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jueves, 9 de enero de 2014

DICCIONARIO DE PSICOANÁLISIS Jean Laplanche y Jean-Bertrand Pontalis (P)

PANTALLA DEL SUEÑO
= Al.: Traumhintergrund. — Fr.: écran du réve. — Ing.: dream screen. — It.: schermo del sogno. — Por.: tela do sonho.
Concepto introducido por B. D. Lewln (1): todo sueño se proyectaría sobre una pantalla blanca, generalmente Inadvertida por el que sueña, y que simbolizaría el pecho materno tal como lo experimenta de una forma alucinada el niño en el sueño que sigue a la toma de alimento; la pantalla satisfaría el deseo de dormir. En algunos sueños (sueño blanco), aparecería sola, realizando una regresión al narcisismo primario.
PAR ANTITÉTICO
= AL: Gegensatzpaar. — Fr.: couple d'opposés. — Ing.: pair of opposites. — It.: coppia d'opposti. — Por.: par antitético.
Término frecuentemente utilizado por Freud para designar algunas grandes oposiciones básicas, ora al nivel de las manifestaciones psicológicas o psicopatológicas (por ejemplo: sadismo-masoquismo, voyeurismo-exhibicionismo), ora al nivel meta-psicológico (por ejemplo: pulsiones de vida — pulsiones de muerte).
Este término aparece en los Tres ensayos sobre la teoría de la sexualidad (Drei Abhandlungen zur Sexualtheorie, 1905) con el fin de poner en evidencia un carácter fundamental de algunas perversiones: «Comprobamos que ciertas inclinaciones perversas se presentan regularmente en forma de pares antitéticos, lo que [...] reviste una gran importancia teórica» (1 a). Así, por ejemplo, el estudio del sadismo muestra la presencia, junto con las tendencias sádicas, que son las que predominan, de un placer masoquista; asimismo el voyeurismo y el exhibicionismo se hallan íntimamente acoplados, como formas activa y pasiva de la misma pulsión parcial*. Estos pares antitéticos, aunque son particularmente visibles en las perversiones, se encuentran de modo regular en el psicoanálisis de las neurosis(Ib).
Aparte de estos datos clínicos, el concepto de par antitético forma
parte de una exigencia constante en el pensamiento de Freud: un dua
lismo fundamental que permitiría, en un último análisis, explicar el
conflicto.
En las diversas etapas de la evolución de la doctrina freudiana, y
cualquiera que sea la forma que adopte este dualismo, encontramos tér
minos tales como: par antitético, oposición (GegensatzHchkeit), polari
dad (Polaritat) (2), etc. Este concepto lo hallamos, no sólo al nivel des
criptivo, sino también a diversos niveles de teorización: en las tres opo
siciones que caracterizan las posiciones libidinales sucesivas del sujeto,
activo-pasivo, fálico-castrado y masculino-femenino, en el concepto de
ambivalencia*, en el par placer-displacer y, de un modo más radical, a
nivel del dualismo pulsional (amor y hambre, pulsiones de vida y pul
siones de muerte).
Se observará que los términos así emparejados pertenecen a un mis
mo nivel y son irreductibles entre sí; no pueden engendrarse mutua
mente por una dialéctica, sino que se hallan en el origen de todo con
flicto y constituyen el motor de toda dialéctica.
PARAFRENIA
= Al.: Paraphrenie. — Fr.: paraphrénie. — ¡ng.: paraphrenia. — It.: parafrenia. — Por.: parafrenia.
A) Término propuesto por KraepeUn para designar psicosis delirantes crónicas que, como la paranoia, no se acompañan de debilitación Intelectual ni evolucionan hacia la demencia, pero se asemejan a la esquizofrenia por sus construcciones delirantes ricas y mal sistematizadas, a base de alucinaciones y fabulaclones.
B) Término propuesto por Freud para designar, sea la esquizofrenia («parafrenia propiamente dicha»), sea el grupo paranoia-esquizofrenia. En la actualidad, la acepción de Kraepelin ha prevalecido totalmente sobre la propuesta por Freud.
Kraepelin propuso el término «parafrenia» antes que Freud (entre 1900 y 1907). En cuanto a su concepción nosológica, hoy ya clásica, de la parafrenia, remitimos al lector a los manuales de psiquiatría.
Freud intentó utilizar el término en un sentido totalmente distinto. Consideraba inadecuado el término «demencia precoz», como también el de esquizofrenia*. Creía preferible utilizar el nombre de parafrenia, que no implica las mismas opciones en cuanto al mecanismo profundo de la enfermedad; por otra parte, parafrenia se asemeja a paranoia, subrayando así el parentesco existente entre ambas afecciones (1).
Más tarde, en Introducción al narcisismo (Zur Einführung des Narzissmus, 1914), Freud vuelve a utilizar el término parafrenia en un sentido más general, para designar el grupo paranoia-esquizofrenia, si bien sigue designando la esquizofrenia como «parafrenia propiamente dicha» (eigentliche Paraphrenie) (2).
Freud renunció rápidamente a su sugerencia terminológica, sin duda ante el éxito del término bleuleriano de esquizofrenia.
PARANOIA
= AL: Paranoia. — Fr.: paranoia. — Ing.: paranoia. — It.: paranoia. — Por.: paranoia.
Psicosis crónica caracterizada por un delirio más o menos sistematizado, el predominio de Ja interpretación, la ausencia de debilitación intelectual, y que generalmente no evoluciona hacia la deterioración.
Freud incluye en la paranoia no sólo el delirio de persecución, sino también la erotomania, el delirio celotfplco y el delirio de grandezas.
El término «paranoia» es una palabra griega que significa locura, desorden del espíritu. Su empleo en psiquiatría es muy antiguo. La complicada historia de esta palabra se ha descrito a menudo en los tratados de psiquiatría, a los que nos permitimos remitir al lector (1). Es sabido que la paranoia, que en la psiquiatría alemana del siglo xix tendía a englobar el conjunto de los delirios, experimentó una mayor precisión y limitación de su extensión durante el siglo xx, principalmente por la influencia de Kraepelin. Sin embargo, todavía hoy persisten divergencias entre las distintas escuelas en cuanto a la extensión de este cuadro nosográfico.
No parece que el psicoanálisis haya ejercido una influencia directa en esta evolución; pero ejerció una influencia indirecta, en la medida en que contribuyó, por intermedio de Bleuler, a definir el campo limítrofe de la esquizofrenia.
Para el lector de Freud puede resultar útil ver cómo se inserta en esta evolución el empleo freudiano de la palabra paranoia. En sus cartas a Füess y en sus primeros trabajos publicados, Freud parece mantenerse dentro de la acepción prekraepeliana y considerar la paranoia como una entidad muy extensa que agrupa la mayoría de los delirios crónicos. En sus escritos publicados a partir de 1911, adopta la gran distinción de Kraepelin entre paranoia y demencia precoz: «Considero plenamente justificado el paso dado por Kraepelin, que ha reunido en una nueva unidad clínica, con la catatonia y otras formas patológicas, una gran parte de lo que anteriormente se denominaba paranoia» (2 a). Ya es sabido que Kraepelin reconocía, junto a las formas hebefrénica y catatónica de la demencia precoz, una forma paranoide en la que existe un delirio, aunque poco sistematizado, que se acompaña de inafectividad y que evoluciona hacia la demencia terminal. Freud, al adoptar esta terminología, se verá inducido a modificar, en uno de sus primeros escritos, un diagnóstico de «paranoia crónica» en dementia paranoides (3).
Freud, en concordancia con Kraepelin, mantuvo siempre como independiente del grupo de las demencias precoces, el conjunto de los delirios sistematizados, reuniéndolos bajo la denominación de paranoia; engloba en ella no sólo el delirio de persecución, sino también la erotomania, el delirio celotípico y el delirio de grandezas. Su posición difiere claramente de la de su discípulo Bleuler, que incluye la paranoia en el grupo de las esquizofrenias, por encontrar en ella el mismo trastorno fundamental y primario: la «disociación» (4) (véase: Esquizofrenia).
Esta última tendencia prevalece sobre todo en la escuela psiquiátrica americana de inspiración psicoanalítica.
La posición de Freud presenta algunos matices. Si bien en varias ocasiones intentó diferenciar la paranoia de la esquizofrenia, en lo referente a los puntos de fijación y a los mecanismos que intervienen, también admite que *[...] los síntomas paranoicos y esquizofrénicos se pueden asociar en todas las proporciones» (2b), y ofrece una explicación genética de tales estructuras complejas. Si tomamos como referencia la distinción introducida por Kraepelin, la posición de Freud aparece como opuesta a la de Bleuler. Kraepelin distingue claramente la paranoia, por una parte, y la forma paranoide de la demencia precoz, por otra; Bleuler incluye la paranoia en la demencia precoz o grupo de las esquizofrenias; Freud, por su parte, incluiría en la paranoia algunas formas llamadas paranoides de la demencia precoz, especialmente por considerar que la «sistematización» del delirio no constituye un buen criterio para definir la paranoia. Como indica claramente el estudio del Caso Schreber (e incluso su título), la «demencia paranoide» del presidente Schreber para Freud es esencialmente una «paranoia».
No aspiramos a exponer aquí ima teoría freudiana de la paranoia. Indicaremos solamente que la paranoia se define, en sus distintas modalidades delirantes, por su carácter de defensa contra la homosexualidad (2 c, 5, 6). Cuando predomina este mecanismo en un delirio llamado paranoide, esto constituye para Freud una razón suficiente para relacionarlo con la paranoia, incluso en ausencia de «sistematización».
Aunque elaborada sobre bases bastante distintas, la posición de Melanie Klein entronca con esta tendencia de Freud a hallar un fundamento común para la esquizofrenia paranoide y la paranoia. Ello explica, en parte, la aparente ambigüedad del término «posición paranoide»'*. La posición paranoide se centra en el fantasma de persecución por los «objetos malos» parciales, y M. Klein encuentra esta misma fantasía en los delirios, tanto paranoides como paranoicos.
PARANOIDE
Al.: paranoide. — Fr.: paranoide. — Ing.: paranoid. — It.: paranoide. — Por.: paranoide.
Véase: Posición paranoide y el comentario de Paranoia.
PENSAMIENTOS (LATENTES) DEL SUEÑO
Al: (latente) Traumgedanlcen. — Fr.: pensées (latentes) du réve. — Ing.: (latent) dream-tlioughls. — It.: pensieri (latenti) del sogno. — Por.: pensamentos (latentes) do sonho.
Véase: Contenido latente.
PERCEPCIÓN-CONCIENCIA (Pc-Cs)
= AL: Wahrnehmung-Bewusstsein, — Fr.: perception-conscience. — Ing.: perceptionconsciousness. — It.: percezione-coscienza. — Por.: percep^So-consciéncia.
Véase: Conciencia, sentido B.
PERVERSIÓN
= Al.: Perversion. — Fr.: perversion. — Ing.: perversion. — It.: perversione. — Por.: perversáo.
Desviación con respecto al acto sexual «normal», deñnido como coito dirigido a obtener el orgasmo por penetración genital, con una persona del sexo opuesto.
Se dice que existe perversión: cuando el orgasmo se obtiene con otros objetos sexuales (homosexualidad, paidofília, bestialidad, etc.) o por medio de otras zonas corporales (por ejemplo, coito anal); cuando el orgasmo se subordina imperiosamente a ciertas condiciones extrínsecas (fetichismo, transvestismo, voyeurismo y exhibicionismo, sadomasoquismo); éstas pueden incluso proporcionar por sí solas el placer sexual.
De un modo más general, se designa como perversión el conjunto del comportamiento psicosexual que acompaña a tales atiplas en la obtención del placer sexual.
1. Resulta difícil concebir la noción de perversión si no es por referencia a una norma. Antes de Freud, e incluso en nuestros días, el término se utiliza para designar «desviaciones» del instinto* definido como un comportamiento preformado, propio de una determinada especie y relativamente invariable en cuanto a su realización y a su objeto.
Los autores que admiten una pluralidad de instintos se ven inducidos, por consiguiente, a otorgar al concepto de perversión una gran extensión y a multiplicar sus formas: perversiones del «sentido moral» (delincuencia), de los «instintos sociales» (proxenetismo), del instinto de nutrición (bulimia, dipsomanía) (1). En el mismo orden de ideas, es corriente hablar de perversiones, o más bien de perversidad, para calificar el carácter y el comportamiento de ciertos sujetos que indica una crueldad o malignidad especiales (a).
En psicoanálisis sólo se habla de perversión en relación con la sexualidad. Aunque Freud reconoce la existencia de otras pulsiones además de las sexuEÜes, no habla de perversión en relación con ellas. En la esfera de lo que llama las pulsiones de autoconservación, como el hambre, describe, sin utilizar el término «perversión», trastornos de la nutrición, que muchos autores designan como perversiones del instinto de nutrición. Para Freud, tales trastornos se deben a la repercusión de la sexualidad en la función de la alimentación (libidinización); podría decirse, pues, que ésta ha sido «pervertida» por la sexualidad.
2. El estudio sistemático de las perversiones sexuales estaba a la orden del día cuando Freud comenzó a elaborar su teoría de la sexualidad (Psychopathia sexualisde Krafft-Ebing, 1893; Studies in the Psychology of Sex, de Havelock Ellis, 1897). Si estos trabajos describían ya el conjunto de las perversiones sexuales del adulto, la originalidad de Freud consistió en encontrar, en el hecho de la perversión, un punto de apoyo para poner en tela de juicio la definición tradicional de la sexualidad, que resume del siguiente modo: «[...] la pulsión sexual falta en el niño, aparece en el momento de la pubertad, en íntima relación con el proceso de maduración, se manifiesta en forma de una atracción irresistible ejercida por uno de los sexos sobre el otro, y su fin sería la unión sexual o, por lo menos, los actos que tienden a este fin» (2 a). La frecuencia de los comportamientos perversos definidos, y sobre todo la persistencia de tendencias perversas, subyacentes en ej síntoma neurótico o integradas en el acto sexual normal en forma de «placer preliminar», conducen a la idea de que «[...] la predisposición a la perversión no es algo raro y especial, sino una parte de la constitución llamada normal» (2 b); lo viene a confirmar y explicar la existencia de una sexualidad infantil. Ésta, en la medida en que se halla sometida al juego de las pulsiones parciales*, íntimamente ligada a la diversidad de las zonas erógenas, y en tanto que se desarrolla antes de establecerse las funciones genitales propiamente dichas, puede describirse como «disposición perversa polimorfa». Desde este punto de vista, la perversión adulta aparece como la persistencia o reaparición de un componente parcial de la sexualidad. Ulteriormente, el reconocimiento por Freud, dentro de la sexualidad infantil, de fases de organización* libidinal y de una evolución en la elección de objeto, permitirá precisar esta definición (fijación a una fase, a un tipo de elección objetal): la perversión sería una regresión* a una fijación anterior de la libido.
  1. Son evidentes las consecuencias que la concepción freudiana de la sexualidad puede tener sobre la definición misma del término «perversión». La sexualidad llamada normal no es un don de la naturaleza humana: «[...] el interés sexual exclusivo del hombre hacia la mujer no es una cosa obvia [...] sino un problema que necesita ser aclarado» (2 c). Así, por ejemplo, una perversión como la homosexualidad aparece ante todo como una variante de la vida sexual: «El psicoanálisis se niega en absoluto a admitir que los homosexuales constituyan un grupo dotado de características particulares, que puedan aislarse de las de los restantes individuos [...]. Ha establecido que todos los individuos, sin excepción, son capaces de elegir un objeto del mismo sexo, y que todos ellos han efectuado esta elección en su inconsciente» (2 d). Podría incluso irse más lejos en este sentido y definir la sexualidad humana como «perversa», en la medida en que nunca se desprende de sus orígenes, que le hacen buscar la satisfacción, no en una actividad específica, sino en la «ganancia de placer» que va unida a funciones o actividades dependientes de otras pulsiones (véase: Apoyo). En el ejercicio mismo del acto genital, basta que el juego se adhiera excesivamente al placer preliminar para que se deslice hacia la perversión (2e).
  2. Dicho esto, Freud y todos los psicoanalistas hablan ciertamente de sexualidad «normal». Incluso aunque la disposición perversa polimorfa caracterice toda sexualidad infantil, y aunque la mayoría de las perversiones se encuentren en el desarrollo psicosexual de todo individuo, y la culminación de este desarrollo (la organización genital) no sea algo «obvio» y dependa de un ordenamiento, no de la naturaleza,
sino de la historia personal, todo ello no impide que el concepto mismo
de desarrollo suponga una norma.
¿Equivale esto a decir que Freud vuelve a encontrar, al fundarla en
bases genéticas, la concepción normativa de la sexualidad que pone vigo
rosamente en tela de juicio al principio de sus Tres ensayos sobre la
teoría sexual (Drei Abhandlungen zur Sexualtheorie, 1905)? ¿Clasifica
como perversiones lo que desde siempre se ha reconocido como tales?
Ante todo, hagamos observar que si existe una norma para Freud,
ésta no se busca jamás en el consenso social, como tampoco se reduce
la perversión a una desviación con respecto a la tendencia central del
grupo social: la homosexualidad no es anormal porque sea condenada,
y no deja de ser una perversión en aquellas sociedades o grupos en que
se encuentra muy extendida y admitida.
¿Es, entonces, el establecimiento de la organización genital el que instaura la normalidad, en la medida en que unifica la sexualidad y subordina al acto genital las actividades sexuales parciales que se convierten en simples preparativos? Ésta es la tesis explícita de los Tres ensayos, tesis que ya no será nunca totalmente abandonada, ni siquiera cuando el descubrimiento de las «organizaciones»-' pregenitales sucesivas venga a disminuir la distancia existente entre la sexualidad infantil y la adulta; en efecto, la «[...] plena organización sólo se alcanza con la fase genital» (3 a).
Es lícito, sin embargo, preguntarse si es solamente su carácter unificador, su valor de «totalidad», en contraposición a las pulsiones «parciales», lo que confiere a la genitalidad su papel normativo. Numerosas perversiones, como el fetichismo, la mayoría de las formas de homosexualidad, e incluso el incesto consumado, suponen, en efecto, una organización bajo la primacía de la zona genital. ¿No indica esto que la norma debe buscarse en algo aparte del funcionamiento genital propiamente dicho? Conviene recordar que el paso a la plena organización genital supone, según Freud, la superación del complejo de Edipo, la asunción del complejo de castración y la aceptación de la prohibición del incesto. Por lo demás, las últimas investigaciones de Freud sobre la perversión muestran cómo el fetichismo va ligado a la renegación de la castración.
5. Ya son conocidas las famosas fórmulas que relacionan y contraponen a la vez la perversión y la neurosis: «La neurosis es una perversión negativa», es el «negativo de la perversión» (2 /). Estas fórmulas se expresan con demasiada frecuencia en su forma inversa (perversión, negativo de la neurosis), que hace de la perversión la manifestación en bruto, no reprimida, de la sexualidad infantil. Sin embargo, las investigaciones de Freud y de los psicoanalistas acerca de las perversiones muestran que éstas constituyen afecciones altamente diferenciadas. Freud las contrapone, con frecuencia, a las neurosis por la ausencia del mecanismo de la represión. Pero él se dedicó a mostrar que intervienen otros modos de defensa. Sus últimos trabajos, especialmente sobre el fetichismo (3 b, 4), subrayan la complejidad de tales mecanismos: renegación de la realidad, escisión* (Spaltung) del yo, etc., mecanismos que guardan cierta similitud con los de la psicosis.
(a) Se ha hecho observar la ambigüedad del adjetivo «perverso», que corresponde a los dos substantivos «perversidad» y «perversión».
PHANTASME
= Ing.: Phantasy.
Grafía propuesta por Suzan Isaacs y adoptada por diversos autores y traductores para designar la fantasía inconsciente y señalar su diferencia con la fantasía consciente (véase: comentario de Fantasía).
PLACER DE ÓRGANO
= Al.: Organlust. — Fr.: plaisir d'organe. — Ing.: organ-pleasure. — It.: placare d'organo. — Por.: prazer de órgáo.
Modalidad de placer que caracteriza la satisfacción autoerótica de las pulsiones parciales: la excitación de una zona erógen se apacigua en el lugar mismo en que se produce, independientemente de la satisfacción de las otras zonas y sin relación directa con la realización de una función.
El término «placer de órgano» es utilizado por Freud en varias ocasiones; no parece constituir una innovación terminológica por su parte; el término sugiere una oposición con aquel otro, más corriente, de placer de función o placer funcional, que designa la satisfacción ligada a la realización de una función vital (por ejemplo, placer de la alimentación).
El término «placer de órgano» es utilizado por Freud sobre todo cuando intenta profundizar en sus hipótesis relativas al origen y a la naturaleza de la sexualidad*, en el sentido dado a ésta por el psicoanálisis, que la amplía mucho más allá de la función genital. El momento de aparición de la sexualidad se busca en la fase llamada autoerótica*, caracterizada por un funcionamiento independiente de cada pulsión parcial.
En el lactante, el placer propiamente sexual se separa de la función en la que primeramente se apoyaba (véase: Apoyo) y de la que era el «producto marginal»(Nebenprodukt), para ser buscado por sí mismo; así, por ejemplo, el chupeteo intenta aliviar una tensión de la zona erógena buco-labial aparte de toda necesidad alimentaria.
En la noción de placer de órgano se condensan los rasgos que, segiin Freud, definen esencialmente la sexualidad infantil: «[...] aparece apoyándose en una función corporal de importancia vital; todavía no conoce objeto sexual: es autoerótica; su meta sexual viene gobernada por una zona erógena» (1).
En las Lecciones de introducción al psicoanálisis (Vorlesungen zur Einführimg in die Psychoanalyse, 1916-1917), Freud se interroga ampliamente sobre la posibilidad de definir ia esencia misma de la sexualidad a través de aquellas manifestaciones acerca de las cuales el psicoanálisis ha mostrado su parentesco y continuidad con el placer genital. La definición de estas manifestaciones como «placer de órgano» Freud la presenta como una tentativa de sus interlocutores científicos de definir fi
siológicamente los placeres infantiles que aquél designa como sexuales. Freud, en este pasaje, critica dicha definición, por cuanto conduciría a negar o limitar el descubrimiento de la sexualidad infantil. Pero, aunque se opone a esta utilización polémica del concepto, la hará suya de buen grado en cuanto hace recaer el acento sobre la originalidad del placer sexual infantil en relación con el placer ligado a las funciones de autoconservación. Así, en Las pulsiones y sus destinos (Triebe und Triebschicksale, 1915) escribe: «De un modo general, las pulsiones sexuales pueden definirse como sigue; son numerosas, nacen de fuentes orgánicas diversas, actúan en un principio independientemente unas de otras y sólo se reúnen tardíamente en una síntesis más o menos completa. El fin al cual tiende cada una de ellas es la obtención del placer de órgano» (2).
PLASTICIDAD DE LA LIBIDO
= AL: Plastizitat der Libido. — Fr.: plasticité de la libido. — Ing.: plasticity of the libido. — It.: plasticitá della libido. — Por.: plasticidade da libido.
Capacidad de la libido de cambiar más o menos fácilmente de objeto y de modo de satisfacción.
La plasticidad (o libre movilidad, freie Beweglichkeit) puede considerarse como una propiedad inversa de la viscosidad*. Remitimos al lector a nuestro comentario sobre este último término, que se encuentra más a menudo que el de plasticidad en los textos de Freud.
La expresión «plasticidad de la libido» ilustra la idea, fundamental en psicoanálisis, de que la libido es en un principio relativamente indeterminada en cuanto a sus objetos* y siempre es susceptible de cambiarlos.
Plasticidad igualmente en cuanto al fin*; la falta de satisfacción de una determinada pulsión parcial se ve compensada por la satisfacción de otra o por una sublimación. Las pulsiones sexuales «[...] pueden reemplazarse recíprocamente, una puede asumir la intensidad de las otras; cuando la realidad impide la satisfacción de una de ellas, se puede encontrar una compensación en la satisfacción de otra. Podrían compararse a una red de vasos comunicantes llenos de líquido [..]» (1).
La plasticidad varía según el individuo, su edad, su historia. Constituye un factor importante en la indicación y pronóstico de la cura psicoanalítica, puesto que la capacidad de cambio dependería principalmente, según Freud, de la capacidad de modificar las catexis libidinales.
POSICIÓN DEPRESIVA
= AL: depressive Einstellung. — Fr.: position depressive. — Ing.: depressive position. — It.: posizione depressiva. — Por.: posigáo depressiva.
Segiin Melanie Klein: tipo de relaciones de objeto consecutivo a la posición paranoide; comieiua alrededor del cuarto mes y se supera progresivamente en el curso
del primer año, aun cuando pueda encontrarse también en el curso de toda la Infancia y reactivarse en el adulto, especialmente en el duelo y en los estados depresivos.
Se caracteriza por los siguientes rasgos: el niño es, en lo sucesivo, capaz de aprehender a la madre como objeto total; se atenúa la escisión entre objeto «bueno» y «malo», las pulsiones libidinales y hostiles tienden a relacionarse con el mismo objeto; la angustia llamada depresiva se refiere al peligro fantaseado de destruir y perder a la madre a consecuencia del sadismo del sujeto; esta angustia es combatida mediante diversos modos de defensa (defensas maníacas o defensas más adecuadas: repartición, inhibición de la agresividad) y se supera cuando el objeto amado es Introyectado en forma estable y aseguradora.
En cuanto a la elección del término «posición» por M. Klein, remitimos al lector a nuestro comentario: Posición paranoide.
La teoría kleiniana de la posición depresiva se sitúa en la línea de los trabajos de Freud, Duelo y melancolía (Trauer und Melancholic, 1915), y de Abraham,Ensayo de una historia de la evolución de la libido basada en el psicoanálisis de los trastornos psíquicos (Versuch einer Entwicklungsgeschichte der Libido auf Grund der Psychoanalyse seelischer Stórungen), 1924, I parte, titulada Los estados maníaco-depresivos y las fases pregenitales de organización de la libido (Die manisch-depressiven Zustande und die prdgenitalen Organisationsstufen der Libido). Estos autores han situado en primer plano, en la depresión melancólica, los conceptos de pérdida del objeto amado y de introyección, y han buscado para explicarla puntos de fijación en el desarrollo psicosexual (segunda fase oral según Abraham); por último, han subrayado el parentesco existente entre la depresión y procesos normales como el duelo.
La primera originalidad de la aportación kleiniana consiste, a este respecto, en describir una fase del desarrollo infantil como mostrando una profunda analogía con el cuadro clínico de la depresión.
El concepto de posición depresiva fue introducido por M. Klein en 1934 en Contribución a la psicogénesis de los estados maníaco-depresivos (A Contribution to the psychogenesis of Manic-Depressive States) (I).
Con anterioridad, Melanie Klein ya había llamado la atención acerca de la frecuencia de los síntomas depresivos en el niño: «[...] en los niños se observa regularmente la transición de la exuberancia al abatimiento, que es característico de los estados depresivos» (2). La exposición más sistemática que dio la autora de la posición depresiva se encontrará en las Conclusiones teóricas relativas a la vida emocional en la primera infancia (Some Theoretical Conclusions regarding the Emotional Life of the Infant, 1952) (3 a).
La posición depresiva se instaura después de la posición paranoide, hacia la mitad del primer año. Es correlativa de una serie de cambios que afectan, por una parte, al objeto y al yo, y, por otra, a las pulsiones.
1) La persona total de la madre puede ser percibida, tomada como objeto pulsional e introyectada. Los aspectos «bueno» y «malo» ya no se encuentran radicalmente repartidos entre objetos separados por una escisión, sino que son referidos al mismo objeto. Asimismo se reduce la separación entre el objeto fantasmático interno y el objeto extemo.
2) Las pulsiones agresivas y libidinales se unen para dirigirse hacia
un mismo objeto, instaurándose así la ambivalencia en el pleno sentido de este término {véase: Ambivalencia): «El amor y el odio se aproximan mucho entre sí, y el pecho "bueno" y "malo", la madre "buena" y "mala" ya no pueden mantenerse tan ampliamente apartados unos de otros como en la fase precedente» (3 4»).
Correlativamente con estas modificaciones, cambia el carácter de la angustia: en lo sucesivo se referirá a la pérdida del objeto total interno
o externo y encontrará su motivo en el sadismo infantil; aunque éste sea ya, según Melania Klein, menos intenso que en la fase precedente, ofrece el peligro, en el mundo fantasmático del niño, de destruir, dañar, provocar el abandono. El niño puede intentar responder a esta angustia mediante la defensa maníaca que utiliza, más o menos modificados, los mecanismos de la fase paranoide (negación, idealización, escisión, control omnipotente del objeto). Pero vence y supera efectivamente la angustia depresiva por los dos procesos de la inhibición de la agresividad y de la reparac-' del objeto.
Añadamos que, mientras predomina la posición depresiva, la relación con la madre comienza a no ser ya exclusiva, entrando el niño en lo que Melanie Klein ha llamado las fases precoces del Edipo: «[...] la libido y la angustia depresiva se desvían hasta cierto punto de la madre, y este proceso de distribución estimula las relaciones de objeto al mismo tiempo que disminuye la intensidad de los sentimientos depresivos» (3c).
POSICIÓN PARANOIDE
= AL: paranoide Einstellung. — Fr.: position paranoide. — Ing.: paranoid position. — It.: posizione paranoide. — Por.: posigáo paranoide.
Según Melanie Klein, modalidad de las relaciones de objeto especíñca de los cuatro primeros meses de la existencia, pero que puede volver a encontrarse durante la infancia y, en el adulto, especialmente en los estados paranoico y esquizofrénico.
Se caracteriza por los siguientes rasgos: las pulsiones agresivas coexisten desde un principio con las pulsiones libidinales y son singularmente intensas; el objeto es parcial (principalmente el pecho materno) y se halla escindido en dos, el objeto «bueno» y el «malo»; los procesos psíquicos que predominan son la introyección* y la proyección*; la angustia, intensa, es de naturaleza persecutoria (destrucción por el objeto «malo»).
Comencemos por efectuar algunas observaciones terminológicas: el adjetivo paranoide se reserva, dentro de la terminología psiquiátrica debida a Kraepelin, para designar una forma de esquizofrenia, delirante como la paranoia, pero que difiere de ésta principalmente por la disociación (1). De todos modos, en el idioma inglés, la distinción entre los adjetivos paranoid y paranoiac es menos neta, pudiendo cada uno de ellos referirse a la paranoia o a la esquizofrenia paranoide (2).
Para M. Klein, aunque no discute la distinción nosográfica entre paranoia y esquizofrenia paranoide, este último adjetivo designa el aspecto persecutorio del delirio que se observa en las dos afecciones; en un principio habló Melanie Klein también de fase persecutoria (persecutory
phase). Señalemos, finalmente, que en sus últimos escritos adopta la expresión posición es quizo paranoide (paranoid-schizoid position), en la cual el segundo calificativo destaca el carácter persecutorio de la ansiedad, y el primero indica el carácter esquizoide de los mecanismos que intervienen.
En cuanto al término «posición» M. Klein dice preferirlo al de fase: «[...] estos conjuntos de ansiedades y defensas, aunque aparecen inicialmente durante las fases más precoces, no se limitan a este período, sino que resurgen durante los primeros años de la infancia y ulteriormente bajo determinadas condiciones» (3 a).
M. Klein establece desde el principio de su obra la existencia de temores persecutorios fantasmáticos, hallados en el análisis de los niños, especialmente los niños psicóticos. Sólo más tarde habla de un «estado paranoide rudimentario», que considera como una etapa precoz del desarrollo (4); lo sitúa entonces en la primera fase anal de Abraham; ulteriormente lo considera como el primer tipo de relación de objeto en la fase oral y lo designa con el nombre de posición paranoide. La descripción más sistemática de ésta, dada por la autora, se encuentra en Conclusiones teóricas relativas a la vida emocional en la primera infancia {Some Theoretical Conclusions regarding the Emotional Life of the Infant, 1952) (3 b).
Esquemáticamente la posición esquizo-paranoide puede definirse así:
1) desde el punto de vista pulsional, la libido y la agresividad (pulsiones sádico-orales: devorar, desgarrar) se hallan desde un principio presentes y unidos; en este sentido, para M. Klein existe ambivalencia desde la primera fase oral de succión (3c). Las emociones ligadas a la vida pulsional son intensas (voracidad, angustia, etc.);
2) el objeto es un objeto parcial, siendo el prototipo el pecho materno;
3) este objeto parcial se encuentra escindido desde un principio en objeto «bueno» y «malo», y no sólo en la medida en que el pecho materno gratifica o frustra, sino sobre todo en la medida en que el niño proyecta sobre él su amor o su odio;
4) el objeto bueno y el objeto malo que resultan de la escisión (splitting) adquieren una autonomía relativa entre sí y ambos se hallan sometidos a los procesos de introyección y de proyección;
5) el objeto bueno es «idealizado»: es capaz de procurar «una gratificación ilimitada, inmediata, sin fin» (3 d). Su introyección protege al niño contra la ansiedad persecutoria (reaseguramiento). El objeto malo es un perseguidor terrible; su introyección hace correr al niño peligros internos de destrucción;
6) el yo «muy poco integrado» tiene una capacidad limitada de tolerar la angustia. Utiliza como modos de defensa, aparte de la escisión y la idealización, lanegación (denial), que tiende a rehusar toda realidad al objeto persecutorio, y el control omnipotente del objeto;
7) «estos primeros objetos introyectados constituyen el núcleo del superyó» (3 e) {véase: Superyó).
Subrayemos, por último, que, en la perspectiva kleiniana, todo individuo pasa normalmente por fases en las que predominan ansiedades y mecanismos psicóticos: posición paranoide, más tarde posición depresiva*. La superación de la posición paranoide depende especialmente de la fuerza relativa de las pulsiones libidinales con respecto a las pulsiones agresivas.
POSTERIORIDAD, POSTERIORMENTE, CON POSTERIORIDAD
= Al: Nachtráglichkeit (subst.), nachtraglich (adj. y adv.). — Fr.: aprés-coup (subs, m., adj. y adv.). — Ing.: deffered action, deffered (adj.). — It.: posteriore(adj.), posteriormente (adv.). — Por.: posterioridade, posterior, posteriormente.
Palabra utilizada frecuentemente por Freud en relación con su concepción de la temporalidad y de la causalidad psíquicas: experiencias, impresiones y huellas mnémicas* son modificadas ulteriormente en función de nuevas experiencias o del acceso a un nuevo grado de desarrollo. Entonces pueden adquirir, a la par que un nuevo sentido, una eficacia psíquica.
La palabra nachtraglich es de uso corriente en Freud, quien con frecuencia la subraya. También se encuentra muy a menudo la forma substantivaNachtráglichkeit, lo que viene a demostrar que, para Freud, esta noción de «posterioridad» forma parte de su aparato conceptual, aun cuando no la definiera ni diera de ella una teoría de conjunto. A J. Lacan corresponde el mérito de haber llamado la atención sobre la importancia de este término. Se obser\'ará que las traducciones de Freud, al no utilizar un equivalente único, no permiten darse cuenta de su frecuente utilización.
No intentamos proponer aquí una teoría de la posterioridad, sino sólo subrayar brevemente el sentido y el interés que presenta la concepción freudiana de la temporalidad y la causalidad psíquicas.
1." Ante todo este concepto impide una interpretación sumaria que reduciría la concepción psicoanalítica de la historia del sujeto a un determinismo lineal que tendría en cuenta, únicamente, la acción del pasado sobre el presente. Se suele reprochar al psicoanálisis el reducir el conjunto de las acciones y deseos humanos al pasado infantil; esta tendencia se habría ido agravando con la evolución del psicoanálisis; los analistas se remontarían cada vez más lejos: para ellos, todo el destino del hombre estaría decidido desde los primeros meses de la vida, o incluso ya en la vida intrauterina...
Ahora bien, desde un principio Freud señaló que el individuo modi
fica con posterioridad los acontecimientos pasados, y que es esta modifi
cación la que les confiere un sentido e incluso una eficacia o un poder
patógeno. El 6-XII-1896 escribió a W. Fliess: «[...] trabajo sobre la hi
pótesis de que nuestro mecanismo psíquico se establece por estratifi
cación: los materiales existentes en forma de huellas mnémicas experi
mentan de vez en cuando, en función de nuevas condiciones, una reor
ganización, una reinscripción» (1 a).
 Tal idea podría conducir a pensar que todos los fenómenos que se encuentran en psicoanálisis se sitúan bajo el signo de la retroactividad, o incluso de la ilusión retroactiva. Así, Jung, habla de fantasmas retroactivos (Zurückphantasieren): según él, el adulto reinterpreta su pasado en sus fantasmas, que constituyen otras tantas expresiones simbólicas de sus problemas actuales. En esta concepción, la reinterpretación constituye para el individuo un medio de huir de las «exigencias de la realidad» presente, refugiándose en un pasado imaginario.
Desde otra perspectiva, el concepto de posterioridad podría evocar también una concepción de la temporalidad que ha sido puesta de relieve por la filosofía y recogida por las diversas tendencias del psicoanálisis existencial: la conciencia constituye su pasado y modifica constantemente el sentido de éste, en función de su «proyecto».
La concepción freudiana de la posterioridad aparece mucho más precisa. A nuestro modo de ver, lo que la define podría agruparse del siguiente modo:
1.° Lo que se elabora retroactivamente no es lo vivido en general, sino electivamente lo que, en el momento de ser vivido, no pudo integrarse plenamente en un contexto significativo. El prototipo de ello lo constituye el acontecimiento traumático.
2.° La modificación con posterioridad viene desencadenada por la aparición de acontecimientos y situaciones, o por una maduración orgánica, que permiten al sujeto alcanzar un nuevo tipo de significaciones y reelaborar sus experiencias anteriores.
3.° La evolución de la sexualidad favorece notablemente, por los desfasamientos temporales que implica en el ser humano, el fenómeno de la posterioridad.
Estos puntos de vista quedan ilustrados por numerosos textos en los que Freud utiliza la palabra nachtrdglich. Singularmente demostrativos son, a nuestro juicio, dos de estos textos.
En el Proyecto de psicología científica (Entwurf einer Psychologie, 1895), estudiando la represión histérica, Freud se pregunta por qué la represión afecta en forma electiva a la sexualidad. Basándose en un ejemplo, muestra cómo la represión supone dos acontecimientos claramente separados en la serie temporal. El primero en el tiempo está constituido por una escena sexual (seducción por un adulto), pero que entonces no tiene para el niño una significación sexual. El segundo presenta algunas analogías, que pueden ser superficiales, con el primero; pero esta vez, por haberse presentado entre tanto la pubertad, ya es posible la emoción sexual, emoción que el sujeto atribuirá conscientemente a este segundo acontecimiento, mientras que en realidad es provocada por el recuerdo del primero. El yo no puede utilizar aquí sus defensas normales (por ejemplo,.evitación por medio de la atención) contra este afecto sexual displacentero: «La atención se dirige hacia las percepciones, por ser éstas las que habitualmente dan lugar a una liberación de displacer. Pero aquí es una huella mnémica y no una percepción la que.
de forma imprevista, libera displacer, y el yo se da cuenta de ello demasiado tarde» (1 b). El yo utiliza entonces la represión, modo de «defensa patológica», en el que actúa según el proceso primario.
Vemos, pues, que la represión halla aquí su condición general en el «retardo de la pubertad» que caracteriza, según Freud, la sexualidad humana: «Todo adolescente guarda huellas mnémicas que sólo pueden ser comprendidas por él al aparecer las sensaciones propiamente sexuales» (1 c). «La aparición tardía de la pubertad posibilita procesos primarios postumos» (1 d).
Desde este punto de vista, únicamente la segunda escena confiere a la primera su valor patógeno: «Se reprime un recuerdo que sólo posteriormente se volvió traumatizante» (le). El concepto de posterioridad va también íntimamente ligado a la primera elaboración freudiana de la noción de defensa*: la teoría de la seducción*.
Podría objetarse que el descubrimiento de la sexualidad infantil, efectuado algún tiempo después por Freud, quita todo valor a esta concepción. La mejor respuesta a tal objeción se hallaría en Historia de una neurosis infantil, donde se invoca constantemente el mismo proceso de la posterioridad aunque desplazado a los primeros años de la infancia. Se encuentra en el núcleo del análisis que Freud da del sueño patógeno en sus relaciones con la escena originaria*: el paciente no comprendió el coito «[...] hasta la época del sueño, a los 4 años, y no en la época en que lo observó. A la edad de un año y medio recogió las impresiones que posteriormente, en la época del sueño, pudo comprender, gracias a su desarrollo, a su excitación sexual y a su curiosidad sexual» (2 a). El sueño, en la historia de esta neurosis infantil, es, como muestra Freud, el factor desencadenante de la fobia: «[...] el sueño confiere a la observación del coito una eficacia con posterioridad» (2 b).
En 1917 Freud añadió dos extensas discusiones a la observación de Historia de una neurosis infantil, en las que muestra la conmoción que le produjo la tesis de Jung sobre el fantasma retroactivo. Admite que, siendo la escena originaria, en el análisis, el resultado de una reconstrucción, aquélla podría muy bien haber sido construida por el propio sujeto, si bien insiste en que la percepción debió proporcionar por lo menos indicios, aunque sólo fuera una cópula entre canes... Pero, sobre todo, en el mismo momento en que parece transigir en cuanto al apoyo que puede proporcionar una base de realidad (que se muestra tan frágil a la investigación), introduce un concepto nuevo, el de las fantasías originarias, es decir, un más acá, una estructura que fundamenta en último término la fantasía, trascendiendo tanto lo vivido individual como lo imaginado (véase: Fantasías originarias).
Los textos comentados muestran que la concepción freudiana del Nachtraglich no puede reducirse al concepto de «acción diferida», si se entiende por ésta un intervalo temporal variable, debido a un efecto de sumación, entre las excitaciones y la respuesta. La traducción, adoptada en ocasiones en la Standard Edition, dedeferred action, podría autorizar una tal interpretación. Los editores de la S. E. se basan (2 e) en un pasaje de los Estudios sobre la histeria (Studien über Hysteric,
1895), en'el cual, refiriéndose a la llamada histeria de retención*, Freud habla de «la eliminación con posterioridad de los traumas acumulados» (3 a) durante un cierto período. Aquí la noción de posterioridad podría interpretarse, en un primer análisis, como una descarga retardada, pero se observará que, para Freud, se trata de una verdadera elaboración, de un «trabajo de memoria», que no consiste en la simple descarga de una tensión acumulada, sino en un complicado conjunto de operaciones psicológicas: «Ella [la enferma] vuelve a recorrer diariamente cada una de sus expresiones, llora sobre ellas, se consuela de ellas, podríamos decir a satisfacción [...]» (3 b). A nuestro modo de ver, resulta preferible explicar el concepto de abreacción* por el de posterioridad, que reducir la noción de posterioridad a una teoría estrictamente económica de la abreacción.
PRECONSCIENTE (s. y adj.)
= Al: das Vorbewusste, vorbewusst. — Fr.: préconscient. — Ing.: preconscious. — It.: preconscio. — Por.: preconsciente.
A) Término utilizado por Freud dentro del marco de su primera tópica: como substantivo, designa un sistema del aparato psíquico claramente distinto del sistema inconsciente (les); como adjetivo, caliñca las operaciones y los contenidos de este sistema preconsciente (Pes). Éstos no están presentes en el campo actual de la conciencia y son, por consiguiente, inconscientes en el sentido «descriptivo» («) del término (véase: Inconsciente, B), pero se diferencian de los contenidos del sistema inconsciente por el hecho de que son accesibles a la conciencia (por ejemplo, conocimientos y recuerdos no actualizados).
Desde el punto de vista metapsicológico, el sistema preconsciente se halla regido por el proceso secundario. Está separado del sistema inconsciente por la censura*, que no permite que los contenidos y procesos inconscientes pasen al Pes sin experimentar transformaciones.
B) Dentro de la segunda tópica freudiana, el término «preconsciente» se utiliza, sobre todo, como adjetivo, para calificar lo que escapa a la conciencia actual sin ser inconsciente en sentido estricto. Desde el punto de vista sistemático, califica los contenidos y procesos relativos esencialmente al yo y también al superyó.
La distinción entre preconsciente e inconsciente es fundamental para Freud. Sin duda, con intención apologética, se apoyó en la existencia indiscutible de una vida psicológica que desborda el campo de la conciencia actual, para defender la posibilidad de un psiquismo inconsciente en general (la); y, si se toma la palabra inconsciente en el sentido que Freud llama «descriptivo» (lo que escapa a la conciencia), desaparece la distinción entre preconsciente e inconsciente. Asimismo debe entenderse fundamentalmente en sus acepciones tópica (o sistemática) y dinámica.
El concepto fue muy pronto establecido por Freud durante la elaboración de sus puntos de vista metapsicológicos (2 a). En La interpretación de los sueños {Die Traumdeutung, 1900), el sistema preconsciente se encuentra situado entre el sistema inconsciente y la conciencia; está separado del primero por la censura, que intenta prohibir a los contenidos inconscientes el camino hacia el preconsciente y la conciencia; en
el otro extremo, controla el acceso a la conciencia y a la motilidad. En este sentido, se puede unir la conciencia al preconsciente; así, Freud habla de sistema Pcs-Cs; pero, en otros pasajes de La interpretación de tos sueños, el preconsciente y lo que Freud llama el sistema percepción-conciencia se hallan claramente delimitados entre sí: esta ambigüedad obedecería a que la conciencia no se presta, como Freud señaló ulteriormente, a consideraciones estructurales (véase:Conciencia) (Ib).
Freud somete el paso del preconsciente al consciente a la acción de una «segunda censura»; pero ésta se diferencia de la censura propiamente dicha (entre les y Fes) en que selecciona más que deforma, consistiendo su función esencialmente en evitar la aparición en la conciencia de preocupaciones perturbadoras. De este modo favorece el ejercicio de la atención.
El sistema preconsciente se define, en relación con el sistema inconsciente, por la forma de su energía (energía «ligada») y por el proceso que en él se realiza (proceso secundario). Observemos, sin embargo, que esta distinción no es absoluta: al igual que ciertos contenidos del inconsciente, como señaló Freud, son modificados p>or el proceso secundario (por ejemplo, las fantasías), también los elementos preconscientes pueden ser regidos por el proceso primario (por ejemplo, restos diurnos en el sueño). De un modo más general, puede reconocerse en las operaciones preconscientes, bajo su aspecto defensivo, el dominio del principio de placer y la influencia del proceso primario.
Freud relacionó siempre la diferencia entre les y Pes al hecho de que la representación preconsciente se encuentra ligada al lenguaje verbal, a las «representaciones de palabras»*.
Añadamos que la relación entre el preconsciente y el yo es evidentemente muy estrecha. Resulta significativo el hecho de que la primera vez que Freud introduce el preconsciente, lo asimila a «nuestro yo oficial» (2 b). Y cuando, en la segunda tópica, define de nuevo el yo, aunque el sistema preconsciente no se confunda con el yo, que es parte inconsciente, se encuentra naturalmente englobado en él. Finalmente, en la instancia del superyó, recién desglosada, pueden ponerse en evidencia aspectos preconscientes.
¿Qué comprende, en lo vivido por el sujeto y, más especialmente, en la experiencia de la cura, el concepto de preconsciente? El ejemplo que más a menudo se da es el de los recuerdos no actualizados, pero que el sujeto puede evocar. De un modo más general, el preconsciente designaría lo que se halla implícitamentepresente en la actividad mental, aunque sin constituir objeto de conciencia; esto es lo que quiere decir Freud cuando define el preconsciente como «descriptivamente» inconsciente, pero accesible a la conciencia, mientras que el inconsciente está separado de la conciencia.
En El inconsciente (Das Unbewussíe, 1915), Freud califica el sistema preconsciente de «conocimiento consciente» (bewusste Kenntnis) (1 c); se trata de palabras significativas que subrayan la distinción con respecto al inconsciente: «conocimiento» implica que se trata de cierto saber concerniente al sujeto y a su mundo personal; «consciente» indica
que estos contenidos y procesos, aunque no conscientes, se adscriben al consciente desde el punto de vista tópico.
La distinción tópica se verifica, desde el punto de vista dinámico, en la cura, especialmente por el siguiente rasgo, en el que insiste D. Lagache: así como la verbalización de contenidos preconscientes puede provocar reticencias, que la regla de libre asociación tiene por objeto eliminar, el reconocimiento del inconsciente choca con resistencias, ellas mismas inconscientes, y que el análisis debe progresivamente interpretar y vencer (en el bien entendido de que las reticencias se basan casi siempre en resistencias).
(Q) Esta palabra de Freud no parece una elección muy feliz. En efecto, incluso manteniéndose en el plano de la descripción y sin recurrir a distinciones tópicas, pueden establecerse diferencias entre lo que es preconsciente y lo que es inconsciente. La expresión «inconsciente en sentido descriptivo» designa sin discriminación el conjunto de los contenidos y procesos psíquicos que tienen en común el tínico carácter, negativo, de no ser conscientes.
PREEDÍPICO
= Al.: Práoedipal. — Fr.: préoedipien. — Ing.: preoedipal. — Ir.: preedipico. — Por.: pré-edipiano.
Califica el período del desarrollo psicosexual anterior a la instauración del complejo de Edipo; en este período predomina, en ambos sexos, el lazo con la madre.
Este término no aparece hasta muy tardíamente en Freud, cuando éste se ve inducido a precisar la especificidad de la sexualidad femenina y, en particular, a insistir en la importancia, la complejidad y la duración de la relación primaria entre la niña y su madre (1 a). Tal fase existe también en el niño, pero es menos prolongada, menos rica en consecuencias y más difícil de diferenciar del amor edípico, ya que su objeto sigue siendo el mismo.
Desde el punto de vista terminológico, conviene distinguir claramente los términos «preedipico» y «pregenital»", que con frecuencia se confunden. El primero se refiere a la situación interpersonal (ausencia del triángulo edípico), mientras que el segundo alude al tipo de actividad sexual que interviene. Ciertamente, el desarrollo del Edipo conduce en principio a la instauración de la organización genital, pero sólo una concepción normativa pretende hacer coincidir la genitalidad con la plena elección de objeto correlativa del Edipo. Ahora bien, la experiencia muestra que puede existir una actividad genital satisfactoria sin un Edipo consumado, y también que el conflicto edípico puede desarrollarse en registros sexuales pregenitales.
¿Puede hablarse, en rigor, de fase preedípica, es decir, de una fase en la que existiría exclusivamente una relación dual madre-niño? Esta dificultad no escapó a Freud, quien hace observar que el padre, incluso cuando predomina la relación con la madre, se halla presente como «rival inoportuno»; según él, los hechos podrían describirse diciendo que «[...] la mujer no llega a la situación edípica positiva normal hasta
haber superado un período previo en el que impera el complejo nega
tivo» (1 b), formulación que, en opinión de Freud, tendría la ventaja de
mantener la idea de que el Edipo es el complejo nuclear de las neurosis.
Esquemáticamente puede indicarse que, a partir de este matiz de la tesis de Freud, se abren dos direcciones: o bien se pone el acento en la exclusividad de la relación dual, o bien se detectan muy precozmente manifestaciones edípicas, hasta el punto de no poder delimitar una fase propiamente preedípica.
Como ejemplo de la primera dirección puede citarse el trabajo de Ruth Mack Brunswick (2), que es el resultado de una larga colaboración con Freud y que dicha autora considera como expresión del pensamiento de éste:
1) piensa que, si bien el padre está presente en el campo psicológico, no es percibido como un rival; 2) reconoce una especificidad a la fase preedípica, que se dedica a describir, sobre todo, el predominio de la oposición actividad-pasividad.
Por el contrario, la escuela de Melanie Klein, analizando las fantasías más arcaicas, sostiene que en la relación con la madre interviene precozmente el padre, como lo indica especialmente el fantasma del pene paterno guardado en el cuerpo de la madre {véase: Imago de los padres acoplados). Con todo, cabe preguntarse si la presencia de un tercer término (falo) en la relación primitiva madre-niño justifica el describir este período como «fase precoz del Edipo». En efecto, el padre no se halla entonces presente como instancia prohibitiva (véase: Complejo de Edipo). Dentro de esta perspectiva, J. Lacan, examinando las concepciones kleinianas, habla de «triángulo preedípico» para designar la relación madre-niño-falo, interviniendo este último término como objeto fantaseado del deseo de la madre (3).
PREGENITAL
= Al: prágenital. — Fr.: prcgénital. — Ing.: pregenital. — /f.; pregenitale. — Por.: pregenital.
Adjetivo que califica las pulsiones, las organizaciones, las fijaciones, etc., que se relacionan con el período del desarrollo psicosexual en el cual no se ha establecido aún la primacía de la zona genital (véase: Organización).
La introducción de este término por Freud en La predisposición a la neurosis obsesiva (Die Disposition ziir Zwangsneurose, 1913) coincide con la de la idea de una organización libidinal anterior a la organización que se efectúa bajo la primacía de los órganos genitales. Ya es sabido que, mucho antes, Freud había reconocido la existencia de una vida sexual infantil anterior al establecimiento de esta primacía. Desde la carta a Fliess del 14-XI-97 (1), habla de zunas sexuales ulteriormente abandonadas; y en los Tres e)isayos sobre la teoria sexual (Drei Abhandlungen
zur Sexualtheorie, 1905), describe el funcionamiento originariamente anárquico de las pulsiones parciales no genitales.
El adjetivo pregenital ha alcanzado gran extensión. En el lenguaje psicoanalítico contemporáneo, no califica solamente pulsiones u organizaciones libidinales, sino fijaciones, regresiones a estos modos precoces del funcionamiento psicosexual. Se habla de neurosis pregenitales cuando predominan tales fijaciones. Se ha llegado incluso a substantivar el adjetivo y a hablar de «pregenital» como un tipo definido de personalidad.
PRINCIPIO DE CONSTANCIA
= A!.: Konstanzprinzip. — Fr.: principe de Constance. — Ing.: principie of Constance. — //..• principio di costanza. — Por.: principio de constancia.
Principio enunciado por Freud, según el cual el aparato psíquico tiende a mantener la cantidad de excitación en él contenida a un nivel tan bajo o, por lo menos, tan constante como sea posible. Esta constancia se obtiene, por una parte, mediante la descarga de la energía ya existente; por otra, mediante la evitación de lo que pudiera aumentar la cantidad de excitación, y la defensa contra este aumento.
El principio de constancia se halla en la base de la teoría económica freudiana. Se encuentra presente desde los primeros trabajos, y nunca deja de suponerse implícitamente su influencia regulando el funcionamiento del aparato psíquico: éste intentaría mantener constante la suma de las excitaciones en su interior, lo cual lograría poniendo en marcha los mecanismos de evitación frente a las excitaciones externas, y de defensa y descarga (abreacción) frente a los aumentos de tensión de origen interno. Llevadas a su última expresión económica, las más diversas manifestaciones de la vida psíquica deberían interpretarse como tentativas más o menos logradas de mantener o restablecer esta constancia.
El principio de constancia guarda estrecha relación con el principio de placer, en la medida en que el displacer puede considerarse, desde un punto de vista económico, como la percepción subjetiva de un aumento de tensión, y el placer como la disminución de dicha tensión. Sin embargo, la relación entre las sensaciones subjetivas de placer-displacer y los procesos económicos que se considera les sirven de base apareció, a la reflexión de Freud, como muy compleja; así, un aumento de tensión puede acompañarse de una sensación de placer. Tales hechos obligan a establecer que la relación entre el principio de placer y el principio de constancia no es de una simple equivalencia (véase: Principio de placer).
Al situar en los fundamentos de la psicología una ley de constancia, Freud, al igual que Breuer, no hizo más que recoger una exigencia generalmente admitida en los medios científicos de finales del siglo xix: extender a la psicología y a la psicofisiología los principios más generales de la física, en la medida en que tales principios se hallan en la base de toda ciencia. Pueden observarse varias tentativas, ya anteriores (prin
cipalmente la de Fechner, que atribuye un alcance universal a su «prin
cipio de estabilidad») (1), ya contemporáneas a las de Freud, para en
contrar en psicofisiología la intervención de una ley de constancia.
Pero, como el propio Freud hizo observar, bajo la aparente senci
llez de la palabra constancia «[...] pueden entenderse las cosas más
diversas» (2 a).
Cuando se invoca en psicología, basándose en el modelo de la física,
un principio de constancia, se hace con diferentes acepciones, que es
quemáticamente pueden agruparse como sigue:
1." Unas veces nos limitamos a aplicar a la psicología el principio de
la conservación de la energía, según el cual, en un sistema cerrado, la
suma de las energías permanece constante. El someter a este principio
los hechos psíquicos lleva a postular la existencia de una energía psí
quica o nerviosa, cuya magnitud no varía a través de las distintas trans
formaciones y desplazamientos que experimenta. Su enunciación con
duce a establecer la posibilidad de traducir los hechos psicológicos en
lenguaje energético. Se observará que este principio, constitutivo de la
teoría económica en psicoanálisis, no se sitúa al mismo nivel que el
principio regulador designado por Freud con el término «principio de
constancia». ^
2.° Otras veces el principio de constancia se entiende en un sentido que permite compararlo con el 2.° principio de la termodinámica: dentro de un sistema cerrado, las diferencias de nivel energético tienden a igualarse, de forma que el estado final ideal es el de un equilibrio. Análoga significación reviste el «principio de estabilidad» enunciado por Fechner. En una transposición de este tipo, es preciso definir el sistema que se considera: ¿se trata del aparato psíquico y de la energía que circula por su interior?, ¿se trata del sistema constituido por el conjunto: aparato psíquico-organismo, o incluso del sistema: organismo-medio? En efecto, según los casos, la noción de tendencia a la igualación puede poseer significaciones opuestas. Así, en la última hipótesis, tiene por consecuencia la reducción de la energía interna del organismo hasta conducir a éste al estado inorgánico (véase: Principio de nirvana).
3." Finalmente, el principio de constancia puede interpretarse en el sentido de una autorregulación; el sistema considerado funciona de tal forma que intenta mantener constante su diferencia de nivel energético con respecto al ambiente. Dentro de esta acepción, el principio de constancia afirma que existen sistemas relativamente cerrados (como el aparato psíquico o el organismo en conjunto) que tienden a mantener y a restablecer, mediante los intercambios con el medio exterior, su configuración y su nivel energético específicos. En este sentido, el concepto constancia se ha relacionado útilmente con el de homeostasis, establecido por el fisiólogo Cannon (a).
De esta pluralidad de acepciones, resulta difícil determinar cuál es la que coincidiría exactamente con lo que entiende Freud por principio de constancia. En efecto, las formulaciones que dio del mismo, y de las cuales el propio Freud manifestó no sentirse satisfecho (3 a), son con frecuencia ambiguas o incluso contradictorias: «[...] el aparato psíquico tiene la tendencia a mantener lo más baja posible la cantidad de excitación existente en el mismo, o por lo menos a mantenerla constante» (3 b). Freud parece atribuir a una misma tendencia «[...] la reducción, la constancia, la supresión de la tensión de excitación interna» (3 c). Ahora bien, la tendencia a reducir a cero la energía interna de un sistema no parece asimilable a la tendencia, propia de los organismos, a mantener constante, a un nivel que puede ser alto, su equilibrio con el ambiente. En efecto, esta segunda tendencia puede traducirse, según el caso, por una búsqueda de la excitación o también por una descarga de ésta.
Las contradicciones y las imprecisiones, los deslizamientos de sentido que se encuentran en los enunciados freudianos sólo podrán esclarecerse si se intenta establecer, más claramente de lo que lo hizo el propio Freud, a qué experiencia y a qué exigencia teórica responden sus tentativas, más o menos logradas, de enunciar en psicoanálisis una ley de constancia.
El principio de constancia forma parte del aparato teórico que Breuer y Freud elaboran en común alrededor de los años 1892-1895, especialmente para explicar los fenómenos que observaron en la histeria: los síntomas se atribuyen a un defecto de abreacción, y el factor de la cura se busca en una descarga adecuada de los afectos. Con todo, si comparamos dos textos teóricos debidos a la pluma de ambos autores, constataremos, bajo el aparente acuerdo, una clara diferencia de perspectivas.
En las Consideraciones teóricas de los Estudios sobre la histeria (Theoretisches in Studien über Hysterie, 1895), Breuer considera las condiciones de funcionamiento de un sistema relativamente autónomo dentro del organismo, el sistema nervioso central. Distingue dos tipos de energía en este sistema: una energía quiescente o «excitación tónica intracerebral» y una energía cinética que circula en el aparato. Lo que regula el principio de constancia es el nivel de la excitación tónica: «[...] existe en el organismo una tendencia a mantener constante la excitación intracerebral» (4). Aquí deben subrayarse tres puntos esenciales:
1.° la ley de constancia se concibe como una ley de optimum. Existe un nivel energético favorable que debe restablecerse por medio de descargas cuando tiende a aumentar, pero también por medio de una recarga (especialmente el sueño) cuando ha descendido demasiado;
2.° la constancia puede hallarse en peligro, ya sea por estados de excitación generalizados y uniformes (por ejemplo, estado de expectación intensa), ya sea por una distribución desigual de la excitación en el interior del sistema (afectos);
3.° la existencia y el restablecimiento de un nivel óptimo constituyen la condición que permite una libre circulación de la energía cinética. El funcionamiento sin trabas del pensamiento, un desarrollo normal de las asociaciones de ideas, presuponen que no esté perturbada la autorregulación del sistema.
Freud, en su Proyecto de psicología científica (Entwurf einer Psychologic, 1895), estudia también las condiciones de funcionamiento del aparato neuronal. Pero lo que plantea, desde el comienzo, no es un principio de constancia como mantenimiento de cierto nivel energético, sino un principio de inercia* neuronal, en virtud del cual las neuronas tienden a vaciarse de la cantidad de excitación, a evacuarla por completo. En consecuencia, Freud supone ciertamente la existencia de una tendencia a la constancia, pero ve en ella una «función secundaria impuesta por la necesidad de la vida», una modificación del principio de inercia: «[...] el sistema neuronal se ve forzado a abandonar la tendencia originaria a la inercia, es decir, al nivel = 0. Debe decidirse a mantener una provisión de cantidad, para satisfacer las exigencias de la acción específica. Sin embargo, la forma en que lo hace pone de manifiesto la continuación de la misma tendencia, transformada en un esfuerzo por mantener lo más bajo posible dicha cantidad y por defenderse contra sus aumentos, es decir, por mantenerla constante» (2 b). El principio de inercia regula, según Freud, el tipo de funcionamiento primario del aparato, la circulación de la energía libre. La ley de constancia, aun cuando no fue enunciada explícitamente como un principio independiente, corresponde al proceso secundario, en el cual la energía está ligada, mantenida a un determinado nivel.
Como puede verse, a pesar de utilizar un aparato conceptual que puede parecer el mismo, los modelos de Breuer y de Freud son muy distintos. Breuer desarrolla su pensamiento dentro de una perspectiva biológica que no carece de verosimilitud y que anticipa las ideas modernas acerca de la homeostasis y los sistemas de autorregulación ((3). En contraposición, la construcción freudiana puede parecer aberrante desde el punto de vista de las ciencias biológicas, en la medida en que pretende deducir un organismo, con sus aptitudes vitales, sus funciones adaptativas, sus constantes energéticas, de un principio que es la negación de toda diferencia estable de nivel.
Pero esta divergencia, por lo demás no explicitada, entre Breuer y Freud (y) es rica en significaciones. En efecto, lo que Freud considera regulado por el principio de inercia es un tipo de proceso cuya existencia se vio inducido a postular por el descubrimiento, a la sazón recentísimo, del inconsciente: el proceso primario*. Éste es descrito desde el Proyecto basándose en ejemplos privilegiados, como el sueño y la formación de síntoma, especialmente en el histérico. Lo característico del proceso primario es fundamentalmente una circulación sin trabas, un «desplazamiento fácil» (2 c). En el plano del análisis psicológico, se observa que una representación puede llegar a reemplazar completamente a otra, substrayéndole todas sus propiedades y su eficacia: «[...] la histérica que llora por A ignora que lo hace a causa de la asociación A-B, \- el propio B no desempeña ningún papel en su vida psíquica. El símbolo ha sustituido aquí por completo a la cosa» (2d). El fenómeno de un desplazamiento total de la significación de una representación a otra, la comprobación clínica de la intensidad y eficacia que presentan las representaciones sustitutivas, tienen lógicamente su expresión, según Freud, en la formulación económica del principio de inercia. La fibre circulación del sentido y el flujo total de la energía psíquica hasta su completa evacuación son, para Freud, sinónimos. Como puede verse, tal proceso es el opuesto al mantenimiento de la constancia.
Esta última fue invocada en el Proyecto, pero en el sentido de venir precisamente a moderar e inhibir la simple tendencia a la descarga absoluta. La función de ligar la energía psíquica y mantenerla a un nivel más elevado se atribuye al yo; éste realiza dicha función porque él mismo constituye un conjunto de representaciones o de neuronas en las que se mantiene un nivel constante de catexis (véase: Yo).
La filiación entre proceso primario y proceso secundario no debe comprenderse, pues, como una sucesión real, en el orden vital, como si, en la historia de los organismos, el principio de constancia hubiera venido a suceder al principio de inercia; sólo puede mantenerse a nivel de un aparato psíquico en el que Freud, desde un principio, reconoció la existencia de dos tipos de procesos, de dos principios de funcionamiento mental (8).
Como es sabido, el capitulo VII de La interpretación de los sueños {Die Traumdeutung, 1900) se basa en la existencia de tal oposición. En él desarrolla Freud la hipótesis «[...] de un aparato psíquico primitivo, cuyo trabajo viene regulado por la tendencia a evitar la acumulación de excitación y a mantenerse, en lo posible, sin excitación» (5 a). Tal principio, caracterizado por «[...] el libre flujo de las cantidades de excitación», lo denomina Freud «principio de displacer». Preside el funcionamiento del sistema inconsciente. El sistema preconsciente-consciente tiene otro modo de funcionamiento: «[...] produce, en virtud de las ca-tesis que de él emanan, una inhibición de este [libre] flujo, una transformación en catexis quiescente, sin duda con elevación del nivel» (5 b). En consecuencia, la oposición entre los modos de funcionamiento de ambos sistemas será asimilada casi siempre por Freud a la oposición entre principio de placer* y principio de realidad*. Pero si, con un deseo de aclaración conceptual, se intenta mantener una distinción entre una tendencia a reducir a cero la cantidad de excitación y una tendencia a mantener ésta a un nivel constante, se aprecia que el principio de placer correspondería a la primera tendencia, mientras que el mantenimiento de la constancia correspondería al principio de realidad.
Hasta 1920, en Más allá del principio del placer (Jenseits des Lustprinzips), Freud no formuló explícitamente un «principio de constancia». A este respecto deben subrayarse varios puntos:
1." el principio de constancia se presenta como el fundamento económico del principio de placer (3d);
2." las definiciones que de él se han propuesto implican siempre un equívoco; el de considerar equivalentes la tendencia a la reducción absoluta y la tendencia a la constancia;
3." sin embargo, la tendencia al cero, designada con el nombre de principio de nirvana*, se considera fundamental, siendo los demás principios únicamente modificaciones de aquélla;
4." al mismo tiempo que Freud parece ver actuar en «[...] la vida psíquica y quizá [en] la vida nerviosa en general» una única tendencia más
o menos modificada, introduce un dualismo fundamental e irreductible a nivel de las pulsiones, tendiendo las pulsiones de muerte* a la reducción absoluta de las tensiones, mientras que, por el contrario, las pulsiones de vida* intentan mantener y crear unidades vitales que suponen un nivel elevado de tensión. Este último dualismo (acerca del cual más de un autor ha subrayado, por lo demás, que debía interpretarse como un dualismo de principios) puede esclarecerse al ponerse en relación con algunas oposiciones fundamentales, que se hallan constantemente presentes en el pensamiento freudiano: energía libre-energía ligada*, liberación-ligazón* (Entbindung-Bindung), proceso primario-proceso secundario* (véase también: Pulsión de muerte).
Por el contrario, Freud jamás estableció plenamente la oposición que, a nivel de los principios económicos del funcionamiento mental, correspondería a las oposiciones precedentes. Si bien es bosquejada en el Proyecto, con la distinción de un principio de inercia y de una tendencia a la constancia, no constituirá la referencia explícita que permitiría quizás evitar la confusión que sigue implícita en la noción de principio de constancia.
(«) W. B. Cannon, en su libro La sabiduría del cuerpo (Wisdom of the Body, 1932), designó con el nombre de homeostasis los procesos fisiológicos mediante los cuales el cuerpo tiende a mantener constante la composición del medio sanguíneo. Describió este proceso para el contenido de la sangre en agua, cloruro sódico, glucosa, proteínas, grasa, calcio, oxígeno, iones hidrógeno (equilibrio ácido-base) y para la temperatura. Esta lista puede evidentemente ampliarse a otros elementos (minerales, hormonas, vitaminas, etc.).
Como puede verse, la idea de la homeostasis es la de un equilibrio dinámico característico del cuerpo vivo y, en modo alguno, la de una reducción de tensión a un nivel mínimo.
{P) Como es sabido, Breuer colaboró en los trabajos del neurofisiólogo Hering sobre uno de los más importantes sistemas de autorregulación del organismo, el de la respiración.
(y) Podríamos hallar vestigios de la dificultad de ambos autores en ponerse de acuerdo acerca de una formulación del principio de constancia, en las sucesivas elaboraciones que han llegado hasta nosotros de la Comunicación preliminar de los Estudios sobre la ¡listeria.
En La teoría del ataque histérico (Zur Theorie des hysterischen Anfalles, 1892), manuscrito enviado a Breuer para su aprobación, asi como en una carta dirigida a éste del 29-VI-1892 (6), Freud habla de una tendencia a «[...] mantener constante» lo que puede llamarse la «suma de excitación» en el sistema nervioso.
En la conferencia pronunciada por Freud diez días después de la publicación de la Comunicación preliminar, y publicada con el mismo título en Wiener medizinische Presse, 1893, n.° 4, Freud se refiere sólo a una tendencia a "[...] disminuir [...] la suma de excitación» (7).
Por último, en la Comunicación preliminar de los Estudios sobre la histeria, no se enuncia el principio de constancia. (*) Cierto esclarecimiento en los problemas sobre los que discrepaban Breuer y Freud, puede lograrse distinguiendo varios pianos:
1.° El nivel del organismo, regulado por mecanismos homeostáticos y que funciona según un principio único, el principio de constancia. Tal principio no sólo es válido para el organismo en conjunto, sino también para el aparato especializado que es el sistema nervioso. Éste sólo puede funcionar si en él se mantienen
y restablecen condiciones constantes. A esto se refería Breuer cuando hablaba de un nivel constante de la excitación tónica intracerebral. 2.° A nivel del psíquismohumano, que constituye el objeto de la investigación freudiana:
a) los procesos inconscientes, que, en último término, suponen un deslizamiento indefinido de las significaciones o, expresado en un lenguaje energético, un flujo totalmente libre de la cantidad de excieación;
b) el proceso secundario, tal como se observa en el sistema preconscienteconsciente, que supone una ligazón de la energía, ia cual está regulada por una cierta «forma» que tiende a mantener y a restablecer sus límites y su nivel energético: el yo.
En un primer análisis podría decirse, pues, que Breuer y Freud no consideran las mismas realidades: Breuer plantea el problema de las condiciones neurofisiológicas de un funcionamiento psíquico normal, mientras que Freud se pregunta cómo está limitado y regulado en el hombre el proceso primario.
A pesar de todo, persiste un equívoco en Freud, tanto en el Proyecto como en algunas obras posteriores, como Más allá del principio del placer: se trata del equívoco entre la deducción del proceso psíquico secundario a partir del proceso primario, y una génesis casi mítica del organismo como forma constante y que tiende a perseverar en el ser a partir de un estado puramente inorgánico.
Este equívoco fundamental del pensamiento freudiano sólo podrá interpretarse, a nuestro modo de ver, si se comprende al yo como una «forma», una Gestaltconstruida sobre el modelo del organismo o, si se prefiere, como una metáfora realizada del organismo.
PRINCIPIO DE INERCIA (NEURÓNICA)
= AL: Prinzip der Neuronentrágheit o Trágheitsprinzip. — Fr.: principe d'inertie neuronique. — Ing.: principie of neuronic inertia. — It.: principio deU'inerzia neuronica. — Por.: principio de inercia neurónica.
Principio de funcionamiento del sistema neurónico, postulado por Freud en el Proyecto de psicología científica (Entwurf eíner Psychologic, 1895): las neuronas tienden a evacuar completamente las cantidades de energía que reciben.
En el Proyecto de psicología científica, Freud enuncia un principio de inercia como principio de funcionamiento de lo que él llama entonces sistema neurónico. No utilizará esta expresión en los textos metapsicológicos ulteriores. Esta noción pertenece al período de elaboración de la concepción freudiana del aparato psíquico. Es sabido que Freud describe en el Proyecto un sistema neurónico que comporta dos conceptos fundamentales: el de neurona y el de cantidad. Se supone que la cantidad circula por el sistema, siguiendo una determinada vía entre las bifurcaciones sucesivas de las neuronas en función de la resistencia («barrera de contacto») o de la facilitación* que exista en el paso de un elemento neurónico a otro. Es evidente la analogía existente entre esta descripción, efectuada en un lenguaje neurofisiológico, y las descripciones ulteriores del aparato psíquico que también hacen intervenir dos elementos: las representaciones agrupadas en cadenas o en sistemas y la energía psíquica.
El antiguo concepto de principio de inercia tiene el interés de que
contribuye a precisar el sentido de los principios económicos fundamentales que presiden el funcionamiento del aparato psíquico.
La inercia, en física, consiste en que «[...] un punto libre de toda conexión mecánica y que no esté sometido a ninguna acción conserva indefinidamente la misma velocidad en magnitud y en dirección (incluido el caso en que esta velocidad es nula, es decir, en que el cuerpo está en reposo) (1).
1. El principio enunciado por Freud respecto al sistema neurónico presenta una indudable analogía con el principio físico de inercia. Se formula así: «Las neuronas tienden a desembarazarse de la cantidad» (2).
El modelo de un funcionamiento de este tipo lo proporciona cierta concepción del reflejo: en el arco reflejo se considera que la cantidad de excitación recibida por la neurona sensitiva se descarga totalmente en e! extremo motor. De un modo más genera!, para Freud, el aparato neurónico se comporta como si tendiera no sólo a descargar las excitaciones, sino también a mantenerse alejado de las fuentes de excitación. Respecto de las excitaciones internas, el principio de inercia ya no puede funcionar sin experimentar una profunda modificación; en efecto, para que exista descarga adecuada, es necesaria una acción específica*, que, para llevarse a cabo, exige una cierta reserva de energía.
2. Es bastante laxa la relación existente entre el empleo freudiano de la noción de principio de inercia y el que se hace en física:
a) En física, la inercia constituye una propiedad de los cuerpos en movimiento, mientras que, para Freud, no es una propiedad del móvil considerado, es decir, la excitación, sino una tendencia activa del sistema en el cual se desplazan las cantidades.
b) En física el principio de inercia constituye una ley universal, inherente a los fenómenos considerados y que puede verse actuar incluso en las manifestaciones que, para el observador corriente, la contradicen. Por ejemplo, el movimiento de un proyectil tiende aparentemente a detenerse por sí mismo, pero la física muestra que este paro es debido a la resistencia del aire y que, hecha abstracción de este factor contingente, no se discute en absoluto la validez de la ley de inercia. Por el contrario, en las transposiciones psicofisiológicas de Freud, el principio de inercia ya no es constitutivo del orden natural considerado; puede ser contrarrestado por otro modo de funcionamiento que limita su campo de aplicación, .^sí, la formación de grupos de neuronas de catexis constante supone la regulación por una ley (ley de constancia) que se opone al flujo libre de la energía. Sólo mediante una especie de deducción que apela a una finalidad, Freud puede sostener que el principio de inercia utiliza para sus fines una cierta acumulación de energía.
c) Este paso del mecanismo a la finalidad vuelve a encontrarse en el hecho de que Freud deduce del principio de la descarga de la excitación una tendencia a la evitación de toda fuente de excitación.
3. Se concibe que Freud, en la medida que intentaba mantenerse a un cierto nivel de verosimilitud biológica, se viera obligado inmediatamente a introducir considerables alteraciones en el principio de inercia. En efecto, ¿cómo podría sobrevivir un organismo que funcionase según este principio?; ¿cómo podría existir,si la noción misma de organismo supone el mantenimiento de una diferencia estable de nivel energético con respecto a su ambiente?
Sin embargo, a nuestro modo de ver, las contradicciones que se aprecian en el concepto freudiano de principio de inercia neurónica, no deben invalidar la intuición básica subyacente a su empleo. Esta intuición va ligada al descubrimiento del inconsciente; lo que Freud traduce en términos de libre circulación de energía en las neuronas no es más que la transposición de su experiencia clínica: la libre circulación del sentido que caracteriza el proceso primario*.
En tal medida, el principio de nirvana, aparece mucho más tarde en la obra de Freud, puede considerarse como una reafirmación, en un momento decisivo del pensamiento freudiano («vuelta» de los años 20), de la intuición fundamental que guiaba ya la enunciación del principio de inercia.
PRINCIPIO DE NIRVANA
= Al.: Nirwanaprinzip. — Fr.: principe de nirvana. — Ing.: Nirvana principie. — lí.; principio del Nirvana. — Por.: principio de nirvana.
Término propuesto por Barbara Low y recogido por Freud para designar la tendencia del aparato psíquico a reducir a cero o, por lo menos, a disminuir lo más posible en sí mismo toda cantidad de excitación de origen extemo o interno.
El término «nirvana», difundido en Occidente por Schopenhauer, está tomado de la religión budista, en la cual designa la «extinción» del deseo humano, la aniquilación de la individualidad, que se funde en el alma colectiva, un estado de quietud y felicidad perfectas.
En Más allá del principio del placer {Jenseits des Lustprinzips, 1920), Freud, recogiendo la expresión propuesta por la psicoanalista inglesa Barbara Low, enuncia el principio de nirvana como una «[...] tendencia a la reducción, a la constancia, a la supresión de la tensión de excitación interna» (1). Esta formulación es idéntica a la que Freud da, en el mismo texto, del principio de constancia, e implica, por consiguiente, la ambigüedad de considerar como equivalentes la tendencia a mantener constante un cierto nivel y la tendencia a reducir a cero toda excitación {para la discusión de este punto, véase: Principio de constancia).
Con todo, no es indiferente observar que Freud introduce el término «nirvana», con su resonancia filosófica, en un texto en el que se adentra ampliamente en un camino especulativo; en el nirvana hindú o schopenhaueriano Freud ve una correspondencia con la noción de pulsión de muerte*. Esta correspondencia se subraya en El problema económico del masoquismo {Das okonomische Problem des Masochismus, 1924): «El principio de nirvana expresa la tendencia de la pulsión de muerte» (2). En este sentido, el «principio de nirvana» designa algo distinto a una ley de constancia o de homeostasis: la tendencia radical a llevar la excitación al nivel cero, como Freud la había ya enunciado con el nombre de «principio de inercia»*.
Por otra parte, la noción de nirvana sugiere una profunda ligazón entre el placer y la aniquilación, ligazón que Freud consideró siempre problemática (véase:Principio de placer).
PRINCIPIO DE PLACER
= A¡.: Lustprinzip. — Fr.: principe de plaisir. — Ing.: pleasure principle. — It.: principio di placeré. — Por.: principio de prazer.
Uno de los dos principios que, según Freud, rigen el funcionamiento mental: el conjunto de la actividad psíquica tiene por finalidad evitar el displacer y procurar el placer. Dado que el displacer va ligado al aumento de las cantidades de excitación, y el placer a la disminución de las mismas, el principio de placer constituye un principio económico.
La idea de basar en el placer un principio regulador del funcionamiento mental dista de ser propia de Freud. Fechner, cuyas ideas ya es sabido hasta qué punto pudieron influir sobre Freud, había enunciado un «principio del placer de la acción» (1 a). Por él entendía, a diferencia de las doctrinas hedonistas tradicionales, no que la finalidad perseguida por la acción humana sea el placer, sino que nuestros actos vienen determinados por el placer o displacer producidos en el presente por la representación de la acción a realizar o de sus consecuencias. Hace observar también que estas motivaciones pueden no ser percibidas conscientemente: «[...] es natural que, cuando los motivos se pierden en el inconsciente, lo mismo sucede con el placer y el displacer» (1 b) (a).
Esta característica de motivación actual se encuentra también en el centro de la concepción freudiana: el aparato psíquico* viene regulado por la evitación o la evacuación de la tensión displacentera. Se observará que el principio es designado primeramente como «principio de displacer» (2 a): la motivación es el displacer actual y no la perspectiva del placer a obtener. Se trata de un mecanismo de regulación «automática» (2 b).
El concepto de principio de placer persistió sin grandes variaciones a todo lo largo de la obra freudiana. En cambio, lo que constituye un problema para Freud y recibe distintas respuestas, es la situación de este principio en relación con otras referencias teóricas.
Una primera dificultad, que ya se aprecia en la enunciación misma del principio, se relaciona con la definición del placer y del displacer. Una de las hipótesis constantes de Freud, dentro del marco de su modelo del aparato psíquico, pretende que, en los comienzos de su funcionamiento, el sistema percepción-conciencia sería sensible a una gran diversidad de cualidades provenientes del mundo exterior, mientras que del interior sólo percibiría los aumentos y disminuciones de tensión, que se traducen en una sola gama cualitativa: la escala placer-displacer (2 c) ((3). ¿Podemos entonces atenernos a una definición puramente económica, según la cual placer y displacer sólo serían la traducción cualitativa de modificaciones cuantitativas? Por otra parte, ¿cuál es la correlación exacta entre estos dos aspectos, cualitativo y cuantitativo? Freud subrayó cada vez más la dificultad que él había encontrado en dar una respuesta sencilla a este problema. Si bien, en una primera etapa, se contentó con enunciar una equivalencia entre el placer y la reducción de tensión, y entre el displacer y el aumento de esta última, muy pronto dejó de considerar esta relación como evidente y simple: «[...] no olvidemos el carácter altamente impreciso de esta hipótesis, mientras no logremos descubrir la naturaleza de la relación existente entre placer-displacer y las variaciones en las cantidades de excitación que actúan sobre la vida psíquica. Lo que es seguro es que, si tales relaciones pueden ser muy diversas, en todo caso no pueden ser muy simples» (3).
Apenas hallamos en Freud unas cuantas indicaciones referentes al tipo de función de que se trata. En Más allá del principio del placer (Jenseits des Lustprinzips,1920), señala la conveniencia de distinguir entre displacer y sentimiento de tensión: existen tensiones placenteras. «La sensación de tensión no podría relacionarse con la magnitud absoluta de la catexis, eventualmente con su nivel, mientras que la gradación placer-displacer indicaría la modificación de la cantidad de catexis en la unidad de tiempo» (4 a). Asimismo un factor temporal, el ritmo, se toma en consideración en un texto ulterior, al mismo tiempo que se vuelve a conceder valor al aspecto esencialmente cualitativo del placer (5a).
A pesar de las dificultades existentes en encontrar equivalentes cuantitativos exactos a los estados cualitativos que son el placer y el displacer, es evidente el interés que tiene, para la teoría psicoanalítica, una interpretación económica de estos estados; permite enunciar un principio válido tanto para las instancias inconscientes de la personalidad como para sus aspectos conscientes. Así, por ejemplo, el hablar de un placer inconsciente en relación con un síntoma manifiestamente penoso puede plantear objeciones a nivel de la descripción psicológica. Al situarse en el punto de vista de un aparato psíquico y de las modificaciones energéticas que en él se producen, Freud dispone de un modelo que le permite considerar cada subestructura como regulada por el mismo principio que el conjunto del aparato psíquico, dejando en suspenso el difícil problema de determinar, para cada una de estas subestructuras, la modalidad y el momento en que un aumento de tensión se vuelve efectivamente motivante como displacer sentido. Este problema, sin embargo, no fue descuidado en la obra freudiana. Fue directamente considerado, a propósito del yo, en Inhibición, síntoma y angustia (Hemmung, Symptom und Angst, 1926) (concepción de la señal de angustia* como motivo de defensa).
Otro problema que, por lo demás, no deja de hallarse en conexión con el anterior, es el referente a la relación entre placer y constancia. En efecto, incluso una vez admitida la existencia de una significación eco
nómica, cuantitativa, del placer, persiste el problema de saber si lo que Freud denomina principio de placer corresponde a un mantenimiento de la constancia del nivel energético o a una reducción radical de las tensiones al nivel más bajo. Numerosas formulaciones de Freud, que asimilan principio de placer y principio de constancia, hablan en el sentido de la primera solución. Pero, por el contrario, si se hace intervenir el conjunto de las referencias teóricas fundamentales de Freud (como se desprenden especialmente de textos como el Proyecto de psicología científica [Entwurf einer Psychologic, 1895] y Más allá del principio del placer),se aprecia que el principio de placer se halla más bien en oposición al mantenimiento de la constancia, ya sea porque corresponda al flujo libre de la energía, mientras que la constancia corresponde a la ligazón de ésta, ya sea porque, en último extremo, Freud llegue a preguntarse si el principio de placer no se encuentra «al servicio de la pulsión de muerte» (4 b, 5 b). Este problema lo discutimos más extensamente en el artículo «Principio de constancia».
El problema, frecuentemente debatido en psicoanálisis, de la existencia de un «más allá del principio de placer» sólo puede plantearse con validez una vez destacada plenamente la problemática que hace intervenir los conceptos de placer, constancia, ligazón, reducción de las tensiones a cero. En efecto, la existencia de principios o de fuerzas pulsionales que trascienden el principio de placer sólo es defendida por Freud cuando opta por una interpretación de éste que tiende a confundirlo con el principio de constancia. Cuando, por el contrario, se tiende a asimilar el principio de placer a un principio de reducción a cero (principio de nirvana), no se discute su carácter último y fundamental (véase especialmente: Pulsión de muerte).
La noción de principio de placer interviene principalmente en la teoría psicoanalítica en conexión con el de principio de realidad. Asimismo, cuando Freud enuncia en forma explícita los dos principios de funcionamiento psíquico, lo que propone es este gran eje de referencia. En un principio las pulsiones sólo buscarían descargarse, satisfacerse por los caminos más cortos. Progresivamente efectuarían el aprendizaje de la realidad, que es el único que permite, a través de los rodeos y aplazamientos necesarios, alcanzar la satisfacción buscada. En esta tesis simplificada se ve cómo la relación placer-realidad plantea un problema que a su vez depende de la significación que se atribuya, en psicoanálisis, a la palabra placer. Si entendemos esencialmente por placer la satisfacción de una necesidad, cuyo modelo lo constituiría la satisfacción de las pulsiones de autoconservación, la oposición principio de placer-principio de realidad no ofrece nada de radical, tanto más cuanto que fácilmente puede admitirse la existencia en el organismo vivo de una dotación natural, de predisposiciones que hacen del placer una guía de vida, subordinándolo a comportamientos y funciones adaptativas. Pero si el psicoanálisis ha situado en primer plano la noción de placer, lo ha hecho en un contexto totalmente distinto, en el que aparece, por el contrario, como ligado a procesos (experiencia de satisfacción), a fenómenos (el sueño) cuyo carácter arreal es evidente. Dentro de esta perspectiva, los
dos principios aparecen como fundamentalmente antagonistas, por cuanto la realización de un deseo inconsciente (Wunscherfüllung) respondería a diferentes exigencias y funcionaría según otras leyes que la satisfacción (Befriedigung) de las necesidades vitales (véase: Pulsiones de autoconservación).
(a) Resulta interesante hacer observar que Fechner no puso explícitamente en relación su «principio de placer» con su «principio de estabilidad». Freud se refiere sólo a este último.
(/8) Se trata de un modelo simplificado. En efecto, Freud se vio obligado a explicar una serie de fenómenos «cualitativos», que no provienen de una percepción externa actual: lenguaje interior, imagen-recuerdo, sueño y alucinación. En un último análisis, para él, las cualidades vienen siempre proporcionadas por una excitación actual del sistema perceptivo. Las dificultades de esta concepción (que, entre el lenguaje interior y la alucinación, apenas deja lugar para lo que, desde Sartre, se llama «imaginario») se ponen especialmente de manifiesto en la Adición metapsicológica a la teoría de los sueños (Metapsychologische Erganzung zur Traumlehre, 1915) (véase también: Huella mnémica).
PRINCIPIO DE REALIDAD
= Al.: Realitátsprinzip. — Fr.: principe de réalité. — Ing.: principie of reality. — It.: principio úi realtá. — Por.: principio de realidade.
Uno de los dos principios que, según Freud, rigen el funcionamiento mental. Forma un par con el principio del placer, al cual modifica: en la medida en que logra imponerse como principio regulador, la búsqueda de la satisfacción ya no se efectúa por los caminos más cortos, sino mediante rodeos, y aplaza su resultado en función de las condiciones impuestas por el mundo exterior.
Considerado desde el punto de vista económico, el principio de realidad corresponde a una transformación de la energía libre en energía ligada*; desde el punto de vista tópico, caracteriza esencialmente el sistema preconsciente-consclente; desde el punto de vista dinámico, el psicoanálisis intenta basar el principio de realidad sobre cierto tipo de energía pulsional que se hallaría más especialmente al servicio del yo (véase: Pulsiones del yo).
Implícito desde las primeras elaboraciones metapsicológicas de Freud, el principio de realidad es enunciado como tal en 1911 en Formulaciones sobre los dos principios del funcionamiento psíquico (Formulierungen über die zwei Prinzipien des psychischen Geschehens); desde un punto de vista genético, se relaciona con el principio de placer, al que sucede. El lactante intentaría primeramente encontrar, en forma alucinatoria, una posibilidad de descargar de un modo inmediato la tensión pulsional (véase: Experiencia de satisfacción): «[...] sólo la ausencia persistente de la satisfacción esperada, la decepción, ha conducido a abandonar esta tentativa de satisfacción por medio de la alucinación. En su lugar, el aparato psíquico hubo de decidirse a representar el estado real del mundo exterior y a buscar una modificación real. Se introduce así un nuevo principio de la actividad psíquica: lo que se representa no es más lo agradable, sino lo real, incluso aunque sea desagradable» (1 a). El principio de realidad, principio regulador del funcionamiento psíquico, aparece secundariamente como una modificación del principio de placer, que en los comienzos es el que domina; su instauración corres
ponde a una serie de adaptaciones que debe experimentar el aparato psíquico: desarrollo de las funciones conscientes, atención, juicio, memoria; sustitución de la descarga motriz por una acción encaminada a lograr una transformación apropiada de la realidad; nacimiento del pensamiento, el cual se define como una «actividad de prueba» en la que se desplazan pequeñas cantidades de catexis, lo que supone una transformación de la energía libre*, que tiende a circular sin trabas de una representación a otra, en energía ligada* (véase: Identidad de percepción-Identidad de pensamiento). El paso del principio de placer al principio de realidad no suprime, sin embargo, el primero. Por una parte, el principio de realidad asegura la obtención de las satisfacciones en lo real; por otra parte, el principio de placer continúa imperando en todo un campo de actividades psíquicas, especie de territorio reservado, entregado al fantasma y que funciona según las leyes del proceso primario*: el inconsciente*.
Tal es el modelo más general elaborado por Freud en el marco de lo que él mismo denominó «psicología genética» (Ib). Freud indica que este esquema se aplica de distinta forma según que se considere la evolución de las pulsiones sexuales o la de las pulsiones de autoconservación*. Así como éstas, en su desarrollo, llegan progresivamente a reco~ nocer de un modo' pleno el dominio del principio de realidad, las pulsiones sexuales se «educarían» con retraso y siempre en forma imperfecta. De ello resultaría, secundariamente, que las pulsiones sexuales seguirían siendo el dominio preferente del principio de placer, mientras que las pulsiones de autoconservación representarían rápidamente, dentro del aparato psíquico, las exigencias de la realidad. En definitiva, el conflicto psíquico entre el yo y lo reprimido tendría su raíz en el dualismo pulsional, correspondiendo éste al dualismo de los principios.
A pesar de su aparente simplicidad, esta concepción plantea dificultades sobre las que ya llaman la atención numerosas indicaciones dadas en su obra por el mismo Freud.
1.^ En lo que respecta a las pulsiones, resulta poco satisfactoria la idea de que pulsiones sexuales y pulsiones de auíoconservación evolucionan según un mismo esquema. Es difícil ver cuál sería para las pulsiones de autoconservación esta primera etapa regulada únicamente por el principio de placer: ¿no se hallan orientados desde un principio hacia el objeto real satisfactorio, como el propio Freud indicó para diferenciarlas de las pulsiones sexuales? (2). Y a la inversa, el nexo entre la sexualidad* y la fantasía* es tan fundamental que la idea de un aprendizaje progresivo de la realidad resulta aquí muy discutible, como atestigua, por lo demás, la experiencia analítica.
A menudo se ha planteado la cuestión de cómo el niño, si es capaz de satisfacerse a voluntad en forma alucinatoria, ha de recurrir alguna vez a buscar un objeto real. Este difícil problema se esclarece mediante la concepción que hace surgir la pulsión sexual de la pulsión de autoconservación en una relación doble de apoyo* y de separación. Esquemáticamente, las funciones de autoconservación ponen en marcha dispositivos de comportamiento, esquemas perceptivos que desde unprincipio apuntan, aunque sea en forma torpe, hacia un objeto real adecuado (el pecho, el alimento). La pulsión sexual nace de forma marginal durante la realización de esta función natural; sólo se vuelve verdaderamente autónoma en el movimiento que lo separa de la función y del objeto, repitiendo el placer en forma de autoerotismo* y apuntando en lo sucesivo a las representaciones electivas que se organizan en forma de fantasía. Desde este punto de vista, como puede apreciarse, la ligazón entre los dos tipos de pulsiones consideradas y los dos principios, no constituye en modo alguno una adquisición secundaria: desde el comienzo existe un íntimo nexo entre autoconsen'ación y realidad; y a la inversa, el momento en que emerge la sexualidad coincide con el de la fantasía y la realización alucinatoria del deseo.
2."^ A menudo se ha atribuido a Freud, y se ha criticado, la idea de que el ser humano debería salir de un hipotético estado en el que realizaría una especie de sistema cerrado consagrado sólo al placer «narcisista»*, para llegar, no se sabe por qué camino, a la realidad. Esta suposición es desmentida por varias formulaciones freudianas: desde un principio existe, por lo menos en ciertos sectores, especialmente el de la percepción, un acceso a lo real. ¿Esta contradicción no tiene su origen en el hecho de que, en el campo de la investigación psicoanalítica, la problemática de lo real se plantea en términos totalmente distintos de los de una psicología que tiene por objeto el análisis del comportamiento del niño? Lo que Freud establecería indebidamente como una generalidad válida para el conjunto de la génesis del sujeto humano, recobraría su valor al nivel, desde un principio arreal, del deseo inconsciente. En la evolución de la sexualidad humana, en su estructuración por el complejo de Edipo*, Freud busca las condiciones del acceso a lo que él denomina «pleno amor de objeto». Difícilmente puede captarse la significación de un principio de realidad capaz de modificar el curso del deseo sexual aparte de esta referencia a la dialéctica del Edipo y a las identificaciones* correlativas de éste (véase: Objeto).
3^ Freud atribuye un papel importante a la noción de prueba de realidad*, aunque no elaboró nunca una teoría coherente de ella ni mostró bien su relación con el principio de realidad. En el empleo de este concepto se ve todavía de un modo más manifiesto cómo puede abarcar dos direcciones muy distintas de pensamiento; una teoría genética del aprendizaje de la realidad, de un sometimiento de la pulsión a la prueba de la realidad (como si aquél procediera por «ensayos y errores») y una teoría casi trascendental que trata de la constitución del objeto a través de toda una serie de oposiciones: interior-exterior, placentero-displacentero, introyección-proyección. {Para la discusión de este problema, véase: Prueba de realidad y Yo-placer, Yo-realidad.)
4.^ En la medida en que Freud, con su última tópica, define el yo como una diferenciación del elle que resultaría del contacto directo con la realidad exterior, hace de él la instancia cuya misión sería garantizar el imperio del principio de realidad. El yo «[...] intercala, entre la reivindicación pulsional y la acción que procura la satisfacción, la actividad de pensamiento, que, orientada en el presente y utilizando las experiencias anteriores, intenta adivinar, mediante acciones de prueba, el resul
tado de los proyectos considerados. De este modo el yo llega a descubrir si la tentativa de obtener la satisfacción debe efectuarse o aplazarse, o si la exigencia pulsional no debe ser simplemente suprimida como peligrosa {principio de realidad)» (3). Esta formulación representa la expresión más franca de la tentativa de Freud de hacer depender del yo las funciones adaptativas del individuo (véase: Yo, comentario VI). Esta concepción despierta dos tipos de reservas: por una parte, no es seguro que el aprendizaje de las exigencias de la realidad deba atribuirse enteramente a una instancia de la personalidad psíquica cuya génesis y función se hallan también marcadas por identificaciones y conflictos; por otra, en el campo propio del psicoanálisis, la noción de realidad ¿no ha sido profundamente renovada por descubrimientos tan fundamentales como la del complejo de Edipo y la de una constitución progresiva del objeto libidinal? Lo que en psicoanálisis se entiende por «acceso a la realidad» no puede reducirse a la idea de un poder de discriminación entre lo irreal y lo real ni a la de una puesta a prueba de los fantasmas y deseos inconscientes al contacto con un mundo exterior que, en definitiva, sería el único soberano.
PROCESO PRIMARIO, PROCESO SECUNDARIO
= Al.: Primárv'organg, Sekundárvorgang. — Fr.: processus primaire, processus secondaire. — Ing.: primary process, secondary process — It.: processo primario, processo secondario. — Por.: processo primario, processo secundario.
Son los dos modos de funcionamiento del aparato psíquico, tal como fueron descritos por Freud. Pueden ser radicalmente distinguidos:
a) desde el punto de vista tópico: el proceso primario caracteriza el sistema inconsciente, mientras que el proceso secundario caracteriza el sistema preconscienteconsciente.
b) desde el punto de vista económico-dinámico: en el caso del proceso primario, la energía psíquica fluye libremente, pasando sin trabas de una representación a otra según los mecanismos del desplazamiento y de la condensación; tiende a recatectizar plenamente las representaciones ligadas a las experiencias de satisfacción constitutivas del deseo (alucinación primitiva). En el caso del proceso secundario, la energía es primeramente «ligada» antes de Huir en forma controlada; las representaciones son catectizadas de una forma más estable, la satisfacción es aplazada, permitiendo así experiencias mentales que ponen a prueba las distintas vías de satisfacción posibles.
La oposición entre proceso primario y proceso secundario es correlativa de la existente entre principio de placer y principio de realidad.
La distinción freudiana entre proceso primario y proceso secundario es contemporánea del descubrimiento de los procesos inconscientes, al que aporta su primera expresión teórica. Se presenta a partir del Proyecto de psicología científica (Entwurf einer Psychologic, 1895), es desarrollada en el capítulo VII de La interpretación de los sueños (Die Traiimdeutung, 1900) y continuará siendo una referencia inmutable del pensamiento freudiano.
El estudio de la formación de los síntomas y el análisis de los sue
ños conducen a Freud a reconocer un tipo de funcionamiento mental que presenta sus mecanismos propios, regido por ciertas leyes y muy diferente de los procesos de pensamiento que se ofrecen a la observación psicológica tradicional. Este modo de funcionamiento, que el sueño pone especialmente en evidencia, no se caracteriza, como afirmaba la psicología clásica, por una ausencia de sentido, sino por un deslizamiento incesante de éste. Los mecanismos que intervienen son, por una parte, el desplazamiento*, en virtud del cual a una representación, a menudo de apariencia insignificante, puede atribuírsele el valor psíquico, la significación, la intensidad originalmente atribuidas a otra; por otra parte, la condensación*: en una representación única pueden confluir todas las significaciones expresadas por las cadenas asociativas que vienen a cruzarse en ella. La sobredeterminación* del síntoma ofrece otro ejem
plo de este modo de íuncionamiento propio del inconsciente.
También fue el modelo del sueño el que condujo a Freud a postular que el objetivo del proceso inconsciente consistía en establecer, por las vías más cortas, una identidad de percepción*, a saber, reproducir, en forma alucinatoria, las representaciones a las que ha conferido un valor privilegiado la experiencia de satisfacción* original.
En oposición a tal tipo de funcionamiento mental, pueden describirse como procesos secundarios las funciones clásicamente descritas en psicología como el pensamiento vigil, la atención, el juicio, el razonamiento, la acción controlada. En el proceso secundario, lo que se busca es la identidad de pensamiento*: «El pensamiento debe interesarse en las vías de ligazón entre las representaciones, sin dejarse engañar por su intensidad» (1). Desde este punto de vista, el proceso secundario constituye una modificación del proceso primario. Cumple una función reguladora, que se ha vuelto posible por la constitución del yo, cuyo principal papel consiste en inhibir el proceso primario (véase: Yo). Con todo, no pueden describirse como proceso secundario todos los procesos en los que interviene el yo. Desde un principio Freud señaló cómo el yo sufría la influencia del proceso primario, especialmente en los tipos de defensa patológicos. En tales casos, el carácter primario de la defensa se caracteriza clínicamente por su aspecto compulsivo y, en términos económicos, por el hecho de que la energía puesta en juego busca descargarse de forma total, inmediata, por las vías más cortas (a):
«La catexis del deseo que llega hasta la alucinación, el pleno desarrollo de displacer que implica que la defensa sea plenamente consumida, los designamos con el término procesos psíquicos primarios; por el contrario, los procesos que hacen posible únicamente una buena catexis del yo y que representan una moderación de los anteriores, los designamos como procesos psíquicos secundarios» {2 a).
La oposición entre proceso primario y proceso secundario corresponde a la existente entre los dos modos de circulación de la energía psíquica: energía libre y energía ligada*. Asimismo guarda un paralelismo con la oposición entre principio de placer y principio de realidad*.
Los términos «primario» y «secundario» poseen implicaciones temporales, es decir, genéticas. Estas implicaciones se acentúan en Freud dentro del marco de la segunda teoría del aparato psíquico, en la cual el
yo se define como el resultado de una diferenciación progresiva con
respecto al ello*.
Pero el problema se halla presente ya desde el primer modelo teórico freudiano. Así, en el Proyecto, los dos tipos de procesos parecen corresponder, no solamente a los modos de funcionamiento a nivel de la representación, sino a dos etapas en la diferenciación del aparato neuronal e incluso en la evolución del organismo. Fraud distingue una «función primaria», en la que el organismo, y aquella parte especializada del mismo que es el sistema neuronal, funcionan según el modelo del «arco reflejo»: descarga inmediata y total de la cantidad de excitación, y una «función secundaria»: huida de las excitaciones extemas, acción específica que es la única capaz de poner término a la tensión interna y que presupone un cierto almacenamiento de energía: «[...] todas las realizaciones del sistema neuronal deben ser consideradas ya desde el punto de vista de la función primaria, ya desde el de la función secundaria impuesta por la necesidad de la vida [Not des Lebens] (2b). Difícilmente Freud podía escapar a lo que se le aparecía como una exigencia científica fundamental: insertar su descubrimiento de los procesos psíquicos primario y secundario en una concepción biológica que hace intervenir los modos de respuesta de un organismo al aflujo de excitación. Esta tentativa trae como consecuencia afirmaciones poco sostenibles desde el punto de vista biológico: por ejemplo, el arco reflejo concebido como transmitiendo a su extremidad motriz la misma cantidad de excitación que ha recibido en su extremidad sensorial, o, a un nivel más fundamental, la idea de que un organismo atraviese una etapa durante la cual funcionaría según el único principio de la evacuación total de la energía que recibe, de tal forma que, paradójicamente, sería la «necesidad de la vida» la que posibilitaría el advenimiento del ser vivo {véase: Principio de constancia).
Con todo, se observará que, incluso cuando Freud se halla más cerca de sus modelos biológicos, no asimila las «funciones» primaria y secundaria del organismo a los «procesos» primario y secundario, de los cuales hace dos modalidades de funcionamiento del psiquismo, del sistema i/í (2 c).
(<») En el Proyecto, Freud califica asimismo el proceso primario de proceso «pleno» o total (voll).
PROTECTOR O PROTECCIÓN CONTRA LAS EXCITACIONES
= Al.: Reizschutz. — Fr.: pare-excitations. — Ing.: protective shield. — It.: apparato protettivo contro lo stimolo. — Par.: páraexcitagóes.
Término utilizado por Freud, dentro del marco de un modelo pslcofisiológlco, para designar una determinada función y el aparato que le sirve de soporte. La función consiste en proteger (schützen) al organismo contra las excitaciones provenientes del mundo exterior que, por su intensidad, ofrecerían el peligro de destruirlo. Este aparato se concibe como una capa superficial que envuelve al organismo y Ritra pasivamente las excitaciones.
El término Reizschutz significa literalmente protección contra la excitación; Freud lo introduce en Más allá del principio del placer (Jenseits des Lutsprinzips,1920) y lo utiliza especialmente en Nota sobre el «bloc de notas mágico» (Notiz über den «Wunderblock», 1925) en Inhibición, síntoma y angustia (Hemmung, Symptom und Angst, 1926) para explicar una función protectora y, sobre todo, para designar un aparato especializado. Los traductores ingleses y franceses no siempre recurren al mismo término para estos diversos empleos. Nosotros consideramos preferible, para hacer resaltar mejor el concepto, buscar un equivalente del término freudiano, y proponemos el de protector contra las excitaciones.
Desde el Proyecto de psicología científica (Entwurf einer Psychologic, 1895), Freud postula la existencia de aparatos protectores frente a las excitaciones externas (Quantitátsschirme). Las cantidades de energía que actúan en el mundo exterior no son del mismo orden de magnitud que las que el aparato psíquico tiene por función descargar: de ahí la necesidad de que existan, en el límite entre lo externo y lo interno, «aparatos de terminación nerviosa» que «[...] sólo dejen pasar fracciones de las cantidades exógenas» (1). Frente a las excitaciones provenientes del interior del cuerpo, tales aparatos serían innecesarios, ya que las cantidades de energía que aquí intervienen son desde un principio del mismo orden de magnitudes que las que circulan entre las neuronas.
Observemos que Freud relaciona la existencia de aparatos protectores con la tendencia originaria del sistema neuronal a mantener la cantidad a cero(Tragheitsprinzip: Principio de inercia*).
En Más allá del principio del placer, Freud se basa, para ofrecer una teoría del trauma, en la representación simplificada de una vesícula viva. Ésta, para subsistir, debe rodearse de una capa protectora que pierde sus cualidades de substancia viva y se convierte en una barrera cuya función consiste en proteger la vesícula frente a las excitaciones exteriores, incomparablemente más intensas que las energías internas del sistema, aunque dejándolas pasar en una relación proporcional a su intensidad, de forma que el organismo reciba informaciones del mundo exterior. Dentro de esta perspectiva, el trauma puede definirse, en su primer tiempo, como una efracción, sobre una amplia extensión del protector contra las excitaciones.
Esta hipótesis de un protector contra las excitaciones forma parte de una concepción tópica: por debajo de esta capa protectora se encuentra una segunda capa, la capa receptora, definida en Más allá del principio del placer como el sistema Percepción-Conciencia. Freud comparará esta estructura por pisos a la de un «bloc de notas mágico».
Se observará que, si Freud, en los textos citados, niega la existencia de una protección frente a las excitaciones internas, ello se debe a que describe el aparato psíquico en una fase lógicamente anterior a la constitución de las defensas.
¿Qué sentido debe darse al protector contra las excitaciones? Para responder a esta pregunta, sería necesario tratar en su conjunto el problema del valor que debe concederse a los modelos fisiológicos. Limitémonos a señalar que frecuentemente Freud le atribuye una significación material: en el Proyecto alude a los órganos sensoriales receptores; en Más allá del principio del placer sitúa los órganos de los sentidos bajo «el protector contra las excitaciones de todo el cuerpo(allgemeiner Reizschutz)», que aparece entonces como un tegumento (2). Pero también atribuye al protector contra las excitaciones una significación psicológica más amplia, que no implica un soporte corporal determinado, hasta reconocerle un papel puramente funcional: la protección contra la excitación viene asegurada por una catexis y un retiro de la catexis periódicos del sistema percepción-conciencia. Así, éste sólo extraería «muestras» del mundo exterior. El fraccionamiento de las excitaciones sería entonces el resultado, no de un dispositivo puramente espacial, sino de un modo de funcionamiento temporal que garantizaría una «inexcitabilidad pediódica» (3).
PROYECCIÓN
= Al: Projektion. — Fr.: projection. — Ing.: projection. — It.: proiezione. — Por.: proje^áo.
A) Término utilizado, en un sentido muy general, en neurofisiología y en psicología para designar la operación mediante la cual un hecho neurológlco o psicológico se desplaza y se localiza en el exterior, ya sea pasando del centro a la periferia, ya sea del sujeto al objeto. Este sentido implica acepciones bastante diferentes(véase: Comentario).
B) En sentido propiamente psicoanalítico, operación por medio de la cual el sujeto expulsa de sí y localiza en el otro (persona o cosa) cualidades, sentimientos, deseos, incluso «objetos», que no reconoce o que rechaza en sí mismo. Se trata de una defensa de origen muy arcaico que se ve actuar particularmente en la paranoia, pero también en algunas formas de pensamiento «normales», como la superstición.
I. La palabra proyección tiene en la actualidad un empleo muy extenso, tanto en psicología como en psicoanálisis; comporta diversas acepciones que se distinguen mal unas de otras, como hemos señalado a menudo. Conviene enumerar, manteniéndonos primeramente en un plano semántico, lo que se quiere significar por «proyección»;
a) En neurología se habla de proyección en un sentido que deriva del de la geometría, donde esta palabra designa una correspondencia punto por punto entre, por ejemplo, una figura en el espacio y una figura plana. Así, se dice que una determinada zona cerebral constituye la proyección de cierto aparato somático, receptor o efector: con ello se designa una correspondencia que puede establecerse según leyes definidas, ya sea punto por punto, ya sea de estructura a estructura, y tanto en una dirección centrípeta como centrífuga.
b) Una segunda acepción deriva de la anterior, si bien implica un movimiento del centro a la periferia. Así, en lenguaje psicofisiológico, se dice que las sensaciones olfativas, por ejemplo, se localizan por proyección a nivel del aparato receptor. En este mismo sentido Freud habla de una «sensación de comezón o de excitación de origen central proyectada en la zona erógena periférica» (1). Dentro de esta perspectiva, pue
mejor demuestra que Freud no usa la palabra proyección en el sentido de una simple asimilación del otro a sí mismo. En efecto, muy a menudo se ha intentado explicar las creencias animistas por la supuesta incapacidad de los primitivos de concebir la naturaleza de forma distinta según un modelo humano; asimismo, refiriéndose a la mitología, se dice con frecuencia que los antiguos «proyectaban» sobre las fuerzas de la naturaleza las cualidades y pasiones humanas. Freud (y ésta es su principal aportación) sostiene que una tal asimilación tiene su origen y su fin en un desconocimiento: los «demonios», los «aparecidos» encarnarían los malos deseos inconscientes.
III. En la mayoría de las ocasiones en que Freud habla de proyección, evita tratar el problema en su conjunto. Da una explicación de ello en el Caso Schreber:«[...] dado que la comprensión de la proyección implica un problema psicológico más general, nos decidimos a dejar de lado, para estudiarlo en otro lugar, el problema de la proyección y, junto con éste, el mecanismo de la formación del síntoma paranoico en general» (5 b). Tal estudio es posible que fuera escrito, pero jamás fue publicado. Con todo, en varios trabajos Freud dio indicaciones sobre la metapsicología de la proyección. Los elementos de su teoría y los problemas que ésta plantea podrían agruparse del siguiente modo:
1) La proyección encuentra su principio más general en la concepción freudiana de la pulsión. Ya es sabido que, según Freud, el organismo se halla sometido a dos tipos de excitaciones generadoras de tensión: unas de Jas que puede huir y protegerse, y otras de las que no puede escapar y frente a las que no existe, en principio, un aparato protector o «protección contra las excitaciones»*. Tal es el primer criterio de lo interior y de lo exterior. La proyección aparece entonces como el medio de defensa originaria frente a las excitaciones internas que por su intensidad se convierten en excesivamente displacenteras: el sujeto las proyecta al exterior, lo que le permite huir (precaución fóbica, por ejemplo) y protegerse de ellas. Existe «[...] una tendencia a tratarlas como si no actuasen desde el interior, sino desde el exterior, para poder utilizar contra ellas el medio de defensa representado por el protector contra las excitaciones. Tal es el origen de la proyección» (10). Tal beneficio tiene como contrapartida el hecho de que, como hizo observar Freud, el sujeto se ve obligado a conceder pleno crédito a lo que, en lo sucesivo, queda sometido a las categorías de lo real (4 c).
2) Freud atribuye un papel esencial a la proyección, asociada a la introyección*, en la génesis de la oposición sujeto (yo)-objeto (mundo exterior). El sujeto «[...] incorpora a su yo los objetos que se le presentan en tanto que son fuente de placer, los introyecta (según expresión de Ferenczi) y, por otra parte, expulsa de él lo que en su propio interior es motivo de displacer (mecanismo de la proyección)» (11). Este proceso de introyección y de proyección se expresa «en el lenguaje de la pulsión oral» (9 b), por la oposición ingerir-rechazar. Es ésta la etapa de lo que Freud denominó el «yo-placer purificado» {véase: Yo placer. Yo realidad). Los autores que consideran esta concepción freudiana en una perspectiva cronológica se preguntan si el movimiento proyecciónintroyección presupone la diferenciación entre dentro y fuera, o si aquél constituye a ésta. Así, escribe Anna Freud: «Creemos que la introyección y la proyección aparecen en la época siguiente a la diferenciación del yo con respecto al mundo exterior» (12). Se opone, por lo tanto, a la escuela de Melania Klein, que sitúa en primer plano la dialéctica de la introyección-proyección del objeto* «bueno» y «malo» y ve en ésta el verdadero fundamento de la diferenciación entre interior y exterior.
IV. Así, pues, Freud indicó ya cuál era, en su opinión, el ámbito metapsicológico de la proyección. Pero su concepción deja sin resolver una serie de problemas fundamentales, que no encuentran en sus obras una respuesta unívoca.
1) La primera dificultad se refiere a lo que se proyecta. Con frecuencia Freud describe la proyección como la deformación de un proceso normal que nos induce a buscar en el mundo exterior la causa de nuestros afectos: así es como parece concebir la proyección cuando se ocupa de ella en el caso de la fobia. Por el contrario, en el análisis del mecanismo paranoico, como se encuentra en el estudio del Caso Schreber, la apelación a la causalidad aparece como una racionalización a posteriori de la proyección: «[...] la afirmación "yo lo odio" se transforma por proyección en esta otra: "él me odia" (él me persigue), lo cual entonces me dará derecho a odiarlo» (5 c). En este caso es el afecto de odio (podríamos decir, la pulsión misma) lo que se proyecta. Finalmente, en algunos textos metapsicológicos, como Las pulsiones y sus destinos {Triebe und Triebschicksale, 1915) y La negación (Die Verneinung, 1925), es lo «odiado», lo «malo» lo que se proyecta. Nos acercamos aquí a una concepción «realista» de la proyección, que adquirirá su pleno desarrollo en
M. Klein: para ésta, lo que se proyecta es el objeto «malo» (fantaseado), como si la pulsión o el afecto, para poder ser verdaderamente expulsados, debieran encarnarse necesariamente en un objeto.
2) Otra gran dificultad se pone de manifiesto en la concepción freudiana de la paranoia. En efecto, Freud no siempre sitúa en el mismo lugar la proyección en el conjunto del proceso defensivo de esta enfermedad. En los primeros trabajos en que trata de la proyección paranoica, la concibe como un mecanismo de defensa primario, cuya naturaleza se esclarece por oposición a la represión, que actúa en la neurosis obsesiva: en esta neurosis, la defensa primaria consiste en una represión en el inconsciente del conjunto del recuerdo patógeno y en la sustitución de éste por un «síntoma primario de defensa», la desconfianza de sí mismo. En la paranoia, la defensa primaria debe comprenderse en forma simétrica a la anterior: también hay represión, pero hacia el mundo exterior, y el síntoma primario de defensa lo constituye la desconfianza de los demás. El delirio se concibe como el fracaso de esta defensa y como el «retorno de lo reprimido», que vendría del exterior (4 d).
En el Caso Schreber, el lugar que ocupa la proyección es muy distinto; ésta se describe en el tiempo de la «formación del síntoma». Tal concepción llevaría a relacionar el mecanismo de la paranoia con el de
PRUEBA DE REALIDAD
= AL: Realitátsprüfung. — Fr.: épreuve de réalité. — Ing.: realitytesting. — ¡t.: esame di realtá. — Por.: prova de realidade.
Proceso postulado por Freud, que permite al sujeto distinguir los estímulos procedentes del mundo exterior de los estímulos internos, y prevenir la posible confusión entre lo que el sujeto percibe y lo que meramente se representa, confusión que se hallaría en el origen de la alucinación.
El término Realitátsprüfung no aparece hasta 1911 en Formulaciones sobre los dos principios del funcionamiento psíquico (Formulierung über die zwei Prinzipien des psychischen Geschehens), pero el problema que comporta se planteó a partir de los primeros escritos teóricos de Freud.
Uno de los presupuestos fundamentales del Proyecto de \%95 es el de que, en su origen, el aparato psíquico no dispone de un criterio para distinguir entre unarepresentación, fuertemente catectizada, del objeto satisfactorio (véase: Experiencia de satisfacción) y la percepción de éste. Ciertamente, la percepción (que Freud adscribe a un sistema especializado del aparato neuronal) se halla en relación directa con los objetos exteriores reales y proporciona «signos de realidad», pero éstos pueden igualmente ser provocados por la catexis de un recuerdo, la cual, cuando es lo bastante intensa, conduce a la alucinación. Para que el signo de realidad (también llamado signo de cualidad) posea el valor de un criterio cierto, es necesario que se produzca una inhibición de la catexis del recuerdo o de la imagen, lo que supone la constitución de un yo.
Como puede verse, en esta etapa del pensamiento freudiano, no es una «prueba» lo que decide sobre la realidad de lo que se representa, sino un modo de funcionamiento interno del aparato psíquico. En La interpretación de los sueños (Die Traumdeutung, 1900), el problema se plantea en términos similares: la realización alucinatoria del deseo, especialmente en el sueño, se concibe como el resultado de una «regresión» tal que el sistema perceptivo se encuentra cargado por las excitaciones internas.
Solamente en el Complemento metapsicológico a la teoría de los sueños (Metapsychologische Erganzung zur Traumlehre, 1917) se discute el problema en forma más sistemática:
1." ¿Cómo una representación, en el sueño y en la alucinación, implica la creencia en su realidad? La regresión únicamente constituye una explicación en la medida en que existe no sólo una recatectización de imágenes mnémicas, sino también del propio sistema Pc-Cs.
 La prueba de realidad se define como un dispositivo (Einrichtung) que permite efectuar una discriminación entre las excitaciones externas, que pueden ser controladas por la acción motriz, y las excitaciones internas, que aquélla no puede suprimir. Este dispositivo se adscribe al sistema Cs, en tanto que éste gobierna la motilidad; Freud lo incluye «entre las grandes instituciones del yo» (1 a) (a).
3." La prueba de realidad puede dejar de funcionar en las enfermedades alucinatorias y en el sueño, en la medida en que la desviación parcial o total de la realidad es correlativa de un estado de retiro de la catexis del sistema Cs: éste se encuentra entonces libre para cualquier catexis que le llegue desde dentro. «Las excitaciones que [...] han seguido la vía de la regresión encuentran esta vía libre hasta el sistema Cs, en el que adquirirán el valor de una realidad incontestable»(Ib).
Al parecer coexisten en este texto dos concepciones distintas de lo que permite discriminar entre percepción y representación de origen interno. Por una parte, una concepción económica: la diversa distribución de las catexis entre los sistemas explica la diferencia entre el sueño y el estado de vigilia. Por otra parte, dentro de una concepción más empirista, tal discriminación se efectuaría mediante una exploración motriz.
En uno de sus últimos trabajos, Esquema del psicoanálisis (Abriss der Psychoanalyse, 1938), Freud vuelve a este problema. La prueba de realidad se define como un «dispositivo especial» que sólo se vuelve necesario cuando ha aparecido la posibilidad de que los procesos internos informen a la conciencia en forma distinta a las simples variaciones cuantitativas de placer y de displacer (2 a). «Dado que las huellas mnémicas, sobre todo por su asociación a los restos verbales, pueden volverse conscientes al igual que las percepciones, subsiste aquí una posibilidad de confusión capaz de conducir a un desconocimiento de la realidad. El yo se protege de ella haciendo intervenir el dispositivo de prueba de realidad [...]» (2 b).
En este texto, Freud se aplica en deducir la razón de ser de la prueba de realidad, pero no a describir en qué consiste.
El término «prueba de realidad», muy a menudo utilizado en la literatura psicoanalítica con aparente acuerdo sobre su sentido, sigue siendo, de hecho, impreciso y confuso: se emplea en relación con diversos problemas, que conviene distinguir:
L Si nos atenemos estrictamente a la formulación de Freud:
1.° la prueba de realidad es la más generalmente invocada a propósito de la distinción entre alucinación y percepción;
2.° no obstante, sería un error suponer que la prueba de realidad sea capaz de efectuar para el sujeto la discriminación entre la alucinación y la percepción. Cuando se ha instaurado el estado alucinatorio o el sueño, ninguna «prueba» permite suprimirlos. Parece, pues, que en los casos en los que la prueba de realidad debería teóricamente desempeñar una función discriminativa, se halla desprovista de eficacia (así, en el paciente alucinado, la acción motriz resulta inútil como medio de distinguir lo subjetivo de lo objetivo);
3." en consecuencia, Freud se vio inducido a determinar las condiciones capaces de evitar la aparición misma del estado alucinatorio, es decir, de impedir el paso de la reviviscencia de la imagen a la creencia en la realidad de ésta. Pero aquí no se trata ya de una «prueba», ya que esta palabra lleva implícita la idea de una tarea que se desarrolla en el tiempo y que es susceptible de aproximación, ensayos y errores. Freud recurre entonces como principio explicativo a un conjunto de condiciones metapsicológicas, fundamentalmente económicas y tópicas.
II. Para salir de esta aporía, se podría intentar ver en el modelo freudiano de la satisfacción alucinatoria del lactante, no vma explicación del hecho alucinatorio como aparece en clínica, sino una hipótesis genética en relación con la constitución del yo a través de las distintas modalidades de la oposición entre el yo y el no-yo.
Si se intenta esquematizar, con Freud, esta constitución (véase: Yo-placer, yo-realidad), pueden reconocerse en ella tres tiempos: un primer tiempo en el que el acceso al mundo real se halla fuera de toda problemática; «el yo-realidad del comienzo distingue lo interior de lo exterior según un buen criterio objetivo» (3). Existe una «ecuación percepción-realidad (mundo exterior)» (2 c). «Al principio, la existencia de la representación es una garantía de la realidad de lo representado» (4 a), mientras que, desde el interior, el yo sólo es informado, por las sensaciones de placer y de displacer, de los cambios cuantitativos de la energía pulsional.
En un segundo tiempo, llamado del «yo-placer», el par antitético ya no es el de lo subjetivo y lo objetivo, sino el de lo placentero y lo displacentero, siendo el yo idéntico a todo lo que constituye una fuente de placer, y el no-yo a todo lo displacentero. Freud no relaciona explícitamente esta etapa con la de la satisfacción «alucinada», pero parece que se está autorizado a hacerlo, puesto que, para el «yo-placer» no existe un criterio que permita distinguir si la satisfacción está o no ligada a un objeto exterior.
El tercer tiempo, denominado «yo-realidad definitivo» sería correlativo a la aparición de una distinción entre lo que es simplemente «representado» y lo que es «percibido». La prueba de realidad sería lo que permitiría esta distinción, y por su medio la constitución de un yo que se diferencia de la realidad exterior en el movimiento mismo que lo instituye como realidad interna. Así, en La negación (Die Verneinung, 1925), Freud describe la prueba de realidad como algo que se halla en el principio del juicio de existencia (que afirma o niega que una representación tenga su correlato en la realidad). Esta prueba se ha vuelto necesaria por el hecho de que «[...] el pensamiento posee la capacidad de traer de nuevo a presencia, por su reproducción en la representación, algo que ha sido percibido en otro momento, sin necesidad de que el objeto exista todavía en el exterior» (4 b).
III. Bajo el término «prueba de realidad» parecen confundirse también dos funciones bastante distintas: una, fundamental, que consistiría en diferenciar lo que es simplemente representado de lo que es percibido y, por ende, instituiría la diferenciación entre el mundo interior y eí mundo exterior; la otra consistiría en comparar lo objetivamente percibido con lo representado, con vistas a rectificar las eventuales deformaciones de esto último. El propio Freud incluyó estas dos funciones bajo el mismo epígrafe de prueba de realidad (4 c). Así, llama prueba de realidad no solamente la acción motriz, única capaz de asegurar la distinción entre lo externo y lo interno (1 c), sino también, como, por ejemplo, en el caso del duelo, el hecho de que el sujeto, enfrentado a la pérdida del objeto amado, aprende a modificar su mundo personal, sus proyectos, sus deseos, en función de esta pérdida real.
Dicho esto, Freud no explícito en ningún sitio tal distinción, y al parecer, en el empleo actual, ha persistido o incluso se ha reforzado la confusión inherente al concepto «prueba de realidad». En efecto, esta expresión puede inducir a considerar la realidad como aquello que pone a prueba, mide y atestigua el grado de realismo de los deseos y fantasías del sujeto, les sirve de patrón. Entonces se tiende, en último extremo, a confundir la cura analítica con una reducción progresiva de lo que ofrecía de arreal el mundo personal del sujeto. Esto equivaldría a olvidar uno de los principios constitutivos del psicoanálisis: «Que no se debe introducir en las formaciones psíquicas reprimidas el patrón de realidad; ya que entonces se correría el peligro de subestimar el valor de Jas fantasías en la formación de los síntomas aduciendo precisamente que aquéllas no son realidades, o hacer derivar un sentimiento de culpabilidad neurótico de otro origen, porque no puede probarse la existencia de un crimen realmente cometido» (5). También expresiones como «realidad de pensamiento» (Denkrealitcit) y «realidad psíquica»* implican la idea de que las estructuras inconscientes no sólo deben considerarse como dotadas de una realidad específica que obedece a sus leyes propias, sino que pueden adquirir para el sujeto un pleno valor de realidad {véase: Fantasía).
(«) Se observa en Freud cierta vacilación en cuanto a la situación tópica de la prueba de realidad. En cierto momento de la evolución de su pensamiento emitió la interesante idea de que dicha prueba podría depender del ideal del yo (6).
PSICOANÁLISIS
= Al: Psychoanalyse. — Fr.: psychanalyse. — Ing.: psycho-analysis. — It.: psicoanalisi o psicanalisi. — Vor.: psicanálise.
Disciplina fundada por Freud y en la que, con él, es posible distinguir tres niveles:
A) Un método de investigación que consiste esencialmente en evidenciar la significación inconsciente de las palabras, actos, producciones imaginarias (sueños, fantasias, delirios) de un individuo. Este método se basa principalmente en las asociaciones libres del sujeto, que garantizan la validez de la interpretación*. La interpretación psicoanalítica puede extenderse también a producciones humanas para las que no se dispone de asociaciones libres.
B) Un método psicoterápico basado en esta investigación y caracterizado por la interpretación controlada de la resistencia*, de la transferencia* y del deseo*. En este sentido se utiliza la palabra psicoanálisis como sinónimo de cura psicoanalítica: ejemplo: emprender un psicoanálisis (o un análisis).
C) Un conjunto de teorías psicológicas y psicopatológlcas en las que se sistematizan los datos aportados por el método psicoanalítico de investigación y de tratamiento.
Freud utilizó primeramente los términos análisis, análisis psíquico, análisis psicológico, análisis hipnótico, en su primer artículo Las psiconeurosis de defensa (Die Abwehr-Neuropsychosen, 1894) (1). Sólo más tarde introdujo el término psico-análisis en un artículo sobre la etiología de las neurosis, publicado en francés (2). En alemán. Psychoanalyse figura por vez primera en 1896 en Nuevas observaciones sobre las psiconeurosis de defensa (Weitere Bemerkungen über die Abwehr-Neuropsychosen) (3). El empleo del término «psicoanálisis» consagró el abandono de la catarsis*, practicada bajo hipnosis y de la sugestión, y el recurrir a la única regla de la asociación libre para obtener el material*.
Freud dio varias definiciones del psicoanálisis. Una de las más explícitas se encuentra al principio del artículo de la Encyclopedic aparecido en 1922: «Psicoanálisis es el nombre:
1." de un método para la investigación de procesos mentales prácticamente inaccesibles de otro modo;  de un método, basado en esta investigación, para el tratamiento de los trastornos neuróticos;
3.° de una serie de concepciones psicológicas adquiridas por este medio y que en conjunto van en aumento para formar progresivamente una nueva disciplina científica» (4).
La definición propuesta al principio reproduce, en forma más detallada, la que Freud dio en este texto.
Acerca de la elección del término «psicoanálisis», nada mejor que ceder la palabra a quien forjó el término en la misma época en que efectuaba su descubrimiento: «Llamamos psicoanálisis al trabajo mediante el cual traemos a la conciencia del enfermo lo psíquico reprimido en él. ¿Por qué "análisis", que significa fraccionamiento, descomposición, y sugiere una analogía con el trabajo que efectúa el químico en las substancias que encuentra en la naturaleza y que lleva a su laboratorio? Porque tal analogía es efectivamente fundada, en un importante aspecto. Los síntomas y manifestaciones patológicas del paciente son, como todas sus actividades psíquicas, de naturaleza altamente compuesta; los elementos de esta composición son, en último término, motivaciones, mociones pulsionales. Pero el paciente nada sabe, o muy poco, de estas motivaciones elementales. Le enseñamos, pues, a comprender la composición de estas formaciones psíquicas altamente complicadas, referimos los síntomas a las mociones pulsionales que los motiva, señalamos al enfermo en sus síntomas la intervención de motivaciones pulsionales hasta entonces ignoradas por él, en forma similar a como el químico separa la substancia fundamental, el elemento químico, de la sal en la cual, al combinarse con otros elementos, resultaba irreconocible. De igual modo mostramos al enfermo, basándonos en las manifestaciones psíquicas consideradas como no patológicas, que él sólo era imperfectamente consciente de su motivación, que otras mociones pulsionales, que permanecían ignoradas para él, han contribuido a producirlas.
»También hemos explicado la tendencia sexual del ser humano fraccionándola en sus componentes, y, cuando interpretamos un sueño, pres
cindimos de considerar el sueño como una totalidad y hacemos partir las asociaciones de sus elementos aislados.
»Esta comparación justificada de la actividad psicoanalítica con un trabajo químico podría sugerir una nueva dirección a nuestra terapia [...]. Se nos ha dicho: al análisis del psiquismo enfermo debe seguir su síntesis. Y pronto se experimentó inquietud por la posibilidad de que el enfermo recibiese demasiado análisis y no bastante síntesis, y se insistió en que la acción psicoterápica dependería de esta síntesis, de esta especie de restauración de lo que, por así decirlo, había sido destruido por la vivisección.
»[...] La comparación con el análisis químico encuentra su límite en el hecho de que, en la vida psíquica, nos enfrentamos con tendencias que se hallan sometidas a una compulsión a la unificación y a la combinación. Cuando llegamos a descomponer un síntoma, a liberar una moción pulsional de un conjunto de relaciones, aquél no permanece aislado, sino que entra inmediatamente a formar parte de un nuevo conjunto.
»[...] También en el sujeto que se halla bajo tratamiento analítico, la psicosíntesis se realiza sin nuestra intervención, en forma automática e inevitable» (5).
La Standard Edition (6) contiene una lista de las principales exposiciones generales sobre el psicoanálisis, publicadas por Freud.
La boga alcanzada por el psicoanálisis ha inducido a numerosos autores a designar con este término ciertos trabajos cuyo contenido, método y resultados, no tienen más que una relación muy remota con el psicoanálisis propiamente dicho.
PSICOANÁLISIS SALVAJE
= Al.: wilde Psychoanalyse. — Fr.: psychanalyse sauvage. — Ing.: wild analysis. — It.: psicoanalisi selvaggia. — Por.: psicanálise selvagem, o inculta.
En sentido amplio, tipo de intervenciones de «analistas» aficionados o inexpertos, que se basan en conceptos psicoanalíticos a menudo mal comprendidos para interpretar síntomas, sueños, palabras, actos, etc. En sentido más técnico, se califica de salvaje una interpretación que no tiene en cuenta una determinada situación analítica, en su singularidad y en su dinámica actual, en especial revelando directamente el contenido reprimido sin tener en cuenta las resistencias y la transferencia.
En el artículo que consagró al análisis salvaje Psicoanálisis «silvestre» (Über «wilde» Psychoanalyse, 1910), Freud lo definió ante todo por la ignorancia; el médico cuya intervención critica había cometido errores científicos (referentes a la naturaleza de la se.xualidad, de la represión, de la angustia) y técnicos: «constituye un error de técnica lanzar bruscamente al rostro del paciente, durante la primera visita, los secretos que el médico ha adivinado» (la). Así, puede decirse que todos aquellos que tienen «alguna noción de los descubrimientos del psicoanálisis», pero no han recibido la formación teórica y técnica necesaria (a) efectúan un análisis salvaje.
Pero la crítica de Freud va aún más lejos: se extiende a los casos en que el diagnóstico formulado es correcto y la interpretación del contenido inconsciente exacta. «Ya hace mucho tiempo dejamos atrás la concepción según la cual el enfermo sufre de una especie de ignorancia: suprimiendo ésta mediante la comunicación (acerca de las relaciones causales entre su enfermedad y su biografía, los acontecimientos de su infancia, etc.), la curación sería segura. Pero no es este desconocimiento en sí el factor patógeno, sino el hecho de que esta ignorancia se basa en resistencias internas que le dieron origen y que continúan manteniéndola [...]. Comunicando a los enfermos su inconsciente, se provoca siempre en ellos una reactivación de sus conflictos y una agravación de sus dolencias» (1 b). Es por esto que tales revelaciones exigen que la transferencia esté bien establecida y que los contenidos reprimidos se hayan aproximado a la conciencia. De lo contrario, crean una situación de ansiedad no controlada por el analista. En este sentido, el método analítico en sus comienzos, todavía mal diferenciado, como subrayó Freud con frecuencia, de las técnicas hipnóticas y catárticas, puede calificarse hoy en día de salvaje.
Sin embargo, sería presuntuoso considerar el análisis salvaje como algo propio de psicoterapeutas no cualificados o como algo perteneciente a épocas pasadas del psicoanálisis, lo que constituye un modo cómodo de creerse a salvo del mismo. En efecto, lo que Freud denuncia en el análisis salvaje no es tanto la ignorancia como cierta actitud del analista que encontraría en su «ciencia» la justificación de su poder. En un artículo en que Freud aborda la cuestión del análisis salvaje, aunque sin utilizar este término, cita el Hamlet: «¿Creéis que es más fácil servirse de mí que de una flauta?» (2). En este sentido, es evidente que el análisis de las defensas o de la transferencia puede efectuarse de un modo tan salvaje como el del contenido.
Ferenczi definía el análisis salvaje como la «compulsión a analizar», compulsión que puede manifestarse tanto dentro como fuera de la situación analítica; lo contrapone a la elasticidad que exige todo análisis desde el momento en que no se ve en él una estructura edificada según un plan preestablecido (3). Glover hace observar que el analista que «salta» sobre un lapsus, aisla un sueño o uno de sus fragmentos, halla en ello ocasión de experimentar una «frágil omnipotencia» (4).
Continuando tales observaciones, veríamos en el análisis salvaje, «sabio» o ignorante, una resistencia del analista al análisis singular en el que está implicado, resistencia que ofrece el peligro de conducirla a desconocer la palabra de su paciente y a «imponer» sus interpretaciones.
(Q) Precisamente en 1910, año de la aparición de este artículo, se creó la Asociación Internacional de Psicoanálisis.
PSICONEUROSIS
Al: Neuropsychose. — Fr.: psychonévrose. — Ing.: psychoneurosis, o neuro-psychosis. — !t.: psiconevrosi. — Por.: psiconeurose.
Término utilizado por Freud para caracterizar, contraponiéndolas a las neurosis actuales, las afecciones psíquicas cuyos síntomas constituyen la expresión simbólica de los conflictos infantiles, a saber, las neurosis de transferencia* y las neurosis narclsistas*.
El término «psiconeurosis» aparece muy pronto en Freud, por ejemplo, en el artículo Las psiconeurosis de defensa (Die Abwehr-Neuropsychosen, 1894), que, según nos indica el subtítulo, intenta dar «una teoría psicológica de la histeria adquirida, de numerosas fobias y obsesiones y de ciertas psicosis alucinatorias».
Cuando Freud habla de psiconeurosis, hace recaer el acento en la psicogénesis de las afecciones incluidas bajo este epígrafe. Utilizará el término sobre todo contraponiéndolo al de neurosis actuales*, por ejemplo en La herencia y la etiología de las neurosis (1896); La sexualidad en la etiología de las neurosis {Die Sexualiíat in der Atíologie der Neurosen, 1898). Esta oposición se vuelve a encontrar en las Lecciones de introducción al psicoanálisis (Vorlesungen zur Einführung in die Psichoanalyse, 1916-1917).
Como puede verse, el término «psiconeurosis» no es sinónimo de neurosis*; por una parte, no incluye las neurosis actuales, y, por otra, comprende las neurosis narcisistas, que Freud llamará también psicosis, siguiendo un estilo psiquiátrico que más tarde se fue afianzando cada vez más.
Se observará también que, en el lenguaje psiquiátrico corriente, en ocasiones una ambigüedad respecto al término «psiconeurosis», como si el radical «psico» evocase para algunos autores el término de «psicosis»: se llega incluso a hablar de psiconeurosis con la errónea intención de conferir a la neurosis un matiz suplementario de gravedad o incluso de organicidad.
PSICONEUROSIS DE DEFENSA
= Al.: Abwehr-Neuropsychose. — Fr.: psychonévrose de defense. — Ing.: defence neuropsychosis. — It.: psiconevrosi da difesa, — Por.: psiconeurose de defesa.
Término utilizado por Freud durante los años 1894-1896 para designar cierto número de afecciones psiconeuróticas (liisteria, fobia, obsesión, ciertas psicosis), poniendo en evidencia en ellas el papel, descubierto en la histeria, del conflicto defensivo.
Una vez adquirida la idea de que, en toda psiconeurosis, ]a defensa desempeña una función esencial, el término «psiconeurosis de defensa», que estaba justiñcado por su valor heurístico, desaparece a expensas del de psiconeurosis.
El término fue introducido en un artículo de 1894, Las psiconeurosis de defensa (Die Abwehr-Neuropsychosen), en el que Freud se dedica a destacar el papel de la defensa en el campo de la histeria, y luego a encontrar también la inter\'ención de otras formas de defensa en las fobias, las obsesiones y algunas psicosis alucinatorias. En esta fase de su pensamiento, Freud no intenta generalizar la noción de defensa ni al conjunto de la histeria {véase: Histeria de defensa), ni al conjunto de las psiconeurosis, como hará algún tiempo después. En efecto, en el artículo de 1896, Nuevas observaciones sobre las psiconeurosis de defensa (Weitere Bemerkungen über die Abwehr-Neuropsychosen), se considera ya como un hecho adquirido el de que la defensa constituye «el punto nuclear del mecanismo psíquico de las neurosis en cuestión» (1).
PSICOSIS
= Al.: Psychose. — Fr.: psychose. — Ing.: psychosis. — It.: psicosi. — Por.: psicose.
1.° En clínica psiquiátrica, el concepto «psicosis» se toma casi siempre en tina extensión extremadamente amplia, comprendiendo toda una serie de enfermedades mentales, tanto si son manifiestamente organogenéticas (como la parálisis general progresiva) como si su causa última es problemática (como la esquizofrenia).
2.° El psicoanálisis no se ocupó desde un principio de construir una clasificación que abarcara la totalidad de las enfermedades mentales de las que trata la psiquiatría; su interés se dirigió primero sobre las afecciones más directamente accesibles a la investigación analítica y, dentro de este campo, más restringido que el de la psiquiatría, las principales distinciones se establecieron entre las perversiones*, las neurosis* y las psicosis.
Dentro de este tíltimo grupo, el psicoanálisis ha intentado definir diversas estructuras: paranoia (en la que incluye, de un modo bastante general, las enfermedades delirantes) y esquizofrenia, por una parte; por otra, melancolía y manía. Fimdamentalmente, es una perturbación primaria de la relación libidinal con la realidad lo que, segtín la teoría psicoanalítlca, constituye el denominador común de las psicosis, siendo la mayoría de los síntomas manifiestos (especialmente la construcción delirante) tentativas secundarias de restauración del lazo objetal.
La aparición del término «psicosis» en el siglo xix marca una evolución que condujo a erigir las enfermedades mentales en un dominio autónomo, diferenciándolas no sólo de las enfermedades del cerebro o de los nervios, como enfermedades del cuerpo, sino también de lo que la tradición filosófica consideraba como «enfermedades del alma»: el error y el pecado (a).
Durante el siglo xix, la noción de psicosis se difunde, sobre todo en la literatura psiquiátrica de lengua alemana, para designar las enfermedades mentales en general, la locura, la alienación, aunque ello no presuponga una teoría psicogenética de las mismas. Sólo a finales del siglo XIX se establece el par de términos opuestos neurosis-psicosis, que se excluyen entre sí, por lo menos desde el punto de vista conceptual. En efecto, la evolución de estos dos términos se realizó en planos diferentes: el grupo de las neurosis se fue limitando poco a poco a partir de cierto número de afecciones consideradas como enfermedades de los nervios; ora se tratase de afecciones que se manifestaran en un determinado órgano, pero en las cuales, por faltar lesiones, se incriminara a un mal funcionamiento del sistema nervioso (neurosis cardíaca, neurosis digestiva, etc.), ora porque existieran signos neurológicos sin lesión detectable y sin fiebre (corea, epilepsia, manifestaciones neurológicas de la histeria). Esquemáticamente puede decirse que este grupo de enfermos consultaba al médico y no era enviado al asilo y, por otra parte, el término «neurosis» implicaba una clasificación de tipo etiológico (enfermedades funcionales de los nervios).
A la inversa, la noción de psicosis designa entonces las afecciones que pertenecen al alienista y se traducen por una sintomatología esencialmente psíquica, lo que en modo alguno implica que, para los autores que utilizan este término, las psicosis no tengan su causa en el sistema nervioso.
En Freud, desde sus primeros trabajos y en su correspondencia con
W. Fliess, se encuentra una distinción bien establecida entre psicosis y neurosis. Así, en el manuscrito H del 24-1-1894, en el que propone una clasificación de conjunto de las defensas psicopatológicas, Freud designa como psicosis la confusión alucinatoria, la paranoia y la psicosis histérica (que diferencia de la neurosis histérica); asimismo, en los dos textos que dedica a las psiconeurosis de defensa, parece considerar como establecida la distinción entre psicosis y neurosis y habla, por ejemplo, de «psicosis de defensa» (1).
De todos modos, en este período, la principal preocupación de Freud consiste en hacer resaltar el concepto de defensa y descubrir sus diversas modalidades que intervienen en las distintas afecciones; desde el punto de vista nosográfico, la principal distinción es la que se establece entre psiconeurosis (de defensa) y neurosis actuales. Será mantenido por Freud ulteriormente, pero cada vez se insistirá más en la diferenciación que conviene establecer dentro del grupo de las psiconeurosis, lo que conduce a conferir un valor axial a la oposición neurosis-psicosis. (Acerca de la evolución de la clasificación freudiana, véase especialmente:
Neurosis; Neurosis narcisista.)
En la actualidad existe gran unanimidad en clínica psiquiátrica, independientemente de la diversidad de escuelas, acerca de los dominios respectivos de la psicosis y de la neurosis: a este respecto puede consultarse, por ejemplo, la Encyclopedic niédico-chirurgicale (Psychiatrie), dirigida por Henri Ey. Resulta evidentemente muy difícil determinar el posible papel desempeñado por el psicoanálisis en esta fijación de las categorías nosográficas, ya que, desde E. Bleuler y la escuela de Zurich, su historia ha estado íntimamente inmiscuida con la evolución de las ideas psiquiátricas. '
Considerado en su comprensión, el concepto de psicosis sigue estando definido en psiquiatría, de un modo más intuitivo que sistemático, por medio de datos tomados de los más diversos registros. En las definiciones más usuales coexisten a menudo criterios como la incapacidad de adaptación social (problema de la hospitalización), la mayor o menor «gravedad» de los síntomas, la perturbación de la facultad de comunicación, la falta de conciencia de enfermedad, la pérdida de contacto con la realidad, el carácter «incomprensible» (según término de Jaspers) de los trastornos, el determinismo orgánico o psicogenético, las alteraciones más o menos profundas e irreversibles del yo.
En la medida en que puede sostenerse que el psicoanálisis se halla en gran parte en el origen de la oposición neurosis-psicosis, no puede pedir a otras escuelas psiquiátricas la tarea de aportar una definición coherente y estructural de la psicosis. En la obra de Freud, esta preocupación, sin que sea central, se halla, no obstante, presente y se traduce en diversos momentos por tentativas de las que aquí solamente podemos indicar sus direcciones.
1.° En los primeros trabajos Freud intenta poner de manifiesto la intervención, basándose en el ejemplo de ciertas psicosis, del conflicto defensivo contra la sexualidad, cuya función acaba de descubrir en el síntoma neurótico; pero simultáneamente intenta especificar los mecanismos originales que operan desde un principio en la relación del sujeto con el exterior: «rechazo» (verwerfen) radical fuera de la conciencia en el caso de la confusión alucinatoria (2) {véase:Repudio), o incluso una proyección originaria del «reproche» al exterior (3) (véase: Proyección).
2." Dentro de su primera teoría del aparato psíquico y de las pulsiones, Freud, durante los años 1911-1914 (análisis del Caso Schreber; Introducción al narcisismo), vuelve a examinar el problema desde el punto de vista de la relación entre las catexis libidinales y las catexis de las pulsiones del yo (<'interés») sobre el objeto. Este enfoque explicaría, en forma matizada y flexible, ciertas constataciones clínicas que indican que en las psicosis no debe recurrirse a la idea de la «pérdida de realidad» de un modo total y sin discriminación.
3." En la segunda teoría del aparato psíquico, la oposición neurosis-psicosis tiene en cuenta la posición intermedia del yo entre el ello y la realidad. Así como, en la neurosis, el yo, obedeciendo las exigencias de la realidad (y del superyó) reprime las reivindicaciones pulsionales, en la psicosis se produce al principio una ruptura entre el yo y la realidad, que deja al yo bajo el dominio del ello; en un segundo tiempo, el del delirio, el yo reconstruiría una nueva realidad, conforme a los deseos del ello. Como puede verse, al estar aquí todas las pulsiones agrupadas en un mismo polo del conflicto defensivo (el ello), Freud se ve inducido a atribuir a la realidad misma el papel de una verdadera fuerza autónoma, casi como el de una instancia del aparato psíquico. Se pierde de vista la distinción entre catexis libidinal e interés, siendo este último, en la concepción precedente, el encargado de mediatizar, dentro del aparato, una relación adaptativa a la realidad.
4." Este esquema simplificado, en el cual se pretende con demasiada frecuencia encerrar la teoría freudiana de la psicosis, no fue considei'ado por el propio Freud como enteramente satisfactorio (4). En la tiltima etapa de su obra, volvió a ocuparse de la investigación de un mecanismo original de rechazo de la realidad o más bien de cierta «realidad» particular, la castración, e insistió en el concepto de renegación* (véase este término).
{") Segiin R. A. Hunter e I. Macalpine (5), el término «psicosis» fue introducido en 1845 por Feuclitersleben en su Manual de psicología médica (Lehrbuch der drzílichen Seelenkundc). Para este autor, la palabra psicosis designa la enfermedad mental (Scelenkrankheit), mientras que la palabra neurosis designa las enfermedades del sistema nervioso, de las cuales sólo algunas pueden traducirse por los síntomas de una «psicosis». «Toda psicosis es al mismo tiempo una neurosis, puesto que, sin la intervención de la vida nerviosa, no se manifiesta ninguna modificación de lo psíquico; pero no toda neurosis es igualmente una psicosis».
PSICOTERAPIA
= AL: Psychotherapie. — Fr.: psychothérapie. — Ing.: psychotherapy. — It.: psicoterapia. — Por.: psicoterapia.
A) En sentido amplio, todo método de tratamiento de los desórdenes psíquicos
o corporales que utilice medios psicológicos y, de manera más precisa, la relación del terapeuta con el enfermo: hipnosis, sugestión, reeducación psicológica, persuasión, etc.; en este sentido, el psicoanálisis es ima forma de psicoterapia.
B) En sentido más estricto, a menudo se opone el psicoanálisis a las diversas formas de psicoterapia, por diversas razones, especialmente: la fimción primordial que en él desempeña la interpretación del conflicto inconsciente y el análisis de la transferencia, que tiende a su resolución.
C) Con el nombre de «psicoterapia analítica» se designa una forma de psicoterapia basada en los principios teóricos y técnicos del psicoanálisis, aunque sin realizar las condiciones de una cura psicoanalítica rigurosa.
PULSIÓN
= Al.: Trieb. — Fr.: pulsion. — Ing.: instinct o drive. — It.: istinto o pulsione. — Por.: impulso o pulsáo.
Proceso dinámico consistente en un empuje (carga energética, factor de moti-IJdad) que hace tender al organismo hacia un fin. Según Freud, una pulsión tiene su fuente en una excitación corporal (estado de tensión); su fin es suprimir el estado de tensión que reina en la fuente pulsional; gracias al objeto, la pulsión puede alcanzar su fin.
I. Desde el punto de vista terminológico, el término «pulsión» fue introducido en las traducciones de Freud como equivalente al alemán Trieb. Las traducciones francesas utilizan la palabra pulsión, para evitar las implicaciones de términos de uso más antiguo, como «instinto» y «tendencia». Este convenio no ha sido siempre respetado, a pesar de estar justificado.
1.° En lengua alemana existen las dos palabras Instinkt y Trieb. El término Trieb es de raíz germánica, se utiliza desde muy antiguo y sigue conservando el matiz de empuje (treiben = empujar); el acento recae menos en una finalidad precisa que en una orientación general, y subraya el carácter irrepresible del empuje más que la fijeza del fin y del objeto.
Alguos autores emplean, al parecer, indistintamente los términos
Instinkt y Trieb (a); otros parecen efectuar una distinción implícita, re
servando Instinkt para designar, por ejemplo en zoología, un comporta
miento hereditariamente fijado y que aparece en una forma casi idén
tica en todos los individuos de una misma especie (1).
2.° En Freud, se encuentran ambos términos con acepciones clara
mente distintas. Cuando Freud habla de Instinkt, es para calificar un
comportamiento animal fijado por la herencia, característico de la es
pecie, preformado en su desenvolvimiento y adaptado a su objeto {véase:
Instinto).
En francés, el término instinct posee las mismas implicaciones que Instinkt en Freud y, por lo tanto, en nuestra opinión, debe reservarse para traducir este último; si se le utiliza para traducir Trieb, falsea el sentido del concepto en Freud.
El término «pulsión», aunque no forma parte del lenguaje corriente como Trieb en alemán, tiene, no obstante, el mérito de que pone en evidencia el sentido deempuje.
Observemos que la Standard Edition inglesa ha preferido traducir Trieb por instinct, presciendo de otras posibilidades tales como drive y urge (P). Este problema se discute en la Introducción general del primer volumen de la Standard Edition.
II. Si bien la palabra Trieb no aparece en los textos freudianos hasta 1905, tiene su origen, como noción energética, en la distinción que Freud establece muy pronto entre dos tipos de excitación (Reiz) a los que se halla sometido el organismo y que debe descargar según el principio de constancia*. Junto a las excitaciones externas, de las que el sujeto puede huir o protegerse, existen fuentes internas que aportan constantemente un aflujo de excitación al cual el organismo no puede escapar y que constituye el resorte del funcionamiento del aparato psíquico.
En los Tres ensayos sobre la teoría sexual (Drei Abhandlungen zur Sexualtheorie, 1905) se introduce la palabra Trieb, así como las distinciones entre fuente*, objeto*, fin*, que en lo sucesivo Freud seguirá siempre utilizando.
Así, pues, el concepto freudiano de la pulsión se establece en la descripción de la sexualidad humana. Freud, basándose especialmente en el estudio de las perversiones y de las modalidades de la sexualidad infantil, refuta la concepción popular que atribuye a la pulsión sexual un fin y un objeto específico y lo localiza en las excitaciones y el funcionamiento del aparato genital. Por el contrario, muestra que el objeto es variable y contingente y sólo es elegido en su forma definitiva en función de las vicisitudes de la historia del sujeto. Muestra además cómo los fines son múltiples, parciales (véase: Pulsión parcial) e íntimamente dependientes de fuentes somáticas; éstas también son múltiples y susceptibles de adquirir y mantener para el sujeto una función prevalen te (zonas erógenas), de tal forma que las pulsiones parciales no se subordinan a la zona genital y no se integran a la realización del coito más que al final de una evolución completa que no viene garantizada por la simple maduración biológica.
El último elemento que introduce Freud a propósito de la noción de pulsión es el de empuje, concebido como un factor cuantitativo económico, una «exigencia de trabajo impuesta al aparato psíquico» (2 a). En Las pulsiones y sus destinos {Trieb und Triebschicksale, 1915), Freud agrupa estos cuatro elementos (empuje, fuente, objeto, fin) y da una definición de conjunto de la pulsión (2 b).
III. ¿Cómo situar esta fuerza que ataca al organismo desde el interior y lo empuja a realizar ciertos actos susceptibles de provocar una descarga de excitación? ¿Se trata de una fuerza somática o de una energía psíquica? Esta pregunta, efectuada por Freud, recibe respuestas distintas en la medida en que la pulsión se define como «un concepto límite entre lo psíquico y lo somático» (3). Va ligado, según Freud, a la noción de «representante», entendiendo por tal una especie de delegación enviada por lo somático al psiquismo. El lector hallará un examen más completo de este problema en nuestro comentario del artículo Representante psíquico.
IV. Como ya hemos indicado, el concepto de pulsión fue analizado sobre el modelo de la sexualidad, pero desde un principio en la teoría freudiana la pulsión sexual se diferenció de otras pulsiones. Como es sabido, la teoría de las pulsiones en Freud fue siempre dualista; el primer dualismo invocado fue el de las pulsiones sexuales* y pulsiones del yo* o de autoconservación*; por estos últimos Freud entiende las grandes necesidades o las grandes funciones indispensables para la conservación del individuo, siendo su modelo el hambre y la función de la alimentación.
Este dualismo se halla presente, según Freud, desde los orígenes de la sexualidad, superándose la pulsión sexual de las funciones de auto-conservación, en las cuales al principio se apoyaba {véase: Apoyo); intenta explicar el conflicto psíquico afirmando que el yo encuentra en la pulsión de autoconservación la mayor parte de la energía necesaria para la defensa contra la sexualidad.
El dualismo pulsional introducido en Más allá del principio del placer (Jenseits des Lustprinzips, 1920) opone pulsiones de vida* y pulsiones de muerte* y modifica la función y la situación de las pulsiones en el conflicto.
1.° El conflicto tópico (entre la instancia defensiva y la instancia reprimida) prescinde ya del conflicto pulsional, concibiéndose el ello* como el reservorio pulsional que incluye los dos tipos de pulsiones. La energía utilizada por el yo* la toma éste de aquel fondo común, especialmente en forma de energía «desexualizada y sublimada».
 En esta última teoría, los dos grandes tipos de pulsiones se conciben, más que como motivaciones concretas del funcionamiento del organismo, como principios fundamentales que presiden, en último análisis, la actividad de aquél: «Llamamos pulsiones a las fuerzas cuya existencia postulamos en el trasfondo de las tensiones generadoras de las necesidades del ello» (4). Este cambio del acento es singularmente apreciable en el famoso texto: «La teoría de las pulsiones es, por así decirlo, nuestra mitología. Las pulsiones son seres míticos, grandiosos en su indeterminación» (5).
La concepción freudiana de la pulsión conduce (como puede apreciarse en esta breve revisión) al desmantelamiento de la noción clásica de instinto, y ello en dos direcciones opuestas. Por una parte, el concepto «pulsión parcial» subraya la idea de que la pulsión sexual existe al principio en estado «polimorfo» y tiende principalmente a la supresión de la tensión a nivel de la fuente corporal; que, en la historia del
sujeto, se liga a representantes que especifican el objeto y el modo de satisfacción: el empuje interno, al principio indeterminado, experimentará un destino que le confiere rasgos altamente individualizados. Pero, por otra parte, Freud, lejos de postular, como fácilmente tienden a hacer los teóricos del instinto, detrás de cada tipo de actividad, la correspondiente fuerza biológica, introduce el conjunto de las manifestaciones pulsionales dentro de una sola gran oposición fundamental, tomada de la tradición mítica: oposición entre el Hambre y el Amor, y más tarde entre el Amor y la Discordia.
(a) Véase, por ejemplo, El concepto de instinto antes y ahora (Der Begriff des Instinktes einst und jetz, Jena, 3.* ed., 1920), obra en Ja que Ziegler habla unas veces de Geschlechtstrieb, otras de Geschlechtsinstinkt.
(fi) Algunos autores anglosajones prefieren traducir Trieb por drive (6).
PULSIÓN AGRESIVA
= Al: Aggressionstrieb. — Fr.: pulsion d'agression, — Ing.: aggressive instinct. — !t.: istinto o pulsione d'aggressione. — Por.: impulso agressivo o pulsáo agressiva, o de agressáo.
Designa, para Freud, las pulsiones de muerte, en tanto que dirigidas liacia el exterior. El fin de la pulsión agresiva es la destrucción del objeto.
Alfred Adler introdujo el concepto de una pulsión agresiva en 1908 (1), al mismo tiempo que el de un «entrelazamiento pulsional» (Triebverschrankung) (véase:Unión-Desunión). Aunque el análisis del pequeño Hans pone en evidencia la importancia y extensión de las tendencias y conductas agresivas, Freud se resiste a atribuirlas a una «pulsión agresiva» específica: «No puedo decidirme a admitir la existecia, junto a las pulsiones de autoconservación y a las pulsiones sexuales, que conocemos bien, y al mismo nivel que ellas, de una pulsión agresiva especial» (2). El concepto de pulsión agresiva se apropiaría indebidamente, en su propio beneficio, de lo que es una característica de toda pulsión (véase: Agresividad).
Cuando Freud vuelve a utilizar más tarde, a partir de Mds allá del principio del placer (1920), el término Aggressionstrieb, lo hace dentro del marco de la teoría dualista de las pulsiones de vida y pulsiones de muerte.
Si bien los textos no permiten deducir un empleo absolutamente unívoco del término ni un reparto preciso entre pulsión de muerte*, pulsión destructiva* y pulsión agresiva, se aprecia, sin embargo, que este último término rara vez se utiliza en el sentido más extenso y que la mayoría de las veces designa la pulsión de muerte dirigida hacia el exterior.
PULSIÓN DE APODERAMIENTO
Al.: Bemáchtigungstrieb. — Fr.: pulsion d'emprise. — Ing.: instinct to master (o for masterj')- — ^í--' istinto o pulsione d'impossessamento. — Por.: impulso o pulsao de apossar-se.
Término utilizado ocasionalmente por Freud, sin que su empleo pueda codificarse con precisión. Entiende por tal una pulsión no sexual, que sólo secundariamente se une a la sexualidad, y cuyo fin consiste en dominar el objeto por la fuerza.
El término Bemdchtigungstrieb resulta difícil de traducir (a). Los
términos «pulsión de sometimiento» o «instinto de posesión», a los que
suele recurrirse, no parecen muy adecuados: sometimiento hace pen
sar en una dominación controlada, posesión evoca la idea de tener que
conservar, mientras que sich bemachtigen significa apoderarse o domi
nar por la fuerza. Hemos creído que hablando de pulsión de apodera
miento (¡3) respetábamos mejor este matiz.
¿Qué es esta pulsión para Freud? La investigación terminológica per
mite destacar esquemáticamente dos concepciones:
1.^ En los trabajos anteriores a Más allá del principio del placer {Jen
seits des Lustprinzips, 1920), el Bemdchtigungstrieb se describe como
una pulsión no sexual que sólo secundariamente se une a la sexualidad;
al comienzo se dirige hacia un objeto exterior y constituye el único ele
mento presente en la crueldad primitiva del niño.
En los Tres ensayos sobre la teoría sexual (Drei Abhandlungen zur
Sexualtheorie, 1905) Freud invoca por vez primera tal pulsión: él origen
de la crueldad infantil se atribuye a una pulsión de apoderamiento que
en su origen no tendría como ñn el sufrimiento del otro, sino que sim
plemente no lo tendría en cuenta (fase previa tanto a la compasión
como al sadismo) (1 a); sería independiente de la sexualidad, «[...] aun
cuando puede unirse a ella en una fase precoz merced a una anasto
mosis próxima a sus puntos de origen» (1 b).
En La predisposición a la neurosis obsesiva {Die Disposition zur Zwangsneurose, 1913) se trata del problema de la pulsión de apoderamiento a propósito del par antitético actividad-pasividad*, que predomina en la fase anal-sádica*: así como la pasividad se apoya en el erotismo anal, «[...] la actividad se debe a la pulsión de apoderamiento en sentido amplio, pulsión que especificamos con el nombre de sadismo cuando la encontramos al servicio de la pulsión sexual» (2).
En la edición de 1915 de los Tres ensayos, volviendo a examinar el problema de la actividad y de la pasividad en la fase anal-sádica, Freud considera la musculatura como el soporte de la pulsión de apoderamiento.
Por último, en Las pulsiones y sus destinos {Trieb una Triebschicksale, 1915), donde se expone claramente la primera tesis freudiana acerca del sadomasoquismo*, se define el primer fin del sadismo como la humillación y el dominio por la violencia (Überwaltigung) del objeto. El hacer sufrir no forma parte del fin originario; el fin de producir dolor y la unión con la sexualidad aparecen en la vuelta hacia el masoquismo: el sadismo, en el sentido erógeno del término, constituye el efecto de una segunda vuelta, el del masoquismo sobre el objeto.
2.^ Con la obra Más allá del principio del placer y la introducción del concepto «pulsión de muerte»*, el problema de una pulsión específica de apoderamiento se plantea en forma diferente.
La génesis del sadismo se describe como ima derivación hacia el ob
jeto de la pulsión de muerte que originariamente apunta a destruir el
propio sujeto: «¿No nos vemos inducidos a suponer que este sadismo,
hablando en propiedad, es una pulsión de muerte que ha sido expulsada
del yo por la influencia de la libido narcisista, de forma que sólo se
pone de manifiesto al referirse al objeto? Entonces entra al servicio de
la función sexual» (3a).
En cuanto a la meta del masoquismo y del sadismo (que a partir de
entonces se conciben como avatares de la pulsión de muerte), ya no
se hace recaer el acento en el apoderamiento, sino en la destrucción.
¿Qué sucede con la tendencia a asegurarse el apoderamiento del objeto? Ya no se atribuye a una pulsión específica; aparece como una forma que puede adoptar la pulsión de muerte cuando ésta «entra al servicio» de la pulsión sexual: «En la fase oral de la organización de la libido, el apoderamiento en el amor(LiebesbemacMigung) coincide todavía con la aniquilación del objeto; más tarde la pulsión sádica se separa y finalmente, en la fase en que se ha instaurado la primacía genital, con vistas a la reproducción, asume la función de dominar el objeto sexual en la medida en que le exige la realización del acto sexual» (3 b).
Por otra parte, conviene señalar que, junto al término Bemachtigung, se encuentra con bastante frecuencia el de Bewaltigung, de significación bastante similar. Esta última palabra, que proponemos traducir por «control», Fraud la utiliza casi siempre para designar el hecho del control de la excitación, sea ésta de origen pulsional o externo, y ligarla (véase: Ligazón) (y). Con todo, esta distinción terminológica no es absolutamente rigurosa, y sobre todo, desde el punto de vista de la teoría analítica, existen más de un punto de conexión entre el apoderamiento asegurado sobre el objeto y el control de la excitación. Asi, en Más allá del principio del placer para explicar la repetición, tanto en el juego del niño como en la neurosis traumática, Freud propone, entre otras, la hipótesis de que podría «[...] atribuirse esta tendencia a una pulsión de apoderamiento [...]» (3 c). Aquí el apoderamiento sobre el objeto (estando éste simbólicamente a la total disposición del sujeto) corre parejas con la ligazón del recuerdo traumático y de la energía que lo catectiza.
Uno de los pocos autores que intentó utilizar las indicaciones dadas por Freud acerca del Bem'áchtigungstrieb fue Ivés Hendrick, quien, en una serie de artículos, trató de replantear el problema dentro de una psicología genética del yo inspirada en las investigaciones sobre el aprendizaje (learning). Sus tesis pueden resumirse esquemáticamente así:
1) existe un instinct to master, necesidad de controlar el ambiente, que los psicoanalistas han descuidado a expensas de los mecanismos de búsqueda del placer. Se trata de una «pulsión innata a hacer y a aprender a hacer» (4a);
2) esta pulsión es originariamente asexual; puede libidinizarse secundariamente, aliándose al sadismo;
3) comporta un placer específico, el placer de realizar una función con éxito: «[...] se busca un placer primario en la utilización eficaz del sistema nervioso central para la realización de funciones integradas del yo, que permite al individuo controlar o modificar su ambiente» (5a);
4) ¿por qué hablar de instinct de control y no considerar el yo como una organización que procura formas de placer que no son gratificaciones instintivas? Ello es debido a que el autor pretende «[...] establecer un concepto que explique cuáles son las fuerzas que hacen funcionar el yo» (6) y «[...] definir el yo en términos de instinto» (4 b), y a que, por otra parte, se trata, según él, de «[...] un instinto, definido psicoanalíticamente como fuente biológica de tensiones que empujan a esquemas (patterns) específicos de acción» (5 b).
Esta concepción no deja de hallarse en relación con el sentido de la pulsión de apoderamiento tal como hemos intentado deducirlo de los textos freudianos; pero aquí se trata de un control de segundo grado, consistente en un control progresivamente adaptado de la acción misma.
Por lo demás, Freud no dejó de considerar esta idea de un dominio del propio cuerpo, de una tendencia primaria a la dominación de sí misma, invocando como base de la misma «[...] los esfuerzos que hace el niño por hacerse dueño (Herr werden) de sus propios miembros» (7).
(o)
En las traducciones francesas resulta difícil aislar este concepto, por cuanto el mismo término se traduce en formas distintas.
(P)
Traducción ya adoptada por B. Grunberger (8).
(7)
Acerca de estos empleos de Bewdltigung, consúltense, por ejemplo, cierto número de textos de Freud (9). También se encuentran palabras como bandigen(domar), Triehbeherrschung (dominio sobre la pulsión) (10).
PULSIÓN DESTRUCTIVA O DESTRUCTORA
= Al.: Destruktionstrieb. — Fr.: pulsion de destruction. — Ing.: destructive instinct. — //..• istinto o pulsione di distruzione. — Por.: impulso destrutivo o pulsáo destrutiva.
Término utilizado por Freud para designar las pulsiones de muerte*, desde una perspectiva más cercana a la experiencia biológica y psicológica. En ocasiones su extensión es la misma que la del término «pulsión de muerte», pero más a menudo calificu la pulsión de muerte en tanto que orientada hacia el mundo exterior. En este sentido más específico, Freud utiliza también el término «pulsión agresiva»
(Aggressionstrieb).
El término «pulsión de muerte» fue introducido en Más allá del principio del placer {Jenseits des Lustprinzips, 1920), dentro de un enfoque francamente especulativo; pero, a partir de este trabajo, Freud se preocupó de reconocer sus efectos en la experiencia. También en textos ulteriores habla a menudo de pulsión destructiva, lo que le permite definir más exactamente el ñn de las pulsiones de muerte.
Dado que, según Freud, éstas operan «fundamentalmente en silencio», y no pueden apenas reconocerse más que cuando actúan en el exterior, se comprende que el término «pulsión destructiva» califique sus efectos más accesibles y manifiestos. La pulsión de muerte se desvía de la propia persona en virtud de la catexis de ésta por la libido narcisista y se dirige hacia el mundo exterior por intermedio de la musculatura; «[...] entonces se manifestaría (sin duda sólo en forma parcial) como pulsión destructiva, dirigida contra el mundo y los otros seres vivos» (1).
En otros textos no se hace resaltar tan claramente este sentido restrictivo de la pulsión destructiva en comparación con la pulsión de muerte, al incluir Freud dentro de la pulsión destructiva la autodestrucción (Selbstdestruktion) (2). En cuanto al término «pulsión agresiva», lo resei-^ía para designar la destrucción dirigida al exterior.
PULSIÓN PARCIAL
= Al.: Partialtrieb. — Fr.: pulsion artielle. — Ing.: component (o partial) instinct. — It.: istinto o pulsione parziale. — Por.: impulso o pulsáo parcial.
Se designan con este término los elementos últimos a los que llega el psicoanálisis en el análisis de la sexualidad. Cada uno de estos elementos viene especificado por una fuente (por ejemplo, pulsión oral, pulsión anal) y un fin (por ejemplo, pulsion de ver, pulsión de apoderamiento).
La palabra «parcial» no significa solamente que las pulsiones parciales constituyan especies pertenecientes a la clase de la pulsión sexual en general; debe tomarse sobre todo en un sentido genético y estructural: las pulsiones parciales funcionan al principio independientemente y tienden a unirse en las diferentes organizaciones libidinales.
Freud siempre criticó toda teoría de los instintos o de las pulsiones que conduzca a establecer un catálogo de las mismas postulando la existencia de tantas pulsiones como tipos de actividad pueden reconocerse, por ejemplo, invocando la existencia de un «instinto gregario» para explicar la vida en comunidad. Freud distingue únicamente dos grandes tipos de pulsiones: las pulsiones sexuales y las pulsiones de autoconservación, o, en una segunda concepción, las pulsiones de vida y las pulsiones de muerte.
No obstante, desde la primera edición de los Tres ensayos sobre la teoría sexual (Drei Abhandlungen zur Sexualtheorie, 1905), introduce el concepto de pulsión parcial. Lo que le guía entonces, en esta diferenciación de la actividad sexual, es la preocupación por separar componentes, que él se esfuerza en relacionar con fuentes orgánicas y en definir por sus fines específicos.
La pulsión sexual en su conjunto puede analizarse en cierto niimero de pulsiones parciales: la mayoría de ellas pueden fácilmente relacionarse con una zona erógena determinada (a); otras se definen más bien por su fin (por ejemplo, la pulsión de apoderamiento*), aunque pueda asignárseles una fuente somática (en el ejemplo citado, la musculatura).
La acción de las pulsiones parciales en el niño puede observarse en las actividades sexuales parciales («perversidad polimorfa»), y en el adulto en forma de placeres preliminares al acto sexual y en las perversiones.
El concepto de pulsión parcial es correlativo del de conjunto, de or
ganización. El análisis de una organización* sexual pone de manifiesto las pulsiones que en ella se integran. La oposición es también genética, ya que la teoría freudiana admite que las pulsiones funcionan al principio en forma anárquica, para organizarse secundariamente (3).
En la primera edición de los Tres ensayos, Freud admite que la sexualidad no encuentra su organización hasta el momento de la pubertad, lo cual tiene como consecuencia que el conjunto de la actividad sexual infantil se caracteriza por el funcionamiento desorganizado de las pulsiones parciales.
La idea de una organización pregenital infantil conduce a hacer retroceder todavía más en el tiempo esta fase de libre funcionamiento de las pulsiones parciales, fase autoerótica «[...] en la cual cada pulsión parcial, de por sí, busca su satisfacción placentera [Lustbefriedigung] en el propio cuerpo» (1) {véase:Autoerotismo).
(") «¿No ve usted que la multiplicidad de las pulsiones nos conduce a la multiplicidad de los órganos erógenos?» Carta de Freud a Oskar Pfister del 9 de octubre de 1918 (2).
(/?) Véase, por ejemplo, este pasaje de Freud en Psicoanálisis y Teoría de la libido {Psychoanalyse und Libidotheorie, 1923): «la pulsión sexual, cuya manifestación dinámica en la vida psíquica puede denominarse libido, se compone de pulsiones parciales, en las cuales puede descomponerse de nuevo y que sólo gradualmente se unen en organizaciones determinadas [...]. Las distintas pulsiones parciales tienden, en un principio, a la satisfacción independientemente unas de otras, pero en el curso del desarrollo se agrupan y se centran cada vez más. Como primera fase de organización (pregenital) puede reconocerse la organización oral» (3).
PULSIÓN SEXUAL
= Al.: Sexualtrieb. — Fr.: pulsion sexuelle. — Ing.: sexual instinct. — It.: istinto o pulsione sessuale. — Por.: impulso o pulsáo sexual.
Empuje interno que el psicoanálisis ve actuar en un campo muclio más extenso que el de las actividades sexuales en el sentido corriente del término. En él se verifican eminentemente algunos de los caracteres de la pulsión, que la diferencian de un instinto: su objeto no está predeterminado biológicamente, sus modalidades de satisfacción (fines) son variables, más especialmente ligadas al funcionamiento de determinadas zonas corporales (zonas erógenas), pero susceptibles de acompañar a las más diversas actividades, en las que se apoyan. Esta diversidad de las fuentes somáticas de la excitación sexual implica que la pulsión sexual no se halla unificada desde im principio, sino fragmentada en pulsiones parciales, que se satisfacen localmente (placer de órgano).
El psicoanálisis muestra que la pulsión sexual en el hombre se halla íntimamente ligada a un juego de representaciones o fantasías que la especifican. Sólo al final de una evolución compleja y aleatoria, se organiza bajo la primacía de la genitalidad y encuentra entonces la fijeza y la finalidad aparentes del instinto.
Desde el punto de vista económico, Freud postula la existencia de una energía única en las transformaciones de la pulsión sexual: la libido.
Desde el punto de vista dinámico, Freud ve en la pulsión sexual un polo necesariamente presente del conflicto psíquico: es el objeto privilegiado de la represión en el inconsciente.
Nuestra definición resalta la transmutación aportada por el psicoanálisis a la idea de un «instinto sexual», y ello tanto en extensión como
en comprensión (véase: Sexualidad). Esta transformación afecta tanto al concepto de la sexualidad como al de la pulsión. Cabe pensar incluso que la crítica de la concepción «popular» o «biológica» de la sexualidad (1), que hace que Freud encuentre una misma «energía», la libido*, interviniendo en fenómenos muy diversos y a menudo muy alejados del acto sexual, coincide con lo que, en el ser humano, diferencia fundamentalmente la pulsión del instinto. Dentro de esta perspectiva, se puede anticipar que la concepción íreudiana de la pulsión, elaborada a partir del estudio de la sexualidad humana, sólo se verifica plenamente en el caso de la pulsión sexual (véase: Pulsión; Instinto; Apoyo; Pulsiones de autoconservación).
A lo largo de toda su obra Freud sostuvo que la acción de la represión se ejercía en forma electiva sobre la pulsión sexual, en consecuencia, debía atribuirle un papel fundamental en el conflicto psíquico*, aunque dejando sin resolver el problema de qué es lo que, en definitiva, determina tal privilegio. «Teóricamente nada impide pensar que toda exigencia pulsional, cualquiera que sea, puede provocar las mismas represiones y sus consecuencias; pero la observación nos revela invariablemente, en la medida en que podemos enjuiciarlo, que las excitaciones que desempeñan este papel patógeno emanan de las pulsiones parciales de la sexualidad» (2) (véase: Seducción; Complejo de Edipo; Posterioridad).
La pulsión sexual, que Freud, en la primera teoría de las pulsiones,
contrapone a las pulsiones de autoconservación, es asimilada en el úl
timo dualismo, a las pulsiones de vida*, al Eros. Así como en el primer
dualismo la pulsión sexual era la fuerza sometida al solo principio de
placer, difícilmente «educable», que funcionaba según las leyes del pro
ceso primario y que constantemente amenazaba desde dentro el equili
brio del aparato psíquico, ahora se convierte, con el nombre de pulsión
de vida, en una fuerza que tiende a la «ligazón», a la constitución y
mantenimiento de las unidades vitales; y, en compensación, su antago
nista, la pulsión de muerte, es la que funciona según el principio de la
descarga total.
Un cambio de este tipo resulta difícil de comprender si no se tiene
en cuenta todo el conjunto de transformaciones conceptuales efectuadas
por Freud después de 1920 (véase: Pulsiones de muerte; Yo; Ligazón).
PULSIONES DE AUTOCONSERVACIÓN
= Al.: Selbsterhaltungstriebe. — Fr.; pulsions d'auto-conservation. — Ing.: instincts of self-preservation. — It.: istinti o pulsioni d'autoconservazione. — Por.:impulsos o pulsoes de autoconservagao.
Término mediante el cual Freud designa el conjunto de las necesidades ligadas
a las funciones corporales que se precisan para la conservación de la vida del indi
viduo; su prototipo viene representado por el hambre.
Dentro de su primera teoría de las pulsiones, Freud contrapone las pulsiones de
autoconservación a las pulsiones sexuales.
Si bien el término «pulsión de autoconservación» no aparece en Freud hasta el año 1910, la idea de oponer a las pulsiones sexuales otro tipo de pulsiones es anterior a dicha fecha. Se halla, en efecto, implícita en lo que Freud afirma, a partir de los Tres ensayos sobre la teoría sexual (Drei Abhandlungen zur Sexualtheorie, 1905), acerca del apoyo de la sexualidad sobre otras funciones somáticas {véase: Apoyo); por ejemplo, a nivel oral, el placer sexual encuentra su apoyo en la actividad de nutrición: «La satisfacción de la zona erógena se hallaba asociada, al principio, a la satisfacción de la necesidad de alimento» (1 a); dentro del mismo contexto, Freud habla todavía de «pulsión de alimentación» (\b).
En 1910 Freud enuncia la oposición que seguirá siendo central en su primera teoría de las pulsiones: «De singular importancia [...] es la oposición innegable existente entre las pulsiones que sirven a la sexualidad, a la obtención del placer sexual, y los que tienen por fin la auto-conservación del individuo, las pulsiones del yo: todas las pulsiones orgánicas que actúan en nuestro psiquismo pueden clasificarse, según las palabras del poeta, en "Hambre" o en "Amor"» (2). Este dualismo ofrece dos aspectos, puestos en evidencia simultáneamente por Freud en sus trabajos de esa época: el apoyo de las pulsiones sexuales sobre las pulsiones de autoconservación y el papel fundamental que desempeña su oposición en el conflicto* psíquico. El ejemplo de los trastornos histéricos de la visión ilustra este doble aspecto: un mismo órgano, el ojo, constituye el soporte de dos tipos de actividad pulsional; en él se localizará el síntoma si existe conflicto entre dichas actividades.
En lo referente al problema del apoyo, remitimos al lector a nuestro comentario acerca de este término. En cuanto al modo en que llegan a oponerse en el conflicto defensivo los dos grandes tipos de pulsiones, uno de los pasajes más explícitos figura en las Formulaciones sobre los dos principios del funcionamiento psíquico {Forniulierungen über die zwei Prinzipien des psychischen Geschehens, 1911). Las pulsiones del yo, en tanto que sólo pueden satisfacerse con un objeto real, efectúan muy pronto el tránsito del principio de placer al principio de realidad*, hasta el punto de convertirse en agentes de la realidad, oponiéndose así a las pulsiones sexuales, que pueden satisfacerse en forma fantasmática y permanecen durante más tiempo bajo el dominio del solo principio de placer*: «Una parte esencial de la predisposición psíquica a la neurosis proviene del retardo de la pulsión sexual en tener en cuenta la realidad» (3).
Esta concepción se condensa en la siguiente idea, ocasionalmente enunciada por Freud: el conflicto entre pulsiones sexuales y pulsiones de autoconservación proporcionaría la clave para la comprensión de las neurosis de transferencia {acerca de este punto véase nuestro comentario a: Pulsiones del yo).
Freud nunca dio una exposición de conjunto acerca de los diversos tipos de pulsiones de autoconservación; cuando habla de ellas, suele hacerlo en forma colectiva o tomando como prototipo el hambre. Con todo, parece admitir la existencia de numerosas pulsiones de autoconservación, tantas como las grandes funciones orgánicas (nutrición, defecación, emisión de orina, actividad muscular, visión, etc.).
La oposición establecida por Freud entre pulsiones sexuales y pulsiones de autoconservación puede llevar a preguntarnos sobre la legitimidad de usar la misma palabra Trieb para designar unos y otros. Ante todo se observará que, cuando Freud habla de la pulsión en general, se refiere, más o menos explícitamente, a la pulsión sexual, atribuyendo, por ejemplo, a la pulsión características tales como la variabilidad del ñn y la contingencia del objeto. Por el contrario, para las «pulsiones» de autoconservación las vías de acceso están preformadas y el objeto que las satisface se halla determinado desde un principio; usando una expresión de Max Scheler, el hambre del lactante implica «una intuición del valor alimento» (4). Según muestra la concepción freudiana de la elección objetal por apoyo*, son las pulsiones de autoconservación las que indican a la sexualidad el camino hacia el objeto. Es sin duda esta diferencia la que condujo a Freud a utilizar repetidamente el término «necesidad» (Bedürfnis) para designar las pulsiones de autoconservación (5 a). Desde este punto de vista, sólo cabe subrayar lo que hay de artificial en pretender establecer, dentro de una perspectiva genética, un estricto paralelismo entre funciones de autoconservación y pulsiones sexuales, considerando a unas y otras sometidas inicialmente al solo principio de placer, para obedecer más tarde progresivamente al principio de realidad. En efecto, las primeras deberían situarse más bien, desde sus comienzos, en el lado del principio de realidad, y las segundas en el lado del principio de placer.
Las sucesivas reformas efectuadas por Freud en la teoría de las pulsiones le obligarían a situar de otro modo las funciones de autoconservación. Ante todo se observará que, en estas tentativas de reclasificación, los conceptos de pulsiones del yo y pulsiones de autoconservación, que anteriormente coincidían, experimentan transformaciones que no son exactamente las mismas. En lo referente a las pulsiones del yo, es decir, a la naturaleza de la energía pulsional que se halla al servicio de la instancia del yo, remitimos al lector a los comentarios a los artículos: Pulsiones del yo. Libido del yo — libido objetal. Yo. Respecto de las funciones de autoconservación, puede decirse esquemáticamente que:
1.° Con la introducción del concepto de narcisismo (1915), las pulsiones de autoconservación siguen oponiéndose a las pulsiones sexuales, si bien estas liltimas se encuentran ahora subdivididas, según que apunten al objeto exterior (libido objetal) o al yo (libido del yo).
 Cuando Freud, entre 1915 y 1920, efectúa un «acercamiento aparente a las concepciones de Jung» (5 b) y se siente inclinado a admitir la idea de un monismo pulsional, las pulsiones de autoconservación tienden a considerarse como un caso particular del amor a sí mismo o libido del yo.
3.° Después de 1920 se introduce un nuevo dualismo, el de pulsiones de vida* y pulsiones de muerte*. En una primera fase (6), Freud dudará respecto a la situación de las pulsiones de autoconservación, clasificándolas primeramente dentro de las pulsiones de muerte, ya que no representarían más que rodeos que expresarían el hecho de que «el organismo sólo quiere morir a su manera» (7), pero rectifica pronto esta idea para ver en la conservación del individuo un caso particular de la manifestación de las pulsiones de vida.
En lo sucesivo mantendrá este último punto de vista: «La oposición entre pulsión de autoconservación y pulsión de conservación de la especie, al igual que la existente entre amor al yo y amor objetal, debe situarse todavía dentro del Eros» (8).
PULSIONES DE MUERTE
= Al: TcKlestriebe, — Fr.: pulsions de mort. — Ing.: death instincts. — //.; istinti o pulsioni di morte. — Por.: impulsos o pulsees de morte.
Dentro de la última teoría freudiana de las pulsiones, designan una categoría íandamental de pulsiones que se contraponen a las pulsiones de vida y que tienden a la reducción completa de las tensiones, es decir, a devolver al ser vivo al estado inorgánico.
Las pulsiones de muerte se dirigen primeramente hacia el interior y tienden a la autodestrucción; secundariamente se dirigirían hacia el exterior, manifestándose entonces en forma de pulsión agresiva o destructiva.
El concepto de pulsión de muerte, introducido por Freud en Más allá del principio de placer (Jenseits des Lustprinzips, 1920) y constantemente reafirmada por él hasta el fin de su obra, no ha logrado imponerse a los discípulos y a la posteridad de Freud a igual título que la mayoría de sus aportaciones conceptuales. Sigue siendo una de las nociones más controvertidas. Para captar su sentido, creemos que no basta remitirse a las tesis de Freud acerca de la misma, o encontrar en la clínica las manifestaciones que parecen más aptas para justificar esta hipótesis especulativa; sería necesario, además, relacionarla con la evolución del pensamiento freudiano y descubrir a qué necesidad estructural obedece su introducción dentro de una reforma más general («vuelta» de los años 20). Sólo una apreciación de este tipo permitiría encontrar, más allá de los enunciados explícitos de Freud e incluso de su sentimiento de innovación radical, la exigencia de la cual este concepto es testimonio, exigencia que, bajo otras formas, ya pudo ocupar un puesto en modelos anteriores.
Resumamos primeramente las tesis de Freud referentes a la pulsión de muerte. Ésta representa la tendencia fundamental de todo ser vivo a volver al estado inorgánico. En este sentido, «Si admitimos que el ser vivo apareció después que lo no-vivo y a partir de esto, la pulsión de muerte concuerda con la fórmula [...] según la cual una pulsión tiende al retorno a un estado anterior» (1 a). Desde este punto de vista, «todo ser vivo muere necesariamente por causas internas» (2 á).En los seres pluricelulares, «[...] la libido sale al encuentro de la pulsión de muerte
o de destrucción que domina en ellos y que tiende a desintegrar este organismo celular y a conducir cada organismo elemental (cada célula) al estado de estabilidad inorgánica [...]. Su misión consiste en volver inofensiva esta pulsión destructora, y se libera de ella derivándola en gran parte hacia el exterior, dirigiéndola contra los objetos del mundo exterior, lo cual se hace pronto con la ayuda de un sistema orgánico particular, la musculatura. Esta pulsión se denomina entonces pulsión destructiva, pulsión de apoderamiento, voluntad de poder. Parte de esta pulsión se pone directamente al servicio de la función sexual, donde desempeña un papel importante. Se trata del sadismo propiamente dicho. Otra parte no sigue este desplazamiento hacia el exterior; persiste en el organismo, donde se halla ligado libidinalmente [...]. En ella debemos reconocer el masoquismo primario, erógeno» (3 a).
En el desarrollo libidinal del individuo, Freud describió el juego combinado de la pulsión de vida y la pulsión de muerte, tanto en su forma sádica (2 c) como en su forma masoquista (3 b).
Las pulsiones de muerte se incluyen en un nuevo dualismo, en el cual se contraponen a las pulsiones de vida (o Eros*), que en lo sucesivo comprenderán el conjunto de las pulsiones anteriormente distinguidas por Freud {véase: Pulsiones de vida; Pulsión sexual; Pulsiones de autoconservación; Pulsiones del yo). Así, pues, en la conceptualización freudiana, las pulsiones de muerte aparecen como un nuevo tipo de pulsiones, que no tenía un puesto en las clasificaciones anteriores (así, por ejemplo, el sadismo* y el masoquismo* se explicaban por una compleja interacción de pulsiones de tendencia totalmente positiva) (4a); pero al mismo tiempo Freud los considera como las pulsiones por excelencia, en la medida en que, en ellas, se realiza eminentemente el carácter repetitivo de la pulsión.
¿Cuáles son los motivos más manifiestos que indujeron a Freud a establecer la existencia de una pulsión de muerte?
1) La consideración, en muy diversos registros, de los fenómenos de repetición (véase: Compulsión a la repetición), que difícilmente pueden reducirse a la búsqueda de una satisfacción libidinal o a una simple tentativa de dominar las experiencias displacenteras; Freud ve en ello la marca de lo «demoníaco», de una fuerza irrepresible, independiente del principio de placer y capaz de oponerse a éste. Partiendo de este concepto, Freud va a parar a la idea de un carácter regresivo de la pulsión, idea que, seguida sistemáticamente, le conduce a ver en la pulsión de muerte la pulsión por excelencia.
2) La importancia adquirida, en la experiencia psicoanalítica, por las nociones de ambivalencia*, agresividad*, sadismo y masoquismo, tal como se desprende, por ejemplo, de la clínica de la neurosis obsesiva y de la melancolía.
3) Desde un principio el odio se le apareció a Freud como imposible de deducir, desde el punto de vista metapsicológico, de las pulsiones sexuales. Jamás hará suya la tesis según la cual «[...] todo lo que se encuentra en el amor de peligroso y hostil debería atribuirse más bien a una bipolaridad originaria de su propio ser» (5 a). En Las pulsiones y sus destinos (Triebe und Triebschicksale, 1915), el sadismo y el odio son puestos en relación con las pulsiones del yo: «[..,] los verdaderos prototipos de la relación de odio no provienen de la vida sexual, sino de la lucha del yo por su conservación y afirmación» (4 b); Freud ve en el odio una relación con los objetos «más antigua que el amor» (4 c). Cuando, como consecuencia de la introducción del concepto de narcisismo*, tiende a borrar la distinción entre dos tipos de pulsiones (pulsiones sexuales y pulsiones del yo) convirtiéndolos en modalidades de la libido, cabe pensar que halló especial dificultad en hacer derivar el odio dentro del marco de un monismo pulsional. El problema de un masoquismo primario, que se había planteado desde 1915 (4 c), era como el índice que señalaba el polo del nuevo gran dualismo pulsional que se acerbaba.
La exigencia dualista es, como se sabe, fundamental en el pensamiento freudiano; se pone de manifiesto en numerosos aspectos estructurales de la teoría y se traduce, por ejemplo, en la noción de pares antitéticos*. Es particularmente imperiosa cuando se trata de las pulsiones, por cuanto éstos proporcionan, en último término, las fuerzas que se enfrentan en el conflicto* psíquico (2d).
¿Qué papel atribuye Freud a la noción de pulsión de muerte? Ante todo debe notarse que, según subraya el propio Freud, tal noción se basa fundamentalmente en consideraciones especulativas y que, por así decirlo, se le fue imponiendo progresivamente: «Al principio presenté estas concepciones con la única intención de ver adonde conducían, pero, con los años, han adquirido tal poder sobre mí que ya no puedo pensar de otro modo» (5 b). Al parecer fue sobre todo el valor teórico del concepto y su concordancia con una determinada concepción de la pulsión lo que hizo que Freud insistiera tanto en mantener la tesis de la pulsión de muerte, a pesar de las «resistencias» que encontró en los propios medios psicoanalíticos y la dificultad que plantea el intento de basarla en la experiencia concreta. En efecto, como subrayó Freud en repetidas ocasiones, los hechos muestran que, incluso en los casos en que la tendencia a la destrucción de otro o de uno mismo es más manifiesta, en que la furia destructiva es más ciega, puede existir siempre una satisfacción libidinal, satisfacción sexual dirigida hacia el objeto o gozo narcisista (5c). «Lo que encontramos siempre no es, por así decirlo, mociones pulsionales puras, sino asociaciones de dos pulsiones en proporciones variables» (6 a). En este sentido dice a veces Freud que la pulsión de muerte «[...] se substrae a la percepción cuando no va teñido de erotismo» (5 d).
Esto se traduce también en las dificultades que encuentra Freud para sacar partido del nuevo dualismo pulsional en la teoría de las neurosis
o en los modelos del conflicto: «Siempre seguimos experimentando que las mociones pulsionales, cuando logramos reconstruir su curso, se nos aparecen como derivados del Eros. Si no fuera por las consideraciones propuestas en Más allá del principio del placer y finalmente por las contribuciones del sadismo al Eros, nos resultaría difícil mantener nuestra concepción dualista fundamental» (7 a). En el artículo Inhibición, síntoma y angustia (Hemmung, Symptom und Angst,1926), que reconsidera el conjunto del problema del conflicto neurótico y sus diversas modalidades, sorprende efectivamente ver el poco lugar que Freud con
cede a la oposición entre los dos grandes tipos de pulsiones, oposición a la que no atribuye papel dinámico alguno. Cuando Freud se plantea explícitamente el problema (7 b) de la relación entre las instancias de la personalidad que acaba de diferenciar (ello, yo, superyó) y los dos tipos de pulsiones, se observa que el conflicto entre instancias no es superponible al dualismo pulsional; aunque Freud se esfuerza en determinar la parte correspondiente a las dos pulsiones en la constitución de cada instancia, en compensación, cuando se trata de describir las modalidades del conflicto, no se ve intervenir la supuesta oposición entre pulsiones de vida y pulsiones de muerte: «No se trata de limitar una u otra de las pulsiones fundamentales a una determinada provincia psíquica. Es necesario poderlas encontrar por todas partes» (1 b). Con frecuencia el «hiatus» entre la nueva teoría de las pulsiones y la nueva tópica es todavía más sensible: el conflicto se convierte en un conflicto entre instancias, en que el ello termina por representar el conjunto de las exigencias pulsionales, en oposición al yo. En este sentido Freud pudo decir que, desde un punto de vista empírico, la distinción entre pulsiones del yo y pulsiones de objeto seguía conservando su valor; es solamente «[.,.] la especulación teórica [la que] nos ha hecho admitir la existencia de dos pulsiones fundamentales [Eros y pulsión destructiva] que se ocultan tras las pulsiones manifiestas, pulsiones del yo y pulsiones de objeto» (8). Como puede verse, aquí reasume Freud, incluso en el plano pulsional, un modelo de conflicto anterior aMás allá del principio del placer {véase: Libido del yo — libido objetal), suponiendo simplemente que cada una de las dos fuerzas presentes que vemos efectivamente enfrentarse («pulsiones del yo», «pulsiones de objeto») comprende ella
misma una unión* de pulsiones de vida y de muerte. Finalmente, sorprende ver la pequenez de los cambios manifiestos que la nueva teoría de las pulsiones aporta, tanto en la descripción del conflicto defensivo como en la de la evolución de las fases pulsionales (6 b). Si Freud afirma y mantiene hasta el fin de su obra la noción de pulsión de muerte, no lo hace como una hipótesis impuesta por la teoría de las neurosis. Lo hace porque tal noción es, por una parte, el resultado de una exigencia especulativa que éste considera fundamental, y, por otra, le parece inevitablemente sugerida por la insistencia de hechos muy precisos, irreductibles, que adquieren a sus ojos una importancia creciente en la clínica y en la cura: «Si se abarca en conjunto el cuadro que forman las manifestaciones del masoquismo inmanente en tantas personas, la reacción terapéutica negativa y el sentimiento de culpabilidad de los neuróticos, resulta imposible adherirse a la creencia de que el funcionamiento psíquico viene dominado exclusivamente por la tendencia al placer. Estos fenómenos indican, de una forma que no puede ignorarse, la presencia en la vida psíquica de un poder que, según sus lines, denominamos pulsión agresiva o destructiva, y que hacemos derivar de la pulsión de muerte originaria de la materia animada» (9). La acción de la pulsión de muerte podría incluso entreverse en estado puro cuando tiende a desunirse de la pulsión de vida, por ejemplo, en el caso del melancólico, en el cual el superyó aparece como «[...] una cultura de la pulsión de muerte» (7 c).
El propio Freud indica que, dado que su hipótesis «[...] descansa esencialmente sobre bases teóricas, es preciso admitir que no se halla tampoco al abrigo de objeciones teóricas» (5 e). En efecto, numerosos analistas han trabajado en este sentido, sosteniendo, por una parte, que la noción de pulsión de muerte era inaceptable y, por otra, que los hechos clínicos invocados por Freud debían interpretarse sin recurrir a esta noción. En forma muy esquemática, estas críticas pueden clasificarse según distintos niveles:
1) desde un punto de vista metapsicológico, se rehusa considerar la reducción de tensiones como el patrimonio de un grupo determinado de pulsiones;
2) tentativas de describir una génesis de la agresividad: ya sea haciendo de ésta un elemento correlativo, al comienzo, de toda pulsión, en la medida en que ésta se realiza en una actividad que el sujeto impone al objeto, ya sea considerándola como una reacción secundaria a la frustración proveniente del objeto;
3) reconocimiento de la importancia y de la autonomía de las pulsiones agresivas, pero sin que éstas puedan adscribirse a una tendencia awfoagresiva; negación a hipostasiar, en todo ser vivo, del par antitético: pulsiones de vida — pulsión de autodestrucción. Puede muy bien afirmarse que existe desde un principio una ambivalencia pulsional, pero la oposición entre amor y odio, tal como se manifiesta desde los comienzos en la incorporación* oral, sólo debería entenderse en la relación con un objeto exterior.
Por el contrario, la escuela de Melanie Klein reafirma con toda su fuerza el dualismo de las pulsiones de muerte y pulsiones de vida, atribuyendo incluso un papel fundamental a las pulsiones de muerte desde los comienzos de la existencia humana, no sólo en la medida en que están orientadas hacia el objeto exterior, sino también en cuanto operan en el organismo y dan lugar a la angustia de ser desintegrado y aniquilado. Pero cabe preguntarse si el maniqueísmo kleiniano recoge todas las significaciones que Freud había atribuido a su dualismo. En efecto, los dos tipos de pulsión invocados por Melanie Klein se contraponen ciertamente por su fin, pero no existe entre ellos una diferencia fundamental en cuanto a su principio de funcionamiento.
Las dificultades que ha encontrado la posteridad freudiana en integrar la noción de pulsión de muerte inducen a preguntarse qué es lo que considera Freud, con el nombre de Trieb, en su última teoría. En efecto, produce cierto embarazo designar con la misma palabra pulsión lo que Freud, por ejemplo, describió y mostró en su acción al detallar el funcionamiento de la sexualidad humana (Tres ensayos sobre la teoría sexual [Drei Abhandlungen zur Sexualtheorie, 1905]) y estos «seres míticos» que él ve enfrentarse, no tanto a nivel del conflicto clínicamente observable como en una lucha que va más allá del individuo humano, puesto que se encuentra en forma velada en todos los seres vivos, incluso los más primitivos: «[..,] las fuerzas pulsionales que tienden a conducir la vida hacia la muerte podrían muy bien actuar en ellos desde el principio; pero sería muy difícil efectuar la prueba directa de su presencia, ya que sus efectos están enmascarados por las fuerzas que conservan la vida» (2 e).
La oposición entre las dos pulsiones fundamentales guardaría relación con los grandes procesos vitales de asimilación y desasimilación; en último extremo, desembocaría incluso «[...] en el par antitético que impera en el reino inorgánico: atracción y repulsión» (1 c). Este aspecto fundamental o incluso universal de la pulsión de muerte fue también subrayado por Freud de muchas formas. Se pone de manifiesto especialmente en la referencia a concepciones filosóficas como las de Empédocles y Schopenhauer.
Algunos traductores franceses de Freud se han dado perfecta cuenta de que la última teoría de las «pulsiones» se situaba en un plano distinto al de sus teorías anteriores, como indica eí hecho de que prefieren hablar de «instinto de vida» y de «instinto de muerte», mientras que, en los restantes textos, traducen el Triebfreudiano por «pulsión». Pero esta terminología es criticable, ya que la palabra instinto* se halla más bien reservada por el uso (y esto en el propio Freud) para designar comportamientos preformados y fijos, susceptibles de ser observados, analizados, y específicos del orden vital.
De hecho, lo que Freud intenta explícitamente designar con el término «pulsión de muerte» es lo que hay de más fundamental en la noción de pulsión, el retorno a un estado anterior y, en último término, el retorno al reposo absoluto de lo inorgánico. Lo que así designa, más que un tipo particular de pulsión, es lo que se hallaría en el principio de toda pulsión.
A este respecto, resulta instructivo observar las dificultades que experimenta Freud para situar la pulsión de muerte en relación con los «principios de funcionamiento psíquico» que había establecido mucho tiempo antes, y sobre todo en relación con el principio de placer. Así, en Más allá del principio del placer, como indica el mismo título de la obra, se postula la existencia de la pulsión de muerte a partir de hechos que parecen contradecir dicho principio, pero al mismo tiempo Freud termina afirmando que «el principio de placer parece, de hecho, hallarse al servicio de las pulsiones de muerte» (2/).
Por lo demás, se dio cuenta de esta contradicción, lo que le condujo a continuación a distinguir del principio de placer* el principio de nirvana*; este último, como principio económico de la reducción de las tensiones a cero, «[...] se hallaría enteramente al servicio de las pulsiones de muerte» (3 c). En cuanto al principio de placer, cuya definición se vuelve entonces más cualitativa que económica, «representa la exigencia de la libido» (id).
Cabe preguntarse si la introducción del principio de nirvana, «expresando la tendencia de la pulsión de muerte», constituye una innovación radical. Fácilmente puede mostrarse cómo las formulaciones del principio de placer dadas por Freud a todo lo largo de su obra confundían dos tendencias: una tendencia a la descarga completa de la excitación y una tendencia al mantenimiento de un nivel constante (homeostasis).
Por lo demás, se observará que en la primera etapa de su construcción metapsicológica (Proyecto de psicología científica [Entwurf einer Psychologie, 1895]) Freud había diferenciado estas dos tendencias hablando de un principio de inercia* y mostrando cómo éste se convertía en una tendencia «a mantener constante el nivel de tensión» (10).
Por lo demás, estas dos tendencias han continuado distinguiéndose, en la medida en que corresponden a dos tipos de energía, libre y ligada*, y a dos modos de funcionamiento psíquico (proceso primario y proceso secundario*). Desde esta perspectiva, la tesis de la pulsión de muerte puede verse como una reafirmación de lo que Freud consideró siempre como la esencia misma del inconsciente en lo que éste ofrece de indestructible y de arreal. Esta reafirmación de lo que hay de más radical en el deseo inconsciente es correlativa con una mutación en la función última que Freud asigna a la sexualidad. En efecto, ésta, con el nombre de Eros, ya no se define como una fuerza disruptora y eminentemente perturbadora, sino como principio de cohesión: «El fin de [el Eros] consiste en crear unidades cada vez mayores y mantenerlas: es la ligazón; el fin de [la pulsión destructiva] es, por el contrario, disolver los conjuntos y, de este modo, destruir las cosas» (1 d) (véase:Pulsiones de vida).
Con todo, aun cuando en la noción de pulsión de muerte se pueda descubrir un nuevo avatar de una exigencia fundamental y constante del pensamiento freudiano, no puede dejarse de subrayar que aporta una nueva concepción: hace de la tendencia a la destrucción, como aparece, por ejemplo, en el sadomasoquismo, un dato irreductible, es la expresión privilegiada del principio más radical del funcionamiento psíquico, y por último liga indisolublemente, en la medida en que es «lo que hay de más pulsional», todo deseo, agresivo o sexual, al deseo de muerte.
PULSIONES DE VIDA
= Al.: Lebenstriebe. — Fr.: pulsions de vie. — Ing.: life instincts. — It.: istinti o pulsioni di vita. — Por.: impulsos o pulsees de vida.
Gran categoría de pulsiones que Freud contrapone, en su última teoría, a las pulsiones de muerte. Tienden a constituir unidades cada vez mayores y a mantenerlas. Las pulsiones de vida, que se designan también con el término «Eros», abarcan no sólo las pulsiones sexuales propiamente dichas, sino también las pulsiones de autoconservación.
En .^íás allá del principio del placer (Jenseits des Lustprinzips, 1920), Freud introdujo la gran oposición, que mantendría hasta el fin de su obra, entre pulsiones de muerte* y pulsiones de vida. Las primeras tienden a la destrucción de las unidades vitales, a la nivelación radical de las tensiones y al retorno al estado inorgánico, que se considera como el estado de reposo absoluto. Las segundas tienden, no sólo a conservar las unidades vitales existentes, sino también a constituir, a partir de éstas, unidades más amplias. Así existiría, incluso a nivel celular, una tendencia «[••] que aspira a producir y mantener la cohesión de las partes de la substancia viva» (1 a). Esta tendencia vuelve a encontrarse en el organismo individual, en tanto que éste aspira a mantener su unidad y su existencia (pulsiones de autoconservación*, libido narcisista*). La misma sexualidad, en sus formas manifiestas, se deñne como principio de unión (unión de los individuos en la cópula, unión de los gametos en la fecundación).
Pero lo que mejor permite comprender lo que entiende Freud por pulsiones de vida es su oposición a las pulsiones de muerte: se oponen unas a otras como dos grandes principios que actuarían ya en el mundo físico (atracción-repulsión) y que se hallarían sobre todo en la base de los fenómenos vitales (anabolismo-catabolismo).
Este nuevo dualismo pulsional no deja de plantear dificultades:
1) La introducción por Freud del concepto de pulsión de muerte es correlativa con una reflexión acerca de lo que hay de más fundamental en toda pulsión: el retorno a un estado anterior. Dentro de la perspectiva evolucionista explícitamente elegida por Freud, esta tendencia regresiva sólo puede apuntar a restablecer formas menos diferenciadas, menos organizadas, que en último extremo ya no comporten diferencias de nivel energético. Si esta tendencia se expresa eminentemente en la pulsión de muerte, en contraposición, la pulsión de vida se caracteriza por un movimiento inverso, a saber, el establecimiento y mantenimiento de formas más diferenciadas y más organizadas, la constancia e incluso el aumento de las diferencias de nivel energético entre el organismo y el medio. Freud se declara incapaz de poner de manifiesto, en el caso de las pulsiones de vida, bajo qué aspecto obedecen a lo que él definió como la fórmula general de toda pulsión, su carácter conservador o, mejor, regresivo. «Para el Eros (la pulsión de amor) no podemos aplicar la misma fórmula, ya que ello equivaldría a postular que la substancia viva, habiendo constituido primeramente una unidad, se fragmentó más tarde y tiende a reunirse de nuevo» (2 a). Freud se ve obligado entonces a referirse a un mito, el mito de Aristófanes en El banquete de Platón, según el cual la unión sexual tendería a restablecer la unidad perdida de un ser originariamente andrógino, anterior a la separación de los sexos (1 b).
2) En el plano de los principios del funcionamiento psíquico corres
pondientes a los dos grandes grupos de pulsiones, se vuelven a encontrar
la misma oposición y la misma dificultad: el principio de nirvana*, que
corresponde a las pulsiones de muerte, se halla claramente definido;
pero el principio de placer (y su modificación en principio de realidad*),
que se supone representa la exigencia de las pulsiones de vida, difícil
mente puede captarse en su acepción económica y es reformulado por
Freud en términos «cualitativos» {véase: Principio de placer; Principio
de constancia).
Las últimas formulaciones de Freud (Esquema del psicoanálisis
\_Abriss der Psychoanalyse, 1938]) indican que el principio subyacente a
las pulsiones de vida es un principio de ligazón*. «El fin del Eros con
siste en establecer unidades cada vez Tnayoxes, y por consiguiente corvser
varias: es la ligazón. El fin de la otra pulsión, por el contrario, consiste en romper las relaciones y por consiguiente destruir las cosas» (2 b).
Como puede verse, también en el plano económico la pulsión de vida armoniza mal con el modelo energético de la pulsión como tendencia a la reducción de las tensiones. En algunos pasajes (3), Freud sitúa el Eros en oposición al carácter conservador general de la pulsión.
3) Por último, si Freud pretende reconocer en las pulsiones de vida lo que anteriormente había designado como pulsión sexual*, cabe preguntarse si esta asimilación no es correlativa con un cambio en cuanto a la posición de la sexualidad en la estructura del dualismo freudiano. En los grandes pares antitéticos establecidos por Freud: energía libre — energía ligada, proceso primario — proceso secundario, principio de placer— principio de realidad, y, en el Proyecto de psicología científica (Entwurf einer Psychologic, 1895), principio de inercia — principio de constancia, la sexualidad correspondía hasta entonces a los primeros términos, apareciendo como una fuerza esencialmente disruptora. Con el nuevo dualismo pulsional, es la pulsión de muerte la que pasa a convertirse en esta fuerza «primaria», «demoníaca» y propiamente pulsional, mientras que la sexualidad, paradójicamente, pasa del lado de la ligazón.
PULSIONES DEL YO
= Al.: Ichtriebe. — Fr.: pulsions du moi. — Ing.: ego instincts. — It.: istinti o pulsion! dell'io. — Por.: impulsos o pulsóes do ego.
Dentro del marco de la primera teoría de las pulsiones (tal como fue formulada por Freud en los años 1910-1915), las pulsiones del yo designan un tipo específico de pulsiones cuya energía se sitúa al servicio del yo en el conflicto defensivo; son asimiladas a las pulsiones de autoconservación y se oponen a las pulsiones sexuales.
En la primera teoría freudiana de las pulsiones, que opone pulsiones sexuales* y pulsiones de autoconservación*, estas últimas reciben todavía el nombre de pulsiones del yo.
Como es sabido, el conflicto* psíquico fue descrito al principio por Freud como la oposición entre la sexualidad y una instancia represora, defensiva, el yo*. Pero todavía no se atribuía al yo un soporte pulsional determinado.
Por otra parte, desde los Tres ensayos sobre la teoría sexual (Drei Abhandlungen zur Sexualtheorie, 1905), Freud contrapuso las pulsiones sexuales a lo que él llamó «necesidades» (o «funciones de importancia vital»), mostrando cómo las primeras nacían apoyándose* en las segundas, y luego se separaban, especialmente en el autoerotismo*. Al enunciar su «primera teoría de las pulsiones», Freud trata de hacer coincidir estas dos oposiciones: oposición clínica, en el conflicto defensivo, entre el yo y las pulsiones sexuales; oposición genética, en el origen de la sexualidad humana, entre funciones de autoconservación y pulsión sexual.
Sólo en 1910, en El trastorno psicógeno de la visión en la concepción psicoanalítica (Die psychogene Sehstórung in Psychoanalytischer Auffassung), Freud, por un lado, reúne el conjunto de estas «grandes nece
sidades» no sexuales con el nombre de «pulsiones de autoconservación» y, por otro, las señala, con el nombre de «pulsiones del yo», como parte integrante del conflicto psíquico, cuyos dos polos se deben deñnir, en último análisis, igualmente en términos de fuerzas: «De muy especial importancia para nuestra tentativa de explicación es la oposición innegable existente entre las pulsiones que sirven a la sexualidad, a la obtención del placer sexual, y los otros, que tienen como fin la autoconservación del individuo, las pulsiones del yo. Todas las pulsiones orgánicas que actúan en nuestro psiquismo pueden clasificarse, según el poeta, en «hambre» o en «amor» (la).
¿Qué significa la sinonimia, anticipada por Freud, entre pulsiones de autoconservación y pulsiones del yo? ¿En qué sentido un determinado grupo de pulsiones puede considerarse inherente al yo?
1.° A nivel biológico, Freud se apoya en la oposición entre las pulsiones que tienden a la conservación del individuo (Selbsterhaltung) y las que sirven a los fines de la especie (Arterhaltung): «El individuo lleva, en realidad, una doble existencia, como fin de sí mismo y como miembro de una cadena a la que se encuentra sometido en contra de su propia voluntad o, por lo menos, sin contar con ella [...]. La distinción entre pulsiones sexuales y pulsiones del yo no hará más que reflejar esta doble función del individuo» (2 a). Desde esta perspectiva, «pulsiones del yo» significa «pulsiones de conservación de sí mismo», siendo el yo como la instancia psíquica encargada de la conservación del individuo.
 En el marco del funcionamiento del aparato psíquico, Freud muestra cómo las pulsiones de autoconservación, proposición de las pulsiones sexuales, son especialmente aptas para funcionar según el principio de realidad. Es más, define un «yo-realidad*» por las caracíerísticas mismas de las pulsiones del yo: «[...] el yo-realidad no tiene más misión que tender hacia lo útil y prevenirse contra los daños» (3).
3.° Por último, se observará que, desde la introducción de la noción de pulsiones del yo, Freud señala que éstas (simétricamente a las pulsiones sexuales, con las que se hallan en conflicto) se encuentran fijadas a un grupo determinado de representaciones, grupo «para el que utilizamos el concepto global de yo, el cual está compuesto de diversas formas según el caso» (Ib).
Si concedemos todo su sentido a esta última indicación, nos veremos inducidos a pensar que las pulsiones del yo catectizan el «yo» tomado como «grupo de representaciones», que apuntan al yo. Vemos que se introduce aquí una ambigüedad en el sentido de la contracción del (pulsiones del yo): las pulsiones del yo se conciben, por una parte, como tendencias que emanan del organismo (o del yo como instancia psíquica encargada de asegurar la conservación de aquél) y que apuntan hacia objetos exteriores relativamente específicos (por ejemplo, alimento). Pero, por otra parte, se fijarían al yo como a su objeto.
Cuando, entre 1910 y 1915, Freud establece la oposición entre pulsiones sexuales y pulsiones del yo, raramente deja de declarar que se trata de una hipótesis que se vio «[...] obligado a establecer por el análisis de las neurosis de transferencia (histeria y neurosis obsesiva)» (2 b). A este respecto cabe señalar que, en las interpretaciones dadas por Freud del conflicto, casi nunca vemos intervenir las pulsiones de autoconservación como fuerza motivadora de la represión:
1° En los estudios clínicos publicados antes de 1910, a menudo se señala el lugar que ocupa el yo en el conflicto, pero no se indica su relación con las funciones necesarias para la conservación del individuo biológico {véase: Yo). Más tarde, después de haberlo clasiñcado explícitamente, en teoría, como pulsión del yo, la pulsión de autoconservación es, no obstante, raras veces invocada como energía represora: En Historia de una neurosis infantil {Aus der Geschichte einer infantilen Neurosa, 1918), redactada en 1914-1915, la fuerza que provoca la represión se busca en la «libido genital narcisista» (4).
 En los trabajos metapsicológicos de 1914-1915 (El inconsciente [Das Unbewusste'], La represión [Die Verdrdngung], Las pulsiones y sus destinos [Trieb und Triebschicksale]), la represión, en los tres grandes tipos de neurosis de transferencia, se atribuye a un juego puramente libidinal de catexis, de retiro de la catexis y de contracatexis de las representaciones: «podemos reemplazar aquí la palabra "catexis" por "libido", ya que, según sabemos, se trata del destino de las pulsiones sexuales» (5).
3° En el texto que introduce la noción de pulsión del yo, uno de los pocos trabajos en los que Freud intenta hacer intervenir esta pulsión como parte del conflicto, se tiene la impresión de que la función de «autoconservación» (en este caso la visión) constituye lo que está en juego y el terreno del conflicto defensivo más que uno de los términos dinámicos de éste.
4.° Cuando Freud intenta justificar la introducción de este dualismo pulsional, no lo considera como un «postulado necesario», sino únicamente como una «construcción auxiliar» que ^a mucho más allá de los simples datos psicoanalíticos. Éstos, en efecto, sólo imponen la idea de un «conflicto entre las exigencias de la sexualidad y las del yo» (6). Así, pues, en último análisis, el dualismo pulsional se basa en consideraciones «biológicas»: «[...] deseo hacer constar aquí expresamente que la hipótesis de una separación entre pulsiones del yo y pulsiones sexuales [...] sólo en una pequeña parte tiene una base psicológica, encontrando su principal apoyo en la biología» (2 c).
La introducción del concepto de narcisismo* no invalida, en principio, para Freud la oposición entre pulsiones sexuales o pulsiones del yo {2d, 6b), pero introduce en ella una distinción suplementaria: las pulsiones sexuales pueden cargar su energía sobre un objeto exterior (libido objetal) o sobre el yo (libido del yo o libido narcisista). La energía de las pulsiones del yo no es libido, sino «interés*». Como puede verse, esta nueva reagrupación intenta suprimir la ambigüedad que hemos
señalado más arriba a propósito del término «pulsiones del yo». Las pul
siones del yo emanan del yo y se refieren a objetos independientes (por
ejemplo, el alimento); pero el yo puede ser objeto para la pulsión sexual
(libido del yo).
Con todo, la oposición libido del yo — libido objetal* muy pronto, en
el pensamiento de Freud, restará interés a la oposición entre pulsiones
del yo — pulsiones sexuales.
En efecto, Freud cree poder referir la autoconservación al amor de sí mismo, es decir, a la libido del yo. Escribiendo a posteriori la historia de su teoría de las pulsiones, Freud interpreta el cambio en virtud del cual introdujo el concepto de libido narcisista como una aproximación a una teoría monista de la energía pulsional, «[...] como si la lenta progresión de la investigación psicoanalítica hubiera seguido los pasos de las especulaciones de Jung sobre la libido primitiva, tanto más cuanto que la transformación de ¡a libido objetal en narcisismo se acompaña inevitablemente de cierta desexualización» (7).
Con todo, se obser\'ará que Freud no descubre esta fase «monista»
de su pensamiento hasta el momento en que ya ha establecido un nuevo
dualismo fundamental, el de las pulsiones de vida* y las pulsiones de
muerte*.
Tras la introducción de este dualismo, el término «pulsión del yo» desaparecerá de la terminología freudiana, no sin que Freud intentase primeramente, en Más allá del principio del placer {Jenseits des Lustprinzips, 1920) situar lo que hasta entonces había denominado pulsiones del yo, dentro de este nuevo marco. Esta tentativa se efectúa en dos direcciones contradictorias:
1.» En la medida en que las pulsiones de vida se asimilan a las pulsiones sexuales, Freud intenta, simétricamente, hacer coincidir pulsiones del yo y pulsiones de muerte. Cuando lleva hasta sus últimas consecuencias la tesis especulativa según la cual la pulsión, en el fondo, tiende a restablecer el estado inorgánico, ve en las pulsiones de autoconservación «[...] pulsiones parciales destinadas a asegurar al organismo su propio camino hacia la muerte» (8 a). Sólo se diferencian de la tendencia inmediata a retornar a lo inorgánico en la medida en que «[...] el organismo sólo quiere morir a su modo; los guardianes de la vida fueron en su origen agentes de la muerte» (8b).
2." En el curso de su propio texto, Freud se ve obligado a rectificar estos puntos de vista, retomando la tesis según la cual las pulsiones de autoconservación son de naturaleza libidinal (8 c).
Finalmente, dentro de su segunda teoría del aparato psíquico, Freud ya no hará coincidir un determinado tipo cualitativo de pulsión con una determinada instancia (como había intentado hacer al asimilar pulsión de autoconservación y pulsión del yo). Si bien las pulsiones tienen su origen en el ello, pueden verse actuar todas ellas en cada una de las instancias. El problema de saber cuál es la energía pulsional que el yo utiliza más especialmente seguirá existiendo {véase: Yo), pero sin que Freud hable entonces de pulsión del yo.