodio debe de haber ocurrido a comienzos de la década de 1880, y este es el único lugar en que se lo registra. En mi «Introducción» a Inhibición, síntoma y angustia (1926d), AE, 20, págs. 81-2, hago una reseña de la creencia de Freud en un vínculo entre la angustia y el nacimiento. Aparentemente, la primera referencia a ello estaba en una nota de la edición de 1909 de La interpretación de los sueños (1900a), AE, 5, pág. 403, redactada probablemente en el verano de 1908. No obstante, luego de que yo publicara esa «Introducción», ha aparecido una referencia anterior en las Minutes of the Vienna Psychoanalytical Society (1962, 1, pág. 179). Se informa allí que en la reunión del 24 de abril de 1907, en la que Stekel leyó un trabajo sobre «La psicología y patología de la neurosis de angustia», Adler hizo el siguiente comentario: «No es preciso aventurarse tanto como Freud, quien ve angustia en el proceso del nacimiento; pero la angustia puede retrotraerse a la niñez». Ni en la intervención de Freud en ese debate, posterior a la de Adler, ni en ninguna otra de sus contribuciones, se vuelve a mencionar el asunto. Sin embargo, esto permite colegir que la hipótesis de Freud era conocida en la Sociedad de Viena por lo menos un par de años antes de ser publicada por primera vez.]
163 (Ventana-emergente - Popup)
[Véase la descripción original de la neurosis de angustia que hizo Freud (1895b).]
164 (Ventana-emergente - P opup)
[En vez de ser libremente flotante.]
165 (Ventana-emergente - Popup)
[En realidad, Stanley Hall enumera 132; véase la reseña de su artículo por Ernest Jones (1916b). Stanley Hall (1846-1924) era al principio partidario de Freud: él fue quien lo invitó a dar conferencias en Estados Unidos en 1909; más tarde, empero, se convirtió en prosélito de Adler.]
166 (Ventana-emergente -Popup)
[El primer examen prolongado de la histeria de angustia por parte de Freud es el que aparece en la historia del pequeño Hans (1909b), AE, 10, págs. 94 y sigs. En mi «Apéndice» a su antiguo trabajo sobre «Obsesiones y fobias» (1895c), AE, 3, págs. 83-4, hago una reseña de sus cambiantes opiniones respecto de las fobias.]
167 (Ventana-emergente - Popup)
[Los últimos cuatro párrafos son, en gran medida, un resumen del primer trabajo de Freud sobre la neurosis de
72
angustia (1895b).]
168 (Ventana-emergente - Popup)
[Cf. «La represión» (1915d), AE, 14, págs. 147 y sigs.]
169 (Ventana-emergente - Popup)
[Esta fue la primera oportunidad en que Freud insistió explícitamente en la fundamental importancia de la separación de la madre como factor causante de la angustia, aunque ya lo había sugerido antes en esta misma obra (cf. pág. 361) e implícitamente en escritos anteriores. Se hallarán referencias al respecto en mi «Introducción» aInhibición, síntoma y angustia (1926d), AE, 20,pág. 78, obra en la cual la cuestión es ampliamente discutida(ibid., págs. 129-31 y 142).También se hace una mención pasajera a esto en El yo y el ello (1923b), AE, 19, pág. 59.]
170 (Ventana-emergente - Popup)
[Esta anécdota fue consignada, en forma levemente distinta, en una nota al pie del tercero de los Tres ensayos de teoría sexual (1905d), AE, 7, pág. 204n.]
171 (Ventana-emergente - Popup)
[Es esta una de las rarísimas ocasiones en que Freud emplea «Instinkt» en vez de «Trieb».]
172 (Ventana-emergente - Popup)
{«Que transigen un poco más» = «weit entgegenkommen»;entiéndase: que presentan mayor complacencia o solicitud somática, o son más proclives a recibir esa educación.}
173 (Ventana-emergente - Popup)
[En la 19ª conferencia.]
174 (Ventana-emergente - Popup)
(Para mayor información sobre lo que sigue, véase la sección III de «Lo inconciente» (1915e), AE, 14págs. 173-4, y El yo y el ello (1923b), AE, 19, págs, 24-5.]
175 (Ventana-emergente - Popup)
[Se encontrará una descripción más técnica de la estructura de las fobias en «La represión» (1915d), AE, 14, págs. 149-50, y en «Lo inconciente» (1915e), AE, 14, págs. 179-80.]
176 (Ventana-emergente - Popup)
[Se aborda esta dificultad hacia el final de la próxima conferencia.]
177 (Ventana-emergente - Popup)
[Freud desarrolló este argumento biológico en Más allá del principio de placer (1920g), particularmente en el capítulo VI.]
178 (Ventana-emergente - Popup)
[La expresión «interés del yo», a veces en la forma de «interés egoísta» o simplemente «interés», aparece con frecuencia en esta conferencia. Freud la había empleado por primera vez en «Introducción del narcisismo» (1914c), AE, 14, pág. 79, y también varias veces en los escritos metapsicológicos de 1915. Por lo común, en todos esos pasajes (como en este) se la utiliza para distinguir las fuerzas de autoconservación respecto de la libido. La introducción del concepto de narcisismo hizo menos neto este distingo; pero a lo largo de toda esta conferencia (véase, en particular, el último párrafo) es evidente el empeño de Freud por separar la libido yoica (o narcisista) del interés yoico (o pulsión de autoconservación). Sin embargo, no mucho después abandonó este empeño y declaró que la libido narcisista debía identificarse necesariamente con las pulsiones de autoconservación (en Más allá del principio de placer (1920g), AE, 18, pág. 51), aunque continuó pensando que había otras pulsiones de objeto diferentes de las libidinales -aquellas que describió como pulsiones destructivas o de muerte- Con posterioridad al presente trabajo no utilizó más, empero, el término «interés». Se hallará una reseña más completa en mi «Nota introductoria» a «Pulsiones y destinos de pulsión» (1915c), AE, 14, págs. 109 y sigs.]
179 (Ventana-emergente - Popup)
[Esto es examinado en el primero de los Tres ensayos de teoría sexual (1905d), AE, 7, págs. 136 y sigs.]
180 (Ventana-emergente - Popup)
[El término procede en parte de Havelock Ellis; véase un comentario más amplio en una de mis notas al pie de «Introducción del narcisismo» (1914c), AE, 14, pág. 71, n. 1; este último trabajo es la principal exposición del tema que hizo Freud.]
181 (Ventana-emergente - Popup)
[Se hallará un comentario sobre esta analogía en mi «Apéndice B» a El yo y el ello(1923b), AE, 19, págs. 63 y sigs.]
182 (Ventana-emergente - Popup)
[O sea, el factor cuantitativo de las energías actuantes.]
183 (Ventana-emergente - Popup)
[La palabra «diván», tomada por Goethe del persa, significa «colección de poemas».] {La obra Diván occidental-oriental se inspiró en la colección titulada Diván del poeta persa Xems-ed-Din, conocido como «Hafiz» (1320-1389).}
184 (Ventana-emergente - Popup)
[Esto había sido discutido por Freud más extensamente en su «Complemento metapsicológico a la doctrina de los sueños» (1917d), AE, 14, págs. 223 y sigs.]
185 (Ventana-emergente - Popup)
[La idea de que algunos de los síntomas de la psicosis representan intentos de restablecimiento del paciente fue formulada originalmente por Freud en su análisis del caso Schreber (1911c), AE, 12, pág. 65, donde en una nota al pie doymayores referencias. En cuanto a la distinción básica entre las representaciones concientes y las inconcientes, a la que aquí apenas se alude, había sido examinada en detalle en «Lo inconciente» (1915e), AE, 14, págs. 198 y sigs.]
186 (Ventana-emergente -Popup)
[Se encontrarán algunos comentarios sobre el uso de este término por Freud en una nota al pie del caso Schreber (1911c), AE, 12, pág. 70, n, 25.]
187 (Ventana-emergente - Popup)
[Véase la sección III del caso Schreber.]
188 (Ventana-emergente - Popup)
[Este caso había sido relatado por Freud detalladamente poco tiempo atrás (1915f), AE, 14, págs. 263 y sigs.]
189 (Ventana-emergente - Popup)
[«Anlehnungstypus»; esto se discute ampliamente en la sección II de «Introducción del narcisismo» (1914c), AE, 14, págs. 84 y sigs. Cf. supra, pág. 300.] {La expresión «tipo anaclítico», de uso corriente en castellano, fue tomada del inglés anaclitic type; Strachey emplea también attachment type.}
190 (Ventana-emergente - Popup)
[Se ofrece una descripción completaen «Duelo y melancolía» (1917e).]
191 (Ventana-emergente - Popup)
[El empleo de este término es comentado por mí en una nota del trabajo «Pulsiones y destinos de pulsión» (1915c), AE, 14, pág. 126, n. 26.]
192 (Ventana-emergente - Popup)
[Una temprana descripción es la que aparece en La interpretación de los sueños (1900a), AE, 4, págs. 167-8. La diferencia entre ambos tipos de identificación se explica en «Duelo y melancolía» (1917e), AE, 14, págs. 247-9.]
193 (Ventana-emergente - Popup)
[Para lo que sigue, véase la sección III de «Introducción del narcisismo» (1914c), AE, 14, págs. 90 y sigs. La evolución posterior de estas ideas se reseña en mi «Introducción» aEl yo y el ello (1923b), AE, 19, págs. 8-10.]
73
194 (Ventana-emergente - Popup)
[Freud emplea aquí la palabra «Zensor» en lugar de la forma impersonal «Zensur» que aparece luego en la misma oración, y que es la adoptada casi invariablemente por él. Otros casos de este uso excepcional de «censor» se hallarán en La interpretación de los sueños (1900a), AE, 5, pág. 501, en «Introducción del narcisismo» (1914c), AE, 14, pág. 94, y en las Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis (1933a), AE, 22, pág. 15.]
195 (Ventana-emergente - Popup)
[Freud mencionó por primera vez la noción de «trasferencia» en su contribución técnica aEstudios sobre la histeria (1895d), AE, 2, págs.306-8, y volvió sobre ella en el caso «Dora» (1905e), AE, 7, págs. 101-5Pero las principales ocasiones anteriores en que examinó el tema son sus trabajos sobre técnica; en particular, «Sobre la dinámica de la trasferencia» (1912b)trata el aspecto teórico, en tanto que «Puntualizaciones sobre el amor de trasferencia» (1915a) se refiere a las dificultades técnicas que plantea la trasferencia positiva. Hacía el fin de su vida Freud volvió a ocuparse de esto una vez más en «Análisis terminable e interminable» (1937c).]
196 (Ventana-emergente - Popup)
[José II, célebre por sus procedimientos poco convencionales de hacer beneficencia.]
197 (Ventana-emergente - Popup)
[Freud retomó esto en las Nuevas conferencias (1933a), AE, 22, pág. 137.]
198 (Ventana-emergente - Popup)
[Cf. 15, donde se enumeran los pasajes en los que Freud ya había hecho alusión a esto y se dan referencias acerca de sus concepciones posteriores, en las que modificó los puntos de vista aquí expresados.]
199 (Ventana-emergente - Popup)
[Véase el párrafo inicial de esta conferencia.]
200 (Ventana-emergente - Popup)
[Véase, para lo que sigue, «Recordar, repetir y reelaborar» (1914g), AE, 12, págs. 152 y sigs.]
201 (Ventana-emergente - Popup)
[Señalemos que Freud introdujo muchas salvedades a esta afirmación en su último trabajo técnico, «Análisis terminable e interminable» (1937c); véase mi «Nota introductoria» a ese trabajo, AE, 23, págs. 213-7.]
202 (Ventana-emergente - Popup)
[Esta conferencia contiene la descripción más acabada que hiciera Freud sobre la teoría de los efectos terapéuticos del psicoanálisis. Su posterior examen del tema en «Análisis terminable e interminable» (1937c) parece apartarse de esta descripción en algunos aspectos; cf. mi «Nota introductoriaAE, 23, págs. 213-7. Freud publicó muy poco acerca de los pormenores de la técnica analítica; véase, empero, AE, 12, págs. 175-6, donde se hallará una lista de sus restantes escritos en esta materia.]
203 (Ventana-emergente - Popup)
[Más tarde expresó su discrepancia con esta opinión de Bernheim; cf. Psicología de las masas y análisis del yo (1921c), AE, 18, pág. 121n.]
204 (Ventana-emergente - Popup)
[En realidad, Freud tradujo dos libros de Bernheim: De la suggestion et de ses applications à la thérapeutique (1886, traducido en 1888-89) e Hypnotisme, suggestion, psychotbérapie(1891, traducido en 1892). Su largo prólogo a la primera de esas versiones aparece en AE, 1, págs. 81-93.]
205 (Ventana-emergente -Popup)
[Freud dio cuenta de uno de estos éxitos en «Un caso de curación por hipnosis» (1892-93).]
206 (Ventana-emergente - Popup)
[Freud volvió a narrar este episodio en su Presentación autobiográfica(1925d), AE, 20, pág. 26.]
207 (Ventana-emergente - Popup)
[Esta diferencia es desarrollada con cierta extensión en «Sobre psicoterapia» (1905a), AE, 7, págs. 249-51.]
208 (Ventana-emergente - Popup)
[Se da un pequeño ejemplo de ello en la historia del «Hombre de los Lobos» (1918b), AE, 17, pág. 74.]
209 (Ventana-emergente - Popup)
{Revision des Verdrängungsprozesses = «revisión del proceso represivo» (o de desalojo, o de suplantación) es metáfora que sugiere un procedimiento judicial.}
210 (Ventana-emergente - Popup)
[Se encontrarán interesantes observaciones acerca de los sueños de pacientes psicóticos en «Sobre algunos mecanismos neuróticos en los celos, la paranoia y la homosexualidad» (1922b), AE, 18, págs. 220-1 y 222-4.]
211 (Ventana-emergente - Popup)
[En las Nuevas conferencias (1933a), AE, 22, pág. 141, Freud reexaminó el valor terapéutico del psicoanálisis.]
212 (Ventana-emergente - Popup)
[En 1890. La esperanza que había suscitado esta vacuna no se vio satisfecha.]
213 (Ventana-emergente - Popup)
[Algunos datos notables sobre la oposición médica al hipnotismo se hallarán en una antigua reseña de Freud sobre un libro del conocido psiquiatra suizo August Forel (Freud, 1889a), AE, 1, págs. 99 y sigs.]